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Tratado, Religión, Ética.
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19 de diciembre de 2021.
Cómo el que ama locamente desplace a Dios
Primeramente digo tal razón, a la cual persona ninguna no la
puede resistir, que ninguno hacer placer a Dios no puede si en mundano
amor se quiere trabajar; por cuanto mucho aborreció nuestro Señor Dios
en cada uno de los sus testamentos, viejo y nuevo, y los mandó punir a
todos aquellos que fornicio cometían o lujuriaban, fuera de ser por
ordenado matrimonio según la ley ayuntados; los cuales eran preservados
de mortal pecado y de fornicio si debidamente, y según la dicha orden de
matrimonio, usasen del tal acto en acrecentamiento del mundo; y mandó
punir a cualquier que por desfrenado apetito voluntario tal cosa
cometía. Demándote, pues, ¿si tal cosa será dicha buena la que fuere
contra la voluntad de Dios hecha? ¡Oh cuánto dolor de corazón, cuánta
amargura para las ánimas, de lo que de cada día oímos, sabemos, leemos y
vemos por hechos viles, torpes, horribles de lujuria, que de cada día
por guisas diversas se cometen, perder la gloria de paraíso por
momentáneo cumplimiento de voluntario apetito, vil, sucio y horrible!
¡Oh malaventurado e infame, y aun más que bestia salvaje y, peor aun,
debe ser dicho y reputado aquel que por un poquito de delectación carnal
deja los gozos perdurables y perpetualmente se quiere condenar a las
penas infernales! Piensa, pues, hermano, y con tu sutil ingenio busca
cuánta de honra le debe ser hecha a aquel que, menospreciado su Señor y
Rey celestial, y aun menospreciando su mandamiento, por una mujercilla
miserable o deseo de ella, quiere darse todo al diablo, enemigo de Dios y
de la su ley. Pensar puedes, amigo, que si nuestro Señor Dios quisiera
que el pecado de la fornicación pudiese ser hecho sin pecado, no hubiera
razón de mandar matrimonio celebrar, como cierto sea y manifiesto que
mucho más pueblo se podría acrecentar usándose el tal acto de fornicio
que no evitándolo. Pues bien puede y debe ser notada la locura de cada
uno que por haber un poco de delectación carnal quiera perder la vida
perdurable, la cual Jesucristo nuestro salvador por la su propia sangre
quiso comprar y de pérdida recobrar. Por ende, te digo que en confusión
de su ánima será y vergüenza de su cara, y más, en gran injuria del
omnipotente Dios, del cielo y de la tierra criador, si por querer seguir
la mezquina de su voluntad y apetito desordenado quiere alguno contra
la voluntad de Dios obrar, venir y vivir perdiendo, como dije, lo que te
es por Él prometido sin tú merecerlo, y esto por derramamiento de su
propia sangre, la cual demandará a Dios padre justicia de ti. ¡Oh juicio
cruel, cuanto poco pensado, menos cogitado! Piense, pues, el que pensar
pudiere o quisiere, que a solo Dios amar es amor verdadero, pues amando
quiso por ti morir, y ¡tú por galardón quieres a otro más servir!