Kiti la Vanidosa

Ángela Grassi


Cuento


En las escarpadas costas de Dinamarca vivía hace mucho tiempo una joven muy bella, pero tan sensible á la vanidad, tan enamorada de sí misma, que cuando iba á llevar á Nelo, el pescador, la banasta de junco que debía recibir á los dorados pececillos, se detenía en las márgenes de cada fuente, de cada arroyo, para extasiarse delante de su propia imagen. No pensaba más que en coger flores que realzasen su hermosura, ó en arrancar al mar sus preciosas conchas para adornar con ellas sus brazos y su cuello.

Nelo era su desposado, y debía conducirla al altar cuando germinasen las primeras flores.

Nelo la amaba con fe pura; pero Kiti, así se llamaba la jovencilla, le correspondía con ese amor tibio de la mujer que sacrifica en aras de la vanidad, ciega y estúpida, todas las facultades de su alma.

Una tarde fue á llevarle la banasta como siempre, y como siempre se asomó á espejarse en las ondas tranquilas de la mar. Nunca le había parecido tan unida y trasparente.

Nelo la llamaba en vano... Kiti, lejos de prestarle atención, avanzaba en pos de aquellas mágicas ondas que la atraían, reproduciendo mil veces su bello rostro; siendo las últimas las que mejor sabían reproducirlo.

—Vén, la decía con tiernísimo acento el pescador desde la playa; vén, Kiti, vén...

Kiti, fascinada por un extraño vértigo, seguía á las ondas, saltando de risco en risco, apoyándose sobre las ninfeas, plantas acuáticas que se asoman á la superficie del agua.

Llegó al último escollo, se deslizó su pie, y las ondas pérfidas la arrastraron consigo hasta el abismo....

Un grito de espanto se elevó en la playa: muchos pescadores se arrojaron al mar; otros muchos saltaron sobre sus lanchos y recorrieron la costa: Kiti no pareció!

¡Tres días trascurrieron, y, á pesar de todas las pesquisas, Nelo no pudo hallar ni aún el cadáver de su amada!...

En la noche del tercer día, el infeliz estaba solo en la playa, y lloraba amargamente. Poco á poco vió que la atmósfera se iluminaba, y ceñía la superficie del mar una ancha faja de plata, que iba tomando todos los colores del arco iris, hasta convertirse en un volcán de fuego.

Luego brotaron de aquel volcán millares de estrellas que vinieron á juguetear sobre las ondas, y, por ultimo, pirámides luminosas, y girándulas resplandecientes, y meteoros rojos que subían y bajaban, convirtiéndose en brillante espuma, ó perdiéndose entre las nubes, de modo que el más hábil pirotécnico no podría presentar un luego de artificio más bello y sorprendente.

Si Nelo no hubiese tenido la imaginación tan exaltada, hubiera recordado que había visto cien veces esto fenómeno llamado fosforecencia de la mar, y que es producido por la aparición repentina de ciertos animalitos luminosos, y la descomposición de las plantas marinas y los peces; pero, lejos de eso, se sintió embargado de terror, y mucho más cuando vió surgir, de en medio de aquél brillante círculo, una barquilla de nácar que, al romper las ondas, dejaba tras sí una larga estela de fuego.

En la barquilla iba una graciosa hada, que se acercó á la costa, y le dijo tocándole con su varita mágica:

—Kiti ha recibido el castigo de su estúpida vanidad, y vivirá para siempre en el tenebroso abismo, si la fe y el amor no la rescatan, Hacia donde se pone el sol hay una montaña de cobre, y en su cúspide un lago verdoso guardado por un gigante.

Preciso es que llegues allí, desafiando los peligros del camino; preciso es que venzas al gigante, y te arrojes en el lago.

Nelo, sin escuchar más, se levantó: encomendó sus redes á las Nereidas, ninfas de los mares, y emprendió su viaje.

Anduvo mucho tiempo.

Primero se vió obligado á cruzar por una ciudad cuyos muros chocaban entre sí como dos yunques, luego por un ejército de iracundos combatientes, y al fin tuvo que vadear un río de fuego.

La fe y el amor le sostuvieron. Llegó á la montaña de cobre, venció al gigante, y se precipitó en el lago.

—¡Bien venido seas! exclamó un enorme pez sobre cuyo dorso había caído. La fe te ha hecho triunfar de todos los obstáculos, y voy á conducirte al palacio de la Reina de los mares.

En efecto. Nelo se halló en el fondo del Océano montado sobre un delfín, cetáceo de nueve pies de largo, negro por encima, azul oscuro por los costados, blanquecino por debajo, que tiene el hocico agudo, la boca grande, los dientes cónicos, y los ojos muy pequeños, adornados de pestañas.

Después de haber examinado con sorpresa su extraña cabalgadura, Nelo no pudo menos de contemplar el magnífico paisaje que le rodeaba, cubierto de una vegetación lozana y majestuosa.

Allí, del mismo modo que sobre la tierra, hay risueños valles; montañas, cuya alta cima forman nuestras islas; praderas arenosas y oscuros antros, en los cuales parece no existir la vida, como se observa en los picos elevados y cubiertos de nieve de nuestros montes.

Nelo veía pasar á derecha é izquierda numerosas bandadas de peces, de todos tamaños y colores; los unos, de escama trasparente, se hundían en las profundidades, nadando con una rapidez extremada al través de las rocas; los otros, que parecían no tener más objeto que hacer ostentación de su brillante armadura, bogaban tendidos sobre navecillas, compuestas de plantas marinas.

—También en el seno del mar existen seres activos y perezosos, dijo Nelo.

—Estos son los menos, exclamó el Delfín; si conocieras su industria, si pudieras admirar su atrevida arquitectura, no pensarías del mismo modo. Mientras llegamos al Palacio, quiero hacerte admirar algunas de sus obras.

¿Ves ese bosque encarnado? Pues es un bosque de coral.

Ahora bien, vosotros encarecéis la industria de la abeja y de la hormiga, y no sabéis que es un pólipo diminuto el que labra esos elegantes tubos, para que le sirvan de palacio, y que es tan asiduo y tan prodigioso su trabajo, que se encuentra en el Océano muchos escollos, y hasta islitas de coral.

¿Sabes tú lo que son pólipos? Unos animalitos gelatinosos, cuyos nervios están distribuidos al rededor de un centro, y cuya boca, rodeada de dientes, conduce á un estómago simple, ó seguido de intestinos, en forma de vasos.

La producción que voy á mostrarte ahora no es tan bella, pero sí más útil. ¿Ves esa sustancia de color gris amarillento, adherida á las rocas, como el musgo á vuestras peñas? Pues es una masa flexible, llena de tubos de figura irregular, que sirve igualmente de habitación á ciertos pólipos.

Vosotros la llamáis esponja, y después que los intrépidos buzos descienden, arrostrando mil peligros, para arrancarla de las rocas, forma la principal riqueza de los bazares de Oriente.

Otros pólipos hacen cosas más admirables todavía.

Ahí tienes una madrépora, cuerpo marino de naturaleza de piedra, lleno de pequeños agujeros, armados de laminillas en forma de estrellas, las cuales están trabajadas por unos animalitos, que por lo común son blancos.

Sus brazos se agitan con las oscilaciones de las ondas, como tantos hilos imperceptibles, y agarran las presas que nadan en derredor.

Producto incesante de los pólipos que la habitan, la madrépora va creciendo, creciendo, y después de muchos siglos de trabajo, acaba por llegar al nivel de las bajas mareas. Faltando entonces el alimento necesario á los infatigables arquitectos, la madrépora en vez de crecer se ensancha. Los años pasan, la construcción aumenta, y ocupa un espacio dilatado. Allí, en donde ayer la sonda no podía encontrar fondo, hoy se eleva un risco; mañana el risco se convertirá en escollo, y más adelante en isla, porque el choque de las aguas desgaja sin cesar lo cima de la madrépora, y aglomera sus escombros sobre la superficie, mientras las aguas del mar traen las algas, que deben cubrirla de verdura.

Luego, las corrientes que atraviesan el Océano arrastran consigo, tan pronto árboles que no han perdido su follaje y esconden en su tronco insectos y nidos de aves, tan pronto frutos y semillas que se detienen en la nueva isla y la fecundan. Los cocoteros, cuyas raíces buscan el agua, son los que empiezan la conquista. Más tarde los vientos traen los gérmenes invisibles de las plantas y las flores, y más tarde aún, un navio que naufraga arroja sobre ella hombres y animales; hombres que se prosternan reverentes, y, en nombre de Dios, toman posesión de la virgen tierra, que ayer era desnuda roca, y en los lejanos siglos un pólipo invisible!...

Los abismos del mar encierran tantas maravillas como las que contemplamos en la tierra. La mano del Creador las ha sembrado con profusión hasta sobre el más humilde insecto, hasta sobre el más leve átomo de polvo!

Al lado de las colosales ballenas, del enorme tiburón, de las elegantes focas, le mostró los Vellelas, animalillos que, á manera de piraguas, movidas por una vela trasparente, maniobran en la superficie del mar, bogando con millares de remos azulados, y los Feroes, diáfanos como el cristal, que descomponen la luz y agitan, sus membranas labradas, semejantes á los prismas que retratan al sol en todo su brillo..

También le mostró los Fisófofos, que ostentan sus bellas ruedas de rubíes y ópalo, sostenidas por globos cristalinos, mientras las Stefanomias extienden sus trasparentes miembros, semejantes á las hojas de la enredadera. Las suaves ondulaciones de sus tallos, matizados de tintas sonrosadas y azules, presentan la imagen de una guirnalda de flores; pero si por casualidad cae alguna presa cerca de ella, la planta se anima, y salen centenares de lenguas por debajo de las delicadas hojas que las sirven de defensa.

Izóle también observar los estraños é ingeniosos medios, por los cuales los moluscos pequeños se defienden de los grandes: como la Jibia que, para escapar de sus perseguidores, se sumerge, rodeada de una tinta negra quo vierte de su cuerpo, y las Medusas quo, por una fusión instantánea, se resuelven en un fluido diáfano, como las aguas que las cercan, combatiendo, áun en esto estado, á su enemigo, y recobrando su primitiva forma después de pasado el peligro.

—Como vuestras aves viajeras, prosiguió el Delfín animándose, tenemos nosotros también pocos que viajan de un polo á otro polo, y llegan en el momento oportuno para recoger el botín que la naturaleza los ofrece en las lejanas costas unos gusanitos que nacen en cierta época del año, en las de Flandes y de Holanda, obligan á los arenques á partir en colonias numerosas de los mares del Norte, yendo quizás á perecer en esas playas, en donde vosotros, crueles, os complacéis en destruirlos!

¡Ah, qué fuera de los míseros labradores del Mediodía, si durante el invierno no tuviesen para alimentarse los despojos de los peces que han nacido entre los helados témpanos del polo, y que, cediendo á un ansia codiciosa, abandonaron las riberas patrias!

El Delfín era locuaz, y más cosas hubiera dicho á Nelo, sino hubiesen llegado delante del palacio regio.

Este estaba formado de corales, y el techo de conchas de variadísimos colores. Las había semejantes á esos ramilletes de rosas que encantan nuestros ojos durante la primavera, mientras las del Norte, de tintes más oscuros, recordaban las flores del otoño. Las unas pendían del techo en grupos caprichosos; las otras se elevaban formando bellas cúpulas.

En el elegante peristilo, la vegetación submarina ostentaba todo su esplendor, y los colores verde oliva, violeta y púrpura de sus hojas, se mezclaban agradablemente, formando un conjunto nuevo y delicioso.

Cubrían las puertas del palacio cortinajes de un tejido brillante, que parecía seda, y resulta de los filamentos que unas conchas grandes depositan sobre las rocas, completando su ornamento guirnaldas de perlas de un tamaño enorme.

En cuanto á los salones, cuyas alfombras eran de finísima arena, estaban profusamente adornados con estalácticas de todos colores, y los rubíes, záfiros, diamantes, y otras mil riquezas que los codiciosos hombres se dejan arrebatar por las ondas mugidoras.

Cuando el pescador llegó delante de la Reina, resplandeciente de majestad y belleza, ésta llamó á Kiti, que gemía en un oscuro antro, y dijo, sonriendo á Nelo, cuya confusión era suma:

—Tus lágrimas, joven, me han vencido: he devuelvo á tu frívola desposada. Llévala en buen hora; pero si antes de salir de mis dominios cede á un sólo movimiento de vanidad, jamás volverá á ver la luz del sol.

La Reina los hizo entrar en una graciosa piragua, cargada, ya con sus ricos dones, y ambos amantes se alejaron.

Atravesaron los profundos senos, llegaron á la superficie de las aguas, y saludaron con indecible júbilo un hermoso rayo de sol, que vino á juguetear sobre las aguas.

¿Por qué vió entonces Kiti sobrenadar junto á la barca dos conchas abiertas que ostentaban dos riquísimas perlas? ¿Era una prueba de la inflexible hada?

—¡Cuán hermosa estaría si me adornase con ellas! murmuró la joven imprudente.

Nelo la hizó extender la mano, abarcar las conchas...

Soltó un grito de terror, y casi en el mismo instante retumbó el trueno, brilló el rayo, las ondas se encresparon, y la frágil piragua zozobró, quedando envuelta entre aquellos montes de plata, que se elevaban mugiendo hasta los cielos!

Cuando Nelo volvió á abrir los ojos, se halló tendido en la playa, rodeado de pescadores que le prestaban sus auxilios.

¿Había sido verdad su peregrinación á los profundos abismos de los mares? ¿Había sido un sueño de su exaltada fantasía?


* * *


Nelo vivió muchos años: vivió muchos años triste y solitario. Cabizbajo siempre y sombrío, jamás hablaba con nadie, pero cuando veía á una tierna jovencilla anteponer la vanidad á todo, y entregarse con exceso á los afanes de una frívola compostura, la contaba con voz lúgubre y pausada la historia de la pobre Kiti.


Publicado el 27 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
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