I
Antojósele á S. M. el diablo —gran padre de antojos— averiguar si eran cuentos chinos lo que a propósito del amor decíanle cuantos infelices caían en la morada infernal, y con ánimo torcido (que cosa derecha no ha de hacer quien con lo tortuoso goza) se disfrazó de persona decente estéticamente hablando, es decir, quitóse los cuernos y el rabito clásicos con que le describen las viejas y le pintan en retablo los fantaseadores del arte pictórico.
Asi arreglado como cualquier hijo de vecina que tiene dinero y gusto para vestirse, «surgió» Papá Botero á la haz terrestre, y como no era oportuno el corretear solo por este solarón ni mucho menos era práctico para hacer la prueba que intentaba, el señor demonio se trajo consigo una de las más deslumbrantes bellezas que encerraba en su vastísimo palacio. Era Zoa —así se llamaba la prójima— de lo más hermoso que pudiera soñarse y la tan acreditada tía Javiera de la hermosura, la Venus de Milo avergonzaríase —si es posible que una estatua se avergüence— de haber tenido engañada á la humanidad por espacio de muchos años á propósito de su singular y harmónica belleza femenil. Con decirles á Vdes. que al propio Lucifer se le hacía la boca agua al contemplar la plasticidad de su súbdita, creo decirlo todo. Y si, aún tú, lector malévolo, encontraras ditirámbicas mis afirmaciones, cierra por un segundo los ojos é imagínate la mujer más bellísima que para ti quisieras y esa es la fulana de mi historia. Y con esto ahorraremos, yo el buscar epítetos, y tú el cansancio de leerlos.
Con tan amable compañera, bien repleto el bolsillo de pecuniam dineritis, que no porque fuese S. M. diabluna, iba á eximirse de pagar como cualquier fulano lo que se la antojase comprar, halláronse Lucifer y Zoa en una carretera cierta tardecita de verano.
—Ya lo sabes, chiquilla —díjole el diablo á Zoa poniendo cara de señorito bobo.— Nuestra misión ahora es la de sembrar cizaña entre los amantes. Tú serás el quid de la tremolina, que por algo naciste tan hermosa, que sí yo en illo témpore te hubiera hallado en mi poder, lo que es San Antonio peca, ¡vaya si peca!
Sonrióse Zoa satisfecha de la estima en que la tenía su señor y éste miró sin pestañear la dentadura más fresca y nacarada que vió en los siglos de su vida.
—Yo —continuó Satán— me valgo de la coquetería de las mujeres para que los hombres cometan mil desatinos. Pero tú sobre todo has de ocasionar un gran estrago allí donde encuentres un hombre, ¡Verás qué gran triunfo alcanzamos!
—Pero señor —objetó Zoa— ¿á la fuerza he de dedicarme á ser coqueta con todos?... Esa empresa es superior á mi.
—¿A todos? ¡No, mujer!.... ¡Bueno sería! Únicamente á los amantes de veras: quiero darme la satisfacción inmensa de derrotar á ese diablillo suelto del amor que en algunas ocasiones me ha vencido, pero que ahora...
II
Pasado un año de este diálogo Zoa y S. M. infernal iban por un camino de travesía, mustios y cabizbajos.
Caminaban despacito buscando un punto conveniente para entrar en su palacio subterráneo.
—¡Voto va á mi mismo! —decíase Lucifer mirando con el rabillo del ojo á Zoa— que hemos hecho lucida campaña en la Tierra... No creo que me ciegue el coraje, pero esta muchacha es de lo más hermoso en clase de mujeres y eso que yo he visto millones de ellas...
Hizo pausa y continuó:
—A los desocupados, á los viejos verdes, á los libertinos, á chicos y grandes, á los que peinan barbas y á los que por suciedad, ó carencia no las peinan; á todo ciudadano «del ardiente al helado polo», ha cautivado esta mujer y hasta se han atrevido á ir en su seguimiento miles y miles, con lo que más parecía nuestro viaje romería que otra cosa. A cada instante he tenido que acordarme de que soy el mismísimo diablo en persona para evitar desmanes y tropelías, pero no hemos conquistado ni uno siquiera de los mortales que entregan su corazón á una mujer y que por ésta serían capaces de entregarme á mi la vida. Zoa ha sido un D. Juan Tenorio con faldas cerca de los amantes y como si cantara. La mayoría de los que intentaba seducir y cuento desde el pastor al príncipe, desde el emperador al mendigo, desde el mozo de mulas al magnate, todos quedábanse pasmados de la belleza de mi súbdita y al acercarme yo para preguntarles:
—¿Os gusta Zoa?
Me respondían:
—Es hermosa.
—¿La cambiarías por tu amada?...
A esta pregunta seguía una mirada de Zoa que haría temblar á un santo de talla.
Y como si no. Replicaban estúpidamente:
—¡Quiá! Es muy bonita esa mujer, pero lo es más mi Fulana (la novia, mujer ó amante del que queríamos que perjurase).
Mohíno con la negativa, indicábale:
—Si te casas con esta mujer, serás inmensamente rico.
—¿Y qué me importa á mi el dinero?... Mi única felicidad, mi único tesoro, es el cariño de Fulana..
El diablo hizo punto en sus reflexiones. Delante de él se abría la boca del infierno.
Cuando se vió dentro del mismo, legiones de diablos rodearon á su señor, preguntándole que tal había sido la cosecha de enamorados.
—¡Buena cosecha! ¡Buena!... Ni uno sólo. Decididamente todos los amantes son unos San Antonios.
—¡O unos ciegos! —añadió Zoa, despechada como mujer y como agente infernal.