Prólogo
Jesús
Libro compuesto por Alfonso Martínez de Toledo Arcipreste de Talavera en edad suya de cuarenta años, acabado a quince de marzo, año del nacimiento del Nuestro Salvador Jesucristo de mil cuatrocientos treinta y ocho años. Sin bautismo sea por nombre llamado Arcipreste de Talavera dondequiera que fuere llevado.
En el nombre de la santa trinidad, padre, hijo y espíritu santo, tres personas y un solo Dios verdadero, hacedor, ordenador y componedor de todas las cosas, sin el cual cosa ni puede ser bien hecha, ni bien dicha, comenzada, mediada ni finalizada, habiendo por medianera, intercesora y abogada a la humilde sin mancilla virgen Santa María. Por ende, yo, Martín Alfonso de Toledo, bachiller en decretos, arcipreste de Talavera, capellán de nuestro señor el rey de Castilla don Juan —que Dios mantenga por luengos tiempos y buenos— aunque indigno propuse de hacer un compendio breve en romance para información algún tanto de aquellos que les pluguiere leerlo, y leído retenerlo, y retenido, por obra ponerlo; especialmente para algunos que no han hollado el mundo ni han bebido de sus amargos brebajes ni han gustado de sus viandas amargas, que para los que saben y han visto, sentido y oído no lo escribo ni digo, que su saber les basta para defenderse de las cosas contrarias. Y va en cuatro principales partes dividido: en la primera hablaré de reprobación de loco amor. Y en la segunda diré de las condiciones algún tanto de las viciosas mujeres. Y en la tercera proseguiré las complexiones de los hombres (cuáles son o qué virtud tienen para amar o ser amados). En la cuarta concluiré reprobando la común manera de hablar de los hados, venturas, fortunas, signos y planetas, reprobada por la santa madre iglesia y por aquellos en que Dios dio sentido, seso y juicio natural, y entendimiento racional. Esto por cuanto algunos quieren decir que si amando pecan que su hado o ventura se lo procuraron.
Por ende, yo, movido a lo susodicho, tomé algunos notables dichos de un doctor de París, por nombre Juan de Ausim, que hubo algún tanto escrito del amor de Dios y de reprobación del amor mundano de las mujeres, y por cuanto nuestro señor Dios todopoderoso, sobre todas las cosas mundanas y transitorias debe ser amado no por miedo de pena, que a los malos perpetua dará, salvo por puro amor y delectación de él, que es tal y tan bueno que es digno y merecedor de ser amado. Él así lo mandó en el primer mandamiento suyo de la ley: «Amarás a tu Dios, tu criador y señor, sobre todas las cosas». Por ende, pues por Él nos es mandado, conviene a Él solo amar y las mundanas cosas y transitorias del todo dejar y olvidar. Y por cuanto verdaderamente a Él amando la su infinita gloria no es duda que la alcanzaremos para siempre jamás; empero, si, su amor olvidado, las vanas cosas luego queremos o amamos, dejado el infinito señor y criador por la finita criatura y sierva, duda no es que el tal haya condenación donde infinitos tormentos para siempre habrá. ¡Ay del triste desaventurado que por querer seguir el apetito de su voluntad, que brevemente pasa, quiere perder aquella gloria perdurable de paraíso, que para siempre durará! Si el triste del hombre o mujer sintiese derechamente qué cosa es perdurable, o para siempre jamás, o por infinita secula seculorum haber en el otro mundo gloria o pena; si sola una hora en el día en esto pensase, dudo si pudiese hacer mal. Mas, por cuanto en los tiempos presentes más nos va el corazón en querer hacer mal y haber esperanza de penas —que con mal las ha hombre— que no hacer bien y esperar gloria y bien, que sin afán, obrando bien, la alcanzará; por tanto sería útil cosa y santa dar causa conveniente de remedio a aquellas cosas que más son causa de nuestro mal. Y como en los tiempos presentes nuestros pecados son multiplicados de cada día más, y el mal vivir se continúa sin enmienda que veamos, so esperanza de piadoso perdón, no temiendo el justo juicio. Y como uno de los usados pecados es el amor desordenado, y especialmente de las mujeres, por do se siguen discordias, omecillos, muertes, escándalos, guerras y perdiciones de bienes y, aun peor, perdición de las personas y, mucho más peor, perdición de las tristes de las ánimas por el abominable carnal pecado con amor junto desordenado. Y en tanto y a tanto decaimiento es ya el mundo venido que el mozo sin edad y el viejo fuera de edad, ya aman las mujeres locamente. Eso mismo la niña infanta, que no es en reputación del mundo por la malicia que suple a su edad, y la vieja que está ya fuera del mundo, digna de ser quemada viva; hoy estos y estas entienden en amor y, lo peor, que lo ponen por obra. En tanto que ya hombre ve que el mundo está de todo mal aparejado: que solía que el hombre de 20 años apenas sabía qué era amor, ni la mujer de 20. Mas ahora no es para decirse lo que hombre ve, que sería vergonzoso de contar. Por ende, bien parece que el fin del mundo ya se demuestra de ser breve. Demás, en este pecado ya no se guardan fueros ni leyes, amistades ni parentescos ni compadrazgos: todo va a fuego y a mal. Pues, matrimonios, ¿cuántos por este pecado se deshacen de hecho hoy día, aunque no de derecho? Por amar el marido a otra deja su propia mujer. Y por ende, viendo tanto mal y daño, propuse de algún tanto de esta materia escribir y hablar, poniendo algunas cosas en prácticas que hoy se usan y practican, según oiréis, tomando, como dije, algunos dichos de aquel doctor de París que en un su breve compendio hubo de reprobación de amor compilado para información de un amigo suyo, hombre mancebo que mucho amaba, viéndole atormentado y aquejado de amor de su señora, en verdadero nombre dicha cruel enemiga, o tormento de su vida. Y comenzó amonestándole y dándole primeramente a entender que amar sólo Dios es amor verdadero, y lo ál amar todo es burla y viento y escarnio; demás, mostrándole por cierta experiencia y razones naturales, conocedoras a quien leer y entenderlas quisiere, las cuales por prática puede cada uno ver hoy de cada día: esto es, de las malas mujeres, sus menguas, vicios y tachas qué son, en algún tanto cuáles son, y en parte cuántas son. Aquí cesa el autor, pues no han número ni cuento, ni escribir se podrían, como de cada día el que con las mujeres platicare, verá cosas en ellas incogitadas, nuevas y nunca escritas, vistas ni sabidas. Eso mismo digo de los malos, perversos y malditos hombres, dignos de infernal fuego en el solo inhonesto amar de las mujeres con locura y poco seso, bestialidad más propiamente dicha que amor. Con expresa protestación primeramente que hago, digo que si algo fuere bien dicho en este compendio, y de él alguna buena doctrina alguno tomare, sea a servicio de Aquel a quien somos obligados amar verdaderamente, y otro ninguno no. Empero si algo fuere según sus vicios y malvivir que hoy se usa, de algunos o algunas aquí dicho y escrito, no sea notado a detractación, ni querer afear, maldecir y hablar, ni difamar, salvo de aquellos y aquellas que en los tales vicios y males fueron hallados ejercitar y usar y continuar, los buenos y buenas en sus virtudes loando y aprobando; que si el mal no fuese sentido, el bien no sería conocido. Maldecir del malo, loanza es del bueno; por donde creo que el que su tiempo y días en amar loco despende, su sustancia, persona, fama y renombre aborrece. Y quien de tal falso y caviloso amor abstenerse puede, el mérito le sería grande, si poder tiene en sí; que aquel que no puede por vejez o por impotencia, y de amar se deja, no diga este tal que él se deja, que antes el amor se deja de él, porque mucho más place a Dios de aquel que tiene oportunidad de pecar con poderío, y la deja absteniéndose y no peca, que no de aquel que, aunque pecar en tal guisa quisiese, no podría. Por ende, algunos o algunas a las veces sintiendo en sí poca constancia y firmeza de resistir a tal pecado, dicen: «Señor, quítame el querer, pues me quitaste el poder». Esto por pecar. O por el contrario: «Señor, dame el poder, pues me diste el querer por virtud del cual he pecado». Huid uso continuo y conversación frecuentada de hombre con mujer, y mujer con hombre, huyendo de oír palabras ociosas, deshonestas y feas, de tal acto incitativas a mal obrar, quitada toda ociosidad, conversación de compañía deshonesta, lujuriosa y mal hablante, y humillamiento de los ojos, que no miren cada que quisieren. Son cosas que quitan brevemente mucho mal hacer; y dar poco por vano amor, que el alma mata con el cuerpo, o el cuerpo mata y el ánima perpetuamente condena. Por ende, comienzo a declarar lo primero: cómo sólo el amor a Dios verdadero es debido, y a ninguno otro no.
Primera parte
Capítulo I
Cómo el que ama locamente desplace a Dios
Primeramente digo tal razón, a la cual persona ninguna no la
puede resistir, que ninguno hacer placer a Dios no puede si en mundano
amor se quiere trabajar; por cuanto mucho aborreció nuestro Señor Dios
en cada uno de los sus testamentos, viejo y nuevo, y los mandó punir a
todos aquellos que fornicio cometían o lujuriaban, fuera de ser por
ordenado matrimonio según la ley ayuntados; los cuales eran preservados
de mortal pecado y de fornicio si debidamente, y según la dicha orden de
matrimonio, usasen del tal acto en acrecentamiento del mundo; y mandó
punir a cualquier que por desfrenado apetito voluntario tal cosa
cometía. Demándote, pues, ¿si tal cosa será dicha buena la que fuere
contra la voluntad de Dios hecha? ¡Oh cuánto dolor de corazón, cuánta
amargura para las ánimas, de lo que de cada día oímos, sabemos, leemos y
vemos por hechos viles, torpes, horribles de lujuria, que de cada día
por guisas diversas se cometen, perder la gloria de paraíso por
momentáneo cumplimiento de voluntario apetito, vil, sucio y horrible!
¡Oh malaventurado e infame, y aun más que bestia salvaje y, peor aun,
debe ser dicho y reputado aquel que por un poquito de delectación carnal
deja los gozos perdurables y perpetualmente se quiere condenar a las
penas infernales! Piensa, pues, hermano, y con tu sutil ingenio busca
cuánta de honra le debe ser hecha a aquel que, menospreciado su Señor y
Rey celestial, y aun menospreciando su mandamiento, por una mujercilla
miserable o deseo de ella, quiere darse todo al diablo, enemigo de Dios y
de la su ley. Pensar puedes, amigo, que si nuestro Señor Dios quisiera
que el pecado de la fornicación pudiese ser hecho sin pecado, no hubiera
razón de mandar matrimonio celebrar, como cierto sea y manifiesto que
mucho más pueblo se podría acrecentar usándose el tal acto de fornicio
que no evitándolo. Pues bien puede y debe ser notada la locura de cada
uno que por haber un poco de delectación carnal quiera perder la vida
perdurable, la cual Jesucristo nuestro salvador por la su propia sangre
quiso comprar y de pérdida recobrar. Por ende, te digo que en confusión
de su ánima será y vergüenza de su cara, y más, en gran injuria del
omnipotente Dios, del cielo y de la tierra criador, si por querer seguir
la mezquina de su voluntad y apetito desordenado quiere alguno contra
la voluntad de Dios obrar, venir y vivir perdiendo, como dije, lo que te
es por Él prometido sin tú merecerlo, y esto por derramamiento de su
propia sangre, la cual demandará a Dios padre justicia de ti. ¡Oh juicio
cruel, cuanto poco pensado, menos cogitado! Piense, pues, el que pensar
pudiere o quisiere, que a solo Dios amar es amor verdadero, pues amando
quiso por ti morir, y ¡tú por galardón quieres a otro más servir!
Capítulo II
Cómo amando mujer ajena ofende a Dios, a sí mismo, y a su prójimo
Muy más, por ende, te demostraré otra razón, que será por orden
la segunda, por qué los amadores de mujeres y del mundo deben del amor
tal huir, por cuanto por el tal desordenado amor no puede ser que el tu
prójimo ofendido no sea, queriendo por falso amor su mujer, hija,
hermana, sobrina o prima haber deshonestamente. Y esto haciendo tú, como
a ti cierto es que no lo amas —que lo que no querrías para ti no
deberías para el tu prójimo querer— donde tres males haces: vienes
primeramente contra el mandamiento de Dios; lo segundo, contra tu
prójimo cometes omecillo; lo tercero, pierdes y destruyes tu cuerpo y
condenas tu ánima; y aun lo cuarto haces perder la cuitada que tu loco
amor cree, que pierde el cuerpo, si sentido le es, que la mata su marido
por justicia, o súbitamente a deshora o con ponzoñas; o el padre a la
hija, o el hermano a la hermana, o el primo a la prima, según de cada
día ejemplo muestra. Que si doncella es perdida la virginidad, cuando
debe casar, vía buscar locuras para hacer lo que nunca pudo ni puede
ser: de corrupta hacer virgen, donde se hacen muchos males; y aun de
aquí se siguen a las veces hacer hechizos porque no pueda su marido
haber cópula carnal con ella. Y si por ventura la tal doncella del tal
loco amador se empreña, vía buscar con qué lance la criatura muerta. ¡Oh
cuántos males de estos se siguen, así en doncellas como en viudas,
monjas y aun casadas, cuando los maridos son ausentes: las casadas por
miedo, y las viudas y monjas por la deshonor, las doncellas por gran
dolor, pues que, sabido, pierden casamiento y honor! Pero esta es la
verdad: que la mejor y la más peor tanto pierde dándose a loco amor, que
el morir le será vida, hora se sepa hora no se sepa. Sé empero cierto,
que de no saberse sería imposible. Por ende, lo que contece de esta
materia escribir no se podría. Mira, pues, el desordenado amor cuántos y
cuáles daños procura y trae, mayormente que es expreso mandamiento y
ley divinal de ello. Y más te digo, aunque divinal ley no lo mandase,
por provecho y utilidad de el tu prójimo —la cual cada cual debe
guardar— te debías refrenar de no querer lo que no querrías que quisiese
él para ti, por cuanto sin amor de prójimo poco tiempo podría hombre
vivir en este miserable mundo.
Capítulo III
Cómo por amor se siguen muertes, omecillos, y guerras
La tercera manera y razón manda y veda que ninguno no debe usar
ni querer de mujeres amor, por cuanto del tal amor cada día por
experiencia vemos que unos con otros han desamistades: amigo con amigo,
hermano con hermano, padre con hijo; por ende, vemos levantarse
enemistades capitales, y demás muchas muertes y otros infinitos males
que del tal amor se siguen. Lee los pasados y considera los que hoy
viven y pues considera bien que no es hoy hombre vivo por muy mucho que
tu especial amigo sea, que te ame de cordial dilección, y más,
aunque tu pariente propincuo sea —y de esta regla no fallecerá aunque tu
primo, sobrino, hermano, e aun más te digo, aunque tu padre sea— que si
siente que tú te enamores y bienquerencia demuestres, o amor tomares
con la cosa suya, o que él ama y bien quiere, que luego en ese punto en
su corazón no se engendre una mortal malquerencia, odio y rencor contra
ti, y de allí te piensa ya malquerer y hacer obras malas, y dañarte en
lo que pudiere públicamente o escondidamente, según el estado de la
persona lo requiere, que atal comete hombre en público al igual suyo que
al mayor que sí no se atreve sino escondidamente. Donde se levantan
muchas traiciones, y tratos, muertes y lesiones, y cosas que explicar
sería muy prolijo. Pues malaventurado sea el hombre que por una breve
delectación de la carne y por un desordenado amor de mujer inconstante
quiere deshonrar su amigo y de él hacer enemigo perpetuamente mientra
viviere, y perderlo para siempre. Por ende, de este tal, así como de
bruto animal o contrario a la humana naturaleza, deben todas personas,
donde juicio hay, huir y apartarse como de bestia venenosa y de perro
rabioso, que mordiendo ponzoña todos los que muerde y comunican con él. Y
¿qué cosa es al hombre más útil y provechosa y aun necesaria como haber
fieles amigos en que se fíe? Que según un dicho de Cícero romano:
«agua, fuego ni dinero no es al hombre tan necesario como amigo fiel,
leal y verdadero»; el cual, si uno entre mil hallado fuere, sobre todo
tesoro es de guardar, al cual conveniente comparación no es, ni hallada
ser puede. Empero muy muchos son amigos llamados que los hechos y el
nombre en ellos es sobrepuesto y careciente de verdad, por cuanto su
amistad en el tiempo de la necesidad no parece, antes perece y no es
hallada. El que es amigo verdadero en el tiempo de la necesidad se
prueba y hállase más fiel y amigable a su amigo, según dice el antiguo
proverbio: «Mientra que rico fueres, ¡oh cuántos puedes contar de
amigos!; empero si los tiempos se mudan y anublan, ¡ay, que tan solo te
hallarás!». Lo que puede y vale el buen amigo, Tulio, en el libro suyo De la amicicia,
te lo demuestra; por ende en la amistad puedes conocer a tu amigo cual y
quien sea. Por cierto bien debe carecer de nombre de amigo, y en estima
muy poca ser tenido, el que por cumplir un poco de vano apetito pierde a
Dios y a su amigo; tal no debería entre los hombres parecer ni ser
nacido. Y como los otros pecados de su naturaleza maten el alma, este,
empero, mata el cuerpo y condena el ánima; por do el su cuerpo
lujuriando padece en todos sus naturales cinco sentidos: primeramente
hace la vista perder, y menguar el olor de las narices natural, que el
hombre apenas huele como solía; el gusto de la boca pierde y aun el
comer del todo; casi el oír fallece que parécele como que oye abejones
en el oreja; las manos y todo el cuerpo pierden todo su ejercicio que
tenían y comienzan de temblar. Pues las potencias del ánima tres todas
son turbadas, que apenas tiene entendimiento, memoria ni reminiscencia,
antes, lo que hace hoy no se acuerda mañana; pierde el seso y juicio
natural. De las siete virtudes no puede usar: fe, esperanza, caridad,
prudencia, templanza, fortaleza, justicia, así que es hecho como bestia
irracional; y lo peor que el acto vil lujurioso hace al cuitado del
hombre adormir en los pecados, así en aquel como en los otros por
concomitancia, y en ellos por gran tiempo envejecer. Por do muchos son
hallados dañados que mueren súbitamente cuando no piensan, o más seguros
están, diciendo: «Hoy, mañana me enmendare, de tal vicio me quitare».
Así que de cras en cras vase el triste a Satanás, y, lo peor, que el
decir es por demás. Por tanto, no a sinrazón da voces la divina
autoridad diciendo: «No es crimen hallado más grave que la fornicación,
digna de traer al hombre a perdición».
Capítulo IV
De cómo el que ama es en su amar de todo temeroso
Hay más otra razón que debería a los entendidos dar causa de no
locamente amar, porque aquel que ama, él mismo se ata y se mata, y se
hace de señor siervo, en tanto que todos cuantos ve se piensa que le
usurpan su amor, y con muy poca superstición todo el su corazón se
perturba y se le revuelve de dentro; toda habla, todo andar y
conversación de otro teme. Porque amor así es en sí tanto delicado que
es todo lleno de miedo y de temor, pensando que aquel o aquella que ama
no se altere o mude de su amor contra otro, en tanto que el cuitado
pierde comer y beber y dormir, y todos placeres y gasajados, y no es su
pensamiento otro sino que vive engañado con aquella que él más ama por
amar y no ser amado. Y si con ella alguno ve hablar, luego, aunque sea
su hermano, presume que se la sonsaca o se la desvía o engaña o la
quiere para sí. Y luego es la ira en el corazón presta, y lidia consigo
mismo, mayormente cuando hay algunas así placeras que a todos vientos
sus ojos vuelven y a todos les place hacer buen semblante, por ser de
muchos quista, amada y preciada, dando de sí hazaña como la viña de
Dios: que quien no quiere no vendimia, a quien no place no entra en
ella. Y el cuitado vive, y viviendo muere, y muriendo vive cada día. Y
piensa que otra riqueza al mundo no tiene, ni precia ni estima tiene de
nada, sino la que ama; que ciertamente si el que ama padeciese mal en
bienes y personas, sólo en gozo de su amor dice ser bienaventurado, y
nunca piensa que cosa alguna le puede empecer. Y si en su amor no se
halla firme o constante, todas las cosas le parece que le vienen
contrarias, y buen hecho, ni buena cara ninguno del alcanzar puede como
hombre alterado o en otra especie trasmudado. ¿Quién es tan loco y fuera
de seso que quiere su poderío dar a otro y su libertad someter a quien
no debe, y querer ser siervo de una mujer que alcanza muy corto juicio, y
demás atarse de pies y de manos, en manera que no es de sí mismo,
contra el dicho del sabio, que dice: «Quien pudiere ser suyo, no sea
enajenado, que libertad y franqueza no es por oro comprado»? Y un
ejemplo antiguo es, el cual puso el Arcipreste de Hita en su tratado.
Bien debe el tal ser en escarnio retraído del pueblo, como aquel que se
vendió a quien sabe cierto que es su enemigo y le ha de matar o
finalmente burlar. Como en amor de mujeres hallar firmeza no sea seguro
ninguno por galán más que él sea, pues comedir y pensar en ello le es
por demás, y el porfiar es pasatiempo.
Capítulo V
Cómo el que ama aborrece padre y madre, parientes, amigos
Otra razón te digo: yo quiero que el amor tuyo se extienda en
amar otra mujer que no sea de tu amigo, antes sea no conocida, y demás
te digo, que aun extraña sea. Digo que el amigo no puede conocer otro
que sea su amigo hasta que él vea que el amor de su amigo tanto le tiene
enseñoreado, que por cosa del mundo no le faltaría su amigo; y por todo
esto alcanzar conviene el hombre mucho guardar. Empero también se sigue
daño de cualquier otra amar que no sea de su conociente o amigo; que el
que la mujer ama, sea quien quiera, nunca se estudia sino en qué la
podrá servir y complacer, y, dejado amor de padre y madre, parientes y
amigos, que de tal amor le repten, toma a todos por enemigos sólo por
complacer la su coamante. Pero la seguridad que de ella tiene es que,
cuando otro vea que bien le parezca, deje a él en el aire. Y no pienses
en este paso hallarás tu más firmeza que los sabios antiguos hallaron
expertos en tal ciencia, o locura mejor dicha. Lee bien cómo fue Adán,
Sansón, David, Goliat, Salomón, Virgilio, Aristóteles y otros dignos de
memoria en saber y natural juicio, e infinitos otros mancebos pasados de
esta presenta vida y aun hoy vivientes. Por ende esperar firmeza en
amor de mujer es querer agotar río caudal con cesta o espuerta o con muy
ralo harnero. Pues si el que por ejemplo de otros de sí mayores y más
sabios no toma castigo, ni por verdadera experiencia que ve no castiga,
¡cuánto es digno de ser de los hombres y amigos suyos aborrecido y del
todo baldonado, diciéndole: «Bestia desenfrenada, sueltas son las
riendas, corre por do quisieres hasta que caigas donde no te levantes,
que los briosos y fervientes amadores siempre corren a suelta rienda, y
por ende, de ligero caen en tierra»!
Capítulo VI
Cómo por amar vienen a menos ser preciados los amadores
Otra razón te quiero más aun asignar, la cual mucho contraria y
enemiga es de amor, por cuanto vemos que de amor procede mucha mengua,
donde muchos por loco amor vinieron y vienen a gran pobreza, que, dando
francamente y mala diligencia poniendo en sus hechos y haciendas, muchos
fueron y hoy son abatidos y venidos a menos de su estado. Y muchas
veces vemos los amadores sus bienes disipar por querer hacer larguezas,
por demostrar a las coamantes mucha franqueza; pero en su casa u otro
lugar, ¡Dios sabe cómo apretan la mano! Dan adonde no deben y no dan
adonde conviene: por tanto es dicho pródigo y no largo ni franco. Esto
procede de amor. E aun contece que por dar hombre a la mujer lo que no
tiene, por haberlo y alcanzar de Dios y de sus santos, de buena o mala
ganancia, conviene hacer cosas no debidas y ponerse a peligros tales que
el amor loco sería bueno si cesase. ¿Quién puede pensar si un rico
hombre su sustancia en tal amor consumase y de que su amiga pobre le
sintiese, no dándole como solía, y lo baldonase, como vemos algunos de
cada día? ¿Qué te parece? ¡Qué dolor, qué tribulación debe sentir quien
tal ve, cómo todo el mundo se le debe tornar oscuro, y lo verde blanco, y
lo bermejo negro, y lo cárdeno amarillo! Y creo que este tal no dudará
de cometer toda maldad como desesperado por ver si recobrar al menos
pudiese el haber suyo mal despendido, no haciendo entonces mención de su
coamante, que ya más le dolerá lo perdido de su hacienda que no de la
loca lozana. ¡Ay Dios! Sí hay casados que dan mala vida a sus mujeres y
casa, y consuman su sustancia con otras amantes, y de que no tienen que
darles, las baldonan y tórnanse a su casa y propia mujer, tremiendo y
aun renegando, con sus orejas colgadas; y allí es el dolor, perdido amor
y bienes, vía llorar y dar ruido en casa, y a las veces como
desesperados irse a tierras extrañas, y dejar hijos y mujer con pobreza;
y allí conviene ser perdida la mujer, y ser mala por mantenerse a sí y a
sus hijos. Y si el marido presente estuviere, que no se va ni la deja,
conviene ver y callar y soportar, o que haga ojo de pez y se aparte y dé
lugar. Y esto causa el amor loco y desordenado, y no hay en el mundo
enamorado que eso mismo no desee tener y mucho alcanzar de buen justo o
malo, por donde su amor pueda mantener y a la loca complacer y
contentar; y no solamente a ella, mas a ella y a la encubridera, y a la
mensajera, y al alcahueta, y a la que les da casa donde hagan tal locura
y pecado, y a la moza de la moza de su cocinera; y en otras muchas y
diversas partes le conviene dar sin medida, según el lugar es, y la
conversación y manera y personas. Estime el que amare que no solamente a
su coamante de dar tiene, mas a otras ciento ha de contentar; y aun a
los vecinos conviene dar y por ellos trabajar, y eso mismo a las
vecinas, porque si ven que no vean, y si oyen que cierren sus orejas.
¡Oh cuántas tribulaciones están al triste que ama aparejadas, sin los
peligros infinitos a que le conviene de noche y de día ponerse, que
escribirlos sería imposible, como sean muchos y diversos! Y a la fin,
¿por qué?, si considerado fuere por tan poca cosa; y aun porque ¿quién
da o dará poco por él? —cuando no pensare— pues, ¿en qué reputación debe
ser tenido del pueblo el que a los susodichos peligros y daños y males
ponerse quiere por tal amor, poco durable y variable, no queriendo
ejemplo tomar de otros perdidos por semejante, y mas entendidos, mayores
y para más que él?
Capítulo VII
De cómo muchos enloquecen por amores
Otra razón es muy fuerte contra el amor y amantes, que amor su
naturaleza es penar el cuerpo en la vida y procurar tormento al ánima
después de la muerte. ¿Cuántos, di, amigo, viste u oíste decir que en
este mundo amaron, que su vida fue dolor y enojo, pensamientos, suspiros
y congojas, no dormir, mucho velar, no comer, mucho pensar? Y, lo peor,
mueren muchos de tal mal y otros son privados de su buen entendimiento;
y si muere va su ánima donde penas crueles le son aparejadas por
siempre jamás, no que son las tales penas y tormentos por dos, tres o
veinte años. Pues ¿que le aprovechó al triste su amar o a la triste si
su amor cumpliere, y aun el universo mundo por suyo ganare, que la su
pobre de ánima por ello después en la otra vida perdurable detrimento o
tormento padezca? Por ende, amigo, te digo que maldito sea el que a otra
ama más que a sí, y por breve delectación quiere haber dañación, como
suso en muchos lugares dicho es; y más, que fue sabedor de esto que
dicho es, y avisado, y quiso su propia voluntad seguir diciendo: «Mata,
que el Rey perdona».
Capítulo VIII
De cómo honestad y continencia son nobles virtudes en las criaturas
Otra razón se demuestra por donde amor debe ser evitado, por
cuanto honestidad y continencia no es duda ser muy grandes y escogidas
virtudes, y por contrario, lujuria y delectación de carne son dos
contrarios vicios muy feos y abominables. Uno de los bienes que en este
mundo el hombre debe haber sí es buena fama y renombre, y ser entre los
virtuosos notado y no puesto con los viciosos en fama denigrados. Y fama
buena ni corona de virtudes no puede el hombre o la mujer haber si de
estas virtudes no es acompañado: continencia y honestidad, las cuales
son mucho plancenteras a Dios. Y sepas que en uno no pueden virtudes
estar y vicios, por su contrariedad; que el bueno no es malo, ni el malo
no es bueno, bien que lo malo puede tornar bueno y lo bueno tornar
malo, y en aquel instante sucediendo sí.
Porque te digo más: que aun así en el viejo como en el mozo, así en el clérigo como en el lego, así en el caballero como en el escudero, en el hombre de pie como en el rapaz, así en el hombre como en la mujer, honestidad es hermana de vergüenza, castidad madre de continencia. Y, si en ellos son, mucho son de alabar y sus contrarios de denostar. Y no creo que hombre o hembra, por de tan alto linaje que sea, que no le sea feo deshonesto amar y vivir, y vituperioso de contar entre honestos y discretos varones, contándolo a gran defecto al hombre o hembra; salva honestidad de matrimonio, do todo honesto amor cabe. Pues di, amigo: ¿qué es la razón porque quieres tan locamente amar, pues así es que, así cerca Dios como acerca de los hombres es habido por réprobo y blasfemo el tal amor? No es otra cosa sino que, menospreciando a Dios, y la vergüenza al mundo perdida, pierdes del todo tu fama y te tengan en posesión de hombre bestial. Y aun la mujer, por de gran estado que sea, sintiendo que en loco amor entiende, es de las otras en poca reputación habida. Y más te digo: que la más sutil mujer de estado, que del rey amada sea, nunca su ser ni fama será en el estado como de primero hacer solía. Guarda cuánto las mujeres deben ser denegadoras de su amor a cualquier; pues que de un rey amada y habida, así es dicha mala como si de un vil zurrador conocida fuere. Esto sea contra las que se tienen por bienaventuradas cuando amigo generoso o de estado alcanzan. ¡Oh locas desvariadas! que de aquellos son más aína menospreciadas y burladas, aunque del todo —así en grande hombre como sutil— amar sea burla, locura, y desvarío y perdición de tiempo. Y si los hombres, por ser varones, el vil acto lujurioso en ellos algún tanto es tolerado, y aunque lo cometan, empero no es así en las mujeres, que en la hora y punto que tal crimen cometan, por todos y todas en estima de hembra mala es tenida y por tal habida y en toda su vida reputada; que remedio de bien usar nunca jamás le ayuda como al hombre, que por mal que de este pecado use, castigado de él y corregido, le es tenido a loor el emienda y no le es notado en el grado de la mujer, que es perpetuo, y el del hombre a tiempos. Piensa, pues, en el tal amor, hombre y mujer, y toma lo que a ti conviene de este ejemplo.
Capítulo IX
De cómo por amar muchos se perjuran y son criminosos
Otra razón hay por donde el amor es razonablemente reprobado a
aquellos que en el amor derechamente paran mientes: no hay al mundo mal y
crimen que de él no se siga o puede ser, por cuanto, como suso dije, de
él provienen muertes, adulterios y perjuros, los cuales el amante hace
muchas veces mintiendo por complacer y engañar a su coamante, los cuales
no son dichos juramentos, mas verdaderamente perjurios. Pues hartos,
para mientes si se cometen en muchas guisas, hurtando el uno por dar al
otro: y así el servidor a su señor, como el hijo al padre y el marido
hurta escondido de su mujer para dar a la que ama; y más, malas noches,
malos días, malos yantares y peores cenas. Y si la mujer lo siente y se
lo retrae, aquí son los duelos que ella padece entonces en bienes y
persona. Y da el marido a la amante lo de la mujer, y a la mujer palos y
coces y puñadas y continua mala vida, hasta apartar cama y aun a la fin
departirse el uno del otro, como algún tanto de esto suso dije. Ve bien
que hace amar. Pues hacer falso testimonio no dudes que de amor muchas
veces procede; no hay al mundo manera de mentir que si viene a caso de
necesidad que los amantes no hallen y de ella no usen sin vergüenza. La
ira, pues, si del amor proviene, harto es notorio a los hombres y aun
manifiesto, cuando el uno no hace la voluntad del otro en todo o en
parte o su apetito no aplaude. Suma: que todos males de amor deshonesto
provienen. Dígote más: que no hay hombre, si bien parares mientes a los
de su linaje, por más que sean dedicados al servicio de Dios, que las
riendas de amor pueda en sí retener y refrenar. Y esto por experiencia
lo podemos de cada día ver: pues hacer dioses extraños e idolatrar, bien
es causa el amor; que Salomón no se pudo de ello abstener, que por su
coamante no idolatrase. Mira en hombre tan sabio, y pues ¿qué será,
mezquino de ti, si este, que Dios lo hizo el más sabio de los sabios,
pecó en tal pecado por amar? Pues, ¿quién nos defenderá a nosotros,
dignos de no ser en su esguarde ni respeto hombres llamados? Y como te
dije de Salomón, así de otros muy sabios y valientes varones: pues,
amigo, cuando vieres que el florido y verde árbol del todo se seca,
señal es que para el fuego se apareja, y para otra cosa no debe ser ya
bueno, ni para otro fruto de sí dar ni llevar. Por ende, huye amor de
quien tales males proceden, y ama a Dios, de quien todos bienes vienen.
Capítulo X
De cómo cuanto mayor ardor es en la lujuria tanto mayor es el arrepentimiento ella cumplida
Otra razón induce al hombre a no amar, si en ella mientes parare,
conviene a saber que con amor loco cualquiera, si el pecado tal de
fornicio continúa, mientra más irá más se arrepentirá. Y ¿no es harto
ejemplo notorio y palpable al que quisiere considerar en este vil y
sucio pecado, que cuanto es el ardor y el fuego al su comienzo de
cometerlo y poner por obra, tanto y mucho es más el arrepentimiento
súbito, él acabado, que el viene al que le ha cometido? En tanto que no
es hombre en el mundo que, hecho, luego no le pese y se arrepienta, y
cometido no le duela. Y más te diré: que ha enojo de su fealdad,
suciedad, y casi como en asco aborrece su torpedad por ser deshonesto,
vil y sucio. Y no duda de caer luego y otra vez y más veces en él por su
poca firmeza de entendimiento, mengua de juicio y natural seso o mal
comportamiento de voluntad; querer al apetito consentir haciendo de sí
siervo pudiendo señor ser, como ya suso dije. Por lo cual te digo que
tal es este pecado de la carnalidad, que aun los que por matrimonio son
ayuntados por mandamiento de Dios, tanto ya en él exceden que apena,
venialmente pecando, de él pueden escapar; que muchos y muy muchos
casados en él pecan mortalmente no guardando días, tiempo, sazón, ni
horas debidas, ni aun guardando las circunstancias y orden del
matrimonio; antes el marido a la mujer suya, y la mujer a su marido, así
desordenadamente ama que quebranta la ley y ordenamiento del
matrimonio, donde debe haber pura intención y guardamiento de hijos, fe y
sacramento. Pero, dejando esto, todos locamente se aman en deleite y
uso de la carne. Por tanto, se acusaba David: «Señor, en iniquidades soy
concebido y en pecados me concibió mi madre». Pues, amigo, si en el
matrimonio por Dios ordenado no te puedes apartar del pecado, ¡cuanto
más debe ser pecado fuera de matrimonio, no hay sino contra comisión de
Dios y su mandamiento! Pues tú, que amas, ama en manera que seas de Dios
amado.
Capítulo XI
De cómo el eclesiástico y aun el lego se pierden por amar
Otra razón te digo por do el amor inhonesto por ti debe ser
repelido, por cuanto nunca vi, ni viste, ni ver esperas eclesiástico,
que de amor deshonesto fuese vencido, que alcanzase beneficios ni honras
en la Iglesia de Dios; antes de los habidos, sobreviniente el amor
desordenado, perdieron, pierden y perderán con gran difamación queriendo
amar a quien nunca los amó ni ama; que no es mujer, de cualquier
condición que sea, que ame al eclesiástico, salvo por haber de él y por
la desordenada codicia que la mujer tiene por alcanzar, haber y andar
locamente arreada con mucha vanagloria. Y por esta razón muestran
amarlos, que no los aman. Ejemplo de esto: no es mujer al mundo que no
quiera a los eclesiásticos peor que a enemigos, que nunca hacen sino
denostarlos, maltratarlos y decir mal de ellos, así las que han de ellos
como las que no han. Y de esta regla no saco a los seglares aunque hijo
sea del propio clérigo; pero nunca los dejan de inquietar, demandando
dado, o emprestado pidiendo. Y más te digo: ¿qué sacrificio entiende
hacer a Dios el que por cautela o engaño, o por otra vía alguna, saca
alguna cosa, mucha o poca, de eclesiástico? Pues de caballeros,
burgueses, ciudadanos, regidores, justicias y de otros mayores y menores
estados, según más o menos, si hay enamorados que pierden honras y
oficios, y deniegan por ello la justicia por ser locos en amar, que en
el pueblo no son reputados por hombres, por experiencia lo verás. Y ¿a
cuál darán regimiento que rija a otros si a sí regir no sabe? Y ¿cuál
será por el pueblo preciado que él mismo no se precie? Y ¿quién honrará
al que a sí mismo deshonra? ¿Quién dará favor al que a sí mismo
desfavorece? ¿Quién ayudará al que se quiere perder? Eso mismo de las
mujeres digo, de cualquier condición que sean. Por ende, el que amare
vea quién ama o qué provecho viene de locamente amar, y no caerá, si
bien lo considerare primero.
Capítulo XII
Cómo el que ama no es solícito sino en amar
Otra razón que lanza al amor y lo desfavorece es, a saber, que no
hay hombre enamorado que sea diligente en cosa que sea, salvo en todas
las cosas que a su amor pertenecen; que de otros negocios suyos ni
ajenos tanto le da que se pierdan como que se cobren. Más te digo: que
cosa no le place oír ni su oreja inclina, salvo cuando de su amante le
hablan; allí pone toda su hacienda y su hemencia, su corazón y voluntad,
y oír otras cosas le es muerte y enojo insoportable; y si de su amor le
hablan días ni noches, no se enojaría aunque la noche toda no durmiese.
Y si un su amigo le ha menester o habla con él una hora, nunca palabra
entenderá, que no para mientes a lo que habla por el pensamiento
alterado que tiene pensando en la que ama. Y eso mismo en la mujer se
halla. Pues verás amor cómo altera los corazones, muda las voluntades,
nunca huelga ni reposa por su fuego continuo que de sí da a aquel que
ama y quiere amar.
Capítulo XIII
De los malos pensamientos que vienen al que ama
Aún otra razón hay con la cual amor debe ser aborrecido. La razón
sí es: piensa, o saber debes, que de la bienandante castidad y
pudicicia Dios todopoderoso es principio y cabeza —conviene a saber—
medio y aun fin. Empero, de lujuria e impúdico deshonesto amor, cabeza
es y consejador el diforme Satanás, enemigo mortal de la salvación de la
humana criatura. Por ende, vistos los autores de virtudes y vicios,
allegarnos debemos al más seguro, que es Jesucristo, hijo de la humil
Virgen Santa María, al cual allegándonos no es duda salvación. Harto
sería ciego y de perversa cogitación quien de obedecer dejase a Dios por
al diablo servir. Bien es verdad que el enemigo de Dios, diablo
Satanás, muy dulces cosas promete a los que de gusto carecen por seguir
su apetito y propia voluntad, consejando: «Haz; que Dios es piadoso, que
perdona; asaz te cumple, por mucho mal que hagas, arrepentimiento a la
fin y serás salvo». Muchos pensamientos trae el maldito al corazón
humano; pero el corazón espiritual no lo puede tentar, que no es ya de
este mundo. Y cuando ya, con sus lisonjas y prometimientos falsos, ha
hecho su deseado querer, después da a beber al triste por galardón
fieles amargas, tormentos perpetuos inestimables. Esto, por cuanto,
desde el comienzo del mundo fue falso y mentiroso. Y pues él pena, y es
con tormentos dañado, querría que todos su vía siguiesen y padeciesen
como él, que mal de muchos gozo es. Y tal galardón acostumbra dar a los
que lo sirven y obedecen, en tanto que quien más le sirve, cree y
obedece, por galardón después de esta vida triste más penas y tormentos
de él sostiene. Más te digo, que el diablo es semejante al ladrón que
sale al camino al viandante, que después que el viandante le da de la
moneda que él lleva porque no lo mate y en seguro ponga de otros
ladrones y malhechores; recibida la moneda del caminero tal, llévale
después por siniestros senderos a poner en poder de los otros que él se
temía, y así del todo robado, el que le guiaba parte toma del despojo
con los otros porque a las manos se lo trajo. ¡Oh cuánta moralidad y
ejemplos podrán ser de aquí sacados, que hoy se usan malamente! Pero
bástele al que esto leyere su sutil entendimiento, si Dios se lo
administrare, sin el cual todo saber es nada. Así el diablo sale al que
en este mundo anda, que es viandante, y dice: «¿Qué me darás? Yo te
alargaré la vida y te daré riquezas, y mal haciendo y tus injurias
vengando, de los que mal te quieren te haré prosperar», etc. El
desaventurado dale su alma, lo mejor que él tiene; reniega a Dios que lo
ha criado, y toma al diablo por señor. El diablo llévalo por sendas no
conocidas y hácele haber por maneras exquisitas, no conocidas ni
pensadas, lo que quiere, y a la fin llévalo al infierno, a poder de los
enemigos de quien se temía, y él es el primero por galardón que lo
tormenta. Nuestro Señor no hace así, que si buenas cosas y dulces nos
promete, en gran cantidad, dobladas infinito paga y da galardón; por
cuanto él es carrera, vía y verdad, salud y vida; ende da el galardón
más abundoso que el falso suplantador del diablo. Y por cuanto el
traidor en este pecado más tiene manera de enlazar los vivientes, pone
amor desordenado en los corazones con fuego infernal que todo el cuerpo
inflama, en tanto que el cuitado del hombre, si visiblemente viese el
infierno y sus crueles penas de una parte, y de otra parte la su
coamante, ciego de los ojos espirituales querría primero cumplir su
voluntad con ella, después, siquiera, morir y penar. Y como se halla
alguno, en la vida de los Santos Padres, que hizo al diablo carta de su
ánima escrita de su mano, y renegó a Dios poderoso, tomando al diablo
por señor por haber una que él mucho amaba, y húbola en esta manera;
pero por ruegos de un santo Padre, a pesar del diablo, con muchas
oraciones le fue su carta visiblemente tornada, llorando los diablos muy
agriamente por aquella ánima que perdían. Y bien creo que de tales
malaventurados hoy se hallarían que por haber a la su coamante y ella al
su coamante se darían al diablo; y bien vemos que harto se dan, pues
por falta de castidad reniegan su Dios y por lujuria toman al diablo por
señor y quieren perder la gloria eternal. Ve, amigo, pues si es razón
querer tal amor que dones promete y después tú ser la pieza, y él
cuchillo.
Capítulo XIV
De cómo por amar acaecen muertes y daños
Más razones te diré por qué amor debes evitar, por cuanto, por
desordenado amor de amantes, muertes infinitas, como de antes dije, se
siguen, guerras innumerables, y muchas paces se quebrantan por esa
razón. Y vimos ciudades, castillos, lugares por este caso destruidos.
Vimos muchos ricos en oro copiosos deshechos por tal ocasión. Muchos por
este pecado padecieron, y aun perdieron lo que sus predecesores con
virtudes ganaron, en tanto que es opinión, y verdadera, de muchos, y
experiencia que así lo demuestra, que más mueren con el corto juicio de
amar que con el espada de tajar. Muchos más por causa de mujeres mueren,
que no por justicia ni defensión de la cosa pública. ¡Oh cuánto debe
ser aborrecido el desordenado amor que tantos daños procura!
Capítulo XV
Cómo el amor quebranta los matrimonios
Muchos más de males aún en amor pueden ser notados: el amor
deshonesto quebranta los matrimonios, y, como de alto dije, a las veces
el desordenado amor es causa del marido separarse de la mujer y la mujer
del marido. Y los que Dios por su ley y mandado ayuntó, los cuales
ninguno no puede apartar, sobreviviente disoluto amor, por su causa a
veces son apartados, aunque señor San Paulo dijo: «lo que Dios ayuntare
no lo separe hombre». Más aún te diré: el falso amor desordenado hace
que muchas y diversas veces el marido o la mujer piensa cómo el uno al
otro de esta presente vida privará, y lo vemos de cada día por
experiencia de hechos matar el uno al otro con ponzoñas o por justicia
cuando el tal caso lo demanda. Porque en este mundo no debe hombre amar
más otra cosa que su buena mujer, y la mujer que su buen marido; por
cuanto por la primera ley de matrimonio son en uno ayuntados y juzgados
son ser dos personas, mas una carne sola. Y todas otras mujeres dejadas,
Dios mandó que el hombre se llegue a su mujer donde adelante dice: «por
esta tal dejará el hombre padre y madre y se llegará a su buena mujer, y
así serán hechos dos una carne y una voluntad». Mas: bien sabes que con
la propia mujer, si debidamente usares, no puedes cometer fornicación. Y
los apetitos incentivos de lujuria en este caso no son notados a mortal
pecado, sino venial, la intención del matrimonio salva y guarda. Del
cual matrimonio has legítimos hijos, que fruto de bendición son dichos,
universales herederos de tus bienes; donde después de esta vida tú
partido, tu nombre queda y memoria en la tierra. Y tus culpas, si
algunas cometiste, pueden, por obras meritorias por ti haciendo, los
tales hijos relevar; lo que no hacen con tanto amor los hijos habidos de
fornicación y dañado coito, abortivos y en derecho espurios llamados, y
en romance bastardos, y en común vulgar de mal decir y hablar hijos de
mala puta. Donde se siguen tres males: difamación del que lo engendró,
vituperio de la que le concibió, denuesto del engendrado. Y es capillo
que hasta y después de la su muerte nunca se le cae. Y demás que el tal
hijo es repulso de la paterna heredad en vituperio del dañado coito;
demás es privado de todas honras temporales, y aun la Iglesia nunca le
permite ser dados beneficios si primeramente no es por el Papa
legitimado, o por el prelado que en tal caso le pueda dar licencia para
que haya uno o dos beneficios, no los que él quisiere o pudiere haber. Y
aun la Santa Escritura dice que los hijos de los adulteradores muy
abominables son a Dios. Pues que todas aquestas cosas se siguen del
inordinado amor, y ningún bien de él no vemos venir, ¿cuál es el loco
que no se aparta de él como de infernal enemigo? Por ende, amigo,
aprende de guardar tu pudicia y sobrar y vencer los apetitos desfrenados
de la dicha carne mezquina, y tu cuerpo guardar de esta mancilla de
pecado por nuestro Señor Dios. Y si por aventura los incentivos o
estímulos de la carne dices que no los puedes sufrir ni refrenar ni
resistir, yo te daré buen consejo con que los sobrarás, y sin gran
constreñimiento de ti podrás oír los deleites de este pecado.
Primeramente, si te viniere en la imaginación tentación de este pecado, no te aduermas en el pensar, santíguate y hiere tus pechos, y anda luego y busca persona tercera con quien hables de algún negocio porque te salga de la imaginación, y llama algún vecino o amigo, o algún mozo u hombre de tu casa, y habla con él, aunque no lo hayas gana, y sal de tu casa en un punto, como aquel que dice: «señores, ayudadme, que me matan o roban». Y así salido, habla con alguna persona de tu vecindad por mudar propósito e intención. Item, huye los deshonestos lugares, los tiempos y las personas que tú sabes o puedes entender que son causa de inducirte a pecar. Y si en lugar estuvieres donde haya mujeres o fueres de ellas tentado, múdate del lugar y busca otra compañía. Habe memoria en tu corazón y dí con el profeta David: «Averte oculos meos ne videant vanitatem». Y si por aventura arrebatadamente te viniere aquel fuego maldito de lujuria, guarda a lo menos, si con la voluntad no pudieres resistirlo o consientes en él en tu voluntad, a lo menos guarda que la obra no se siga con efecto, que esto sería ya mucho mal, que grave pecado es, y grande, consentir por voluntad al tal pecado; mas después que por obra puesto, es gravísimo, en tanto que mata el ánima y agrava el cuerpo y lo torna más que plomo pesado. Por lo cual te digo que si algunas veces quisieres tener esta regla y querer al conflicto de la lujuria, cuando viene, resistir, en muy poco y breve tiempo serás de ella señor a toda tu voluntad y no preciarás nada sus estímulos. Pero si estando en la cama tal escalentamiento te viniere, salta luego de ella y no te aduermas en pensar, sino luego sal fuera e, resfriado el cuerpo, luego dará lugar la carne, o luego como viniere, comienza a rezar y a decir a lo menos: Ego, peccator, confiteor Deo; y hiere tus pechos, y así la voluntad dañada vencerás. Te doy otro consejo, y tómalo por Dios, y habrás mucho remedio y consolación. Huye y evita siete principales cosas, a lo menos: primero, huye comer y beber suntuoso de grandes y preciosas viandas. Segundo, huye vino puro o inmoderadamente bebido; que esto es incitativo de arder de lujuria, según los canónicos derechos dicen; que el vino priva al hombre de su buen entendimiento y da causa de delinquir y pecar. Y en otra parte el Apóstol dice: «No queráis embriagaros de vino, en el cual reina lujuria», según de Lot y otros oíste, y ves de cada día experiencia, que de los hechos madre avisadora y maestra es. Lo tercero, no duermas en cama mucho mullida y delicada de sábanas y ropa. Cuarto, camisones en tu cuerpo delicados no uses mucho. Quinto, no continúes do mujeres están, aunque tus parientes sean ni hermanas, porque a ellas mirando no te traigan a la memoria otras que bien quieras o desees haber mirando en aquellas, o no hayas causa de pecar con sus mozas y sirvientas, o con otras amigas suyas que las vengan a visitar; que contece esto a las veces, como cuenta la decretal Inhibendum de los clérigos cohabitantes con las mujeres en el libro tercero de las Decretales. Lo sexto, como ya suso dije, huye dar tu oreja a palabras feas de lujuria habladas incitativas de todo mal, huyendo toda ociosidad. Séptimo y final, siempre haz alguna cosa por quitar tu pensamiento de vanas imaginaciones, como dicen los santos Padres en sus vidas y colaciones: siempre el diablo te halle ocupado porque su tentación en ti no haya lugar. Este es uno de los útiles remedios al pecado susodicho. E demás sepas, amigo, que la lujuria es de tal calidad, que si hombre la quiere perseguir y continuar será siervo y vencido de ella. Pero si la evitare y de ella huyere, luego de sí la desterrará y de él se partirá como cosa perdida y de poco valor. Y dígote, amigo, que si lo que te he dicho por obra pusieres, no es posible que jamás la vil de la lujuria te pueda macular ni ensuciar, que no es más la lujuria que el judío o el moro: tenle cara a sus primeros movimientos y muéstrales rostro, que huir es su recorro luego, que no tiene más esfuerzo si no tremer, y donde ven varón huyen. Y por cuanto a cualquier sabio les manifiesto poco más o menos la mujer quién es, y cómo por ellas en el mundo vino destruición, y hoy dura, no es honesto de ellas más hablar. No digan que no fue mujer el que lo compuso este compendio, sino cesara mal hablar por honestidad; pero los vicios de las criminosas bueno es redargüir porque oyéndolo se abstengan de mal usar, que no menos es en los perversos hombres, como ya suso dije —que la intención del componedor no es otra más, salvo amonestar que amar deshonesto no quieran. Lo cual, si la potencia divina permitiente— nosotros lo pudiéremos, como susodicho es, hacer, no ha cosa en que más podamos servicio hacer a Dios más agradable. Y si este pecado del hombre o mujer no fuere evitado, no hay cosa que, en el hombre o mujer perfecta ni acabada pueda ser dicha, y si de él se excusare y dejare, no hay cosa que más sus vicios y menguas encubra y encele; que si el hombre o mujer quito es de locamente amar y honestamente perseveraren, no es mal ni fama perversa que de él sea dicha, que creída sea. Tanta es la virtud de la continencia que es capa para cubrir otros muchos pecados; antes, si alguno mal dijere o detractare al continente, a él no le cabe responder, que todos a una voz responderán por él. Pues muy sabio es y será el que tal virtud quiere alcanzar que le defienda, aunque pecador sea, y le ampare contra el diablo y sus sutileces maldicientes. Y demás, si quito es de otros vicios, este le hace ser limpio, puro y como el sol resplandeciente. Y piensa que el que fuere continente y púdico, a menester que sea franco y largo, y no te maravilles; que sin franqueza o largueza todas las virtudes de la persona muerta son reputadas. Y cuando es la persona mezquina, mendiga, escasa y estrecha —no te digo más en lo temporal que en lo espiritual— entiende bien este punto —que todos los loores y alabanzas que del tal pueblo puede decir, son sin duda callados y no osados hablar. Como dice el apóstol Santo Pablo, así como «la fe sin obras muerta es», así toda virtud sin franqueza y largueza no es por virtud tenida. Pues como amor sea vicio y no virtud, huir de él sabieza es.
Capítulo XVI
Cómo pierde la fuerza el que se da a lujuria
Aun otra razón viene en argumento contra amor y sus amantes, por
cuanto del lujurioso y vil acto los cuerpos humanos en gran parte son
debilitados, y donde de los hombres previenen en armas y otras fuerzas,
son muy poco poderosos. Y así los hombres por cuatro razones son
debilitados: lo primero, por cuanto, según los actores de medicina
ponen, que lujuria es causa eficiente y formal de debilitar el humano
cuerpo; lo segundo, por cuanto el que a la tal delectación se da, en
gran cantidad pierde el comer y aun acrecienta por ardor y sequedad de
fuego en el beber, como todo violento movimiento sea causa de calor, y
todo calor causa de sequedad, y toda sequedad y adustión, causa de
destrucción. Y do la tal sequedad se causa, conviene remediar de
contrario para su curación; pues los contrarios con contrarios son de
curar, como dice Aristóteles. Conviene, pues, beber y remojar por apagar
el tal fuego con cosas frías muchas veces bebiendo. Y aunque cosas hay
de sí que, aunque sean al aspecto frías, pero son mucho calientes, como
el vino, por mucho frío que lo bebas, si puro y muchas veces sea bebido,
como el de si sea caliente, quema los hígados y altera la persona, y
tanto lo calienta que apenas sentirá frío. Por ende se dice: «El ajo y
el vino atriaca es de los villanos». Y como la poca vianda en el
estómago ruede con el mucho beber, no se puede de ligero digerir, y
síguese por fuerza que la expulsiva de las potencias del estómago —que a
las arterias del cuerpo, venas y miembros ha de administrar, derramar y
enviar sus influencias en gran cuantidad— fallece y enflaquece; y no
dando al cuerpo el estómago su nutritivo que conviene y debe, luego
todas sus potencias son enflaquecidas y disminuidas, en tanto que pierde
el cuerpo de sus fuerzas, pues lo necesario le desfallece. Lo tercero,
amor y lujuria privan al hombre del sueño; que no puede dormir como
solía ni debe, y privado del sueño toda la noche está congojando nunca
reposa, y no reposando es privado de holganza. Pues como naturalmente
sea que privación de sueño es causa de indigestión, y la indigestión,
como suso dije, causa de privación de las fuerzas del cuerpo, por ende
de aquí sale y se sigue todo mal, y aun la autoridad de física lo
demuestra, do dice un autor que dicen Joanicio, que el sueño y reposo es
holganza de los animales, y virtud natural dada en su conservación con
aumento. Y pues luego diremos que la privación del sueño es fatigación y
trabajo de los animales, con disminución de natural curso. Pues, si
diminución de ello viene, cierto es que el cuerpo y fuerza no pueden
estar en su ser buenamente ni permanecer. Lo cuarto, amor y lujuria
traen muchas enfermedades y abrevian la vida a los hombres y hácenlos
antes de tiempo envejecer y encanecer, los miembros temblar, y como ya
de alto dije, los cinco sentidos alterar y algunos de ellos en todo o en
parte perder; y con muchos pensamientos a las veces enloquecer, o a las
veces privar de juicio y razón natural al hombre y mujer, en tanto que
no se conoce él mismo, a las horas, quién es, dónde está, qué le
conteció, ni cómo vive. Y pues amor desordenado al cuerpo tales cosas
procura, dejarlo sabieza sería, y dar poco por él, que a las veces el
dar poco por las cosas trae gran daño y confusión, y, cuando el que a su
enemigo popa, a sus manos muere. Pues por Dios nuestro Señor, en tal
guisa de amor usemos verdadero, que para siempre vivamos, sólo Dios
amando.
Capítulo XVII
Cómo los letrados pierden el saber por amar
Aun otra razón te do con que amar no te consejo, por cuanto toda
sabieza su oficio pierde si a deshonesto amor se diere el letrado o
sabidor; por cuanto por mucho que sea sabio el hombre y letrado, si en
tal acto de amar y lujuria se pusiere, no sabe de allí adelante tener en
sí templanza alguna, ni aun los actos de la lujuria en sí refrenar;
antes te digo que los que más científicos son, después que en el tal uso
se envolvieren, menos sabios son y menos se saben desenvolver de ello
que los simples ignorantes, como suso dije. ¿Quién oyó decir un tan
singular hombre en el mundo, sin par en sabieza, como fue Salomón,
cometer tan gran idolatría como por amores de su coamante cometió? ¿E
demás Aristóteles, uno de los letrados del mundo y sabedor, sostener
ponerse freno en la boca y silla en el cuerpo, cinchado como bestia
asnal, y ella, la su coamante, de suso cabalgando, dándole con unas
correas en las ancas? ¿Quién no debe renegar de amor, sabiendo que loco
amor hizo de un tan grande rey y señor idólatre y servidor, y de un tan
gran sabio, sobre cuantos fueron sabios, hacer de él bestia enfrenada
andando a cuatro pies, como bestia, una simple mujer? Noten esto sólo
los que aman y abastar debería a los que entienden en amor. ¿Quién vio
Virgilio, un hombre de tanta acucia y ciencia, cual nunca de mágica arte
ni ciencia otro cualquier o tal se supo, ni se vio ni halló, según por
sus hechos podrás leer, oír y ver, que estuvo en Roma colgado de una
torre a una ventana, a vista de todo el pueblo romano, sólo por decir y
porfiar que su saber era tan grande que mujer en el mundo no le podría
engañar? Y aquella que le engañó presumió, contra su presunción vana,
cómo le engañaría, y así como lo presumió lo engañó de hecho; que no hay
maldad en el mundo, fecha ni por hacer, que a la mujer mala difícil a
ella sea de ejecutar y por obra poner. Pero quiero tomar en parte por
los hombres, que esto no es engaño por saber: que si guardar se quisiese
hombre no le engañaría mujer —aunque en esto pone duda San Agustín— mas
el hombre fíase de la mujer, y fiándose quiérele a las veces complacer,
y déjase de ella engañar y vencer por contentarla. Y esto es más errar
por voluntad desordenada que por falta de saber ser engañado. De estos
ejemplos las mujeres tomarán placer, y se glorificarán del mal, porque
las pasadas mujeres a los más sabios engañaron. Pero no digamos de los
engaños que ellas recibieron, reciben y recibirán de cada día por
locamente amar. Pues el susodicho Virgilio sin penitencia no la dejó,
que mucho bien pagó a su coamante que apagar hizo en una hora, por arte
mágica, todo el fuego de Roma, y vinieron a encender en ella todos
fuego; que el fuego que el uno encendía no aprovechaba al otro, en tanto
que todos vinieron a encender en ella fuego en su vergonzoso lugar, y
cada cual para sí, por venganza de la deshonra que hecho había a hombre
tan sabio. Más debes saber, como creo que bien sabes, en cómo el rey
David, sabio de los sabios y profeta de Dios sobre todos los
profetizantes, tuvo muchas mujeres y aun concubinas, y —aún no harto su
voluntarioso apetito de cuantas a su mandado tenía, y hermosas y tales
como un rey por poderío tener podía— con mal propósito y desfrenada
voluntad amó a Bersabé deshonestamente, mujer una sola que Urías,
caballero suyo, tenía enamorado de ella. Por cuanto en un huerto la veía
de cada día peinarse y arrearse a su ojo, y ella, como sentía que el
rey la venía cada día a mirar de allí, aunque ella lo disimulaba —como
que ella no conocía ni sentía que el rey la miraba ni la venía a mirar—
pero, por ser del rey codiciada y deseada, venía allí cada día a
arrearse y peinarse mostrando sus cabellos y pechos, dando a entender
que no lo entendía, como otras muchas de cada día acostumbran a hacer.
En tanto que el rey, no contento de muchas que tenía, quería y quiso una
que Urías sola y señora tenía y amaba, y con ella acometió carnal deseo
y adulterio en derecho canónico llamado; lo cual no cometiera si ella
quisiera, cuando vio y sintió la voluntad y comienzo de amor del rey,
que ella se dejara de seguir la venida a peinar y arrearse allí donde
venía. Donde fue causa de la su deshonra y de la muerte de su marido y
de tantas y tales personas que después murieron por el pecado que David
cometió; lo cual plugo a nuestro Señor que así fuese que su hijo Absalón
contra él se alzase y de Jerusalén huir le hiciese, y con sus mancebas,
a vista del pueblo, fornicio cometiese. Pues verás de cuánto mal fue
causa la mujer de Urías, no quedando inocente David de este pecado. Si
leyeres la historia adelante verás, pues, cuánto mal hace una mala
mujer, y esta prática no la han perdido hoy día. Y así cometido el dicho
pecado el rey con la mujer de Urías —e preñada de un hijo, el cual a
poco tiempo murió, por el cual David mucho dolor hubo— empero David, aún
no contento de esto, a su marido matar hizo enviándolo con cartas al
príncipe de las sus guerras y batallas, Joab, mandándole que lo pusiese
en la primera escuadra, donde con los primeros sus días feneciese. Por
cuanto era Urías hombre entero todo y tan hombre y muy animoso, y sabía
bien el rey David que haciendo proeza de armas no era posible en tal
lugar remanecer con la vida, y demás, entender debes que el rey no le
hiciera matar, pues tanto mal contra él de otra parte cometido había
tomándole su mujer, y así mismo la él enajenando; mas hubo duda el rey
que siendo Urías sabedor de tal maldad, que a su mujer cruelmente
mataría y David quedara frustrado, y, viudo de su amor; o por aventura
movido con desesperación, a su rey y señor pudiera errar. Que, aquel que
la fe quiebra, la fe no le debe ser guardada; mayormente en este caso,
que así el señor comete mala fe a su vasallo como el servidor en tal
caso, si a su señor matase. Esto todo de loco y desordenado amor
proviene.
Más te diré, que yo vi en mis días infinitos hombres, y aun hembras sé que vieron a un hombre muy notable, de casa real —e casi la segunda persona del rey en poderío en Aragón, mayormente en Cecilia— por nombre Mosén Bernard de Cabrera, el cual estando en cárceles preso por el rey y reina porque hacía en Cecilia mucho mal y daño al señor rey, por cuanto tenía por sí muchos castillos y lugares fuertes y no andaba a la voluntad del rey, fue preso; y, por lo aviltar y deshonrar hicieron con una mujer que él amaba que el consejase que se fuese y se escalase por una ventana de una torre do preso estaba para ir a dormir con ella, y después que se fuese y huyese desde su casa; esto por inducimiento del rey, y ella que le plugo de lo hacer. Y él creyendo la mujer, pensando que no le engañaría, creyola y tomó una soga que ella le envió. Y el que le guardaba diole lugar a todo, y dejole limar el cerrojo de la ventana y abrirla; y al primer sueño salió por la ventana y comenzó a decender por la torre abajo. Y en medio de la torre tenía una red de esparto gruesa, abierta, que allá llaman jábega, con sus artificios. Y cuando fue dentro en la red, cerráronla y cortaron las cuerdas los que estaban dalto en la ventana, y así quedó allí colgado hasta otro día en la tarde que le llevaron de allí sin comer ni beber. Y todo el pueblo de la ciudad y de fuera de ella, sus amigos y enemigos, le vinieron a ver allí, adonde estaba en jubón, como Virgilio colgado. Ve, pues, cómo amor falso y caviloso hace a los más sabios caer; piense, pues, cada cual en sí qué debe de sí hacer, que en el ejemplo es: «Cuando la barba de tu vecino vieres pelar, pon la tuya en remojo».
Capítulo XVIII
Cómo es muy engañoso el amor de la mujer
Los amadores aun por otra manera vencerlos quiero, por cuanto
amar y ser amado —que ellos mucho demandan— en la hembra hallar nunca lo
podrán; por cuanto nunca fue hombre que excesivamente mujer o amiga
amase que la tal mujer bien le quisiese. Regla es particular, donde está
mucho secreto a los que lo han probado, pero por no dar avisación a mal
obrar, cesa la péndola en este paso; por cuanto experiencia muestra que
muchas mujeres no aman a otros más ni tanto como aquellos que las
hieren y trabajan. Y demás, la mujer, su propio pensamiento es que
amando será rica; que el que la amare le ha de dar sin tener rienda. Y
son dos partes de amor: esta que dije la una; la segunda es amor carnal
con cumplimiento de voluntad. Y en esta tal manera, la mujer al hombre,
ni el hombre a la mujer, no cura de sus dones salvo de su voluntad
cumplir. Por ende, verás lindas mujeres con viles, feos y desaventurados
hombres, y para poco y pobres envolverse, así cojos como mancos y
tuertos y gibados no los olvidan por negros, sucios, cautivos, que en
verlos es asco y abominación, y hago punto aquí. Pero ellas en amar
hombres de poca manera hácenlo esto por una de dos maneras: una, que
frío y amor no guarda donde entra, y son en esto como loba hechos o
hechas, así el hombre como la mujer, que con el primero que delante le
viene toma amorío y se ajoba. Otra manera es por advininteza, o tener
más manera de hablar, contratar y platicar con ellas: o por vecindad, o
porque donde ellas están acostumbran entrar los tales hombres de poco
juicio y corta manera —y como son tenidos en poco— no se guardan de
ellos los parientes y amigos, que tales mujeres guardan o guardar deben:
en la vecindad de ellos caso tal siniestro no presumen, y estos tales
hacen muchos daños y mal. Eso mismo hacen los locos fuera de todo
sentido, y truhanes fuera del estilo de seso, que de ellos no se
guardan. Y de estos muchas veces salen los hijos por iglesias a maitines
lanzados. Y hay otras maneras de algunas mujeres a los tales querer, y
amar por no ser ejempladas y difamadas; que estos tales, cuando las han,
callan como negra en baño, lo uno por amor, lo otro por temor. Por
amor, por no perderlas de sí y haberlas cada que quisieren a su
voluntad: y de estos no toman ellas nada porque ellos no tienen, antes
les dan ellas a ellos, así porque callen como por no perderlos de su
mando. La otra razón porque estos tales callan es por temor que han que
si tal sus parientes y amigos sintiesen, no les va sino la vida, y por
esto callan ellos y aun ellas los aman, como dicho es; lo que no harían
otros de estado ni de mayor manera, que tanto se dan por decirlo como
por callarlo, antes se van alabando por plazas y por cantones: «Tú
hiciste esto, yo hice esto; tú amas tres, yo amo cuatro; tú amas reinas,
yo emperadoras; tú doncellas, yo hijasdalgo; tú la hija de Pero, yo la
mujer de Rodrigo; tú a María, yo a Leonor; tú vas de noche, y yo de día;
tú entras por la puerta, y yo por la ventana; tu alcahueta es fulana, y
mi alcahuete Rodrigo; tú entras a las doce, yo a la una; a ti dio tal
camisa, a mí dio este jubón; tú dormiste con ella sólo, y yo con ella y
otras dos mozas; a ti dio agua rosada, y a mí agua de azahar; la tuya es
mucho negra, la mía es muy blanca; la tuya es chiquilla, la mía es de
hermoso cuerpo; la tuya no es hermosa, la mía es lozana y linda. Pues,
acompáñame a la mía y acompañarte he a la tuya, que para bien amar se
requieren dos amigos de compañía: si se ensañare el uno con la otra, que
el otro haga la paz, o si se mostrare ser sañudo o sañuda —que son
desgaires a las veces de amor— el tercero lo adobe y enmiende». Y con
tales decires y difamaciones como estas, y mirándolas sin vergüenza en
bodas, en plazas, justas y torneos, toros e iglesias, porque no han
temor a sus parientes, amigos ni maridos, y son más denodados a cometer y
hacer con ellas actos deshonestos sin miedo de Dios y de la justicia y
sin vergüenza del mundo que los otros cuitados. Por esto tal, a las
veces, los aborrecen y mal quieren, por galanes que ellos sean, y aman
más pájaro en mano que buitre volando, y asno que las lleve que caballo
que las derroque. Así que, como de suso dije, el motivo del amor de la
mujer es por alcanzar y haber por cuanto naturalmente les proviene; que
todas las más de las mujeres son avariciosas, y cuando algo alcanzan son
muy tenientes. Son amadoras de temporales riquezas en grado
superlativo, y para haber dineros y alcanzarlos, con modos muy
exquisitos trabajan sus espíritus y cuerpos; en esto son muy atentas con
mucho estudio y solicitud. Y nunca pude yo ver ni hallar mujer que
rehusase lo que de grado le fuese dado, aunque con gran instancia no
demandase lo que prometido le fuese. Y si no le fuese sabia, fatigada o
meticulosa vergüenza, que a las veces, contra voluntad, las constriñen
dejar lo que querrían de grado tomar o demandar; empero el corazón no
duerme, ni la voluntad no sosiega, aunque la mano forzada reniega. Y si
por ventura demanda y lo demandado no le es otorgado y dado, que no se
deje de amar luego a quien lo deseado demandó no le diere. Demás, si
cuanto tuvieres y toda tu sustancia le dieres, si a menos de tu estado o
riqueza te viere venir, o a tal fragilidad o enfermedad continua de tu
cuerpo que no seas para retozarla como solías, ¡guay de ti! Sabe que te
pondrá luego silencio perpetuo y amenazas de sus parientes, o que no
tiene lugar de complacerte como solía, o que se lo han sentido los de
casa y le tienen guardas y ya no duerme como solía, sola; ya no te puede
hablar a puerta ni ventana, ya no puede salir fuera; ya no hay nada de
lo que solía, pues no la retozas ni das como solías. ¡Cuántas malas usan
de esta prática sin temor ninguno! Todos los placeres, que haber
solías, entredichos te son; pues retinto no corre de dobla o florín, ni
bulle cantolín, vía al atahona como ruin al gallarín. Y no pienses que
en el mundo hembra tan fiel ni constante hallases, si enamoradiza es,
que si otro con dones y mayores joyas que tú viniese, que no te diese
cantonada, que tanto es el apetito desordenado en ellas de haber y
riquezas querer, que la que mala es toda continencia y castidad romperá
por bienes, joyas, arreos y riquezas alcanzar. Y más te digo: que si
tienes y con mano abierta a la mala mujer vinieres, muy difícil es que
mano vacía tornes, o tu propósito cumplido, o buena esperanza al menos.
Pero si a mujer pides valía de un alfiler, contigo es la pesquisa; no le
verás la cara buena de diez o veinte días. Y por grande que tú seas, si
le vas manos vacías, nunca podrás ganar gracia de lo que demandares;
antes, sin toda vergüenza te dirá a voces altas: «Amigo, ¿qué queréis?
salid de aquí en buena o mala hora»; y hará que no te conoce ni jamás te
haya visto. Y dígote verdad, que por esta mala y desordenada codicia e
inmoderada avaricia, las mujeres malas todas son ladronas en poco o en
mucho; las manos tienen melosas, que todas cosas se les pegan. Y dígote
que los dones, plata o joyas y oro y otras cosas preciosas hacen a la
más alta a lo bajo venir, que el dar quiebra las piedras: ¿cómo lo
sufrirá, pues, la flaca carne? Por ende, te digo que de mil una hembra
hallarás rica, ni serlo podría, tanto es el fuego y ardor de haber y
allegar riquezas, honras, estados y pompas; no las hartarían al mundo
señorías y mandos: esto es su deseo. Esto por cuanto no hay siervo que
si señor fuese, que casi se conociese; ni hay vasallo que, señor
tornado, no sea cruel. En esto conocerás tú las personas cuáles de raíz
buena o mala vienen, que el que de linaje bueno viene, apenas mostrará
sino dónde viene, aunque en algo parezca, todavía retrae dónde viene;
pero el vil y de poco estado y linaje, si fortuna le administra bienes,
estado, honra y manera, luego se desconoce y retrae dónde viene, aunque
mucho se quiera infingir en mostrarse otro que no es, como algunos han
acostumbrado de así hacerlo. Pero es verdad que el hijo de la cabra una
hora ha de balar, y el asno hijo de asno ha de rebuznar, pues
naturalmente le viene. Ejemplo: toma dos hijos, uno de un labrador, otro
de un caballero; críense en una montaña so mando y disciplina de un
marido y una mujer. Verás cómo el hijo del labrador todavía se agradará
de cosas de aldea, como arar, cavar y traer leña con bestias, y el hijo
del caballero no se cura salvo de andar corriendo a caballo y traer
armas y dar cuchilladas y andar arreado. Esto procura naturaleza. Así lo
verás de cada día en los lugares do vivieres: que el bueno y de buena
raza todavía retrae do viene, y el desaventurado de vil raza y linaje,
por grande que sea y mucho que tenga, nunca retraerá sino a la vileza
donde desciende; y aunque se cubra de paño de oro ni se arree como
emperador, no le está lo que trae sino como cosa emprestada o como asno
en justa o torneo. Por ende, cuando los tales o las tales tienen poderío
no usan de él como deben, como dice el ejemplo: «Viose el perro en
bragas de cerro, y no conoció a su compañero». Y como sean las mujeres a
los varones sujetas, al punto que señoría y mando alcanzan, ¡guay del
que es sujeto y han de mandar!, que no han discreción en mandar ni
vedar, sino que todo seso posponen y dan lugar a la voluntad que cada
hora las hallarás de su mando. Dos cosas son de notar: ni nunca hembra
harta de bienes se vio, ni beodo harto de vino, que cuanto más bebe, más
ha sed. Por tanto, la mujer que mal usa y mala es, no solamente
avariciosa es hallada, mas aún envidiosa, maldiciente, ladrona, golosa,
en sus dichos no constante, cuchillo de dos tajos, inobediente,
contraria de lo que le mandan y vedan, superbiosa, vanagloriosa,
mentirosa, amadora de vino la que una vez lo gusta, parlera, de secretos
descubridera, lujuriosa, raíz de todo mal y a todos males hacer mucho
aparejada, contra el varón firme amor no teniente. Esto es de la mala o
malas; que es dicho que las buenas no han par ni que decir mal de ellas;
antes como espejo son puestas a los que miran. Y hasta aquí hablé de
cómo desordenado amor debe ser evitado, sólo amor en Dios poniendo.
Ahora proseguir quiero: el que ama, cómo traspasa los diez mandamientos,
quebranta y comete todos los siete pecados mortales, donde todo mal
proviene.
Capítulo XIX
Cómo el que ama desordenadamente traspasa los diez mandamientos
Si saber quieres aun cómo amor deshonesto de hombre o hembra debe
ser menospreciado y denostado, atiende bien lo que aquí te diré:
cuántos son los males que hace, cuántos daños procura a las personas y
cuántos inconvenientes de él se siguen, y de cuántas maneras de pecar
sólo el amor es principio y causa, y cuántos pecados y en cuántas
maneras son cometidos por amor de él. Y loco será bien el que lo supiere
leer o lo entendiere si de algo doctrina no tomare de lo que aquí diré,
siquiera en parte, aunque en todo no. Primeramente te digo que el que
deshonesto amor usa y continúa, cumpliendo su desfrenado apetito, este
tal traspasa uno a uno todos los mandamientos de Dios, y demás cae en
todos los siete pecados mortales, corrompe las cuatro virtudes
cardinales, anula las potencias del ánima, los corporales cinco sentidos
destruye, las virtudes siete le deniegan —las cuatro cardinales como
eso mismo las tres teologales— mengua en poner por obra las siete obras
de misericordia. Y estos males haciendo lleva al que tanto le amó al
loco amor a las infernales penas. Pues bien debe ser dicho este tal
pecado raíz de todos males, pues tanto mal procura y hace, y tantos
daños de él se siguen.
Capítulo XX
Del primero mandamiento, cómo lo traspasa el que ama desordenadamente
Primeramente quebranta el mandamiento primero, que es: «Amarás a
Dios sobre todas las cosas». Ahora yo demando si el que ama la mujer,
hija o parienta de su prójimo deshonestamente, por deshonrarla, este tal
si ama a Dios. Bien parece que no; antes se aparta de él, y dice:
«Señor, aunque Tú mandaste que yo no amase sino a Ti, que eres mi Señor y
Criador, pero, Señor, perdóname, que a esta otra amo más que no a ti.
Pero bien sé yo, Señor, que Tú eres tan misericordioso e, aunque en esto
contra ti yo pequé, que Tú me perdonarás. Confesarme he, arrepentirme
he, y seré luego de Ti perdonado». Así que so esperanza de perdón pones
por obra el mal hacer, y, ya antes que cometas el pecado, has pensado
cómo engañarás a Dios una y muchas veces. Y esto procura su mucha
paciencia de quererte esperar a penitencia: ofendes a Dios de continuo
sin enmienda. Por lo cual te digo que mal consejo tomas, que amar a Dios
fúndase sobre virtud, y amar el hombre a hembra o hembra a hombre
fúndase sobre pecado, y, lo que es peor, errar so esperanza de perdón,
donde todo nuestro mal y daño procede. Aquí es menester la misericordia
de Dios, ¡y cuánto! Pues, cata aquí, que aquel que ama a otro o a otra
más que a Dios, menosprecia al Criador y precia mucho a la criatura,
desecha la virtud y toma el pecado, y demás viene contra su primero
mandamiento.
Capítulo XXI
Del segundo mandamiento
Ítem, contra el segundo mandamiento viene el que ama con amor
loco, es a saber: «No jurarás el su santo nombre en vano». Pues,
demándote, por Dios, cuál es el que por tal vía de loco amar anda y
vive, que, no una, mas infinitas veces juró y jura el nombre de Dios en
vano, haciendo mil maneras de juramentos, diciendo: «Juro a Dios y a
Santa María, y para estos santos Evangelios y aun para los santos de
paraíso, que yo te daré y yo te haré y te conteceré. No dudes de esto,
que bien sabes que cristiano soy. ¡Noramala! ¡Si así no fuese no te
perjuraría! Haz, señora, lo que te digo sobre mi conciencia, luego te
daré paños y te daré joyas, te daré florines y doblas; te haré reina que
a todas tus parientas y vecinas haré que te vengan a mirar», y otras
cosas según más o menos son los estados de los amantes y personas. Y el
cuitado ya sabe que le ha de faltar y no darle nada, si no burlarla y
henchirle la oreja de viento. Pero la que cree al hombre jurando,
quiebra sus ojos llorando. Y aun después dicen otro error peor que no el
primero, y no lo encelan: que las juras que a sus coamantes por amores
se hacen, que no son obligados de tenerlas ni cumplirlas. ¡Guay de la
sucia boca por donde el infinito criador del cielo y tierra y criador
del mismo perjuro, tan osadamente fue nombrado en testimonio de mentira:
que al que jura trae para en seguridad o creencia o testigo el que
jura! Pues, ¡maldito sea el que no se vergüenza de traer en falso
perjurio al que es verdadera verdad, Jesucristo verdadero, por mentir y
por engañar a su prójimo. E lo peor que ya en su corazón tiene que le
mentirá, y de presente miente; que sabe que no ha de tener lo que
promete, sin miedo de Dios, a quien tanta ofensa hace, y sin daños de su
prójimo, a quien con tales perjurios, que no juramentos, engañó. Pues
algunos fueron y son que juraron a algunas de tomarlas por mujeres, y
ellas a ellos por maridos, así delante testigos como escondidamente, por
engañarlos o engañarlas. ¡Ay Dios, si se quebrantan o quebrantaron de
estos juramentos infinitos por exquisitas maneras, pues piensan que
engañan! A la fe digo vos que es verdad que los cuitados engañan, mas no
a otros más que a sí. Por no detener tiempo no hablo más de estos
perjurios, que escribirlos bien no bastarían diez manos de papel; pero
así en este mandamiento como en los otros, solamente pasaré, poco
diciendo al propósito —que decir lo que se podría decir sería gran
proceso— pues cada uno lo puede bien, poco más o menos, considerar según
experiencia de cada uno lo demuestra. Pues, dando fin a este
mandamiento, bien parece que el que ama desordenadamente no ama a Dios,
que es el primero mandamiento, y jura su santo nombre en vano, y aun
peor, que no solamente en vano, mas júrale en mentira, que es el segundo
mandamiento. Ya, pues, tenemos dos mandamientos que ha traspasado el
que ama locamente.
Capítulo XXII
Del tercero mandamiento
El tercero mandamiento es: «Guardarás los días santos de los
domingos y santas fiestas por la universal iglesia mandadas guardar».
Pues dime, tú que amas, ¿cuántos domingos y fiestas quebrantaste en este
mundo andando caminos y calles y carreras, no yendo a misa ni a la
iglesia, como eras tenido de ir a orar, que Dios te hubiese merced?
¿Diste algún domingo o día de fiesta algunos pasos por ir ver la que más
amabas? Caballero o escudero, ¿hicistes justas, torneos y otros hechos
de armas en pascuas, domingos y fiestas dedicadas de reposo y para Dios
rogar y alabar? ¿Anduviste caminos o carreras de fuera de la ciudad o
lugar donde moras por ver la que amabas antes que por servir a Dios?
¿Fuiste a bodas, solaces y ananceas por ver tu coamante primero que no
fueses a visitar a pobre o dolientes? ¿Anduviste algunas leguas en días,
como dicho he, vedados por ir ver tu amada, y otras muchas cosas que
largamente decir se podrían? Dime, pues, si este mandamiento por tu amor
loco locamente fue quebrantado: si lo hiciste, no dudes que sí. Y ¿cuál
es que se abstenga, que enamorado sea, de no así hacerlo en todo o en
parte? Por cuanto regla es cierta, y demás experiencia que lo demuestra,
que el enamorado por cosa al mundo no traspasaría el mandamiento de su
dolor de su enamorada, y con gran estudio y diligencia piensa de no
traspasarlo ni quebrarlo; que bien sabe que luego habrá mala cara,
repelón o bofetada; y treme y teme mucho de lo contrario hacer, y busca
todas buenas vías y maneras, y todas lisonjas y halaguerías, composturas
y hermosuras para mejor cumplirlo que ella no lo mandó, dijo ni ordenó:
cómo, en qué lugar, qué hora, qué día, qué mes y año, que no se ha de
faltar un punto ni momento. Mas al mandamiento de Dios, enánchale,
extiéndele, estírale como pellejo remojado, falsándole, menguándole,
menospreciándole, haciendo de él lo que no osarías hacer de mandamiento
de uno tu igual. Esto procura la gran largueza e infinita bondad y
misericordia de Aquel que siempre fue presto a perdonar, y vagaroso a
ejecutar, empero que su piadosa justicia a la fin nunca se pierde.
Concluye, pues, que el que locamente ama, amando quebranta los días de
reposo por Dios mandados, a su servicio dedicados, que es el tercero
mandamiento.
Capítulo XXIII
Del cuarto mandamiento
El cuarto mandamiento es: «Honrarás a tu padre y a tu madre, y
luengamente en el mundo vivirás». Dime, pues, ¿este mandamiento
traspasástelo jamás que tu padre o madre te dijesen o aconsejasen:
«Hijo, por amor de Dios, déjate de tal mujer amar; que es mucho
peligrosa y puede ser que venga en daño de tu persona»? Tanto te
amonestaban por celo y por amor de Dios como por miedo de perderte; que
alguna noche o día los amigos y parientes de la tu coamante no te
tomasen, o te matasen; o ella por celosía de otra no te emponzoñase o
hechizase, que son cosas que contecen hoy y de cada día. Di, ¿cuánta es
la paciencia con que tú les respondiste? Di, ¿cuánta es la honra que tú
les cataste, di, mayormente, si en este hecho te ahincasen, diciéndoles
palabras injuriosas con saña y con ira, no esguardando el uno que te
engendró y la otra que te concibió, parió y crio? Y otras muchas maneras
que los padres y madres de injurias de sus hijos reciben, por
consejarles que no amen locamente y que se no vayan a perder. ¡Ay Dios,
sí hay hijos malditos que por esta razón hieren padre o madre, o dan
puñada o empujón con gran soberbia, dignos de ser absorbidos y devorados
de la tierra! Y eso mismo contece en los putativos padres o madres, en
aquellos que son en edad antigua, o cura de ti tienen, o tales otros que
por honra padres tuyos pueden ser llamados, los cuales si errar te
vieren o en loco amor envuelto, te pueden dar consejo y decirte que te
guardes con amor y caridad, y tú con orgullosa respuesta decirles has:
«Amigos, ¿sabéis cómo vos va? Curad de vuestros hechos, que yo bien sé
qué pedazo de pan me abunda; que más sabe el loco en su casa que el
cuerdo en el ajena. Curad de vos, dejad a mí; que ya soy desmamado,
etc.». Pues verás cómo este mandamiento loco amor no lo guarda, ni de él
cura más que si fuese ordenado por uno de la villa. Ved aquí, pues,
cómo el que ama el cuarto mandamiento no guarda, a su padre y madre por
esta razón deshonrando, mal trayendo, y poca honra catandoles.
Capítulo XXIV
Del quinto mandamiento
El quinto mandamiento es: «No matarás a ninguno ni alguna». Pues
dime, ¿oíste, viste, entendiste que hombre que amase alguna mujer, o
alguna mujer hombre amase, que hiciese matar a alguno por esta razón?
Dígote que innumerables son los que son muertos por este caso, o los
matan o hacen matar: lo uno, porque alguno descubridor era de sus
amores, o de él en algún lugar mal hablara, o a su coamante deshonrara
por plaza o por oculto, o andaba por sonsacarle la que más amaba, o por
alguna manera de diez maneras que son de celosías, las cuales omito y
dejo de decir por no ser prolijo y avisador de mal hacer. ¿Y viste, u
oíste que alguna matase marido, hermano, primo u otro cualquier
pariente, por haber a su voluntad a su coamante? ¿Y viste nunca madre
consentir en muerte de hijo o hija por no ser descubierta, por cuanto el
hijo o hija le había el tal pecado sentido o visto? Dentro en Tortosa
yo vi hacer justicia de una mujer que consintió que su amigo matase a su
hijo porque no los descubriese. Yo la vi quemar porque dijo el hijo:
«Yo lo diré a mi padre, en buena fe, que dormistes con Irazón el
pintor». Díjolo la madre al amigo, y ambos determinaron que muriese el
niño de diez años; y así lo mató el amigo, y la madre y él lo soterraron
en un establo. Fue descubierto por un puerco después, y así se supo.
¿Viste quién su padre matase por robarlo e irse con su coamante? Yo vi
una mujer que se llamaba la Argentera, presa en Barcelona, que ahogó a
su padre y metió al amante en casa, y le robaron y dijeron otro día que
se era ahogado de esquinancia. Después la vi colgar por este crimen que
cometió, y era una de las hermosas mujeres de aquella ciudad —la
historia de cómo fue, de cómo se supo y cómo fue sentenciada, sería
luenga de contar— y aun en postremo el verdugo, cuando la descolgó, se
echó con ella. Y mandábanle matar, y por ruegos de algunos fue
públicamente azotado por Barcelona, año de 28. Y aun en esto deben tomar
ejemplo los que quieren a veces porfiar con Dios y su justicia, que
esta por este crimen estuvo mucho presa y por ruegos de muchos querían
soltarla. Y yo hablé con ella en la cárcel, y rogué y puse rogadores, y
ella nunca quiso sino salir por sentencia, hasta que fue después su
amigo hallado y preso y tormentado, y confesó la verdad, y huyó de la
cárcel. Y ella fue colgada; que fue juicio de Dios donde ella hubiera de
haber toda la culpa de la muerte de su padre. Y Dios quería que aun
ella viviese e hiciese penitencia y ella no quiso, y así acabó. Y aun
después de muerta fue causa de la deshonra del verdugo; que hay personas
que en vida y en muerte siempre hacen mal o son causa de todo mal, que
en tal signo nacieron.
Vi más en la dicha ciudad de Tortosa, por ojo, dos cosas muy fuertes de creer, pero, ¡por Dios, yo las vi! Una mujer cortó sus vergüenzas a un hombre enamorado suyo, al cual llamaban Juan Orenga, guarnecedor de espadas, natural de Tortosa, porque supo que se era con otra echado. Tomole un día retozando su vergüenza en la mano y cortóselo con una navaja, y dijo: «¡Traidor, ni a ti ni a mí ni a otra jamás nunca servirá!». Tiró y cortolo, y dio a huir luego ella, y quedó el cuitado desangrándose. Y yo fui hablar con él a su cama y me lo contó todo cómo le engañara, y la manera fue esta: ella se había quejado a su marido que no se podía defender de aquel mancebo, y el marido suyo era marinero y patrón de una barca de llevar trigo y lanas, y no se atrevía a hacer él lo que la mujer suya hizo, por cuanto tenía muchos parientes el otro enamorado en la ciudad; pero dijo: «Mujer, yo cargaré mi barca para Barcelona, y mientra yo en el viaje, haz tú lo que conviene». Y así se hizo, que partió el marido con su barca. Fue luego la mujer a decir al enamorado, lunes por la mañana, estando él poniendo su tienda y sus espadas colgando en su botica, y díjole: «Orenga, hoy en el alba partió mi marido; vente cuando quieras». El otro amolo oír. Y ella fuese a su casa y tomó una navaja y púsola entre los almadraques bien escondida. Y adobó el cerrojo de la escalera y de la puerta de la calle para cuando huyese y lo pudiese bien cerrar. Y el otro vino con su espada y broquel y entró. Y ella díjole: «Sube acá». Y él subió a la cámara, y díjole: «Pon la espada y el broquel, que bien sé que no has de estar armado». Y él fiose de ella e hízolo así. Y comenzó con ella a retozar, y queríala echar en la cama; y ella nunca consintió, sino que quería estar a la cama arrimada donde tenía la navaja. Y él, medio cansado, hubo de hacer lo que ella quería; pero estaba tan frío que no podía usar con ella. Y ella, desde que vio esto, tomóselo en la mano riendo y jugando, y, cuando vio que era hora, volvió la otra mano hacia los almadraques y sacó la navaja y tiró y cortóselo todo con la navaja, y aun en el muslo un poco, y dio a huir la escalera abajo y cerró tras sí; y el otro quedó desangrándose, y así se le llevaron de allí.
Vi más: una mujer casada que con los dientes cortó la lengua a su marido, que se la hizo burlando meter en la boca y apretó los dientes, y así se la cortó y quedó mudo y lisiado. Huyó luego la mujer a un monasterio de menoretas; y fuele demandado por la justicia porqué lo había hecho: dijo que lo vio hablar con una de quien ella se sospechaba en secreto muchas veces. Díjole: «Con esta jamás a ella ni a otra hablando engañarás».
De estas muertes y lesiones y otras muchas te contaría; pero hoy al mundo son tan notorios estos males, que superfluo es alegarlos; que estas y otras muchas y diversas maneras de muertes contecen por amar de cada día. Donde se concluye que aquel que ama el quinto mandamiento traspasa, matando o en muerte consintiendo.
Capítulo XXV
Del sexto mandamiento
El sexto mandamiento es: «No serás ladrón ni cosa ajena
hurtarás». Di, ¿hurtaste nunca para dar a la tu coamante? Y si por
ventura no alcanzabas, y sabías que tu amada te amaba sólo porque le
dieses, pues por no tener y no perderla, ¿hurtaste o barataste de Dios o
de sus santos para darle y su voluntad cumplir? Pues yo creo que sí. Si
tú dices que no, ¿hurtaste jamás joyas, dineros y otras cosas por
llevarle y que fueses de ella bien recibido? ¿Hurtaste a tu padre o
madre para dar a tu amante? ¿Hurtaste a tu señor de su casa para tu
coamante pan, vino, carne y otras cosas por dar y mantener la que amabas
y bien querías? ¿Hurtaste, tú, casado, escondidamente a tu mujer joyas,
ropas y algunas otras cosas, sortijas, almanacas, cambray, crespina,
albanega, mangas de impla, arracadas, manillas y otras joyas para dar a
tu coamante, por do a las veces cuando se lo conocen, por bien que lo
trasmude, se siguen muchos daños, escándalos y males? ¿Hurtaste jamás en
viñas y huertas ajenas frutas verdes y maduras, rosas y otras cosas,
destruyendo lo que otro labró y plantó, para dar a tu enamorada?
¿Hurtaste en huertas ajenas peras, peros, melones, cidrias, naranjas,
limones, para presentar a tu dama? De ser ladrón el enamorado no se
excuse; que del pie del Crucifijo lo llevaría para dar a la su coamante.
Pues guarda cómo de deshonestamente amar se sigue el hurtar para
contentarla, que es el mandamiento sexto. ¡Oh quién hubiese de escribir
otras infinitas maneras de hurtos, que muy superfluo y largo sería
explicar!
Capítulo XXVI
Del séptimo mandamiento
El séptimo mandamiento es que no harás fornicio ni lujuria
cometerás. De este mandamiento hablar sería superfluo, como sea notorio y
cierto los amantes aquella fin amar para su apetito y desfrenada
voluntad cumplir. Aunque algunas veces aman algunas de buen corazón y
amor por casarse con ellas y tomarlas por compañeras, sintiendo en ellas
buenas costumbres y virtudes honestas; y otros, por verlas hermosas y
graciosas, ámanlas y quiérenlas por casar con ellas. Pero a uno de estos
hay ciento ventores y burladores de los otros. Así que todas sus galas,
bailes y danzas solaces y tañeres y coplas y aun cartas, justas y
torneos, toros y aun gasajados, bien vestir, mejor calzar, y todas otras
cosas de estas por tal causa y fin se hacen. Lo demás por alcanzar las
que más aman y por con ellas deshonestamente usar. E demás, que cuando
en uno son amos ayuntados, ¡cuántos actos deshonestos de lujuria cometen
que no son de decir ni escribir al presente! Por ende quédese. Piensan
no caer sino en un solo mortal pecado, y, aquel usando, otros muchos
cometen locamente usando. Pues piense el que pensar quisiere, que cuanto
mayor y más es el deleite del pecado, tanta ha de ser más y mayor la
pena o la penitencia por él hecha. Por ende, ¡come bien, hijo, que tú
escotarás! Al pagar será el dolor; con alegría y cantando se comete, más
con tristeza y llorando se purga y paga. Pues esto procura el
desordenado amor: de quebrantar el seteno mandamiento de Dios
lujuriando.
Capítulo XXVII
Del octavo mandamiento
El ochavo mandamiento es que no harás falso testimonio ni contra
ninguno le levantarás. Dígote, pues, si tú que amas jamás levantaste
falso testimonio contra alguna o alguno por amor de aquella que más
amabas, que digas «no», yo te lo pruebo. Di, ¿cuántas veces preguntado
te fue: «Di, amigo, qué mujer es Fulana»?, y tú respondiste: «Es una
mala y falsa mujer, malvada de su cuerpo; quien no la quiere no la ha;
parlera, embriaga, mentirosa, sucia, bellaca y mucho vil». Y tú esto
decías por ventura porque no te daba lugar que hubieses habla o entrada
con aquella que tú amabas, o era su vecina o dijo algo de ti, que te vio
venir o hablar, o moza, o cartas enviar; y tú levantástele por
malenconía lo que en ella no era. Más: di, ¿difamaste algunas hablando
con la que amabas, por dar loor de ella, y que se glorificase como era
gentil, diciendo: «Fulana es tal y Zultana tal: la una es amiga de
Pedro, la otra tiene un hijo de Juan; aquella duerme con Rodrigo, la
otra vi besar a Domingo»? Y muchas de estas cosas y otras acostumbran
los amantes decir a sus amadas, cuando delante les están, por darles a
entender que no es ella sola la que es enamorada y errada; que otras muy
muchas hay en la villa y lugar, por dar color a la otra necia, que no
se tenga por menguada por amar y tal crimen cometer que mal de muchos
gozo es. Pero esto tal levantó el amante e hizo falso testimonio contra
aquellas que nunca tal de ellas vio ni oyó. Esto hace desordenado amor
en esta y otras maneras: levantar falso testimonio los amantes, que es
el ochavo mandamiento traspasar.
Capítulo XXVIII
Del noveno mandamiento
El noveno mandamiento es: «Guardarás la mujer de tu vecino como
la tuya misma». En este mandamiento el hablar es ya por de más; que ya
ves los amantes cómo guardan las mujeres de sus vecinos. Guárdelas Dios
que puede, y guárdese el vecino que no tenga hermosa mujer: si no, el
que más amigo se mostrare, aquel le andará por burlar. El cuitado a las
veces, movido de buen amor y amistad fraternal, convida o lleva su amigo
a su casa y muéstrale buena cara y buen semblante, y el otro traidor
mira de mal ojo a la mujer cómo se la sonsacará. Por tanto dice el
ejemplo: «A las veces lleva el hombre a su casa con que llore». Pero en
este caso los viles y para poco son de reptar que tales cosas cometen.
Como no sean los amigos todos de una masa ni voluntad —que en este caso
do hay malos, eso mismo hay buenos— pero todavía es dudoso amigo mozo do
hay mujer moza, y no digo más y cíñome esta fonda: «peligroso está el
fuego cabe la estopa». Y a las veces ellas son causa, a las veces ellos
que lo sienten y lo consienten; a las veces los tales amigos que se lo
quieren. Que ya hay hombres que no tendrían a prueba de mujer por
amistad ni parentesco: pues el que a la parienta fallece, ¿qué hará a la
mujer de su amigo? Por ende, todo casado y por casar, si fuere cojo o
tuerto o mal pareciente —como estos por la mayor parte posean las más
hermosas mujeres— guárdese de llevar a su casa hombre lozano, mozo y
hermoso; que sepa que su mujer a aquel se le va el ojo por el deseo que
an de contratar con hombres de gala y manera y que entiendan el mundo y
su amor. Y esto por que se ven lozanas y mal empleadas en poder de
algunos torpes, sucios y criminosos, y de feas tachas cubiertos, dignos
por sus hechos de tañer la cornamusa. Pues si hablamos de frailes y
abades, en este caso no digo nada, que animales son de rapiña, que
cuando no tienen de suyo acórrense de su vecino. Y ya no hacen mención
hoy los hombres de las mujeres en este caso —que es muy grande vergüenza
a ellos y poca firmeza y constancia de ellas— diciendo: «Guarda, no
lleves a tu casa tal hombre, si no, hecho es el tejuelo». O, en otra
guisa, cuando ven alguno salir de alguna casa do hay mujer moza, luego
presumen y aun dicen: «¡Guay del mezquino que está trabajando, y don
Fulano huelga y sale de folgar de su casa!». Y así de otros de mayor
estado, diciendo: «Tal escudero está en la frontera, y tal le da en la
mollera». Pero no dicen, por cierto: «Yo bien sé que aunque tal hombre
entra y sale en tal casa, tal es ella sin falta, que aunque él quisiese,
nunca ella consentía», sino dan a entender que no hay sino entrar,
demandar y recaudar. Por ende dije que no hacen cuenta que ellas lo han
de negar o por su honra resistir; sino allí entra, hecho es; allí habla,
cumplido es; no dando por las mujeres en este caso nada, sino que no es
demandado cuando ya es otorgado. Por ende bien puedes considerar, según
ya de alto dije, cuánto es la mujer del prójimo y vecino hoy por sus
amigos y extraños guardada. Pues bien podemos decir que por loco amor el
noveno mandamiento es quebrantado y traspasado en desordenada codicia a
todos común y general.
Capítulo XXIX
Del décimo mandamiento
El deceno mandamiento es: «No desearás las cosas de tu prójimo».
Pues aquí no conviene decir nada; que experiencia nos muestra de cada
día cuántos son los desordenados deseos que por los amantes vemos en
desear hijas ajenas, mujeres ajenas, sobrinas, primas, hermanas y otras
cualesquier mujeres que son de otros; no deseándolas con celo bueno ni
con amor propio, sino con desordenada codicia para pecar y su voluntad y
apetito desfrenado cumplir. Y de esta regla no sacó emperador, rey,
conde, duque ni otro señor que vista hermosa mujer, que no la codicie y
su poderío no haga por haberla y alcanzarla. Pero sus mujeres o
parientes que sean bien guardadas y que ninguno no se enamore de ellas,
sino que muera quien tal cometiere ni en solas las mozas de su casa; y
ellos pero que sean francos como el camello del Taborlán, que sin pena
podía pacer por do quisiese. Así que son muy celosos y guardianes de lo
suyo y francos para lo ajeno damnificar y deshonrar de deudo debido. Por
ende, brevemente ve aquí cómo amor desordenado hace quebrantar y
traspasar todos los diez mandamientos por Dios ordenados y mandados
guardar. Por ende, ¿quién es el tal ciego, loco, sin seso, que, por un
poco de amor loco y vano, tanto daño quiere soportar? Pues bien podemos
tener y decir que amor desordenado raíz es de todo pecado. Aun más te
digo: que desordenado amor es causa de cometer los siete pecados
mortales, y uno no fallece que por los amantes no sea cometido, según
verás aquí por el proceso.
Capítulo XXX
Del primero mortal pecado
El primero mortal pecado es soberbia, do dice que el hombre no
debe de ser soberbio, sino paciente y honesto. Pues dime ahora, amigo,
que Dios te valga, ¿viste jamás hombre enamorado que no fuese elato,
soberbio y orgulloso, y aun tal que no es menester que ninguno le hable
contra su voluntad, y casi a los otros tiene en poco y menosprecio, que
les parece que todos son nada, hijos de nada, sino él? ¿El hablar muy
pomposo y con gran fausto haciendo gestos y continencias de sí cuando
habla, alzándose de puntas de pies, extendiendo el cuello, alzando las
cejas en aquella hora de aquella elocuencia y arrogancia abajándolas
cuando le dicen o hacen cosa que no le venga de aire, para amenazar; muy
presto para matar y degollar de papo, que no hay cosa que de delante se
le tenga? Cuando toma su caballo —si es de tal estado—, cuando fuere
por la calle no guardará a asnos ni burras, pobres ni mal vestidos, que
con todos no tope muy descortésmente, sin mancilla ni duelo, con la
fantasía y orgullo que en el cerebro lleva de su dama; muy estirado
sobre su silla, estrechamente ceñido, tiesto, yerto como palo, las
piernas muy extendidas, trochando los pies en los estribos, mirándoselos
de cada rato si van de alta gala, la bota y el zapato muy engrasado, la
mano en el costado, con gran birrete italiano o sombrero como diadema,
abarcando toda la calle con su caballo trotón, jaca, mula; de través
brocando y de espuelas hiriendo y con sus piernas y pies a cuantos halla
encontrando y derrocando, con su gritillo: «¡Ya! ¡viva la linda
enamorada mía!». Pues ¿cuál le hará demás a este tal? ¿Quién le
contradirá a lo que bien o mal hiciere, que luego con soberbia no le
coma vivo o le envuelva en el pliegue de la boca al más ardido que le
venga? Pues eso mismo si es de pie y va con espada y broquel. ¡Afuera
los garzones, que vienen los locos amadores! No entiende que Hércules el
fuerte, ni Goliat el gigante, ni Sansón, ni Alejandro, ni Nembrod el
grande fuesen para hacerle de más. Y no hay en la vecindad hombre ni
mujer donde la su coamante estuviere que le ose hablar, ni mirar, ni
decir nada, sino luego son las amenazas en tabla, y jurar y renegar y
panfear con soberbia y jactancia. Eso mismo digo de caballeros,
burgueses y otras personas de estado o manera cualesquier que aman
locamente; que tanta es su soberbia que no caben en el mundo, a las
veces de suyo, a las veces con favor de aquellos con quien viven. Y
vienen ya en tal especie que a las veces por fuerza las mujeres y las
hijas de los buenos hacen ser malas. Que, cuando no quieren las tales
consentir a su voluntad, luego son las difamaciones, los libelos
difamadores puestos por puertas, las palabras injuriosas dichas de noche
a altas voces a sus puertas; y, aunque no osen tornar ni hablar palabra
hasta que, o por fuerza o por mal grado, se ha de hacer lo que a ellos
pluguiere por soberbia pura y fuerza, sin temor de Dios ni de la
justicia y sin vergüenza de las gentes. Pues ves aquí el primero mortal
pecado cometido, y mucho se podría decir más prolijo, pero por no ser
enojoso ceso de escribir largo.
Capítulo XXXI
Del segundo pecado mortal
El segundo pecado mortal es avaricia. En este ¿quién duda si
pecan aquellos que en hora mala aman? No son contentos de cuanto tienen:
no los hartaría la mar por andar locos y arreados y por hacer justas y
meneos. Y jamás verás a ninguno abrir la mano a hacer franqueza sino a
su coamante, o a los que la tratan o saben o son alcahuetes o mensajeros
de ella. Allí sueltan las riendas en dar, que no hay detenimiento en
dar joyas y paños, comer y beber y gasajados; pero en todo otro lugar la
su avaricia y tenacidad es tanta cuanta experiencia demuestra cada día.
Y están pensando como el sapo, que le ha de fallecer la tierra para
comer, todavía demandando quién tuviese, quién hubiese, quién alcanzase.
Pero prueba de sacar de él un pelo, y verás que es lo que te digo,
salvo si eres del partido, que sepas o ayudes a sus negros amores. Sacar
de ellos en otra manera algo ni nada no lo han de costumbre. Pues vete
aquí el segundo pecado mortal cometido por desordenado amor.
Capítulo XXXII
Del tercero pecado mortal
El tercero mortal pecado es pecado de lujuria. Pues por este y
con este y sobre este pecado se hace todo y por todo —¡Y cuántas maneras
exquisitas de amar son halladas, y cuántas cavilaciones, prometimientos
y juras se hacen, como en los mandamientos suso dije; a esta fin de
hacer lujuria y su vano apetito cumplir se hace todo!—. Pues, bien
parece que el que ama cae en el pecado de lujuria, y, si la obra no le
ayuda, la voluntad no es duda ser presta y, pues no quedan por él, ni
grado ni gracias a él; que el pecado consentido mortal pecado es dicho,
si del número de ellos es.
Capítulo XXXIII
Del cuarto pecado mortal
El cuarto pecado mortal es envidia. Pues dime, ¿cuál hombre o
mujer ha mayor envidia, ni haber puede, que el que ama? Envidia de su
amiga, esto no es duda; que no querría que otro ninguno a ella le
llegase. Envidia de otra si es más lozana que la suya, o de mejor
cuerpo, o más rica, o de mejor linaje; de todo muere, que ha tanta de
otras envidia que fuego le quema los hígados de dentro. Demás, envidia
de otros que aman como él a otras más galanas. Envidia, si es feo, de
otros que son hermosos. Envidia, si es lisiado, de otros que son sanos.
Envidia, si es viejo, de los otros si son mozos. Envidia de los otros
decidores, cantadores y de otras infinitas cosas a amar necesarias.
Envidia si su dama vuelve el ojo a otro que mejor le parezca. Envidia si
a otro su dama alaba o bien dice de él; luego le dice: «Pues tanto le
loas, vete con él» o: «¿Quieres que te le traiga acá? Folgarás con él,
pues tan bien te parece». Envidia si otro ama a su dama —¡aquí es la
dolor!—. Envidia si son más graciosos otros en amar, más gentiles en sus
hechos y más poderosos en bienes o estado, de más hermosos cuerpos.
Envidia por haber y alcanzar cómo habrá jaeces y ropas, joyas para las
cañas jugar y por andar galán y arreado. Y lo que de ellos digo,
entiendo de ellas decir en estos y otros pasos ya dichos y contados. Por
ende ve aquí cómo el que ama en pecado de envidia le conviene de pecar.
Capítulo XXXIV
Del quinto pecado mortal
El quinto pecado mortal es gula. De este no se puede excusar el
que ama o es amado de muchos excesivos comeres y beberes en yantares,
cenas y placeres con sus coamantes, comiendo y bebiendo ultra mesura;
que allí no hay rienda en comprar capones, perdices, gallinas, pollos,
cabritos, ansarones —carnero y vaca para los labradores—, vino blanco y
tinto, ¡el agua vaya por el río!, frutas de diversas guisas, vengan
doquiera, cuesten lo que costaren. En la primavera barrines, guindas,
ciruelas, albérchigas, higos, brevas, duraznos, melones, peras vinosas y
de la Vera, manzanas jabíes, romíes, granadas dulces y agridulces y
acedas, higo doñengal y uva moscatel; no olvidando en el invierno
torreznos de tocino asados con vino y azúcar sobrerraído, longanizas
confeccionadas con especias, jengibre y clavos de giroflé, mantecadas
sobredoradas con azúcar, perdices y vino pardillo, con el buen vino
cocho a las mañanas, y ¡ándame alegre, plégame y plegarte he, que la
ropa es corta, pues a las iglesias vamos! Aquí veréis con este tal los
sentidos trocar, las voluntades correr, el seso desvariar, el
entendimiento descorrer: alegría, placer, gasajado, y vía después a
llorar. Pues a la noche confites de azúcar, citronas, estuches,
ciliatre, matafalúa confita, y piñonada, alosas y tortas de azúcar, y
otras maneras de preciosas viandas que dan apetito a mucho comer y beber
más de su derecho. Pues, aguas rosadas y de azahar almizcladas,
abundancia sin duelo, sahumaduras preciosas sevillanas, catalanas, y
compuestas de benjuí, estorach, linum áloe, laúdano, con carbón de sauce
hechas como candelillas para quemar; solaces, cenas, almuerzos y
yantares por do el comer y beber más de derecho no se puede excusar. Por
ende conviene después de mucho comer y de mucho beber muchas diversas y
preciosas viandas lujuria cometer. Y de todo esto el desordenado amor
causa fue. Pues verás cómo el que ama, amando, gula por fuerza ha de
cometer.
Capítulo XXXV
Del sexto pecado mortal
El sexto mortal pecado es ira. Pues como suso en la soberbia
dije, no ha cosa más irada que amador o amadora, si le tocan en cosa que
bien o placentería no le venga. ¿Qué te parece en cómo luego en un
punto es la ira en él tanta y tan grande que no cabe en sí, más que más
si no le responden sus coamantes al son y voluntad que ellos querrían?
Cuando más no pueden, de malenconía, si algún cuitado o cuitada
encuentran con quien delibrar hayan, so la tierra los cuidan hundir. Y
otros con ira dan mal yantar y peor cena a los de su casa. Otros
acuchillan perros y otros animales que hallan por la villa de enojo y
malenconía; otros pican los cantones con las espadas hasta quebrantarlas
con pura malenconía; otros se van mordiendo los rostros y los bezos,
apretando las muelas y quijadas, echando fuego de los ojos de ira y
malenconía; otros dan palos, espoladas y malos días a sus mulas y
caballos, haciéndolos estar sin comer hasta la noche, cuando más, danles
con el celemín en la cabeza. Esto con ira y malenconía porque su
coamante no le respondió a su voluntad o le mostró falso visaje,
diciendo: «¡Pese a tal con la puta, hija de puta! Háceme desgaires y de
los ojos señales y háceme esto y aquello, y ahora dame del ancha, y
háceme el juego de anda liviano, guíñame del ojo y dame pujés con la
mano. Pues, ¡para el cuerpo de tal, el diablo quizá nos metió en este
berenjenal! En tanto que toma ira tanta que cuida reventar, diciendo:
«¡Reniego, descreo, para el cuerpo de tal y para el santo! ¡En hora mala
me conoció! ¡cuando le doy, ándame alegre, cuando no le doy, el rostro
tuerce!». Así que los amantes de muchas maneras de ira son visitados,
largas de escribir y decir aquí. Pues ves aquí cómo el sexto mortal
pecado se comete amando o siendo amado.
Capítulo XXXVI
Del séptimo pecado mortal
El séptimo mortal pecado es pereza. Este muy bien comete el que
es enamorado; que no hay en el mundo cosa en que diligente sea, como ya
de suso dije, sino en aquellas cosas que a sus amores pertenecen. En
toda otra cosa es perezoso, pesado, dormidor, no le moverían palancas a
otro bien hacer. Es muy tardío en sus hechos o vagaroso en los ajenos, a
tanto que nunca le manden trabajar, salvo cerca sus amores. En aquello
pone toda diligencia, todo corazón y toda voluntad. Demándote más si es
perezoso el que está con su coamante en la cama hasta mediodía, y a las
veces come y bebe con ella en la cama dentro. Demándote si es pura
pereza el que así estando le dicen: «Levantadvos, que habéis de hacer
tal cosa». Y bostezando y esperezándose, extendiendo los brazos
responde: «Déjame, que tiempo hay harto para lo hacer después». Y demás
diciéndole: «Señor» o «Amigo, catad que vos han llamado que vayáis a
consejo de la ciudad», o, si es labrador, «que vayáis a labrar», o
«vayáis a hacer tal mercadería», o «vos, clérigo, que vayáis a misa de
prima o maitines o nona», esto según cuál estado de tal hombre. Y luego
responde: «No puedo ahora, que estoy enojado», o «Esta noche no he
dormido», o «Di que no me hallaste», o «Di que no estoy en casa», o
«Dile que después iré». Y esto por gran pereza por no dejar la costilla
del costado; o dice que está sudando y se resfriaría si se levantase.
Pues ve aquí cómo el séptimo pecado mortal comete el que ama de amor
loco.
Pues si dijésemos cuáles hombres son para amar, qué condiciones han de haber, cómo y en qué manera han de usar, qué se requiere para bien amar, aquí parecería quién y cuáles son los que aman, o si desfaman con sus asonadas, tañeres y cantares que hacen por plazas y cantones, dándole a sentir a todo el mundo: «¡Catad que yo amo a tal, y quiero que lo sepáis!» a manera de pregón real. Ellos son los pregoneros, los instrumentos —laúdes, guitarras, harpas y bomborras, rabel, media vigüela, panderos con sonajas— estos son las trompetas. Empero es verdad que cada cual dice que ama, pero muy pocos son dispuestos para amar, ni aun ellas dispuestas para amar ni ser amadas. Suma: que de amor loco el que es herido, los diez mandamientos traspasa, como oíste, o la mayor parte de ellos; los siete pecados mortales en obra pone y comete por la mayor partida. Pues, amigo, considera qué provecho trae locamente amar y cuántos inconvenientes de ello se siguen. Pues, quien loco no fuere y seso tuviere, tome lo que le cumpla, conozca mal y bien, y use de lo mejor y más provechoso. Y quien orejas tiene, oiga y por obra bien lo ponga; que yo mucho más me alargara a hablar en los estados de los seglares y de los religiosos y religiosas en este caso, mas dijera por una boca y oyera por mil; fuera ganar enemigos y enemigas, maldiciones y denuestos en mis días y mal siglo después de muerto. Aunque, ni por todo esto no debe hombre dejar de decir la verdad, pero es menester que el que reprende, reprensión en él no haya; y como de esto no me sienta yo libre, hablar poco y temeroso sabieza es; aunque en general a todos es dado decir y hablar, corregir y castigar, pero en especial a muy pocos es bien contado. Por tanto dice el ejemplo: «Sigua el tiempo quien vivir quisiere, sino hallarse ha solo y sin argén». E por no ser prolijo ni enojoso concluyo que decir no oso, por cuanto a muchos en mis días vi y oí, así predicadores como otros decidores, delante reyes y otros señores atreverse a decir la pura verdad, y hallarse de ello mucho mal, y hacerlos callar, por letrados y devotos que fuesen. Pues quien en ajena cabeza castiga, digno es de loor.
Capítulo XXXVII
Cómo el que ama pierde todas las virtudes
Los que bien considerar quisieren en lo suso razonado, largamente
hallarán no tan solamente aquel de que suso escribí, que de amor
indebidamente usare traspasar los diez mandamientos y los siete pecados
mortales por obra poner, mas aún sus cinco sentidos perder, o al menos
tanto debilitarlos, que apenas darán de sí ejercicio cual deben natural,
intervinientes los graves pensamientos; y demás te digo que el hábito
de la lujuria priva con efecto al natural juicio; y demás carece de toda
fortaleza, y de día en día se va decayendo hasta venir a la muerte,
pues para al tal pecado resistir no tiene fortaleza alguna. Pues,
constante y fuerte será dicho el que a los movimientos primeros sabe
resistir, no siendo en el hombre; por tanto, es dicha fortaleza, y
fuerte y constante quien de esta virtud usa. Bien podemos, pues, decir
por una vía o por otra, así por fortaleza y constancia espiritual como
temporal, que el tal, amando, carece de fortaleza. Pues templanza en él
no la esperes; que el que no es en sí ni suyo de sí, ¿cómo ha de tener
templanza en sí, como templanza sea dicha medio y virtud de dos viciosos
extremos? Pues justicia no la demandas en él, que no la tiene ni de
ella puede usar. La razón es esta: ¿cómo usará de justicia el que quiere
tomar o toma amor, o ama hija, mujer o hermana de otro, queriéndola
deshonrar de hecho? Pues justicia sea dar a cada uno lo que suyo es,
pues no tomar a su prójimo lo que suyo no es; que harto toma lo ajeno el
que mujer, hija o hermana de otro deshonra, sabiendo que, después que
el varón o mujer con el otro o con la otra usa, que deja padre y madre
por él; que, según derecho, antes propiamente será dicho hurto, pues
hurto es dicho tomar al hombre, o usurpar, o contrariar la cosa ajena
contra voluntad de su señor. Si tiene prudencia en sí, o locura, el que
lo susodicho comete, piense bien quien lo viere o lo oyere o supiere,
pues prudente sea dicho aquel que a las cosas ante tiempo provee, por no
errar al tiempo que vinieren. Y esta es una de las sabiezas sobre todas
cuantas son, y el que la prudencia tiene, es tenido como por adivino,
profeta o profetizante. Empero la pura verdad es que el tal provisto es
dicho hombre sabio y prudente, donde la providencia nació, y de la
prudencia derivó: que del prudente nace el providente. Por tanto, en el
antiguo tiempo los profetas eran por sabios tenidos, porque lo venidero
pronosticaban con el grande natural juicio a las veces; aunque
comúnmente el espíritu de Dios era en ellos. Pues tornando al propósito,
bien carece de estas cuatro virtudes el que locamente ama, y la mujer
de otro con amenazas querría sonsacar, usurpar, tomar y deshonrar; que
yo te hago cierto que de su propia voluntad nunca el padre a la hija, ni
el marido a la mujer, ni el hermano a la hermana, a ti ni a otro
ninguno dará; ni si se la tomares o burlares, sabe que no le placerá por
especial señor y amigo carnal que suyo seas. Pero si me dices que a las
veces los susodichos libran las tales mujeres a otros por dineros,
dádivas o joyas, o algún servidor por hacer servicio señalado a su señor
le libra su hermana, prima o parienta; la madre a la hija por dineros o
riqueza; o el vasallo a su señor por ser despechado o más valer; o
alguno otro por alcanzar favor de algún grande, y no se duele de la
deshonor de su hermana o parienta; pues yo te digo que, si endiablado no
es, que nunca su voluntad estará sana ni le placerá de ver en poder de
otro deshonestamente lo que ama o bien quiere; y aunque parece a prima
faz que se la libra o trae a su poder, hácelo este tal por su interés,
mas no por su voluntad; o aun a las veces con mengua lo tal contece, o
bien con pobreza: que no tiene con qué se mantenga, o andar arreado o
arreada, conviene su locura cumplir librando la hija, hermana o parienta
a quien les dé. Y acontece el casado no dar lo que ha menester a su
mujer, antes él halla en casa comer y beber, y dineros para lo que ha
menester. Este tal bien ve no sale tal ganancia de rueca, torno, coser
ni broslar: pues conviene que calle, sufra y haga ojo de pez, y
consienta a la mujer ser gallo y él que sea gallina con pepita. Pero
¡guay de aquel que tal comete, ni tal dinero da por tal mercadería! Y
¡guay de aquel que tal trato hace, ni tal libramiento ni mercadería
trae, ni tal consiente para su cuerpo y ánima: que más le valdría todo
mal sufrir que a mal consentir! ¡Oh cuántos caballeros y otros grandes,
así seglares como de otra perfección, así ricos como poderosos, usan de
esta mercaduría cuando saben hermosa mujer o moza que es pobre, y de
parientes pobres, con dádivas y dineros hacerlas ser malas con muchas
maneras que en ello saben tener, las cuales aquí explicando sería mucho
más avisar que corregir ni castigar! Y cuando por aquí no pueden, hacen
mover cuestiones y pleitos contra el padre o madre o hermano, porque
vengan los tales, rogándoles a ponerse por medianeros y rogadores, a fin
de haber lo que demandan de las tales; o hacerles mover ruido a los
suyos con los parientes de la tal mujer, a fin que, viniéndole a rogar,
haciendo el señor el bravo, haya de tener cargo el padre o madre o
parientes de la moza, para que después hayan de hacer lo que él
quisiere. Esto y otras infinitas maneras exquisitas tienen algunos para
hacer lo que quieren con aquellos y aquellas que poco pueden. ¡Guay del
ánima que todo esto lazrará, y aun el cuerpo su parte, cuando después,
al cruel juicio, en uno se ayuntarán cuerpo y ánima! Quien esto pensase,
de alguna tal cosa cometer se dejaría: que el que pensase en cómo el
pecador ha de dar estrecha cuenta hasta de toda ociosa palabra y sin
fruto dicha, ¿qué será de los males con deliberación dichos, a fin de
mal hacer, detractar, difamar y deshonrar? ¡Oh quién apuntase aquí algún
tanto! Y no digo más. Y si de los dichos esto es, ¿qué será de los
hechos malos, perversos, hechos a todo mal hacer con propósito
vindicativo y malo? Y otros que así son malos de sí, que nunca pueden
sino mal hacer, mal usar y peor acabar, y así se van con todos los
diablos a las infernales penas, privados de su juicio y entendimiento
natural a la fin; que ni hace orden de cristiano, ni testamento, ni
manda, ni puede dar poder a otro que por él lo haga. Y ¡guay del
desaventurado que poder da a otro que ordene y disponga de lo que no
sabe ni entiende! Y el difunto por mezquindad y poqueza de corazón, o
por juicio de Dios, no quiso, ni pudo, ni supo su ánima ordenar, ni su
hacienda disponer, ni sus deudas y cargos mandar pagar, y da su poder a
quien nada de ello no sabe, o muy poco, y de lo suyo hace tal testamento
que el difunto nunca hiciera. Basta que ponen en la procuración una
general cláusula: «que ya de parte habló con él y le dijo su corazón y
voluntad». Y es gran mentira y causa por do muchas cosas van como no
deben y contra voluntad de los difuntos. ¡Oh, maldito sea —y entiéndame
quien quisiere si pudiere— quien en poderío de otro su postrimera
voluntad jamás dejare, ni tal poderío loco diere! Que tal «sí» cualquier
loco decir puede en el tiempo de la muerte —mayormente que en tal punto
ninguno no está en sí, ni puede decir sino lo que le consejan y mandan,
o quieren que diga y otorgue— a las veces con miedo, a las otras con no
saber o con estar fuera de seso o tormentado de dolor y turbado de
entendimiento. Dícenle: «Decid sí», el marido a la mujer o el hermano a
su hermano, o primo a primo, y estale mirando con los ojos rabiosos el
sano al enfermo, amenazándole que si no otorga y dice «sí», que, ellos
idos, le ha de matar; y con esto y otras cosas hacen decir «sí» al que
de voluntad diría «no», y esto porque para tal tiempo se lo esperó, a la
fin cuando no era en sí ni de sí, y quiso hacer de sí siervo do pudiera
ser señor. ¡Oh quién pusiese aquí cuántas maneras se tienen en las
muertes y fines de las personas! Sería enojar y avisar; por ende cesa la
pluma. Sepa, pues, que será bien prudente el que en su vida lo suyo
ordenare en sanidad, con su entero juicio y seso, y de lo suyo
dispusiere por su mano, y su ánima y hacienda no la fíe más de otro que
de sí, si de prudencia usar quiere. Y todavía su ánima encomiende a
quien su ánima más que riquezas ni cuerpo ama y bien quiere, y no digo
más. Pero si el contrario hiciere cualquier, sé que se arrepentirá; que
si muere habrá a nuestro señor Dios por juez para sentenciar, y al
maligno espíritu por autor demandante, y el ánima será el reo
defendiente; abogados de ella la Virgen sin mancilla, santos y santas y
los ángeles de paraíso; abogados de Satanás será la corte infernal;
procurador del ánima el ángel a quien de su corazón fue encomendada;
contrario procurador el enemigo que pone la demanda; los testigos del
ánima serán Dios y el ángel y su conciencia; los testigos del ángel malo
serán las obras malas y malos hechos que mientras vivió obró y cometió;
el proceso del ánima será la vida y el tiempo como lo gastó; notario
será el mundo do lo cometió; la sentencia o será ingente dañación, o
eterna salvación, do toda apelación cesará. Amigo, pues, guarda qué
encomiendas y a quién lo encomiendas: y si alguno, pospuesto todo temor
de Dios y su justicia, de esto como ciego el contrario hacer quisiere, y
sentimiento de sí y de su ánima no hubiere, esto le provendrá del su
antiguo mal usar y perseverar sin enmienda y por los pecados suyos feos y
pasados, envejecido en ellos, que ya le parece que matar hombres no es
nada. E de allí proviene que a la fin place a nuestro Señor de privarle
del entendimiento; que, pues no le conoció en la vida, que en la muerte
no sepa quién es, ni de él haya memoria, ni le confiese por la boca.
Pues demándote si es prudente o si es loco el que por locamente amar
quiere sufrir cuantos males susodichos son. Pues, el que de tal amor se
pica fortaleza no la tiene; templanza mucho menos; justicia no es en él;
prudencia ni aun verla: que el que tuviese fortaleza, a lo menos en el
entendimiento, y fuese constante, no buscaría por malas maneras haber lo
ajeno. Ítem, el que templanza en sí hubiese, no sería tan desmesurado
contra otro. Ítem, si justicia en él hubiese, no tomaría lo ajeno. Ítem,
si fuese prudente, no haría tanta locura. Pues, caridad, fe ni
esperanza menos en él las esperes; que estas tres virtudes juntas con
las susodichas son siete virtudes. Concluyendo: que tenemos ya que el
que locamente ama traspasa los diez mandamientos, y aun comete los siete
pecados mortales; demás no usa de cuatro virtudes cardinales que tiene
de haber, antes las corrompe; los cinco sesos corporales anula y hace a
menos venir, que ni corporalmente ve las mundanas cosas buenas para
hacer bien, ni las espirituales para bien obrar; ni puede oler los
olores de honestad y pudicicia; ni los de paraíso puede sentir; ni el
gusto del comer, del ánima ni el corporal, para cómo debe el cuerpo
sustentar; ni siente en qué anda, ni en qué mundo vive; ni
espiritualmente siente los santos y santas de paraíso cómo poseen gloria
por Dios amar; ni tiene en las manos sentido corporal ni espiritual,
por cuanto las tiene adormidas del gran frío que es el pecado en que
envuelto anda; eso mismo los pies corporales y espirituales tiene
atados, que ni andan pasos de romerías ni de cosas meritorias, ni por
contemplación no anda por los martirios de Jesucristo, y de aquellos que
por Él muerte sufrieron. Las obras de misericordia ¿cómo las cumplió:
las corporales visitando enfermos y tribulados? ni dio a comer ni a
beber al menesteroso, ni redimir cautivos, ni vestir pobres, ni
acogerlos, ni defenderlos. Ni eso mismo las espirituales obras de
misericordia; que ni es para bien alguno enseñar, ni consejar, ni para
castigar a los errados, ni para consolarlos; ni es para sufrir injurias,
ni las ha él hechas remitir, ni aun poderlas soportar, ni para saber
orar y a Dios alabar, ni para saber los simples instruir cómo se deben
regir para bien vivir. Pues el que esto hace, estas obras siete de
misericordia cierto es que no las cumple, corporales ni espirituales.
Pues, amigo, abre los ojos espirituales y corporales; mira y ve cuántos
daños de locamente amar provienen, por donde no solamente el tal pierde
la vida perdurable, mas cobra las penas infernales. ¡Ay del triste que
espera pasar por sus deméritos tantas y tan crueles y perpetuas penas!
Que si considerase en cómo un dolorcillo de cabeza, o ajaqueca, o de
ijada, de lomos, de vientre, de riñones o de costado, o una calentura, o
terciana, o cuartana o otra cualquier dolencia o pasión, y cuando le
dura algún tiempo, cómo le saca de entendimiento y le hace desesperar,
maldiciendo su ventura y aun el día en que nació; o una espina chiquilla
que en el pie, o mano o dedo le entre, cómo le hace rabiar; o un dolor
de muelas, o dientes, o de ojos, o de orejas, o dolor de gota, o de
ciática, o torcedura de pierna o brazo, o de otras muchas enfermedades
que a las personas vienen. Pues ¿qué debe hacer aquel que sufre o ha de
sufrir aquellas terribles penas y tormentos crueles, más sensibles sin
comparación en millares de veces que las que acá padecen? Y en los de
acá hay remedios de físicos, yerbas y medicinas; en los de acullá no hay
remedio ni esperanza, salvo en los de purgatorio. Y esto es cuanto al
ánima, que después en el final juicio, en la resurrección, cobrado su
cuerpo, el ánima doble pena que de ante soportará, ca juntos cuerpo y
ánima penarán maldiciendo el su criador; maldiciendo el ánima el año, el
mes, el día, la hora, el punto, el momento y el instante en que fue
criada; eso mismo el cuerpo, cuándo fue concebido, engendrado, animado,
nacido y criado; maldiciendo su padre, y madre, y la leche que mamó;
maldiciendo los años y tiempos que en este mundo vivió; maldiciendo su
voluntad desordenada, su apetito voluntario, su querer demasiado;
maldiciendo su corto juicio, su seso loco y desvariado; maldiciendo sus
feos pecados que a tal estado le trajeron; maldiciéndose cómo a su Dios y
criador no quiso creer y conocer; maldiciendo su conciencia por no
creerla. Y así penado y atormentado, como desesperado, se encomienda a
todos los diablos, pensando que sus penas habrían fin; y viviendo
morirá, y muriendo, en nuevas penas, tormentos y dolores vivirá de cada
día por siempre jamás. ¡Quien en Ti pensase, quien Te entendiese, quien
bien Te considerase, quien bien Te llorase, quien Te conociese, quien no
Te olvidase, quien escrito en el corazón Te tuviese, quien Tu vigilia
bien ayunase, el tal mal hacer sería imposible!
Pues quien en esto pensase e hiciese cuenta en este mundo como que ve aquellas penas y las padece, y ya en esta vida se las dan, ¿haría tanto mal como de cada día hace? duda San Agustín en ello. Por ende, no alegue ninguno: «no lo supe, ni lo sentí, ni fui avisado, ni me lo dijeron»; que sería gruesa ignorancia no saber lo que es notorio a todos. No es esto crónica ni historia de caballería, en las cuales a las veces ponen c por b; que esto que dicho he, sabe que es verdad, y es deuda de faltar de ello o de gran parte. Y no pienses que el que lo escribió te lo dice porque lo oyó solamente, salvo porque por prática de ello mucho vio, estudió y leyó; y cree, según antiguos, grandes y santos doctores, ello ser así. Y de cada día tú lo puedes ver si quisieres, que, aunque mucho leer aprovecha y mucho entender ayuda, pero mucha prática y experiencia de todo es maestra y enseñadora porque hable el que lo habla sin miedo; que parece que lo ve cuando lo escribe. No dude, por ende, ninguno, que si lo susodicho leyere y diligentemente lo examinare, sentirá que huello por el camino verdadero. Pues harto debe ser ejemplo a los vivientes los ejemplos de los antiguos pasados, y harto es conveniente al que en ajena cabeza se castiga; y lo que otro con muchos daños y peligros pasó y corporalmente probó, y vio, que en un poco de escritura y papel, sin que se haya de poner a la muerte, se lo demuestre y dé castigo a mal hacer y remedio a mal obrar y consejo para de los lazos del mundo, del diablo y de la mujer ampararse y defenderse. Y si de lo susodicho o infraescrito alguno leyendo algo por obra pusiere, a Dios ruego que sea su enmienda relevación de algunas de mis culpas que tiempo ha cometí, y de las que cometo de cada día en satisfacción, y después de la presente vida de penas y tormento relevación. Amén.
Capítulo XXXVIII
En conclusión cómo por amor vienen todos males
Por ende, visto el efecto que loco amor procura, y cuántos daños
trae, veamos, pues, por quién nos condenamos, ni qué cosa son mujeres,
qué provecho traen, qué condiciones tienen para amar y ser amadas, ni,
finalmente, por cuál razón el hombre las debe bien querer. Y por tanto,
al presente algunos vicios de mal vivir declararé en parte de mujeres;
esto se entienda de aquellas que vicios y mal usar de sí partir sería
imposible, las virtuosas, honestas y buenas como oro de escoria
apartando: que si lo malo no fuese reprobado, lo bueno no sería loado.
Y, por Dios nuestro Señor, firmemente creo que así como el oro es
preciado entre los metales y se esmera y reluce entre ellos, así el buen
varón o la buena mujer honestos y discretos son entre los viciosos y de
mal vivir usados, rubí precioso, tanto, que comparación no sufren. Por
ende, según los vicios por mi de alto de las mujeres malas nombrados y
escritos, entiendo declarar y proseguir según que más y menos son. Vea,
pues, cada cual en sí si es culpada y fiera su conciencia con verdadera
corrección, no alegue: «Cuitada, quien esto supiera no errara». Por
ende, comienzo en el pecado de la avaricia de las mujeres, y si algún
hombre de ello en sí algo sintiere, tome el ejemplo de «A ti lo digo,
nuera». De los viciosos no saco a mí de fuera, viviendo hasta que muera.
Fenece la primera parte de este tratado.
Segunda parte
Aquí comienza la segunda parte de este libro en que dije que se trataría de los vicios, tachas y malas condiciones de las malas y viciosas mujeres. Las buenas en sus virtudes aprobando.
Capítulo I
De los vicios y tachas y malas condiciones de las perversas mujeres, y primero digo de las avariciosas
Por cuanto las mujeres que malas son, viciosas y deshonestas o
enfamadas, no puede ser de ellas escrito ni dicho la mitad que decir o
escribir se podría por el hombre, y por cuanto la verdad decir no es
pecado, mas virtud, por ende, digo primeramente que las mujeres
comúnmente por la mayor parte de avaricia son dotadas; y por esta razón
de avaricia muchas de las tales infinitos y diversos males cometen: que,
si dineros, joyas preciosas y otros arreos intervengan o dados les
sean, es duda que a la más fuerte no derruequen y toda maldad espera que
cometerá la avariciosa mujer con desfrenado apetito de haber, así
grande como de estado pequeño.
Contarte he un ejemplo que conteció en Barcelona: una reina era muy honesta con infingimiento de vanagloria, que pensaba haber más firmeza que otra, diciendo que cuál era la vil mujer que a hombre su cuerpo libraba por todo el haber que fuese al mundo. Tanto lo dijo públicamente de cada un día, que un caballero votó al vero palo si supiese morir en la demanda de probarla por vía de recuesta o demanda si por dones libraría su cuerpo. Y un día el caballero dijo: «Señora, ¡oh qué hermosa sortija tiene vuestra merced con tan hermoso diamante! Pero, señora, ¿quién uno vos presentase que valiese más que diez, vuestra merced amar podría a tal hombre?». La reina respondió: «No le amaría aunque me diese uno que valiese más que ciento». Replicó el caballero y dijo: «Señora, si vos diese un rubí un gentil hombre que hiciese luz como un antorcha, ¿amarlo ibais, señora?». Respondió: «Ni aunque reluciese como cuatro antorchas». Tornó el caballero y dijo: «Señora, quien vos diese una ciudad tamaña como Roma cuando estaba en su éser, principado y señorío de todo el mundo, ¿amarle ibais, señora?». Respondió: «Ni aunque me diese un reino de Castilla». Desde que vio el caballero que no podía entrar por dádivas, tentola de señorío y dijo: «Señora, quien vos hiciese del mundo emperadora y que todos los hombres y mujeres vos besasen las manos por señora, señora ¿amarle ibais?». Entonces la reina suspiró muy fuertemente y dijo: «¡Ay, amigo! tanto podría el hombre dar que...!». Y no dijo más. Entonces el caballero comenzose de sonreír, y dijo entre sí: «Si yo tuviese ahora qué dar, la mala mujer en las manos la tenía». Y la reina pensó en sí, y vio que había mal dicho, y conoció entonces que a dádivas no hay acero que resista, cuanto más persona que es de carne y naturalmente trae consigo la desordenada codicia.
Por ende habe por dicho que si el dar quiebra las piedras, doblegará una mujer que no es fuerte como piedra. Por dádivas harás venir a tu voluntad al papa, a otorgarte todo lo que quisieres; ítem, el emperador, rey u otro menor harás hacer lo que quisieres con dádivas; ítem, del derecho harás hacer tuerto dando a los que lo administran joyas y dones; ítem, de la mentira harás hacer con dádivas verdad. Pues no te maravilles si con dádivas hicieren los hombres a las firmes caer y de sus honras a menos venir, que ni guarda el don paraje, linaje ni peaje; todo a su voluntad lo trastorna. Por ende puedes más creer cuánta es la avaricia en la mujer, que apenas verás que menesteroso sea de ellas acorrido en su necesidad; antes no estudian sino como picaza dónde esconderán lo que tienen, porque no se lo hallen ni vean. Y así la mujer se esconde de su marido, como la amigada de su amigo, la hermana del hermano, la prima del primo. Y demás, por mucho que tengan siempre están llorando y quejándose de pobreza: «No tengo; no alcanzo; no me precian las gentes nada. ¿Qué sera de mí, cuitada?». Y si alguna cosa de lo suyo despende, cualquier poco que sea, esto primeramente mil veces lo llora, mil zaheríos da por ello antes y después. Así les contece, como hizo a los dos sabios Epicurio y Primas, que nunca su dios de Epicurio era sino comer, y de Primas sino beber, pensando no haber otro dios de natura sino comer y beber; en esto fenecieron sus días todos. Así la mujer piensa que no hay otro bien en el mundo sino haber, tener y guardar y poseer, con solícita guarda condensar, lo ajeno francamente despendiendo y lo suyo con mucha industria guardando. Donde por experiencia verás que una mujer en comprar por una blanca más se hará oír que un hombre en mil maravedís. Ítem, por un huevo dará voces como loca y henchirá a todos los de su casa de ponzoña: «¿Qué se hizo este huevo? ¿quién lo tomó? ¿quién lo llevó? ¿A dó le este huevo? Aunque vieres que es blanco, quizá negro será hoy este huevo. Puta, hija de puta, dime: ¿quién tomó este huevo? ¡Quién comió este huevo comida sea de mala rabia: cámaras de sangre, correncia mala le venga, amén! ¡Ay huevo mío de dos yemas, que para echar vos guardaba yo! ¡Que de uno o de dos haría yo una tortilla tan dorada que cumplía mis vergüenzas. Y no vos enduraba yo comer, y comiovos ahora el diablo! ¡Ay huevo mío, qué gallo y qué gallina salieran de vos! Del gallo hiciera capón que me valiera veinte maravedises, y la gallina catorce; o quizá la echara y me sacara tantos pollos y pollas con que pudiera tanto multiplicar, que fuera causa de sacarme el pie del lodo. Ahora estarme he como desaventurada, pobre como solía. ¡Ay huevo mío, de la meajuela redonda, de la cáscara tan gruesa! ¿Quién me vos comió? ¡Ay, puta Marica, rostros de golosa, que tú me has lanzado por puertas! ¡Yo te juro que los rostros te queme, doña vil, sucia, golosa! ¡Ay huevo mío! Y ¿qué será de mí? ¡Ay, triste, desconsolada! ¡Jesús, amiga! ¿cómo no me fino ahora? ¡Ay, Virgen María! ¿cómo no revienta quien ve tal sobrevienta? ¡No ser en mi casa mezquina señora de un huevo! ¡Maldita sea mi ventura y mi vida sino estoy en punto de rascarme o de mesarme toda! ¡Ya, por Dios! ¡Guay de la que trae por la mañana el salvado, la lumbre, y sus rostros quema soplando por encenderla, y fuego hecho pone su caldera y calienta su agua, y hace sus salvados por hacer gallinas ponedoras, y que, puesto el huevo, luego sea arrebatado! ¡Rabia, Señor, y dolor de corazón! Endúrolos yo, cuitada, y paso como a Dios place y llévamelos al huerco. ¡Ya, Señor, y llévame de este mundo; que mi cuerpo no guste más pesares ni mi ánima sienta tantas amarguras! ¡Ya, Señor, por el que tú eres, da espacio a mi corazón con tantas angosturas como de cada día gusto! ¡Una muerte me valdría más que tantas, ya por Dios!». Y en esta manera dan voces y gritos por una nada.
Ítem, si una gallina pierden, van de casa en casa conturbando toda la vecindad. «¿Do mi gallina, la rubia de la calza bermeja?», o «¿la de la cresta partida, cenicienta oscura, cuello de pavón, con la calza morada, ponedora de huevos? ¡Quien me la hurtó, hurtada sea su vida! ¡Quien menos me hizo de ella, menos se le tornen los días de la vida! ¡Mala landre, dolor de costado, rabia mortal comiese con ella! ¡Nunca otra coma! ¡Comida mala comiese, amén! ¡Ay, gallina mía, tan rubia, un huevo me dabas tú cada día; aojada te tenía el que te comió, acechándote estaba el traidor! ¡Deshecho le vea de su casa a quien te me comió! ¡Comido le vea yo de perros aína, cedo sea; véanlo mis ojos, y no se tarde! ¡Ay gallina mía, gruesa como un ansarón, morisca, de los pies amarillos, crestibermeja! ¡Más había en ella que en dos otras que me quedaron! ¡Ay triste! Aun ahora estaba aquí, ahora salió por la puerta, ahora salió tras el gallo por aquel tejado. El otro día —¡triste de mí, desaventurada, que en hora mala nací, cuitada!— el gallo mío bueno, cantador, que así salían de él pollos como del cielo estrellas, atapador de mis menguas, socorro de mis trabajos; que la casa ni bolsa, cuitada, él vivo, nunca vacía estaba. ¡La de Guadalupe, Señora, a ti la acomiendo! ¡Señora, no me desampares ya! ¡Triste de mí, que tres días ha entre las manos me lo llevaron! ¡Jesús, cuánto robo, cuánta sinrazón, cuánta injusticia! ¡Callad, amiga, por Dios! ¡Dejadme llorar; que yo sé qué perdí y qué pierdo hoy! ¡A cada uno le duele lo suyo y tal joya como mi gallo, cuitada, y ahora la gallina! ¡Rayo del cielo mortal y pestilencia venga sobre tales personas! ¡Espina o hueso comiendo se le atravesase en el garguero, que San Blas no le pusiese cobro! ¡No diré, amigas, aína diría que Dios no está en el cielo, ni es tal como solía que tal sufre y consiente! ¡Oh, Señor, tanta paciencia y tantos males sufres, ya, por aquel que Tú eres, consuela mis enojos, da lugar a mis angustias: si no, rabiaré o me mataré o me tornaré mora! ¡Ahora, en hora mala, si Dios no me vale, no sé qué me diga! Dejadme, amiga, que muere la persona con la sinrazón, que mal de cada rato no lo sufre perro ni gato. Daño de cada día, sufrir no es cortesía; hoy una gallina y antier un gallo: yo veo bien mi duelo, aunque me lo callo. ¿Cómo te hiciste calvo? Pelo a pelillo el pelo llevando. ¿Quién te hizo pobre, María? perdiendo poco a poco lo poco que tenía. ¡Mozas, hijas de putas, venid acá! ¿Dónde estáis, mozas? ¡Mal dolor vos hiera! ¿No podéis responder "señora"? ¡Hay, ahora, landre que te hiera! Y ¿dónde estabas? ¡Di! No te duele a ti así como a mí. Pues corre en un punto, Juanilla; ve a casa de mi comadre, dile si vieron una gallina rubia de una calza bermeja. Marica, anda, ve a casa de mi vecina, verás si pasó allá la mi gallina rubia. Perico, ve en un salto al vicario del arzobispo, que te dé una carta de descomunión, que muera maldito y descomulgado el traidor malo que me la comió. Bien sé que me oye quien me la comió. Alonsillo, ven acá, para mientes y mira que las plumas no se pueden esconder, que conocidas son. Comadre, ¡ved qué vida esta tan amarga! ¡Yuy, que ahora la tenía ante mis ojos! Llámame, Juanillo, al pregonero, que me la pregone por toda esta vecindad. Llámame a Trotaconventos, la vieja de mi prima, que venga y vaya de casa en casa buscando la mi gallina rubia. ¡Maldita sea tal vida! ¡Maldita sea tal vecindad! Que no es el hombre señor de tener una gallina; que aún no ha salido el umbral que luego no es arrebatada. ¡Andémonos, pues, a hurtar gallinas; que para esta que Dios aquí me puso, cuantas por esta puerta entraren! ¡Ese amor les haga que me hacen! ¡Ay gallina mía rubia! y ¿adónde estáis vos ahora? Quien vos comió bien sabía que vos quería yo bien, y por enojarme lo hizo. Enojos y pesares y amarguras le vengan por manera que mi ánima sea vengada. Amén. Señor, así lo cumple Tú por aquel que Tú eres: y de cuantos milagros has hecho en este mundo, haz ahora este, porque sea sonado».
Esto y otras cosas hace la mujer por una nada. Son allegadoras de la ceniza; más bien derramadoras de la harina. En las faldas rastrando, y en las mangas colgando, y otros arreos deshonestos que ellas traen, no ponen cobro —por do sus maridos, parientes y amigos deshacen— y ponen cobro en el huevo y la gallina. Y aun ellas mismas dicen cuando las faldas las enojan: «¡El diablo haya parte en estas faldas, ni en la primera que las usó!». Mas no maldice a sí misma que las trae. Y si alguno se lo retrae, responde: «Pues hago como las otras». Y bien dice verdad; que ya la mujer del menestral, si ve la mujer del caballero de nuevas guisas arreada, aunque no tenga qué comer, cayendo o levantando, ella así ha de hacer o morir. No son sino como monicas: cuanto ven tanto quieren hacer. «¿Viste Fulana, la mujer de Fulano, la vecina, cómo iba el domingo pasado? Pues ¡quemada sea si este otro domingo otro tanto no llevo yo, y aun mejor!». Cuántas ropas visten las otras, de qué paño, qué color, qué arreos, qué cosas traen consigo: yo te digo, que tanto paran mientes en estas cosas que no se les olvidan después. «Fulana llevaba esto; Zutana vestía esto». Por cuanto en aquello ponen su corazón y voluntad, mas no en el provecho de su casa, estado y honra, sino en vanidades y locuras y en cosas de poca pro. Y si el marido con menester empeña alguna aljuba o manto de ella, o cinta u otra alhaja, aquí son los llantos, aquí son los gemidos, los rezongos, los zaheríos, lágrimas y maldiciones, diciendo: «¡Ay sin ventura de mí! no hube yo ventura como mi vecina; que en lugar de medrar desmedro; en lugar de hacerme paños nuevos, empeñásteme estos cautivos que en la boda me distes, y tales cuales ellos son. ¿Esto esperaba yo medrar convusco? ¿Así medran las otras? ¿Así van adelante? ¡En buena fe de esta casa nunca salga —y ¿para qué?— que hayan qué decir! Ya no tengo con qué salir. ¡Ay triste de mí! ¡Pues tomadlo todo! ¡Tomad eso otro que queda; empeñadlo todo; vendedlo todo! Y después siquiera esté yo emparedada y nunca salga; que vos por esto lo habéis. Pues, yo vos hartaré; yo vos contentaré; que yo vos prometo que por aquella puerta no me veáis salir más. Yo sé qué digo: séame Dios testigo», etc. Luego amenazan —ya se vos entiende con qué— nunca hacen buena cara, ni buen cocinado: mal cocho, peor asado, y maldiciones abondo. Pero si el cuitado de marido, padre o amigo no lo puede ganar, a su oficio no se corre, y para mantener a ella ha menester algunos dineros, y empeña sus balandranes, su espada, sus armas, el jubón, las botas, hasta las mezquinas; o vende su casa, viña o campo o heredad: allí no dan voces, no hay maldiciones, lágrimas ni gemidos. Empero lo suyo y de su ajuar y dote sea bien guardado y no se lleguen a ello. Lo del cuitado vaya y venga, que hilando ella lo reparará con la rueca o el torno.
Eso mismo digo de las de gran manera y estado según más y menos; y de los grandes según sus estados y maneras eso mismo; por esto, algunos de ellos pasan. Esto les proviene a las mujeres de la soberana avaricia, que en ellas reina, en tanto que no es mujer que de sí muy avara no sea en dar, franca en pedir y demandar, industriosa en retener y bien guardar, cavilosa en la mano alargar, temerosa en mucho emprestar, abondosa en cualquier cosa tomar, generosa en lo ajeno dar, pomposa en arrearse, vanagloriosa en hablar, acuciosa en vedar, rigurosa en mandar, presuntuosa en escuchar, y muy presta en ejecutar.
Capítulo II
De cómo la mujer es murmurante y detractadora
La mujer ser murmurante y detractadora, regla general es de ello:
que si con mil habla, de mil habla cómo van, cómo están, qué es su
estado, qué es su vida, cuál es su manera. El callar le es muerte muy
áspera: no podría una sola hora estar que no profazase de buenos y
malos. No le es ninguno bueno ni buena en plaza ni en iglesia, diciendo:
«¡Yuy, y cómo iba Fulana, mujer de Fulano, el domingo de Pascua
arreada! Buenos paños de escarlata con forraduras de martas finas, saya
de florentín con cortapisa de veros trepada de un palmo, faldas de diez
palmos rastrando forradas de camocán; un pordemás forrado de martas
cebellinas con el collar lanzado hasta medias espaldas, las mangas de
brocado, los paternostres de oro de doce en la onza, almanaca de aljófar
(de ciento eran los granos), arracadas de oro que pueblan todo el
cuello; crespina de filetes de flor de azucena con mucha argentería, ¡la
vista me quitaban! Un partidor tan esmerado y tan rico que es de flor
de canela, de hilo de oro fino con mucha perlería; los moños con
temblantes de oro y de partido cambray; todo trae trepado de hoja de
higuera; argentería mucha colgada de lunetas y lenguas de pájaro y
retronchetes y con randas muy ricas; demás un todo seda con que cubría
su cara, que parecía a la reina Saba; por mostrarse más hermosa, ajorcas
de alambar engastonadas en oro, sortijas diez o doce, donde hay dos
diamantes, un zafir, dos esmeraldas; lúas forradas de martas para dar
con el aliendo luzor en la su cara y revenir los afeites: relucía como
un espada con aquel agua destilada. Un textillo de seda con tachones de
oro, el cabo esmerado con la hebilla de luna, muy lindamente obrado;
chapines de un jeme poco menos en alto, pintados de brocado. Seis
mujeres con ella, moza para la falda, moscadero de pavón todo algaliado;
sahumada, almizclada, las cejas algaliadas, reluciendo como espada.
Piénsase, Marimenga, que ella se lo merece. ¡Aquella es, aquella, amada y
bien amada, que no yo, triste, cuitada! Todo se lo dio Fulano, su
marido: por cierto que es amada. ¡Ay mezquina y triste de mí, que amo y
no soy amada! ¡Oh desaventurada! No nacen todas con dicha: yo mal
vestida, peor calzada, sola, sin compañía; que una moza nunca pude con
este falso alcanzar. En dos años anda que nunca hice alforza nueva: un
año ha pasado que traigo este pedazo. ¿Por qué, mezquina, cuitada, o
sobre qué lloraré mi ventura, maldeciré mi hado triste, desconsolada, de
todas cosas menguada? Y ¿cómo? ¿No soy yo tan hermosa como ella y aun
de cuerpo más bastada? ¿Por qué no voy como ella arreada? Ni por eso
pierdo yo mi hermosura, ni soy de mirar menos en plaza que ella allí do
va. Pues, con todo su perejil no se igualará comigo. ¡Mucha nada! ¡Mal
año para la vil, sucia, desdonada, perezosa, enana, vientre de itrópica,
fea y mal tajada! Pues en buena fe, allí do va arreada, si supiesen
reventarían. ¡Oh qué dientes podridos tiene de poner albayalde, sucia
como araña! ¡Por Dios, quitadme allá! ¡Como perro muerto le hiede la
boca! ¡Triste de mí, que yo limpia soy como el agua, aliñada, ataviada!
Trabajar, velar, ganar, endurar, esto sí hallarán en mí: la blanca en mi
poder es florín. Si yo como otras tuviese, florecerían y ganarían las
cosas en mi poder. Mas, señora, ¿qué me diréis? ¿quién no tiene, que
pásase el mes y el año que no vos daría fe que moneda corre? Que mi vida
nunca es sino de día y de noche trabajar y nunca medrar; y lo peor que
no soy conocida ni preciada, soy desfavorecida. Pues otro era mi padre
que no era su abuelo. ¡Loado sea Dios que me quiso tanto mal! Mi ventura
lo hizo; que si Dios anduviese por la tierra, treinta mil en ajuar
traje y en dineros contados, y aquella en camisa la tomó su marido. Peor
soy que amigada, nunca más medré de esta saya, que esta otra que tengo,
perdone Dios a mi padre, que él me la dejó y él se la ganó. Pues, ¿qué
medré, amigo, después que estoy con vos? Hadas malas, hilar de noche y
de día. Esta es mi bienandanza: echarme a las doce, levantarme a las
tres y duerma quien pudiere; comer a mediodía, y aun Dios si lo tuviere.
¡Guay de la que en casa de su padre se crio (y con cuánto vicio), y
esperó venir a estas hadas malas! Y ¿por qué, y aun sobre qué, cuitada,
desaventurada, triste, mal hadada?». Y el amigada dice a su amigo: «¡Ay
de mí! Más me valiera ser casada; que fuera más honrada y en mayor
estima tenida. ¡Perdime, cuitada, que en hora mala vos creí! No es esto
lo que vos me prometistes ni lo que me jurastes; que no he ganado el
dinero cuando me lo habéis arrebatado, diciendo que debéis y que
jugasteis, y como un rufián amenazando vuestro sombrero, dando coces en
él, diciendo: «A ti lo digo, sombrero»; dónde me he yo empeñado y
envergonzado muchas veces por vos, buscando para pagar vuestras deudas y
baratos. Ya no lo puedo bastar, y ¿dónde lo tengo de haber, amigo? ¡Ya
Dios perdone al que mis menguas cumplía y mis trabajos cubría! No queda
ya sino que me ponga a la vergüenza con aquellas del público. ¡Guay de
mí, cautiva! ¿Así medran las otras? ¡Landre, señor, rabia y dolor de
costado!». Estas y otras maneras de hablar tienen las mujeres; de las
otras murmurar, detraer y mal hablar, y quejarse de sí mismas, que hacer
otra cosa imposible les sería. Esto proviene de uso malo y luengamente
continuado, no conociendo su defallimiento; que es un pecado muy
terrible la persona no conocer a sí, ni a su fallimiento. Pues, por
Dios, cada cual así hable de su prójimo, que de ofenderlo se abstenga.
Capítulo III
De cómo las mujeres aman a diestro y a siniestro por la gran codicia que tienen
Ser la mujer tomadora, usurpadora a diestro y a siniestro, poner
en ello duda sería grand pecado: por cuanto la mujer, no solamente a los
extraños y no conocidos, más aún a sus parientes y amigos, cuanto puede
tomar y rebatar y apañar, tanto por obra pone sin miedo ni vergüenza.
Dar no es de su condición. Y así contece al hombre con la mujer, como al
padre y madre con su hijo: dele el padre o la madre a su hijo cuanto
quisiere, y nunca le diga de non; tómenle un poquito de pan el padre o
madre, u otra cosa que tenga, luego llora y lo demanda con grandes
gritos, caso que él se lo haya dado. O diga el padre o madre a su hijo
por probar: «Hijo, dame esto, que soy tu padre», luego huye con ello y
vuelve la cara. Asimismo es de la mujer: dale, que cantando tomará;
pídele, que regañando llorará. Y lo que toman y hurtan así lo esconden
por arcas y por cofres y por trapos atados que parecen revendederas o
merceras; y cuando comienzan las arcas a devolver, aquí tienen aljófar,
allá tienen sortijas, aquí las arracadas, allá tienen pulseras, muchas
implas trepadas de seda; y todo seda, volantes, tres o cuatro
lenzarejas, cambrays muy mucho divisados, tocas catalanas, trunfas con
argentería, pulseras brosladas, crespinas, partidores, alfardas,
albanegas, cordones, transcoles; almanacas de aljófar y de cuentas
negras, otras de las azules de diez mil en almanaca, de diversas
labores; las gorgueras de seda de impla y de lienzo delgado brosladas,
randadas; mangas de alcandora de impla de ajuar, camisas brosladas
—¡esto ya no ha par!— mangas con puñetes, fruncidas y por fruncir, otras
también brosladas y otras por broslar; pañezuelos de manos a docenas; y
más bolsas y cintas de oro y plata muy ricamente obradas; alfileres,
espejo, alcofolera, peine, esponja con la goma para asentar cabello,
partidor de marfil, tenazuelas de plata para algún pelillo quitar si se
demostrare, espejo de alfinde, para apurar el rostro, la saliva ayuna
con el paño para lepar. Pero después de todo esto comienzan a entrar por
los ungüentos; ampolletas, potecillos, salseruelas donde tienen las
aguas para afeitar; unas para estirar el cuero, otras destiladas para
relumbrar; tuétanos de ciervo o de vaca y de carnero. ¿Y no son peores
estas que diablos, que con las riñonadas de ciervo hacen de ellas jabón?
Destilan el agua por cáñamo crudo y ceniza de sarmientos, y la riñonada
retida al fuego échanla en ello cuando hace muy recio sol, meneándolo
nueve veces al día una hora, hasta que se congela y se hace jabón que
dicen napolitano. Mezclan en ello almizque y algalia y clavo de giroflé,
remojados dos días en agua de azahar, o flor de azahar con ella
mezclado, para untar las manos que se tornen blancas como seda. Aguas
tienen destiladas para estirar el cuero de los pechos y manos a las que
se les hacen arrugas: el agua tercera que sacan del solimán de la piedra
de plata, hecha con el agua de mayo —molida la piedra nueve veces y
diez con saliva ayuna, con azogue muy poco, después cocho que mengüe la
tercia parte— hacen las malditas una agua muy fuerte —que no es para
escribir, tanto es fuerte— la de la segunda cochura es para los cueros
de la cara mudar; la tercera para estirar las arrugas de los pechos y de
la cara. Hacen más, agua de blanco de huevos cochos, estilada con
mirra, cánfora, angelotes, trementina —con tres aguas purificada y bien
lavada, que torna como la nieve blanca— raíces de lirios blancos, bórax
fino: de todo esto hacen agua destillada con que relucen como espada. Y
de las yemas cochas de los huevos, aceite para las manos: en una cazuela
traelas al fuego, rociándolas con agua rosada, y con un paño limpio y
dos garrotes sacan el agua, y el aceite para las manos y la cara
ablandar y purificar. No lo digo porque lo hagan —que de aquí no lo
aprenderán si de otra parte no lo saben, por bien que aquí lo lean— mas
dígolo por que sepan que se saben sus secretos y poridades. Y aun de
esto habló Juan Bocaccio —de los arreos de las mujeres y de sus tachas y
cómo las encubren— aunque no tan largamente; y otros muchos han escrito
y escribieron, yo no digno de ser entre ellos nombrado. Pues no se
maravillen de mí si algo en prática escribí, pues Juan Bocaccio puso
harto de esto, y otros, como dije, de ello escribieron. Todas estas
cosas hallaréis en los cofres de las mujeres: Horas de Santa María,
siete salmos, historias de santos, salterio en romance, ¡ni verle del
ojo! Pero canciones, decires, coplas, cartas de enamorados y muchas
otras locuras, esto sí; cuentas, corales, alfójar enhilado, collares de
oro y de medio partido, de finas piedras acompañado, cabelleras,
acerufes, rollos de cabellos para la cabeza; y demás aún aceites de
pepitas y de alfolvas mezclado, simiente de niesplas para ablandar las
manos, almizque, algalia para cejas y sobacos, alámbar confeccionado
para los baños, jabón que suso dije, para ablandar las carnes, cinamomo,
clavos de giroflé para en la boca. De estas y otras infinitas cosas
hallarás sus arcas y cofres atestados, que siendo bien desplegado, una
gruesa tienda se pararía sin vergüenza. Pero cuando ellas esto
revuelven, adoban y guardan, así están encendidas que les parece estar
en gloria, con deseo de mucho más: que aun no están hartas ni contentas
aunque tuviesen cuatro tanto más. Todas estas cosas susodichas de mala o
buena ganancia las han, según las tierras y los trajes de ellas: unas
según ciudadanas, otras villanas, otras aldeanas y serranas, cada cual
según su tierra y reino donde nació o usa, está o vive. El entendiente
tome el dicho particular por ejemplo universal. Y seas cierto que para
haber de estos arreos no hay hurto, dolo ni ruindad que las de perversa
cualidad no cometan algunas de ellas contra sus maridos y amigos, o
cualesquier otros. Por donde se concluye que la mujer a diestro y a
siniestro tomar para que ella tenga —¡venga donde venga!— general regla
es de ello, no curando si complacen a Dios o le ofenden en tales maneras
tener. Entiéndame la que quisiere, y si mal de mí dijere, perdónela
Dios.
Capítulo IV
Cómo la mujer es envidiosa de cualquiera más hermosa que ella
Envidiosa ser la mujer mala dudar en ello sería pecar en el
Espíritu Santo: por cuanto toda mujer, cuandoquier que ve otra de sí más
hermosa, de envidia se quiere morir. Y de esta regla no saco madre
contra hija, ni hermana, prima ni parienta, que de pura malenconía
muérdese los bezos, y la una contra la otra colea como mochuelo. Infinge
de lozana, mas que no es por remedar a la otra; estúdiase en hurtarle
los comportes, los aires de andar y hablar, pensando todavía que ella es
más lozana: esto es por envidia. Y si la otra es blanca y ella baza o
negra, dice luego: «¡Bendita sea a la fe la tierra baza que lleva noble
pan! Más val grano de pimienta que libra de arroz». Pero si la otra es
baza y ella blanca, aquí es el donaire. Dice luego: «Hallan las gentes
que Fulana es hermosa. ¡Oh, Señor, y qué cosa es favor! No la han visto
desnuda como yo el otro día en el baño: más negra es que un diablo;
flaca que no parece sino a la muerte; sus cabellos negros como la pez y
bien crespillos; la cabeza gruesa, el cuello gordo y corto como de toro;
los pechos todos huesos, las tetas luengas como de cabra; toda uniza,
igual, no tiene facción de cuerpo; las piernas, muy delgadas, parecen de
cigüeña; los pies tiene galindos. De gargajos nos hartó la sucia, vil,
podrida el otro día en el baño; asco nos tomó a las que ahí estábamos,
que rendir nos cuidó hacer a las más de nosotras. Pues buena habla no
hay en ella; donaire ni solaz buscadlo en otra parte; desfazada, mal
airosa y peor aliñosa. Labrar por cierto esto no sabe; coser a punto
grueso, hilar, pues, no delgado; no es sino para estrado. Mírenme las
bellas; servidla, que de buenos viene; acompañadla, no vaya sola. Su
abuelo el tuerto se lo soñó, y su padre Pero Pérez el zapatero, se la
ganó tirando pellejos con los dientes. Pues, yo vi a su madre vender
toquillas y capillejos; muchas veces vino a mi casa diciéndome si quería
comprar albaneguillas la vieja de su madre. Y veréis su hija cuántos
meneos lleva. ¿Quizá no sabemos quién es? ¡Pues quién se la ve allí
arreada donde va, pues si viesen bien su casa, mal barrida, peor regada,
de arañas llena, de polvo abondada! Y mírenme las bellas: ¡yuy, yuy,
pues yuy, vistes y qué vistes, y si lo vistes, pues habrás qué contar!
Hízonos Dios, maravillámonos nos. Oíd y ved y contad, y si lo viereis no
lo contareis. ¡Parece un eclipse: reluce como mi ventura cual el día
que yo nací! Pues ¿si lleva blanquete? ¡A la fe hasta el ojo! Pues
¿arrebol? ¡Hartura! Las cejas bien peladas, altas, puestas en arco, los
ojos alcoholados; la frente toda pelada y aun toda la cara —grandes y
chicos pelos— con pelador de pez, trementina y aceite de manzanilla; los
bezos muy bermejos, no de lo natural, sino de pie de palomina grana,
con el brasil con alumbre mezclado. Los dientes anocegados o fregados
con mambre, yerba que llaman de India; las uñas alheñadas y grandes, y
crecidas, más que más las de los merguellites, así como de blancheta, y
aun las trae encañutadas en oro; la cara reluciente como de una espada
con el agua que de suso ya dije. Mudas para la cara diez veces se las
pone, una tras otra, al día una vegada, y cuando puestas no las tiene
parece mora de India; zumo de hojas de rábanos, azúcar, jabón de Chipre
hecho ungüento; otramente aceite de almendras; habas que sean cochas con
la hiel de la vaca, hecho todo ungüento; esto y raci azúcar, tútano,
pie de carnero negro, de la cera blanca hecho todo ungüento. Estas y
otras mil mudas hacen: por nueve días hieden como los diablos con las
cosas que ponen; pues no se les olvidan los paños y hiel de vaca con
habas bien molidas para cubrir el rostro por afinar el cuero. Y con esto
es ella tanto mirada; pues ni grado ni gracias, sino a los alatares de
quien salió tal hermosura. Pues ¿decisme que esta tal es hermosa? ¡A la
fe, hermosa mejor la haga Dios! Aquella es hermosa que con agua del río,
puesta una lencereja, sin otra compostura, relumbra como una estrella.
Así lo hago yo: nunca sino agua de aquel río puesta en esta cara; pero
quiero que sepan que no estoy de mirar menos que ella bien afeitada. Aún
vos digo más: que si yo hombre fuera antes me degollara que a tal mi
cuerpo diera. ¡Oh, Señor Dios, por qué no me hiciste hombre, que mal
gozo vean de mí si por tal como ella penara una noche ni de mi casa
saliera! ¡Oh, Oh, Oh, Señor, cómo privas de conocimiento a aquellos que
te place! Ojos hay que de lagaña se agradan; ruin con ruin, así casan en
Dueñas. El ejemplo bien lo dice: "No se puede igualar sino ruin con su
par". Pues, en Dios y en mi ánima, si reventar supiese, el domingo que
viene yo me asiente cerca de ella dentro en la iglesia: ¡veamos, pues,
veamos ahora, pues, veamos quién llevará la flor! ¡Aún me vea quemada si
yo no voy de repicapunto! ¡Yo le quitaré la vez, para esta que Dios
aquí me puso! ¡Verás cómo rabia, cómo me mirará! ¡A la fe, pues, así se
hará!». Esto, con envidia la una de la otra, acostumbran decir. Demás te
digo que la mujer no hace cuenta de joyas, paños ni arreos que una vez
se ponga que no los querría otro día más ver, si pudiese alcanzar para
otro día diversos, por cuanto tiene apetito inextinguible e insaciable.
Antes, todas otras cosas que ve a otras traer desea, aunque tales como
las suyas no sean; luego que otra cosa ve, la querría haber y traer.
Bien lo dijo el proverbio antiguo: «Hermosa huerta es la de mi vecino;
hermoso gallo tiene mi vecina». En tanto que a la mujer cosa que suya
sea y una vez haya traído no le es en su ojo nada; todo lo ajeno le
parece oro puro y lo suyo lodo y peor que cieno: ¡codicia desordenada,
perversa de apagar y mala de mitigar! Y si por aventura su vecina tan
hermosa fuese que desalabar su hermosura no puede, que es notorio a todo
el mundo, en aquel punto comienza a menear el cuello, haciendo mil
desgaires con los ojos y la boca, diciendo así: «Pues verdad es que es
hermosa, pero no tanto allá como la alabáis. ¿Nunca vimos otra mujer
hermosa? ¡Más pues! ¡Pues más! ¡Ay, Dios! ¿Pues qué más? ¿Qué conteció?
¡Yuy, y que milagro atán grande! ¿Si vimos nunca tal? ¡Cuántas
maravillas vistes y qué milagros por no nada! ¿Aquella es hermosa?
Hermosa es por cierto la que es buena de su cuerpo. Pues, yo sé qué me
sé, y de esto callarme he. ¡Quién osase ora hablar! ¡Pues yo reventaría,
por Dios, si no lo dijese! Yo la vi el otro día, aquella que tenéis por
hermosa y que tanto alabáis, hablar con un abad, reír y aun jugar
dentro de su palacio con él, pecilgándole y con un alfiler punchándole,
con grandes carcajadas de risa. Pues, do esto en hora mala se hacía no
quiero decir más; que la color que el abad tenía no la había tomado
rezando maitines, ni ella hilando al torno. ¡Rabia, Señor, aína no serán
las buenas entre estos diablos conocidas, ya por Dios! ¡El diablo haya
parte en estas perejiladas! ¡Cuántos cuitados con sus afeites traen al
derredor! ¿Aquella me decís hermosa? ¡Pues, suya sea su hermosura!
¡Buena pro le haga su gentileza! ¡Quién se la ve allí do va hermosa!
¿Hermosa, hermosa es? ¡Santa María! ¡Pues no querría ser ella por toda
su hermosura! ¡Ya, por Dios, dejadme, amiga, de estas hermosuras! Si
hermosa es, hermosa sea; tal me va en ello. ¡Quizá vistes qué alabanzas
de no nada! ¡De pulga quiérenme hacer caballo, y de la que cada día anda
los rincones de los abades me hacen ahora gran mención de hermosura!
¡Dejadme ya de estas nuevas por la pasión de Dios, que oyéndolas mi
corazón revienta! ¡Vamos, por Dios, a cenar! Dejémonos de estas nuevas;
que sin ellas mejor cenaremos que sin pan. ¡Yuy, amiga, Jesús, qué cosa
tan excusada que era ahora esta! ¡Cuántos meneos por no nada!». En tanto
que no la puede alabar ni bien de ella decir, que si en algo algún bien
de ella dice, que diez veces después mucho más no le afee. Demás, pocas
mujeres hallarás que sus lenguas callar pudiesen en maldecir con pura
envidia. Y piensan las cuitadas que maldiciendo de otras hacen a sí
hermosas, y deshonrando a otras acrecientan en su honra. Pero si
considerase el detractador envidioso y murmurador, y maldecidor
—cuchillo de dos tajos, que alaba en presencia y denuesta en ausencia—
cómo el sabio lo tiene en la posesión que él merece y por aquel que es,
quizá, si lo bien sintiese, reventaría. ¡Oh cuántos por nuestros pecados
juegan hoy aqueste hito! Pero la opinión de estos tales muy confusa es a
los sabios y agravada es su ciencia sofística acerca de los entendidos,
y su fama dañada cerca de los avisados. Pero el mucho hablador y
escarnidor, mofador y de otros decidor, murmurador y burlador,
aconhórtese: que él solo dice y burla de muchos, y de él solo dicen y
burlan muchos. Aquesta es su pena y conviene que la sufra, pues que
forzado le es que así la ha de llevar, según dice Francisco Petrarca, Del remedio de amas las fortunas:
«Que el que la carga ha de soportar, pues de fuerza le compete, avisado
será quien por grado la soportare». Paren mientes a este ejemplo
muchos, empero más las mujeres, que saben las cargas que han de soportar
cuando se dieren a varón por amiganza, amores o casamiento; que su
libertad al que se dieron sometieron, aquella poca o mucha que tenían.
Por ende, dar coces contra el aguijón es poca discreción. Eso mismo del
vasallo contra el señor y el servidor contra su maestro, el súbdito
contra su subyugante, el menor contra su mayor, que como dice el sabio:
«A aquellos que de nos son más poderosos, ser iguales no podemos». Y por
aquí se pierden infinitos y muchos que en lugar de conocer señorío y
otorgar mejoría a aquellos y aquellas a quien nuestro Señor hizo
grandes, mayores y de más alto estado y poderío —ora les venga por
favor, ora por sus merecimientos, ora por servicios buenos que hicieron,
diole Dios al tal o la tal suerte de ser querido, grande y amado,
poderoso, de alto estado— y estos como que parece a las veces que rigen
mal, esto por pecados de aquellos que los han de soportar, que a las
veces las personas demandan con que lloren; y de esto place a Dios que
así sea, y a las gentes pesa de ello y no lo quieren ni pueden soportar,
y quieren dar antes de la cabeza a la pared. Piense, pues, bien el
hombre o mujer que obedecer a su superior y mayor es cordura, y hacer el
contrario es locura. Si no, mira qué provecho saca o qué ganancia gana
el inferior con el su superior, que a la fin hace lo que conviene contra
su voluntad y le deshonra más. Y lo que con grado pudiera cumplir, mal
agradecido es después su servir. Así que, tornando al propósito, muchos
hablan mucho que sería escusado, y alguno en callar sería más avisado.
Por ende, mujeres verás que en una sola hora se vuelven de mil acuerdos
en mal decir y profazar, que si callasen reventarían. Pero si de ellas
loores algunos fueren dichos, entonces va el río del todo vuelto, y allí
es la ganancia de los pescadores; y por allí las burlan con muchas
lisonjas, y las cautivan a las tristes los falsos de los hombres. Y con
aqueste lazo son tomadas a manos, diciéndole: «¡Oh qué hermosa! ¡Oh qué
gentil lozana! ¡Oh qué linda galana! ¡Parecéis la gloria mundana!». Y
las necias y locas (o muy avisadas) todo así lo creen y no piensan que
él miente en dos maneras: miente, que sabe bien él cierto que ello no es
así, y miente por engaño jurando que es así. ¡Oh locas sin seso, faltas
de entendimiento, menguadas de juicio natural! Creed, pues, sin dudar
que el que más vos loa es por vos engañar, como dice Catón: «Dulcemente
canta la caña, cuando el cazador, dulcemente cantando, con tal engaño
toma el ave». Piense, pues, la mujer que con dulces palabras la han de
tomar, que no con ásperas; y esto es al comienzo, que después párese a
lo que le viniere; que dulce es la entrada, mas amarga es la estada;
como miel fue la venida, amarga después la vida. Por ende dijo Salomón:
«No por el comienzo la loor es catada, mas por la fin siempre fue
comendada». Así que muchas cosas tienen buenos comienzos que sus fines
son diversos. Por eso dice el ejemplo vulgar: «Quien adelante no cata
atrás cae». Por ende cada cual guarde qué hace o qué dice, que la
palabra así es como la piedra, que salida de la mano no guarda do hiere.
Y como dice el sabio: «Vuela la palabra, que, desde que dicha, no puede
ser revocada: desdecirse de ella sí, mas que ya no sea dicha, imposible
sería». ¡Oh, cuánto daño trae a las criaturas el demasiado hablar, en
especial do no conviene! Pues concluir podemos que por estas cosas y
otras que las mujeres dicen, hablan y detractan, que sola envidia es la
promovedora de ello. Pues odi, vide y tace si voy vivere in pace.
Capítulo V
Cómo la mujer según da no hay constancia en ella
La mujer mala en sus hechos y dichos no ser firme ni constante
maravilla no es de ello; que su firmeza ni constancia no es tanta, que
si alguno con diligencia la siga que no la haga venir, por cuanto como
cera la mujer es muy blanda a recibir nuevas formas, si en ellas sean
imprimidas. Que así como de cualquier sello, chico o grande, bien o mal
cavado, la cera saca forma de él, así de la mujer mala, venga quien
viniere, forma hay de su demanda. Si amores quisieres, amores hay; si
das, que no te vayas; si no das, que te aluengues. No guarda vez de
molino, de horno ni de honra; que al primero hace postrero y al
postrimero primero; todo va en el dinero. Y demás hoy te dirá uno la
mujer, a cabo de hora otro; si a uno dice de sí, a otro dice de no; al
uno ya fiel, al otro alfiler; al uno da del ojo, al otro por antojo; al
uno da del pie, al otro hiere de codo; al otro aprieta la mano, al otro
tuerce el rostro. Pues, las señales que saben hacer del ojo estos son
diversas: que mirando burla del hombre, mirando mofa al hombre, mirando
halaga al hombre, mirando enamora al hombre, mirando mata al hombre,
mirando muestra saña, mirando muestra ira echando aquellos ojos de
través. Más juegos sabe hacer la mujer del ojo que no el embaiador de
manos. Pues de la boca, ¡non por burla! Y con estos desgaires tanto de
sí presumen que su entendimiento anda como señal que muestra los
vientos: a las veces es levante, otras veces a poniente, otra vez a
mediodía cuando quiere a trasmontana. Por ende no creas que mujer al
mundo seguridad te pueda dar que en breve momento no la veas mudada, por
cuanto sola una hora no durará en su propósito, diciendo: «Esto me
parece, mas si esto contece, esto será mejor; esto es lo peor pues, ¿qué
será de mí? No lo haría por la vida. Pues en buena fe yo lo haga y
haré. No haré; sí haré. Daca, Isabelica, dos hojas verdes de esa oliva;
échalas en este fuego, hija de puta, y si rexpendando saltaren ambas
paparriba o ambas papayuso, en buena fe yo lo haga. Si la una de suso y
la otra de yuso, señal es de contrario: ¡quemada me vean si tal hiciere,
amén! Si la una sobre la otra saltaren ayuntadas, haya ya señales de
bienquerencia; nunca otro mal me venga; yo lo haré entonces». Esto y
otras infinitas cosas, que no quiero aquí escribir por no avisar, hacen
las buenas mercaderas. Y de aquí se levanta creer en estornudos o
sueños, y en agüeros y señales. Y por consiguiente bía a hacer hechizos y
bienquerencias y otras abominables cosas; que el diablo pescador es,
que con el gusano chiquillo toma la gruesa anguila. Y comienza, el falso
malo, por vía de bien hacer y en servicio de Dios, y por bien querer, y
por bien amar: pues el marido que ame a su mujer bueno es, y hacer cosa
con que aborrezca otra y ame a ella santa cosa es, y estas y otras
maneras tales. Y desde que las tiene en el juego vuelve hoja, hace hacer
a la criatura cosas abominables, hasta renegar su Criador y perder lo
que Él desea. Así que su comienzo bueno y santo es, pero la fin mala y
endiablada es. Así que comenzarás en una hojuela de oliva, o en un
estornudo o sueño a creer, y después, de paso en paso, hacerte ha venir a
nigromántico y encantador, hechicero y agorero y adivinador. Por ende
cada cual evite los comienzos si de los fines seguro ser quisiere. Y
todo esto las mujeres hacen a fin de «haré, no haré; diré, no diré».
Jugando van con su entendimiento a la pelota. Y por ende dijo el sabio
Marciano: «¿Mudar costumbres de hembra? Hacer un otro mundo de nuevo más
posible sería». Por tanto de prometimiento de hembra no fíes, sino de
la mano a la bolsa. Si algo te prometiere, ven luego con el saco
aparejado; y si primeramente no fueres seguro de lo que te prometiere
—conviene a saber que en tu poder lo tengas o a tu comando sea, y aún
entonces no te tengas por muy seguro de ella— pero al dar todavía sé
bien presto. Toma ejemplo del proverbio antiguo: «Perezoso ni tardinero
no seas en tomar, que muchas cosas prometidas se pierden por vagar.
Cuando te dieren la cabrilla acorre con la soguilla. Quien algo te
prometiere, luego tomando hiere». Por cuanto, por experiencia verás que
si a lo que la mujer te prometiere dieres lugar, o tiempo entrepusieres,
todo es revocado; que mil veces a la hora se arrepiente. Si algo da o
promete, tanta es su avaricia y su poca constancia que, si con vergüenza
promete, sin vergüenza lo revoca por la dolor que tiene de lo que
prometió. Mil veces en ello imagina; allí va, torna y viene, o si lo
podría coloradamente revocar, si un cornado diere con esperanza de haber
florín. De esta regla las monjas son maestras, y decir de ellas en
particular no conviene —pues mujeres son y so la regla de ellas se
comprenden— las buenas como buenas y honestas religiosas loando, y las
malas, si las hay, como aquellas que sus hechos las hacen malas
reprobando. Y por ser religiosas encerradas y apartadas, puse a la pluma
silencio por fuerza más que de grado, que ella, como enojada, yo conocí
por verdad que algo quisiera decir. Y como dice la Decretal:
«Al aflicto no debe ser dada aflicción, mas débese hombre doler de su
miseria y mal». Por ende, las que encerradas y so obediencia y premia de
otro están, y no son libres de sí, harto tienen que roer; aunque esto
no parece nada a los que su voluntad no tienen franca; que quiera la
criatura dormir y la hagan velar, quiere comer y la hagan ayunar y hacer
pública penitencia en refitor de rodillas en tierra. Ítem dale
disciplinas, y si quiere salir fuera, mándanla estar queda, y otras
infinitas cosas. Así que no debe decir hombre de las personas que
padecen de cada día subyugadas a otro. Así que, en conclusión, en dar,
prometer y en las otras cosas, como dicho es, la mujer no es duda ser
toda variable. Por ende ahora yo te ruego que te dejes de tomar de quien
promete y no ha vergüenza de revocar, y toma de Aquel que largamente
promete, y sin merecer da gloria perdurable.
Capítulo VI
Cómo la mujer es cara con dos haces
La mujer ser de dos haces y cuchillo de dos tajos no hay duda en
ello, por cuanto de cada día vemos que uno dice por la boca, otro tiene
al corazón. Y no es hombre al mundo por mucha amistad, familiaridad,
conocencia, privanza con uso que con la mujer tenga que jamás pueda sus
secretos saber, ni que fiel ni lealmente con el que usare la mujer
hable. Toda vía se guarda, toda hora se teme; toda vía al rincón de su
corazón guarda y retiene algún secreto que no descubre por no ser
señoreada, ni que otro toda su voluntad y corazón sepa. Jurará,
perjurará: «Nunca tal cosa hice; nunca tal cosa dije ni presumí, para
esto ni aun para aquello. Nunca fui en tal cosa, ni jamás tal yo supe.
¿No me creéis ahora? Decid, pues, si me creéis». Veréis cómo dirá:
«¡Yuy, qué yerto, duro como roble, demón, alperchón, diablo tamañazo!
Decid, pues, si me creéis. ¿No me queréis creer? Ahora tanto me da,
creedlo o no lo creáis; que si tal cosa hice, ni tal cosa dije, ni por
mi boca salió, ¡quemada me vea, amén! ¡Nunca goce de mi alma! ¡El diablo
me lleve! ¡El diablo me ahogue! ¡El diablo sea señor de mi alma! ¡Así
sea santa en paraíso! ¡Así vea gozo de esta! ¡Así vea mis hijos criados!
¡No haya más pena mi alma! ¡No vea más mancilla de lo que parí! ¡Así
goce de lo que yo más amo! ¡Así sea yo casada! ¡Así me alumbre Dios!
¡Así me valga Dios! ¡Así vea este hijo arzobispo! ¡Así cumpla Dios mis
deseos! ¡Mejor goce de ti! ¡Así goces de mí! ¡Landre mala, mala muerte,
dolor de costado me hiera, me mate, me saque del mundo! ¡Por esta señal
de cruz! ¡Para la Virgen Santa María! ¡Por Dios todopoderoso! ¡Para los
santos de Dios! ¡Para la pasión de Dios! ¡Por Dios vivo verdadero!».
Otras mujeres juran por otras maneras, diciendo: «¡Así viva esa persona
honrada! ¡Así viva yo! ¡Así vivas tú! ¡Mejor viva mi hijo! ¡Así haya
buen reposo aquel honrado padre vuestro que yo bien conocí! ¡Mejor goce
de aquestos! ¡Para el siglo de mi padre! ¡Ya juré por mi vida! ¡Nunca
viva en el mundo! ¡Mal gozo vea mi padre de mí! ¡Llevarme veas como
aquella que azotaron! ¡Mis hijos vea sobre mí degollados! ¡Para la vida
del Rey! ¡Por Nuestro Señor! ¡Mal duelo venga sobre mí! ¡Nunca el año
cumpla! ¡Así vos dé Dios salud y a mí paga! ¡Así viva Juan González! Ya
juré». Estas y otras infinitas maneras de juras juran las mujeres y han
acostumbrado de jurar; pero cuando lo juran, juran en dos maneras: juran
por la boca, revócanlo por el corazón, diciendo: «Jura mala en piedra
caiga». O dicen entre su corazón cuando dicen: «¡Mal gozo vea de mí!»,
en el corazón: «Nunca o mejor». Y con esto tal piensan que engañan, pero
ellas son engañadas: que quien con arte jura, con arte se perjura. Y
por ende son dichas las mujeres de dos corazones y cuchillo de dos
tajos: uno juran, otro hacen; uno muestran, otro tienen; uno predican,
otro ponen por obra. ¿Hay en el mundo mayores engaños que a la falsa
mujer con juramentos creer la que es simple; y aquella que robaría a su
padre haberla por inocente; y a la lisonjera con juras creer su mentira
por verdad; y a la mala hembra por juramentos creer su castidad; y a la
malqueriente creer su amistad; y a la mentirosa creerle que es su
mentira verdad? Demás aprende y hazle como te hace; pues ella no te dice
su corazón, no le digas tú el tuyo; que oído has cómo conteció a muchos
pasados y contece hoy a los vivientes, que por descubrir sus corazones y
poridades padecen. Mira a Sansón cómo desde que reveló a su mujer
Dalila que tenía la fuerza en una vedija de la cabeza, cómo con arte
espulgándole y peinándole desde que dormido se la cortó, y a sus
enemigos le libró, y cuando quiso hacer armas hallose privado de fuerza,
y así le sacaron los ojos y le traían por los mercados, plazas y bodas
por escarnio, diciendo: «¿Qué vos parece? El toro bravo como oveja es
tornado». Tanto que un día estando ayuntadas muchas gentes en un convite
do los más y los mejores estaban, hizo a un muchacho que le llegase a
un pilar que estaba en medio de la casa. Y como después de trasquilado
le había crecido el cabello, cobró alguna más fuerza y dio con la casa
en tierra, donde murió él y los que dentro estaban en número más de
cinco mil, diciendo: «¡Aquí morirá Sansón y cuantos con él son!». Eligió
morir mala muerte como desesperado, viéndose puesto en tan pobre
estado. Esto vino por el su secreto querer descubrir a la mujer. Por
ende cada cual se guarde y aprenda de ellas, que aunque mucho son
parleras, de sus secretos muy bien son calladas. Pues usa de su arte, e
como dice Catón: «Así con arte engañarás al que anda con arte»; o a lo
menos con tal arte de sus engaños te podrás de fácil defender, que sepas
que su deseo de las mujeres no es otro sino secretos poder saber,
descubrir y entender. Y así escarban en ello como hace la gallina por el
gusano, y porfiarán dos horas: «Decid y decid; decídmelo; vos me lo
diréis», con abrazos, halagos y besos —cuando otra cosa no hallan a que
acorrerse— diciendo: «¡Yuy, no me dejéis preñada! ¡No me hagáis mover!
¡No me deis mala cena! ¡No me enojéis! ¡No me dejéis con el trópico en
el vientre! ¡Decídmelo por Dios! ¡Oh cuitada! ¡Oh mezquina! ¡Oh
desaventurada! ¡Yuy, qué yerto! ¿Cómo sois así? ¡Yuy, qué desdonado!
¡Habré que decir! ¡Decídmelo, así gocéis de mí, en Dios y mi alma! Pues,
pues, en buena fe si no me lo decís, nunca más vos hable. ¿Queréis,
queréis, queréismelo decir?». A la tercera: «no queréis»: «Ahora, pues,
dejadme estar». En esto lanza las cejas; asiéntase en tierra; pone la
mano en la mejilla; comienza de pensar y aun a llorar de malenconía,
bermeja como grana; suda como trabajada; sáltale el corazón como a
leona; muérdese los bezos; mírale con ojos bravos; si la llama no
responde, si de ella traba, revuélvese con gran saña: «Quitaos allá;
dejadme. Bien sé cuánto me queréis: en este punto lo vi; todavía lo
sentí». Luego hace que suspira, aunque lo no ha gana. Y a las veces
contece que el triste del bachachas, como es mujereja, dice: «No te
ensañes, que yo te lo diré». Dícele todo el secreto, ella hace que no se
lo precia ni le place oírlo, pues no se lo dijo cuando ella quería y le
venía de gana; mas presta tiene la oreja aunque vuelve el rostro. Y
cuando bien ha dicho el cuitado, y contada su razón, responde la
doctora: «¿Ese es el secreto? Esto es lo que me habíais de decir? Pues
cuanto eso yo me lo sabía. ¡Allá, allá con ese lazo a tomar otro tordo!
¿Pensáis quizá que soy necia? Vía a trompar donde justan; a las otras,
que a mí no, ca, guay de mí, ¡veréis, que vos valga Dios! ¡Qué secreto
tan grande! ¡Qué poridad tan cierta, para esta que Dios aquí me puso! Y
miradme bien; que yo no digo más». Y con estas y otras maneras saben
hacer sus hechos ellas teniendo una en el corazón y otra en la obra o en
la lengua. Do se concluye ser la mujer doble de corazón; pues a la tal
entiéndala Dios que puede, y pueda con ella aquel que poder tiene.
Capítulo VII
Cómo la mujer es desobediente
La mujer ser desobediente duda no es de ello, por cuanto si tú a
la mujer algo le dijeres o mandares, piensa que por el contrario ha de
hacerlo todo. Esto es ya regla cierta. Y, por ende, el dicho del sabio
Ptolomeo es verdadero, que dijo de la mujer hablando: «Si a la mujer le
es mandado cosa vedada, ella hará cosa negada». Pero por más venir en
conocimiento de ello, ponerte he aquí algunos ejemplos.
Un hombre muy sabio era en las partes de levante, en el reino de Escocia, en una ciudad por nombre Salustria. Este tenía una hermosa mujer y de gran linaje; y ensoberbecida de su hermosura —como, mal pecado, algunas hacen hoy día— cometió contra el marido adulterio, siendo de muchos amada y aun deseada, tanto que, el fuego hecho, hubo de salir humo. El buen hombre sintió su mal y, sabiamente usando, mejor que algunos que dan luego de la cabeza a la pared, dejó pasar un día, y diez, y veinte, y pensó cómo daría remedio al dicho mal. Pensó: «Si la mato, perdido soy; que tiene dos cosas por sí: parientes, que procederán contra mí; la justicia porque ninguno no debe tomarla por sí sin conocimiento de derecho y legítimos testigos, dignos de fe y buenas probanzas, con instrumentos y otras escrituras auténticas —e esto delante aquel que es por la justicia del Rey presidente o gobernador, corregidor o regidor— y ninguno por sí no debe tomar venganza ni punir a otro ninguno. Y según esto, pues yo de mí sin probanzas no lo puedo hacer. Ítem más, los parientes dirán que se lo levanté por matarla y quererme con otra de nuevo ayuntar; haberlos he por enemigos». Pues visto todo lo susodicho, y los males y daños que de ello se pudieran recrecer, no la quiso matar de su mano por no ser destruido; no quiso matarla por vía de justicia, que fuera difamado. Fue sabio y usó de arte según el mundo, aunque según Dios escogió lo peor. Por ende pensó de acabar de ella por otra vía que él sin culpa fuese al mundo —aunque a Dios no, según dije, por cuanto el que da causa al daño y por su razón se hace, tenido es al daño— mas quisiera él que pareciera ella ser de su propia muerte causa. Y por tanto tomó ponzoñas confeccionadas y mezclolas con del mejor y más odorífero vino que pudo haber, por cuanto a ella no le amargaba buen vino, y púsolo en una ampolla de vidrio, y dijo: «Si yo esta ampolla pongo donde ella la vea, aunque yo le mande "Cata que no gustes de esto", ella, como es mujer, lo que le yo vedare aquello más hará y no dejará de beber de ello por la vida, y así morirá». Dicho y hecho: el buen hombre sabio tomó la ampolla y púsola en una ventana donde ella la viese. Y luego dijo ella: «¿Qué ponéis ahí, marido?». Respondió él: «Mujer, aquesta ampolla, pero mándote y ruego que no gustes de lo que dentro tiene; que si lo gustares luego morirás, así como nuestro Señor dijo a Eva». Y esto le dijo en presencia de todos los de su casa porque fuesen testigos. Y luego hizo que se iba. Y aún no fue a la puerta, que ella luego tomó la ampolla, y dijo: «¡A osadas! ¡Quemada me vean si no veo qué es esto!». Y olió el ampolla y vio que era vino muy fino, y dijo: «¡Tómate allá, qué marido y qué solaz! ¿De esto dijo que no gustase yo? ¡Pascua mala me dé Dios si con esta mancilla quedo! ¡No plega a Dios que él solo lo beba; que las buenas cosas no son todas para boca de Rey!». Dio con ella a la boca y bebió un poco, y luego cayó muerta. Desde que el marido sintió las voces, dijo: «¡Dentro yace la matrona!». Luego entró corriendo el marido mesándose las barbas, diciendo a altas voces: «¡Ha, mezquino de mí!». Pero bajo decía: «¡Que tan tarde lo comencé!». En altas voces decía: «Cautivo, ¡qué será de mí!». En su corazón decía: «¡Si no muere esta traidora!». Iba a ella y tiraba de ella pensando que se levantaría; pero allí acabó sus días. Pues catad aquí cómo la mujer por no querer ser obediente, lo que le vedaron aquello hizo primero, y murió como otras por esta guisa mueren.
Otra mujer eso mismo cometió otro tanto: ella hacía a su marido maldad; el marido dijo: «Espera, que yo te acabaré». Hizo hacer un arca con tres cerraduras y puso dentro una ballesta de acero armada, y cada que la abrían dábale el viratón por los pechos a aquel que la abría; y púsola en su palacio, y dijo: «Mujer, yo te ruego que tú no abras esta arca, si no, al punto que la abrieres luego morirás. Cata que así te lo mando y digo delante estos que presentes están, y séame Dios testigo, que si el contrario hicieres, que tú te arrepentirás; y no digo más». Y dicho esto en ese punto partió y se fue a su mercadería. Y luego, él partido, la mujer comenzó de pensar un día, otro día, una noche y diez noches, tanto que ya reventaba de pensamiento y basqueaba de corazón que no lo podía soportar. Y un día dijo: «¡Mal gozo vean de mí si alguna cosa secreta que no querría mi marido que yo viese o supiese no puso en esta arca; que cuantas cerraduras le puso y tanto me vedó que no la abriese! Pues no se me irá con esta: que aunque morir supiese de mala muerte, yo la abriré y veré qué cosa tiene dentro». Fue luego a decerrajar el arca, y al alzar del tapadero de ella, disparó la ballesta y diole por los pechos, y luego cayó muerta. Pues ved aquí en cómo la mujer morir o reventar o hacer lo contrario de lo que le es vedado.
Otra mujer era muy porfiosa, y con sus porfías no daba vida a su marido. Un día imaginó cómo, con toda su porfía, le daría mala postrimería el marido, y dijo: «Mujer, mañana tengo convidados para cenar. Ponnos la mesa en el huerto a ribera del río, de yuso del peral grande, porque tomemos gasajado». Y la mujer así lo hizo: puso la mesa luego y aparejó bien de cenar, y asentáronse a cenar. Y traídas las gallinas asadas, dijo el marido: «Mujer, dame ahora ese cañivete que en la cinta tienes, que este mío no corta más que mazo». Respondió la mujer: «¡Yuy, amigo! ¿Dónde estáis? ¡Que no es cañivete: que tijeras son, tijeras!». Dijo el marido: «¿Ahora en mal punto del cañivete me haces tijeras?». La mujer dijo: «Amigo, ¿qué es de vos? ¡Que tijeras son, tijeras!». Desde que el marido vio que su mujer porfiaba y que su porfía era por demás, dijo: «¡Líbreme Dios de esta mala hembra: aun en mi solaz porfía conmigo!». Diole del pie y echola en el río. Y luego comenzó a zambullirse so el agua, y vínosele en miente que no dejaría su porfía aunque fuese ahogada: ¡muerta sí mas no vencida! Comenzó a alzar los dos dedos fuera del agua, meneándolos a manera de tijeras, dando a entender que aún eran tijeras, y fuese el río abajo ahogando. Y luego los convidados hubieron de ella gran mancilla y pesar, y tomaron luego a correr el río abajo por la ir a acorrer, y el marido dioles voces: «¡Amigos, tornad, tornad! ¿Dónde vais? ¿Y cómo no pensáis que como es porfiada aun con el río porfiará y tornará sobre el agua arriba contra voluntad o curso del río?». Y mientras que ellos se tornaron río arriba, pensando que lo decía de verdad, la porfiada con su negra porfía, porfiando mal acabó.
Otra mujer iba con su marido camino a romería a una fiesta. Pusiéronse a una sombra de un álamo, y estando ellos folgando vino un tordo y comenzó a chirrear. Y el marido dijo: «¡Bendito sea quien te crio! ¿Verás, mujer, cómo chirrea aquel tordo?». Ella luego respondió: «¿Y no veis en las plumas y en la cabeza chica que no es tordo, sino tordilla?». Respondió el marido: «¡Oh loca! ¿Y no ves en el cuello pintado y en la luenga cola que no es sino tordo?». La mujer replicó: «¿Y no veis en el chirrear y en el menear de la cabeza que no es sino tordilla?». Dijo el marido: «¡Vete para el diablo, porfiada, que no es sino tordo!». «¡Pues, en Dios y mi ánima, marido, no es sino tordilla». Dijo el marido: «¡Quizá el diablo trajo aquí este tordo!». Respondió la mujer: «¡Para la Virgen Santa María no es sino tordilla!». Entonces el marido, movido de malenconía, tomó un garrote del asno y quebrantole el brazo. Y donde iban a romería a velar a Santa María por un hijo que prometieran, volvieron a ir a San Antón a rogar a una otra ermita que Dios diese salud a la bestia que el brazo, porfiando, tenía quebrado.
De estos ejemplos mil millares se podrían escribir; pero de cada día contecen tantas de estas porfías que el escribir es por demás. Concluye, pues, que ser la mujer porfiada y desobediente, y querer lo contrario siempre hacer y decir, prática lo demuestra.
Capítulo VIII
De cómo la mujer soberbia no guarda qué dice ni hace
La mujer ser soberbia, común regla es de ello; pero para mientes a
la mujer cuando la vieres irada qué cosas se deja decir por aquella
boca infernal que no son de oír ni escuchar. Antes tengo por sabio y
hombre de pro al que la tal mujer irada viere que huya de sus nuevas,
vuelva sus espaldas y déjela decir hasta que sea harta. Y si no le
responde, luego callará; pero si le tienen cuerda, con el poco juicio y
corto sentimiento, no parando mientes a lo que dice, ni a lo que de ello
puede venir ni recrecer, no dejará de echar fuego y decir lo suyo y lo
ajeno; que por cosa al mundo no perdonaría a la luenga, pues mucho menos
a las manos, si las puede poner: que no ha gato que mejor trabe de
asadura que la mujer de donde engasgare. Y si en aquel punto supiere
algún secreto, aunque de muerte sea, luego en ese punto lo dirá sin más
tardar, o morir. En esto no hay detenimiento alguno. Por ende vea cada
cual qué le cumple, y dé lugar, si seso hubiere, o tenga de la
discreción la rienda, si loco no fuere. Por ende, las mujeres muchas
veces toman tanta osadía, sin miedo alguno del hombre, que se tienen por
dicho: «Mujer soy, no me hará nada, no me herirá, no sacará arma para
mí que soy mujer, que le correría todo el mundo si tal hiciese o
cometiese: que para mujer, judío ni abad no debe hombre mostrar rostro
ni esfuerzo, ni cometer a herir, ni sacar armas; que son cosas vencidas y
de poco esfuerzo». Y por esto y con esto la mujer se atreve muchas
veces a deshonrar, maltratar y difamar a algunos, porque son ciertas que
el hombre, o por su vergüenza o por su seso natural, no cometerá contra
ellas poner las manos, que bien sabe la mujer que la más hardida no
tendrá manos al más cobarde. Pero ¡ay Dios, sino son a las veces en esto
engañadas!, que —aunque algo con seso alguno comporte de no ser
atrevido— alguno viene que le da otra vez algún «Bien seas venido, y
tente esa que voy por paja; perdonadme si escribo corto: haya perdón,
que nos conocía». ¡Ay Dios, hay Dios! cuántos daños muchas mujeres
reciben por esto solo presumiendo: «No osará, no hará, no contecerá, no
será tan loco, no será tan atrevido; bien sé que no le tomará el
diablo». Y dice la boca por do lleve la coca; que no siento ángel que no
hiciesen tornar diablo, ni hombre que no hiciesen desdecir con aquella
soberbia que en ellas reina; que, en aquel punto, antes amansarías un
bravo león que a la mujer; que aunque de pies y de manos atada la
tuvieses, antes la podrías matar que hacer rendir ni pasar. Y son de tal
calidad que por muy poquita injuria que les digas, luego es la ira así
fuerte en ellas que cuidan reventar y rabian luego por vengarse. Demás,
si ver quieres cómo es grande la soberbia de la mujer, para mientes que
no es otra mujer a quien precie, antes a cualquier otra tienen en poco y
en estima de no nada. A la una dice vil, a la otra dice sucia, a la
otra para poco, a la otra perezosa, a la otra mal airosa, a la otra mala
mujer, a la otra de mala luenga —y quizá ella es de peor. Y así en
todas otras halla tachas sino en sí, que vino por Espíritu Santo al
mundo. Y ninguno que otro tenga en menos no se le levanta salvo de gran
soberbia y arrogancia o jactancia. Demás te diré, que no hay moza loca
ni vieja deshonesta que en sus traeres no se conozcan sus vanaglorias,
soberbias y inflaciones de arrogancia. Y si algún tanto en las mozas el
mundo lo comporta, en las viejas endiabladas, y ¿para qué? que cuando la
vieja está bien arreada y bien pelada y llepada parece mona desosada:
míranse los pechos, y ¿pechos? ¡Ya guaya, arquibanco de huesos, digo yo!
Míranse las manos con tantas sortijas y vanse los bezos mordiendo por
tornarlos bermejos, haciendo de los ojos desgaires, mirando de través,
colleando como locas, mirándose unas a otras, sonriendo y burlando de
cuantos y cuantas ven y pasan. Una de estas viejas paviotas arreada ha
menester toda una plaza con gran rezaga de mujeres, muchos hombres
delante: «¡Hija de puta, Marica, extiende bien esa falda!». A las veces
hacen como por yerro que alzan la falda por mostrar el chapín o el pie, o
algún poco de la pierna. Miran luego como que la vieron y no se lo
cuidaba, y suelta la falda y abaja los ojos de muy vergonzosa; bien
sabe, pero, qué hace. Si por casa anda en saya, hace que se abaja a
tomar de tierra alguna cosa por mostrar los zancajos y gran forma de
nalgas con lozanía y orgullo, por ser deseada de aquel de quien es
mirada, o a quien tal muestra hace. Por donde dice un sabidor Ptolomeo:
«Soberbia y orgullo siguen la hermosura». La que es hermosa y de gran
cuerpo es de gran orgullo y soberbia acompañada, así hombre como mujer.
Lee Francisco Petrarca De remedio utriusque fortune, en el II.º libro, De dolore,
do dice: «Si Elena no fuera tan hermosa, el alcázar de Troya Ilión
hasta hoy durara». Y por ende mucho mejor es con virtudes hacerse
hermoso que no nacer hermoso; que en chica casa gran hombre cabe, y en
chico cuerpo gran corazón y virtud habitan. Sola la virtud de leyes es
exenta, vicio a todo mal obligado conviene que sea: el hombre avieso,
duro de enderezar, y la mujer mala muy fuerte por fuerza de castigar, y
de los vicios extraña de quitar. Por donde manifiestamente se muestran
las mujeres que no es posible mudar de sus costumbres; y dice un sabio
un dicho tal: «Diformes hace las buenas la soberbia, si con ellas se
junta». Por ende no es hombre ni mujer, por doctado que sea de muchas
virtudes, si soberbia fuera no lanza de sí, que todas no las anule, y no
le valgan nada sus virtudes juntadas donde tal vicio como soberbia
permanece. Por ende se concluye por lo susodicho de gran soberbia ser la
mujer doctada. Quien menos la praticare, harale Dios merced señalada.
Capítulo IX
Cómo la mujer es doctada de vanagloria ventosa
La mujer ser vanagloriosa —¡y cuánto!— aquí yace el mal todo; que
no es mujer en el mundo por la mayor parte que escusar pueda de
vanagloria y de preciarse de arreos y hermosura; y aun todas las
palabras que de sus loores fueren dichas, aunque verdaderas no sean, que
no las crea, presumiendo en ella ser como le es dicho, hablado y dado a
entender. Y no me maravillo ser en las hembras esta mácula, pues
naturalmente les viene de nuestra madre Eva, que creyó a la serpiente,
el diablo Satanás, que le vino a engañar diciéndole: «Si del fruto de
este árbol de sabiduría de bien y mal comieres, en saber igual serás al
Alto que te formó». Y luego, por su fragilidad de entendimiento y con
gran vanagloria, creyendo y pensando, como Lucifer, ser igual en saber
de Aquel cuyo saber no ha par, y que siendo igual a Él en saber, que
sería luego a Él igual en poder, luego cometió lo vedado gustar. Y así
vino el hombre y mujer a decaimiento, do trajeron sus sucesores, que
fueron y aun hoy día son y serán eso mismo caso de vanagloria en querer
ser grandes, poderosas, temidas (y no de burla) por gran vanagloria que
lo procura. Demás te digo que no es hoy mujer que se hartase de ser
mirada y deseada y suspirada, loada y del pueblo hablada, y este es su
deseo, esta es su hemencia, y este es todo su Dios, placer, gozo y
alegría. Por ende es su vida salir y andar arreadas cada cual con la
mayor vanagloria y pompa que puede. Y cuando las gentes las miran y por
ellas suspiran o de ellas hablan, o por la calle las motejan, hacen
desgaire como que se enojan y demuestran las tales mala cara, mostrando
poca paciencia; pero Dios sabe la verdad, que son coces de mula, que
ellas querrían que nunca hiciesen sino desearlas y hablar de ellas y
motejarlas. Y aunque dicen: «¿Veréis qué necio? ¿Veréis qué loco?
¿Vistes qué hombre simple?», esto dice su gesto segurando, pero sol
mantillo ríense como locas. Y cuando la mujer pareciente está donde no
es mirada, muere y revienta. Cuando hay lugar donde la miren, no se ve
ni conoce; más continencias y gestos hace que nuevo justador. Todo esto
proviene de vanagloria y lozanía. Dice la hija a la madre, la mujer al
marido, la hermana a su hermano, la prima a su primo, la amiga a su
amigo: «¡Ay, cómo estoy enojada! Duéleme la cabeza; siéntome de todo el
cuerpo; el estómago tengo destemplado estando entre estas paredes.
Quiero ir a los Perdones; quiero ir a San Francisco; quiero ir a misa a
Santo Domingo; representación hacen de la Pasión al Carmen, vamos a ver
el monasterio de San Agustín, ¡oh qué hermoso monasterio! Pues pasemos
por la Trinidad a ver el casco de San Blas; vamos a Santa María, veamos
cómo se pasean aquellos gordos, ricos y bien vestidos abades; vamos a
Santa María de la Merced, oiremos el sermón». Todos estos caminos y
otros semejantes, según sus tierras, mueven a fin de ser vistas y
miradas. Y, lo peor, que algunas no tienen arreos con que salgan, ni
mujeres ni mozas con que vayan, y dicen: «Marica, veme a casa de mi
prima, que me preste su saya de grana. Juanilla, veme a casa de mi
hermana que me preste su aljuba, la verde, la de florentín. Inesica,
veme a casa de mi comadre que me preste su crespina y aun el almanaca.
Catalinilla, ve a casa de mi vecina que me preste su cinta y sus
arracadas de oro. Francisquilla, ve a casa de mi señora la de Fulano,
que me preste sus paternostres de oro. Teresuela, ve en un punto a mi
sobrina que me preste su pordemás, el de martas forrado. Menciyuela,
corre en un salto a los alatares o a los mercaderes; tráeme solimán y
dos oncillas de cinamomo y clavo de giroflé para llevar en la boca».
Estas cosas y otras demandan prestadas, según más y menos, la que no lo
tiene, y según es su estado, unas de más, otras de menos. A las unas
fallece una cosa, y a otras más de cuatro, y a otras todo junto el arreo
que han de sacar. Y aun las mujeres y mozas demandan emprestadas. Y si a
caballo quieren ir, la mula prestada, mozo que le lleve la falda, dos o
tres o cuatro hombres de pie en torno de ella que la guarden no caiga
—y ellos por el lodo hasta la rodilla y muertos de frío, o sudando en
verano como puercos de cansancio trotando tras su mula a par de ella—
teniéndola, y ella haciendo desgaires como que se acuesta, y que se
lleguen a tenerla, la mano al uno en el hombro y la otra mano en la
cabeza del otro; sus brazos y alas abiertos como clueca que quiere
volar; levantándose en la silla a do ve que la miran; haciendo de la
boca gestos dolorosos, quejándose a veces, doliéndose a ratos, diciendo:
«¡Avad, que me caigo! ¡Yuy, qué mala silla! ¡Yuy, qué mala mula! El
paso lleva alto, toda voy quebrantada, trota y no ambla. ¡Duéleme la
mano de dar sofrenadas, cuitada! Molida me lleva toda. ¡Qué será de
mí!». Y va haciendo planto como de Magdalena. Y si algún escudero la
lleva de la rienda y hay gente que la miren, dice: «¡Ay amigos, adobadme
esas faldas, enderezadme este estribo! ¡Yuy, que la silla se tuerce!». Y
esto a fin que estén allí un poquito con ella y que sea mirada. Todo
esto se hace con vanagloria, orgullo y lozanía. Y muchas de estas van
por la calle arreadas, que cuando tornan a casa y han tornado a cada
cual lo suyo, quedan con ropas de así a te andas, rotas, raídas y
descosidas, llenas de suciedad y mal aparejadas. ¡Quién se las vio y las
ve! Dentro en su casa, pasan con pan y cebolla, queso con rábanos, y
aun tan buen día y dan a entender fuera que todo es oro lo que luce. Y
más fuerte te diré, que aun a la vecindad dan a entender que alcanzan
oro y moro, algo y mucho bien; y tórnase el tal oro en lacería harta y
muchas fadas malas. Y después bía a llorar, hilar la rueca y el torno,
hacer albaneguillas, echandillos, cruzadillos, sudarios, bolsillas;
broslar almohadas, fruteros, pañezuelos; coser camisas, estiradillas;
hacer almanacas de cuentas y muchas otras cosas —y tan buen día que
hallen que hacer, que no les sale el jornal a diez cornados. ¡Pero quién
se las vio señoras de escuderos, mujeres y mozas y hombres de pie,
haciéndoles reverencia todos cuantos pasaban, pensando ser mujer de
hombre de veinte lanzas, o de un tal hija o sobrina! Esto hace la gran
vanagloria y chico recaudo que en ellas hay y todavía en ellas reina por
ser loadas, deseadas, habladas; y no hay mujer, por de poco estado que
sea, que no se haga de noble linaje y de grandes parientes, y de sangre
muy limpia por la gran vanagloria y poco juicio que alcanzan. Y no
solamente fuera de su tierra, do no son conocidas, mas en el lugar donde
fueron nacidas y las conocen mejor que no ellas que lo dicen; pero los
que lo oyen o ven cállanlo a fin de comportarlo, pues nada no les va en
ello. Esto procede de vanagloria y locura grande. Donde se concluye de
vanagloria la mujer —así con dote como sin dote— ser de ella bien
dotada.
Capítulo X
De cómo la mujer miente jurando y perjurando
La mujer mala ser mentirosa dudar en ello sería pecado, por
cuanto no es mujer que mentiras no tenga muy prestas y no disimule la
verdad en un punto; y por una muy chiquita cosa y de poco valor, mil
veces jurando no mienta, y por muy poca ganancia y provecho de cosa que
ve mentiras infinitas decir no se deje. Y por tanto, verás que las
mujeres, por la mayor parte, todos sus hechos son cautelas y maneras, y
con mentiras las coloran y adornan, y a las veces con sus empaliadas
mentiras levantan sobre otros y otras falso testimonio, y crimen sobre
otras componen. Y no sé hombre, por muy acucioso y avisado que sea, que a
la mujer pueda hacer conocer su mentira, ni, por presto que él sea, que
la mujer no le haga de verdad mentira, jurando, perjurando,
maldiciéndose que nunca fue ni es lo que él al ojo vio y ve. Contarte he
un ejemplo, y mil te contaría: una mujer tenía un hombre en su casa, y
sobrevino su marido y húbole de esconder tras la cortina. Y cuando el
marido entró dijo: «¿Qué haces, mujer?». Respondió: «Marido, siéntome
enojada». Y asentose el marido en el banco delante la cama, y dijo:
«Dame a cenar». Y el otro que estaba escondido, no podía ni osaba salir.
E hizo la mujer que entraba tras la cortina a sacar los manteles, y
dijo al hombre: «Cuando yo los pechos pusiere a mi marido delante, sal,
amigo, y vete». Y así lo hizo. Dijo: «Marido, no sabes cómo se ha
hinchado mi teta, y rabio con la mucha leche». Dijo: «Muestra, veamos».
Sacó la teta y diole un rayo de leche por los ojos que lo cegó del todo,
y en tanto el otro salió. Y dijo: «¡Oh hija de puta, cómo me escuece la
leche!». Respondió el otro que se iba: «¿Qué debe hacer el cuerno?». Y
el marido, como que sintió ruido al pasar y como no veía, dijo: «¿Quién
pasó ahora por aquí? Pareciome que hombre sentí». Dijo ella: «El gato,
cuitada, es que me lleva la carne». Y dio a correr tras el otro que
salía, haciendo ruido que iba tras el gato, y cerró bien su puerta y
tornose, corrió y halló su marido, que ya bien veía, mas no el duelo que
tenía. Pues así acostumbran las mujeres sus mentiras esforzar con arte.
Otro ejemplo te diré: otra mujer tenía un fraile tras la cama escondido; desde que vino su marido, no sabía cómo sacarle fuera. Fuese a su marido y díjole: «¿Dónde vos arrimastes, que venís lleno de pelos?». El marido volvió para que la mujer le alimpiase los pelos, y, vueltas las espaldas, salió el fraile que estaba escondido. Y dijo el marido: «Pareciome como que salió hombre por aquí». Dijo ella: «Amigo, ¿dónde venís, o estáis en vuestro seso? ¡Guay de mí! ¿Y quién suele entrar aquí? ¡Guay, turbado venís de alguna enamorada! ¡los gatos vos parecen hombres, señal de buena pascua!». Luego calló el marido y dijo: «¡Calla, loca, calla!, que por probarte lo decía». Y así hizo y hace la mujer su mentira verdad.
Otra, teniendo otro escondido, de noche, vino su marido y hubo de esconder el otro so la cama; y cuando el marido entró, hizo la candela caediza y apagose. Y dijo la mujer al marido: «Andad aquí conmigo, dadme aquí un alguaquida». Y mientra salió a darle un alguaquida el marido de la cámara, salió el otro de yuso la cama y fuese luego abajo y salió por el establo.
Otra mujer tenía otro escondido tras la cortina —e no sabía cómo sacarlo en el mundo, y el marido no salía de la cámara— presumió un arte tal: fuese para la cocina y tomó una caldera nueva que ese día había comprado, y llevola al marido y dijo: «¡Oh cuitada, cómo fui hoy engañada! Compré esta caldera por sana y está horadada. Verás, marido». Y pusósela delante la cara e hizo del ojo al otro que saliese. Y mientra que miraba si era o no era horadada, salió el otro de la cámara. Y dijo el marido: «¡Anda, para loca, que sana está, sana!». Y luego dio la mujer una palmada en la caldera y dijo: «¡Bendito sea Dios, que yo pensé que estaba horadada!». Y así se fue el otro de casa.
Millares de estos se escribirían, sino por no tener tiempo y no avisar por ventura a las que en mal harto son avisadas. Y aunque seré de algunos reprendido por no saber ellos mi intención —la cual sólo Dios sabe en este paso no ser a mala parte— porque algunas cosas pongo en prática dirán que más es avisar en mal que corregir en bien. Diga cada cual su voluntad, que yo no lo digo porque así lo hagan, mas porque sepan que por mucho que ellos ni ellas encubierto lo hagan y hacen, que se sabe, y algunos sabiéndolo, a sus mujeres, hijas y parientas castigarán. Y las que saben que se lo entienden, que de algo de ello se dejarán. Pero no piense alguno o alguna que de mí presuma que otro no haya escrito más mil veces de estas cosas que yo he dichas y diré; como so el sol no sea hoy cosa nueva. Mas podría venir a caso que alguno que no lo sabe aquí lo leerá y dará castigo de ello a quien deba; y si non, si lo soportare, no se maraville de algún siniestro que le venga. Por ende a todo buen fin se dice. A buena parte por Dios lo tome el que lo leyere, toda murmuración cesada, que el mundo es hoy tan malo que bien decir es muerte, maldecir es gloria delectable. Esto sea cuanto a mi excusación, por cuanto sé bien que si dije, que de mí ha de ser dicho; pero de otros muchos dijeron, a los cuales no sería yo digno de descalzar su zapato. Dios sea el testigo a cuyo servicio tomé algo decir y escribir en esta parte.
Capítulo XI
Cómo se debe el hombre guardar de la mujer embriaga
Si la mujer se mete en el vino, en beber demasiado, ser grande
embriaga duda no es en ello. Que no es mujer si en el vino bebiendo tome
placer, que si cincuenta comadres fuere a visitar que caritativamente
todavía con ellas no tome su bendita colación. Y demás, por harta que de
vino la mujer esté, que si otra vez vino le dieren, que a lo menos el
sorbillo olvide por probar, si es de la ley que debe. A las tales el
agua los estómagos desbarata, y háceles llorar los ojos, y el agua
ruédales por el estómago hasta que la han lanzado. Y, desde que por uso
la tal mujer toma el beber, síguesele lo que oirás. Primeramente, desde
tercia adelante que ya bebido ha, con el quemor que el mucho beber de
antenoche le dio, comienza a escalentarse y su entendimiento a
levantarse; y alza los ojos al cielo y comienza de suspirar, y abaja la
cabeza luego y pone la barba sobre los pechos, y comienza a sonreír, y
habla más que picaza, y da ruido y vocea con cuantos ha de hacer. Anda
muy presurosa y hacendosa de acá y de allá, los ojos inflamados,
forrados de tafetán, la luenga trastavada; habla por las narices,
haciendo va la zancadilla, a veces amenazando a todos brama como leona,
que no cataría reverencia a marido ni a señor, muy peligrosa en sus
hechos; y es sabio el que en aquella hora la sabe comportar hasta su
vino dormido; ni la debe hombre herir, corregir ni castigar, que no está
en disposición de recibir doctrina, sino de feo responder y mal y
deshonestamente obrar. Y por vedarla el vino, que no lo beba, ni valga
darle asensios con el vino mezclado que lo beba por fuerza; ni cocer
anguilas en el vino y lo beba; ni piedra sufre molida y con el vino
destemplado por alambique; ni agua del esparto mezclada con el vino; ni
la flor del centeno que se hace cuando espiga encima como una paja
retuerta, al sol secado y molido y dado a beber en el vino; no vale
asafétida —que es como goma— que esté en vino dos días, después colado y
purificado y dádoselo a beber, y otras muy muchas cosas para dar
remedio al vino bebido no debidamente. Empero, hay unas que de grado
toman cuanto les dieren por perderlo, y estas tales dicen y ponen virtud
en las sobredichas cosas pensando que las ha de sanar de aquel mal, y
no ponen virtud en la mejor medicina que es sobre las medicinas que
ellas tienen, y no quieren usar de ella, conviene saber: el seso y
juicio natural, el cual, si por obra pusiesen lo que les conseja, nunca
lo beberían, que es la mejor medicina de las medicinas. ¡Oh maldita sea
la mujer —y de esta regla no salvo al hombre— que conoce y ve que de
vino se turba, y cuando está turbada que la tienen por juglara, y ríen
de ella todos, y la escarnecen por de gran linaje que sea— así los suyos
como los extraños, sus parientes, maridos e hijos; y aun por esta razón
recibir muchos palos, azotes y puñadas, no fiar de ellas nada —casa ni
dineros, joyas ni plata, ni cosa de valía— ni dejarlas vestir ni arrear,
ni llevarlas a ningún gasajado, bodas ni solaz; y do podría ser señora,
mandar y vedar, ser moza y cautiva, herida y menospreciada, y de todos
los que la verán murmurada y hablada! ¡Oh desaventurada, de corto juicio
y poco saber, indiscreta, de flaco entendimiento! Dime, pues, la más
lozana mujer que sea, desde que está puesta en esta vil contemplación de
vino y adelante bien cargada —hora sea casada, monja, moza, viuda,
soltera o amigada— caliente del vino o turbada, ¿vedaría su cuerpo a
quien tomarlo quisiese? No por cierto, que no es en sí, ni de sí, ni en
tiempo de catar su honra ni deshonra. Son muchas de ellas ladronas,
hurtando para beber; esconden los jarros y cantarillos por la casa, so
la cama, so la ropa, y unas aun en las arcas por henchir el cuerpo de
vino. ¡Maldita sea la que tal en sí conoce y no huye de vino doquiera
que lo ve! Por la cual embriagueza no hay mujer que por lozana que sea,
ni de linaje, ni hermosa, que por peor que bestia bestial no sea
reputada. Y ten por cierto que la mujer embriaga no fallece de ladrona y
de su cuerpo mala, sucia, loca, parlera. Temor, miedo ni vergüenza, no
lo esperes en ella: como de mortal enemigo huye su amistad. Y si tu
suerte por compañera te la diere, con maneras pugna de relevarla, si no
te es posible de ella apartarte —si es mujer, madre o hija o tal que no
la conviene dejar— si por otra vía la quisieres llevar, apareja la
mortaja antes que la pienses castigar, ni por mal jamás enmendar. Que
con su tal o cual seso son malas de enfrenar, ¿qué harán cuando el
entendimiento le han de ir a buscar? Empero, hay otras que no se
embriagan en esta susodicha manera, mas escaliéntanse del vino hasta que
el vino a hecho digestión: y estas tales hallarlas has muy alegres en
el tiempo que reina el vino, y muy placenteras, y están dispuestas en
aquel punto —si hay avinenteza o lugar— para todo mal obrar. Más te
prometerán y darán en aquella hora que no en veinte horas. Aquel es el
tiempo en que ellas porfían, riñen, murmuran con los de casa, pero con
los extraños alegres. Pero, aunque estas tales no son tan criminosas,
muchos daños se siguen a ellas y a la casa, hechos y hacienda, por el
traidor del piar por el indiscreto beber. Tales cosas se siguen que
callarlas es mejor, por no avisar a las que mal quieren hacer, que no
las guarden en aquel punto y hora para ejecutar. Mas, como de alto dije,
la que el vino bebe desordenadamente hiédele la boca, tiémblanle las
manos, pierden los sentidos, dormir muy poco y menos comer, mucho beber
la vida y reñir sin tiento. Esto y otras cosas vienen de lo susodicho. Y
por ende, la mujer que el vino desordenadamente bebe, bien es dicha
embriaga, y por tal habida y reputada en el pueblo y la gente, y no es
para toda plaza. Y la que del vino hace mucha mención, merece estar toda
hora al rincón, y que el marido le dé sofión.
Capítulo XII
De cómo la mujer parlera siempre habla de hechos ajenos
La mujer ser mucho parlera, regla general es de ello: que no es
mujer que no quisiese siempre hablar y ser escuchada. Y no es de su
costumbre dar lugar a que otra hable delante de ella; y, si el día un
año durase, nunca se hartaría de hablar y no se enojaría día ni noche. Y
por ende verás muchas mujeres que, de tener mucha continuación de
hablar, cuando no han con quién hablar, están hablando consigo mismas
entre sí. Por ende verás una mujer que es usada de hablar las bocas de
diez hombres atapar y vencerlas hablando y mal diciendo: cuando razón no
le vale, bía a porfiar. Y con esto nunca los secretos de otro a otra
podría celar. Antes te digo que te debes guardar de haber palabras con
mujer que algún secreto tuyo sepa, como del fuego; que sabe, como suso
dije, no guarda lo qué dice con ira la mujer aunque el tal secreto de
muerte fuese, o venial; y lo que más secreto le encomendares, aquello
está rebatando y escarbando por decirlo y publicarlo; en tanto que
todavía hallarás las mujeres por rinconcillos, por rinconadas y
apartados, diciendo, hablando de sus vecinas y de sus comadres y de sus
hechos, y mayormente de los ajenos. Siempre están hablando, librando
cosas ajenas: aquella cómo vive, qué tiene, cómo anda, cómo casó y cómo
la quiere su marido mal, cómo ella se lo merece, cómo en la iglesia oyó
decir tal cosa; y la otra responde otra cosa. Y así pasan su tiempo
despendiéndolo en locuras y cosas vanas que aquí especificarlas sería
imposible. Por ende, general regla es que donde quier que hay mujeres
hay de muchas nuevas. Alléganse las benditas en un tropel —muchas
matronas, otras mozas de menor y mayor edad— y comienzan y no acaban,
diciendo de hijas ajenas, de mujeres extrañas —en el invierno al fuego,
en el verano a la frescura— dos o tres horas sin más estar diciendo:
«Tal, la mujer de tal, la hija de tal, ¡ah osadas!, ¿quién se la ve?,
¿quién no la conoce?, ovejuela de San Blas, corderuela de San Antón,
¡quién en ella se fiase!», etc. Responde luego la otra: «¡Oh bien si lo
supieseis cómo es de mala luenga! ¡Rabia, Señor! ¡Allá irá, por Nuestro
Señor Dios! ¡Embazada estaríais, comadre! ¡Quién se la ve simplecilla!»,
etc. Todo el día estarán detrás mal hablando. Y si quieres saber de
mujeres nuevas, vete al horno, a las bodas, a la iglesia, que allí nunca
verás sino hablar la una a la oreja de la otra, y reírse la una de la
otra, y tomar las unas compañías con las malquerientes de las otras, y
afeitarse y arrearse a porfía, aunque supiesen hacer malbarato de su
cuerpo por haber joyas, e ir las unas más arreadas que las otras,
diciendo: «Pues, ¡mal gozo vean de mí si el otro domingo que viene tú me
pasas el pie delante!». Ayúntanse las unas lozanas de un barrio contra
las otras galanas de la otra vecindad: «Pues ahora veamos a cuáles
mirarán más y cuáles serán las más habladas y preciadas. ¡Quizá si
piensan que no somos para plaza mejor que no ellas! ¡Aunque les pese, y
mal pese, sí somos, en verdad! ¡Yuy, amiga! ¿Non veis cómo nos miran de
desgaire? ¿Quieres que les demos una corredura y una ladradura? Riámonos
la una con la otra y hablémonos así a la oreja mirando hacia ellas, y
¡veréis cómo se correrán! O, antes que ellas se levanten pasemos aína
delante de ellas, porque los que miraren a ellas, en pasando nosotras,
hagan primero a nosotras reverencia antes que no a ellas, y esta les
daremos en barba aunque les pese, cuanto a lo primero». Y estas y otras
infinitas cosas largas de escribir estudian las mujeres y urden en tanto
que nunca donde van y se ayuntan hacen sino hablar y murmurar y de
ajenos hechos contratar. Do podemos decir la mujer ser muy parlera y de
secretos muy mal guardadora. Por ende quien de ellas no se fía no sabe
qué prenda tiene, y quien de sus hechos se apartare y, más, las
olvidare, vivirá más en seguro; de esto yo le aseguro.
Capítulo XIII
Cómo las mujeres aman a los que quieren de cualquier edad que sean
La mujer amar al hombre de voluntad pura y corazón verdadero, no
hay regla que lo diga, ni experiencia que lo muestre, ni doctrina que lo
ponga, ni ninguna que lo haga; por cuanto tú demandas amar y ser aun
amado, y esto, como ya de suso dije, sería mudar una montaña junta en
otra parte, contra natural curso. Empero, querer ser amadas ellas, esto
sí, y si ven que no son tan hermosas y lozanas o de tales condiciones y
graciosidad para que las bien quieran, que no solamente los hombres aman
las hermosas, mas las graciosas, bien hablantes, donosas, honestas,
limpias, corteses y de buena crianza y costumbres honestas, en todos sus
hechos vergonzosas. Estas son las que deben ser amadas, y aunque algún
tanto no sean tanto allá hermosas ni parecientes; ca muchas son
hermosas, blancas, rubias, de maravillosas facciones, que en sí son tan
ruines, viles, sucias y de tachas llenas y de malas condiciones, que
piensan que por sola su hermosura han de ser amadas. Bien creo que el
que no las conoce quiérelas a prima vista, mas, conocidas, huye su
compañía sino en tanto que con ellas su delectación hubiere, y no más:
luego les da cantonada y no las querría ver hasta que le torna otro
desfrenado apetito para irlas a ver y hablar. Mas lo peor aquí es, y de
gran pecado: cuando la mujer ve que el hombre en amarla anda tibio o a
las veces verdaderamente la ama, las unas por haber amor de los que
tanto no las aman, y las otras porque más amor les hayan de lo que les
han, y no les parezca otra mujer bien, y toda otra olvidar, y que a Dios
y al mundo por ella aborrezcan. Comienzan a hacer bienquerencias, que
ellas dicen, hechizos, encantamientos y obras diabólicas más
verdaderamente nombradas, y ellas dícenles bienquerencias. De esto son
causa unas viejas matronas, malditas de Dios y de sus santos, enemigas
de la Virgen Santa María; que desde que ellas no son para el mundo ni
las quieren, en tanto que a sí mismas en los tiempos pasados destruyeron
y difamaron y perpetualmente se condenaron a las penas infernales por
los enormes pecados que cometieron en este acto, y así fenecieron y
continuaron hasta ser de tal edad que el mundo las aborrece y ya ninguno
no las desea ni las quiere; y entonces toman oficio de alcahuetas,
hechiceras y adivinadoras por hacer perder las otras como ellas. ¡Oh
malditas, descomulgadas, difamadas, traidoras, alevosas, dignas de todas
vivas ser quemadas! ¡Cuántas preñadas hacen mover por la vergüenza del
mundo, así casadas, viudas, monjas y aun desposadas! ¡Oh, quién osase
escribir en este caso lo que oyó y vio o se le entiende! Sería, por
decir la verdad, ganar enemistad, e, lo peor, avisar por ventura a quien
de ello es inocente, o dar lugar a mal hacer con la esperanza del
remedio. Por ende, la pluma cesa. Empero, dime, estas viejas falsas
paviotas, ¿cuántos matan y enloquecen con sus maldades de
bienquerencias? ¿Cuántas divisiones ponen entre maridos y mujeres, y
cuántas cosas hacen y deshacen con sus hechizos y maldiciones? Hacen a
los casados dejar sus mujeres y ir a las extrañas; eso mismo la mujer,
dejado su marido, irse con otro. Las hijas de los buenos hacen malas: no
se les escapa moza, ni viuda, ni casada que no enloquecen. Así van las
bestias de hombres y mujeres a estas viejas por estos hechizos como a
pendón herido.
En Barcelona yo conocí una que nunca su casa se vaciaba de los que venían a estas burlerías, vieja de setenta años. Y la vi colgar, a la puerta de uno que mató con ponzoñas, por los sobacos, y a otra puerta de otra casada, que muerto había, la colgaron del pescuezo, y después fue quemada al Cañet, fuera de la ciudad, por hechicera, y no la valió todo cuanto favor tenía de muchos caballeros. Y ya tanto es usado y no corregido este pecado, que ya las gentes no se dan nada por ello. Por tanto, debes tomar ejemplo en esto y otras cosas. Dime, ¿qué es lo que le fallece a aquella que buen marido rico y de honra y de linaje tiene, que no le fallece sino lo que busca, mala postrimería o mal acabamiento? Dígote que esta tal, que es obligada de querer, amar y honrar a su marido, pero esta tal verás que se envuelve a las veces en otros malos baratos —conviene a saber, envolverse con otro más hacino y cuitado y mezquino— y deshonra a sí y a su marido. Pues, ¿esta tal ama a su marido? Ciertamente no, que si le amase no le deshonraría; mas esto hace el poco amor que la mujer al hombre tiene: que no le ama más de cuanto anda a su voluntad y le hace lo que quiere. Que, dígote, que por mucho que la mujer demuestre amar a su marido, si el marido le hace mil placeres, hágale una cosa que a su voluntad no sea, luego es la rencilla en casa y las lágrimas en los ojos, las cejas abajadas, volviendo la cara y el cuerpo, poniéndose a lo oscuro. No quiere comer ni beber de pesar —pero mientras él está delante, que después come como rabiosa—. Demás, no quiere cenar ni se quiere con él acostar; duerme sobre un banco, hace como que llora y que solloza; de noche levántase gimiendo, maldiciendo su ventura: tanta toma de tristor, que no es marido en aquel punto que no le comiese a bocados su mujer. Y hecho lo que quiere, otro día la risa en casa y bailar en un pie, alegre como julía: «Daca esto para mi marido». Abrázale, bésale, péinale y hácele todo servicio. Pues, mira cómo la mujer quiere al hombre y lo ama, y cuánta voluntad le tiene, ca del cuitado del marido ha de salir por donde sean amigos. Pues, si la mujer esto a su marido hace, ¿qué espera otro cuitado haber de aquella que, luego que parte sin dar, le mofa como mezquino y demás en su presencia hace del ojo a su vecina y tuerce la boca, dándole del ancha por hacer de él ansarón? Por ende, el fiar de ellas es por demás; bien quererlas es papafigo; penar por ellas: el sombrero, pues ¡camina, compañero! Y bien puede saber la mujer que no es cosa al mundo de que ella mayor enojo haga a su marido o coamante que su cuerpo librar a otro. Pues bien podéis considerar de qué amor le ama, o si le quiere deliberadamente enojar, la que comete tal contra el que dice que ama, y a las veces su cuerpo delibrará, aun a hombre extraño, peregrino y no conocido al mundo, sólo por de él haber y su apetito desordenado cumplir con él. Donde sepas que muchas veces la mujer disimula no amar, no querer y no haber. Piensa bien, amigo, que caldo de raposa es, que parece frío y quema; que ella bien ama y quema de fuego de amor en sí de dentro, mas encúbrelo, porque si lo demostrase, luego piensa que sería poco preciada; y por tanto quiere rogar y ser rogada en todas las cosas, dando a entender que forzada lo hace, que no ha voluntad, diciendo: «¡Yuy, dejadme! ¡Non quiero! ¡Yuy, qué porfiado! ¡En buena fe yo me vaya! ¡Por Dios, pues yo dé voces! ¡Estad en hora buena! ¡Dejadme ahora estar! ¡Estad un poco quedo! ¡Ya, por Dios, no seáis enojo! ¡Ay, paso, señor, que sois descortés! ¡Habed hora vergüeña! ¿Estáis en vuestro seso? ¡Avad, hora que vos miran! ¿No veis que vos ven? ¡Y estad para sin sabor! ¡En buena fe que me ensañe! ¡Pues en verdad no me río yo! ¡Estad en hora mala! Pues, ¿queréis que vos lo diga? ¡En buena fe, yo vos muerda las manos! ¡Líbreme Dios de este demonio! ¡Y andad allá si queréis! ¡Oh, cómo sois pesado! ¡Mucho sois enojoso! ¡Ay de mí! ¡Guay de mí! ¡Avad, que me quebráis el dedo! ¡Avad, que me apretáis la mano! ¡El diablo lo trajo aquí! ¡Oh mezquina! ¡Oh desaventurada, que en hora mala nací! ¡Mal punto vine aquí! ¡Dolores que vos maten, rabia que vos acabe, diablo, huerco, maldito! ¿Y piensa que tengo su fuerza? ¡Todos los huesos me ha quebrantado! ¡Todas las manos me ha molidas! ¡Rabia, Señor! ¡A osadas allá iré nunca jamás! ¡De esta seré escarmentada! ¡Yuy! ¡Tomome ahora el diablo en venir acá! ¡Maldita sea mi vida ahora! ¡Fuese yo muerta! ¡Oh triste de mí! ¿Quién me engañó? ¡Maldita sea la que jamás en hombre se fía, amén!». Esto y otras cosas dicen por honestarse, mas Dios sabe la fuerza que ponen ni la hemencia que dan a huir ni resistir; que dan voces y están quedas; menean los brazos, pero el cuerpo está quedo; gimen y no se mueven; hacen como que ponen toda su fuerza mostrando haber dolor y haber enojo. Por ende, de mujer cree lo que vieres, y de lo que vieres la mitad y menos, y no creas en su amor, que vano y ligero es, transitorio y no durable, como susodicho he: tanto le dura cuanto le place. En esto concluye y no disputes más: piensa que cuando pensares que tienes algo, no tienes nada.
Capítulo XIV
Cómo amar a Dios es sabieza y lo ál locura
Por ende, amigo, si considerases cómo sólo amar a Dios es
sabieza, virtud y proeza, donde mucho e infinito bien espera el que le
ama de corazón, y que amar cosas mundanales —riquezas, mujeres y
estados— es loco y vano amor y vicio contra virtud, por el cual tantos
daños, como susodicho he, se siguen y provienen. Demás, si consideras la
mujer —si la amas— qué cosa es, qué virtudes tiene y qué condiciones y
constancia, y por qué mueres y pierdes tu alma, como suso razonado he,
sepas que en amar a otro sino a Dios nunca tu corazón pensaría, pues
todas cosas pasan salvo sólo amar a Dios. Bueno es, amigo, el hombre
perderse o morir por buena cosa, pero morir y perderse hombre por vil
cosa y transitoria, poco seso es y falta de natural juicio. Por ende,
amigos, todo loco amor, pompa y vanagloria de nos lancemos, y en tal
manera nos habemos que de aquel verdadero Sidrach, Jesucristo, hijo de
la humil, graciosa abogada nuestra la Virgen Santa María, seamos amados,
no por nuestros méritos, mas por el derramamiento de la su propia
sangre, que —voluntariosamente, sin premia ninguna— por nos en el árbol
de la Vera Cruz derramó, por redimirnos y salvarnos del pecado, a que
nuestro padre Adán con nuestra madre Eva nos obligaron y sometieron.
Quien algo de esto considerase y su pensamiento en este amor verdadero
algún tiempo adurmiese, pienso que mucho errar imposible le sería. Pero,
pues que de las mujeres mal usantes en común algún tanto he dicho, de
necesario es que los términos y proposiciones se conviertan, y que no
digan que fue manera de mal decir y mal hablar de ellas, no hablando de
los malos hombres que se hallan en este mundo —por nuestros pecados
infinitos— mal usar y mal perseverar y peor acabar; otros mal usar, mal
perseverar y mucho bien acabar; otros bien usar, mejor continuar y muy
mal acabar. Por ende, algún tanto a decir de ellos me alargaré, con la
protestación susodicha de no querer mal decir del bueno —que sería mal y
contra conciencia, y no es debido decirse— ni otrosí yo querer decir de
los otros porque yo sea exento ni quito de culpa, antes confieso mi
culpa y con uno de los que dijere quiero ser contado por pecador y
errado. Pero alguno es malo para sí, que a las veces da castigo bueno a
otro, como suso dije, y yo así querría ser, y a Dios plega que lo sea
así; por cuanto muchos a las veces son como el entorcha que alumbrando a
otro consúmese y se deshace, y ni por eso queda que no haga lumbre a
los otros. Ya pluguiese al verdadero poderoso Dios que sus dones y
gracias da a aquel o aquellos que le place, o Él por bien tiene, que
diese a mí tanta gracia en esta brevecilla obra, u otras que a su
servicio y loor —aunque indigno— entiendo hacer, que algún buen ejemplo
alguna persona en sí tomase por do me relevase, por causa de su
corrección, enmienda y castigo, de mis culpas cometidas. Que Dios
Nuestro Señor sus gracias muchas veces reparte donde quiere y más le
place; que a cada uno es dada gracia según la voluntad de Jesucristo y
aun más, que adonde el espíritu de Dios quiere inspirar allí inspira. Y
como Nuestro Señor dice en el su santo Evangelio: «Señor, muchas cosas a
los sabios y prudentes de tus secretos escondiste, las cuales a los
pobrecillos revelaste, y esto porque así place a Ti». Y demás, por
conclusión, dijeron algunos grandes letrados, santos de Dios escogidos,
en especial San Agustín: «Vemos unos violentos hombres que el mundo los
aborrece y los tiene en estima de no nada por simples, pobres y de poca
ciencia y autoridad, que roban y arrebatan los altos cielos por fuerza y
con gran furia y violencia, que no hay detenimiento en ellos. Y
nosotros, con todo nuestro saber y ciencia, somos zabullidos en los
infiernos». Así, que no lo pongo en comparación esto por yo ser tal, ni
uno de los violentos, porque me pesa; bien uno de los que poco saben y
la merced de Dios esperan. Esto sin lisonja ni infinta, sino como lo
digo así lo conozco por verdad. Empero, a las veces, los que poco saben
dan buen consejo para otro, aunque para sí no son para tomarlo; y tal
sabe a las veces reprehender, que es mucho más digno de reprehensión que
otro. No pare mientes el bueno al malo ni al que mal usa, ni el que
doctrina recibir quiere al que enseña, si malo es, ni a sus malas obras;
tome de él los dichos y aprovéchese de ellos, y déjelo con sus vicios,
que él dará cuenta de ellos: que cada cual ha de llevar su carga y de
ella en estrecho juicio dar razón; que ni el hijo llevará la culpa del
padre, ni el padre la del hijo. Aunque te digo que muy digno de loor es
el que enseña por palabra si por obra lo aprueba, y este tal, Dios es
con él. Pero ¿quién es este? —y loarle hemos— sabed que este tal hace
milagros en su vida. Así que todos somos, según más o menos, pecadores;
si decimos que pecado no tenemos, nosotros engañamos a nos mismos, según
dice San Juan en la su canónica, en el capítulo primero, cómo no sea
ninguno que sin pecado viva. Por ende, contándome por uno, en el número
de los que diré quiero ser el primero. Y si bien dijere, no sea
reprehendido; y si mal dijere, quiero ser corregido, no de los sabios
solamente, mas de los que pareciere yo haber errado y mal dicho, mal
escrito o mal hablado. Y por cuanto el intento de la obra es
principalmente de reprobación de amor terrenal, el amor de Dios loando, y
porque hasta aquí el amor de las mujeres fue reprobado, conviene que el
amor de los hombres no sea loado. Y si las mujeres amar quisieren los
hombres, vean quién aman, qué provecho se les seguirá de amarlos, qué
virtudes, qué vicios para amar tienen los hombres. Y por cuanto
comúnmente los hombres no son comprehendidos como las mujeres so reglas
generales —esto por el seso mayor y más juicio que alcanzan— conviene,
pues, particularmente hablar de cada uno según su cualidad; y esto no se
puede saber sin natural materia de los astrólogos naturales. Por ende,
conviene saber primero las planetas y los signos cuáles y cuántos son,
cómo obran en los inferiores cuerpos; cuántas complexiones son de
hombres, cada uno en qué se lo conocerán y, conocido, cómo de él se
guardarán; porque algunos no digan que no hace esto tratar a propósito
de reprobación de amor, sí hace, y mucho, si lo consideran. Y aunque tal
es mismo de las mujeres, pero generalmente ellas tienen otras
condiciones que los hombres, de las cuales voluntariosamente les place
usar y usan, según de alto ya dije. Demás, ruego a los que este libro
leyeren que no tomen enojo por él no ser más fundado en ciencia; que
esto es por dos razones: por cuanto para vicios y virtudes harto bastan
ejemplos y prácticas, aunque parezcan consejuelas de viejas, patrañas o
romances; y algunos entendidos reputarlo han a hablillas, y que no era
libro para en plaza. Perdonen y tomen lo poco, y de buena mente. ¿Qué
más pudiera hacer sino que cada uno sepa y entienda la manera del vivir
del mundo? Que ya en los mismos dichos son las grandes sutilidades
reprobadas. Y la segunda razón sí es que mal dice el que más no sabe ni
entiende. Y aquí cesa todo argumento en contrario contra mi hecho en
esta parte.
Fenece la segunda parte de esta obra y comienza la tercera.
Tercera parte
Aquí comienza la tercera parte de esta obra, donde se trata de las complexiones de los hombres y de las planetas y signos, cuáles y cuántos son.
Capítulo I
De las complexiones
En hombres hay muchas maneras, y por ende son malos de conocer,
peores de castigar. Y por cuanto es cosa muy honda el corazón del
hombre, según Salomón dice, por ende, no sólo por lo que de partes de
fuera demuestra es conocido, mas aun por las calidades y complexiones
que cada uno tiene es por malo o bueno habido. Y son en cuatro
principales maneras halladas, según las calidades de ellos: unos son
secretos, callados y de cortas razones, flemáticos, adustos; y otros son
en otras tres maneras: unos sanguinos, alegres y placenteros; otros
coléricos y furiosos; otros malenconiosos, tristes y pensativos. Esto
según más y menos, que el hombre de todas cuatro complexiones es
compuesto, mas una de ellas señorea el cuerpo más que no otra, según que
aquí diré de las complexiones de los hombres. Y quiero primeramente
poner las complexiones mejores y de mayor excelencia, según su
naturaleza de ellas y la constelación de sus planetas; que cierto es que
los cuerpos sobrecelestiales dan a los inferiores cuerpos sus
influencias naturalmente y obran en ellos según más y menos.
Capítulo II
De la complexión del hombre sanguino
Primeramente digo que hay algunos hombres que son sanguinos, con
muy poquita mezcla de otra calidad y complexión ni predominación en
grande cantidad de otro accidente. Este tal en sí comprehende la
correspondencia del aire, que es húmedo y caliente; este tal es alegre
hombre, placentero, riente y jugante, y sabedor, danzador y bailador, y
de sus carnes ligero, franco y hombre de muchas carnes y de toda alegría
es amigo, de todo enojo enemigo, y ríe de grado y toma placer con toda
cosa alegre y bien hecha. Es fresco en la cara, en color bermejo y
hermoso, sobejo, honesto y mesurado; este tal es misericordioso y
justiciero; que ama justicia y mesura, mas no por sus manos hacerla ni
ejecutarla; antes es tanta la piedad que en su corazón reina, que no le
place ver ejecución de ninguno que viva, antes ha duelo de cualquier
animal irracional que vea morir o penar. Duélele el mal hecho, pésale el
mal obrar; plácele bien hacer y verlo hacer. Suma: que el sanguino, si
de otra calidad contraria no es sobrado, dicho es bienaventurado. Y son
de su predominación estos tres signos: Géminis, Libra, Acuario: su
reinar de estos tres signos, lo demás es en poniente.
Capítulo III
De la calidad del hombre colérico
Hay otros hombres de calidad coléricos; estos son calientes y
secos, por cuanto el elemento del fuego es su correspondiente, que es
caliente y seco. Estos tales súbito son irados muy de recio, sin
templanza alguna. Son muy soberbios, fuertes y de mala complexión
arrebatada, pero dura breve tiempo; pero el tiempo que dura son muy
peligrosos. Son hombres muy sueltos en hablar, osados en toda plaza,
animosos de corazón, ligeros por sus cuerpos; mucho sabios, sutiles e
ingeniosos; muy solícitos y despachados; a todo perezoso aborrecen; son
hombres para mucho. Estos aman justicia y no todavía son buenos para
mandarla, mejores para ejecutarla; así son como carniceros crueles,
vindicativos, al tiempo de su cólera, arrepentidos de que les pasa. Son
de color blanquinosa en la cara. Y son de sus predominaciones estos tres
signos: Aries, Leo y Sagitario: ardientes como fuego. Reinan estos tres
signos en levante, y son muy fuertes hombres y los demás a perder.
Capítulo IV
De la calidad del hombre flemático
Hay otros que son flemáticos, húmedos, fríos de su naturaleza de
agua. Estos tales son tibios, ni buenos para acá, ni malos para allá,
sino a manera de perezosos y negligentes, que tanto se les da por lo que
va como por lo que viene; dormidores, pesados, más flojos que madeja,
ni bien son para reír ni bien son para llorar; fríos, invernizos, de
poco hablar, solitarios, medio mudos, hechos a machamartillo,
sospechosos, no entrometidos, flacos de saber, ligeros de seso, judíos
de corazón y mucho más de hechos. Son de su predominación tres signos:
Cáncer, Escorpio, Piscis. Reinan estos tres signos a la parte de la
trasmontana. La color tienen como de abuhados.
Capítulo V
De la calidad del hombre malencónico
Hay otros hombres que son malencónicos: a estos corresponde la
tierra, que es el cuarto elemento, la cual es fría y seca. Estos tales
son hombres muy irados, sin tiento ni mesura. Son muy escasos en
superlativo grado; son incomportables donde quiera que usan, mucho
riñosos y con todos rifadores. No tienen templanza en cosa que hagan,
sino dar con la cabeza a la pared. Son muy inicuos, maldicientes,
tristes, suspirantes, pensativos; huyen de todo lugar de alegría; no les
place ver hombre que tome solaz con un papelote. Son sañudos, y luego
las puñadas en la mano, porfiados, mentirosos, engañosos; e innumerables
otras tachas y males tienen. Son podridos, gargajosos, ceñudos y
crueles sin mesura en sus hechos. Esto todo susodicho se entiende de las
complexiones de cada una de las dichas calidades en él más
predominantes. Empero, si otra complexión mejor ayudase a la mala en
cantidad mayor que ella, hará a la persona perder la propia y allegarle a
la que le ayuda, y será demudado en la mejor complexión. Y por el
contrario eso mismo. Ejemplo: el flemático puede ser tanto de la sangre
ayudado que le hará ser muy mejor que flemático; y esto es de todas las
complexiones. Y por el contrario también, aunque, como dije, el hombre
de todas cuatro es complexionado; pero la que más reina, aquella le tira
a su calidad en mucho o en poco, en bien o en mal, según su reinar. Son
de sus predominaciones tres signos: Tauro, Virgo y Capricornio. Reinan
estos tres signos al mediodía. Color tienen de cetrinos.
Capítulo VI
De cómo los signos señorean las partes del cuerpo
Pues ahora has oído que son cuatro complexiones en los hombres —y
lo que te digo en este caso en los hombres entiende de las mujeres:
hombre sanguino, hombre colérico, hombre flemático, hombre malencónico. Y
aunque cada cuerpo sea compuesto de estas cuatro complexiones y no sin
alguna de ellas, pero la que más al cuerpo señorea, de aquella es
llamado complexionado principalmente, y así se dice de las otras
complexiones en la sustancia donde habitan corpórea. Tienes más: los
cuatro elementos que corresponden a estas calidades: el fuego al
colérico, el agua al flemático, el aire al sanguino, la tierra al
malencónico. Tienes más: que de doce signos que son, cada tres de ellos
son predominantes a cada elemento y complexión: Aries, Leo, Sagitario
son de los coléricos, respondientes al elemento del fuego; Cáncer,
Escorpio, Piscis, al flemático, correspondientes al elemento del agua;
Géminis, Libra, Acuario, son del sanguíneo, correspondientes al elemento
del aire; Tauro, Virgo, Capricornio son del melancónico,
correspondientes al elemento de la tierra. Ved aquí las complexiones de
los cuerpos humanos. Ítem, Aries es masculino, y señorea la cabeza de la
criatura; es su planeta Mercurio. Tauro, femenino, señorea el cuello;
es su planeta Venus. Géminis, masculino, señorea los brazos; es su
planeta Mercurio. Cáncer, femenino, señorea los pechos; es su planeta la
Luna. Leo es masculino, señorea el corazón; es su planeta el Sol. Virgo
es femenino, señorea el vientre y el estómago; es su planeta Mercurio.
Libra es masculino, señorea el ombligo; es su planeta Venus. Escorpio es
femenino, señorea las partes vergonzosas; es su planeta Marte.
Sagitario es masculino, señorea los muslos y la espina del lomo; su
planeta es Júpiter. Capricornio es femenino, señorea las rodillas; la su
planeta es Saturno. Piscis es femenino, señorea los pies; la su planeta
es Júpiter. Ahora tienes que son de los doce signos, los seis
masculinos, los seis femeninos, según ya de alto dije. Pues ahora, para
venir a mi propósito, aunque si se hubiesen de decir las naturales
señales de las personas que de sí dan y muestran quién es y el cielo que
las tiene —que son como hombres crespos o bermejos, o canudos en
mocedad; que tienen la cabeza redonda o luenga, muchas rúas en la
fruente, o remolinos o grandes entradas en ellas; cejijuntos, romos,
camusos, o grandes narices y luengas, o delgadas y agudas; ojos hondos,
chicos, las pestañas apartadas, los ojos bermejos y pintados; la boca
grande, ceceoso, tartamudo, los dientes ahelgados o dentudos; la barba
partida, la cara redonda y ancha; las orejas grandes y colgadas, las
quijadas grandes y salidas afuera, mozo de barbas; el cuello gordo y
corto; tuerto del todo o bizco del un ojo, o de ambos señalado; lisiado,
las espaldas anchas, corcobado, gibado de ambas partes o de una no más;
el cuerpo peloso y todo velloso o sin pelos, todo liso; las ancas
salidas afuera, las piernas tuertas, las manos y pies galindos; el
hablar suave, los hechos arrebatados, el gesto asegurado, el corazón
movido, mentirosos, soberbios; otras muchas tachas —e cada una qué
significa o demuestra, sería de tener tiempo. De esta materia largamente
hallarás en el libro De Secretis secretorum que hizo
Aristóteles a Alejandro, casi a la fin. Allí leerás maravillosas cosas
de las señales de las personas, y cómo a veces mienten por el gran
juicio cuando los rige; mas por cuanto esta regla se halla no ser
continua ni verdadera, no la prosigo aquí. Y porque cuando esto algunos
leyeren no se turben los unos con los otros diciendo: «Pues tú tienes
tal señal y yo tengo tal; pues Fulano tiene tal, síguese, pues, que es
tal y el otro es tal», por esto lo dejo. Y demás que algunos se hallan
bermejos y son buenos, y así de las otras señales. Esto a las veces hace
la discreción y seso de los que tales señales tienen, que se refrenan y
saben guardarse de errar y caer en aquello que su señal demuestra, y
saberse encubrir las tachas con mucha sabieza. Por ende, todo esto
dejado, vengamos al propósito y conclusión.
Capítulo VII
De la cualidad del sanguino
Dígote de las calidades y maneras de los susodichos hombres y
mujeres. Mas de mujeres aquí no se trata, como de suso se ha dicho algún
poquito —y tan poco que no es más que el grano del mijo en la boca de
un asno— para acusación y corrección: harto al que quisiere puede
aprovechar. Mas pues de los hombres, de sus vicios y tachas, no se
discutió de alto sino como gato que pasa por ascuas por ende ahora diré
aquí de sus vicios y tachas (así de mí como de los otros) habido por
fundamiento las complexiones de ellos, cómo y cuáles son ni qué
predominaciones tienen. Primeramente prosigo los que son sanguinos: qué
tachas tienen, qué males y qué vicios, qué virtudes o buenas calidades.
Pues digo primeramente que el hombre sanguino es muy alegre, franco y
riente y placentero; pero aunque estas bondades de sí el sanguino tenga,
pero mal haciendo y mal usando convierte o trasmuda sus buenas en malas
condiciones; que, como quier que es alegre y placentero, es mucho
enamorado y su corazón arde como fuego, y ama a diestro y a siniestro; y
cuantas ve, tantas ama y quiere, y con todas mucho alegre, alegando por
sí lo que dice el profeta David en el Salmo: «Señor, delectásteme en la
hechura de tus manos». Por ende, Señor, si amo, amo y quiero la mujer
que es hermosa, que es hechura de tus manos, pues, Señor, el profeta lo
manda, yo, Señor, ni por esto no debo pecar. Amigo, a esto te respondo
que el tal deleite es para Dios alabar, mas no para pecar. Si tú en la
mujer te deleitas, no pecas por esta vía diciendo: «Señor, bendicho seas
Tú que cosa tan hermosa formaste». Si esta es tu delectación, buena es,
así de la mujer como de las otras cosas todas por Dios criadas; mas si
por verla hermosa luego la codicias para con ella pecar, no es este tal
deleite, mas pecado, y de este tal no habló el profeta. Otros dicen:
«¿Para qué, pues, Dios crio hombre y mujer y les dio estímulos carnales,
pues no los han de ejecutar?». Esto hallarás reprobado por el Papa en
las Clementinas, en la postrimera Clementina, De los herejes,
en el seteno error que tenían los bigardos y bigardas en Alemania, do
define el Papa ser mortal pecado, salvo con propia mujer suya y no toda
hora. Tenían estos que el acto de lujuria no era mortal pecado por ser
naturalmente inclinado a él, y más por el autor ser cálidamente de ello
tentado, a lo cual todos los doctores santos son contrarios. Dígote que
los hizo a los tales para generación por cópula matrimonial; dioles
estímulos para haber galardón por ello a aquellos que se quisieren
refrenar; pues galardón sin trabajo no se puede alcanzar. Por ende,
quien gloria y holganza para siempre quisiere, sufra por Dios y por su
amor algún tanto; padezca, aunque Él por tu padecer no ha más ni menos
de aquello que ab aeterno tenía y había, pero quiere el buen
corazón y la buena voluntad, y no locos amores de mujeres ni de hombres.
Y como las mujeres se paguen de hombres alegres y amadores y
enamorados, mas con condición que no amen a otra sino a ella; que para
ella nació en el mundo y le crio su madre, etc. Y de necia no se les
entiende, mas alléganse las mujeres a ellos, y estos, con sus
placenterías, solaces, burlas y juegos, traen muchas engañadas,
burladas, escarnecidas, a perder. ¡Guay de la triste desaventurada que
los cree! Que, como el amor de ellos sea en muchas derramado por ser de
muchas queridos, no pueden amor firme haber, sino ¡vaya el río so la
puente mientras el agua corriere! Son gualladores y del mundo
burladores; hoy aquí, cras allí; si Marina no me place, Catalina, pues
sí hace. Esto procuran: ser alegres, rientes, francos, placenteros y de
hermosos gestos y cuerpos, tañedores, cantadores, y en todos sus hechos
julíos; y con la vanagloria de la fama buena que su noble calidad
demuestra, enloquécense, y no es en su poder una sola amar, por ser aún
queridos de muchas. Y por mejor mujer se tiene la que le usurpa o puede
haber para sí, o puede quitar de otra que el tal ama con pura envidia;
que no ha cosa de que más arreada se tenga la mujer que de alcanzar
marido o amigo que de tal calidad sea; siquiera sea difamada del pueblo
todo y de sus parientes vituperada. ¡Oh de la loca desaventurada que
tiene firmeza con todo hombre; que muchos hay que templados de otra no
podrían de no decirle! Y así se pierden muchas, y aun andan por mal
cabo, y pierden sus buenos casamientos, sus honras y estados por creer a
aquel que, desde que su voluntad cumplida de ella haya, no se dará por
ella más que por cosa olvidada. Créele lo que le promete y jura
diciendo: «Yo te daré; yo te haré; yo te conteceré». Y ya lo jura con
engaño en su corazón, diciendo: «¡Oh, si me creyese, cómo la burlaría!».
Pues si le creen, duelo tienen doblado para mientra que vivieren; que
deshonrarlas ha quien cobro después no les dará sino irse a otra a
plantarla por reverdir; aunque la haya sacado de su tierra o llevado a
tierra ajena, o de casa de su marido, o de su padre o madre, o de poder
de su primo o hermano, y demás aunque preñada o parida de él sea, no
guarda nada de lo jurado y prometido. En tanto que te digo que si
algunas por servicio de Dios pasasen tanto mal, tanta hambre y sed,
tanto frío y tantas pasiones, enojos y vergüenzas y pobrezas, y aun la
mitad menos —así en irse con ellos como en seguirlos, o creer de ligero
consejo de ellos, como en los dolores del parto, hijos de ellos
pariendo, criando, y malas noches y días, y malas horas con ellos
pasando— creo que irían recias como vira o saeta a la gloria de Paraíso
sin detenimiento ninguno. ¡Quién puede pensar a cuántos males, peligros y
daños se pone la mujer después de errada, o en el tiempo que comete los
tales yerros a cuántos denuedos —y la muerte al ojo— y no cura sino
cerrar y pasar y viva la locura! Por cierto con su marido, o su padre, o
parientes no lo sufriera tal pasar, antes se degollara. Y por salir de
so el mandado de su padre o madre, marido o parientes, vanse y creen
aquellos que no solamente las mandan, mas la arrean como a bestias:
«¡Arre acá! ¡Arre acullá!», después que el amor pasado —que dura cuando
más un año, y es ya mucho si tanto dura— y de allí adelante ¡vía andar a
vara! Y todo esto por amor de aquel que en verdad no pierde sueño ni
comer por ella —basta que lo perdió al comienzo cuando propuso de
cautivarla y engañarla, no curando que por él perdiese marido ni
casamiento, ni honra, pero después feneció su amor al cumplimiento de su
voluntad; y la que entonce tibiamente le ama, continuando el uso de
amor con él, creció en amor como fuego con estopas —en tanto que ella
crece en amor, y pierde el comer, beber y dormir y folgar, por el
contrario de lo de primero que mientras más iba, él más ardía y ella
menos sentía. Estos tales son hombres muy alegres, placenteros y mucho
rientes de voluntad: de una pajarilla que vaya volando se reirán hasta
saltarles las lágrimas de los ojos. No tienen gesto ni risa infingida;
todos hombres alegres aman; todos juegos les placen, especialmente
cantar, tañer, bailar, danzar, hacer trobas, cartas de amores; gasajosos
en decir, alegres en participar, verdaderos en lo que prometen,
entremetidos en toda proeza: esto si la crianza se lo da, que el rústico
aldeano, hombre forano, aunque de la tal calidad sea, el no uso de
gentileza no le ayuda a ser tal como el curial; pero su calidad presta
está a todo gasajado y bondad, salvo que en amar juegan con la brida
como muleta nueva. Por ende, créame la que quisiere, y ame a Dios
primeramente. Ame a su breve tiempo, ese poco que ha de durar, que no le
despienda en locuras, pues ha de dar cuenta de él, y aun de toda
palabra ociosa. Ame a su fama y honra. Ame a sus parientes do viene. Ame
a sí más que no a otro, y no crea de ligero ni vuelva sus ojos a son de
pandero. Sea contenta con honestidad y buen renombre y buena fama,
comiendo y paciendo las yerbas, y con sólo pan y agua, estando entre dos
paredes; que más vale a ella mil veces que no ufanas y locuras y pompas
y vanaglorias, siendo deshonradas y vituperadas, y mal traídas
locamente amando. Y no curen de creer locos amadores por mucho que sean
bailadores, lozanos ni cantadores: que todos son burladores, honestad de
matrimonio salva.
Capítulo VIII
Del colérico, qué disposición tiene para amar y ser amado
Hay otra manera de hombres que no son de tan buena calidad como
los susodichos: estos son los coléricos, que en ellos predomina y
señorea la cólera a las otras calidades. Estos tales son muy curiosos y
de gran seso, ardidos, sutiles, sabios, ingeniosos, movidos de ligero y
heridores. Y a estos que estas calidades tienen veréis de muchas veces
hacer sus hechos tan arrebatados que, si en algo alguna buena calidad
tienen, en otro la pierden. Hacen estos tales amando mucho mal: lo uno
porque de sí son movidos y en un punto enojados, y tienen las manos
prestas a las armas y a herir. Estos tales son sacadores de sangre que
en pocos ruidos se hallan que no saquen sangre. Por ende, las mujeres
aman a estos mucho por vengar sus injurias, y que ninguno ni alguna no
les ose decir peor de señora, teniendo los tales por sí; que si alguno o
alguna les dice alguna cosa mal dicha o que no le viene bien, luego
revienta su corazón en lágrimas y sollozos cuando entiende que ha de
venir él a casa. Y cuando el hombre entra, está ella escondida, o hace
que se esconde por desgaire; e dice a los de casa el marido o amigo
cuando él viene: «¿Dó Fulana?», o «¿Dó tu señora?». «Señor, allá está en
el palacio mucho triste y llorosa». Y cuando él entra, comienza ella de
alimpiar sus ojos de las lágrimas —y a las veces se pone saliva en los
ojos porque parezca que ha llorado, y friégalos un poquito con las manos
y dedos porque se muestren bermejos, encendidos y turbados— y luego
esconde la cabeza entre los brazos, o la vuelve, cuando él entra, hacia
la pared. Y el otro dice luego: «¿Qué has, amiga?». Ella responde: «No
nada». «Pues dime, señora, ¿por qué lloras? que goce yo de ti».
Responde: «No por nada». «¿Pues qué cosa es esta? ¡Así goces de mí!».
«Vos digo que no nada». «Dime, pese a tal, señora, ¿qué cosa es o quién
te enojó, o por qué son estos lloros? ¡Dímelo, pese a tal, señora!».
Responde ella: «Lloro mi ventura». Y luego comienza de llorar y los ojos
de recio alimpiar, tragando la saliva más venenosa que rejalgar, y
dice: «¿Parécevos esto bien, que Fulana o Fulano me ha deshonrado en
plaza? ¿Y cómo? Bien a su voluntad llamándome puta amigada. Díjome puta
casada, y díjome tales y tales injurias, que más querría ser muerta que
ser en vuestro poder venida. ¡Ay de mí, cuitada! ¡Ahora soy difamada y
deshonrada! Y ¿de quién? ¡De una puta bellaca, suela de mi zapata!» o
«¡De un bellaco vil, suela de mi chapín! Pues si esto vos parece que yo
debo sufrir, en antes renegaría yo de mí en Dios y mi ánima; antes me
fuese con un moro de allén la mar o con el más vil hombre de pie que en
Castilla hubiese, y no digo más». Luego el otro, como es colérico, y en
un punto movible, sin deliberación alguna, arrebata armas y bota por la
puerta afuera sin saber si es verdad ni hacer otra pesquisa sino sólo a
dicho de una que es parte formada, o se dará al diablo por ver destruida
o destruido a aquel que la ha injuriado. Y por tanto, el que juicio
tuviese debería primero pensar quién se lo dijo; si se lo dijo en tiempo
que estaba pacífica o sañuda, irada o sosegada; si la otra era su amiga
o enemiga; o amiga de su amigo o vecino; y guardar de no perder su
amigo por un enemigo que es la mujer —que si amigo fuese callaría y tal
no urdiría— sino decirle: «Amiga, estás ahora malencónica, y yo he ya
comido y bebido. Espéralo para otra hora, que ahora no puede reinar
cólera en mí, que ya estoy exormado al presente. Presta paciencia, que
yo remediaré en ello; hoy en este día no». Mas de todo esto no cura el
loco con su locura, sino allá va el prieto. Cuando le ve tomar armas y
salir de casa, comienza ella a dar gritos y voces, diciendo: «¡Cuitada,
mezquina, corneja triste, desaventurada! ¡Venid acá, no vayáis allá!». Y
ella no ve la hora de oír dar a la otra gritos y voces de cómo da en
ella, o en él, cuchilladas, palos y coces. Empero de la otra parte sale
luego su marido o su pariente de la otra mujer, y fe el ruido en la
mano: o él mata o le matan, o él hiere o le hieren, que todo es daño,
así dar como recibir. Y cuando entra herido por casa o ha herido,
ráscase la bendita de la promovedora de ello las nalgas —con reverencia
hablando— diciendo: «¡Cuitada, mezquina, turbada, corrida! ¡Yuy, y qué
será de mí! Señor, ¿quién vos hirió por la cara?» o «¿Quién me vos
mató?» o «¿Quién vos dio tal golpe? ¡Virgen María! ¡A ti lo acomiendo,
Jesús mío! ¡Bueno, y no me lastimes! ¡Ay, triste de mí! ¡Daca huevos;
daca estopa; daca vino para estopadas! Juanilla, ve al cirujano; dile
que venga. ¡Corre aína, puta, hija de puta! Marica, daca una camisa
delgada, que se le va toda la sangre. ¡Yuy, Jesús! ¡Ay Santa María!
¡Dame del agua; que me fino! ¡Ay, triste de mí! Pedro, id, hijo, en un
salto a su hermano que venga luego. Juan, id a su compadre y decidle que
hubo ruido; no digas pero que está herido. Martín, llamad a mi comadre;
llamad a mi vecina. ¡Yuy, qué duelo fue aqueste! ¡Qué quebranto atán
grande! ¡Qué dolor tan desigual! ¡Yuy, cautiva! ¡Ay mezquina! ¡Oh
triste! ¡Ay lasa de mí! ¡Ay Virgen María! ¡Pues, señor, decid, decid,
amigo! Y ¿qué vos duele, amigo? Y ¿qué sentís? ¡Triste de mí, que en
hora mala nací!», etc. ¿Veréis, que vos ayude Dios, qué demanda? Vele
que tiene la cara atravesada, o buena puñalada o lanzada, y demándale:
«¿Qué vos duele?» o «¿Qué sentís?» Merecía la tal casada o amigada, u
otra cualquier que tal con sus lágrimas rabiosas procura al que tiene o
que bien quiere o que querría, ser por ventura despachada ya de él: que
como entrase herido, le diese a ella una tal por la cara en señal de
victoria y ejemplo a las otras que nunca dieren causa a los hombres de
mal haber ni mal hacer por vengar sus lágrimas rabiosas, e injurias
voluntarias y dañadas: que más prestas hallarás las lágrimas en el ojo
de la mujer que el agua en la fuente. Por donde pierden después sus
haciendas y andan por mal cabo por no sufrir una poca de injuria que
luego pasa, y dar lugar al mal, queriendo quebrar un poquito su corazón;
antes, después han de perder lo que tienen y andar escondidos y huidos;
dejar sus tierras y casas y andar por las ajenas, y dar de comer a los
alcaldes, alguaciles y notarios. Y esto se les viene de cada día por
estas lágrimas negras, malditas, mal aventuradas, rabiosas y
emponzoñadas, venenosas, crueles y desmesuradas. ¡Ay Dios, quién pudiese
pesar una lágrima de mujer! ¡Si el hombre tan discreto y sabio fuese!
Por cierto, más pesa una lágrima de ellas que un quintal de plomo o de
cobre: ¡maldito sea el que en esto no pensare, amén! Cuando lágrimas de
ellas viere, que primero tome acuerdo que venganza, de las cuales donde
juicio, discreción, seso y entendimiento hubiese, deberían cesar las
buenas mujeres honestas cuando vienen los hombres delante de ellas, por
escusar el mal; más que más cuando son hombres coléricos, que son
prestos a las manos y reina súbito la malenconía en ellos, y hacen en un
punto y en una hora cosa de que se arrepienten por todo un año o quizá
toda su vida; o le matan súbito y va a las penas infernales condenado. Y
ella queda triste, desaventurada, cumplida su voluntad y su malenconía
vengada y su ira ejecutada, y comenzado su dolor, bien se le debiera
membrar que a buen callar llaman Sancho. Empero estos tales son robustos
en amar, atrevidos a mal hacer, indiscretos en la hora de la cólera,
ávidos y expertos para ejecutar, no temerosos para poner por obra; y si
el entendimiento no se duerme, las sus manos pero velan: por ende son
muy peligrosos para amar y ser amados. Más, dejando su amor de ellos
—que es viento y rocío que en breve momento pasa y dura— amar ellas a
Aquel que dura y durará su amor para siempre jamás, sabieza sería, salvo
mejor consejo.
Capítulo IX
De las condiciones de los flemáticos para amar y ser amados
Hay otros hombres que son flemáticos, los cuales son para arte de
amar los más hábiles y convenientes del mundo: estos son primeramente
perezosos —toma cuanto a lo primero— para comienzo de amar; son muy
cobardes, más que judíos. Nota lo segundo: para ser amados son flacos y
ligeros de seso, sospechosos, groseros y no en cosa de pro ni de honra
entremetidos. Toma lo tercero: para querer y ser queridos, pues estos
tales verás cómo han de amar teniendo todas las contrarias cosas en sí
que a amar pertenecen. Por cuanto, quiero que sepas que es menester que
el que amare o amar quisiere —según el mundo y tiempo moderno de hoy—
que sea muy presto, hombre muy fuerte de corazón y constante, sin
sospecha, animoso, amoroso, donoso, no enojoso, franco, cortés,
mesurado, liberal, osado, ardido, entendido, esforzado, para mucho, en
gentileza entremetido. Pues este flemático, vil y desaventurado que
tales condiciones tiene, ¿cómo amará ni será amado? Que si le dijeren
algo o hubiere de hacer algo, o ir de noche o andar con frío o lodos o
malas noches donde su amada está, que luego que se esperece primero, y
que bostece segundo, y lo tercero que saque la cabeza fuera de la puerta
a ver si nieva o llueve; lo cuarto que se esté concomiendo y pensando:
«Iré; no iré; sí iré. Si voy, verme han, mojarme he, me encontraré con
la justicia y tomarme ha la espada; correrme ha por las calles la ronda
si me encuentra; y si estropiezo por ventura, caeré; ensuciarme he de
lodo los zapatos de alta grasa. No iría sin galochas fuera de casa.
¡Guay, si me muerde algún perro en la pierna, o si me dan por ventura
alguna cuchillada, o si me dan en la cabeza alguna pedrada, o si me
toman en casa, cortarme han lo mío y lo mejor que he! ¿Y si me toman
entre puertas o si me cargan de palos? No sé, pues, si me vaya. ¡Al
diablo, en buena fe, allá no vaya! ¡En buena fe, de casa esta noche no
salga! Bien se está el pie en la pierna: vámonos acostar, que quien bien
está y mal busca, si mal le viene, Dios le ayuda». Empero, si este tal
sale fuera convencido de mucho amor, y se va a casa de la amada y
encuentra alguno que trae cañas a cuestas o pellejos que hagan ruido,
luego —como es muy flaco de corazón y cobarde de espíritu y de voluntad—
luego se le torna el corazón tamaño como de hormiga, y da a huir, y
tropieza y cae, y levántase aturdido, y huye y mira hacia tras por ver
si viene alguno tras él; que piensa que son hombres armados que le van a
las espaldas resollando para matarle, y huye cielo y tierra. Y si por
ventura entra en casa de su dama, no entrará por ventana —que no le
bastaría el corazón— ni por escalera de cuerda, ni por tejado, ni por
azotea, ni desquiciará la puerta, ni saltaría seis tapias en alto; pero
si la puerta le abren, todo entra encogido y a cada rincón le parece ver
hombres armados. Y si algún gato se mueve, peor es que mujer: luego cae
amortecido, y ella le ha de aconortar y retornar en sí con el agua de
las gallinas: «Esforzar, amigo, que gato era, mi amor». Y el judío,
sudando como corrido, la color perdida, los ojos embelesados, el corazón
saltando, diciendo: «¡Señora, muerto soy! Yo vi ahora, a mi parecer,
más de cien hombres, y pareciome en el estruendo que estaban armados.
¡Señora, muerto soy! ¡Abrid, amiga! ¡Irme he; que me vienen trasudores
de muerte!». Mirando está por dónde huya o por dónde saldrá. Dice ella:
«¡Yuy, amigo, no hayáis miedo, que el gato es que huyó desde que vos
vio!», o «La gallina es que tiene pepita y hace ruido», o «La mula es
que come cebada y hace ruido», o «Dos anadones son que están en aquel
corral chapullando», o «Mi señora la vieja es que tose», o «Mi madre que
cierne», o «Mi hermana que amasa», o «La perrilla que se rasca las
pulgas y gruñe. Estad, amigo; sosegad vuestro corazón, que tan seguro
estáis como en vuestra casa, de esto no dudéis». Responde él: «¡Ay,
señora, quiérome ir! No podría aquí de miedo estar; los cabellos se me
espeluznan. ¡Algo es esto, Jesús!». Desde que ella ve que está temblando
como azogado y más muerto que vivo, y ve que aunque quedase, que no
quedaba con ella hombre sino mujer, dice ella: «Pues mujer por mujer, no
he menester aquí otra mujer». Abre la puerta y déjale salir, y las
bendiciones que ella le da, estas vengan a los que lo hacen: maldiciones
abondo, injurias a osadas, pusieses no por burla, ronquidos a pares,
silbos como a buey, diciendo: «¡Mal gozo vea tu madre de ti, nunca otro
para quien a ti parió, amén! ¿Ves qué esfuerzo para amar? ¡Roncadle!».
¡Cómo sería el tal para con un puñal defender una puerta a diez o doce, y
que ninguno no se le osase acostar, que tanto estudiese mortal! Así que
los tales no son buenos para amar, ni aun para ser amados, que ni
tienen lo que amor requiere, ni han lo que la hembra quiere. Amar, pues,
a tales es mengua de bondad y sobras de ruindad. Como hay en algunas
que eso se les da ser amadas de brioso que de perezoso, de fuerte que de
flaco, de hombrecillo que de hombre entero, de ardido que de cobarde,
de perezoso que de experto, de generoso que de villano, de ligero que de
pesado: solamente hay un florín; que todo lo otro dicen que es burla.
Pero esta es la verdad, que uno en camisa vale más que otro con millares
de doblas. Pero pasó ya este tiempo, que ahora de sesenta años sea el
hombre no hay otro al mundo —esto con roncería y falsedad— bástale a
ella, pues, le dé con que arreada se traiga, y siquiera sea feo o
desdonado, puerco, gordo y dormidor. Empero, después con el vicio que
este les da en arreos y buen comer y beber, nunca les fallece después
algún hombre de pie con que juegue y fuelgue. ¡Guay del que escota y
paga! Este caso, eso mismo digo de las mujeres que de los hombres; que
así los hombres a las veces aman unas sucias, feas, desinchalidas y para
poco, sólo que tengan o sean de estado y manera pensando que no son
aquellas mujeres como las otras, y sabe Dios que a las veces vale más
una en sayuela que otra con rabos de martas. Pero así en casamientos
como en amiganzas, de aquestos amores y de aquí salen los panes gibados y
los cuernos retuertos y los casamientos aburridos. Quien da vieja a
mozo en amor ni en casamiento, ni moza a viejo, ni viejo con vieja: los
unos buscan fadas malas y celosías; los otros viejos reñir y rabiar y
porfiar; más sucios son que la araña. ¡Oh qué cosa para amores!
Cuatro maneras son de casamientos: las tres son reprobadas, y la una de loar.
La primera manera sí es: cuando el mozo casa con la vieja. Esta tal madre bendita, con sus rugas en el vientre, ¿qué espera? Que con lo suyo de ella tenga el mozo una o dos o más enamoradas a su ojo cada día, y la vieja maldita que reviente de celosía y muera mala muerte en pena y vida dolorida; y si hablare, que ande el cardenal en el ojo, y aquel traiga por alcohol; toda hora palos y descalabrada y siempre apelmazada. Esto demanda y busca la buena madre señora, en sus postrimeros días por tomar marido o amigo mozo, que se pensaba de necia que el mozo avía de ser contento de su cuero rugado, o esperaba haber hijos de él en su loca vejedad la Marta piadosa, huesos de lujuria. Pues, téngase lo que le viniere la vieja desmolada, canas de infierno; muera y reviente la vieja grofa maldita que buscó refresco en la última edad. Aconhórtese con la mala vejedad, con su cuero curtido, su vientre rugado, su boca hedionda y dientes podridos: que para mozo, moza hermosa, y que la quemen a la vieja ranciosa; y para moza, mozo gracioso y que reviente el viejo enojoso. Por cuanto quiero que sepas que esta buena madre señora, hizo contra orden de matrimonio. Pues, la buena nuestra dicha madre vejota poco curó de guardar matrimonio, salvo tomar consejo del monico por haber mala vejez. Y, ¿sabes por qué no se llama patrimonio, salvo matrimonio? Por los grandes cargos, penas y dolores que la mujer soporta, antes del parto encargoso, en el parto doloroso, después del parto, en criarle, enojoso. Por ende, se llama de parte de la madre matrimonio, lo cual poco pensó la vieja curtida. ¡Haya, pues, mala vida y esté de este mundo por despedida!
Hay la segunda manera de matrimonio o amor reprobado, cuando el viejo casa o ama a la moza. ¿Qué espera el tal viejo gargajoso, pesado como plomo, abastado de vilezas, sino que la moza, harta de enojo de estar cabe tal buey de arada, que busque un mozo con quien retoce, y que lo sienta él y calle, y si no callare, que lo pese o plega, que lo soporte y vea de cada día su casa perderse, y no pueda dar recaudo? La primera oración que dice la tal moza cuando entra en la cama del viejo es esta: «¡Mal siglo haya el padre o madre que tal da a su hija!». Y dale dos pujeses y échase suspirando cabe él, mas no suspira por él. O dice: «¡Nunca otro casamiento haga quien este casamiento me adilgó! ¡Mala postrimería, malos días, malos años le dé Dios, amén!», etc. Apaga la candela, échase cabe de él y vuélvele el rostro, y dale las espaldas diciendo: «¡Mala vejez, mala postrimería te dé Dios, viejo podrido, maldito de Dios y de sus santos, corcobado y perezoso, sucio y gargajoso, bellaco y enojoso, pesado más que plomo, áspero como cazón, duro como buey, tripudo como ansarón, cano, calvo y desdentado! ¿Y aquí te echaste cabe mí, diablo desazado, huerco espantadizo, puerco invernizo, en el verano sudar y en el invierno temblar? ¡Triste de la que tal heredo tiene! ¡Guay de la que tal posee! ¡Ay de la que tal cada noche al costado tiene! ¡Oh triste de mí, que en hora mala nací! ¡Y para mí fueron guardadas, cuitada, estas hadas malas! ¡Otra logró su mocedad, y para mí, cautiva, estuvo guardada esta mala vejedad! Pero, ¡para la pasión de Dios, si el día Dios me deja ver, yo se la urda! ¡Guay! ¿Y tal vida había de sufrir? ¡Antes fuese yo quemada en medio de aquella plaza! ¡Ay cautiva de mí! ¡Y quien me cautivó, sí cautivo se vea, cedo y no se tarde, en tierra de moros, amén! ¡Ya, Señor, y cuántos, cuitada de mí, las manos a Dios alzarían, si cabe mí dormiesen! ¡Ay Dios, y cómo no reviento! Y ahora estoy aquí, que si fría me echo, helada me levanto del costado. ¡En mal punto nací: que del lado que me echo de ese me levanto! Yo no puedo creer que más desaventurada mujer en el mundo nació. ¡Ya mi marido mozo y zapatero fuese, pobre y sin dinero, y no fuese este diablo que tengo! ¿Qué me aprovecha su riqueza, cuitada? ¿Su hidalguía qué me vale? ¡Ya guaya! Pues que al mejor tiempo sola me hallo y desacompañada, hago cuenta que con mi comadre duermo como solía. ¿Parécevos esta vida? ¡Landre la que tal sufriese y mal huerco le llevase! De hoy más yo me daré cobro, que ya esto no es de soportar». Esto todo está ella diciendo entre sí; vuélvese hacia él y hace como que le rasca la cabeza, y con los dedos hácele señal de cuernos; pásale la mano por la cara como que le halaga, y pónele el pujés al ojo; abrázale, y está torciéndole el rostro, haciendo garabato del dedo, diciendo: «¡A la he, así vos se tuerce, don falso viejo, como si fuese de badana o pellejo! ¡Cúbreme, pues, de luto, Señor, que me pena este traidor!».
Ítem, hay otro amor y casamiento reprobado, aunque no tanto como los dos susodichos, conviene a saber: el viejo con la vieja, que no son sino para reñir y porfiar el uno de una parte y el otro de la otra; nunca están alegres, el uno con dolores y la otra con más, ella diciendo: «¡Ay de la madre! ¡Ay de las renes! ¡Ay de la cabeza! ¡Ay de la ajaqueca! ¡Ay de la muela! ¡Ay de la teta! ¡Ay del ojo! ¡Ay de la cadera! ¡Ay del estómago! ¡Ay del costado! ¡Ay del vientre! ¡Ay del ombligo! ¡Ay de todo el cuerpo, cuitada!». Y el otro dice: «¡Ay de la gota! ¡Ay de la ijada! ¡Ay de los lomos! ¡Ay de los riñones! ¡Ay de ciática! ¡Ay de pasecólica! ¡Ay de las muelas!» en tanto que el uno llora y la otra regaña. Todo el día y toda la noche están regañando, dando maldiciones a quien los sirve; de sí mismos no se contentan; no les parece cosa bien; las cejas todavía lanzadas, la color abuhada, tristes, pensativos; gasajados aborrecen, placeres los tormentan, podridos en la carne, carnosos en los huesos, sucios y gargajosos. No les vale riqueza ni dinero, ni les ayuda cosa de esta vida a su vejez, ni dolor: penar, morir, estar quedos. ¡Veréis qué negro casamiento y qué solaz, qué amores, qué duelo y qué dicha buena! ¡Y buena pro vos haga el casamiento, don viejo, pues sois contento, y a vos, madre bendita, vivid con tal pepita! E, lo peor, que no han hijos, ni hijas, ni son para haberlos, ni tienen esperanza de alcanzarlos, y así viven toda su vida con dolor.
La cuarta manera de matrimonio es aprobada: el mozo con la moza, la moza con el mozo. Este es de loar y los otros de evitar, y en este tal matrimonio debe haber tres cosas: comienzo, firmeza, acabamiento. Comiénzase en los esposorios, fírmase en las palabras, después consúmase y acábase en la carnal cópula. Esto hallarás largamente en el Compendio, seiseno libro, en el cuarenteno título, De los matrimonios, donde bendito es el matrimonio donde amor Dios dio y ellos lo procuraron. Ya se sepa que este amor, y lo otro, y el mejor de ellos, es locura y vanidad, sino a Dios amar, que da vida, salud, riquezas, estado, honra y final gloria a aquel que le sirve, y de vanidades ni de locuras no se cura.
Capítulo X
De cómo los hombres malencónicos son rifadores
Hay otros hombres que son malencónicos: estos tales son como los
susodichos y aun peores, que son airados, tristes y pensosos, inicuos y
maliciosos y rifadores. Pues, vean los que aman si estos tales, que
tales vicios han, deben amar ni ser amados; que el que amare de estos,
lo primero luego habla con ira y soberbia, diciendo: «Pues, ¡para el
cuerpo de tal yo merezco tal y tan buena y mejor que vos!». Y piensan
que por asombrarlas las han de haber. Aunque algunos hay que de esta
regla se aprovechan, que con miedos y amenazas hacen a las cuitadas
errar; pero de otra parte son muy tristes y pensativos en sus
malenconías, y buscan luego venganza; no hay compañía que con ellos
dure; no hay mujer que los pueda comportar. Estos son picacantones de
noche, y de día jugadores de dados y muy peligrosos barateros,
trafagadores, enemigos de justicia, hacedores de ultrajes y soberguerías
a los que poco pueden. Robar, hurtar, tomar lo ajeno por fuerza: no ha
maldad que por dineros no cometan, ni ha mujer que por ellos no vendan,
por haber o más valer. La que tal marido o amigo tiene, posesión tiene
de muerte o de poca vida. Pero dejando ahora de más proseguir las
calidades cuatro susodichas por no ser más prolijo, que en lo dicho
harto puede entender algo el que quisiere, si a bien obrar darse
quisiere; por cuanto puesto que los tales complexionados principalmente
en las cuatro complexiones susodichas sean tales y peores que decir no
se podría; pero, como suso dije, de todas cuatro calidades y
complexiones ayuntadas es cada cuerpo compuesto, y si las malas
sobrepujan a las buenas mucho ayudan a mal, y por el contrario eso
mismo, así que las unas con las otras se templan. Empero, el sentimiento
y natural seso y juicio mucho ayuda al hombre y mujer para encubrirse
de algún accidente si le predomina de recio y le es malo: que el que
seso tiene, si se siente ser soberbio, huya cuanto pudiere de haber
palabras feas con ninguno, vuelva luego las espaldas antes que la cólera
le encienda. Y el que remedia en sí con tiempo y en sus vicios, que
conoce y provee a ellos y los previene de remedio antes que encendidos
sean, no hace poco; y el tal es luego señor de sí, y el otro enemigo de
sí, que trae los enemigos consigo y no provee de armas para defenderse
de ellos. ¿Cuántos enemigos tiene el mezquino del hombre? El mundo, el
diablo y la mujer. Y demás, la mujer y el hombre ¿qué enemigos tienen?
Estos que te diré: primeramente estas calidades malas, los accidentes
perversos de ellas, el usar mal continuando hasta la fin. Muchos son los
lazos que en este mezquino de mundo están aparejados al cuerpo para
hacer perder el ánima cuitada, sin provisión que hagamos. Tiene más
enemigos: la voluntad desordenada, la codicia desfrenada, la ira no
templada, la venganza aparejada. Abra el ojo, por ende, quien para
siempre vivir quisiere; que no se mueva de ligero ni vuelva sus ojos a
son de pandero. Ame a Dios con temor ordenado, tema su justicia,
guárdese de ofenderle, o si le ofendiere demande luego misericordia.
Haya demás por abogada a la Virgen Santa María; nunca su corazón se
parta de ella, siempre se acomiende a ella; ruegue a los santos y santas
de paraíso incesantemente que le guarden, amparen y defiendan; que a la
hora de su fin no sea en mortal pecado comprendido; que muera a Dios
conociendo porque se pueda arrepentir de los males que cometió e hizo. Y
en esta manera Dios, que es todopoderoso, ampararle ha y darle ha su
gracia y bendición. ¡Plégale que en tal manera le amemos y sirvamos, que
merezcamos haber la gloria suya, amén!
Aquí se acaba la tercera parte de este libro y obra.
Cuarta parte
Aquí comienza la cuarta parte de esta obra y de este libro, que habla del común hablar de hados, fortuna, signos y planetas.
Capítulo I
Del común hablar de lo susodicho
Por cuanto ya de suso habemos visto los fundamentos de amar y los
provechos y bienes que de él se siguen, demás habemos visto cuál es
mejor y más provechoso —amar a Dios o a las cosas terrenales— y de cómo
el amor desordenado de hombre a mujer o de mujer a hombre es muy
peligroso, que mata a los cuerpos y condena las ánimas a penas
infernales; demás vimos los vicios en algún tanto de los hombres y
mujeres. Pues ahora conviene que hablemos algún tanto de una mala y
dañada opinión que las más gentes tienen por verdad, aunque es dañada y
reprobada por la Madre Santa Iglesia, y otros fuera de ella la
reprueban, infieles y paganes. Y por cuanto hay muchas personas, así
hombres como mujeres, que tienen que si mal han, que no les viene sino
porque de necesario les había de venir, llamando a esto tal ventura,
hado y fortuna, o dicha buena o mala, diciendo: «Ninguno no diga que soy
mala o malo, que si mi ventura mala me corre, ¿qué culpa he yo? No he
mal ni bien si no lo hubiera primero de haber. Pasará, pues, mi fortuna
así mientra viviere». Argüirán algunos contra mí diciendo así: «Tú,
según tu escritura, que de alto pusiste, dijiste que los cuerpos de los
hombres o mujeres son de cuatro complexiones: sanguinos, coléricos,
flemáticos, malencónicos, y que son aquestas complexiones de estos en
predominación de las planetas y signos; que el sanguino es alegre, y el
malencónico hombre irado, y el colérico movido de ligero, y el flemático
torpe y perezoso; y esto, que se lo dan sus complexiones, que tomaron
naciendo en los años, meses, días y horas en que las planetas y signos
dan sus naturales influencias. Pues, si esto así es, de necesario
conviene que el sanguino sea de buena calidad y haga bien, y el
malencónico irado y que con su ira haga mal, y así de los otros; y pues
tal es su complexión, no puede sino por ella pasar, y hacer y acabar
según su constelación. Pues ¿cómo me quieres ahora tornar a decir que no
es necesidad que el malo haga mal, pues que de su calidad le viene, que
acabe mal haciendo mal —y el bueno por el contrario— pues parece que de
necesidad es y no voluntad?». Ahora yo te quiero responder, ca
argumento en esta manera: yo no te niego que los cuerpos superiores no
den sus influencias a los inferiores, y que las personas que en los
tales tiempos, días y horas nacen durante sus influencias de los signos y
planetas, que no reciban de sus calidades y correspondencias; pero con
esto están dos respuestas: la primera, que Dios todopoderoso puede de ti
y de mí ordenar contra tu calidad y mía; que aunque queramos nosotros
usar mal, empero a Él le place que nosotros usemos bien, dándonos
conocimiento del mal usar nuestro con perdimiento —porque no quiere la
muerte del pecador, pero que viva y se arrepienta— dándonos señales para
bien hacer y obrar, no constriñendo el natural juicio a bien obrar —que
el mérito se perdería— mas dando demostraciones de cosas que de
voluntad propia suya le retraigan de mal hacer, y le den voluntad y
apetito a bien hacer. Y como dice en la leyenda de la cuarta feria de
Pascua de Resurrección, donde dice: «No quieras murmurar porque dije:
ninguno a mí no puede venir si primero el mi Padre a mí no lo trajere»,
parecería por ende que ninguno no puede venir a bien hacer si no será
traído, y luego parecería ser forzado el tal bien hacer, y no
voluntario. Responde aquí y dice: «Algunos a bien hacer vienen como
forzados, a las veces con bien, a las otras con mal; pero así traídos,
el bien que después hacen, voluntario le hacen y de grado; y si el
comienzo fue forzado, el medio y la fin son voluntarios de bien hacer».
Dice más adelante: «No cure, pues, ninguno de decir ¿Por qué no trae
nuestro Señor a este como aquel, y al uno como al otro, y comúnmente a
todos?». Responde y dice: «Porque quiere ser, como señor, rogado; que
aquel que a sí trae, por algún bien que alguna vez hizo, lo trajo». Por
ende, consejo da aquí y bueno, diciendo: «Si ves que nuestro Señor no te
trae a sí como a los otros, y te olvida, ruégale, suplícale que le
plega de traer a ti a sí como a los otros trae a bien obrar; gime tus
culpas, llora tus pecados, conoce tus errores, castiga tus obras,
enmienda tu vida, conoce su poderío, entiende su gracia, siente su
bondad, guarda la su clemencia y piedad, teme las penas, desea su
gloria, vive bien, y déjate de tales cosas juzgar, pedir ni demandar».
Empero si dices que así no es esto, dispútalo con Él, y déjate de mí,
que de los hechos de Dios no te puedo más certificar, que ni recibe
argumento insoluble, ni sofisma, ni obligatoria, ni terminus in quem,
ni argumento lulista, remonista ni sofista, ni otro decir ni argüir
sino lo que le place, lo que quiere y permite que lo que es, que sea
así. La segunda razón por tu argumento que hiciste, como pensando que
era insoluble, para anularle es esta: dime, ¿nuestro Señor no dio para
cada criatura seso y juicio natural para el mal del bien discernir, y
que conozca él mismo cuándo hace mal y cuándo hace bien? Dime más: ¿no
dio Nuestro Señor Dios a la criatura discreción y franco albedrío para
hacer bien y obrar mal si quisiere, dándole primeramente conocimiento
del bien? Dime más: ¿no dio Nuestro Señor Dios a cada criatura un ángel
bueno que le conseje —porque a las veces la criatura turbada de voluntad
desordenada, casi como ciega que no ve, o inducida y consejada por el
enemigo Satanás, o por otros contrarios y enemigos que la criatura
tiene, como es el mundo, sus haberes y deleites, y como la criatura a
las veces con estas turbaciones, por la flaqueza de la carne, que se
inclina antes a estas cosas que no a amar y servir a Dios, empero le dio
el ángel bueno, que luego le trae a la memoria: «Cata, que mal haces
contra Dios y contra el consejo que te doy, contra tu conciencia que
siempre te acusará lo mal hecho?». Pues dime, todo esto previsto, si tú
quieres mal usar, ¿hazlo la constelación de tu planeta y signo, o
calidad tuya de ser flemático o colérico, o tú mismo que te lo quieres?
Por cierto no lo hace otro sino tú mismo que así lo quieres hacer, que
no por falta de conocencia ni por falta, que si cuando haces mal
quisieres hacer bien o del tal mal hacer dejarte que no pudieses.
Concluyo dos cosas aquí: la primera, que no ha criatura que, si apartada
no sea de natural seso, y aquesta tal no le es contado el mal que hace,
si seso no tiene —es de ver en qué estado le tomó la privación del
seso: que si en estado de gracia, bien está; si en pecado mortal,
menester ha el ayuda de Dios; pero esto es de otra materia y no de este
propósito— pero como dije, si la criatura poco o mucho juicio tiene
—cuanto poco que ella tiene— no la hay criatura que no haya conocimiento
que hace mal o bien; o que de sí lo conozca, o que se lo revele, o que a
la memoria traiga el buen ángel; o a las veces los méritos de algunos
bienes que hizo o hace el otro por él, y a las veces ruegos de santos o
santas a quien devoción tiene: estos tales santos o las tales santas
ruegan a Dios por él que conozca su mala vida y que le dé gracia de bien
obrar; no ruegan a los signos ni planetas, ni al hado ni fortuna, salvo
a Dios todopoderoso. La segunda razón es que no ha criatura que si bien
quisiere obrar que no tenga más poderío para ello que no para mal
obrar; que bien obrando todo es suyo, franco, libre y quito. No ha temor
de persona que viva. Pero para mal obrar no tiene este poderío; que él
ha miedo a la justicia, ha miedo a las gentes a quien mal y daño hace,
ha miedo a todos comúnmente; y aunque sean otros y no aquellos a quien
él mal hace, que le prendan, que le redarguyan, que le acusen del mal
que hiciere. Y este tal que mal hace ha miedo a todos estos, y de Dios
no ha miedo ni temor. Pero el que bien hace es por el contrario; que no
ha miedo ni temor a la justicia ni a las gentes, sino a Dios solo, que
ha miedo de ofenderle, ha miedo si el bien que hace si le es placible a
Nuestro Señor o no; ha miedo que si cuando muriere si habrá hechas
tantas buenas obras, y tales que sea merecedor de alcanzar purgatorio. Y
todos estos miedos son en el bueno, y los susodichos en el malo. Pues
si el malo bien quisiere obrar, hado ni planeta no se lo puede quitar;
si el contrario, eso mismo. Y por tanto, te digo que cada uno tiene en
su poderío y es todo señor de sí para mal o bien hacer, mediara la
gracia de Dios Nuestro Señor; que si en otra guisa fuese, sería dar
necesidad a las cosas ser así o no ser así, y la condenación del
infierno al malo sería contra justicia, y la salvación del bueno sin
méritos sería. Que si el bueno fue bueno, y su constelación, su planeta,
signo, hado cuando naciose lo dio, que bien había de acabar, ya ni
grado ni gracias, que según esto santo nació y bienaventurado murió. Eso
mismo del malo: si el malo nació en mal signo, y fue así que hubo de
proseguir su maldad viviendo, y murió malo, ¿qué justicia sería esta,
haber dañación, pues él no procuró de nacer en aquel mal signo, planeta o
hado? Y sería venir a la fuerte materia de los precitos y
predestinados, diciendo que los unos de necesario han de ser salvos, los
otros dañados. Y con razón habrían que decir los que se esperasen de
dañar de necesario, diciendo: «¡Oh Señor!, pues de necesario me tengo de
dañar, ¿por qué quisiste que naciese, pues a Ti era notorio en la tu
parecencia eternalmente dispuesta, que yo me había naciendo de dañar?
Pues si Tú lo quisiste así, a Ti sea gloria como Soberano Señor. Pero,
Señor, por Tú ser verdadera justicia, piensa que no me haces justicia,
ca mejor fuera que no naciera para tal condenación haber y esperar tal
tormento, no siendo mía la culpa, ni procurar mi ser y nacimiento en el
mundo. Tú lo ordenaste, a Ti plogo, Señor; sin culpa soy de este pecado y
bien inocente de ello». Esto y otras cosas muy reprobadas se siguen de
la tal necesidad, y de esta materia no se deben las personas mucho curar
ni disputar, especialmente los que teólogos mucho fundados no son,
según en el libro De Vita Christi dijo maestre Francisco
Jimenes, fraile menor. Y por no venir a este inconveniente y cuestión, y
muchas otras erróneas demandas que hacer suelen los simples o locos
atrevidos, dejarse de ello sabieza es: que por tanto dio Nuestro Señor a
cada uno seso, y entendimiento y conocimiento de mal y bien, y que
fuese señor de sí y aun señor del diablo, si quisiese, y que en su mano
fuese de salvarse o dañarse sin hado ni planeta, como dice David:
«Señor, la mi ánima siempre está en mis manos para poderla salvar o
dañar». De esta materia lee la XXIII causa, la cuestión cuarta, capítulo
Nabucodonosor, en el Decreto. Allí hallarás definida
esta materia por San Agustín y otros doctores, de los precitos y
predestinados, donde pone ejemplo en Faraón y Nabucodonosor, que eran
iguales Reyes, al uno endureció el corazón y se condenó, al otro se lo
ablandó, haciéndole andar como bestia por los montes, privado de su
reino y aborrecido de los suyos y deshonrado. Empero estos dos amos
fueron soberbios y desconocidos a Dios, empero el uno fue salvo, y el
otro condenado por permisión de Dios, por cuanto el uno, de Dios
tentado, se arrepintió y mereció ser a su reino restituido después la
hecha penitencia; el otro, Faraón, tentado, se ensoberbeció y se tornó
peor, donde mereció ser perdido. Pruébase luego el hombre de su bien o
mal ser causador de su libre albedrío; porfiando Faraón quiso ser
perdido, como a otros Faraones de cada día contece. Pues el porfiado y
rebelde, crudo y tirano, inobediente y soberbio pecador, culpe al
causador de su culpa y no al ordenador de su pena. Si demandas por qué
esto, responde San Agustín: «Porque al Soberano así place». De esta
materia lee el Eclesiástico a los quince capítulos. Y verás
como el poderío de la criatura es en ella de se salvar o dañar; y aun se
hallarían millares de autoridades otras al propósito concluyentes. No
te excuses pues, con hado, planeta, ni suerte, ni ventura, ni diciendo
que le plogo a Dios; sino di que te plogo a ti, y pudieras salvarte, y
fue en tu querer y mano, y por poca delectación mundana. Di y confiesa
que no quisiste salvarte, y esta es la verdad, y lo ál creer es vanidad,
pues experiencia lo demuestra, y cada uno lo ve bien en sí. Y esto es
lo que a los dañados tormenta, la conciencia que los acusa cómo por su
propia culpa se dañaron, confiando locamente mucho en la misericordia de
Dios, mal haciendo continuamente, no pensando en la su justicia, que
esperó, y nunca vino enmienda. Por cuanto quiero que sepas que nuestro
Señor, del comienzo del mundo, y desde siempre, todas las cosas fueron
cumplidamente a Él notorias, y sabe todo lo pasado, presente y venidero.
Empero, la su presciencia y saber es en dos maneras: la una cuanto al
saber que es cerca de sí, y esto es inconmutable; la otra es cuanto en
esguarde de la criatura. Y este tal saber nunca a la libertad de la
criatura repugna ni contradice; ante, así con la libertad, franco
albedrío de la criatura se arregla, que el bueno o mal obrar suyo muda
su presciencia a la criatura enderezada. Por tanto, los precitos
—conviene a saber, los que son malos y se han de dañar— y los
predestinados —los que son buenos y se han de salvar— esto no les viene
de su presciencia y predestinación por necesidad; por cuanto su bien
hacer de los predestinados y buenos no le han sin gracia de Dios, y él
de los precitos malos sin su remordimiento de conciencia, por ende de
culpa heridos son y en la tal culpa. Y esta tal necesidad de ser o no
ser lo que ha en la criatura de ser, se refiere a la divinal Providencia
de Nuestro Señor, no en esguarde de sí y del saber cuanto a sí, según
dije, mas en esguarde de la criatura, que a su libertad de ella no
repugna el tal saber. Y así Nuestro Señor permitiente, que quiere decir
no contradiciente a la discreción liberal de la criatura para que ella
tome intención de la cosa buena o mala, y que elija la que le pluguiere
—aunque todos desean ser salvos— sus méritos, pero exigentes, que su
justicia no sería otramente justa. Lee el capítulo Vasis y el capítulo Non Ergo, XXIII, questio IV
e verás en cómo Nuestro Señor, por penitencia hecha de graves pecados,
muchas veces muda su sentencia, por cuanto su misericordia es tal que
sigue las buenas obras del penitente. Pues he aquí respondido a tu
argumento que me hiciste, a mi juicio, ser enmienda de muy muchos
letrados que sé que asignarían mayores y más fuertes y fundadas razones
en este caso. Pues a nuestro propósito tornando, los unos dicen hados,
los otros dicen ventura, otros dicen mala dicha o fortuna. Y si una
criatura muere mala muerte, luego dicen: «Su ventura era que había de
morir aquella muerte: ya eran sus días cumplidos». Estas palabras muy
reprobadas y otras muchas dicen, y ya pluguiese a Dios que sólo con el
decir pasasen: mas lo peor y de mayor pecado que es que lo creen ser así
verdaderamente, y ponen en ello fe tanta, y tan grande y tan puro
corazón y voluntad en ello ponen, cual pusiesen en amar a Dios y conocer
que de él vienen todas las cosas. Y por nuestros pecados tanto es este
pecado en uso de las gentes, que ya no es tenido en nada —aunque lo
oigan decir e lo peor creer— y también y mejor lo dicen y creen los
grandes hombres, y aun los letrados como los simples ignorantes. Y ni
por eso queda que el tal uso ni costumbre sea dicho uso ni costumbre;
antes es dicho uso corrupto y costumbre reprobada y dañada, como bajo
diré, pues no es razonable, legítima ni prescrita, que antes es
contraria de toda razón, como ya suso dije. Pues síguese que no es
razonable mas reprobada, según dice en muchos lugares la Santa
Escritura, pues prescrita no puede ser dicha, que desde el comienzo del
mundo, aunque algunos de poco sentido dijeron ser hados, hadas y
venturas, pero los que la verdad alcanzan y la verdad conocieron,
todavía dijeron lo contrario. Y ni aun por ser luengo tiempo dicho por
algunos ser hados y venturas, no se sigue por eso ello ser así, ni que
deba ser creído, ni ello ser verdad, que sería multiplicar
inconveniente. Y cuanto más se dijo y más se usó se creyó, todo fue más
error y mayor pecado, y tanto fue, y es y será la opinión de los tales
agravada y reprobada por aquellos que juicio natural alcanzan, según
veréis en una Decretal, la postrimera de las Decretales, en el título De las costumbres,
donde dice: «Tanto son más graves los pecados, cuanto más luengo tiempo
tienen a la desaventurada cuitada del ánima atada, y más luengamente
son ejercitados y usados». Conclúyese, pues, que un mal uso haber gran
tiempo ser usado, ni por eso es mejor, ni traerlo en argumento es bueno;
que es multiplicar inconveniente, porque el mal uso aborrecido debe
ser; pues no alegue ninguno: «los pasados tuvieron ser hados y fortuna,
síguese que no lo debemos nosotros tener y creer», pues reprobado por la
Santa Iglesia es. Pero estos que estas tales cosas dicen quiérense
defender y traer en argumento al dicho de Job en las lecciones de
muertos, donde dice así: «Los días del hombre breves son, y el número de
los sus meses acerca de Ti es». Síguese más adelante: «Señor, Tú
constituiste al hombre términos, los cuales no pueden traspasar». A esto
te respondo que le constituyó al hombre en la tercera edad, y dende
adelante de ciento veinte años, los cuales ninguno no traspasará según
nuestra experiencia. Y David da término y testimonio en el salmo Deus refugium,
donde dice que el poderío del hombre es hasta los ochenta años, y de
allí adelante trabajo y dolor; pero según él mismo dice, aun el hombre
puede ser causa de no vivir tanto si mal usare continuando, donde dice
que los varones llenos de maldades no demediarán los sus días. Así que
verdad es que son breves los días del hombre en comparación de las
primeras edades, que vivían novecientos y más años, y que tienen
términos según que de alto dije, y aun los abrevian mal viviendo, que
mueren o hacen mala fin en breve; o son breves los días del hombre a
respecto de los días del mundo pasados y de los venideros; o a respecto
de los que han en el otro siglo de durar, en comparación de un soplo que
en este triste mundo vivimos. Y aun en el salmo que comienza «Dije, yo
guardaré mis carreras, que yo no peque con mi lengua», en el sétimo
verso dice así: «Señor, ¡ahé que medidos pusiste los mis días, y la
sustancia mía así como no nada es delante Ti!». Síguese: «En verdad te
digo, todo es una gran vanidad el vivir del hombre que allega y guarda
que no sabe para quién». Conclúyese luego, según lo susodicho, que ya el
hombre tenía término y tiempo limitado de vivir, y que aquel término no
puede traspasar: esto entienden a la letra los que esto arguyen.
Síguese, pues, que allegando al término, de necesario conviene morir al
hombre, y que sus días allí fenezcan, o por vía de buena o mala muerte, o
por lisión u ocasión, que no es dar medio. Y aun estos tales, por su
razón y argumento fortificar, dicen para en prueba de lo que dicho he:
«Veo yo de cada día unos que viven bien y acaban mal, otros que viven
mal y acaban bien». Y de estas maneras sobredichas de vivir las fines de
ellas son muy extrañas y de diversos y de infinitos casos e inopinadas
muertes, según vemos de cada día por experiencia; que unos están en su
casa folgando, y viéneles voluntad súbito de ir a algún lugar, y aun tal
voluntad que no la pueden resistir; y cuando salen de su casa viénele
un caso desastrado que le acuchillan, o cae una teja que le mata, y
otras muertes y lisiones que de cada día se siguen ex improviso. Las
gentes luego profazan y dicen: «Tal murió ahora. ¡Dios le haya el ánima!
¿Vistes qué muerte súbita? Aun ahora estaba conmigo hablando; ahora se
partió de mí; aun ahora le vi pasar por aquí sano y alegre, y habló
conmigo, aun ahora salió de su casa. Creo sin falta que aquella muerte
había de morir, o aquella fin había de hacer. ¿Vistes qué mala ventura
le vino, qué desastre le acaeció? No eran sus días cumplidos hasta hoy:
su signo, su planeta en que nació se lo procuraron». Y otras muchas
cosas dicen y hablan osada y atrevidamente las gentes. Por ende, pues
así es, este tal o estas tales que así mueren, bien parece o se da a
entender que cumplidos sus días conviene que súbito mueran o buena o
mala muerte, en casa o fuera de casa, que si esto no fuese, ¿cómo el
hombre sano y alegre moriría tan súbitamente, sin a las veces haber
enfermedad ni mal, que cae muerto sin habla? ¿E el otro que le matan
súbito sin mal hacer, sino yéndose seguro a la plaza o a la iglesia? Por
ende, estos tales no han consideración a otra cosa, salvo a los
planetas, signos y naturales cosas, y no piensan en el poderío infinito
de Nuestro Señor Dios, y el alto consejo de sus innumerables secretos,
sino cuando más no alcanzan, dicen: «Pues esto ¿por qué lo hace Dios?».
O: «Esto que Dios hace, permite, no me parece derecha razón ni
justicia». Y aun a las veces algunos locos, que infingen de muchos
sabios, dicen: «En verdad, si a nuestro Señor le pluguiese ponerse a
derecho conmigo en este caso, yo le diese tales razones evidentes por
que Él no debiera hacer tal cosa; murió tal sabio, tal rico, tal
poderoso, tal dueña, tal doncella, tal Papa, tal Emperador, tal Rey —y
así de los otros— los cuales estaban bien en el mundo: hacían muchas
limosnas; hacían muchas iglesias; casaban muchas huérfanas —y así de
otras cosas. Llevolos Dios que eran para el mundo mozos, mancebos y
buenos, y dejó los viejos y hombres malos vivir y prosperar, que
persiguen a Dios y al mundo, que con ellos hombre no puede vivir. Pues
esta ¿qué justicia o qué razón es, que el malo prospere y viva, y que el
bueno padezca y muera? Que, según dice Catón, aquel es digno de ser
llamado Rey, los que regir sabe sus reinos. Por ende, los que regir
saben y merecen ser Reyes, estos no deberían morir, y los otros que no
son para Reyes, ni deberían suceder, vivir ni heredar. Y lo que del Rey
digo, entiendo de otra cualquier sucesión, mayorazgo, honor y herencia.
Los que esto dicen no paran mientes a otra cosa, salvo a su parecer y
según tal les dicta la ficta razón suya; y ellos bien dicen a prima
vista, estos tales, pero no conocen más de aquella gruesa forma y
materia, que al ojo ven, y de aquello no saben aún departir, y quieren
osadamente hablar y disputar, y querer saber y escudriñar las cosas
infinitas y los secretos de Dios incomprensibles. Y por tanto, el sabio
Catón decía: «Deja, deja los secretos de Dios; no quieras saber ni
perscrutar cuáles son ni por qué o si son». Demás dice el santo Job:
«Líbrame, Señor, y póneme cerca de Ti y la mano del más fuerte siquiera
sea contra mí». Así que conoció Job, según esto, el poderío que Nuestro
Señor sobre todo el mundo tiene absoluto. No curaba este santo de
demandar quién es ni por qué hace Dios esto; parece que ya le conocía.
Por ende, quería ser su allegado, siquiera todo el mundo, y aun el
cielo, fuese contra él. Y en otro lugar dice el Apóstol San Pablo en una
Epístola que envió a los Corintios: «Si Dios es con nosotros, ¿quién
será contra nos?». Quería decir que no lo había ninguno tan osado. Y aun
el Profeta David decía: «Los juicios de Dios muchos son y muy hondos».
Demándote, amigo ¿no sabes tú que de una mujer tuya y a que a tu
servicio está, nunca en tu vida puedes sus secretos saber ni entender;
que comes y duermes y estás de cada día con ella, y la mantienes, y le
das todo lo que le es necesario? Ni de un amigo tuyo no puedes descubrir
sus secretos, ¿e quieres tú saber los secretos de Dios muy poderoso,
infinito en saber, los cuales no le plogo a los sus amados Apóstoles, ni
a los sus escogidos discípulos revelar, ni a los sus electos ángeles
del cielo descubrir? Como Él mismo en el Evangelio
dijo: «Hermanos míos, ruégovos que no queráis trabajarvos en querer
saber los tiempos y momentos que son secretos del mi Padre, los cuales
para sí reservó y los puso so el poderío suyo absoluto». Y tú, hombre
mundano, de no nada hecho, quieres saber, y con diligencia mucho tomas
estudio con pensamiento vano de querer saber y entender los secretos
suyos, de tomar manera casi de continencia contra Él, diciendo: «Pues
¿esto por qué? Aquello no va mucho bien; esto no es razón». Y demás, aun
lo peor, que determinadamente quieres hablar creyendo ser así que
hados, planetas y fortunas son, y a las cosas dan ser y no ser, y que
hacen las criaturas ricas y pobres, dolientes y sanas; no haciendo en
todo ello mención de Nuestro Señor Dios, Criador de todas las cosas, el
cual a todos da influencia, ser, regir y cursar. Y bien debería caer
cualquiera en esta razón que, pues Nuestro Señor Dios da ser y
permanecer, y obrar, y finir, y da sus constelaciones a las planetas y
signos, y de él proceden todos los cursos que hacen, y los circuitos y
movimientos, y sin permisión y voluntad suya no harían de ello nada, y
ni aun ser no habrían, pues ¿quién duda si Aquel que rige a tu planeta y
signo que rige mayormente a ti? Y si la planeta que a ti da influencia
—como tú dices— es por Nuestro Señor regida y gobernada, por
consiguiente ¿y aquellas cosas a quien ella da sus influencias? Esto
ligero está de entender, y si otra razón al mundo no hubiese, esta sola
bastar debería a los porfiados incrédulos, que en creer otras vanidades
hacen dioses de fortunas, dioses de hadas, dioses de venturas, dioses de
naturas, dioses de planetas y signos, dioses de locuras, queriendo
atribuir poderío a aquel que más poderío no tiene de cuanto Nuestro
Señor le da o permite haber. Por tanto, dijo David en el salmo «Dijo el
loco en su corazón que no era Dios», dice adelante: «El Señor Dios paró
mientes desde el cielo sobre los hijos de los hombres, para ver si había
alguno que entendiese y requiriese y reclamase a Dios». Y síguese:
«Como claro sepulcro son sus gargantas; con sus malvadas y mentirosas
lenguas en engaño hablan; veneno como de aquella serpiente espiden de
yuso de sus lenguas trayentes». Dice más adelante: «A Nuestro Señor no
llamaron, y dijeron no haber miedo a donde no convenía haber miedo».
Pues ved aquí cómo las gentes en lugar de llamar, suplicar e invocar a
Nuestro Señor, llaman e invocan hados, hadas y locuras. Por ende, dice
David en otra parte en el salmo «Salvo hazme, Señor», en el verso
tercero dice así: «Nuestro Señor disipe todas las bocas engañadoras y
aun las lenguas mucho hablantes». Por ende, amigos, cada uno hable
templada, sabia y mesuradamente en todas las cosas, proponiendo a Dios
Nuestro Señor delante. Por ende, por solo servicio de Dios, cada uno en
este caso tenga y crea lo que razón dicta. Si quieres para ello pruebas
más y muchas más de cómo sólo Dios es el que hace y deshace, manda y
veda, dispone y ordena, darte ya mil autoridades de la Santa Escritura,
pues tanto es de creer como yo y tú, por hacer callar a algunos carmidos
que sus lenguas sin miedo extienden a hablar más que no conviene; como
dice San Pablo: «No conviene más saber, mas mesuradamente querer saber;
esto es buen saber; que no querer saber lo que no pertenece y dejar de
saber lo que necesario es». Primeramente te doy a Moisés Profeta —¡velas
si es testigo de tachar!— el cual dice, hablando por espíritu de
profecía en persona de Dios, esto que se sigue; lee el cántico que
comienza: «Vosotros, cielos, oíd ahora lo que yo hablo; a la tierra
ruego que oiga las palabras de mi boca». Para aquí mientes, amigo, como
Moisés al cielo lo dijo y, por consiguiente, a sus planetas que en él
están, que aquel que todo lo dice no saca nada de lo que dice. Asimismo a
la tierra dijo: «Tú, tierra, ruégote que oigas las palabras de mi
boca», queriendo decir: «Vosotros cielos con vuestras planetas y
estrellas y signos, y tú, tierra, que es circuito del mundo, mares y
arenas, y los que en él estáis, oid qué vos digo. Di, si tú, hombre, en
pecados estás engrasado, dejas a mí y buscas dioses extraños, planetas y
hados; yo esconderé mi faz contra ti y yo consideraré los tus hechos
pasados y por venir, y te daré por tus obras galardón de mal o bien,
según tu merecimiento». Y síguese: «¡Oh generación perversa y mala,
hijos que yo crie, infieles, yo vos daré plagas!», etc. Síguese: «¡Oh
gente sin consejo y sin prudencia, ya fuese que supieseis y entendieseis
y a las cosas por venir proveyeseis!». Síguese adelante: «¡Mía, mía es
la venganza! Yo la tomaré de vosotros al tiempo que a mí plogiere. Yo
haré desvarar los vuestros pies; cerca es ya el día de la vuestra
perdición, y para que así sea, ya se vienen allegando los tiempos». Y
dice más adelante: «Catad bien que solo yo soy Dios, y no hay otro ante
mí ni después de mí; yo mataré, yo heriré, yo sanaré y vivir haré, y
ninguno no puede de mi mano escapar». Síguese más adelante: «Yo alzaré
mi mano al cielo, y diré: "yo sólo soy el que para siempre vivo"». Pues,
amigos, ¿qué andamos más buscando? Si creemos que Moisés fue Profeta de
Dios, como verdaderamente fue; si creemos que habló por la boca de
espíritu en persona de Dios, como verdaderamente habló, y es verdad, y
la Madre Santa Iglesia tiene, y todos los cristianos tenemos y creer
debemos; bien vemos al ojo cómo en persona de Dios dijo, que sólo Dios
Nuestro Señor mata, sana y lleva a los infiernos, y da ser y vida a las
criaturas razonables, y aun a los brutos animales de razón carecientes.
Dice más: que ninguno no puede de su mano escapar. Dice más David en el
salmo «Loa la mi ánima a Dios»: «Loaré al Señor en cuanto yo viviere». Y
síguese: «Non quieras confiar en los príncipes ni en los hijos de los
hombres, en los cuales no hallarás salud; que su espíritu saldrá de
ellos y en aquel día perecerán todos los sus pensamientos.
Bienaventurado será el varón de quien es Dios de Jacob su ayudador, y su
esperanza es en el Señor Dios que lo hizo a él, y al cielo y la tierra,
la mar y todas las cosas que en ellos son; el que siempre guarda verdad
y hace justicia a aquellos que padecen injurias, y a los hambrientos
harta de vianda. Nuestro Señor es el que a los presos suelta y a los
ciegos alumbra; Nuestro Señor alza los caídos, y a los justos endereza;
Nuestro Señor guarda a los extraños, al huérfano y a la viuda ampara y
en sí toma, y las carreras de los pecadores derrama; reinará Nuestro
Señor para siempre en todas cuantas generaciones serán». Pues bien
parece que Nuestro Señor Dios es el que hace todas las cosas, y no otro
fuera de él. Pues luego hados, planetas, signos ni ventura no han este
poder, que antes, como suso dije, son regidos y gobernados por Él y a la
su voluntad sus operaciones y circuitos hacen con su permisión. Y no
entiendas aquí a la letra do dice: «yo mataré, yo sanaré», etc., que
Dios ande a matar hombres, ni tome venganza en sí, ni malenconía, ni
pensamiento —aunque la letra por manera de hablar lo diga, no que ello
así sea—; que en Nuestro Señor no caen accidentes, ni los toma según más
ni según menos, ni pasiones algunas, las cuales no caen sino en
corpóreas sustancias. Y como Nuestro Señor Dios tal en sí no tenga,
síguese que no toma en sí accidentes ni pasiones; mas permitiendo y
lugar dando en el bien y en el mal, en la muerte o daño de aquel y del
otro. Dice el profeta que Él lo hace, y aun de cada día lo oímos —y
leyes y cánones y fueros y derechos hay de ello— que los que consienten y
los que mal hacen, por igual pena son de pugnar; eso mismo el que manda
o consiente, y aprueba o da favor o ayuda al mal hacer, parece él mismo
hacerlo. Demás te diré: si el señor recibe y toma a su servidor en su
casa, y le favorece después del mal hecho por el servidor, siendo el
señor de ello sabedor, es a la pena el señor obligado. Más fuerte te
digo: si tú ves herir o matar, o incendio poner a su casa o viña o campo
de tu prójimo, y el tal mal tú pudieras estorbar que se no hiciera, y
por tu negligencia o mala voluntad lo dejaste, dígote que eres al tal
mal y daño obligado, según derecho y aun según Dios, y te será ante Dios
a su tiempo demandado por aquel que el tal daño o muerte recibió: lo
cual no recibiera si a ti ploguiera interponerte a ello. Pues ves aquí
cómo por Nuestro Señor permitir hacer las cosas, Él mismo se dice que Él
mismo las hace consentimiento dando a ello: que no moriría el que
muere, ni penaría el que pena, ni sería pobre el que lo es, ni el alto
vendría a lo bajo, ni el bajo subiría en alto, si a Nuestro Señor no le
ploguiese y no lo permitiese. Pues, déjate de hablar de planetas y
signos, hados y hadas, y venturas y fortunas, que todo es nada sino solo
Dios Todopoderoso. Pero lee a David en el salmo, cuarta feria, que
comienza: «Nuestro Señor, oye mi oración y los míos ruegos no los
menosprescies»; verás en el verso postrimero que dice: «Los varones
ensangrentadores —y quiere decir que son pecadores y engañadores— los
sus días no les demediarán». Ítem, en el salmo «Noli emulari»,
en el noveno verso, dice que los que viven y andan con malicias serán
exterminados; los que a Nuestro Señor Dios sostuvieren, estos heredarán
la tierra. Síguese: «Irás a buscar al pecador y no le hallarás en su
lugar; los mansos, estos hallarás herederos en la tierra». Síguese
adelante que mejor vive con poco el justo que el pecador con todas sus
riquezas. Síguese más adelante: «Mancebo fui y viejo me vi, mas nunca
justo desamparado vi, ni los de su linaje mendigar ni ser pobres». Dice
más: «Los injustos serán punidos y su simiente perecerá». Así, pues, los
hombres si por matar o acuchillar fueren derramadores de sangre de sus
prójimos, o fueren ensangrentadores por pecados, maldiciendo mal de
otros, hablando o murmurando, profazando, detractando, estos son dichos
también ensangrentadores, por que la Escritura toma al hombre sangriento
o ensangrentador por pecador; como dice en el salmo «Señor, habe merced
de mí según la tu gran misericordia», dice adelante: «Líbrame, Señor,
de los sangrientos o sanguíneos»; no lo dice por los que son de
complexión sanguinos, ni por los que de sangre están untados, mas por
los pecadores que de cada día cometen y están en ellos emboltados, sin
corrección, ni enmienda, ni castigo; lo cual proviene de poco temor de
Dios, y por la gran misericordia suya que le place sufrir tanto y
esperarlos a penitencia. Y así aquí a nuestro propósito los varones
sanguinos o sangrientos, conviene saber, los pecadores y engañadores,
ante de su tiempo morirán, y aun no alcanzarán vivir a la mitad del
tiempo que razonablemente vivir pudieran. Lee en el salmo «Bendeciré al
Señor en todo tiempo», de la segunda feria, en el verso XVII.º, donde
dice: «La faz de Nuestro Señor todavía está sobre aquellos que mal usan o
mal hacen para destruir en la tierra la memoria de ellos». Dime, pues,
esto: si los mata hado o fortuna, sino que por su mal vivir le place a
Dios que mueran antes de tiempo, a las veces mal, a las veces bien,
según la disposición de su divinal Providencia. Lee en el salmo «Load al
Señor, porque es bueno», síguese: «Él, que es bueno y sana a los
contritos de corazón y ata las contriciones de ellos, Él, que cuenta la
muchedumbre de las estrellas y a cada una pone nombre, muy grande es
Nuestro Señor, y muy grande es la su virtud. Toma en sí los mansos
Nuestro Señor y humilla los pecadores hasta tierra». Síguese: «Nuestro
Señor cubre los cielos de nubes y da a la tierra lluvias. Él es el que
da heno en los montes y yerbas para servicio de los hombres. Este da a
las animalias de comer y a los hijos de las aves cuando le llaman. No en
la fortaleza del caballo voluntad habrá, ni en las piernas del varón no
será su querer: la buena voluntad Dios la ha al que le teme y aquel que
espera en la su misericordia». Pues no en la de la fortuna, hado ni
planeta ni signo. Lee más a David en el salmo «A mi Señor Dios será la
mi ánima sujeta», en el postrimero verso dice así: «Una vez habló
Nuestro Señor Dios; dos cosas oí: que el poderío de Dios es, y a Ti,
Señor, es dado hacer misericordia, y Tú, Señor, darás a cada cual
galardón según sus obras». Pues esto no lo puede hacer ni hace la
fortuna ni hado. Lee de esta materia en la leyenda de la Epifanía sobre
aquel paso cuando apareció la estrella a los tres Reyes Magos: allí
verás cómo reprueba la Santa Escritura estas locuras de hados y
venturas. Lee más el salmo «Alegrose mi corazón en el Señor», donde
dice: «Nuestro Señor Dios es el que da muerte y vida; lleva a los
infiernos y saca de aquellos al que le place; e hizo del rico pobre y
del pobre rico; ensalza al que quiere y humilla al que le place, y
levanta al menguado del polvo y del estiércol alza al pobre». Y aun en
otra parte dice: «Nuestro Señor levanta a todos los caídos y endereza a
todos aquellos que están perdidos». Síguese adelante: «Nuestro Señor
guarda a todos aquellos que le aman, y a todos los pecadores perderá y
hará perder». Y en el salmo «Yo ensalzaré a Ti, mi Señor y mi Rey»,
tornando al salmo primero dice adelante: «Del Señor Dios son todas las
cosas de la tierra y a su gobernamiento se mandan». Demás en el salmo
«Bendice tú, mi alma, al Señor», en la maitinada del sábado, en los
versos veinte y nueve y XXX, donde dice: «Señor, dándoles Tú, ellos
escogerán; abriendo Tú la mano, llenos serán de abundancia; si Tú,
Señor, les volvieres la tu faz, luego serán todos turbados»; y «Señor,
si el espíritu les quitares, luego desfallecerán y serán polvo tornados
de donde salieron»; y «Señor, envía el tu espíritu y serán recriados, y
toda la faz de la tierra será renovada». Pues ve aquí, amigo, cómo Dios
Nuestro Señor da ser y no ser, vida y muerte, cría y descría, da bienes
temporales y los quita, y no hado ni fortuna. Lee más: en el siguiente
salmo «Confesadvos al Señor e invocad su santo nombre», dice cómo
Nuestro Señor envió a Moisés, y las plagas que envió a las gentes con
mortandades. Esto hacían los malos ángeles por su mandado a Faraón y a
sus compañas. Esto mismo cuenta el salmo «Oíd, pueblo mío, la mi ley»,
en la quinta maitinada del jueves, donde cuenta cuánto hizo Nuestro
Señor por su pueblo judaico, y cómo le fue desconocido, y cómo los penó
para siempre sin hado ni fortuna. Demás, en los salmos «Load al nombre
del Señor; Load, siervos, al Señor», y en el salmo «Confesad el Señor
porque es bueno», verás cómo Nuestro Señor permitía matar desde el
hombre hasta las pécoras. Léelo bien y verás las maravillas de Dios,
cómo penaban los malos en el tiempo pasado; en la cuarta visperada lo
hallarás. Pues ve aquí en los susodichos salmos y versos, y millares
otros y otras alegaciones y doctores que en este paso podrían ser
alegados, sino por no detener tiempo, en cómo sólo Dios manda y ordena,
mata y sana, hace y deshace. Aun dice el mismo David en el salmo «Dios
de los dioses habló», dice así: «El hombre como fuese en honra no tuvo
entendimiento, y es comparado a las bestias y semejable es hecho a
ellas». En otro lugar dice hablando de estos tales: «Como bestias,
Señor, con el cabestro y con el freno aprieta las quijadas Tú de estas
bestias tales, que se no quieren llegar a Ti. A los pecadores, Señor
dales muchos azotes y castígalos, y a los que en Ti esperaren de mucha
misericordia y piedad serán en derredor cercados». Por ende no nos
maravillemos si por nuestros pecados y bestiedades Nuestro Señor
mansamente nos azota —no según merecíamos, que ya no seríamos al mundo—
como dice David: «Si no que mi Señor me ayuda, poco menos en el infierno
morara ya la mi ánima». Y así Nuestro Señor según la su gran
benignidad, nos castiga por mortandades, malos tiempos, adversidades,
sequedades de pocas aguas, guerras, enfermedades, pasiones,
tribulaciones, dolores de cada día y afanes; que ya los tiempos no
vienen como solían, porque los hombres y criaturas no viven como vivían;
que ahora en el verano hace invierno y en el invierno verano. En el
invierno truena y relampaguea con rayos contra natural curso, y en
verano serena y no llueve sino piedra y granizo. Estas cosas y otras
vemos de cada día por nuestros pecados y merecimientos, que ya los
antiguos que viven dicen: «Nunca tal vi; nunca tal oí; nunca me acuerdo
de tal tiempo tan fuerte, tan crudo, ni tan seco, ni tan caluroso». En
tanto que bien ve el hombre ciertamente que ya los tiempos no son los
que solían. Y como ya de suso dije, cuando verás el árbol verde, que no
le fallece humedad ni agua y se seca, señal es de no llevar ya fruto y
que el fuego con deseo lo espera. Entienda quien quiera este ejemplo,
entiéndase cada cual y no errará: tema a Dios y déjese de hados y
fortuna, que, como dice David en el salmo «Señor, probásteme y
conocísteme», dice en los versos cinco hasta los nueve: «Muy maravillosa
es hecha la tu ciencia», etc. Síguese: «¿Dónde iré, Señor, del tu
espíritu, y adónde de tu faz oiré? Si me subiere en el cielo, Tú allí
eres; si descendiere al infierno, Tú presente eres; si volare con mis
péndolas, por mucho que por la mañana me levante y me fuere a los
extremos de la mar, allí, Señor, tendrá tu mano diestra, y de allí me
traerá y sacará ella». Pues ve aquí cómo doquier que vamos, que quiera
que digamos, no podemos salir del poderío de Dios. Pues loco es el que a
signo ni planeta quiere atribuir poderío, sino a solo Dios infinito,
según en muchos lugares por David te lo he probado. Y, ¿sabes por qué te
alego más al profeta David que no a otros, aunque hay para alegar a
este propósito infinitos santos y doctores? Por cuanto el Salterio cada
cual lo alcanza, o lo puede bien alcanzar, y de cada día se lee y se
trae entre las manos, y los otros doctores no los puede haber cada uno
así de ligero. Por ende me atreví más a probar mi intención con David
que con otro. No alegue ninguno, por ende, ventura, signo, fortuna, hado
ni planeta, sino Nuestro Señor, que le place por los pecados de las
criaturas que así sea lo que es y se hace; que ninguno no ha mal, lesión
ni daño ni muerte, sino porque a Nuestro Señor así place o lo permite
que así sea. Esta es la verdadera conclusión de todo. Por ende ninguno
no diga: «Este sucedió en tal Reino o heredad o dignidad, aunque sea
papal, porque su hado, signo o planeta se lo dio o procuró, y así había
de ser»; o «este murió tal muerte, que nació en tal signo o hado»; ni
«este es rico o pobre porque su ventura no le había de fallecer, y así
había de ser»; que sería a la voluntad de Dios y al franco arbitrio de
la criatura racional dar necesidad; que es una gran herejía y falsa
opinión dañada y reprobada por aquellos que de juicio no carecen y Dios
ilumina de su verdadera ciencia y lumbre de inteligencia. Dice San
Agustín que aunque «precito» o «predestinado» sea dicho venir
de necesario, empero esa necesidad no se refiere cuanto a las cosas que
en ellas de necesidad se hayan así de cumplir y ejecutar; mas refiérese
la tal presciencia o predestinación cuanto a la divinal presciencia de
Nuestro Señor eternal, y no al advenimiento de las cosas. Hallarás esta
conclusión en el capítulo Vasis, XXIII, questio IIIj, en el párrafo «Non ergo necessitatem», hasta capítulo «His omnibus» en el Decreto,
según que ya de alto más largo esto dije y escribí en ese mismo
capítulo. Hay otros que no hablan tanto mal diciendo: «Si tal muerte
murió o tal mal hubo, o tal caso se le siguió, de Dios estaba ya
ordenado»; o dicen: «Plógole a Nuestro Señor que así fuese, bendito sea
su santo nombre por siempre jamás». Y estos dicen bien y dicen la
verdad; y así diciendo y creyendo, Dios ayudarlos ha cuando con
paciencia sufriesen si mal les viniere la ocasión o el daño, diciendo:
«Mi señor Dios es de esto placentero; eso mismo yo; bendito sea el su
santo nombre, amén». No curen de hado ni ventura, ni signo ni planetas,
sino de Aquel a cuyo gobierno todas las cosas se gobiernan y mandan. Ni
curen de decir «¿Por qué este bueno, que siempre usó bien, hubo mal?»,
ni «¿Por qué este malo, que toda su vida usó mal, prospera y todavía ha
bien, y de día en día su hacienda, hijos y bienes prosperan?». Que de
esto Nuestro Señor sabe cuál es malo y cuál es el bueno, cuál vive bien,
cuál vive mal, que a Él no se le esconde nada y a las gentes sí; que
algunos hay como bigardos, malos de conocer, por cuanto son de muchas
guisas y naturas y opiniones, según sus flacos ingenios les procuran que
se retraigan en aquella disimulada vida de vivir entre las gentes. Pero
¡ay!, unos de estos que disimulan el mal y infingen el bien con
disimulados hábitos y condiciones, con palabras mansas y gestos
sosegados, los ojos en tierra inclinados como de honestidad, mirando de
revés y de so capa; devotos y muy oradores, seguidores de iglesias,
ganadores de perdones, concordadores de paces, tratadores de todas obras
de piedad, roedores de altares, las rodillas hincadas en tierra y las
manos y los ojos al cielo, los pechos de recio hiriendo con muchos
suspiros, lágrimas y gemidos. Y de estos bigardos algunos de ellos son
en dos maneras: hay unos que se dan al acto varonil, desean compaña de
hombres por su vil acto, como hombres, con los tales cometer. Hay otros
de estos que son como mujeres en sus hechos y como hembrecillas en sus
desordenados apetitos, y desean los a los hombres con mayor ardor que
malas mujeres desean a los hombres. ¡Fuego, fuego en ellos! Y de estos
no digo nada, por cuanto sería gran fealdad decir sus abominables obras
de sodeníticos hechos; por cuanto dicen aquí de esta materia hablar es
muy abominable a Nuestro Señor, en tanto que los aires se corrompen de
la sola habla de ellos, y los ángeles y santos y santas de Paraíso
vuelven su gesto sintiendo la palabra en la tierra decirse de ello: que
la tierra y los cielos debían tremir y absolver a los tales en cuerpo y
ánima como malvados, brutos y animales de juicio, seso, razón y
entendimiento carecientes, pécoras salvajes, de naturaleza fallecientes y
contra natura usantes contra natural apetito. ¡Oh diablos infernales!
No esperan los tales redención, ni creen ser justicia ni juicio
ejecutorio en Nuestro Señor; que así a ojos abiertos se van a poner en
las vivas llamas del infierno. Ved, señores, los que esto leéis, los que
oísteis, visteis y entendéis, ¿qué vos parece cómo se acerca la fin del
mundo? Pues no es temido Dios ni su justicia, y la vergüenza toda es ya
a las gentes perdida tanto que todo va a fuego; que ya no valen los
castigos que fueron de Sodoma y Gomorra, ni los hombres que a fuego por
esta razón son muertos y de cada día por nuestros pecados mueren. Demás
te diré que, de la segunda materia, de los que ahora dije, los más de
ellos aborrecen las mujeres y escupen de ellas, y algunos no comen cosa
alguna que ellas aparejasen, ni vestirían ropa blanca que ellas
jabonasen, ni dormirían en cama que ellas hiciesen: si les hablan de
mujeres, ¡alza Dios tu ira! ¿Qué se dejan decir y hacer de ficta
honestad? Y después andan tras los mozuelos besándolos, halagándolos,
dándoles joyuelas, dineros y cosillas que a su edad convienen. Así se
les ríe el ojo mirándolos como si fuesen hembras; y no digo más de esta
corrupta materia y abominable pecado. Por ende te digo que al corazón de
estos primeros —pues que de los segundos callar es sabieza, pues sus
hechos de ellos, según ahora dije, lo demuestran— empero de los primeros
que aquí dije de alto, que no se entremeten en la suciedad de este
pecado, sino en ficta hipocresía, por mostrarse santos y ser notados y
tenidos en reputación, con engaño de alguna cosa alcanzar, estos tales
aun no los puede ninguno bien juzgar; que hablan muy a espacio: «¡Loado
sea Jesucristo! ¡Dios vos salve, hermano; paz sea convusco! ¡Nuestro
Señor vos conserve! ¡Deo gracias! ¡Siempre aquí salud!» y otras
tales maneras de hablar. Pero ve hombre a las veces de estos tales, que
no son sino diablos infernales; no tienen más paciencia de cuanto
ninguno no les dice nada, ni les contradicen a lo que hablan y no les
enojan —pues esto, ni grado ni gracias— pero si les tocan en dinero o en
contradecir algo a su voluntad, o habéis de contratar con ellos de su
provecho o daño ¡guárdevos Dios! Y ¡cómo sale aquella color al rostro
fogueando, y abajan los ojos a tierra, que diréis que se quieren
consumir y deshacer! ¡Allí veréis por dónde va el loado sea Dios y el Deo gracias!
Y, como dice David: «Si allegas a los montes y los cavas, luego
fumarán». La paciencia buscadla; la honestidad no es para aquella hora,
hasta que la saña sea partida. Muchos de estos son odiosos,
detractadores, murmuradores, mentirosos y escandalizadores, excesivos
burladores, muy fuertes juradores —de aquellas sus juras melosas y
suaves— avarientos de haber, lisonjeros a perder, infingidos en saber,
fictos habladores, vindicativos, suplantadores; de abominables y odiosos
pecados cometedores; o míseros al ejecutar, croyos a perdonar; no hay
moro, pagano, hereje arriano que él más para vengar; súbditos más que
las ovejas donde no pueden más hacer, fuertes más que leones adonde
pueden mandar; temerosos en sufrir, ardidos en mal hacer, vergonzosos en
plaza, deshonestos en secreto. Muchos de estos son nigrománticos,
alquimistas, lapidarios, encantadores, hechiceros, agoreros, físicos y
de yerbas conocedores; andan de casa en casa, de lugar en lugar, de
reino en reino, de tierra en tierra, de ciudad en ciudad, con su hábito y
vida disimulada, engañando el mundo. No hay arte, ciencia ni maestría
que ellos no dicen que saben. De estos anda el mundo lleno, y con sus
mansos hablares y dulces palabras, con sus disimuladas obras y con sus
juramentos rabiosos dando a entender ser justos y muy santificados.
Dicen que no consentirían en cosa de pecado, ni cabrían en cosa mala.
¡Los doy al diablo vestidos y calzados, desnudos y aun despojados! Ya
veis si los conoció bien Nuestro Señor, cuando dijo en el Evangelio:
«Guardadvos de estos que andan con "paz sea con vos", y parecen de fuera
justos y santos, que de dentro son lobos robadores». Yo creo bien que
Nuestro Señor los conoció bien, y pues Él dijo que nos guardásemos de
ellos, guardémonos de ellos; que estos falsos hipócritas son los que
hacen los males incogitados. Verlos habéis muy callados, muy secretos,
muy cerrados, podridos de dentro; torciendo las manos y dedos, haciendo a
los pechos cruces con los brazos, juntando las manos y alzar los ojos
al cielo cuando juran o hablan, recio suspirando, la lágrima presta,
hacerse que no entienden nada ni saben del mundo cosa —disimular los
hechos mucho— quien los platicare nunca los entenderá jamás. Hácense
simplecillos como mujeres, la voz delgadilla, hablan muy de paso;
todavía los hallaréis entre mujeres, pero no de las viejas. Asiéntanse
en tierra llana como ellas; dan a entender que son vírgenes y que nunca
mujer conocieron ni las querrían ver, salvo para confesarlas y
consejarlas que vivan bien: esto porque se fíen en ellos una vez, y
porque puedan usar donde mujeres estén con toda ficta honestidad.
Sahúmanse las caras con cominos róstigos y con piedra azufre, y con el
baho de la yerba ortigosa cuando la cuecen en la olla, porque parezcan
amarillos y transidos de las abstinencias y ayunos. Pero, quien los
trabase del papo del ombligo, allí parecería si comen sardinas o
gallinas.
En mi tiempo vi uno que se sahumó, como dije, y fue al Papa Benedito, infingiendo de santo, diciendo que no quería ser beneficiado, y así forzado tomó el Arcedianazgo de Tortosa, y después que hubo pecado, tornose un diablo y no le hartara el papa de beneficios, y llamábanle «Quare tristis est anima mea», por el engaño que había hecho. Otros de estos hipócritas desbarbados malos aprenden de broslar y hacer bolsillas, caperuzas de aguja, coser y tajar y aderezar altares, encortinar capillas, enderezar un palacio, una cama y una casa, y aun las mujeres quieren saber tocar y las monicas afeitar, hacerles los cabellos rubios; aguas para lavatorios infinitas saben hacer, todas las cosas infingen de hacer como mujer, dejando su usar varonil. Infingen delicados, temerosos y espantadizos, y juradores como mujeres: «¡Jesús! ¡Santa Trinidad! ¡Ángeles! ¡Yuy! ¡Ay, avad, hermano! ¡Yuy, amigo! ¡Deo gracias!». Si a ellos llegan, quéjanse como mujeres, amortécense como hembras. Trabajan mucho por las virtudes de las yerbas por dar a las mujeres medicinas: a algunas para empreñar, a otras para sanar de la madre, del estómago, de la teta, del alfombra, de los paños a las preñadas, de la cara; el dolor de ajaqueca, de ijada, del dolor del ombligo, y dende ayuso, etc. Toda física saben; todo dolor curan; todo mal remedian. Donde mujeres hermosas hay, allí los ve buscar; bástase que siempre los verás, los falsos, solos entre mujeres: nunca de otro hombre quieren compañía, y ¡Dios sabe a osadas cómo las aman de corazón a las mujeres! Y hacen estos falsos mucho mal y daño; por donde van siempre dejan rastro. ¡Acomiéndolos a Satanás, a Belcebú y a Fallanás! Y por ende de las tales hipocresías y vicios teñidos de color de virtudes, dice San Gregorio en Los Morales que tanto son peores cuanto menos conocidos, ca son de simulada igualdad, que es doble maldad. Ejemplos te daría mil sino por no ser prolijo. Pero en nuestros días, y aun yo lo conocí, hablé y comí y bebí con el ermitaño de Valencia —mira qué hombre reputado por santo en toda aquella ciudad y aun en todo el reino— que así iban a su casa, y mejor, que no a la iglesia; y teníase por santo o santa quien una astilla de la cama donde él dormía podía haber; y muchos sanaba con el agua del pozo de su huerto y con las yerbas que en él nacían; que si una persona tuviese trópico y comiese un ajo o un puerro de su huerto, luego creía ser sano. Bigardas, dies a dies, y veinte a veinte, cada día entrar y salir veríais en su casa; caballeros y nobles eso mismo, por cuanto tenía una casa muy graciosa, un huerto muy poblado de todas cosas, y era hombre que se preciaba de tenerlo gentil y limpio, y convidaba de grado a cuantos allí iban. Pero súpose a la fin cómo había habido muchos hijos en muchas beguinas; y otras muchas empreñadas con «Deo gracias»; otras vírgenes desfloradas —seglares y bigardas— con «paz sea con vos»; casadas, viudas, monjas arreó con «loado sea Dios». Teníanlo gordo como ansarón de muchas viandas: así iban ollillas y pucheruelos a su casa, de estas bejinas, como cantarillos a la taberna. Era nigromántico, y con sus artes hacía venir a su casa aquellas que él quería y por bien tenía. Y por aquí fue él descubierto; que él tenía un compañero, un caballero de estos de la cerda, y una día ordenaron de mandar a un pintor que pintase cómo Nuestro Señor estaba crucificado, y el diablo allí pintado muy deshonestamente, lo cual no es de decir; y pusiéronlo por obra, hecha el avenencia con el pintor; y el pintor fue del dicho monje satisfecho y muy bien pagado. Y pintolo, como dicho he, en casa del ermitaño secretamente, en un retrete muy secreto que ninguno no lo sabía, salvo él y aquel caballero, donde ellos hacían sus invocaciones a los diablos. Y desde que lo hubo hecho fuese el pintor, movido de conciencia, al gobernador de la ciudad de Valencia y contole todo el hecho. El gobernador, espantado de aquello —porque lo tenía por santo como los otros— cabalgó y fue a casa del ermitaño e hizo cercar toda la casa en torno de gente y el pintor consigo. Llamando a la puerta, abrió el ermitaño y dijo: «Señor, ¡paz sea con vos!». Respondió el gobernador: «¡Amén, mon frare!». Luego el ermitaño abrió las puertas e hizo entrar a todos, pero el pintor quedó fuera hasta que él le llamase. Y dijo el ermitaño: «Señor, yo soy muy alegre de la vuestra buena venida. ¿cuál Dios vos trajo ahora aquí? Ca ha bien dos meses que no vinisteis a visitar esta vuestra posada; que en verdad, señor, yo y ella somos muy prestos y obligados a vuestro mandamiento». Dijo el gobernador: «En verdad, ermitaño, yo me sentí un poco enojado y víneme aquí a ver esta vuestra posada». Dijo el ermitaño: «Señor, pues véala vuestra merced». Y luego llevolo al huerto y mostróselo todo, y llevolo por la casa y mostrósela toda, salvo la cámara donde él dormía y la recámara secreta; que no se podía saber si estaba allí camareta o no, que era hecha de madera juntada y no parecía puerta ni ventana sino que era toda una cámara. Y como los casados tienen una cámara arreada gentilmente para recibir a los que vienen, así él tenía aquella camareta con dos haces de sarmientos por cama y una piedra por cabecera, y aquello mostraba a los que venían. Pero en la camareta hallaron después cama y tantas joyas y ropas. Y como el gobernador entró dentro en la cámara, dijo: «¿Aquí dormís, padre?». Dijo: «Señor, sí». Comenzó el gobernador a reírse, y dijo al oreja a uno de los suyos: «Sal y llámame al pintor». El ermitaño pensó que decía el gobernador al otro al oreja: «¡Qué santo hombre es este ermitaño!». Y comenzó a suspirar y llorar el ermitaño, que tienen las lágrimas prestas mejor que mujeres. Y dijo al gobernador: «Señor, mucho más pasó Nuestro Señor por nosotros pecadores salvar». El gobernador dijo, como que no sabía: «Padre, ¿qué tenéis tras estas tablas?». Y dio una gran palmada sobre ellas. Dijo el ermitaño: «Señor, por la humildad las hice poner ahí; que, como no me desnudo toda mi vida para dormir, y no tengo otra ropa en la cama, defiéndenme estas tablas de la friura de la pared; si no, ya sería muerto». Dijo el gobernador: «¿Parece como retrete que está aquí?». Dijo el ermitaño: «¡No, señor, nada, en mi verdad!». Dijo el gobernador: «Abrid, padre, así gocéis; veamos qué tenéis dentro». Y el ermitaño mudó la color y vio que no era buena señal cómo porfiaba el gobernador en ello, y dijo: «Señor, ¿y no me creéis? Pues, creerme deberíais; que nunca me acuerdo haber dicho mentira a hombre nacido. ¿Cómo, señor, había de mentir a vos?». Y arrodillose en tierra haciendo la cruz con los brazos diciendo: «¡Por la pasión de Jesucristo, que su sangre por nos derramó, ni para el gusto de la muerte que he a gustar —y así salve Dios esta alma pecadora— y aun para el santo sacrificio del altar, señor, que no hay más de esto que veis!». Entonces el gobernador, movido de saña en que vio que mentía, según el pintor le había dado las señas, dijo: «¡Vos, don viejo falso y malo, abriréis, mal que vos pese! ¡Yo veré qué tenéis aquí dentro!». Desde que esto vio el ermitaño, cegó y no pudo hablar, salvo dijo: «Señor, yo iré por la llave, pues tanto vos place que la abra». Esto dijo a fin de salir fuera y huir; pero el gobernador dijo: «Vamos, yo iré con vos, que no vos dejara». En esto entró el pintor, y cuando el ermitaño vio al pintor entendió que luego era muerto. Dijo el pintor: «¡Dios vos salve, padre! ¿Cómo vos va con Dios?». El ermitaño no pudo hablar, ni «Deo gracias» decir, ni «paz sea con vos nombrar». Entonces dijo el pintor: «Señor, mandadle abrir; catad aquí la llave, esa es que tiene en la correa colgada». Entonces tomáronle la llave y él enmudeció, que no hablaba, y salió fuera de seso. Y abrieron por donde dijo el pintor como él había visto al ermitaño abrir; y el gobernador entró dentro, y cuando vio la fealdad tan abominable pintada, púsose las manos en los ojos y no lo quiso mirar, y dijo al pintor: «¡Llévalo, llévalo de allí y dobla aquel lienzo! ¡Nunca parezca en el mundo tal cosa!». E hízolo solamente ver a dos o tres testigos, y dijo al ermitaño: «¡Oh traidor malo, engañador! ¿Quién te mandó hacer tal cosa? E hízolo llevar preso luego; y cuantos lo veían llevar preso, maravillábanse por qué lo hacían y lo llevaban así al santo bendito. Veríais rascarse las bigardas cuando supieron que lo habían preso, mas no sabían por qué; y veríais caballeros y dueñas ir a rogar al gobernador, tanto que no se podía de ruegos de los grandes defender, hasta que dijo: «Si no digo lo que este malo falso ha hecho, muerto soy, corrido y apedreado». Que así andaban las beguinas de casa en casa de caballeros como si se hubiesen de salvar, aunque algunas de ellas —de aquellas con quien él tomaba placer— bien se pensaban que le habrían hallado alguna mujer en su casa, etc. Empero el gobernador lo hubo de descubrir a la fin porque no le enojasen más, y desde que las gentes lo supieron comenzaron de blasfemar del ermitaño y las lenguas de callar. Y luego el gobernador le comenzó de tormentar, y dijo el ermitaño cosas endiabladas de lo que hacía en Valencia así con sus malas artes, cómo porfiasen en su hita santidad las gentes. Suma: que finalmente fue sentenciado al fuego, y así fue quemado.
De otros muchos falsos bigardos te diría, mas no querría con la pluma enojar a los leyentes. Pero quiérote decir solo un poco de otro bigardo, lo que vi a mis ojos, que no quiero decir quién es él; pero allá donde tenía su ermitorio, no era tenido en menos reputación que el sobredicho, antes era habido por santo, y nunca zapato ni otra cosa en su pie entraba; todas las cuaresmas a pan y agua ayunaba y lo más del año todo. Fue dicho de él que en un monasterio había hecho algunos hijos; y este había renunciado de primero el mundo, que fue mucho hombre de pro, y alcanzó manera de más de diez mil doblas y escuderos cuatro continos y gran señor, y dejolo todo y diose a servir a Dios. Después oí yo decir que en el hábito de fratichelo había cometido un gran crimen por falsario contra un Rey. Después le vi yo bien hacendado y bien rico, dejado el hábito y con mucha renta y con mucha codicia desordenada de haber y alcanzar; y por causa de aquella falsedad que cometiera, según fama era, en la mayor fervor de su prosperidad Dios le llevó de esta vida, el cual murió en mis manos. En conclusión, ninguno no diga: «Este ¿por qué vivió mal y acabó bien?» ni «¿Por qué este vivió bien y acabó mal?», que Nuestro Señor sabe, como dije, quién es bueno o quién vive bien, quién es malo y vive mal: secretos son de Dios. Y los que a las veces parecen a las gentes buenos son malos, como ahora dije, y a las veces los que parecen malos son buenos. Como dice San Agustín: «Muchos cuerpos de santos, o por tales habidos y reputados, son en la tierra sus cuerpos venerados, que sus ánimas de ellos yacen en los infiernos; y así por el contrario de otros, que muchos santos que están en la gloria de Paraíso que murieron en nombre de pobres, que el mundo no los conoció ni fue digno de conocerlos, están por claustros, rincones de iglesias y fuera de ellas y en sepulturas pobres y de poco valor, que merecen ser coronados de oro y piedras preciosas, y no están en reputación de cosa alguna». Pero yo creo que muchas veces los ruegos de estos, que ruegan a Dios por los suyos y de su tierra especialmente, que retiene sus sentencias Nuestro Señor muchas veces por amor de ellos. Empero, si el malo en este mundo ha bien y prospera, ¡guay del que aquí toma su galardón! Empero, si es bueno y ha algún mal o padece adversidad, en el otro mundo folgará. ¡Oh triste del que por Dios no es visitado de las pasiones de este mundo! Mala señal es; el físico le ha desamparado al tal enfermo: señal es de muerte. Por ende te digo, nótalo bien, que en una de tres maneras Nuestro Señor Dios permite que la criatura sea punida: la primera es que permite a los malos punir por pena con condenación, por ser los tales perversos de mala ley y de mala y perversa calidad; que nunca conocen a Dios ni a sus santos, viviendo mal continuadamente sin enmienda, y así fenecen sus postrimeros días. Estos place a Dios que en este mundo comiencen a tomar penas y sentirlas, llevándoles lo que más aman, privándolos de estados y riquezas, o lanzándolos a breve tiempo en estados grandes y manera, y derrocándolos de ellos por tiempo, y dándoles enfermedades y pasiones en las personas, y dándoles desfavor y ira de señor, y otras maneras muchas de pasiones. Y las tales malas personas reacias, enteras, porfiadas, inicuas, perversas, obstinadas, yertas, duras y de mala calidad, mal viviendo acaban mal, y así van a las infernales penas, tomada ya en este mundo la posesión de penas y tormentos; como conteció a los Egipcios y a los del diluvio, y a los de Sodoma y Gomorra, y a otros infinidos conteció y contece hoy y cada día por sus méritos y mal vivir de cada uno. Ítem, lo segundo, permite Nuestro Señor que a las veces los buenos hayan azote, castigo y perseguimiento: esto para aprobación de su buena y santa vida; que si a las veces con flaqueza de la carne, instigación del diablo o inclinamiento del mundo y sus vanas cosas terrenales, estos tales fallecieren y cayeren, o algún tanto a Nuestro Señor olvidaren, con la punición, azote y castigo se tornen a Dios y hagan enmienda de sus pecados y conozcan sus culpas y errores, retrayéndose del mal vivir, de los vicios y pecados, y llegándose a las virtudes de bien vivir y bien usar. Y, como por nuestros pecados no llamamos a Dios ni le conocemos sino en las prisas, trabajos, angustias y tribulaciones, por ende permite los buenos ser castigados porque no le desconozcan, como fueron los del tribu de Israel, San Pedro, San Pablo y otros infinitos, que, siendo punidos, conocieron sus culpas y errores, y se tornaron a Dios Nuestro Señor, viendo que se perdían mal obrando. Hay otros buenos que Nuestro Señor permite que sean punidos por merecer más galardón; que estos tales en este mundo comienzan a sentir ya gloria, corporalmente padeciendo; y la gloria de Dios en el ánima y sus potencias sintiendo espiritualmente por contemplación e, a las horas, visiblemente por revelación. Y tanto son contemplativos y en el amor de Dios encendidos por iluminación del Espíritu Santo que, aunque una vez cada día los tormentasen, y mil en lugar de una, muertes recibiesen, con el amor de Dios con mucha paciencia todos males sufrirían —como frío, hambre, sed, escándalos, males, denuestos, vituperios, tormentos, pasiones y muertes— como fueron los Apóstoles, los discípulos, los mártires, confesores, vírgenes y continentes, como fueron Job y Tobías y Catón y otros infinitos pasados y aun hoy vivientes —aunque pocos por nuestros pecados. Por ende, ave por dicho que a muchos vienen trabajos, daños, males, persecuciones y tormentos a las veces por provecho, bien y salvación, y a las horas por mal, daño y dañación. No piense, por ende, alguno que prosperar en este mundo es reinar, ni padecer sea aterrar. Déjese, pues, de juzgar aquel y el otro a ninguno, y de sí y sus hechos y conciencia cure, y no diga: «Este es bueno y aquel malo», ni «¿Por qué fue esto, ni conteció aquello?» que de todo sólo Dios es sabedor y ordenador; que el malo por su propia voluntad peca y es malo sin gracia de Dios, mas el bueno obra bien por su voluntad y con gracia de Dios. Por cuanto el malo mal haciendo privado es de la gracia de Dios, según San Juan Evangelista en su epístola, dice así: «Más debería el pecador culpar sus males que del justo juicio de Nuestro Señor quejarse». Lee en el capítulo Vasis, XXIII, q. IIIIª. Pero por no detener más, no digo más; que harto se podría escribir sobre este paso. Pero, por Dios, cada uno conozca lo que conocer debe, y no deje a Dios por hado ni planeta; si no, sepa que se arrepentirá, y no por burla, y en tal manera que hado ni ventura no le ayudará ni aprovechará cosa ninguna.
Capítulo II
Cómo Dios es sobre hados, planetas, y el ánima no es sujeta a ellos
Otra razón te quiero hacer entender para darte a entender que
sólo Dios es que todas las cosas ordena y hace; a su mando conviene que
anden así planetas como signos, como todo cuanto en el mundo hay, así
inferior como superior, así mundanal como sobrecelestial, pues, para
probar que sobre el hombre no hay hado ni signo, ni planeta, que de
necesidad le constringa a ser malo ni bueno, sino solo su franco
arbitrio. Esto cuanto a la causa formal y hecha, pero cuanto a la
eficiente y principal, que es Dios, Él es el que le ha de preservar o
matar, o hacer luengamente vivir o brevemente morir, o ser rico o pobre,
o hacer de grande chico, o de chico grande; y esto permitive, y otro
ninguno no, ni muerte ni fortuna que no tienen poderío. Y piensan las
gentes que la muerte es persona invisible que anda matando hombres y
mujeres; pues no lo piensen, que no es otra cosa muerte sino separación
del ánima al cuerpo. Y esto es llamado muerte o privación de esta
presente vida, quedando cadáver el cuerpo que primero era ornado de
ánima. Esta es dicha muerte. Así que no diga ninguno: «Yo vi la muerte
en figura de mujer, en figura de cuerpo de hombre, y que hablaba con los
reyes, etc., como pintada está en León», que aquello es ficción natural
contra natura. Es natural porque natural es el morir; pero no que la
muerte sea cosa que mate, según que la pintan en ficción, que sería
contra natura, como dar cuchilladas, lanzadas o saetadas a los vivos la
muerte. Empero sé cierto que el Rey, y el Papa, y el zapatero, todos
pasan por aquel vado, como dice Catón; que así a los duques como a los
príncipes común es habida. En otra guisa ¿quién podría con los
poderosos, si la muerte y las pasiones y las miserias del mundo no
gustasen y sintiesen? Y muchas y más veces viven y mueren mejor los de
poco estado que los de grande estado y linaje: que el que poco tiene,
poco se precia, y con pan y sardina es contento y harto; no siente
pobreza ni trabajo, sino muy poco, ni aun se da mucho por morir o vivir,
antes con puro corazón desean de cada día la muerte. Pero el Rey, el
Papa y el grande, ¡oh cuánto dolor le es cuando muere, o pierde lo que
tiene o no puede mantener el estado que él requiere! Toma esto por
conclusión: que cuanto el mezquino del hombre mayor es y más alcanza,
tanto es mayor la su codicia y la su avaricia a perder; que antes,
cuando poco alcanza, es de aquello poco franco, y cuando mucho alcanza,
no le es más dar, despengar o emprestar que sacarle el ojo. Los
parientes y amigos, que pobre le habían bueno, rico le perdieron del
todo; que ya no conoce amigos ni parientes, ni los quiere ver; antes
niega padre y madre; que no son ellos sus padre y madre, ni los otros
sus parientes ni amigos. Hízole Dios bien y él no lo conoce, y donde
debería dar gracias a Dios y ser bueno, ni conoce a Dios que se lo dio,
ni conoce a los suyos ni a sí mismo. Así lo traen engañado el mundo y el
diablo, por donde muere mala muerte y lleva el cuerpo la tierra y los
gusanos, y la ánima los diablos, y las riquezas los parientes, o quizá
quien no las pensaba heredar ni gozar de ellas. Y así, cuando acaece que
este tal muere, cuanto mayor es su riqueza y más tiene, tanto es mayor
la dolor cuando muere, a la muerte y a la pena de ella, y tanto le ha
más miedo terrible. Y cuanto es menor el hombre y de menor estado, y
cuanto menos tiene, tanto menos ha de pena y menos le duele la muerte. Y
el que más tiene y posee, más ama el mundo, y el que menos tiene, menos
cura de él; o muera o viva, o sea de ello lo que fuere, eso le da por
morir que por vivir. Así que no piense alguno que la muerte es mujer ni
hombre ni cuerpo ni espíritu alguno fantástico, salvo privación de vida y
apartamiento de cuerpo y de ánima. Esta es dicha muerte. Y lo segundo
es contra natura: por cuanto, así como dice Aristóteles, que de las
cosas que no son ni aun parecen, no puede ser dado juicio; pues como la
muerte no sea cosa, ni se demuestre ni parezca, de ella no puede ser
dado juicio ni dicho nada, pues ella no es nada sino como un hablar de
lo que aquí ahora dije; que el que es privado de esta presente vida es
dicho muerto, y quién lo privó dicen la muerte, por respecto y
comparación de él, que le llaman muerto, y así de las otras cosas. Y eso
mismo digo de la fortuna y ventura, que no es cuerpo ni espíritu, salvo
si alguno busca mal y lo halla, aquel mal que hubo dicen ventura; o si
va por la calle y le matan súbito, aquel mal que le vino llaman fortuna;
o si es pobre y torna en rico, aquella manera de haber riquezas llaman
ventura, y así del rico que torna pobre. Así que la manera de mal o bien
haber llaman las gentes ventura, fortuna, o dicha buena o mala; que
todo es uno. Pero tornando a mi propósito, yo te demando: ¿cuál es más
noble y de mayor dignidad, el ánima o el cuerpo? Si dices que el cuerpo,
no eres de este mundo, y tu dicho no es para en plaza. Pero si me dices
que el ánima es más noble y mejor, así como lo es —según Aristóteles y
todos los naturales dicen— demándote, pues, si el ánima por sí es
hombre, o si el cuerpo por sí es hombre, o si juntos ambos hacen hombre,
teniendo unidad de compañía perpetua al tiempo que viven. Si me
respondes que es verdad, que ánima y cuerpo juntos hacen hombre, pues,
si las planetas y signos dan sus influencias a los cuerpos inferiores,
se seguiría que darían influencia eso mismo al hombre y que tomaría el
hombre de las correspondencias de la planeta o signo, cada que el hombre
naciese o engendrado fuese en el tal tiempo que la tal planeta o signo
tal curso hiciese o influencia diese. Dígote, pues, que no te lo niego
que no den las planetas y signos sus influencias, pero no para
determinar, ni dar ser o no ser, muerte o vida; que esto sólo está en la
permisión de Dios. Apruébolo más claro así: ya sabéis en cómo la ánima
de la razonable criatura es sobrecelestial y no sujeta a planeta ni
signo, ni a hados ni a fortuna, ni recibe pasiones ni miserias cuando en
este mundo, por cuanto es criada por Dios limpia y pura, y a otro
ninguno no es sujeta, como dice David en el salmo: «Mi ánima ¿no es
sujeta sino a solo Dios? De él espero haber salvación». Pues, síguese
que en el ánima no tiene nada signo ni planeta. Pues si al hombre da la
planeta y signo influencia, se seguiría que así el cuerpo como el ánima
como ambos juntos hagan hombre y no uno sin otro: pues esto es falso y
inconveniente, según ahora dije, por la planeta, fortuna y signo no
tener predominio en la alma alguno ni ninguno, salvo Él que la crio.
Síguese que no han lugar las constelaciones de las planetas en el
hombre, y si alguno han, por razón del cuerpo solo, y no del ánima,
salvo mejor juicio. Empero, si alguno han, no tal para hacerle ser o no
ser al hombre, o dar bien o mal, o privarle de vida, o de muerte
preservar, sino sólo Dios que es soberano a signos y planetas. Otra
razón te asigno: cierto es que todo más digno atrae a sí lo menos digno,
y lo más priva lo menos. Pues en argumento: si el ánima es mejor y
mayor y más digna que no el cuerpo, en las calidades o complexiones el
ánima atraerá a sí el cuerpo por excelencia y por ser mayor y más noble.
Pues, si el cuerpo a sí atrae, hacerle ha ser de aquel dominio de quien
ella es. Y pues ella no reconoce otro superior sino a Dios, síguese que
el cuerpo debe reconocer el superior de superior, que es el ánima, el
cual superior del ánima es Dios infinito todopoderoso; y tanto que la
parte potencior, que es el ánima, debe predominar la parte sujeta, que
es el cuerpo, atrayéndolo a su superior, que es Dios. Donde se concluye,
por las susodichas razones, Nuestro Señor dar ser y no ser, vida o
muerte al hombre, y no hado ni planeta; que el que rige los hados y las
planetas bien se concluye que debe regir a las cosas que los signos y
planetas dan sus influencias, pues lo mayor priva a lo menor y lo más
priva a lo menos, el más poderoso a lo menos poderoso, el señor al
siervo, y el criador a la criatura. En conclusión: si mal o bien te
viene, afán o trabajo, placer o alegría, de Aquel te viene todo que lo
permite o le place, o quiere que las cosas vayan todas a su disposición y
ordenamiento. Y para conclusión y determinación de todo lo susodicho,
lee lo que David dijo en el salmo de la feria segunda del lunes que
comienza «En ti, Señor, esperé, no sea confundido para siempre», dice en
el XVIII.º verso: «Yo, empero, en ti, Señor, esperé y dije: Tú eres mi
Dios y en las tus manos son las mis suertes». Pues, ¿qué quieres más
especular esta materia? pues David dijo que en la mano de Dios eran sus
suertes, esto por cuanto en el tiempo antiguo acostumbraban a lanzar
suertes, y los Apóstoles de ellas usaban; y pruébase cuando echaron
suertes quién sucedería en el lugar de Judas, y dicen que cayó la suerte
sobre Santo Matía. Así que antiguamente suertes usaban lanzar. Por ende
David dijo: «Señor, la mi buena o mala suerte en tus manos es: si Tú
quisieres y a Ti ploguiere que yo haya buena suerte, hecho es; si Tú
permitieres, empero que yo haya mala suerte por mi culpa mal obrando,
determinado es». Por ende, aquí debe cada uno tomar lección y aun
ejemplo, pues David derechamente aquí habló de suertes claro a la letra;
pues quien más prueba de esta materia busca, garabato demanda por no
venir en conocimiento de la verdad. Empero, si entenderlo quisieres en
otra manera —que suerte quiera decir bien o mal que a la criatura viene
accidentalmente— tómalo y entiéndelo por cualquier vía que quisieres,
que todavía has de venir al poderío y mano de Dios, según de alto ya
probé, y después al franco albedrío de la criatura, junto con el
racional seso que Nuestro Señor le da para bien o mal hacer, sin alguna
necesidad. Por ende, cada cual pare mientes por sí y de su mal no culpe a
otro más que a sí, salvo mejor consejo. En esto concluyo aquí y doy fin
a mi obra, la cual yo propuse de hacer a servicio del muy alto Dios, el
cual por siempre sea loado, amén.
Otra razón te diré, la cual Juan Bocaccio prosigue, de la cual pone un ejemplo tal. Dice que él, estando en Nápoles oyendo un día lección de un gran natural filósofo, maestro que allí tenía escuela de astrología —el cual había nombre Andalo de Nigro, de Génova ciudadano— leyendo la materia que los cielos en sus movimientos hacen y de los cursos de las planetas y sus influencias, dijo esta razón: «No debe poner culpa a las estrellas, signos y planetas, cuando el cuitado busca su desaventura y es causador de su mal». Y pone un ejemplo para probanza de esta razón, el cual, queriéndolo entender alegóricamente, tiene en sí mucha moralidad, quien en él bien pensare, aunque a primera vista parezca patraña de vieja. Y el ejemplo es este: Dice que la Pobreza un día estaba muy triste y como trabajada, pensativa y muy dolorida y muy flaca, en solos los huesos y la pelleja, negra, fea, magra y llena toda de sarna; los ojos sumidos, los dientes regañando, su sarna rascando, la pelleja curtida y arrugada, muy espantable y fiera. Y estaba echada al sol en encuentro de tres caminos, haciendo al rascar gestos extraños y feas continencias; sus cejas abajadas como de persona que está comidiendo en algún gran pensamiento. Y la Pobreza así estando, hevos aquí donde viene por el camino adelante la Fortuna, muy poderosa, de edad de treinta años, muy lozana y valiente, riendo y cantando con mucha alegría, en somo de un caballo muy grueso y hermoso, una guirnalda de flores en la cabeza, muy ceñida por el cuerpo y frescamente arreada según la gala del mundo. Y como llegase a vista de la Pobreza, su caballo comenzó de tornar atrás y comenzó a dar muy fuertes ronquidos, por cuanto vio la Pobreza yacer muy fea y desfigurada, que parecía a la muerte propia que entonces del sepulcro salía. Y desde que la Fortuna la vio, dio de las espuelas al caballo, y, como a forzado, hízole a ella llegar; y la Fortuna comenzó a sonreírse a manera de escarnio. Pero la Pobreza, cuando la vio, con gran seso y mansedumbre alzó sus ojos en alto y comenzó de mirar la pompa y lozanía y locura y vanagloria, la jactancia y orgullo que la Fortuna consigo tenía; y en manera muy suave, a guisa de persona entendida y anciana, la Pobreza dijo así: «Amiga, ¿de qué te ríes que placer veas de ti? ¿Ríeste de mí, en que me ves fea y desdonada, sola y apartada de los placeres del mundo, echada entre estos tres caminos?». Respondió la Fortuna: «Pobreza, mucho me maravillo de ti, y ¿no me debo reír considerando tu gesto y presencia fea, negra, mal vestida, cubierta de mucha sarna, huesos toda y pellejo, apartada de todo bien, alejada de placeres, acompañada de tristeza, cumplida de pensamientos, llena toda de dolores? Dices que no me ría: sí reiré por buena fe. ¿Quién será el que no riese si tu donaire viese? Mírate a un espejo antes que respondas, y verás quién, cómo y cuál estás». Entonces la Pobreza, no moviendo su corazón a ira, dijo: «Dime, amiga, ¿quién eres tú?». Dijo la Fortuna: «Yo soy la alta Fortuna, que hago y deshago, mando y vedo. Todas las cosas a mi regimiento son». La Pobreza respondió: «Hora bien, ¿tú eres, pues, la Fortuna? Mucho seas bien venida». Y comenzose como de levantar, hincando las manos en tierra a manera de persona pesada, vieja y cansada, y levantose muy de paso y miró muy de hito a la Fortuna, y díjole: «Amiga, tú eres la Fortuna. Pláceme de tu vista y por haberte conocido, pues tú dices que haces y deshaces, vedas y mandas, ordenas y dispones todas las cosas del mundo, y que son a tu gobierno y mando las altas y aun las bajas; y demás háceste de esa y adorarte haces por todo el mundo como gloria mundana. Pues yo reiría si hubiese gana, y esto sería de reír, y no como tú de mí ríes. ¡Oh de los locos que te creen! ¡Guay de los tristes que de ti confían! ¡Guay de los desaventurados que a ti esperan ni esperanza en ti tienen, que de todo lo que dices dígote que no tienes nada! ¡Oh cuitada, no te conoces con tu orgullo, vanagloria y pompa, y engañas todo el mundo! Mandas mucho y das poco; prometes a montones y dasles mucha nada; convidas con esperanza y dasles mala andanza. ¡Oh engañadora, inicua y traidora, falsa y baratera! ¿Con esta manera siempre has de vivir? ¡Yo te haré venir a la mi melena! Por ende yo te digo que visto el grande engaño que tiempo ha por todo el mundo traes, y visto que no lo puedo ya más sufrir, yo te diré, pues, qué haré contigo. Tú eres poderosa y rica, y yo flaca y sin fuerza; tú del mundo amada y querida, yo sola y desconsolada; tú gruesa y bien vestida, yo magra y despojada; vente a mí, pie a tierra, que yo te combatiré y haré conocer que eres falsa y engañadora, y esto sin más tardar. Mano mete a la obra; mejor lo haré que lo digo, si ver bien lo quisieres». Entonces la Fortuna hubo tanta malenconía que quiso reventar diciendo: «Hasta hoy no hallé quien me vituperase sino tú, Pobreza. Téngome por malaventurada por igualarme en habla contigo, sino darte por baldía; que véote desesperada, pobre y lazrada. Ya sé que pobres y albardanes y bellacos y de poco seso no acostumbran a los buenos honrar. Así que, pues que los pobres tenéis esta tacha, callarvos he, y a palabras locas hacer orejas sordas. De una cosa me place: que sabes tú que yo te abajé y te hice venir al estado en que estás, y la soberbia no perdiste. Yo te prometo, para la mi real majestad, que hasta los abismos te abaje como a cosa desaventurada; yo te haré perder la presunción, la andanza y la locura, y tanto te abajaré que, cuando me veas me hagas reverencia. ¿Conmigo hablas par a par? ¿Quién te dio esta osadía? ¡Pues, ved, amigos, a quien no dimos vida, cómo es tan atrevida!». La Pobreza entonces respondió: «¡Oh loca Fortuna! ¿Tú dices que me abajaste y venir tú me hiciste en esto que ahora estoy? Si la verdad fuese mentira tú dirías verdad en ello; que tú no ignoras que yo de mi propia voluntad quise y me plogo dejar bienes temporales, el mundo y sus deleites, riquezas por vivir pobre, tal cual aquí me veas, y donde estaba cautivada, soy franca, libre de mí, aunque tú, Fortuna, harto con tus lazos te trabajaste por cautivarme; pero mi juicio natural venció a ti, burladora. Pero ve cómo te dejé y te di cantonada, no curé de tu mundo, ni curé de tus pompas, riquezas, bienes ni estados; ni pienso cómo robaré, cómo lo ajeno usurparé, de buen justo o de malo, por allegar para hijos ni hijas, sobrinos ni sobrinas, ni otros cualquier parientes, condenando a mí para ellos llegando; que sé que en mis días, por el que más alcanzare su muerte será más e breve dada y deseada; que ya el hijo al padre y a la madre, y el hermano a su hermano, el primo a su primo, el pariente a su pariente, cuando ve que mucho alcanza, y él no tanto como querría, la muerte le desea, y no ve la hora que heredar y partir sus bienes, algos y riquezas, siquiera el muerto vaya a los infiernos. Pues en los papas contece esto: que desean algunos su muerte por suceder otro en su lugar; en los emperadores eso mismo; en los reyes eso mismo; que el hijo desea la muerte al padre por ser él rey y ser señor; el hermano del rey desea a su hermano la muerte por suceder en el reino; y en los duques, condes, caballeros, gentileshombres, ciudadanos, burgueses, mercadores y menestrales sí contece desear la muerte unos a otros —así los parientes como extraños— por heredar, más alcanzar y más valer, y de mayores estados ser. Y aun lo que es peor, que a las veces procuran los tales la muerte a los tales parientes que desean la muerte, matándolos con sus propias manos cruel y malvadamente a cuchillo; o a las veces con venenos y ponzoñas, y con otras infinitas maneras exquisitas que no son de contar, las cuales de cada día contece por nuestros pecados. Pues de los eclesiásticos no es de decir nada. ¿Que no codician la muerte unos a otros por suceder en las honras y beneficios? Que verás los expectantes del papa, las bocas abiertas como lobos en febrero hambrientos. ¿Cuándo morirán los beneficiados? ¿Cuándo oirán tañer campanas por ellos? Luego corren y buscan quién murió, y si es clérigo beneficiado; y lo peor que cuando alguno está mal y al paso de la muerte, están los expectantes rogando a Dios: «¡Oh si muriese en este mes, que es del Papa, porque lo aceptase yo!». Y eso mismo los familiares de los ordinarios dicen: «¡Oh si muriese en el mes que viene, porque me lo diese el prelado o el ordinario!». Y si sana del mal el tal enfermo, los otros reniegan y cuidan tornar locos porque no murió. Pues, ¿quién duda si desea la muerte el que beneficio tiene y pensión, que muera aquel a quien hace la tal pensión cada un año, porque exento quede el beneficio? Y aun su deseo nunca es otro de algunos, diciendo: «¡Oh si muriese aquel viejo falso! Más vivirá que la grama; que si él muriese, luego estaría yo bien beneficiado». Pues, ¿quién duda si en corte del Papa desean que mueran los cardenales por suceder otros en sus honores y dignidades? Eso mismo de los patriarcas, protonotarios, arzobispos y obispos, abades, deanes, arcedianos y otros eclesiásticos y capellanes. Tres maneras hay de eclesiástico en haber honras y estados y prelacías, dignidades o beneficios: unos entran como pastores para aprovechar, y estos entran por la puerta; otros entran como ladrones para hurtar y dagnificar, y estos entran por los campanarios; otros entran como mercaderes para llevar y disfrutar, y estos entran por las paredes. Así que los pastores, defienden, los ladrones roban, los mercaderes dagnifican (XXIII, questio IIII, capítulo «Tres personas»); síguese que el pastor es de amar, y el mercenario de tolerar, y el ladrón, empero, de evitar. Pues en los oficiales de la corte, sí desean la muerte los unos a los otros por suceder en sus honras y estados, como son vicecanciller, camarlengo, corrector, referendario, glosadores, abreviadores y otros muchos oficios que hay; unos desean la muerte a los otros, procuradores de corte generales y de contradictas. Y, pues, dejada la corte del Papa, la del Emperador ¿si va por esta regla? Dígote que no fallece de ella. Pues las cortes de los reyes, príncipes y grandes señores, ¿si hay en ellas algunos de estos deseos malditos? Dudar en ello sería pecado. Pues en las ciudades, villas, burgos, castillos y otros lugares sobre los regimientos que son perpetuos, o a tiempo trienales o anuales, hay de estos deseos abominables. Y descendiendo más abajo, en las casas de cada uno, hállase a las veces unos servidores desear la muerte a los otros. Pues en las vecindades ¿desean la muerte los unos vecinos a los otros? Creo en verdad que sí, pues no he hallado dónde comenzó la muerte, dónde está y se acaba. Digo, pues, amigo: las mujeres desean a otras la muerte por herencias, por haber, la hija a la madre, a la tía o a la abuela, diciendo: «¡Oh si muriese, cómo la heredaría y luego casaría con un caballero de cien lanzas, o con un gentilhombre, o con tal hijo de ciudadano!». Y la hermana a la hermana, o prima a primo, o tía a tío, o pariente a pariente, no dice: «¡Oh si muriese mi hermano, sería toda la herencia mía, y estaría muy bien vestida! ¡Haría luego esto y aquello; compraría luego una casa, una viña, una mula, unos paños, una villa o aldea, o tal heredad!» según las personas son, según sus diversos apetitos y vanos deseos desordenados. Más fuerte te digo en las mujeres: que a las veces las unas hermosas y galanas desean la muerte a otras porque son así hermosas como ellas o más, y son en gran fama en el pueblo, diciendo: «Fulana es hermosa, pero tiene tal tacha y fealdad; por cierto más hermosa es la tal». Cuando la otra oye, cuida reventar, desea la muerte porque ella sola fuese nombrada y otra no, aunque la otra nunca le hizo enojo ni mal. Esto de pura envidia, que si bien parares mientes, no hay mujer hermosa que no te diga qué tachas, qué hermosura tiene aquella, y la otra qué donaires y qué desgaires, que no estudian en otra cosa. Mucho más te diría, sino por no enojarte; que no acabaría de aquí a un año de decir lo que es y cómo contece». Y dijo la Pobreza a la Fortuna: ¿Oíste tú ahora todo esto que te he dicho? Aunque general regla de ello no sea, que así como hay de buenos hombres hay de malos, y como hay de disolutos en mal desear, así hay refrenados en mal codiciar; antes nunca a otros la muerte codiciaron por esperanza de ellos bien haber o riquezas alcanzar. Pero como hay de unos, hay de otros. Pero ¿úsase, Fortuna, como ahora te dije, esto algunas veces? Si me dices que no, voluntad tienes de contradecir a la verdad, favoreciendo la falsedad. Pues, dime, Fortuna, ¿no fui yo sabia de apartarme de todas estas cosas e inconvenientes y lazos del falso mundo, y quererme allegar a esta pobreza que tengo, y ser pobre como soy yo, no curando de tu mundo, ni de tus negocios y baratos, ni de tus imaginaciones y pensamientos; perdiendo comer y beber y dormir los que te creen, pensando cómo el cuitado o cuitados habrán y más alcanzarán; que mientra más tienen más desean; que al mayor haber mayor deseo trae consigo, y mientras más tiene más desea el cautivo sojuzgado al haber más? Que es así, según dice Valerio, que la codicia del haber es un gran emperador del mundo al cual toda criatura servir desea. Y después que la codicia a la criatura vence, jamás no puede ser franco; que fuego inestimable es que quema continuadamente el corazón. Ahora, pues, no pienso yo sino sólo a Dios servir, amar y complacer; en esto pienso yo, en esto trabajo de cada día. Y bien sabes que del imperio romano desciendo y vengo, y fui bien andante, que fuera más si quisiera. Pero visto los inconvenientes que aquí te he dicho, plógome de dejarlo de mi propia voluntad y tomar esta vida y hábito, como otros de mis mayores hicieron, dejando de grado el estado y honra, allegándose a las pajas y a la tierra. Pues, loca desaventurada, sin ventura, no te alabes, como ahora me dijiste, que tú me hiciste venir a lo que estoy; ni tú me abajaste de mi estado y honra, pues yo de mi propia voluntad me lo quise. A lo que dices que me harás y dirás, eso es hablar por demás; que tal poderío no tienes, ni hubiste ni habrás. No busques aquí alabanzas; vete ahora otra parte; que cuanto aquí no tienes ál, salvo repelón o bofetada. Por ende, ve si te cumple de probar tus fuerzas comigo, y los hechos darán testimonio, que las palabras corren por el viento. Decir y hacer, esto hallarás aquí en mí. Hablar mucho y prometer harto, poco dar y mucho rallar: esto sé que hay en ti. Si te place, pues, di, que tengo de ir una gran jornada y he de ser hoy en París, aunque estoy de él lejos y apartada». La Fortuna, muy irada y con gran saña, respondió a la Pobreza: «Por cierto bien has ahora predicado. Todo el mundo has buscado de hablar de papas, de emperadores, de reyes, y no has dejado estados, seglar y eclesiástico, y no olvidaste villas y lugares donde creo que lo soñaste mucho más que no lo estudiaste. En verdad, pues, te digo que no ha estado de los que tú ahora me nombraste que no huya de ti como de fiera cosa: que no eres más en ojo de cada cual de los que nombraste que mota o nube o viruela; que bien te digo en verdad que no sé al mundo hombre nacido que de grado no te aborrezca y malquiera, y te denueste, salvo cuando más no pueden. Alléganse a ti son desesperados y no pueden hacer más. Pero Dios sabe la verdad por qué toman tal vía; y querríatelo decir, mas no quiero ser enojosa en hablar, que sé, que si en este paso me alargase a la verdad de algunos decir, sería blasfemada; cómo ni por qué el mundo dejan y a la pobreza y a Dios se abrigan, metiéndose frailes, religiosos y ermitaños. Por ahora no digo más ni quiero ser más prolija en más hablar, como tú, que ha una hora que hablas. A las picazas, papagayos y tordos querría yo mucho habladores. Más has chirriado que golondrina en abril: de tanto hablar la cabeza deberías tener quebrada. Siempre lo oí decir: el más ruin del apellido porfía más por ser oído. Más luenga tiene un mezquino que otro de hablar más digno. Así tú ahora no te enojarías de hablar y no cesar de aquí a un año; que no tienes ál que hacer ni pensar. Y lo peor que, según veo, enfinges de fuerte y quieres que yo pruebe mis fuerzas contigo, sabiendo tú muy bien que yo he derrocado a los más fuertes del mundo: gigantes y poderosos, papas, emperadores y reyes; al rey David y Darío el famoso; a Alejandro, que del universo mundo fue señor; a Sansón y a Goliat; al gran emperador victorioso Pompeyo; a Julio César, el singular conquistador y emperador; al gran Nembrot, gigante que hizo la torre de Babilonia; a Teseo, rey de Atenas; al grande Príamo, rey de los troyanos; al grande Roboán, rey de los judíos; la grande reina Dido, reina de Cartago; al fuerte Sedechías, rey de Jerusalén; al soberbio Tarquino, hijo del Tarquino emperador romano; al rey Antioco, rey de Persia y de Asia; al famoso Aníbal, señor de Cartago; al grande Marco Tulio Cicerón; al grande Herodes, rey de los judíos; al grande emperador Nerón; al varonil emperador César Augusto; a Valerio, de Roma emperador; al grande Diocleciano, emperador; a Maximiano y a Juliano Apóstata, a Galero, emperadores de Roma; al rey César de Bretaña; al emperador Constantino, romano; Andrónico, emperador de Constantinopla; Diógenis, emperador romano; a Radugaiso, rey de los godos; a los doce pares de Francia; al animoso Godofré de Bullón; a Tristán de Leonís y Lanzarote del Lago; a Lanzalao, rey de Nápoles; y otros infantes y reyes y grandes de España que sería prolijo de poner y nombrar aquí. Pues si de los eclesiásticos te dijese, como son papas, cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, abades, doctores, maestros en teología, en leyes y cánones, doctores birretados como fueron Agustino, Ambrosio, Isidrio, Leandro, Gerónimo, Bernardo, Anselmo, Beda, Crisóstomo, Dionisio, Damasceno, Fulgencio, Anselmo, Guillermo, Josepo, Alberto Magno, Inocencio, Leo, Teodosio, Garulo, Francisco de Nido, Alifonso, Eugenio, Ilario, Bernardo, Ricardo, Juan Andrés, Alberrico, Juan Monje, Juan de Dios, el abad de Sena; poetas notables: Virgilio, Homero, Platón, Sócrates, Cicerón, Diógenes, Aristóteles, Aristardo, Séneca, Bocaccio, Ovidio, Lucano, Terencio, Avicena, Abén Ruis, Boecio, Cicerón, Catón, Doucas, Galieno, Diascórides, Diomedia, Demóstenes, Epicurio, Euclides, Egedio y otros infinitos poetas. Pues, si en particular a los bajos descendiese a contarte, sería enojarte del todo: bástente estos por ejemplo, pues estos todos por mi mano los derroqué, los poderosos abajando, los soberbios a tierra humillando. Y ¿tú ahora, lazrada, enfinges de quererte poner conmigo en examen de campo? Bien se parece que la tu gran soberbia te hizo decaer como a los susodichos; y a muchos otros por el mundo contece; que vienen a tal estado que su saña no pueden resistir cayeron a tierra. Y ¡cómo está bien el pobre lazrado y cuitado ser soberbio, y el flaco infingir de fuerte, y el loco presumir de mucho seso o infingir de sabio, el grosero de letrado gloriarse, el rudo torpe de muy avistado! Por ende, Pobreza, dime ¿de quién confías, que placer veas de ti misma? Pues fuerza no alcanzas: amigos, pues no tienes; servidores, ya te lo ves; bienquerientes, ni uno sólo, que no es hoy persona ninguna viva que bien te quiera, ni tu compañía ame ni desee, según que de alto ya dije. Si de tu lengua rallar confías, sed cierta que si al examen venimos, que nada no te valdrá». Acabado de decir esto la Fortuna, dijo la Pobreza: «Fortuna, ¿plácete decir más? Pues yo te juro que si tus palabras cumplieses como las predicas, otrosí tus hechos hicieses así como los dices; si tus amenazas como infinges así las ejecutases, ya todo el mundo tiempo ha que sería destruido. Hablas mucho de gorja; pero si venimos a la prueba, yo sé que llevarás en la coca. Por ende, ahora, sin más rallar, sea así; yo, en lo que dije, afirmarme quiero: desciende a pie, que sin más tardar luego te quiero hacer conocer cómo tú eres una falsa burladora, engañadora universal de todo el mundo, no habiendo miedo ni vergüenza de mal hacer, y lo peor perseverar todavía en locura. Por ende, si te atreves, no pongas excusas; pero so tal pacto y condición que el vencedor ponga ley al vencido, y demás, que el vencido haya de estar por la ley del vencedor: esto por siempre jamás». La Fortuna respondió: «Pláceme de hacerlo porque no entiendas que no oso, aunque me es feo, deshonesto y de gran vituperio y mengua de yo igualarme con cosa tan soez y de tan poco valor. Ca mucho vengo aquí a menos de mi honra, y todos los que lo supieren me lo reputarán a poca pro y mezquindad igualarme yo, que el universo mando y rijo, contigo que, por la que eres, toda criatura huye de ti. Es menester, empero, que me des buenas fianzas por las cuales sea yo segura; que si yo te venciere —como de hecho verás— que te haga estar para siempre jamás por la ley que yo te pusiere. Pero esto veo imposible; que, como ya de suso dije, ni tú tienes amigos ni parientes que bien te quieran, ni tienes quien por ti torne. Pues, Pobreza, di a quién me darás por fianzas y luego veme presta para hacerte conocer que eres falsa, bigarda, lisonjera y disimuladora, humilde a parte de fuera, soberbia de dentro, peor que Satanás». Respondió la Pobreza: «Dígote, Fortuna, que si tú me vences, yo quiero ser tu prisionera para siempre jamás; todas aquellas prisiones que te pluguiere ponme: no te excuses por esto, ni demandes más fianzas, que esto te debe bastar y debes ser contenta». La Fortuna respondió: «Pobreza, porque no entiendas que me escuso o rehuyo a la plaza, piensa que me place de ello y mucho de ello soy contenta, y luego lo pongo por obra». Descendió la Fortuna del caballo muy soberbiamente, y soltole las riendas por tierra y vínose hacia la Pobreza a grandes pasos, contados a manera de gigante, toda así como venía lozana con sus arreos, haciendo grandes continentes a manera de luchador; y apretose mucho el cuerpo, viniendo de puntillas en tierra, meneando los hombros, estirándose como gato, bramando como león, los ojos encarnizados, los dientes apretando pensando sumir la Pobreza luego que de ella trabase. Pero sabiendo bien la Pobreza que fuerza infingida muy poco presta ni vale —según dice el sabio Catón, no vale nada la braveza de muestra, que muchas veces vimos el vencido sobrar al vencedor, mayormente aquellos que de palabras vencen y matan, que no es para nada el dicho sin el hecho— que muchos vemos que mucho se alaban, diciendo que harán y dirán, pero cuando al hecho vienen el decir es panfear, el hecho idlo buscar. Y ella usaba de aquesta arte; pero la Pobreza entendió la manera, diciendo entre sí: «Fortuna, entendida eres, y no te pienses espantarme con tus gestos bravos de león, a manera de italianos, genoveses o lombardos, que de corsario a corsario no hay ganancia sino de muchas puñadas, y al partir de la batalla solos los barriles el vencedor alcanza del vencido vacíos, que no mucha medra. Si enfinges, Fortuna, yo te entiendo». Y en esto estando, la Pobreza no se movió, antes con gran humildad esperó que ella se llegase. Veníase rascando la Pobreza su sarna que la comía, no por burla, concomiéndose toda, doliéndose de la dolor que en sí pasaba. Empero las dos, Fortuna y Pobreza, juntáronse ya en uno y anduvieron un rato en torno buscando presas la una contra la otra. La Pobreza tomó a la Fortuna la una mano a los pechos y la otra a la cintura, y la Fortuna echó mano a la Pobreza, la una mano al cuello y la otra al brazo derecho, y comenzáronse a tentar de fuerza. Y como la Fortuna estaba gruesa y muy poderosa, parecía al comienzo como que sobraba a la Pobreza de gran fuerza, y comenzó de decir: «Ahora, doña villana, te demostraré yo qué cosa es igualarse los ribaldos con los buenos; yo te mostraré hablar de papo». Y comenzola de estremecer, que así sonaban sus huesos como nueces en costal, y armole la mediana cuidándola derribar. Desde que vio que no le valía nada aquella manera, cometiole de una encontrada por ver si la llevaría; vio que no le empeció con las dos que le había parado, púsole un traspié pensándola derrocar; desde que vio que no podía por aquellas maneras su voluntad cumplir, tentola de sacaliña por ver si la vencería, y no la pudo sobrar. Dijo: «Yo le daré a esta villana los tornos y le haré desmemoriar». Vio que a mal ni a bien no la podía de tierra arrancar, tomó tanta malenconía que cuidaba reventar. Dijo: «Aquesta villana de torno de brazos con un gayón de pura fuerza la habré de derrocar». Cometiole, mas no pudo algo en ella mellar. Probola con un desvío si pudiera con ella maestramente en tierra dar; quisiera a brazo partido algún tanto de tentarla con algún arte de pies por poderse de ella honrar; pero ya a mal ni a bien no la podía sobrar, ni, lo peor que era, de sí desviar. Empero la Pobreza imaginó en sí: «Esta villana está gruesa como toro. Si yo la dejo porfiar guardándome de sus maneras, la haré fuertemente sudar; pero quiero estar ahora queda. Ella sus fuerzas pruebe en mí y cometa lo que quisiere, fuerza y maneras; que jamás no la armaré hasta que la vea cansada con su orgullo, fuerza y locura, y entonces tomarla he a tiempo que no podrá resollar; habrá perdido fuerza, maneras, brío y locura; y luego bía a escotar: serle a doble trabajo y dolor trasdoblado cuando su daño a par ojo viere». Durante esta porfía, la Fortuna, como estaba gruesa, mucho arreada y de vestiduras cargada, ya no podía resollar con la gran fuerza que había puesto para la Pobreza querer derribar: ya no amenazaba ni podía hablar. Desde que vio la Fortuna que a mal iba su hecho, querríase de ella apartar. La Pobreza, desde que vio que la Fortuna desfallecía, comenzó a revivir diciendo: «¡Ahe, doña loca engrosada, que no es tiempo de burlar, ni es todo panfear! Ahora veré yo cómo burlas tú de los mal vestidos. Yo te haré ahora parecer los deleites, placeres, solaces, gasajados que hasta aquí tomaste. Ahora, Fortuna, va la cosa como debe y el arado como suele; más somera va la reja que tú pudiste sentir e imaginar. ¡Bía, bía al escotar! Di, falsa burladora, ¿dó tu fortaleza? ¿dó tu orgullo? Fortuna, ¿dó tu pompa y vanagloria? ¿dó tu brío y lozanía?». Quisiera la Fortuna en aquella hora allende de los Pirineos y de los Alpes montes itálicos alejada estar más que no en poder de la Pobreza demorar. Y cuando la Pobreza vio que era ya tiempo de tomar venganza de la Fortuna —la cual no se podía ya mover, ni menear, ni resollar, tanto estaba ya cansada de la gran fuerza que con la Pobreza probado había— entonces la Pobreza entró en ella y armole de recio, y parole la ancha, y alzole las piernas en el aire, la cabeza escontra la tierra y dejola venir, y dio con ella una tan gran caída que la cuidó ciertamente reventar. Y como la cuitada dio de espaldas, alcanzó a dar con la cabeza en tierra y dio tan fuerte cabezada, que visiblemente le pareció que le quebrantara la cabeza y le saltara fuego de los ojos, en tanto que del todo la vista perdió y pareciole el mundo todo ser estrellado. ¡Oh de la cuitada! Quien la vio poco tiempo había y después la vio en tierra vencida y medio muerta, no siento persona tan cruel que de los ojos no llorara. Y estando así la Fortuna en tierra como muerta sin sentido alguno, en tanto que todo el estómago se le revolvió de cansancio por tornar lo que en él tenía, la Pobreza luego saltole encima y púsole el un pie en la garganta que la quería ahogar, diciendo: «¡Doña traidora, no es todo delicados manjares tragar!». Y dábale con el pie en la garganta tanto que la lengua le hacía un palmo sacar, y con el otro pie en el cuerpo le dio de coces que la quería reventar, diciendo: «¡Doña falsa mala, no es todo en camas deleites folgar; la dura tierra te conviene ahora de probar!». Rompiole todas las preciosas vestiduras y arreos que tenía; sola en cuero la dejó, diciendo: «Conviene, doña engañadora, la pobreza por fuerza probar; que a lo menos yo de grado y por mi voluntad la tomé; mas tú ahora, mal que te pese, la habrás de soportar». Diole en la cara y en los ojos tantos de golpes que apenas los ojos le parecían, diciendo: «¡Fuera, fuera hermosura! ¡No es tiempo de más aquí estar! De antes llamabas tú a mí fea y de terrible acatadura, diciendo que me mirase al espejo. Mírate pues, tú, Fortuna, ahora, y verás cómo soy yo hermosa en comparación de ti, que tu cara no tiene vista ni parece ser sino cosa fea y espantable. Di tú, pues, ahora ¿dónde son tus solaces? ¿Dónde son tus placeres y gasajados? ¿Dónde están los que de no nada hiciste? ¿Dónde están los que tanto ayudaste? Di, pues, ahora que te vengan ayudar y a valer». La Fortuna estonces, como medio muerta, comenzó a hablar, diciendo: «Óyeme, señora Pobreza, y ave merced de mí: salva mi vida y miembros, que yo confieso mi pecado; yo conozco mi error; de todo me arrepiento; soy cierta ahora que yo erré contra ti. Ave merced de mí —¡no muera sola, por Dios!— pues que siempre fuiste y eres tan benigna, tan mansa y amorosa. Las obras de misericordia sé que siempre las cumpliste, cumple ahora esta buena obra en mí. ¡Oh, señora Pobreza, halle ahora la Fortuna esta gracia en ti! No te tengas por cruel, pues hasta aquí fuiste benigna. ¿Qué provecho te vendrá al vencido más vencerle, al por armas sobrado tormentarle, al que está muerto matarle? Haz de mí lo que quisieres; ponme aquella ley que te pluguiere; que pues yo me doy por vencida yo quiero tener la ley de ti que eres vencedora. ¡Ave merced de mí ahora!». La Pobreza, movida entonces a piedad, dijo: «Fortuna, no son estas las palabras que me decías poco tiempo ha, que tanta era tu soberbia y lozanía que no te conocías; pero a venir hubiste a la melena. Tomen, pues, otros ejemplo en ti: no confíe, por ende, ninguno de poderío, riquezas y favor, fuerza ni estado; que a la fin a la razón, justicia y derecho es a venir. Y la lucha durar puede y maneras». Pero tomen ejemplo los que leyeren aquí, y por tanto verás cuánto hace la soberbia y cuánto caríe la presunción; cuánto hace el mal hablar, que la lengua no es de hierro, mas corta más que espada. ¡Cuántos y cuántas mueren y han mucho mal por hablar con soberbia y mal decir y mal responder! En verdad te digo que ahora te lo quiero mostrar. Lee este libro que este año hice, y hallarás que de mil que son en este año muertos de sus dolencias, por ocasiones y por justicias, los más de los ochocientos de ellos murieron por mal hablar y por la lengua no refrenar; que cuando el hombre o la mujer está irado o irada, no guarda lo que dice delante algunos; ni aun cuando departe o habla de otros a las veces. Por ende su lengua a la muerte los condena y da sentencia contra el mal diciente; que por aquel mal decir debe morir y penar, hablando lo que no debe, donde no debe, y de quien no debe. Pues bien lo dio por ejemplo el sabio Catón donde dijo: «La primera virtud que el hombre o mujer debe haber, pienso que es, de mal hablar y mucho hablar, refrenar su lengua; que el que mucho habla, de necesario conviene de errar». Por ende dice el ejemplo vulgar: «Habla la boca, por do lleva la coca». Donde dice Salomón: «Guarda tu lengua y no quieras mucho hablar en público ni en secreto de tu menor, igual y mayor, y especialmente de tu señor o rey, que por secreto que tú el mal dijeres, guárdate que no pase alguna ave por el aire volando, que le lleve las nuevas». Por tanto, se dice: «Guarda qué dices, que las paredes a las horas oyen y orejas tienen». Por ende, el que hablare de otros, tres cosas guarde y no errará: la primera que haga cuenta que aquel de quien habla que lo tiene delante y se lo diría delante sin temor lo que detrás dice de él; digo sin temor razonable, que muchos con locura y tastardía dicen algunas cosas no debidas a otros delante, diciendo: «Yo se lo osaré decir», y así lo hacen de hecho con poca discreción o corto juicio. Pero, por ende, no se sigue que aquello es dicho osar ni discreto hablar, antes es locura y poco seso y atrevimiento loco, y muchas veces vemos venir de ello grandes enojos y daños. La segunda cosa que ha de guardar el que hablare de otro detrás de él, sí es: que hable tales cosas de él que en todo lugar se las pueda decir honesta y buenamente sin cargo ni vergüenza. La tercera es que guarde bien con quién lo habla, que sea tal persona que no le descubra si tal poridad fuere. Por ventura alguno hablando dice de otro lo que no conviene, porque, sabido, se ve a las veces en vergüenza, y por cosa que no va ni viene. Que si de los hablantes de otros las cosas dichas fuesen sabidas y retraídas, ¡oh cuánto mal sería por el mundo! Guarde, por ende, quien hablare, que hable con amigo que le guarde, y de estos hállanse pocos hoy. Por ende, poco halar es oro, mucho rallar es lodo. Por ende, Fortuna, si tú fueras de tu lengua cortés, y no me deshonraras como deshonraste, ni hablaras tanto como hablaste, no vinieras a lo que viniste. Bien es verdad que a las veces no es deshonra del que es ser deshonrado ni mal hablado de algunas lenguas que hay, que así son mal dicientes que nunca podrían de otro bien decir. Así que del malo el bueno ser loado no se lo tenga a gracia, del bueno debe desear hombre y querer ser loado y honrado; del malo y mal diciente dejarlo decir y pasarlo so disimulación con risa y gesto alegre, pues de su oficio es mal decir. Que muchas veces permite nuestro Señor que los buenos sean deshonrados, difamados y aviltados de los malos, porque los buenos, bien obrando, no se soberbezcan y teman a Dios; que si peligroso es el mal vivir, no es muy seguro el bien obrar, por cuanto requiere continuación hasta la fin. Por ende, diga quien dijere que los hechos dan testimonio, y las malas lenguas son miembros del diablo. Por ende, Fortuna, así hice de ti yo. Pero ahora que te conoces sintiendo la culpa ser en ti y me demandas perdón con misericordia; denegar no te lo podría». Luego la Pobreza dejó a la Fortuna levantar, como medio aturdida y casi muerta más que viva, y dijo la Pobreza: «Arrodíllate, Fortuna, ahora delante mí y recibe mi sentencia y la ley que tengo para siempre de ponerte». Y la Fortuna de continente, las manos juntadas, las rodillas en tierra, desnuda como naciera, y la cabeza inclinada hacia la tierra, y los ojos bajos y muy humilde; la Pobreza se asentó encima de un valladar y dijo así: «En el nombre de Jesucristo, primeramente invocado, solo Dios delante mis ojos habido, no movida por saña, ira ni malenconía, ni por otra cosa alguna que a la presente sentencia pronunciar me mueva, salvo los méritos y las cosas que la Fortuna hasta hoy hizo, los males y los daños que en el mundo hasta en esta hora procuró; visto y reconocido y por verdad sabido, mayormente por confición de ella misma, que se ha llamado del universo mundo de esa; visto más, y por ella en mi presencia otorgado, que decía que daba a las cosas ser y no ser con necesidad, fuera de voluntad y libre y franco albedrío; visto cómo conoció que ella abajaba a los poderosos y ensalzaba en estado alto a los bajos; visto y por ella no negado que ella hacía y poder tenía del pobre hacer rico y del rico pobre; visto y reconocido y no por ella negado cómo decía que si a alguno le venía mal o daño, muerte o lesión, o algún otro caso desastrado, que ella decía que lo procuraba y hacía; eso mismo si la buena suerte o dicha alguno alcanzaba, que por ella lo había; visto en cómo hasta hoy ha traído el mundo con estas cosas y otras muchas más burlado y engañado por las razones susodichas, por ella otorgadas, dichas y no negadas, y por otras muchas que alegar podría, que desde el comienzo del mundo hasta hoy ha hecho, dicho y por obra cumplido, Jesús, hallo que la debo condenar y condeno justamente: en hasta la fin del mundo esté en cadenas presa, atada y bien guardada en una grande palanca; y que de allí nunca se mueva ni vaya, salvo con aquel que de allí la viniere a desatar y llevar; y con aquel, que de allí la desatare, mando que vaya adonde él quisiere y por bien tuviere, y con otro ninguno no. Y por mi sentencia definitiva, y por siempre jamás, así lo pronuncio en estos y por estos escritos. Condenación de costas al presente no hago, por ciertas razones que mi corazón a no hacerlo me mueve. Dada en tierra de Babilonia, año que reinaba Nembrot, rey de la tierra suya, en el mes de julio, antes del caimiento de la torre, jueves catorce días del dicho mes pasados, a la hora de prima, cuando de rayos el sol la tierra regaba y las bestias de la sombra a la luz salían, reinante Saturno en la casa de Mercurio, Júpiter estando enfermo de cólica pasión». Y rezada y publicada y leída la dicha sentencia por la Pobreza, luego dijo la Fortuna que no apelaba de ella, antes que la quería cumplir y guardar por siempre, según que en ella de verbo ad verbum se contenía. Y luego la Pobreza tomó a la Fortuna y llevola a una gran palanca que estaba hincada, y allí con fuertes cadenas la ató para siempre jamás, donde nunca se pudo partir, ni ir, ni soltar, salvo con aquel que allí la fuere a buscar y desatar. Y —ella, como dicho es, atada, bien presa y recaudada— partiose luego la Pobreza de allí y fuese luego para Babilonia, y desde allí anduvo y anda hasta hoy día por todo el mundo; y cuando alguno no se lo piensa, con él yanta y cena, y a las veces ella se convida en algunos lugares, que ella enoja de recio a aquellos con quien usa y platica. Pero tiene esta condición y tacha: que es como señora, que con el que le place a ella estar y folgar o mucho o poco tiempo, conviene que así sea; que en ello no hay alzada, salva la superioridad de Nuestro Señor Jesucristo. El enojo es por demás, y la malenconía es de balde: lleva la carga, pues, porque más vale por grado tomar lo que por fuerza se a de llevar. Por ende, amigos, ya habéis oído cómo la Fortuna gran tiempo ha que está aprisionada, y con muy fuertes cadenas bien al palo atada por sentencia definitiva por la muy humilde y paciente Pobreza dada. De hoy más, pues, ninguno ni alguna alegue que la su ventura le hizo malo o mala y le dio ocasión de mal hacer o recibir, de ser pobre o rico; no echen culpa a la Fortuna, hado ni ventura —que una cosa son— salvo a sí mismo que la va a soltar y desatar de aquel palo y cadenas donde la Pobreza la dejó atada; y diga el ejemplo vulgar: «Amigo, ¿quién te hirió?», diga: «Yo mismo que me lo busqué; yo me lo tengo y me lo hallé»; no diga: «La ventura mía lo hizo, y mi dicha que así había de ser; mi mala postrimería que lo había de hacer; mis días que no eran cumplidos; mi hora de mal haber que no era llegada; en día aciago mi madre me parió, en hora menguada nací; en mal signo fui engendrado, en fuerte planeta fui concebido». Todos estos y otros dichos son falsos, malos y reprobados por el juicio y seso natural y el franco albedrío que la criatura tiene y que a la persona le es dado, conociendo cuando hace bien o mal. Pues si no le place dejarse de hacer mal, cuando ve que hace mal, no dé culpa a la ventura, al hado ni a la planeta, sino a sí mismo que se lo procuró, le plugo y lo quiso. Hay otras personas que dicen, no como estas susodichas, salvo: «¿Por qué hiciste esto?». «El diablo me lo hizo hacer y consejome, engañome, que yo no lo quisiera hacer», y no quieren conocer su culpa y propio error, dando cargo de ello al diablo, a la fortuna y planeta y a su calidad por colorar su yerro, maldad y pecado. Hay otros que dicen —y bien— si mal les viene o mal hacen, dicen: «¡Bendito sea Dios que yo lo merezco esto y mucho más! Yo lo hice; yo lo cometí; yo soy digno y merecedor por mis culpas y pecados de esto y de mucho más. ¡Dios sea loado! ¡Bendito sea su santo nombre! Si lo que yo merezco me viniese, días ha que estaría so la tierra, si no fuese por la gran misericordia de Dios. Pues ruégote, Señor, que en este mal me quieras dar paciencia, porque mal pasando te alabe y bien habiendo te conozca, y ni con el mal desespere ni con el bien me soberbezca». Estos atales dicen bien y la propia verdad, y los otros gran falsedad; mas, como susodicho he ya, hay lenguas que no son sino para mal decir, y hombres y mujeres hay que no nacieron sino para mal hacer y mal acabar por su propia voluntad —no que planeta ni hado los apremia a mal hacer y mal obrar— con liberalidad y franco albedrío, puro, libre y desembargado. En esto no hay alzada; el glosar es por demás; ni los achaques son escusados, que si al mundo con tales dichos quieren engañar —porque los reciben a las veces por mayor engaño— a Dios Nuestro Señor, empero, nunca se le esconde la verdad, pues con Él habemos a venir a razón y juicio, y no se le esconde nada, y de él habemos a recibir sentencia. ¡Por Dios, cada cual conozca su verdad y de sus culpas culpe a sí, y conozca a Dios que no le puede, aunque quiera, engañar! Por ende, dice David en el salmo «Dios, vinieron gentes en la tu heredad», dice adelante un verso: «Señor, derrama Tú la tu ira en la gente que no Te conocieron y en los reinos que el tu santo nombre no invocaron». Conclúyese que el que deja a Dios y su santo nombre y poderío, y se somete a hados y planetas, que si hadas malas le vinieren, por su culpa obrando se las tenga.
Capítulo III
De cómo algunos quieren reprobar lo que Dios hace, con argumentos
Ahora por dar conclusión a esta materia o manera de hablar muy
reprobada —aunque millares de autoridades se podrían traer en prueba de
ello, pero por no ser más prolijo, ceso— digo, pues, que sólo Nuestro
Señor es el que hace y deshace, y da ser y no ser, veda y manda, y so el
su absoluto poderío todas las cosas son puestas sin duda; y la criatura
así es en su propio poderío y franco albedrío que puede de sí hacer lo
que le pluguiere con la permisión de aquel verdadero Sidrac. Por ende no
dé culpa a otro ni ninguno, que ya Salomón dijo: «El varón sabio
señorea las estrellas». Pues no las estrellas ni planetas señorean a él;
que si sabio es y de mal hacer se guarda, señoreará hados y planetas;
pero si loco fuere y mal quisiere hacer, cuéntelo a sí mismo. Dice
Catón: «Como tú, hombre, seas poco sabio y las cosas por razón no
gobiernes, no quieras decir fortuna, pues que no hay fortuna ser de bien
o mal causadora». Por ende, el que sabio quisiere ser, tome juicio y
seso natural en algún tanto de cantidad; tome más el juicio de la
discreción por medida e igualdad; tome más las dos pesas quintales para
pesar —conviene saber, amor y temor de Dios— con gran maduridad; tenga
más la criatura este peso con la mano de la justicia, con gran
diligencia y curiosidad, y tome después la fortuna, hados, planetas,
signos y hadas, y póngalos a la una balanza; y los méritos suyos de bien
hacer y bien obrar póngalos en la otra balanza, y verá cómo el mismo
peso dirá la verdad: que los méritos de las buenas obras mucho más
pesarían que no los vanos pensamientos de las cosas que no son, ni jamás
fueron ni serán. Y en esto concluyo, salvo mejor juicio, aunque hay
algunos que dicen: «¡Oh cuitado! ¡Oh cuitada! este mal, esta ocasión,
este daño que me vino, pues yo no me lo procuré, ni fui causa de ello;
que descuidado estaba cuando me vino; durmiendo estaba cuando me
conteció; rezando estaba cuando me dio; labrando estaba cuando me hirió;
no hacía mal a ninguno cuando me acaeció; pues, ¿cómo me dicen ahora
que la persona es causa de su mal, porque él o ella se lo procura o
busca; pues si lo buscó y halló que se lo tenga? Pero esto digo que
razonable es a aquel que lo busca, pero el que está descuidado o otro
bien haciendo, o en su casa la mujer hilando o labrando y a ninguno no
mal haciendo, y viene un caso fortuito que me cae alguna cosa y le da en
la cabeza y lo mata, y otros casos inopinados, incogitados, que de cada
día contecen las personas no procurándolo, pues, aquí, ¿qué me dirás,
amigo?». Aquí te quiero responder en una de dos maneras insolubles: la
primera, ¿quién es el que quiere a Dios demandar, por qué fue esto, por
qué conteció aquello? ¿No sabes que los juicios y secretos de Dios, como
dice el profeta David, son muchos y muy hondos? Y como ya de alto te
dije, guarda que te dice el sabio Catón: «Deja los secretos de Dios a
solo Dios y no quieras escudriñar qué son, ni cuáles son, ni por qué
son, que es gran fallía y dar de la cabeza a la pared». Y como Nuestro
Señor Dios dijo a San Pablo: «Paulo, Paulo, ¿por qué me persigues?» cata
que duro es de lanzar coces contra el aguijón. Así que dura cosa es a
ninguno querer meterse más adelante que no debe, ni querer saber más que
conviene. Por ende, de bien o mal sé contento con lo que Dios te da o
diere o permite que hayas; mérito habrás en sufrirlo buenamente; no se
hará menos por bien que lo tomes otramente. Por ende, como dice Job: «Si
las buenas cosas alegremente de las manos de Dios recibimos, las malas,
empero, ¿cómo no las soportaremos?». Otra razón te quiero asignar, que
será en orden la segunda: bien sabes tú que no ha de pasar bien sin
galardón, ni mal sin pena. Pues dime, ¿desde el día en que naciste
cometiste algunos pecados o hiciste algunos males o daños? Si dices que
no, falso dices; que San Juan en la su primera canónica dice: «Si
decimos que pecados no habemos, nosotros mismos nos engañamos». Por ende
no hay ninguno que de pecado sea escusado, mortal o venial, según más o
menos. Pero si dices que cometiste algunos, dime: ¿cuándo fuiste de
ellos punido? Dirasme nunca, o que al presente no se te acuerda que por
ellos hubieses mal, daño y enojo ni punición, adversidad ni tentación.
Pues dime, si Nuestro Señor fuese vindicativo y luego que la criatura
peca luego le puniese, no creo que duraría mucho la criatura en el
mundo. Por tanto, Él mismo dijo en su Evangelio: «No quiero yo la muerte
del pecador, mas que viva y se convierta». Pues si por su infinita
clemencia y piedad le place esperarte hoy, mañana, un año y muchos, y tú
no cesas de pecar y sus mandamientos traspasar de cada día más, pues no
te maravilles si alguna hora te viene aún algún daño o mal, aunque tú
no lo procurabas entonces ni buscabas; que ya los tenía procurado y
buscado, si el rincón de tu corazón guardares y bien en ello imaginares y
pensares; que los pecados viejos hechos en mocedad nacen y rebotan de
recio a la vejedad; y lo que hiciste ahora un año pagas a las veces hoy
en este día, que Nuestro Señor todo lo que hiciste, haces y harás, ve y
mira, y de alto acata más cada día y cada hora, y cada tiempo a cada
instante. Lee en el himno de las Laudes, de la feria quinta que comienza
«Catad que la luz se levanta», en el postrimero verso dice: «Catad que
la atalaya está sobre vosotros, el cual en todos vuestros días todos
vuestros hechos considera y acata, del comienzo de la luz hasta la
tarde», queriendo decir desde la verdad hasta el vicio, o desde el bien
hecho, que es luz hasta el mal hecho que es tiniebla y noche, obscuridad
y tarde. Así que Nuestro Señor todo lo ve, pero espera corrección y
enmienda a tiempo, a veces largo, a veces breve, según la su divinal
providencia. Por esto dicen muchos: «¡Oh qué buen juez es Nuestro Señor!
Sino fuese por dos cosas: la primera, que no hay apelación de su
sentencia; la segunda, que es muy vagaroso y muy tarde hace sus
ejecuciones», que querría el hombre o la mujer, que luego que otro le
hace mal o daño o injuria, que luego le diese en ese punto la pena sin
más tardar Nuestro Señor Dios. Pues considera que algunos son en el
mundo que aunque pueden y poderío tienen, no dan pena luego que se la
merecen, que antes esperan corrección y enmienda. Pues, si en los
hombres terrenales se halla esa virtud ¿no se haya de hallar sin grado
de compaciencia en el Señor Dios tan humilde, paciente, de infinita
bondad, cual nunca falleció clemencia, misericordia ni piedad? No, no;
que no es de poner en lengua ni solo tener imaginación a los infinitos
dones de gracia —dada de gracia— a nosotros cada día por Él otorgados,
no según merecemos por nuestros pecados contra su Majestad y clemencia
cometidos. Lee en la leyenda de San Nicolás, donde dice: «¡Oh
maravillosa piedad del Señor! Maravillosa clemencia suya que como es tan
poderoso y al cual ninguno no puede resistir ni decir: ¿Por qué esto,
Señor, haces?». Empero, no luego a los que le yerran hiere, ni a los que
contra Él vienen deshace, ni quiere que ninguno en pecado se pierda, ni
amenaza como hace el tirano; antes con claras señales, tales que son
como milagros, advierte al malhechor que se arrepienta de los males que
cometió, no parando mientes a su mal vivir continuado, como sea tierra y
de ella criado. Pero, vista la poca corrección y poca consideración de
la gracia que al pecador hace en no compenderle de pecado mortal, de
esperarle a penitencia, consiente y permite que el malo sea herido del
mazo a las veces in puericia, juventud, mancebía o vejedad.
Considera, pues, que barbero tienes, y que te has con él por fuerza de
rapar: ave temor por ende que no te rape en seco; que el apretar los
dientes te será por demás. Y no digo más; entiéndelo, si querrás, si no,
arrepentirte has. Por ende no te maravilles si tú eres punido de los
males por ti cometidos en los pasados tiempos, cada que le a Él place,
quiere y por bien tiene. Ve tú aquí, pues, dos razones por las cuales no
te debes maravillar por qué los males, las muertes, las ocasiones y
daños vienen a las veces súbitos y arrebatados. Por ende, el profeta
David nos conseja muy bien donde dice en el penúltimo verso del salmo
«Dios de los dioses habló y llamó la tierra», y dice así el verso:
«Entended bien vosotros, los que olvidáis a Dios, que alguna vez no vos
arrebate y no haya quien vos defienda». En otro lugar dice en la leyenda
de las vírgenes en el Evangelio: «¡Velad, velad, amigos, por cuanto no
sabéis el día ni la hora que Nuestro Señor ha de venir!», el cual a las
veces viene como torbellino arrebatado y muy a deshora y descuidado. Por
ende, amigos, velad. Plégale a Nuestro Señor Poderoso Jesucristo
—encarnado, primogénito, engendrado por la palabra de Dios Padre en
aquel virginal vientre de la su reverenda y bendita Madre— que así
velemos y nos apercibamos, y del enemigo Satanás nos guardemos, y de los
vicios nos corrijamos, y de los pecados en bien nos enmendemos, para
que cuando aquel glorioso esposo Jesucristo las sus divinales bodas
quisiere celebrar, nos halle velando, orando y apercebidos con nuestras
candelas encendidas —que son las conciencias nuestras— en Jesucristo
elevados, porque merezcamos ser dignos de entrar con Él en aquella
fiesta tan maravillosa, y en aquel convite tan precioso de aquellas tan
santas y benditas bodas de la gloria de paraíso para siempre jamás,
amén. A Dios gracias.
Acabose este registro a diez días del mes de julio, año del
Nuestro Salvador de mil cuatrocientos sesenta y seis años. Escribiolo
Alfonso de Contreras.
El autor hace fin a la presente obra y demanda perdón si en algo de lo que ha dicho ha enojado o no bien dicho
Aquellos a quien natura de sus bienes dotó y amor siempre quiso dar favor y gozo, que oigan de su amigo mi breve tal o cual epístola enderezco, a los cuales paz y salud sea otorgada con amor de aquellas en cuyo disfavor del todo puesto soy. Hermanos en Jesucristo, yo, pues, forzado hube de ocupar mi entendimiento en diversas y muchas imaginaciones, si mejor me sería tal disfavor, habiendo proseguir lo comenzado, continuado ex propósito, o nuevamente buscar paz y buena concordia de aquellas que siempre matan sin cuchillo ni espada y tormentan a quien quieren sin que beban la toca. Pero si haber quisiere su amor y querencia, conviene que al fuego y vivas llamas ponga el libro que compuse de aquel breve tratado de la reprobación del loco amor y vano contra Dios y mundano. Y yo, muy congojado del pensamiento tal, retrájeme algún tanto al sueño natural, y desde que adormido comencé de soñar que sobre mí veía señoras más de mil, que el mundo ya por cierto no las aborreciera por ser de tal gala, de nombre y renombre famosas, más de tanto hermosas, ya sin par graciosas a par que gentiles, si en estima del pie hasta encima traían ejecuciones a manera de martirio, dando los golpes tales de ruecas y chapines, puños y remesones, cual sea en penitencia de los males que hice y aun de mis pecados. Diciendo: «Loco atrevido, ¿dó te vino osar de escribir ni hablar de aquellas que merecen del mundo la victoria? Have, have memoria cuanto de nos hubiste algún tiempo pasado gasajado. Pues no digas aún de esta agua no beberé, que a la vejez acostumbra entrar el diablo artero en la cabeza vieja del torpe vil asno». Y en esto estando, pareciome la una que se aventajaba a tirar por mis cabellos, rastrándome por tierra, que merced no valía demandarle de quedo que conocer me pluguiese. La segunda que el pie me puso en la garganta a fin de ahogarme, que la lengua sacar me hacía un palmo; las otras no pude divisar, que el golpe de los chapines me cerraba la vista; las ruecas y las aspas quebraban sobre mí como sobre un mancebo que fuera de soldada, que a mi semblar quedé más muerto que no vivo, que morir más amaba que tal dolor pasar. Congojado de tormento, sudando, desperté y pensé que en poder de crueles señoras me había hallado. Empero tal o cual mi sentido cobrado, sentí y conocí el mal dónde me venía; pero quedé espantado y apenas conociera el que solía, o si era verdad o sueño o vanidad; temblaba, Dios lo sabe, que quisiera tener cabe mi compañía para consolarme. ¡Guay del que duerme solo! Por ende, pensé, si quisiera, hermanos, por descanso y reposo de mí, de comunicarvos del todo mi trabajo, como a aquellos que siento que habéis tal sentido, que me daréis sentido, si debo yo morir penando por tal. Por ende, hermanos, de dos uno demando, o paz haya y perdón final, bien querencia de aquellas so cual manto bebí en esta vida, o que queme el libro que yo he acabado y no perezca. Mas, con arrepentimiento demando perdón de ellas, y me lo otorguen o que quede el libro y yo sea mal quisto para mientra viva de tanta linda dama, o que pena cruel sea. En el año octavo, a diez de septiembre, fue la presente escritura, reinante Júpiter en la casa de Venus, estando mal Saturno de dolor de costado. Pero ¡guay del cuitado que siempre solo duerme con dolor de ajaqueca y en su casa rueca nunca entra todo el año! Este es el peor daño.
Deo gratias