Ciervo

Alejandro Ortega


poesía, prosa, ciervo, metáfora, nombre


 Me siento extranjero en estos días. Ciervo entre silbidos de bala, músculos ardiendo sin tregua; el bosque, casa, es hoy un pasillo, desfiladero ante la guadaña. Los perros de presa siguen mi olor a miedo y sudor, el aire es de cemento en el pecho. La noche es coyote que acecha.
La vida me empaña, me encañona. De nuevo, extranjero es todo secreto, sin comodidad. Astuta asesina vitalicia.
 Siempre son otros los que nos ponen los nombres. Todo debe tener un nombre porque lo que no podemos nombrar no existe. ¿Cómo podrías hablar con alguien que no tiene nombre? ¿Cómo hablar de una persona que no tiene nombre sin ponérselo? Sin hacer de "quien no tiene nombre" su nombre. ¿Cómo sería no saber el nombre de tus padres? ¿Te podrías enamorar de alguien sin nombre? Me gustaría estar en el pasado, en el momento exacto en el que alguien puso el primer nombre propio para taparle la boca. Quien quiera que fuese, con él empezó nuestra decadencia.
Solo Dios puede poner nombres, porque su palabra es verbo, es creadora. Su acción divina es transmitida a través de la palabra. Habría sido un gran cuentacuentos. Tengo que llevarle flores.
Pienso mucho en ciervos. Nombres y ciervos. Por ambos se cargan las escopetas. Hay nombres que provocan guerras y otros que las terminan. Querría saber cantar para declarar que ayer mi ciervo azul se me perdió...
En época de hambre no hay espacio para las fantasías, las historias solo pueden ser épicas u oraciones, pero nada de barcos sin puerto. Los nombres no construyen lo que nombran, si no las paredes de alrededor que los distinguen del resto, lo "otro". Nombrar es levantar fronteras. Tú y yo. Yo y los demás. Nosotros. Ellos.
Entre comillas: "los nombres vienen acuñados por la tradición o creados para describir una nueva realidad". Si te ponen un nombre que ya existe, no eres una nueva realidad.
"... escogidos con los criterios preferenes de brevedad y extrañeza". Los nombres deben ser breves. Ojalá yo supiese ser breve... creo que ya lo soy. Uno puede ser breve e intenso, pero es curioso que si te pasas echando gasolina a la intensidad, pasas de intenso a intensito. Y si lo haces con la brevedad pasas de breve a desaparecer.
Como las personas, los nombres tienen una causa, un punto cero. Cuando te dan un nombre (¿dan o prestan?) pasas a tener dos orígenes. Te divides. Dos habitan en uno. Habitar es más acertado que convivir. Si saben cómo te van a llamar antes de que nazcas, es como si hubieses nacido un poquito ya. Todos somos un poco Dionisios en ese sentido. Hay quienes están toda su vida intentando desembarazarse de su nombre, pero todos los embarazos acaban en parto o en aborto. Ambos dolorosos y traumáticos. Ambos manchan. Un nombre, tu nombre, te mancha y cala hasta disuadir los límites de lo nombrado.
"Rompe, supera tus propios límites"... hay que joderse. Resulta que mis límites son mi culpa. Por lo menos, y siendo compasivo (con mucha pasión), no todos son culpa nuestra, no del todo. Los límites son como los nombres; inventados o heredados, te los dan, te visten con ellos desde que eres un puto niño inocente que cabalga ciervos azules que mañana habrán sido unicornios.

Publicado el 10 de diciembre de 2020 por Alejandro.
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