El Corsé Nupcial

Alejandro Larrubiera


Cuento



I

¡Pobre Amalia! Padecía mal de amores… Ya no resonaba en el obrador el alegre gorjeo traducido en copla popular que salía de su garganta, ni su risa argentina como el rebotar de perlas sobre finísimos cristales dejaba entrever sus hileras de dientes me nudos piñones engarzados en elipses de grana. Estaba triste y en la tarde de aquel sábado sus ojos aguanosos permanecían fijos en el magnífico corsé en que trabajaba… Un corsé nupcial de gran mérito, con labor finísima, flores y encajes de nívea blancura que competía con la del raso que servía de forro al armatoste de ballenas y alambres.

La maestra, una mujercita vivaracha, con gesto de displicencia y frase dura encomiaba á su oficiala predilecta la pronta terminación de la labor.

—Corre mucha prisa… lo necesitan para esta noche.

Y ¡hala que hala! iba la corsetera finalizando aquel corsé que era una maravilla. Los ojos de la oficiala se anublaban más y más. Llegó un momento en que las nubes de tristeza chocaron entre sí en el hermoso horizonte de sus pupilas y dos indiscretas lágrimas fueron á caer sobre el raso… Nadie notó el desprendimiento de aquellas gotas de agua salada…

II

Aquel corsé era el gran culpable del llanto de su confeccionadora.

La historia os la explicaré, así, de prisa, porque hay historias que basan sus cimientos en la sensibilidad y no tienen más resumen que una lágrima ó un suspiro.

Yo no se aproximadamente la fecha, ello es que Amalia tuvo un novio… Un chico que prometía ser una notabilidad en eso de zurcir comedias é inventar episodios novelescos, pero que en tales calendas era un pobre diablo que sólo era rico en afectos é ilusiones. Juró formalmente unir su suerte á la de la entonces aprendiza de corsetera. Ya ve usted, lector, juramentos de esos que son palabras dichas en serio y que graba en la arena la primera pasión… Luego el viento de la realidad barre la promesa para in aeternum.

Amalia era muy feliz, muchísimo, con aquel su D. Juan que la servía de escudero al salir de su obrador, la llevaba los domingos de paseo, la convidaba (de Pascuas á Ramos, dicho sea en honor á la verdad) al teatro ó bien á saborear una taza del problemático moka que sirven en esos cafés que son muy obscuros y en los cuales cafés los mozos se duermen recostados en una columna…

Y tenía Juanito López, que así se llamaba el Abelardo, tal torrente de poesía para su Eloísa de pañuelo á la cabeza, que ¡vive Dios! no es de extrañar que la corsetera, allá en su lecho á las altas horas de la noche soñase con ser la esposa de un futuro gran autor y que ella era la hada, mejor dicho la ninfa, la musa riente que con sus besos inoculaba las quinta esenciadas sublimidades del genio.

Una aprendiza se lo había dicho, así, de sopetón, como suelen anunciarse por las gentes desprovistas de sensibilidad las malas nuevas.

—Chica, ¿sabes á quién me he encontrado? A tu novio Juanito. Por cierto que parecía un príncipe, con levita, chistera y toda la pesca… Le pregunté por qué no venía á verte, y me ha dicho, dice: «Dile á esa tontuela que todos los tiempos no son iguales y que nuestras relaciones eran cosas de niños » ¡Ah!, también me dijo que ha estrenado una comedia en el Español… En fin, la mar… Al pronto parecía que le daba vergüenza el hablar conmigo… ¡Si te digo que se ha puesto más tonto y orgullosote!

Amalia adoraba á su juanito, creía en él, todo lo esperaba de él, y así de golpe, cobardemente, él la había despreciado: de un soplo había deshecho un palacio de ventura, construido Dios sabe á fuerza de qué promesas y bienandanzas para lo porvenir… Y todo por un cambio de fortuna… ¡Grandísimo fatuo!… ¿Qué diría el mundo, qué la historia, si el celebérrimo autor dramático D. Juanito López se hubiese

casado con una mísera corsetera que le idolatraba?… Era lógico lo que le ocurría á Amalia… Y ante felonía tan grande la joven sintió, como dice Espronceda,


«… quererse del pecho
saltar a pedazos roto el corazón;
crecer su delirio, crecer su despecho;
al cuello cien nudos echarle el dolor.»

III

Parecía habérsele cicatrizado la herida que le causó el desenlace de aquella historia vulgar tan pródiga en esperanzas y dichas. Amalia se creía ya feliz porque el recuerdo del «ingrato» se esfumaba rápidamente; pero hay historias que hacen retardar el epílogo, y ésta era una de ellas… En la mañana de aquel sábado penetraron en el obrador unas señoras, madre é hija, antiguas parroquianas de la maestra. Traían el encargo de que hicieran un magnífico corsé de boda.

—Ya ve usted maestra, se nos casa Amparito pasado mañana, y quisiéramos, indicó la mamá, que estuviese para esta noche sin falta.

Siguió la charla á propósito de las condiciones del famoso corsé que sirve sólo para un día y luego se archiva como un recuerdo entre otros de nupcias.

La mamá, llena de orgullo, hubo de anunciar que el héroe de la fiesta, es decir, el futuro lo era el afamado autor dramático D. Juanito López.

Marcháronse las señoras; las chicas del obrador pusieron á la señorita de oro y azul por lo estúpida y presumidota que se les había antojado ser… ¡Envidiosas!…

Amalia… ¿pero á qué molestaros pintándoos su estado moral… Vosotros lo comprenderéis desde luego.

En un momento de rabia ó de dolor, la corsetera se pinchó con la aguja, y allí, cerca del pecho del corsé, fué á caer una gotíta de sangre roja, que parecía como un rubí sobre el raso… Amalia quiso hacer desaparecer la huella, pero hubo de dejarla… Permanecía siempre igual, y luego… ¿quién se fijaría en tan nimio detalle?…

IV

—Ello cuesta carito, pero el corsé es preciosísimo, y…

—¡Mamá, mamá, mira, una gotita de sangre!…

—¿Cómo habrá caído?

—Vaya usted á saber; algún descuido de la oficiala… ¡Son tan atropelladas esas chicas de oficio!…

Terminó el incidente; ¡y por las barbas de Mahoma, que no fuera tan tranquilo el desenlace al saber la mamá y la presumida de su hija que la motita de sangre encerraba toda una historia amorosa en la que el principal protagonista era su queridísimo y talentado Juanito López!…


La ilustración artística, 8 de agosto de 1892.


Publicado el 21 de julio de 2023 por Edu Robsy.
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