El Ángel se Duerme

Alejandro Larrubiera


Cuento


El viejo Conde Falcón escuchaba impaciente y malhumorado las nuevas que de su hija D.ª Violante le traía Pero Martín, su escudero.

Encarándose con éste, al término de su relato le dijo con fiera acritud:

—¡Por Cristo crucificado, que he de hacerte colgar de una almena como no sea cierto lo que acabas de contarme!

—Señor, yo no miento —se atrevió á replicar el susodicho.

—Pero, ven acá, condenado. ¿Cómo se armoniza lo que tú me dices de que á un mismo tiempo doña Violante y su esposo don Rodrigo se quieran como á las niñas de sus ojos y se odien á muerte?... Vamos á ver cómo explicas este contrasentido... ¡Habla! ¡Contesta!... ¡No te quedes así parado como un idiota!...

Y dicho todo este aluvión de frases, el viejo Conde empezó á dar grandes pasos á lo largo de la suntuosa cámara, mientras que Pero Martín rascábase la cabeza, como si con las uñas quisiera sacar del caletre las explicaciones que tan políticamente se le pedían.

—¡Acaba! —ordenó el de Falcón, deteniéndose súbitamente en sus paseos.

—En Dios y en mi ánima, señor, que lo que acabo de contaros es el Evangelio: doña Violante y don Rodrigo ha más de un año que se casaron, y hasta hace pocos días parecían tórtolos por el mucho amor que á ojos vistas se profesaban ambos á dos... Envidia y contento de todos nosotros era presenciar su ventura... El cielo y...

—¡El infierno!... ¡Acaba de una vez, escudero parlatán!...

—Digo, señor —prosiguió Pero Martín, impertérrito— que de pocos días á esta parte pareció amenguarse la dulzura de sus cariños... Doña Violante amaneció un día con la faz tristona y don Rodrigo con gesto torvo... En la mesa apenas si cambiaron dos palabras; por la tarde partió solo del castillo el señor, y la señora quedóse en su cámara llorando hilo á hilo, como si llorase una gran desgracia... Ya bien entrada la noche volvió del monte don Rodrigo...

—Y cenaron y se acostaron y santas pascuas.

—Perdonad, señor; no se acostaron; cenar, cenaron, si cenar es oler los platos... Doña Violante pasóse la noche entera asomada á la ventana de su estancia, y don Rodrigo encerróse malhumorado en la suya. Y así, en tan injustificado encierro han permanecido tres días, hasta que doña Violante se sirvió ordenarme viniera á contaros su infortunio.

—Infortunio que me parece una tontería de mi señora hija —refunfuñó el noble,— porque no acierto yo á explicarme que por quererse muchísimo el marido y la mujer acabe en infierno un matrimonio que podía ser la gloria... Retírate Pero Martín á descansar, que ya proveeré yo en este desdichado asunto.

Retiróse con presteza el escudero, dando gracias tu mente á que el nublado no hubiese descargado sobre su persona, y quedóse el Conde Falcón preocupadísimo, dándole vueltas en el magín á la solución que para aliviar su desventura pedíale D.ª Violante.

Tratárase de algún negocio de guerra ó de caza, y pronto hallaría remedio conducente; mas en aquel sutilísimo de psicología matrimonial el rudo Conde no veía más allá de sus narices.

Y como advirtiese que cuantas más vueltas le daba al problema más irresoluble se le ofrecía, creyó lo más atinado pedir consejo al hombre tenido en su feudo por arquetipo de la discreción y de la sabiduría: el capellán del castillo. El cual capellán, impuesto de lo que de él se deseaba, contestó al de Falcón en parecidos términos:

—La causa de tan incomprensible cambio en el matrimonio de doña Violante es que el ángel se ha dormido;

Al oir esta enigmática explicación quedóse el noble estupefacto y miró á su interlocutor como se mira á quien creyéndole cuerdo nos descubre su locura.

—¿Que el ángel se ha dormido?...—repitió maquinalmente.

—Me explicaré: todos los matrimonios tienen un ángel bueno, que preside sus venturas y satisfacciones: los que se casan y son discretos procuran retener al ángel mostrándose amantes y cariñosos, pero sin extremos dulzones, porque en este caso el continuo arrullo y empalagoso mosconeo amoroso acaba por hacer dormir al ángel... Y mientras éste, depositario de alegrías y de venturas, permanece dormido, despiertan el hastío y el malestar, y el matrimonio llega al punto en que ahora se encuentra el de doña Violante; más claro: el sol es necesario para que las plantas gocen de vida; pero si es abrasador en demasía, concluye por agostarlas miserablemente... Bueno es quererse, pero con prudencia; que quien se muestra pródigo y gasta á manos llenas su oro concluye por verse pobre, y arrepentido de sus prodigalidades se le agria el humor al relacionar su pasada opulencia con su mísero presente; así es que debéis aconsejar á vuestros hijos que si quieren continuar siendo felices procuren despertar al ángel y tenerle siempre bien despierto...

Dijo el capellán, y el de Falcón quedósele mirando, asombrado de la sagacidad con que había llegado á la entraña de negocio tan arduo.


Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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