–¡Niño, niño, vamos a tomar la leche cruda..!
Y uno traía uvas “pintas”; y otro en el regazo, mangos, y otro
rosquitas mantecadas. ¡Qué olor de monturas, de menesteres de trabajo!
¡Qué ropas tan buenas las de aquella cama tibia y amorosa! ¡Qué mañana
tan hermosa donde todo era tan bueno, dulce y tranquilo! Vestidos de
prisa, salimos todos. El cuarto daba a una enramada cubierta de
parrales, entre cuyas hojas pendían maduros los racimos ubérrimos. Los
sarmientos acariciaban los muros con sus retorcidos tentáculos. Al
fondo, ya en el corral, un floripondio con sus invertidas ánforas,
perfumaba; y junto al pozo de enladrillado broquel, sobre el guano
oliente y blando, atada por una pata, la vaca, enorme y panzuda, de
grandes ubres henchidas, se dejaba ordeñar tranquila. El blanco chorro
caía al compás de la mano experta de un mocetón en un balde de zinc
produciendo un ruido característico y levantando espuma. Y un vapor de
cosa caliente, de leche pura, que tenía algo de la vida aún cálida,
salía del balde y acariciaba la ubre, como una nube de incienso. Me
ofrecieron un jarro, harto de espuma. ¡Oh, el exquisito beber la dulce
leche con calor de madre, con sabor de cosa sublime! Después mi abuela
nos llevó al jardín, al pequeño jardín obra de sus manos sarmentosas.
Sobre restos de botellas que antes sirvieran para guardar el agua y las
lejías y los ponches de agraz de navidad, ella había puesto tierra nueva
e improvisado macetas. Tenía allí violetas, la flor más rara en la
aldea; ñorbos, que sobre el enrejado de cañas nacían, crecían y morían;
raquíticos y elegantes chirimoyos de perfumadas hojas; aristocráticos
mangos, de finos tallos infantiles y transparentes, y paltos verdes que
conservaban aún la roja enorme semilla, pegada al tronco incipiente; y
agua de lavanda y romero florecido y balsámico; y albahacas verdes,
coposas y enanas; y, ya liberado del tiesto, en plena tierra, en un
rincón del jardín, un jazminillo de la India… Tantas cosas, tan bellas
que están muertas como la buena abuelita y como el pobre Manuel y como
mis ilusiones de esos días y como estas mañanas de sol, que yo no he
vuelto a ver nunca y como todo lo que es bello, y juvenil; y que pasa, y
que no vuelve más…
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