Forma parte del grupo de los llamados “cuentos criollos” o “neocriollos”, aunque otros estudiosos consideran que tiene otras características que lo ubicarían más bien dentro del rubro de los cuentos fantásticos del escritor.
Valdelomar ambienta la historia en la aldea de P., un pueblo de una provincia costeña del Perú en medio de un desierto, cuyo héroe local es un tal Coronel Marmanillo, quien había luchado durante la guerra de la independencia, en la batalla de La Macacona, en el año de 1822 (pero el autor se apresura en aclarar que en realidad el tal coronel no fue un héroe sino todo lo contrario, ya que había huido al primer ataque de los españoles o realistas).
Fragmento de «Hebaristo, el Sauce que Murió de Amor»
Digo que el sauce era joven, de unos treinta años y se llamaba
Hebaristo, porque como el farmacéutico tenía el aire taciturno y
enlutado, y como él, aunque durante el día parecía alegrarse con la luz
del sol, en llegando la tarde y sonando la oración, caía sobre ambos una
tan manifiesta melancolía y un tan hondo dolor silencioso, que eran "de
partir el alma", Al toque de ánimas Hebaristo y su homónimo el
farmacéutico, corrían el mismo albur. Suspendía éste su charla en la
botica, caía pesadamente sobre su cabeza semicalva el sombrero negro de
paño, y sobre el sauce de la parcela posaba el de todos los días
gallinazo negro y roncador. Luego la noche envolvía a ambos en el mismo
misterio y, tan impenetrable era entonces la vida del boticario cuanto
ignorada era la suerte de Hebaristo, el sauce...
II
Evaristo Mazuelos, el farmacéutico de P. y Hebaristo, el sauce
fúnebre de la parcela, eran dos vidas paralelas; dos cuerdas de una
misma arpa; dos ojos de una misma misteriosa y teórica cabeza; dos
brazos de una misma desolada cruz; dos estrellas insignificantes de una
misma constelación. Mazuelos era huérfano y guardaba, al igual que el
sauce, un vago recuerdo de sus padres. Como el sauce era árbol que sólo
servía para cobijar a los campesinos a la hora cálida del medio día,
Mazuelos sólo servía en la aldea para escuchar la charla de quienes
solían cobijarse en la botica; y así como el sauce daba una sombra
indiferente a los gañanes mientras sus raíces rojas jugueteaban en el
agua de la acequia, así él oía con desganada abnegación la charla de
otros, mientras jugaba, el espíritu fijo en una idea lejana, con la
cadena de su reloj, o hacía con su dedo índice gancho a la oreja de su
botín de elástico, cruzadas, una sobre otra, las enjutas magras piernas.
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Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.
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