Veinte años hacía que no sabíamos palabra uno del otro; así es que al encontrarnos la otra mañana en plena Puerta del Sol, ambos nos quedamos un momento indecisos, cambiando una mirada de alegría y de sorpresa.
Previo un abrazo muy fuerte, Quintín Páramo exclamó:
—¡Estás desconocido!...
—¡Pues lo que es tú!...
—¡No me hables!... Yo estoy hecho un carcamal.
—¡No exageres!... Á los cuarenta años aún podemos decir que nos encontramos en la flor de la vida.
—Una flor que empieza á amustiarse y que ya ha dado todo su aroma —suspiró Quintín melancólicamente.
Entrelazó su brazo al mío, y prosiguió con el hablar pintoresco, que es la característica de su lenguaje:
—¡Bendigamos á la Providencia por nuestro feliz encuentro y celebrémosle hartándonos de bazofia en cualquier «restaurant» baratito... el que tú quieras: en todos ellos dan de comer pechuga de pollo fósil... Mi amistad te brindaría con Lhardy... Pero, odio á este famoso halagador de estómagos bien relacionados con el bolsillo... Figúrate que toda mi vida me he dicho: «¿Cuándo comeré yo en casa de ese hombre?...» Y nunca he comido en ella, ni comeré... Es una de tantas ilusiones forjadas por la loca de la casa, que en mí es más loca que en nadie, pues sólo sabe fabricar quimeras...
—Menos ésta, que puede trocarse en realidad... Vamos á Lhardy.
—¡Gracias, alma generosa!... Pero no acepto el sacrificio, porque de entrar yo en Lhardy ha de ser como Lúculo en su casa.
* * *
Habíamos almorzado; el vaho del Moka fundíase con el humo de nuestros cigarros.
Era llegado el momento de las confidencias.
Quintín hablaba:
—Contémplame ahora á tu sabor y nota el espantoso cambio que en mí se ha operado. Quintinito, como me llamabais en la Universidad, el muchacho alegre, despreocupado, gallardo y calavera, que tenía el mundo por mísero escenario en donde lucir su figura; que no se contentaba con menos que con ser en las letras un Pérez Galdós, se ha transformado en un vulgar don Quintín, calvo, panzudo, grotesco en su facha; se ha casado con una buena mujer que le quiere, le da hijos, está anémica y se pasa la vida hecha una azacana cuidándonos á los pequeños y á mí, siempre metida en la cocina, oliendo á guisos de sórdida vulgaridad, repasando la ropa, manejando la escoba, sintiéndose una hormiguita, para que en el balance del hogar no asome el fantasma del déficit.
Quintinito, que, según vosotros decíais con la encantadora ingenuidad de los veinte años, iba para genio, sólo ha llegado á ser un oficialete de la Delegación de Hacienda de Soria. Gano mis dos mil pesetitas anuales, un tanto mermadas con el descuento, y vivo azorado en mi huronera, pidiéndoles á todos los santos de la Corte celestial, al meterme en la cama, que hagan el milagro —en España lo es cotidiano— de que no cambie la situación política que rige al país, y, si cambia, que el señor ministro del ramo, mi amo y señor, no desate la cadena que me sujeta á la pata del pupitre oficinesco. ¡El esclavo, solicitando la perpetuidad de su esclavitud!... Y para conservarla, estoy ahora en la corte; corren vientos de fronda para mi puchero.
Desde que entro en la oficina hasta que salgo de ella soy el comediante que representa su papel de eterno agradador de jefes y de compañeros, siempre risueño y extremoso en la cortesía, soportando impertinencias y tontunas de las almas de cántaro que me rodean. Yo soy el que le escribe coplas al jefe del negociado, que él firma luego y publica en un periodiquín de la localidad; el que inventa toda clase de felicitaciones en prosa y en verso para solemnizar los santos, bodas, bautizos y ascensos de sus colegas; el que afirma cínicamente en letras de molde que el bárbaro de D. Nicanor, uno de los caciques máximos en tierra soriana, es un genio... Yo.... en fin, defiendo mi pupitre con todas las armas de la servil adulación... Y tan contento con llevar la vida obscura y mísera, azarosa y mediocre de los muchos chupatintas que en el mundo son.
Hasta aquí el capítulo de malaventuras: el de la felicidad consiste para mí en publicar artículos y poesías en El Faro Soriano, periódico quincenal que tira sus doscientos ejemplares por número. He aquí en lo que ha venido á parar el presunto Pérez Galdós de hace veinte años: en asombrar á los de Soria con croniquillas de lo que ocurre en su ciudad, y con poesías dedicadas á las mujeres é hijas de cuantos constituyen la aristocracia burocrática del país de la mantequilla... ¡Ah! He publicado un libro de poemas endiabladamente cursis, tirado en hermoso papel de estraza, con más erratas que palabras, titulado Ayes. El titulito me salió de lo hondo del alma... Esa es mi obra maestra y la que me abrirá las puertas de la inmortalidad...
Dijo con amarga ironía, y sin dar tiempo á la frase consoladora, que iban á pronunciar mis labios, continuó con el dejo triste del que rememora ensueños de gloria y de fortuna no realizados:
—Por manera tan prosaica y fatigosa trocáronse las ilusiones que encantaron mi juventud. ¡La juventud! ¡Qué aprisa se va!... Pone espanto detenerse, como yo me detengo ahora, en el camino de la vida y preguntarse: «¿En qué has empleado tu juventud?... ¿Qué obra maestra has producido en ella?... ¿Cómo has cimentado tu porvenir?...» Y responderse: «Fracasé en todas mis empresas.... mis ensueños han sido nubes de oro flotando en un cielo de intenso azul y de luz deslumbradora, que ha barrido el huracán de la realidad. Las nubes, al chocar entre sí, se han deshecho en lágrimas áureas, que han ido á sepultarse en los fangales de la tierra...» Perdona, chico, me enternezco, y el enternecimiento en mí se manifiesta con lirismos...
Sí, muchacho; desde los cinco lustros en adelante, los años se deslizan para nosotros como se desliza una esfera en un plano inclinado: con inconcebible rapidez... Cuando quieres mirar á tu juventud, te encuentras ya calvo como yo ó con el pelo todo canoso como tú, item con arrugas y patas de gallo; neurasténico, reumático ó catarroso: el edificio empieza á mostrar goteras... Y por dentro, amigo del alma, te sientes cementerio en donde duermen el sueño eterno los años juveniles, tan hermosos, ¡ay!, y tan fugacísimos.
Ya eres un señor que suma probabilidades, que no lucha con fe ardorosa por el ideal, sino por lo práctico, que conserva avariento sus viejos amigos, los de la niñez, los de la juventud; las verdaderas y únicas amistades que nos unen, porque ya á nuestra edad no se continúa la lista de aquéllas: se abre una nueva de conocidos, de personas que nos son agradables ó útiles.
En fin, digamos con Jorge Manrique:
Nuestras vidas son los ríos
que van á dar en la mar,
que es el morir...
Sí: ríos los nuestro; humildes, silenciosos, ignorados, que
siguen trabajosamente su curso por entre peñascos; ríos miserables,
hilillos de agua que van á dar en el mar insondable de la Eterna
Quietud. Á nuestra edad preocupa lo porvenir, mayormente si le
columbramos incierto y tenebroso... Se piensa á ratos en la Implacable y
se tiembla: no por uno... sino por los que quedan... por los
nuestros...
Quintín hizo una pausa; su rostro se contrajo por un momento dolorosamente emocionado; se rehizo, dio una feroz chupada al cigarro, y arrojando una espesa bocanada de humo, continuó:
—Si recordamos ahora á todos nuestros amigos y camaradas que con nosotros empezaron la lucha por la existencia, su recuerdo no ofrecerá nada de halagüeño ni de envidiable... García del Fresno, otro romántico ambicioso como yo, que intentó codearse en el teatro con Echegaray, le tienes traduciendo novelas del francés para una casa de Barcelona, cargado de hijos y de deudas; Perecito, aquel chiquitín pitañoso, para el cual eran unos besugos todas las notabilidades del foro, sigue siendo el Pichichi, como le llamábamos por su facha: un Pichichi que come sus garbanzos llevando los libros de un Registro de la propiedad en un pueblo de Andalucía; Lucas del Salto, que se pasó la juventud discurseando en Ateneos y Casinos, se casó con la hija de un tendero, y se encuentra como el pez en el agua despachando telas en la calle de Postas y aguantando al suegro, que vale él solo por tres suegras juntas; Julián, ya sabes, se siente Diógenes y trota por las calles á diario en busca, no de un hombre como el filósofo, sino de quien le pague un plato de judías ó una copa de vino; Enrique Novoa, doctor en Leyes, en Filosofía y Letras y en no sé cuántas cosas más, vegeta en la redacción de un rotativo, encargado de los sucesos callejeros.
Y así todos los que componíamos la vanguardia ambiciosa y soñadora de la Universidad.
—Salvo Gorito, el hijo de la portera... Hoy es un personaje ministrable.
—Ese era el más estúpido de todos; pero también el más intrigante y ambiciosuelo... ¡Lo que se habrá arrastrado para verse en la cima!
—También Julio Garul; una celebridad literaria hoy en día.
—Ése se lo debe todo á sí mismo, á su talento excepcional. Vale muchísimo Garul, y por eso ocupa en el mundo su puesto... Desengañémonos: para realizar los sueños de gloria y de fortuna que todos tenemos en la juventud, se necesita ser un genio ó un osado. Á las medianías nos encadena el Destino á la pata de cualquier pupitre oficinesco, ó en otra forma análoga... ¡Y aun debemos dar gracias por que se nos condene á cadena perpetua!...