Poesía Completa

Abraham Valdelomar


Poesía


Ha vivido mi alma…
Los pensadores vencidos…
La ofrenda de Odhar…
Los violines húngaros
La tribu de Korsabad
Brindis
La gran hora
Las últimas tardes…
La torre de marfil
IX. El Desfile
X. En el pueblo se quedaron los viejos abuelos
Tríptico
La evocación de las abuelas
Evocación de la ciudad muerta
Evocación de las granadas
En la página azul
Íntima
In memoriam
Diario íntimo
I
La viajera desconocida
El hermano ausente en la cena de pascua…
El conjuro
Luna Park
Corazón…
Desolatrix
Credo profano
Vermouth
Hoy…
El árbol del cementerio
De regreso
El ministro de gobernación
Liquidación nacional
El de Huaraz
Desolatrix
Nocturno
Optimismo
Crepúsculo
Tristitia
Fugaz
Confiteor
I. Mi alma se hastía inexplicablemente
II. El presentimiento del amor que agoniza
III. Cómo se distanciaron nuestras almas
IV. El dardo del recuerdo sorpresivo
V. La Visión de Clemencia
VI. La obsesión delirante
VII. Pienso en la tragedia de olvidar su imagen
VIII. Delante de ella mi alma tiembla como un junco débil
IX. La versión persistente
X. No todos pueden comprender
XI. Mi amor animará el mundo
XII. ¿Es posible sufrir?
XIII. Ella me explicaría lo inexplicable
XIV. Aseveración
XV. Salmos
Abre el pozo…
La casa familiar
Ritornello
Cobardia
En la quinta del virrey Amat
Vosotros sois felices!…
Tea
Tu cuerpo de once módulos…
Loa máxima a Andrés Dalmau
A Tórtola Valencia
Epistolae liricae ad electum poetam juvenem
Ofertorio
La ciudad de los tísicos
Ofrenda
I
II
L’enfant…
A mis hermanos José, Roberto y Anfiloquio
Yo, pecador…
Con inseguro paso…
Angelus
Angustia
Vengo hacia ti…
La danza de las horas
Angustia
Blanca la novia
Vamos al campo…
En mi dolor pusisteis…
Elegía
Algunos fragmentos de poesías
Tú no eres anacrónica…
Las tres horas
Traducción
Última rosa
Tríptico heroico
Oración a la bandera
Invocación a la Patria
Oración a San Martín

Ha vivido mi alma…

Ha vivido mi alma en las Edades viejas
en un guerrero heroico y un galán trovador,
y en gentiles mancebos de enroscadas guedejas
enamorada siempre de una prohibición.

Mi alma fue de Tartufo, en un ídolo pagano,
de un impúber de Lesbia, de un fauno y de un bufón;
vivió dentro del cuerpo de un gladiador romano,
y en el cuerpo caduco de un viejo Faraón.

Ha vivido en las aguas y ha vivido en las rosas,
ha vivido en los hombres y ha vivido en las cosas,
buscando siempre amor.

Irá hacia un país lejano de sátiros traviesos
y de labios de sangre que conviertan en besos
las cosas que no son…

Y vivirá mi alma en las futuras
sintiendo las saetas de nuevas desventuras,
en una larga, triste, cruel peregrinación…

Los pensadores vencidos…

Para José Gálvez.


… Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida, pero siempre soñadora…
Al coro
de monocordios de oro
van las cabezas hermosas
de los griegos, coronadas de pámpanos y de rosas.

Por entre la multitud
va la esteta juventud
de pensadores vencidos
y de eternos soñadores de los frutos prohibidos.

La suave diosa Harmonía
cuando pasan por el yugo les habla de poesía.

… Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida pero siempre soñadora…

Las cabezas cabellosas
dejan, como frescas rosas
que pisaran los atletas,
las divinas harmonías de sus rítmicos poetas…

Pasan sátiras, vestales
y entonan himnos triunfales
los labios que beben mieles,
y con guirnaldas de mirtos van guiando sus corceles
los donceles…

En la Puerta Nomentana y en el viejo Capitolio
el eco de un himno eolio
deja una nota sonora.

… Por la Roma vencedora
pasa la Grecia vencida pero siempre soñadora…


(1909)

La ofrenda de Odhar…

Para Raimundo Morales de la Torre.


Caminaba el anda
sobre doce nubios de pieles brillantes
hacia Samarcanda.

Regalo de flores —amapolas rojas—
se abría el camino que iba a la mezquita.
Los esclavos negros pisaban las hojas
y sus albornoces manchaban de blanco la ruta bendita.

En el anda iba la reina de Oriente
que se adormitaba pálida y silente
bajo las ojivas de sus alféizares
mimada por suaves abanicos indios
y por enervantes antimacazares.

¡Oh, la reina mora, la reina brillante!
A Odhar, que era un niño, su primer amante,
a cambio de un beso le pidió un collar
y todos sus blancos dientes, blancos marfilinos
que eran amuleto contra los destinos
galante el infante los hizo engarzar.

Fue el camino triste como sus amores
por donde pasaba con sus servidores
la reina, y, entonces, el muriente Odhar
pálido y tranquilo la esperó en las flores
y al pasar la reina, la ofreció el collar.
Sobre el blando cuerpo del joven amante
pasaron los nubios el anda triunfante.

Entre nubes rosas —mirra y eucalipto—
sobre las cabezas de nubios sansones
entró la graciosa princesa de Egipto
en el viejo templo de los Faraones.
Al salir del templo la reina galante
se olvidó del niño —su primer amante—
cuya boca en sangre no quiso besar,
y al primer esclavo que llegó a los pálidos mármoles del templo
como una limosna le ofreció el collar,
con los doce nubios
tristemente, el anda
se perdió en la ruta que iba a Samarcanda…


(Lima, 1910.)

Los violines húngaros

Para Rafael Belaunde.


Los violines húngaros son notas lejanas,
marcaban el paso de las princesitas
que al rústico templo, todas las mañanas,
llevaban aromas de rosas marchitas.

Las dos princesitas, rubias encantadas
soñaban la vida de un cuento de hadas
en cuyo prefacio reía Merlín;
cuando iban cantando bajo de los tilos
y arrancando flores en los peristilos
que hay en el palacio del viejo jardín.

Las dos princesitas de rostro muriente
entraron al templo, silenciosamente,
a orar la plegaria triste y lastimera
ante la divina virgen sonriente
delicadamente modelada en cera.

El viento que siempre baladas lejanas
silentes y tristes como caravanas
lleva a los palacios de los soñadores
cantó a las princesas sus notas tranquilas
al llorar doliente de viejas esquilas
cuando ya en el templo morían las flores.

El Sol. Las princesas ropadas en sedas
como las tanagras de un rito pagano
vuelven tristemente por las alamedas
mientras en las vegas del jardín lejano
los violines húngaros suenan piano… piano…


(1910)

La tribu de Korsabad

(Fantasía Oriental)


En medio del desierto la tribu se moría,
el sol pintó en su ojo de loca fantasía
la fiebre de una hermosa caravana triunfal,
con figuras vibrantes de amor y poesía
que en caballos alados, cruzaba el arenal.

Los caballos alados de Korsabad, tenían
la mirada radiante como un grito de guerra,
rojas rosas de Armenia de sus crines pendían
y llegaban marchitas a la faz de la Tierra.

De las bridas pendían mágicos cascabeles
y en cálices de flor iban libando mieles
púberes que borrachos de amor, sentían apenas
el fuego que en sus plantas dejaban las arenas.

Detrás iba la Tribu…
Los íconos de los cantos triunfales
irradiaban las notas de sus sacros timbales
y a lo lejos perdiéndose en los ritos de Eros,
mujeres y guerreros… mujeres y guerreros…

Con el sol se esfumaron las figuras gigantes,
los tropeles guerreros, los suspiros amantes:
los corceles perdieron las miradas triunfales
y una cálida brisa vagó en los arenales…
Al caer de la tarde murieron los corceles.

Una nota en las bridas dieron los cascabeles
suave como una frase rítmica de Beethoven,
se esfumaron las rosas, se secaron las mieles
… y así pasó el Desierto la caravana joven…


(Lima, 1910)

Brindis

Bebo el color sagrado de este vino dorado
por el cercano Porvenir,
por vosotros que abrís el camino encantado,
que habéis derramado la mies en el surco que va a germinar en abril
y porque mi alma
como en este tarde vuelva a ser feliz.
Brindo por el destino que nos abrió el camino de un cercano ideal.
Brindo por ti, Arequipa, la eterna soñadora;
por la divina hora
en que mi alma sedienta vino en tu alma a beber,
por tus hijos que han ido por la senda escarpada
llenos de fe en el pecho, de fuego en la mirada,
por las coronas de laurel.
Brindo por tus mujeres de cabezas de ensueños
las de los ojos grandes y de los pies pequeños,
porque tu ideal inmenso triunfe por los confines,
por tus cien paladines,
por tus lindas mujeres las de los grandes ojos
y por tus Hebes morenas las de los labios rojos.
Brindo por los que un día fueron mis compañeros,
los que a un solo reclamo se volvieron guerreros
en la amargura de ayer
y que iban en sus potros armados caballeros
sin moverse a los fieros
galopes del corcel,
por los que sudorosos con su cañón guerrero en busca del sendero
iba talando el bosque y el vergel,
por todos los que un día
ante el reclamo de la Patria mía
juntaron sus fuerzas en esta leyenda: ¡morir o vencer!
Por el llanto lejano de este histórico río,
por el color divino de este cielo que es mío,
por la tranquila fuente que hace al bosque sendero,
por el Sol que es el padre de mis viejos abuelos
y con sus rayos de oro
va a fecundar la tierra y a iluminar los Cielos.
Brindo por este pueblo que es aroma y esencia,
por el viejo volcán encanecido
que vigila este nido
que ha robado el aljaba a Cupido.
Por esos soldados que llevan el arte
como un estandarte
entre los vulgares, los indiferentes
y los envidiosos y los maldicientes.
Por lo que han sentido los púdicos goces
bajo las frondosas vides de los dioses.
Por los que en las aulas y en el periodismo
martillan al monstruo de las cien cabezas del escepticismo.
Brindo por lo sonoro
de los versos de oro
sacados desde el alma de este viejo volcán
y por sus serenatas y por sus yaravíes,
y por su fresco ambiente de flor primaveral!
Por las tiernas y buenas pastoras
que con las auroras
que anuncian al Sol
en las frondas esquilan y tejen las hebras sedosas del blanco vellón,
por las frescas tardes de brisas serenas
por las ubres llenas que ordeña el pastor
por las suaves penas que dicen las quenas
que lloran y ríen
y al viento deslíen
un choque de risas o un himno de amor.
Brindo por el Gigante de los bucles de nieve
porque el hada harmonía su aroma siempre lleve
al errabundo soñador.
Por el amor que ríe bajo de estos jardines,
por tus lindas mujeres y tus cien paladines,
por tu grandeza ¡oh Misti!, ¡y por mi padre el Sol!


(Arequipa, 1910)

La gran hora

Para Percy Gibson


… No recuerdo si esta hora la he vivido o la he soñado.
Algo me evoca el silencio de sus inciertos segundos.
Esta hora es en mi vida como un beso del Pasado
que me trajera un mensaje de recuerdos de otros mundos.

¿La sentí cuando vivía bajo los bosques de Hircania?
¿La he vivido cuando era condestable de algún Luis?
¿O fue en el caballeresco siglo de la vieja Hispania
cuando en mi estirpe y mi escudo brillaba una flor de lys?

No sé… mas siento un recuerdo que desde lejos me llega:
… dos siluetas que se alejan bajo una túnica griega…
… se besan… entre las sombras de una vid se han esfumado…

Se fue la hora hacia el misterio ¡Tomará tras de los siglos y dirá mi alma al sentirla, irguiéndose en sus vestigios:
… no recuerdo si esta hora la he vivido o la he soñado!…


(Arequipa, noviembre 8, 1910)

Las últimas tardes…

Para el doctor Carlos Gibson.


Alma, ¿estás afligida
porque esta tarde que a soñar convida
con el sol morirá, pálida y breve?…
Deja… no pienses más… ¡Deja y olvida!…
Deja que el sol se lleve
las tardes que nos quedan en la vida…

Fue al compás de las horas
pasadas entre pálidas auroras
que el sol, por el cristal de la ventana,
¡bañó nuestras cabezas soñadoras
e iluminó el jardín y la fontana!…

Con las horas se ha ido
lo que se ha amado y lo que se ha sentido…
Y de aquellas que van hacia la Nada,
¡sólo queda un vencido
y una alma inconsolada!…

¿Recuerdas que las rosas temblorosas,
copiábanse en las fuentes rumorosas
cuando fresco el amor nos sonreía?
¡Mira cómo a la muerte de este día
se deshojan las rosas!…

Ya las rosas futuras,
no nos escanciarán sino amarguras;
¡y las horas pasadas
destejen alegrías esfumadas!…

El incierto destino
me ocultó su camino
y he ofrecido, sediento y alocado,
por una hora de amor que nunca vino,
toda mi juventud que se ha marchado…

¡Alma!… ¡cede a mi ruego
no creas ni en el rey ni en el labriego,
ni en el infante que a una vida asoma,
donde el sol es muy cruel porque es de fuego
y la flor es muy débil, porque aroma! …

La puente en tu castillo, siempre plegue
la escala sobre el muro que socorre
y aunque su mal o su fortuna alegue,
cuida bien que a la torre nadie llegue
y cuida de no ver desde la Torre…

Alma mía, alma en flor, alma extinguida,
soplo de amor, de otro jardín venido
a este mundo cruel, loco y aleve
deja… no pienses más… ¡Deja y olvida!
… ¡deja que el sol se lleve
las tardes que nos quedan en la vida!…


(Lima, 1910)

La torre de marfil

(Desglose)

IX. El Desfile

Delante iba el pujante tropel de caballeros,
los cascos relucientes, brillantes los aceros,
por las sinuosidades de la senda escondida;
ya saltaban las vallas, ya salvaban los flancos
y, una mano en la lanza y otra mano en la brida,
marcaban los senderos con sus penachos blancos.

Después los cortesanos, graciosos y galanos,
guiando los corceles con perfumadas manos
desfilaban delante del cortejo del rey
y, mientras alababan del monarca el tesoro
y sus bermejas copas de brocado de oro,
sangraban los ijares, sus hebillados pies.

Detrás iban los pajes.
La luz del sol reía sobre los áureos trajes
de cien palafreneros
que guiaban los de los cien consejeros
que iban a la cabeza de un flanco y otro flanco
y en la parte central
del desfile marcial
el rey, augusto y pálido, sobre su potro blanco,
cuyas bridas aurinas despedían destellos
llevaba sobre el oro de sus blondos cabellos
melancólicamente su corona imperial.

La Raza iba enseguida
silenciosa y perdida…
y entre nubes de tierra levantadas y oscuras
iban hombres y mozos, impúberes y ancianos
y niños que marchaban cogidos de las manos
aflorando los frutos de las Eras maduras…


(Lima, 1910)

X. En el pueblo se quedaron los viejos abuelos

Quedáronse en el pueblo llorosos y encorvados
los ancianos abuelos cuyos ojos nublados
vieron toda la Raza marcharse mundo arriba:
y cuando se perdieron detrás de los ribazos
levantaron al cielo sus descamados brazos:
¡se marchaban los fuertes; la juventud se iba!

Ya se acercaba el Angelus… Los trigos de las Eras
parecían más pálidos… Tristes las sementeras
y en las fuentes el agua parecía llorar…

¡El ángelus!… Los viejos se inclinaron. La brisa
animó los trigales… fue una triste sonrisa
y el Sol, como una boca de sangre besó el mar.

¡La enorme polvareda iba hacia las montañas!…
Entonces los abuelos la paz de sus cabañas
buscaron… ¡Ya no habría ni vasallos ni ley!

Y cuando el sol durmióse y se esfumó la raza
los abuelos tomaron a la vieja terraza
… ¡y nada más supieron del pueblo ni del rey!


(1911)

Tríptico

La evocación de las abuelas

Y vi entre la negra sombra de las telas
cual suave conjuro de Hada Melisanda,
entre terciopelo, a nobles abuelas
reír en sus golas de telas de Holanda.

Sus labios el fino divino Merino
pintó con la sangre bermeja de bueyes
en tono tan suave, tan rosa, tan fino…
¡Oh aquellas abuelas de rostro divino
que eran el encanto de los visorreyes!

Las manos exangües que besan los velos
son el fiel trasunto de las regias manos
que entre las caricias de los terciopelos
hurtaron las tintas de los castellanos
al pintar las manos de reyes abuelos.

El oro amarilla los viejos blasones,
y en los pechos, graves insignias de reyes,
y orla ricamente los decamerones
de los finos lienzos cuyas gradaciones
eran el encanto de los visorreyes!

Los pies hebillados, los hilos del pelo
contarse pudieran besando las golas.
¡Oh el sedoso, regio y azul terciopelo
que aristocratizan en el lienzo abuelo
aquellas liliales damas españolas!

Líneas azulinas que en sus manos finas
proclaman augusta prosapia de reyes,
las sangres bermejas, las bocas divinas
los pies hebillados de aquellas meninas
que eran el encanto de los visorreyes.

Los vi entre la negra sombra de las telas
cual suave conjuro de Hada Melisanda
¡qué nobles reían aquellas abuelas
en sus golas blancas de tela de Holanda!

Evocación de la ciudad muerta

Por la ciudad en ruinas todo invita al olvido,
los viejos portalones, la gran plaza desierta
y el templo abandonado… La ciudad se ha dormido.
¡No hagáis ruido! Parece como que se despierta…

Una sombra se esfuma tras los viejos casones
y se pierde en el templo, donde ha muerto el ruido
de los lánguidos kyries y de las oraciones.
En medio del silencio de sus meditaciones
la ciudad se ha dormido…

Las escalas de mármol que ascendieran antaño
los nobles con escudos de lises y de estrellas,
oculto desde entonces tienen cada peldaño
y ahora —¡pobres escalas!— nadie sube por ellas.

Las sombras de las damas, las de venas azules
y manos transparentes, cuando agoniza el día,
lloran en los palacios decorados de gules
la tristeza infinita de las salas, vacía.

Y quedan los recuerdos que son como trofeos:
sedosos miriñaques y mitones bordados,
calados abanicos y griegos camafeos
que plegaran las vestes en los hombros rosados.

Y los trajes sedosos, brillantes como soles
que las damas lucieran en noches virreinales
enhebrados en perlas, con luces tornasoles,
largos, como las colas de los pavos reales…

Pasa, sin hacer ruido, llevando a un caballero
bajo el arco que forman los frisos de la puerta…
la calesa que guía el viejo calesero
por la empolvada ruta de la calle desierta.

Y marchan en silencio con la luna de estío
hacia el viejo palacio de los Inquisidores…

La luna, castamente, se copia sobre el río
y se disipan estos cuadros evocadores.

Por la ciudad en ruinas todo invita al olvido,
los viejos portalones, la gran plaza desierta
y el templo abandonado… La ciudad se ha dormido.
¡No hagáis ruido! Parece como que se despierta…

Evocación de las granadas

Cual risueñas cabezas coronadas
surgen entre el follaje las granadas
al tibio conjuro de abril;
en sus coronas duermen flores marchitas
y en la paz campesina son las mezquitas
donde ora el hada del bosque, gentil.

Las granadas redondas como joyeles
son ánforas que guardan purpúreas mieles
como la sangre del rubí,
y ofrecen a los ojos formas poliedras
talladas y bermejas como liquidas piedras
en rota esfera de marfil.

Triunfando en el tranquilo follaje espeso
cada fruto es un labio que ofrece un beso
bajo la sombra del jardín.

Y las que aún no maduras crecen cerradas
son los redondos senos de las amadas
que nos reserva el porvenir.


(1911)

En la página azul

Para un álbum.


Azul: así es el cielo del hermoso Triana
de la florida tierra do parecéis venir,
es azul la página cual son, bella gitana,
las aguas rumorosas del gran Guadalquivir.

Andaluza morena de labios color grana,
gracioso y fascinante su eterno sonreír,
ondulante y flexible como mora sultana,
nacida en algún reino lejano del Ofir.

Zulima de Valencia, la mora enamorada,
¿acaso fue más bella que vos?, ni Scherezada,
la oriental narradora de hermosa perfección.

En vuestro álbum hermoso dechado de primores
zarzales son mis versos en un campo de flores;
imploro para ellos benévolo perdón.

Íntima

En el máximo circo de la opulenta Roma,
rodeada de su corte de nobles augustanos,
caía, divina augusta, cabe el podium se asoma
mientras el breve espéculum, fugaz, brilla en sus manos.

El anfiteatro inmenso la muchedumbre llena
y entre el silencio y calma de los espectadores
bravamente se empeñan en la dorada arena
en singular combate, dos diestros gladiadores.

Uno es rubio sicambro de gallarda apostura
que viene de las tierras brumosas de la Galia,
con su cota de malla y su férrea armadura
a morir bajo el bello azul cielo de Italia.

El otro, del tridente, que es un noble reciario,
tiene el cuerpo frotado con aceite de oliva,
y en sus redes procura coger al adversario
que ágil y diestramente, la fina red esquiva.

En vano la victoria busca el sicambro rubio.
La lidia se prolonga. ¿Con su gracia y destreza
ha de vencer el ágil, fuerte reciario nubio
o el atleta sicambro de la rubia cabeza?

Como en el Coliseo de la opulenta Roma,
(llenas de graderías, el estadio dorado)
mi alma, Divina Augusta, cabe el podium se asoma;
dos gladiadores luchan: la Virtud y el Pecado…


(¿1913?)

In memoriam

a Rosa Gamarra Hernández


Cuando te vi la última vez
algo siniestro te envolvía,
y en tu rosada palidez
de los crepúsculos había;
y el eco dulce de tu voz
en el silencio se perdía.
¿Dónde te has ido tan veloz?
¿En qué paraje desolado
está tu espíritu abismado,
pobrecita criatura de Dios?

¡Y no estar ahora a tu lado
para poder llorar los dos!

¡Mi espíritu desconsolado
te busca con ansia infinita
y has dejado mi alma marchita
y tú también te has marchitado!

Mi juventud se ha disipado
con el adiós de tu partida;
¡no sabías que te había amado
y eras lo más amado de mi vida!

Sólo hay una ilusión perdida
y un ensueño que no se ha realizado:
tú para mí eras la elegida
y yo, oh amada, el esperado…
¡y nunca nos hemos juntado!


(13, marzo, 1913)

Diario íntimo

I

Es estival crepúsculo zarpó la crepitante
blanca nave dejando su estela sobre el mar,
como una grácil novia que arrastrara sus tules
sobre ondulante alfombra llena de majestad.
En la afilada prora quebráronse las olas
y de las chimeneas surgió el humo de la paz
de la noche sombría, hacia la curva estéril
de la costa, perdida en la insondable oscuridad.
¡Oh la fosforescencia de las horas del trópico!
¡Oh las naves que cruzan el misterio del mar!
Como ánimas perdidas en las sombras inertes
que se acercan, se miran y no se encuentran más!
¡Oh!, la nave que zarpa de la tierra propicia
como leve gaviota que se pierde en el mar
y los blancos pañuelos que aletean inquietos
desde la orilla como si quisieran volar
y mueren en la vaga diafanidad marina
mientras las olas dicen, al contacto fugaz
de la prora que avanza majestuosa y serena,
como un lamento funeral:
—¡Ay de los que se quedan!
—¡Ay de los que se van!

Acodado en la prora he recordado todos
los instantes tranquilos de mi infantil edad
la casa vieja, los besos de mi madre,
la aldea abandonada, adormida al tenaz
sollozo lento de las olas, los raquíticos pinos,
la iglesia triste, fría, severa y secular,
los crepúsculos rojos desde el muelle simétrico
los frágiles toñuces del verde toñuzal,
los pescadores indios, inocentes y buenos,
todas mis ilusiones ingenuas, idas ya …

He recordado el soplo trágico de las paracas
que irisaban el mar
y pintaban con su polvo amarillo
la ciudad;
y las ringleras de las aves marinas
que iban en pos de nido bajo el cielo estival
tomando al sur en los atardeceres;
la pareja de bueyes que guiaba el gañán,
cuando sonaba en la campana el Angelus
y el sol se hundía lentamente en su dorada agonía crepuscular.
Y he llorado una lágrima
por todo eso que no volverá:
—¡Ay de los que se quedan!
—¡Ay de los que se van!

He visto los prodigios
de una civilización colosal.
Grandes ciudades rebosantes, geométricos jardines,
enmohecidos bronces, palacios de mármol secular,
nobles lienzos donde magnates llenos de pompa vana
y damas gráciles de adorable rostro, que esfumándose
van en la pátina negra del tiempo
como cadáveres sonriendo en una semivida real;
a toda la Humanidad:
mujeres cadavéricas, hombres exhaustos, huesudas manos,
como en funambulesca danza diabólica pasar,
bocas bermejas de metálicos dientes
sonriendo entre las luces…
¡Oh máscaras de un triste carnaval!…
Con los ojos profundos
entre pieles australes,
como vampiros negros,
incrustadas de piedras,
sedientas de besar,
deprimidos carrillos, manos vibrantes,
siempre deseosas de algo más,
ambiguos ojos verdes y divinas sonrisas
llenas de gracia y artificialidad.


(¿Agosto, 1913?)

La viajera desconocida

En el rostro anguloso de fiero perfil duro
se enseñorea el aire de su adusta mirada;
parece que viniera de una tierra ignorada,
habla un idioma extraño, sordo, lento y oscuro.

La cabeza inclinada en la cóncava mano,
el cuerpo agazapado en un gesto felino,
sus ojos son los siniestros del Destino
y su boca la puerta de un insondable arcano,

Cuando el mar en las tardes su furor agiganta,
la ignota en un impulso violento se levanta
y las rojas quimeras del crepúsculo mira.

Pasa sobre la nave graznando una gaviota,
epilépticamente la dura hélice gira
y en la estela agitada la blanca espuma flota…


(1913)

El hermano ausente en la cena de pascua…

La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
y sobre ella la misma blancura del mantel
y los cuadros de caza de anónimo pincel
y la oscura alacena, todo, todo está igual…

Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
mi madre tiende a veces su mirada de miel,
y se musita el nombre del ausente; pero él
hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.

La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar,
pero no hay la alegría y el afán de reír

que animaran antaño la cena familiar,
y mi madre, que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…

El conjuro

El barco va a manera, sobre el mar inestable,
de un cansado titán que buscara su lecho
y el viento entre las jarcias silba agudo, a despecho
de la hélice que gira veloz e inexorable.

Como un gran corazón, crepita; mas advierte
la mirada radiante del fanal, que, avizora,
le indica la asechanza marina, y con la prora
en blanca espuma frágil, al cruzarla, convierte.

Va sin temor, confiado, seguro en su destino;
y la hélice da el impulso, el timón, el camino
y atraviesa la negra sombra inerte, ligero.

Y el conjuro del mar ruge a su paso. ¡Pero
hay rocas y hay tormentas, y ha de llegar un día…!
Y toda tu armadura ¡oh vano!, será mía…

Luna Park

En París, una noche, una dama, el Destino
y mi sudamericana curiosidad,
lleváronme hacia la maravilla
deslumbrante y sonora de Luna Park.
El auto se detuvo matemáticamente:
la fiesta había comenzado ya.
Subí tímido y serio con mi dama,
más blanca y fresca que el crisantemo de mi frac,
para ver cómo se divertía
en el centro del mundo la Humanidad.

Y heme aquí de repente en una estancia
cuyas gentes se multiplican en los espejos de cristal
y a donde las almas lujuriosas e insaciables
como inconscientes mariposas van;
giran bailando las parejas,
ostenta sus insolencias el champagne;
desfilan elegantes policromías;
finos cigarros hacen columnas de humo en espiral;
un joven «chic» se mira en un espejo;
una dama diserta sobre Sarah Bernhardt;
un banquero cena entre mujeres,
congestionado, con su gran abdomen y sus ojos turbios de voracidad.
«Madame de Lys» cuchichea en misterio
con un garzón embotonado y glacial:
se cruzan miradas ardientes y francas;
aquí una desdeñosa, allí un sentimental;
aquel joven moreno de cabellera de ébano
conversa con una «notabilidad»;
esta belleza de veinte años, con ojeras profundas
y silueta felina y gentil caminar,
a un dispendioso sudamericano
pide un billete de cien francos. El dispendioso se lo da.
A unos enloquece el «tango», el «one step», el «turkey»,
a otros el amor, la menta y el champagne.
Una frenética alegría desbordante
encrespa las olas frágiles de ese mar
donde los náufragos deliran con una ansia infinita.
Y en medio de la vida fugaz,
que no tiene más dioses que Monsieur de Fouquiéres,
ni otro templo que el admirable de Paquin,
ni otra música que el tango cadencioso
que en sus rítmicos pasos hace olvidar, reír, llorar,
elevando sus almas a regiones de ensueño
donde desaparece todo mal.
Vinos, damas, cigarros, placer, tango argentino,
¿qué más?…
Bajo a los parques simétricos
donde derraman su luminosidad
mil lucecillas como mil ojos encendidos
que no se cansan de mirar;
carrouseles que giran vertiginosamente
ferias, carritos, caballos, lagunas; un bazar
donde las «demoiselles» ofrecen monitos de goma
que caminan con apostura marcial.
En un rincón hay una tribu de salvajes
en donde ceban su curiosidad
niños, ancianos, mujeres y soldados
que oyen el raro platicar
de aquellos primitivos que en sus cónicas chozas,
indiferentes y desnudos, vienen y van.

Y pienso: pobres salvajes míos,
¿qué cosa hacéis en Luna Park?
Estas gentes, hermanitos incautos,
después de compraras os venderán
y os harán el gran daño
de quereros en pago civilizar.
Y vuestros hijos ¡oh hermanitos salvajes!
danzarán, vestidos de frac,
con las hijas de esas damas
que en el salón danzando están.
¡Ah pobres cafrecitos ingenuos
cómo os dejasteis cazar!

Eráis fuertes, ágiles, viriles,
teníais una suprema libertad;
vuestros ropajes eran el rayo cálido del día
y en la noche la caricia lunar,
vuestras aves eran vuestras, vuestra tierra lo era;
no distinguíais el bien del Mal
sino por lo que os gustaba
y lo que os dejaba de gustar.
¡Infelices salvajes! No más bosques ni ríos
no más valles fecundos, no más asar
cabritillos silvestres en las fogatas rojas
ni vencer la furia del brutal
elefante, ni del inquieto tigre, ni del león iracundo.
¡Os van a civilizar!
Sufriréis las torturas de estos viejos de veinte siglos;
sentiréis la inquietud del más allá,
y vosotros que asesinasteis fieras
vendréis aquí a bailar
el argentino tango que conmueve
la Rosa de los Vientos de la Humanidad.
Seréis escritores, artistas, filósofos,
académicos; vestiréis el uniforme militar,
banqueros, tendréis ventrudas arcas de oro;
recorreréis todas las gamas de la sensualidad;
negaréis a Dios, seréis periodistas, frailes,
jueces, santos, ladrones, oradores… Quizá
en vuestra cabeza se ciña
policroma y pesada una corona real;
seréis populares, pordioseros, bellacos,
delatores, truhanes, políticos… ¡Os van
a hacer civilizados, cafrecitos salvajes!
Pero al fin iréis a bostezar
de hastío y desesperanza en cualquier otro Luna Park…

Y volví con mi dama mudo y triste
al salón. La fiesta terminaba ya.
Vi rostros cadavéricos, exhaustos, huesudas manos,
como en funambulesca danza diabólica pasar,
bocas descoloridas de metálicos dientes
sonriendo entre las luces como en un triste carnaval.
Cutis marchitos, toses hondas y huecas, flores deshojadas,
cuentas, garzones, cansancio, malestar,
atmósfera pesada, colillas de cigarros;
las luces se comenzaban a apagar…
En un rincón un hombre gordo y ebrio, hablaba solo
banalidades inconexas haciendo crujir la «petite table».

Y salí con mi dama y entramos en el auto.
La fiesta había terminado ya…


(Roma, 1913)

Corazón…

Corazón! Ponte en pie! Cierra tu herida.
Seca tu llanto, alegra tu mansión,
olvida tu dolor, tu pena olvida,
cubre de flores, tu sutil guarida
y hoy que la Primavera te convida,
¡Corazón, ponte en pie, cierra tu herida
toma el tricornio y canta, Corazón!

No invoques a la musa, hoy que te implora
tu propio dueño una sutil canción,
para cantar un cielo que se adora,
para decirle a un pueblo que se llora,
cuando llega esta hora
de la separación,
para triste decir
¡tú eres la única musa, Corazón!


(¿1914?)

Desolatrix

La cruz abre sus brazos sobre el pecho del muerto,
cuya frente parece querer aún pensar,
y en su lívida boca juguetea un incierto
sonreír vago y triste. ¡Cuán incómodo está!

Sombra, silencio, frío, soledad infinita
en el estrecho ambiente. Apacible vagar
del perfume que exhala la corona marchita.
No se oye el badilejo, sobre la mezcla, ya…

El enjambre voraz dentro del cráneo horada,
y las que ideas fueron nutren a los gusanos,
que van hurgando, elásticos, la roña descarnada
hasta que muertos caen de los despojos vanos.
El Cristo de metal se oxida entre las manos,
y desde aquel instante ya no se siente nada…


(Lima, 1914)

Credo profano

Yo aspiré en la fragancia de la flor de mis horas
la ilusión infinita de una mujer doliente.
¡Oh!, mujer, ilusión, sol nostálgico que doras
las cumbres desoladas de mi alma adolescente.

Yo aspiré en la tristeza de la tarde de mi alma
el suspiro distante de unos labios sedeños.
¡Oh suspiro!, armonía perfumada de calma
que nace en el lejano jardín de los ensueños.

El sol era una llama de amor que se extinguía
—ya para no volver el hermano sol se fue.
El amor se alejaba, la tristeza era mía,

lo que tuve y no tengo, lo que jamás tendré.
El silencio era hondo y el dolor amatiste;
el tiempo que envolvía en un bálsamo de esencias,
y una voz que nacía del fondo de lo triste
murmuraba a mi oído sutiles confidencias.

Vermouth

Delante de la mía
estaba tu luneta.
A veces se volvía
tu cabecita inquieta
y luego yo sentía,
—una obsesión de esteta—
que reía e………………
boca de …………………

Tu abanico hizo viento
y me besó tu aliento
sin que supieras tú.

Eran las siete y media,
una alegre comedia
y la tanda vermouth.


(1915)

Hoy…

Hoy estás más bonita
que ayer, acaso por
la ternura infinita
de una carta de amor.

Vas como a una cita
a la misa mayor
de la Virgen bendita
y de Nuestro Señor.

Te has mirado en la esfera
de tu reloj pulsera
y te has sentido igual.

Y tu elegante torso
ha ensayado un escorzo
de soslayo a un cristal.


(1915)

El árbol del cementerio

No la tranquilidad de la arboleda
que ofrece sombra fresca y regalada
al remanso, al pastor y la manada
y que paisaje bíblico remeda.

No el suspiro de la ola cuando rueda
a morir en la playa desolada,
ni el morir de la tarde en la callada
fronda que al ave taciturna hospeda

dieron a mi niñez ésta en que vivo
sed de misterio torturante y honda,
donde todos los pasos son inciertos:

fue del panteón el árbol pensativo
en cuya fosca, impenetrable fronda
anidaban las aves de los muertos.


(¿1915?)

De regreso

No por brindar la primicia
o despertar la malicia
o alentar el reportaje,
consignamos la noticia
de que ha vuelto de su viaje
el Ministro de Justicia…

Fue a Yungay —en donde ya hay
quien le conozca… de vista—
y fue de éxito, imprevista
su residencia en Yungay.

«Desde la princesa altiva
a la que pesca en ruin barca»
desde las clases «de arriba»
a las de más pobre marca,
en su comitiva iba
—¡oh impensada comitiva!
lo mejor de la comarca…
y se admiraba a la vez
entre ese gentío atroz,
su política esbeltez,
la tersura de su tez,
el gesto de sencillez,
el encanto de su voz.

Lo gentil de su talante
lo veloz de su carrera…
en fin, todo… hasta que fuera
el propio representante
y nadie lo conociera…

Fue un éxito a no dudar,
pero un éxito sin par
y del más puro sabor
(un éxito… que el lector
ya se puede imaginar).
Y cuando entre una ovación
en masa la población
quiso su verbo escuchar
y le obligó a improvisar
desde el borde de un balcón,
el entusiasmo fue tal
que casi en la exaltación
lo echan por el barandal
del balcón circunstancial
en plena improvisación…

Después… Banquetes, retretas,
agasajos y loores,
mantel largo, vino, flores,
ditirambos de poetas;
frases finas y discretas
de lo que en Yungay se aspira
y el ministro que suspira
pensando que ya, en esencia,
nada en Yungay, es mentira,
ni lo de su residencia…

Hoy el ministro ha tomado,
hoy al ir a su bufete
se siente más diputado
tras el último bocado
del penúltimo banquete:
Tiene plácida la faz
que asomara a su despacho,
ya se siente capaz
de discutir de Huaraz,
Caraz, Yungay y hasta Huacho.
Mira mejor al portero
y mejor al secretario
y mejor al recadero
y mejor… al mundo entero
si eso fuera necesario.
Mira mejor… —¡Oh favor
de todos los dioses que hay!
Es el milagro mayor:
que con sólo ir a Yungay
mire el Ministro mejor…


(1915)

El ministro de gobernación

«…El Ministro de Gobierno, metiéndose en el coche de Palacio que presidía el cortejo fúnebre, obligó al Presidente de la Suprema, quien debía arrastrar el duelo, a que tomara otro carruaje». (De las notas de un repórter).


Quizás si se excusaría:
—Yo arrastro mejor que usía
y vale más que se baje…
(Y esta vez no hubo tranvía
que atropellara al carruaje).

El Señor de la Suprema
que sin duda lo temía,
por eso o por una extrema cortesía,
subió en el coche siguiente
no dijo esta boca es mía,
y el Ministro enhiestamente
viajaba de presidente
de la Corte y sonreía…

Esta es señal de que ya
el Ministro enhiestamente
viajaba de presidente
de la Corte y sonreía…
Esta es señal de que ya
el Ministro se nos va.
Como se acerca el Congreso
y ellos no sirven para eso
de rendir explicaciones,
rehuyen todo proceso
y se van de vacaciones.

Y antes de irse, por dejar
más duradera memoria
de su huella transitoria
que se pudiera olvidar
el uno trata y contrata,
otro se marcha de viaje
y van tres en un carruaje
que choca y se desbarata…

Sólo le faltaba el turno
después del choque de turno
al enhiesto, taciturno
funcionario de gobierno.
Y aprovechó la ocasión
y sin consultar consejo
se metió de sopetón
a presidir un cortejo.

Y aunque no chocó, pues no
cruzó un carro en ese instante,
el hecho es que presidió,
que fue lo que le chocó
al cortejo acompañante…


(1915)

Liquidación nacional

Como hace falta dinero
según es caso notorio
y lo sabe el Perú entero
por boca del Provisorio,

atendiendo a que es preciso
lograrlo a cualquier modo
se resuelve sin aviso,
señores, venderlo todo.

Al contado más violento,
y ni en letras a la vista,
se vende con gran descuento
todo lo que sigue en lista:

Entre objetos que no narro
por no ir hasta el detallismo,
van la higuera de Pizarro
y el esqueleto del mismo,

el balcón de Huaura, donde
San Martín mirar solía
cómo aparece y se esconde
el Astro Rey cada día;
la historiada y reformada
Biblioteca Nacional;
el de madera tallada
coro de la Catedral;
del curioso Caquetá
algún bélico trofeo
que si en el museo está
se vende con el museo.

La madera de la obra
parada del Ministerio
de Gobierno, donde sobra
para cualquier gatuperio;

y el Polígono de Tiro;
de la Cripta el marmolado;
y, siguiendo en ese giro,
la techumbre del Senado;

el reloj municipal,
de Palacio, algún balcón,
las baldosas del portal
y la india de Colón.

De algún muelle el privilegio
la isla San Lorenzo añado,
y en Guadalupe el colegio
más la imprenta del Estado.

Los submarinos que hoy día
navegan con marcha lenta,
sus boyas, su tubería,
y la penitenciaría
con pacto de retroventa.

¡Para hacer un negoción
la ocasión es colosal!
¡Jamás se verá otra igual!
¡Aprovechad la ocasión
de esta gran liquidación,
liquidación, nacional…!


(1915)

El de Huaraz

El connotado y notorio

perentorio
transitorio
provisorio
de Huaraz

al galope de una yegua

que sin tregua
legua y legua
va tragándose al azar,
ha pasado,

—¡desdichado!
por las puertas de Chiquián…

Casi mustio por el dolo,

casi solo,
con un cholo

que le sigue por detrás,
va fugando en marcha ruda

triste y muda
sin la ayuda

de alma alguna de esta viuda
(¡de esta vida!) que la viuda
(que una viuda de Huaraz)…
Va bebiéndose el camino

que mohíno,
repentino

ha tenido que emprender,
sin tener otras ventajas

que sus bajas
y las bajas de las cajas
que ha podido sorprender…
Va impalpable, como un duende…
(Ya se entiende
si Ferreccio lo sorprende
lo que ocurrió a la sazón).

va viajando,
galopando,
reventando,

caminito de Monzón…
Desde allí quizá, genial
volverá a la capital;
desde allí quizá genial
tome rumbo hacia el Brasil;
desde allí quizá… quizá,
sabe Dios a dónde irá…
Pero doquier que vaya,
(si antes no le pone a raya
la fuerza que va tras él)
tras su campaña brillante,
más la viuda acompañante
y el dinero resonante,
hará un sonante papel…


(1915)

Desolatrix

Umana cosa picciol tempo dura.
– Leopardi


Un álbum… Una dama que entre los folios tersos
ha de buscar inquieta la ofrenda primorosa…
La pluma está en mi mano vacilante y medrosa,
pero en mi corazón no florecen los versos.

Yo no creo que el lírico valor de mis esfuerzos
haga brotar en mi alma la ofrenda primorosa:
un secreto dolor, cual pétalos de rosa,
mis más amados ritmos se ha llevado dispersos.

Hoy quisiera, señora, cantar vuestros hermosos
prestigios, el divino don de vuestra belleza,
vuestro selecto espíritu elogiar en mi canto,
pero a mi derredor sólo escucho sollozos,
ya sólo me acompañan mi perenne tristeza
y este mi corazón que se deshace en llanto…


(Lima, 1915, octubre 18)

Nocturno

Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio
y tengo miedo que despierte
al suave roce de mis pasos lentos…

La iglesia eleva sus dos torres
en la oquedad honda del cielo
y cruza el aire el pentagrama
del poste del teléfono.

Pide limosna, lamentable,
un mendicante viejo y ciego
y habla de Dios y dice: ¡Hermanos!
y tiende al aire su sombrero.

Pasa un borracho, hinchado el rostro,
echa hacia mí su aliento fétido,
alza los brazos y gritando:
—¡Viva el Perú! —Se cae al suelo.

La luz de un arco parpadea,
chocan sobre ella los insectos,
cambia a mis pasos la quebrada
rara silueta de los techos.

Duerme un cansado caminante
en el umbral amplio del templo
y allí en la esquina, junto a un poste,
con gravedad se mea un perro.

Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio
y me parece que alguien
sigue mis pasos a lo lejos…

Un auto lleno de faraútes
pasa, alborota, insulta; entre ellos
van las criollas cortesanas
zambas pintadas y de pies pequeños.

Ya la ciudad está dormida,
yo solo cruzo su silencio;
repite el eco en el vacío
el duro golpe de mis pasos lentos.

De estas cien mil almas que duermen
¿cuál soñará lo que yo pienso?…
¿Acaso aquella que esta tarde
sonrió a mi paso y me miró en silencio?

En los siniestros hospitales
se moverán insomnes los enfermos…
¿Quién llorará desconsoladamente?…
¿Quién se estará muriendo?…

¿En cuántos labios juveniles
se contraerán frases y besos?
¡Cuántas mentiras adorables!
¡Qué desgraciados estarán naciendo!

Y ella en la muda alcoba blanca,
rosado y tibio su jugoso cuerpo,
extenderá su cabellera rubia
sobre las rojas flores de sus senos.

Y una sonrisa insinuarán sus labios
y su nariz aspirará deseos
¡y yo estoy vivo, yo lo sé y la adoro
y ahora no puedo darla un beso!

Y pasarán inexorables
horas y días, juventud y sueños.
Hoy tengo miedo de morirme.
¡Qué solo debe estar el cementerio!

Ya la ciudad está dormida,
y sólo cruza su silencio
el ruido que hace la pesada
negra carroza de los muertos…


(1916)

Optimismo

Si al dúctil, turbio Sino la tibia acción se suma
y un frágil copa de oro la dulce miel se escancia,
no importa que no instile la rosa su fragancia
ni que el cielo se cubra con languidez de bruma.

La túnica ondulante de una aura que se esfuma,
ésa es la azul nostalgia sonriente de la infancia,
y el eco que simula sollozo en la inconstancia
es ánfora marmórea cuyo aroma no azuma.

La vida, esa inconsútil partícula divina,
presenta al duro esfuerzo la estela diamantina
de la luz de una límpida sensación otoñal.

Feliz el que se inmola en aras de una idea;
mejor el que renuncia la vid que serpentea
y se hunde en el nirvana de un ensueño exilial.


(¿1916?)

Crepúsculo

¡Divina helena sensación!
Moría el sol en el confín
una tristeza el corazón.

En la alegría vesperal
rubia la luz como de miel
doraba todo el lauredal
¡y estaba en flor cada laurel!

Cruzaba la dorada estela
el ala breve de la vela
de un botecillo pescador,

y el hondo cielo desleía
una sutil melancolía
sobre mi casto corazón…


(1916)

Tristitia

Mi infancia que fue dulce, serena, triste y sola
se deslizó en la paz de una aldea lejana,
entre el manso rumor con que muere una ola
y el tañer doloroso de una vieja campana.

Dábame el mar la nota de su melancolía,
el cielo la serena quietud de su belleza,
los besos de mi madre una dulce alegría
y la muerte del sol una vaga tristeza.

En la mañana azul, al despertar, sentía
el canto de las olas como una melodía
y luego el soplo denso, perfumado del mar,

y lo que él me dijera aún en mi alma persiste;
mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar…


(1916)

Fugaz

Venía por la curva
honda y gris del camino.

Se acercó sin mirarme
bajo el cielo tranquilo.

Me miraron sus ojos inefables;
y un gran silencio del paisaje, vino.

Y se perdió en la sombra
inerte y perfumada del follaje macizo.


(1916)

Confiteor

I. Mi alma se hastía inexplicablemente

Yo no sé, verdad, por qué ya no la quiero,
por qué cuando ella viene mi corazón se va…
ella es la misma, espléndida, rubia, fresca, jugosa,
con la misma pasión y la misma vidriosa
mirada azul… Dios mío ¿por qué no la amo ya?…

Cuando estoy lejos de ella, mi carne la reclama,
pasa por mi cerebro con resplandor de llama,
pero mi corazón ni la siente ni la ama…

Yo he llorado su ausencia largos días siniestros;
y como yo he llorado nadie supo llorar,
ella está en mi memoria perennemente bella
y ahora, cuando ella viene, mi corazón se va…

II. El presentimiento del amor que agoniza

Veo aquel viejo amor esfumarse en un hondo
valle gris donde el cielo posa su silenciosa
mirada azul, la misma silenciosa mirada
qué tenían los dulces ojos de mi adorada.
Veo que mi tristeza se acrecienta cuando ella
se aleja; veo que nada es bueno
si no viene de ella, y sin embargo siento
que ya sus ojos no hacen vibrar mi pensamiento.

III. Cómo se distanciaron nuestras almas

¿Qué teníamos bajo el sauce y la luna
aquella noche los dos?…
Enmudecimos, se helaron nuestras almas,
se detuvo un instante mi corazón,
filtrábase la luna por entre los ramajes
y en un instante sentí el horror
de poder olvidarla, de poder rechazarla,
de poderle quitar mi corazón.

IV. El dardo del recuerdo sorpresivo

Fue el recuerdo de unos ojos tranquilos
que brillaban con desusado fulgor.

V. La Visión de Clemencia

Fue el recuerdo de sus ojos tranquilos.
Fue el alma de Clemencia que se cruzó.
Sentí el perfume de su carne joven;
la armonía de su cabello peinado en dos
trenzas largas y brunas; fue aquella
insuperable visión
de la niña inocente, cristalina, pálida,
en cuyo pecho surgían para el amor
las dos promesas adorables de sus senos
y el palpitar inquieto de su nervioso corazón.

VI. La obsesión delirante

¡Ah! ¡Yo no he podido pensar en otra cosa!
Desde ese instante mi vida le perteneció.
Desde ese instante odié a todas las que antes
me dieron su carne, sus besos, sus palabras, el calor
de su cuerpo; desde entonces
su recuerdo basta para mi amor,
su mirada basta para mi amor,
su mirada basta para mi vida,
su voz basta para mi pasión,
sus ojos son mi único cielo,
sus labios mi única contemplación,
su naricilla recta, sus blancos dientes, su cabellera,
son el Pasado, el Presente, el Porvenir, la Vida, la Muerte y el Amor.

VII. Pienso en la tragedia de olvidar su imagen

¡Ah! ¡Yo me moriría
si ella se borrase de mi imaginación!

VIII. Delante de ella mi alma tiembla como un junco débil

Nada ha conmovido mi alma
como ella, sin quererlo, la conmovió;
nada pudo hacer de mí un siervo,
nada pudo cambiar el raudo vuelo de mi yo;
pero hoy siento que todo le pertenezco,
que ya soy un abúlico, que soy
su siervo, su amigo, su perro… Todo lo que los otros han hecho
sería capaz de hacer yo.

¡Ah! ¡Si ella me mirara
no sé qué haría con mi alma ni dónde ocultaría lleno de temor mi corazón!

IX. La versión persistente

Cuando sueño, ella surge en mi cansado cerebro
como una lánguida y consoladora visión,
siento que sus manos, suaves y largas, me acarician,
siento el calor
de sus labios sobre mis labios
y mi corazón vibra con su corazón.
Cuando vigilo, su recuerdo me envuelve;
he perdido mi paz, mi voluntad; voy
por las calles como quien va por un mundo
impalpable, rezando la oración
que sólo puede hacer pensar en Dios.

X. No todos pueden comprender

Los que no la conozcan; los que no hayan sentido
su mirada; los que no hayan visto su frente llena de honda meditación;
los que no hayan contemplado el lienzo de Burne Jones
donde está el Ángel de la Anunciación;
los que no hayan soñado con ella antes de conocerla;
los que no tengan la maravillosa concepción
de la Belleza Verdadera
hecha de carne, de línea, de espíritu y de amor,
no podrán comprender nunca
cuánto y por qué la quiero yo.

XI. Mi amor animará el mundo

¿Qué haré el día en que sus ojos
tengan para mí una mirada de amor?
Mi alma llenará el mundo de alegría,
la Naturaleza vibrará con el temblor de mi corazón,
todos serán felices:
el cielo, el mar, los árboles, el paisaje… Mi pasión,
pondrá en el universo, ahora triste,
las alegres notas de una divina coloración;
cantarán las aves, las copas de los árboles
entonarán una balada; hasta el panteón
llegará la alegría de mi alma
y los muertos sentirán el soplo fresco de mi amor.

XII. ¿Es posible sufrir?

¿Quién dice que la vida es triste?
¿Quién habla de dolor?…
¿Quién se queja?… ¿Quién sufre?… ¿Quién llora?

XIII. Ella me explicaría lo inexplicable

Yo imagino tenerla a mi lado
en el campo, en un crepúsculo, cuando el sol
agoniza; llevarla de mi brazo
con pasos lentos, en silencio, sobre las hojas; los dos
pensando en una sola cosa… Ella me dice el misterio
de su vida anterior,
cuando su alma vivía
en otros mundos, bajo otros cielos y presentía nuestro amor,
y me dice el porqué de las cosas
y analiza lo que no puedo analizar yo,
porque ella tiene el color
extraño, porque ella es divina, es de otra carne…

XIV. Aseveración

¡Ella es hecha personalmente por Dios!

XV. Salmos

¡Clemencia! ¡Clemencia! ¡Clemencia!
¡Por fin te hallé en el mundo; para ti fui creado yo!
Ya estamos juntos, vamos de la mano
a darle las gracias al Señor.
Recemos en silencio,
arrodillados, musitemos la primera oración…
Ahora comprendo por qué he sufrido tanto,
ahora comprendo el Amor,
ahora comprendo la Vida,
ahora los dos
somos un beso, un cuerpo, un espíritu, una verdad fecunda.
porque ella ve con esos ojos que nunca han aparecido en el Mundo,
¡Ah! ¡Qué bueno era Dios!


(¿1916?)

Abre el pozo…

Abre el pozo su boca, como vieja pupila
sin lágrimas. El ñorbo se envejeció trepando.
El horno que en la pascua cociera el bollo blando,
como una gran tortuga, silenciosa, vigila.

La araña en los rincones, nerviosa y pulcra, hila
la artera geometría de su malla enredando.
Las abejas no vienen a libar, como cuando
miel destilada el pecho que ahora dolor destila.

Los restos de mi dulce niñez busco en la oscura
soledad de las salas, en el viejo granero,
y sólo encuentro la honda tristeza del pasado.

El corazón me lleva por el viejo granero
y encuentro en los despojos, viejos, decapitado,
el caballo de pino del que fui caballero.


(¿1916?)

La casa familiar

Para don Alejandro Parró.


Ya la casa está muerta. Ya no es la misma casa.
El jardín florecido se extinguió. A la desierta
alcoba ya no sube, escaladora experta,
la vid en frescos pámpanos, en racimos escasa.

Ya el asno con la alfalfa florecida no pasa,
ni el viejo panadero se detiene a la puerta,
ni platican los padres… ¡Ya la casa está muerta!
¡Ya no hay voces hermanas! ¡Ya no es la misma casa!

Humedad. Muros rotos. Un acre olor de olvido.
Hieráticas, las viejas blancas aves marinas
se posan en la triste morada solitaria…

Y sobre los escombros del hogar extinguido,
el ñorbo abre en el aire su corona de espinas,
¡su corona de espinas perfumada y precaria!…


(En Pisco, en abril en el año del Señor de 1916)

Ritornello

Para vivir en el amor
basta que un alma nos sonría
¿Qué nos importa que el dolor
con un rictus de vencedor
exhiba su máscara fría?
Para vivir en el amor
basta que un alma nos sonría.

Para luchar contra el destino
basta que un alma nos escude.
Torbo y siniestro, en el camino,
que el búho envidioso y cetrino
nos grite al paso y se demude.
Para luchar contra el destino
basta que un alma nos escude.

Para libramos del olvido
basta que un alma nos comprenda,
¿qué importa el ser o no haber sido
o que el destino adverso, herido,
sus iras trágicas encienda?
Para libramos del olvido
basta que un alma nos comprenda.


(Año de Gracia y del Señor MCMXVI
ciudad de los Visorreyes, mayo florido
)

Cobardia

Sobre la arena mórbida que inquieto el mar azota
sombreando la cabaña, vigila una palmera.
La «paraca» despeina su verde cabellera
y junto al pescador gira la alba gaviota.

La tortuga longeva pensando en la remota
malhadada aventura que la hizo prisionera
medita una evasión y realizarla espera
si el anciano se embriaga en el sopor que flota.

El asno bajo el viento abre y cierra los ojos.
El perro con desgano husmea los despojos
y enarcada la cola marcha a saciar su sed.

Duerme el viejo la siesta… La tortuga resuelve
fugar y de puntitas se aleja… pero vuelve
¡la estaba viendo huir, desde un rincón, la red!


(¿1916?)

En la quinta del virrey Amat

Ya no corre el arroyo que las vides añosas
sombrearan bajo el arco musgoso de la fuente;
ya los cauces no llevan la tranquila corriente
y en el viejo jardín se han dormido las rosas.

Cupido, mutilado, lágrimas silenciosas
derrama entre el follaje que oculta la piscina
por un dulce amor lueñe… Y la tarde declina
y en el viejo jardín soñando están las rosas…

Es la hora inefable de cita y de misterio.
Entre el ramaje espeso, como en su cementerio
van dos sombras sutiles, silenciosas y unidas:

la espléndida criolla y el visorrey galante…
Las rosas se despiertan, perfuman un instante
cuando pasan, y vuelven a quedarse dormidas…


(¿1916?)

Vosotros sois felices!…

¡Oh rincón memorable! Hogar precario y lleno
de paz de algarrobales, bajo el azul sereno
donde al cálido sol, la campiña se mustia!
¡Oh rincón memorable donde volvía a ser bueno
como un niño: sin lágrimas, sin tedio y sin angustia!…

Vosotros sois felices; ¡oh copos de algodón!
porque no conocisteis sus pupilas, más verdes
que la verde bellota que, como un corazón
ofrece vuestras ramas!…

Vosotros sois felices; ¡oh copos de algodón!
porque no conocisteis las curvas de su cuerpo
mucho más armoniosas y más llenas de unción
que las gráciles curvas de vuestras ramas verdes!


(¿Pisco, 1916?)

Tea

Tu sonrisa traviesa
se miró en el plaqué
de la tetera obesa
y en la taza de té.

La música vienesa
aletargó el Palais.
Rimé de sobremesa
un verso sin por qué.

Soñé la tontería
de una galantería
bella y sentimental.

Te busqué en su espejo
y un milagro complejo
me hizo sentirte dual.


(1916)

Tu cuerpo de once módulos…

Tu cuerpo de once módulos donde impreciso asoma
el deseo de tu alma gozadora e inquieta,
no sé qué gracia adquiere sobre la bicicleta
ni qué extraño prestigio, para mis ojos toma.

Eres serena y tímida como mansa paloma,
y hay en tus labios una dulce emoción
discreta y crece mi deseo cuando hacia ti el atleta
se acerca, o si el payaso dice una inocente broma.

Cuando desde mi palco te contemplo y te veo
si necesario fuera, dulce volatinera
por seguir tus encantos fuera volatinero.


(1916)

Loa máxima a Andrés Dalmau

Poema


Sonora vibración en el arco largo, fino, agudo, insinuante, multicorde. En cada uno de sus hilos, resucita la alocada cuadriga de alados caballos blancos, pujantes, galopantes, crepitantes que ofreció los hilos de las crines violentas para tu arco sonoro y multicorde.
Galopante, pujante, crepitante en su máxima arrogante sonoridad viril, varonil, juvenil. En el hilo de nervios del arco multicorde, largo, fino, agudo, insinuante, esbelto, masculino, unánime, multánime, resucita el espíritu de los líricos que ofrecieron su médula espinal para cuerda de tu arco multicorde.

Sonora vibración inefable, intangible, insondable, apacible, vaga, tenue, lenta, mansa, grata, lacrimante, piadosa. El arco unánime presiona, persigue, insiste como una espuela blanca en el cuello femenino del violín que estalla en sollozos, agoniza y muere.

Brota la Extraña Sonoridad Divina en la copa honda, mística, vibrante y crujiente, al restregarse en su lomo el arco masculino y eléctrico. La caja, extraña rana galvánica, vibra al roce de la multicorde vara mágica y unánime.

¡Dalmau! ¡Dalmau! ¡Dalmau!

Yo, máximo escritor de una juvenil generación de artistas, te consagro mi canto sonoro, armonioso y robusto.

Salve Lírida


Abraham Valdelomar
(El Conde de Lemos)


(1916)

A Tórtola Valencia

Valdelomar — Tórtola Valencia: tu cuerpo en cadencia
de un gran vaso griego parece surgir

Hidalgo — y tu alma como una magnífica esencia
embriaga a la mía cual un elixir.

Mariátegui — ¿Ha sido un milagro nuevo de la Ciencia
que ha animado un noble vestigio de Ofir?

Valdelomar — Tú eres el milagro, Tórtola Valencia,
mármol, vaso griego, Tanagra, zafir.

Hidalgo — La América ruda de quechuas salvajes
con voz te saluda de bravos boscajes

Mariátegui — y su voz es canto, rugido, oración.
Y en la selva virgen de este continente

Valdelomar — eres bayadera venida de Oriente
cual los reyes magos de la tradición…

Ante mí Eduardo Marquina


(1916)

Epistolae liricae ad electum poetam juvenem

A Alberto Hidalgo, autor de la Arenga lírica al Emperador de Alemania.


Alma lírica hermana: a través del camino,
bajo la noche azul, serena y constelada,
cuando los dos hayamos denotado al Destino,
el bronce premiará nuestra heroica jornada.

Zarpa tu carabela de Palos al incierto
mundo ignorado de Cipango. Al puerto,
maguer tormentas, llegarás, alberto.

Joven y audaz, la frente coronada,
tu carabela en ágil marejada,
ha de llegar, la blanca vela hinchada,

a la isla fabulosa de las entrañas de oro;
y cogerás el áureo magnífico tesoro
que guardan los bulbules, bajo el bosque sonoro.

Al emprender el largo pesado viaje rudo
lleva tus ilusiones como bruñido escudo
y como blanco airón, mi lírico saludo!


* * *


Hasta aquí, hasta el recodo del sinuoso camino
donde tengo mi tienda, tu noble verso vino;
tu verso que es un reto viril contra el Destino.

Mi casa, so la playa, es como una atalaya;
a sus pies la marina ola enérgica estalla
y luego en un encaje de espuma se desmaya…

Ayer en la terraza, con la mano en la frente,
veía diluirse en un crepúsculo ardiente,
el último fulgor, melancólicamente…

Mi madre, bajo el vano, se destacaba como
una Virgen María sobre el cielo de plomo;
igual que una figura se destaca en un cromo.

Sobre su cabellera de plata, el sol ponía
una nota de oro. Abajo balbucía
el mar una lejana, infantil melodía…

En el cielo esfumábanse desangradas y vanas
las nubes vespertinas. Y las voces hermanas
soñaban entre el claro sonar de las campanas.

Yo pensaba, soñaba… De pronto oí llamar:
—«¿Es usted el señor Abraham Valdelomar?»—
—Tal. —«Este libro». —Gracias. —Yo volví a mi soñar…

Así llegó tu libro a mi lírica estancia,
así llenaron mi alma de exquisita fragancia
los versos que tu fina sonora copa escancia.


* * *


Hermano: estoy enfermo de vida solitaria;
solo, entre tanta gente de idealidad precaria,
intermitente espíritu y alma universitaria.

Yo me siento morir entre esta horda vana;
mi talento es para ellos como una flor malsana.
Los que ahora me condenan, me aplaudirán mañana…

Yo les he dado todo: el verso cincelado,
la noble prosa fuerte, el comentario alado.
Tal hizo Prometen. ¡Y estoy encadenado!

Alberto, nadie puede comprender lo sutil
de mi alma cristalina, abnegada, infantil:
yo he nacido en el campo y he nacido en abril.

Nadie ha de comprender con qué emoción secreta
las más puras bellezas mi espíritu interpreta,
tú lo comprenderás porque tú eres poeta.

Los versos que tu fina lírica copa escancia
han dejado en mi alma la exquisita fragancia
de un perfume de abril y un recuerdo de infancia.

La cabalgata heroica de tus versos se extienda
por el campo en botón. En mi lírica tienda
encontrarás cobija, después de la contienda.

Triunfarás porque llevas una estrella en la frente,
porque llevas al cinto el acero pendiente,
porque sabes cantar lo que tu ánima siente.

Desdeña toda loa. Toda lección desdeña.
Vive, canta, medita! Tu noble verso sueña;
sólo enseña el dolor. Lo demás nada enseña!

El Dolor —¡viejo amigo!—, el Dolor —¡camarada!
Él dejará tu frente febril, amplia y surcada;
mas te dará su invicta, fuerte y mágica espada.

Te asaltará la envidia, cruel y traidoramente.
En el coro de hosannas sentirás, de repente,
el trágico y rastrero silbar de la serpiente.

Audaz, sombría, trágica, tenebrosa e inquieta,
la envidia te persigue, te busca, te asaeta
y sin embargo un día te corona, poeta!

Entrega toda tu alma a la pasión más fuerte;
derrocha tu salud; tu ingenuidad convierte
en un hondo placer, porque vendrá la Muerte…

Vendrá la Muerte un día con su hoz enarcada,
te tenderá los brazos al fin de la jornada
y es necesario, Alberto, que no se lleve nada…

Placer, vino, mujeres; goza tu juventud;
corona de racimos báquicos tu laúd,
porque abierto y sombrío nos mira el ataúd.

Sostén que sólo es bueno lo que es grato. Desiste
de la Moral que deja nuestro espíritu triste.
¡De placer solamente se vista lo que existe!

Alma lírica hermana: a través del camino,
bajo la noche azul, serena y constelada,
cuando los dos hayamos derrotado al Destino,
¡el bronce premiará nuestra heroica jornada!


(1917)

Ofertorio

Cuando el rojo crepúsculo en la aldea ponía
la silenciosa nota de su melancolía,
desde la blanca orilla iba a mirar el mar.

Todo lo que él me dijo aún en mi alma persiste:
—mi padre era callado y mi madre era triste
y la alegría nadie me la supo enseñar—

A veces, en la sombra, la vaguedad marina
cruzaba el blanco triángulo de una vela latina
y se esfumaba en el confín;
desgranaba las lágrimas de su espuma una ola
y una ave en el espacio se deslizaba sola
hacia la costa curva y gris.

El faro como un cíclope con el ojo encendido,
buscaba entre las sombras algún buque perdido,
—desnudo y fuerte como un pescador—,
ofreciendo su estela como un pródigo brazo
y sus férreas escalas como un duro regazo:
tal a los reyes magos la estrella del Señor…

Hoy, con mi barca débil navegando en la ignota
inmensidad brumosa, la blanca vela rota,
tu espíritu bueno me sepa guiar.
Tú, blanca, dulce, triste, pensativa, adorada,
recuerda y pon en estas palabras tu mirada
amorosa y profunda como el cielo y el mar…


(Lima, 1917)

La ciudad de los tísicos

A Medardo Ángel Silva, en tierras del Ecuador


Este es como un pequeño templo de la Naturaleza,
una hora de silencio, un oasis de paz,
un aldea de ensueño, un paisaje hecho símbolo
en estas tardes de silenciosa musicalidad.


* * *


Aquí sollozan los vencidos y los desengañados;
oran los que fugaron de la loca bacanal;
las que vieron quebrarse en mil pedazos
la endeble y fría lanza de su idealidad;
y el que tenía una amada hecha de sueños
y de lirios que no lo quiso besar más
cuando en su rostro anémico, afilado y marchito
apareció la fúnebre sonrisa de la Margarita Duval.

Aquí sonríen ideando
al caballero que las ha de libertar
las amantes febriles que esperan una hora
que no es la de la Muerte sino la hora medieval
de la llegada del buen Príncipe
que ha de venir armado y amoroso del lado del Mar.
Pero el Caballero de la Muerte
viene y las hace cabalgar
en el Caballo negro y piafante del Misterio
llevándolas hacia el distante reino de la Eternidad.


* * *


Todas las tardes pasan; ojerosas y ardientes
ante la reja, enmadejada por la hiedra; de mi mansión de soledad, hacia el remanso, silenciosas,
las caras ebrias de colores, interiormente carcomidas, como manzanas,
por el mal.

Y un temor lírico me envuelve,
Y sin querer me hace pensar
en los grandes cuerpos musculosos
de los pobladores que vendrán
con sus rojas cabezas y sus picas como dobles guadañas y, manchando la limpidez horizontal,
abrirán el tórax de los cerros hieráticos
en autopsia pujante, vísceras de metal,
y entonces las amadas lánguidas y los desilusionados
los que piensan en las cosas que nunca se han de realizar los que son el encanto de esta aldea de sueños,
desaparecerán!


* * *


He aquí una blanca dama que en las noches de luna
me ha dado su negra cabellera a besar,
me ha oprimido en sus brazos temblorosos y cálidos de fiebre,
me ha envuelto en la agonía de su mal
y me ha hecho la promesa de sus labios
para una hora que ella dice cercana y que yo veo llegar.

Me ha dicho: —Cuando la Naturaleza
se haga sentir íntimamente, más;
cuando la vida en un segundo nos sonría silenciosa,
cuando llegue el instante de paz
que envuelva como un velo nuestras almas,
entonces mis labios se te ofrecerán!

Y tengo un temor lírico
del momento que va a llegar
va a ser en una hora neblinosa
por la entreabierta celosía la Dicha, muerta va a pasar
y va a sentirse viento trágico
soplando del lado del Mar,
y el gran suspiro silencioso
del Caballero de la Muerte que ha de alejarse hacia el lejano reino sombrío de la Eternidad.

Y espero, espero, espero,
en esta aldea de sueños que es como un oasis de paz,
en este pequeño templo de la Naturaleza,
en estas horas de silenciosa musicalidad,
el beso de la amada que en una tarde neblinosa
junte sus labios a mis labios, celebre el Gran Beso Inmortal,
y me inicie en el camino de lo Insondable y de lo Obscuro,
en el desconocido reino del Más allá,
en el espacio en que las grandes almas viven,
en los Tres Tiempos de la vida: lo que ha sido, lo que es y lo que Será.


* * *


Y espero, espero, espero,
la hora del Gran Beso Inmortal…
Y un temor lírico me anuncia la llegada
del caballero de la Muerte que ha de perderse en el lejano reino
de la eternidad!


Abraham Valdelomar

(Póstuma visita a Chosica, 1917)
(Mundo Limeño. Año I, N.º 3, Lima, 22 marzo 1917.)

Ofrenda

A Roberto Badhan

I

Cogí el al laúd para cantar
el dulce idilio de tu amor.
Por él di tregua a mi dolor:
¡No tuve ofrenda que ofrendar!

En el tiempo todo azahar
orabais ante el Redentor.
Sus ojos de claro fulgor
iluminaban el altar.

Medrosa, cogida a tu brazo,
las flores cubrían el paso.
En tanto en el bosque, prendido,

os esperaba primoroso
un nido nuevo y amoroso
y un rayo de luz en el nido…

II

Con un mágico brillo estelar
el Destino que engendra al Dolor
te llevó un día sobre el mar
¡Y el mar es tumba del amor!

Entró la muerte en el hogar,
pidió ella al cielo su favor,
¡pero moría en el altar
crucificado el Redentor!

La de fatal figura escueta
llevóse a la dulce Antonieta
por rumbo impreciso y desierto.
Y en la trágica noche enlutada
escuchamos su voz apagada
que clamaba: Roberto! Roberto!


(1917)

L’enfant…

A Francis Jammes


Sollozante y medroso, vuelve al fin a su nido,
llorando como un niño, mi pobre Corazón.
—¡Vienes lleno de sangre, Corazón! ¿Te han herido?
¿Qué ojos te hicieron daño, mi pobre Corazón?

Con una herida has vuelto cada vez que te has ido,
y dejaste tu nido, mi pobre Corazón.
cobíjate en mi pecho. Yo sólo te he querido.
Yo sólo te comprendo, mi pobre Corazón.

¡Arroró, pobrecito! Conmigo estás de nuevo.
Acuéstate en el pecho que adolorido llevo.
Te dormiré con una dulce y nueva canción.

¡Arroró, pobrecito! Ven. No sigas llorando.
Besaré tus heridas, pero no llores. ¡Cuándo
dormirás para siempre, mi pobre Corazón!

(Ciudad de los Reyes y 1918)

A mis hermanos José, Roberto y Anfiloquio

En el ñorbo del jardín hicieron un nido los gorriones,

¿recordáis?
De niño yo lloraba siempre,

¿recordáis?
De niño yo tenía miedo de las sombras,

¿recordáis?
De niño yo era alegre como un cabritillo,

¿recordáis?
Vosotros me llevabais en los hombros,

¿recordáis?
Cuando mamá se ausentó, vosotros velabais mi sueño,

¿recordáis?
Éramos siete hermanos,

¿recordáis?
Un día yo me volví triste para siempre,

¿recordáis?
Y un día seréis seis hermanos,

¡no me olvidéis!


Abraham.


(Lima, 1918. Dedicatoria del libro «El Caballero Carmelo»)

Yo, pecador…

Mi boca fue a manera de un ático panal
do acudieron los besos en lírico tropel,
abejas amorosas que llenaron de miel
mi espíritu sediento y mi carne mortal.

Ha gravitado en mi alma sincera y vertical
la voz inexorable y cóncava, de aquel
de testa fascinante que al bíblico vergel
arrancó la manzana con giros de espiral.

Soy, señor, de tus siervos, quien más ha delinquido:
el no poder amar fue mi pena más honda
el no poder besar fue mi mayor tormento.

Dame, de tus castigos, la acre copa redonda;
y pues soy de tus siervos el que más te ha ofendido,
yo te pido perdón… ¡pero no me arrepiento!


(Viernes de Pasión, 1918)

Con inseguro paso…

Con inseguro paso, impenitente
mi dicha a contemplar en ruinas:
traigo en el nido de mi pecho, lágrimas;
traigo en la copa de mi boca, acíbar;
vengo con la ilusión hecha pedazos,
yo que fui vencedor y fui vehemente
vuelvo a mi dicha en ruinas,
con la pálida frente
coronada de espinas.


(¿1918?)

Angelus

Homenaje a la ilustre poetisa cajamarquina
Doña Amalia Puga de Losada.


Paz del campo! Espiga amarilla
del trigo, semilla del pan!
Paz del campo! Amorosa y sencilla
zagalilla que ata la gavilla
con los verdes juncos que los prados dan.

Paz del campo! Cantar lastimero
del humilde y modesto peón
de ancha frente que cubre el sombrero,
voz ingenua en el labio sincero,
tersa conciencia y brillante azadón.

Paz del campo! Luciérnaga errante,
alma en pena de algún caminante
que perdió su ruta sin llegar al fin;
Paz del campo! Borrosa y distante
nubecilla de oro que cruza el confín.

Paz agreste del valle fecundo;
misterio silvestre, silencio profundo
que quiebran las ranas con ronca canción;
corazón del valle, corazón del mundo,
vuelca tus tristezas en mi corazón!

Paz agreste! Silueta sombría;
¡Oh sutil perfume de melancolía
oh cantar lejano; oh angustia sutil
oh valles joviales ya sin alegría
oh cielos dorados! ¡oh lejano abril!

Paz del campo! La brisa suave
orquesta sus giros al sol moribundo.
Como un alma, en silencio, va un ave
hacia un árbol que aún no sabe
si hallará…

Y es la noche en el mundo!


(Caxa-malca — junio doliente — 1918)

Angustia

(Para El Tiempo)


¿Por qué pasión se agitará en la vida?
¿Qué dulce anhelo inquietará sus ojos?
¿Qué buscará en el parque a la encendida
hora crepuscular? Su carne joven
tiene un aroma lleno de caricias.
Sus labios frescos, infantiles, cárdenos,
tienen la suave y lánguida sonrisa
de esperar un amor. ¡Quizá el primero
que va a tener su vida!

Hay un tal abandono en su figura!
es la carne en su cuerpo ya moldeado
una flor que se cuaja, una primicia
de alba y de luz. De un melocotonero
tal el primer y sazonado fruto
velloso y perfumado, en cuya pulpa
la fibra es miel y carne
bajo la Primavera rosa y áurea!

¿Por qué pasión se agitará en el mundo?
¿Qué le negara mi ánima, si acaso,
a mí viniera sollozante y triste?
La gracia de un poema bajo el cielo,
dulces palabras y consuelos vagos,
suaves caricias, sacrificios mudos,
cerebro y corazón, la vida misma
entregara a mi reclamo tácito!

Ignora, sin embargo, mis tristezas.
Ignora que un esclavo
anida y vive por su gracia noble:
tal un rey que no sabe
quiénes son a servirle, ni las vidas
que a un giro de su mano pertenecen.

Y sufrir! Y sufrir! Y ver al paso
su arrogancia infantil, su gracia alegre,
el deseo perenne en sus pupilas
de otro amor. Y ver al paso
y sufrir su mirada incomprensiva
mientras el alma, adolorida y tierna,
a su paso, llorando, se arrodilla!

Y no poder llorar en plena calle!
no poder decir, cuando en mí fija
la clara luz de sus pupilas verdes
que sin saber los hieren y acarician,
acariciando su afelpado rostro:

—¡Mi corazón en ti se purifica!
¡Oh, padre mío!, ¡oh Dios! ¿Por qué delito
me diste tanto amor? ¿Cuál el funesto
pecado que yo purgo? Te perdono
todo el mal de mi vida, te perdono
la vida misma no solicitada.

Humilde, resignado y de rodillas,
reviviré los males que me envíe
con más resignación que el Job leproso,
pero que venga a mí, que me comprenda,
que me mire un instante y me sonría,
que me dé luego un beso largo y trémulo
en los carnosos labios encendidos
y luego mi alma agradecida
se pudra para siempre en los infiernos!


(Chiclayo, julio 28 de 1918)


Mientras tanto, caminemos por la escarpada senda,
mientras llegue ese día, que espero, caminemos;
busco un paisaje, una ilusión, un sitio cuando menos,
donde plantar podamos nuestra tienda.

Un campo, donde sólo los pájaros me entiendan,
en el desierto mismo, donde los dos estemos
entregados con todos los que los dos tenemos;
el amor a la vida, como una dulce ofrenda.

Vámonos de la mano de esa esperanza, vámonos,
ya me cansa este ruido del mundo y sus favores,
cada día que pasa, muere en mí una quimera…

Tengo ansias de agua fresca escanciada en las manos,
quiero trinos y brisas, quiero para ti flores;
vámonos a vivir, los dos, a mi manera…

Vengo hacia ti…

Vengo hacia ti, sin que yo lo pidiera,
tú me atraes por algo que no niego,
vengo a buscar de tu cariño el fuego
para quemarme como en una hoguera.

Porque cansado estoy de tanto llanto
y de ser el eterno vagabundo divino,
te ofrendaré sin lágrimas mi canto.

Ayúdame ahora que la luna es temprana
y nos alumbra con todos sus fulgores;
la luna es una amiga que yo tengo en el cielo.

Si lo dudas acaso, espera hasta mañana
que el día agite pañuelos de colores;
el cielo te hará en obsequio; mi matinal pañuelo.


(Chiclayo, agosto 1918)

La danza de las horas

Hoy, que está la mañana fresca, azul y lozana;
hoy, que parece un niño juguetón la mañana,
y el sol parece como que quisiera subir
corriendo por las nubes, en la extensión lejana

hoy quisiera reír…

Hoy, que la tarde está dorada y encendida;
en que cantan los campos una canción de vida
bajo el cóncavo cielo que se copia en el mar,
hoy, la Muerte parece que estuviera dormida,

hoy quisiera besar…

Hoy, que la Luna tiene un color ceniciento;
hoy, que me dice cosas tan ambiguas el viento,
a cuyo paso eriza su cabellera el mar,
hoy, que las horas tienen un sonido más lento,

hoy quisiera llorar…

Hoy, que la noche tiene una trágica duda
en que vaga en la sombra una pregunta muda;
en que se siente que algo siniestro va a venir,
que se baña en el pecho la Tristeza desnuda,

hoy quisiera morir…


(Piura, agosto 1918)

Angustia

Dedicado al literato Dr. Aurelio Román G.
Para ti, Aurelio, que sabes, comprendes y perdonas.

Hastío, ¡gris minuto, instante impío;
hastío!, ¡gris segundo, hora tremenda;
hastío!, ¡nube gris, tiniebla horrenda!;
amarga copa de la vida: ¡hastío!
¡Hastío!, inexorable y turbio río.

Anegaste mi lar… Bajo mi tienda,
como el ojo tenaz de la leyenda
me persigues famélico y bravío.
¿Cómo huir de tu imagen opresora
monstruo de obscena y pálida pupila?

Para vencer tu afán, ¿dónde la gracia?
y la Voz: ¿Quién se queja? ¿Quién me implora?
Soy la hostia moderna, alba tranquila!
—¿Dónde moras, oh, Reina?

—en la Farmacia.


(Piura, 19 de setiembre de 1918)

Blanca la novia

Amada, ya es hora
ya se acercada aurora
y el cura en la capilla nos espera.

—Más tarde, cuando muera
la primavera.

—Amada, ponte presto los azahares,
que ya las luces brillan en los altares
y canta el río.

—Luego, amor mío.
cuando muera el estío.

—Amada, nos espera en la capilla,
ponte presto los azahares y la mantilla,
porque ya están las rosas en retoño.

—Espera, amado, espera.
cuando muera el otoño.

—Amada, ponte el velo de desposada
que cantan las palomas en la enramada
su canto tierno.

—Imposible, no esperes;
ya ha llegado el invierno.


(¿1919?)

Vamos al campo…

Vamos al campo, César. Pon tu mano en mi brazo.
Deja tu nido, roto, ven al campo conmigo.
Para tu hondo dolor, mi corazón amigo
será como un piadoso y tranquilo regazo.

Iremos conversando, bajo la paz del cielo,
sobre las mustias hojas en la parte serena.
Mientras se ponga el sol tú me dirás tu pena
y el viento cantará canciones de consuelo.

Un ave cruzará por el cielo encendido,
los sauces llorarán,
preludiarán los grillos su taciturno canto,
el ángelus será una mística cita.
y bajo un árbol viejo, de metálicas hojas,
ante nuestras pupilas veladas por el llanto
en la triste avenida de metálicas hojas
se esfumará la blanca sombra de Margarita.


(¿1919?)

En mi dolor pusisteis…

En mi Dolor pusisteis vuestro cordial consuelo;
en vuestro hogar mis penas encontraron un nido;
para mi soledad, vuestras almas han sido
como dos alas blancas bajo la paz del cielo.

Dios os pague la sombra que me dio vuestro pecho,
y el vino generoso que me dio vuestra mesa,
y aquella dulce paz de vuestras almas, y esa
serenidad de lago que disteis a mi pecho.

Por el beso de amor, por el pan de cariño,
por el trino del ave, por el llanto del niño,
por los dulces poemas que vuestro hogar me dio,

dirá mi corazón esta prez cotidiana,
al morir el crepúsculo y al nacer la mañana:
que el Señor os bendiga como os bendigo yo…


(1919)

Elegía

Gracias, Señor, por haber escuchado
mi angustiosa plegaria, mi súplica cordial;
gracias Señor porque tengo sus húmedos labios
en mi ancha boca ardiente, sabiamente sensual;
gracias, por su mirada, su tierna mirada anhelosa,
doliente mirada de tierno cordero pascual;
gracias, por su sonrisa, su sonrisa de estatua,
sonrisa de ondulaciones de joven maizal;
gracias por el óvalo de su rostro: por sus almendrados párpados,
por esa curva grácil de su maxilar
que nace del pallarcito de una oreja
y se difumina en la sombra de otro pallar,
gracias, Señor, por la blandura de su lengua,
afelpada y extensa; gracias por la divina sal
del licor que mana en las vertientes de su boca;
gracias por la agilidad
lingual de sus caricias alocadas y ardientes.
Señor ¿A quién has podido darle tanta felicidad?

Sin embargo, te pido
que no dejes tu obra sin terminar:
yo quiero gozar solamente su vida,
el esplendor de su belleza mortal,
quiero deshojar mientras exista
la flor de su juventud primaveral.

Te pido que, sobre la tierra,
nunca se aparte de mí su cuerpo angelical;
que sus labios no besen jamás otros labios;
que sus ojos no miren otros jamás;
que su lengua no roce otra lengua;
que no acaricie nadie la curva divina de su maxilar,

que en el nido calientito y sudoroso
de sus corvas no caiga el beso de otro mortal;
que en la comba dura y pulida de sus muslos
no duerma otro carrillo; que en la oval
y fina orejita sensible
ninguna lengua forastera vaya a tocar;
que nadie aspire el olor de su cuerpo;
que ninguna diestra se amolde a su frontal
cuando durmiendo, su cabecita inocente reposa,
abandonada.
Sólo te pido que hasta la última hora
de mi estada terrenal
no me abandone. Cuando cierre mis ojos
la muerte, ya no deseo nada más.
¿Para qué quiero su alma en el futuro
si no ha de tener ya
su forma, su carne, su color, su perfume,
sus líneas ni sus manos ni su manera de mirar
Si después de la vida
no he de poder besar
su boca encantadora ni sus carnes jugosas
ni mi lengua ha de poder saborear
el salado licor de sus axilas?
¿Para qué quiero ya
que cerca de mí exista
si tendría la tragedia de recordar
y de extrañar la vida con su carne?
Señor mío, te ruego; que sea mía su vida
yo sé que no le veré más.

El infierno me aguarda con sus piras ardientes
¡tanto ha pecado mi carne mortal!
y su alma se irá al cielo
porque en la tierra fue sólo un instante celestial!


(1919)

Algunos fragmentos de poesías

A vosotros que gemís en las sombras herméticas,
de las prisiones húmedas, cuya trágica paz
sólo rompen las horas que desgrana a lo lejos
el bronce verde de una torre de la vetusta catedral;
a vosotros que mordéis en silencio
el grave Tiempo que os acecha, lleno de calma y de crueldad,
a vosotros, a los inocentes, y a vosotros los pecadores,
a vosotros hermanos del calabozo,
a vosotros, que me preguntabais a través de los muros
—Si el sol habrá salido ya?
A vosotros hermanos de dolor, a vosotros,
que sentís, a lo lejos, el aleteo de la Libertad;
a vosotros, desde mi estancia clara,
fraternales y tristes, mis pobres versos van.

Recuerdo aún los pasos lentos
del carcelero mudo y grave que nos miraba sin cesar,
las voces de los que clamaban;
y vigilaba entre los muros
mientras volaban en las sombras
invisibles y graves
la Inocencia y el Crimen y el Odio en pos de la libertad.

¡Oh las horas pasadas en las… [ilegible]
oh la tortura del silencio
oh el dolor de la oscuridad
el chirriar de las rejas y el breve parloteo
de las llaves que parecen conversar
de cosas breves y banales
y anuncian al carcelero cuando viene y cuando se va.
Ah quién fuera tan libre para reír la vida,
para correr sin sombras a la orilla del mar,
ver al sol cara a cara,
gritar, cantar, hablar
con los árboles que en la prisión se mueren,
con las aves que saben gustar
al alejarse de la Tierra y olvidar
la última rama donde se posaron,
con el arroyo alegre que siempre cantando y caminando va,
con todo lo que no tiene alma,
con todo lo que no tiene afán,
ni pasiones ni odios, ni ambiciones ni penas,
con todos ellos quisiera libre conversar.


(Biblioteca Nacional, C. 5)
(¿1914?)

Tú no eres anacrónica…

Musa de carne y hueso (así dijo el poeta
que amó a su pobrecita Margarita Gautier),
eres en este siglo señorita bisnieta
del siglo de las blancas pelucas y el minué.

Tú no evocas la corte de María Antonieta,
ni rima una pavana tu delicado pie,
ni te ama un paje rubio, ni ha habido una secreta
estocada que mate por tu amor y tu fe.

No eres princesa, dama de brial ni castellana,
ni eres hada de Oriente, ni eres diosa pagana,
ni te ha cantado un loco trovero provenzal.

Mi siglo te ha forjado muy suya, muy bonita,
muy metropolitana. Y sólo «señorita»
te ha dicho esta mañana la crónica social…


(En el Archivo de Anfiloquio Valdelomar).

Las tres horas

Déjame ya, Astartea, que me lleve el Espíritu…
[ilegible] tres horas.
Déjame, rojo Esquilo, dormir con mis olivos.
Quiébrate boca ardiente de la Troya de vidrio. La luz
está celosa; y el bardo te lo ruega, histeria fatal! ¡Déjame para
siempre ser novio de la Aurora!

Oh, el eterno noviazgo! ¡Por qué amaremos tan ciegamente
de la Muerte! Y con tan impertérrito afán. ¡Oh, los
besos siempre azules!

Y ruede destronada la gruta purpurina de la Vida.

Déjame ya, Astartea!


(En el archivo de Anfiloquio Valdelomar)

Traducción

Última rosa

(De Antonio Fogozzaro)


Nívea, muriente, a la luna,
tú miras ¡oh, lánguida rosa!
ebria de celestes amores.

Dices tu misterio a la luna:
¿por qué eres suave y olorosa
y por qué tienen fin tus esplendores?

Atónita te oye la luna:
calla y te mira dolorosa
¡oh loca dama de las flores!

Abraham Valdelomar.


(¿Roma, 1913?)

[Entre los manuscritos del poeta, que se conservan en la Biblioteca Nacional].

Tríptico heroico

«Oración a la bandera», «Invocación a la patria» y «Oración a San Martín» fueron publicados por Valdelomar en 1918. Años después se reunieron estas prosas con el título Tríptico heroico (Lima, Editorial Torres Zumarán, 1921).

Oración a la bandera

¡Bandera, ala de la victoria, puro símbolo de la Libertad. Tabor de sacrificios, dorado cofre de esperanza, nido caliente de leyendas, yema fecunda de viriles frutos, meta ideal de las claras conciencias! ¡Bandera, ala de la victoria! Cerebro, corazón y músculo de la patria; razón de vida de generaciones, anhelo invívito y latente de los pueblos, orgullo de las sociedades: palanca y volante, timón y hélice de las razas. ¡Bandera, ala de la victoria! ¡Sueño casto y dorado en el cerebro infantil; estímulo fuerte, impulso viril, radiante anhelo en la vigilia del hombre; dulce y amada forma eucarística en el corazón de la madre; único sueño de la juventud! ¡Bandera, ala de la victoria! ¡Síntesis de la patria, suma concreción y extracto de los ideales más puros! ¡Bandera, ala de la victoria! ¡Cielo de los vivos, alma de los muertos, patria de los héroes!

Bendita y adorada seas por los hombres de sano corazón y fuerte músculo; bendita y alabada seas por los niños de casto corazón y ágil impulso; bendita y alabada seas por los nobles de corazón y duro puño; bendita y adorada en el hogar y en el templo, en la plaza pública y en el taller, sobre los campos fértiles y sobre las urbes populosas, guiando a los ejércitos y a las seguras naves de combate; bendita y alabada seas en medio del fragor de los combates, sobre los rostros angustiados por la muerte, sobre los brazos extendidos al cielo por la victoria, sobre la tumba de los caídos y sobre los capiteles de los monumentos.

Bendita y adorada, allí donde hay una conciencia limpia y un cerebro claro y un corazón viril; bendita y adorada seas cuando te haces cuerpo en la plegada tela de un pabellón y te haces alma desplegando tus alas al viento sobre una torre de combate y cuando te haces idea en lo más íntimo del espíritu del hombre.

Bendita seas porque en tus rojos pliegues está la sangre de mi sangre, la sangre de mi padre y de mi madre, la sangre de mis abuelos, la sangre que por ti derramaron todas las generaciones; bendita seas porque pensando en ti los niños nos haremos más buenos; porque viendo en extraña tierra tu imagen sentiremos el beso de la madre, el beso de la hermana, el afecto lejano y el bienestar distante; bendita seas porque tú encamas el ideal sobre la tierra; porque tú eres el ideal mismo hecho ala en el viento y pliegue bajo el azul del cielo. Porque fuiste ave con Chávez, pujanza con Elías Aguirre, ala con Ugarte, sudario con Grau, anhelo con Túpac Amaru, idea con Unanue, músculo y nervio con Zela, gracia con Palma, música alada con Chocano; porque tú eres la máquina y el órgano, la acción y el impulso, la carne y el símbolo, la consciencia y la voluntad; porque abriste horizontes al Perú en manos de los Incas, porque abriste nuevos caminos en las olas inestables, porque llenaste de nombres gloriosos las páginas de la Historia, bendita seas, ¡oh, bandera, ala de la victoria, allí donde haya luz y alma y amor y heroísmo y juventud y anhelo e ideal!

¡Malditos sean los que no siguen tus colores, malditos sean los que no te adoren de rodillas, malditos sean los que no sueñen con tu grandeza! En nombre del cielo hondo y de la tierra opima; en nombre de los héroes y ciudadanos, en nombre de la vida y de la muerte, de los elementos y de los principios, en nombre del alma íntima de la Naturaleza, malditos sean los que no te amen sobre todas las cosas, los que no sacrifican por ti a sus padres, y a sus madres, a sus hijos y a sus hijas; a sus esposas y a sus esposos; malditos sean los que no te entreguen cuando lo pidas su caudal, su oro y su trabajo, su vida y heredad.

Hija de San Martín, nieta de Manco Cápac, madre de Grau y Bolognesi, en la hora magna de la Libertad, aquí, bajo la paz del cielo claro y convexo, ante la cruz de la religión y ante la espada del heroísmo, ante la legión infantil que te venera y canta, yo, niño aún, que seré mañana ciudadano joven y fuerte, en nombre de las generaciones en Primavera, te hago el voto de mi vida en flor y te saludo. ¡Oh bandera ala de la victoria, alma y sustancia de la libertad, símbolo augusto de la patria libre!

Invocación a la Patria

¡Niños peruanos! Una sola palabra debe concretar vuestros anhelos: Patria. Vosotros, jóvenes, en plena floración de la Vida, llenos de ideales, llenos de primavera, ansiosos de laborar por el bien, no tenéis Patria todavía.

La Patria es orgullo santo, y nosotros no tenemos orgullo; la Patria es haz de voluntades y nosotros somos abúlicos; la Patria es tea luminosa y radiante y nosotros estamos en las tinieblas; la Patria es fraternidad, concierto de afectos, uniformidad de sentimientos, y nosotros somos desunidos y nos hacemos daño unos a otros; la Patria es orden y respeto y nosotros desordenados; la Patria es acción y nosotros somos indolentes; la Patria es libertad y nosotros tenemos esclavos; la Patria es abnegación y nosotros somos egoístas; ¡la Patria es Dios y nosotros somos fanáticos! ¡Escuchad, compatriotas, la voz de nuestra niñez: dadnos lo que os pedimos fervorosamente, dadnos Patria!

Vosotros, ancianos, antes de morir, haced algo de vuestra parte para dejamos esta única y sublime herencia; vosotros ciudadanos que tenéis aún el jugo viril de la vida, sed buenos, dadnos Patria; vosotras honradas madres, por los frutos de vuestras entrañas fecundas, pensad en vuestros hijos acordaos de su porvenir, y enseñadles a que tengan Patria; vosotras, hermanas, cándidas flores del hogar, enseñad a vuestros hermanos a que busquen Patria; vosotros, jóvenes viriles, levantad las hostias de nuestros corazones, elevad la eucaristía de vuestros sentimientos, sacrificaos, dad vuestra vida, pero formad una Patria. ¡Oh campos fecundos y fértiles, oh arroyos sonoros y castos, oh cielo sereno y profundo, oh aves inquietas y bellas, oh flores perfumadas y precarias, oh nubes poliformes, oh estrellas rutilantes, dadnos lo que os pedimos, dadnos Patria! ¡Oh héroes insignes, oh capitanes ilustres, oh libertadores homéricos, rogad por que tengamos Patria! ¡Impulso de los vivos; anhelo de los muertos: Corazones; músculos elásticos y jóvenes, dadnos Patria!

Y tú. Dios mío, ley del Universo, razón de todo lo creado, fuerza y sustancia del Cosmos, tú, Dios mío, Padre de las Naciones, inspirador de los pueblos, guía de las especies, tú, Señor, que eres bueno y justo, protector y sabio, dadnos, a cambio de todos los bienes de la tierra y de todas las complacencias del cielo, dadnos el derecho de decir algún día esta sublime frase inmortal: ¡Ya tenemos Patria!

Oración a San Martín

Padre nuestro que estás en los cielos: santificado sea tu nombre! Tú que nos diste el supremo bien de la Libertad; tú que rompiste las cadenas que ataban nuestros brazos viriles; tú, que encendiste la llama que ilumina el camino de las generaciones; tú, que nos legaste la bandera que cobija las cenizas de nuestros abuelos, la vida de nuestros padres y las esperanzas de nuestros hermanos; tú, que fundaste la primera escuela; tú, que sacrificaste tu juventud; en aras de nuestra Libertad; tú, que renunciastes a ser tirano después de haber sido libertador; tú, que fuiste divino porque sentiste la sed angustiosa de la Gloria, porque defendiste a los oprimidos, amparaste a los débiles y liberaste a los victimados; tú; que supiste renunciar al precio de tu heroísmo; tú, que no quisiste dividir el suelo sagrado de los incas; tú, que viviste una vida austera y ejemplar; tú, que desdeñaste la fortuna, tú, que respetaste la vida de los vencidos; tú, que no manchaste jamás con sangre de los hombres tus manos fuertes; tú, gran capitán, taciturno que nos diste la lección sublime de la Libertad; tú, que no tienes rival entre los libertadores; tú, que pusiste en nuestro pabellón la púrpura ideal de las Victorias; tú, insigne capitán generoso, que viniste un día a través del mar y la montaña hasta este lejano recodo para crear el más bello poema de nuestra historia; tú, que en instante del tiempo y el espacio con la mirada fija en el punto invisible y eterno, soñaste con la grandeza futura de la Patria naciente; tú, que viste a la grey esclavizada, a los dueños convertidos en siervos; tú, que concebiste el sueño dorado y radiante de la Libertad; tú, héroe sin mácula, acervo de victorias, que recibiste como Nuestro Señor Jesucristo, el premio de la ingratitud, muriendo sin patria tú que tantas creaste. ¡Oh Gran Capitán gallardo y romántico, bendito seas!

Desde aquí, desde la tierra fecunda; desde aquí, desde el rincón histórico; desde el valle que engrandeció tu figura marcial, te pedimos que ruegues por la Patria que fundaste. ¡Ruega. Señor, por la felicidad de Perú; ruega porque siempre sepamos ser libres; ruega porque nunca tengamos tiranos; ruega porque tengamos siempre la fuerza y el patriotismo de destruir la tiranía y defender la Libertad; ruega porque podamos vengar la humillación de nuestra bandera y la invasión a nuestro territorio; ruega porque nuestra sangre alimente la lámpara sagrada en los altares de Tacna, Anca y Tarapacá y porque el Perú se levante de entre sus ruinas! Tú que fuiste el más ardiente enamorado de la Libertad, invoca en nuestro favor a las Grandes Fuerzas Justicieras para que esta generación que te invoca sepa matar a los tiranos, a los invasores, a los malos hijos de la Patria; a los que negocien con el patrimonio común, a los que traicionen a su bandera, a los que renieguen de sus ideales, a los que luchen contra sus convicciones, a los que exploten a los hombres y opriman a los pueblos! Ruega, Señor, porque estas generaciones que te invocan sepan engrandecer y glorificar a los que aman a la Patria, a los que ayudan a sus hermanos, a los que honran a sus padres y glorifican, a sus héroes; a los que divulgan las ideas, a los que siembran las doctrinas, a los que defienden a los oprimidos y exaltan a los humildes; a los que consagran su vida a convertir la realidad en sueños y a realizar los ideales.

¡Protege, ilustre general, desde las regiones inefables donde moras, a las generaciones nuevas! Protégenos Señor, porque estos niños prometemos ser ciudadanos patriotas; engrandeceremos tu memoria, no olvidaremos tus lecciones, divulgaremos y exaltaremos tus hechos y conservaremos la Patria donde pusiste un día tu alma soñadora y tu planta victoriosa; y donde tu espada invicta escribió el más grande poema de la Historia; el magno poema de la libertad; Padre Nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre!


Publicado el 9 de octubre de 2022 por Edu Robsy.
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