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—¡Cómo! ¡No respetan la iglesia de Dios! ¡Fuera, villanos! —y volviéndose hacia Kirila Petróvich, continuó—. ¿Habrase visto, señoría? ¡Monteros llevando perros a la iglesia del Señor! Perros corriendo por la iglesia. Ya veréis…
Al oír los gritos entraron los guardianes, que a duras penas consiguieron reducirle. Se lo llevaron y lo metieron dentro del trineo. Troyekúrov lo siguió, acompañado por todo el tribunal. La locura repentina de Dubrovsky había afectado a su imaginación, envenenando al mismo tiempo su triunfo.
Los jueces, que esperaban el agradecimiento de Troyekúrov, no fueron premiados ni siquiera con una palabra amable. Aquel mismo día partió para Pokróvskoye. Entretanto Dubrovsky estaba en cama; el médico del distrito, que afortunadamente no era un ignorante total, lo sangró, le aplicó sanguijuelas y sinapismos y hacia la noche el enfermo se sintió mejor, recobrando el conocimiento. Al día siguiente lo llevaron a Kistenevka, que ya casi ni le pertenecía.
82 págs. / 2 horas, 24 minutos.
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Publicado el 25 de junio de 2018 por Edu Robsy.
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