La Felicidad del Ajenjo

Alejandro Larrubiera


Cuento


Camino de Vicálvaro en medio de un campo erial, se levanta un pino raquítico y contrahecho. Los pájaros jamás han anidado en él: en la carcoma de su podrida madera se deslizan los reptiles más asquerosos: cuando el viento Norte sopla iracundo, sus ramas resecas se quiebran con ruido siniestro... En las noches en que la luna viste con túnica blanquecina la tierra, el árbol es un espía en medio de la soledad. Parece retorcerse con la más violenta contorsión de espanto por verse tan solo, tan abandonado...


* * *


La corbata traíala mal hecha y como si aspirase á ceñirse al cogote; el traje, más pecaba de sucio que de elegante; el cuello y la pechera parecían haber reñido con el agua y el almidón; los pantalones, deshilachándose, rozaban el suelo; las botas tenían barro adherido á los bordes de la suela y los tacones torcidos. Por las mejillas paliduchas avanzaban revolucionariamente las barbas mal perjeñadas; los ojos, como los de las muñecas de biscuit, brillaban mucho, pero sin expresión; el sombrero que coronaba tales ruinas y roñosidades, ofrecíase abollado, grasiento. Tan astroso é incorrecto encontré la otra tarde á la puerta del café del Diván á mi amigo Luis, que no há pocos meses era el joven más elegante, atildado y rico de la buena sociedad madrileña: encanto de señoritas en estado de merecer, desvelo de señoras casadas, mimo de mamás con ascenso inmediato á suegras y temor de padres, hermanos y maridos celosos de su honor.

Nos dimos las manos, y Luis, conociendo la sorpresa que su empaque me producía, me dijo, sonriéndose irónicamente:

—No te asombres de esta facha, ni creas tampoco que estoy aquí como socio del club al aire libre del «sablazo amistoso». No me he arruinado aún; es que me he vuelto demócrata, casi casi socialista... Si quieres saber una historia triste, entremos en el café; elijamos una mesa aislada de cómicos y toreros, y de seguro que al vernos á tí y á mi, mano á mano, creerán unos y otros que soy un zascandil de la escena que viene á recibir el préstamo... Tú harás bien tu papel; tienes cara de empresario primo.

Aquella cháchara me hacia daño en boca de Luis, que era el prototipo de la seriedad; supuse que hablaba de tal modo por aturdirse á si mismo.

—Muchacho —dijo Luis al mozo que se había acercado á nuestra mesa— sirve al señor lo que pida, y á mi ya sabes: ajenjo, ajenjo puro.

—Pero, ¿estás en tu juicio? —le hice observar.— ¿Tú sabes lo que bebes?

—¿Que si lo sé?... ¡Ya lo creo! ¡Ajenjo! El enemigo amargo de la razón, el gran ilusionista, el que mejor nos hace olvidar las penas que, ocultas en el pecho, como ratones en un queso, le roen hasta destrozarle... En la hora melancólica del anochecer, en la «hora verde», que dicen los parisienses, el ajenjo inunda la masa gris de extraordinarios resplandores; las ideas todas son luminosas; para cualquier infortunio se encuentra un gran consuelo; para los problemas más arduos, una solución; para los remordimientos, razones que los alejan; las cansadas fuerzas del espíritu reviven prepotentes; el ajenjo es un néctar que nos embriaga deleitándonos; es como el opio: trae la pesadilla inexplicable de luz y armonías; de mujeres que son hadas deliciosas y de placeres en que la materia parece vibrar en un eterno beso, en una continua caricia voluptuosa; el ajenjo es un enemigo mimoso para nosotros, grandes desgraciados, que corremos el mundo solos, sin otra alegría en lontananza que la total paralización del ser... la inmovilidad absoluta, la negación de todo, la única verdad positiva: el más halagüeño de los goces... ¿Verdad, Alejandro?

—Estoy maravillado de tus teorías, de tus desilusiones, de tu actual manera de ofrecerte á mis ojos —repliqué.— Tú, el más alegre, el menos filósofo y el más feliz...

—¡Alto! —interrumpió mi amigo.— Feliz... lo he sido pocos meses... Tú no ignoras que la felicidad es un usurero que presta sus tesoros por contadas horas, y en cambio cobra un irritante interés, del cual sólo puedes librarte dentro de una fosa... A tí te puedo confiar mi pena, porque al menos no serás tan cruel como lo son la mayoría de los amigos que parecen interesarse por la desgracia ajena y luego la consuelan con una vulgaridad ó una tontería, ó se callan porque te escuchan por compromiso... Yo fuí feliz cuando vi correspondido mi amor por Carmen, una de tantas chicas de la clase media que viven miserablemente al lado de «papá» y «mamá»; salen á paseo, á caza de novio, los domingos y fiestas de guardar, y sueñan de continuo con un caballerete de buenas prendas que las libre de las estrecheces tiránicas del hogar paterno... Tan locamente me enamoré de Carmen, que, gozoso, cometí la tontería mayor. ¡Me casé! La vida matrimonial en los primeros meses se deslizó sonriente, sin asomo de nubes; todo era sol; todo era azul y rosa; las tormentas en tal cielo parecían mitos... ¡y qué diablos! sería optimista mi felicidad que antojábanseme ángeles mis suegros... Bueno es advertirte que antes de casarme llegaron hasta mis oídos conceptos no muy piadosos acerca de mi futura, y que la portera y vecinos de la casa, sonriéndose compasivamente, parecían decirme cada vez que me encontraban en la escalera: «¡Pobre hombre! ¡En qué líos se mete!» Achaqué todo esto á envidias, y... La luna de miel en que se reflejaba mi vida venturosa, fué como luna de espejo que se rompe de un trastazo y deja asomar las fealdades del cartón que resguarda el azogue... No sé decírtelo de otro modo: una mañana mi mujer amaneció tal cual era; es decir, sin hipocresías; se mostró conmigo displicente, desenamorada, coqueta, avara de sí propia; me negaba las caricias de que tan pródiga se mostró siempre; pasábase las horas muertas en su cuarto tocador; salía á paseo, á hacer visitas y compras, á oir misa ó al teatro, sin decirme palabra; yo no servía más que para figurar en las facturas de los comercios en que se surtía mi señora... No me quejaba. Era tan ciego que todo me parecía bien; lo único que me irritaba era su desvío... ¡Cuántas veces, á solas, reflexionaba sobre tales metamorfosis, y cuántas veces el recuerdo de las pasadas maledicencias me angustiaba el ánimo, y me veía á mi mismo como un marido cándido y tonto de los piés á la cabeza!... Los celos, celos horribles y sin causa racional que los motivase, desgarraban tira á tira mi felicidad... Callaba... ¿Qué iba á hacer? Encontraba tan hermosa á mi Carmen, que, por no perderla, perdía yo mi dignidad de hombre, y como el que mendiga un favor, sometíame complaciente á cuantos caprichos y locuras ideaba; un día regañé con ella y ella se manifestó resueltamente enemiga. Con estúpido asombro escuché de su boca frases de vendedora de plazuela... Adquirí una tristísima certidumbre: se había casado conmigo llevada de la misma idea que el escultor cuando busca un suntuoso pedestal para su estatua: para que resalte más y tenga mayor lucimiento... ¡Dios mío! Me consideré tan desgraciado que lloré lágrimas de rabia, de vergüenza. ¡A qué extremos nos empuja la pasión!... Aquella nube pasó; intenté atraer á Carmen al buen camino; agoté todos los recursos, todas las energías, todas las reflexiones. No conseguí nada... Burlábase de mis afanes, y se vanagloriaba de haber hecho siempre cuanto se le antojaba...

¿Adivinas el resto? Carmen se marchó de mi lado llevándose un... buen golpe de alhajas y de dinero... ¿Ha ido con algún amante? No lo sé... Supongo que sí... He intentado por cuantos medios me sugería mi dolor encontrarla... Mi espíritu parece que ha quedado en suspenso desde su huida... Soy un escéptico que se abandona al azar y sepulta sus desdichas en una copa de ajenjo... Esta me proporciona una felicidad de un segundo; una borrachera de ilusiones que escapan rápidas, volviéndome después á una realidad que encuentro mucho más triste y desconsoladora... Ya sé que abusar de la felicidad del ajenjo es ir camino de la locura... Pero dime tú, ¿qué mejor cosa podría yo hallar para mi ínfortunio?...


* * *


Sin saber por qué extraña evolución de la mente, recordé, mientras Luis me daba cuenta de su desdichado matrimonio, el pino raquítico y contrahecho que se levanta en medio de un campo erial, camino de Vicálvaro, sin que jamás los pájaros hayan hecho en él su nidada; únicamente en la carcoma de su podrida madera se deslizan los reptiles más asquerosos...


Publicado el 19 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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