Es un relato fantástico, donde el autor expresa de manera desoladora su angustia metafísica. Su título, traducido del latín, significa el «desolador final de la verdad».
En una entrevista Valdelomar confesó que este cuento, junto con Hebaristo, el sauce que murió de amor era su narración corta más valiosa y la que más le gustaba. Conjuntamente con El hipocampo de oro, este relato pertenece al grupo de los «cuentos fantásticos» del autor, rubro en el que algunos incluyen también a Hebaristo.
Yo debí ser sepultado, naturalmente, en el cementerio de mi pueblo.
El cementerio no distaba un kilómetro de la ciudad; nosotros poseíamos
un mausoleo. ¿Por qué, pues, me encontraba yo en este desolado paraje,
cuando el espíritu volvía a animar mi esqueleto en esta hora definitiva?
¿Quién podía haber trasladado mis restos a este extraño lugar? Por otra
parte, ¿Dónde estaban mis seres amados? ¿Por qué me encontraba yo solo
en medio de tantos despojos? Una duda mortal y fría me lastimaba.
Extendí la vista para buscar en la extensión gris algo tangible a qué
poderme referir y vi lejos, muy lejos, sobre la enorme extensión de
huesos, un esqueleto que como yo, se elevaba en aquel campo de
desolación. Sobre la gran cantidad de huesos se incorporaban ya algunos
esqueletos que trataban de ponerse en pie; pero volvían a caer sin ánimo
sobre la tierra. Me encaminé con dificultad entre las óseas capas hacia
el esqueleto. A mi paso cruzaban de repente, con velocidad, tibias,
omóplatos y cráneos que iban a reunirse con sus cuerpos. Llegué donde el
esqueleto, solemne y grave, se erguía. Miraba con tristeza desgarradora
aquella extensión y no se dio cuenta cuando yo, acercándome, me puse a
su lado.
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Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.
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