Un viejo solitario, es testigo de una especie de aventura romántica, y hasta se ve envuelto en ella. Aunque la verdad sea insospechable.
Un solitario hombre mayor en su apartamento, conforme con sus rutinas domésticas y con sus juegos, se ve sorprendido por la equívoca llegada de un sobre con fotos. Las descripciones que nos hace de las mismas, precisas, detallistas, son casi pictóricas. A medida que este apacible personaje recibe más sobres, se irá familiarizando con la situación, y les irá añadiendo elementos de sus propias conjeturas y emociones. De simple observador, se convertirá en la mente creativa de una historia detrás de las fotos.
El lector se verá envuelto en un misterio de fino equilibrio entre lo lógico y lo fantástico. Cuando todo parezca un puzle irresoluble y obligue a renunciar, se descubrirá la verdad, casi por casualidad, en el último capítulo.
Apoyando mis manos sobre la baranda del balcón, contemplo la barrendera. Si pudiera ver más de cerca, descubriría que el colero que recoge el pelo reseco y polvoriento, es un trozo de media de nylon corrida, que perteneció a una patrona en cuya casa trabajó antes de que la echara y fuera a parar al puesto solidario del municipio. Sus rasgos aindiados, ni con estudios ni buenas calificaciones le hubieran permitido ingresar al distinguido banco. El cuerpo uniformado, no de blusa y falda, sino por espantoso overol azul, es magro de comer salteado, en vez de haber exagerado una dieta recetada. Después de una extenuante jornada, los zapatones de hombre serán puestos a ventilar fuera de la humilde morada, que no en una repisa del closet ubicado en una pieza para tales efectos. Mientras esta mujer rasca las veredas con su escoba, la otra descansa en el cajón de mi escritorio, disfrutando del mar, la arena, el sol.
IV
El horizonte ha bajado hasta la mitad de la altura total; las nubes han vuelto a la carga, ensoberbecidas por el viento; las olas duplicaron su tamaño. La arena revuelta, evidencia que han jugado a la pelota o al disco planeador, o, quizás, la dama y su fotógrafo corretearon, se atraparon, soltaron, y volvieron a corretear. Los hombros están cubiertos de arena; a la cabellera despeinada, apenas le impone orden un sombrero de junquillo con cuentas de colores; el labio superior se ha levantado en una risa que se hunde entre los carrillos alzados y estirados hacia las orejas, mostrando dientes delanteros desparejos pero felices. El ala irregular del sombrero tapa los ojos, siendo imposible averiguar sus pensamientos.
22 págs. / 38 minutos.
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Publicado el 24 de abril de 2025 por Álvaro Bozinsky.
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