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Edición física «El Negro de Pedro el Grande»
Ibrahim expresó su sincero agradecimiento al duque pero permaneció firme en su decisión.
—Lo lamento —repuso el duque—, aunque creo que tiene usted razón. —Y prometiéndole aceptar su dimisión, escribió al zar dándole cuenta de todo.
Pronto Ibrahim estuvo preparado para la marcha. La tarde en víspera de su viaje la pasó en casa de la condesa D., como de costumbre. Ella no sabía nada, e Ibrahim no tuvo el valor suficiente para decírselo. La condesa parecía tranquila y contenta. Lo llamó varias veces y le gastaba bromas al verlo ensimismado. Todos los invitados se marcharon después de la cena. Quedaron solos en el salón la condesa, su marido e Ibrahim. El desdichado Ibrahim habría dado cualquier cosa por quedarse a solas con ella; pero el conde D. se había instalado junto al fuego tan plácidamente que no se podía ni pensar en hacerlo abandonar la habitación. Los tres estaban callados. «Bonne nuit», dijo, por fin, la condesa. A Ibrahim se le encogió el corazón y sintió de pronto todos los horrores de la separación. Estaba inmóvil. «Bonne nuit, messieurs», repitió la condesa. Ibrahim seguía sin poder moverse… Sólo cuando ya se le nubló la vista y la cabeza empezaba a darle vueltas consiguió, a duras penas, salir de la habitación. Al llegar a casa, casi sin sentido, escribió la siguiente carta:
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Publicado el 12 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.
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