¡Ay de aquellos que no posean una flor
de la hada de los ojos verdes!
I
Era el amanecer de un día de mayo: el mes de las flores, del amor y de las hadas: las tres cosas más espirituales que pueden existir en el mundo; la aurora, como maga invisible, recogía los negros tules en que aparecía envuelto el bosque; los árboles, que en la noche semejaban medroso batallón de gigantes que dormía un sueño agitado, mostrábanse en toda su lozanía cuajados de hojas y de canciones; al pie de uno de estos árboles había un hombre joven vestido de pastor.
Dormía, y su sueño debía ser tan alegre como la aurora de aquel día, por cuanto en su rostro dibujábase una sonrisa. ¿Quién sabe si el amor, el interés ó alguna de esas ocultas ambiciones del espíritu satisfarían éste en la quimérica realidad del sueño?..
Los rayos del sol naciente vinieron á despertar al joven, el cual, refregándose los ojos, miró en torno suyo, y al verse así, tan solo, al pie de un árbol, hizo un gesto de asombro.
—¡Todo mentira!, balbuceó con acento de amargura.
Y poniéndose en pie, echó á andar por entre el laberinto del bosque; andaba el pastor á paso tardo, la cabeza inclinada al pecho, caídos los brazos: como anda quien se ve bajo el peso de una gran preocupación.
—¡Sería yo tan feliz!, pensaba en voz alta, poco cuidadoso de que los pájaros interrumpiesen sus cantos para escucharle. Si yo poseyera como el amo una casa, un huerto y un millar de ovejas, podría atreverme á hablar á Marcela, la hija del señor alcalde… ¡Y sería dichoso, dichosísimo: no me cambiaría por ningún rey ni príncipe, porque el que se case con Marcela puede decir que se casa con la propia felicidad!
Y moviendo tristemente la cabeza continuó:
—¡Pero yo no soy ese!., ¡No podre serlo nunca!.. Soy sólo Pedrín el pastor, y mi vida se ha de pasar apacentando los rebaños de los otros, de los ricos… ¡Yo siempre seré pobre!,.
Aquí llegaba Pedrín en sus lamentaciones cuando se detuvo en su marcha, quedóse inmóvil, entre confuso y maravillado, con los ojos muy abiertos.
Motivo sí había para que cualquiera —no un simple pastor – experimentase parecidas turbaciones.
II
Una mujer de peregrina belleza, envuelto su cuerpo en flotante túnica, más nítida que la nieve de los picos de las montañas, coronada su gentil cabeza con una guirnalda y trayendo en la mano una varita de flores, presentóse ante el pastor y con voz suave como eco de dulce risa le dijo:
—¿Por qué te asombras de mi presencia?..
Y amorosa, fijó sus ojos, que parecían dos esmeraldas heridas por el sol, en el rostro de Pedrín, que al verse así mirado experimentó un consuelo inefable: calmáronse como por encanto las congojas que nublaban su espíritu, y ya sereno, se atrevió á preguntar:
—¿Y quién eres tú, la mujer más hermosa de cuantas he visto en la tierra?..
—Una hada, á la cual el fatalismo quiso enterrar en una caja terrorífica; mis hermanos son el Sol y la Muerte.
Y al ver que sus palabras arrancaban un estremecimiento al pastor, hubo de advertirle:
—Pero no temas: el Sol, que es la luz, ahuyenta las sombras que produce el dolor, y la Muerte es para el pesar el consuelo eterno. He oído tus quejas y quiero que las deseches. ¿Tienes confianza en mí?..
—¡La tengo!, afirmó con viveza Pedrín.
—Pues entonces, escucha; todos los deseos de los hombres, todas sus ansiedades son otros tantos caminos por los qué marcha la voluntad hasta encontrar el objeto ó fin que motiva su viaje. Vuestra alma es eterno viajero perdido en el Sahara de la ilusión; por efecto del espejismo, cree ver oasis, y al cerciorarse de su yerro, si desmaya, muere; si continúa, acaso encuentre un deleitoso refugio… Sé tú perseverante en el camino que te traza tu noble deseo: que jamás se apodere de ti el desaliento… Y sí acaso en algún punto de tu vida lo sintieras, toma esta flor (y la hada arrancó una del ramo que traía en la mano y se la entregó á Pedrín). Consérvala siempre y vivirás feliz.
Dicho esto, internóse en el bosque, mientras que el pastor —no muy repuesto aún de su asombro contemplaba afanoso la flor que le entregara la hada de los ojos verdes.
III
Ya los años han encanecido los cabellos de Pcdrín é indudablemente acertó en su juventud al afirmar que Marcela era la encarnación de la felicidad: tan venturosas han sido los días del matrimonio del pastor y Marcela.
Al conocer esta ventura, comprenderéis cuán rudo fué el empeño del hombre para lograr su fin: tuvo que luchar con su pobreza, con el amor de Marcela y con las vicisitudes inherentes á la vida; ¡venció a todas! Tuvo constancia, no desmayó nunca ni le abatió el infortunio: la vista de la flor de la hada le centuplicaba la energía en la lucha por los ideales de su existencia.
* * *
Comprendía Pedrín que era llegada su última hora, y no obstante
con sus manos calenturientas apretaba la flor á la cual debía su
ventura: la apretaba en la firme creencia de que su virtud ahuyentaría
el peligro.
Una noche, la última que el espíritu había de permanecer encerrado en el cuerpo de Pedrín el pastor, exclamó éste con acento que pintaba su angustioso estado de ánimo:
—¡Dios mío, si pudiera yo ver á la hada de los ojos verdes!
Al acabar de pronunciar estas palabras, presentosele la hada tal como él la conoció en el bosque.
Y sentándose al borde del lecho y tomando una de las manos de Pedrín le dijo:
—Es ya hora de que mi hermana la Muerte dé sosiego eterno á tus ambiciones y deseos… Durante tú vida te he sostenido y alentado en cuanto intentaste realizar… Ahora esa flor que retienes en tu mano solo ha de servirte para hacer más feliz tu tránsito al otro mundo.
Pedrín, al oír esto, suspiró, y mirando con ojos extraviados á su interlocutora, repuso:
—Perdona esta curiosidad de última hora: ¿quién eres tú que tanto bien me has hecho en mi peregrinación por este valle de lágrimas?..
—¡Fíjate bien en mis ojos; ellos te dirán mi nombre!
—¡La Esperanza!, exclamó Pedrín apretando convulsivamente entre sus manos las de la hada de ojos verdes.
La Ilustración Artística, Barcelona, 26 de julio de 1897.