En los años del mundo 2,706, estando gobernados los hebreos por uno de sus últimos Jueces, sobrevino una horrorosa carestía, que desoló la Palestina.
En tal conflicto, los ancianos estimaron conveniente emigrar con sus familias y rebaños á otras más fértiles comarcas.
Fué uno de ellos Elimelech, de la tribu de Judá, habitante de Belén, El cual con su mujer Noemi, y dos hijos, llamados el uno Mahalón y ol otro Chelión, buscó un asilo en la deliciosa tierra de Moab.
Gozaba fama de varón justo y prudente, y fué recibido con singular amor por los Moabitas, poro ¡ay! que aquí la dicha es vana sombra! Apenas Elimelech empezaba á gozar de las dulzuras que ofrece la abundancia, cuando descendió rápidamente á la tumba, dejando una viuda y dos huérfanos, quienes privados de su apoyo, se casaron con dos jóvenes idólatras, pertenecientes á las más nobles familias de Moab: Mahalón con Orla, Chelión con Ruth.
Para castigar tal vez esta alianza, Dios arrebató á Noemi sus dos hijos, y en vez de una viuda fueron tres las que lloraron sobre una misma sepultura.
La infeliz Noemi, agobiada de dolor, resolvió abandonar el país donde había perdido á cuanto amaba, y volver á los sitios habitados por el pueblo de Israel.
Rayaba el alba cuando se puso en camino acompañada de sus dos nueras, que la honraban como á su señora y la respetaban como á madre; pero así que llegó á la orilla del Jordán se detuvo, y las dijo con voz triste y conmovida:
—Adiós, mis queridas hijas, quedaos en el riente país en donde tenéis padres, hermanos, amigos y bienestar!... Dejad que yo, envuelta en el negro manto de las viudas, vaya á buscar entre los míos un asilo, en donde ocultar mi perpetuo y triste llanto!... Ojalá que el Dios á quien adoro, os otorgue, almas tiernas y bellas, la copa del néctar delicioso, supuesto que os habéis estremecido conmigo de alegría al oir los mandatos de aquellos que ¡ay de mí! no existen, y me habéis dado con efusión el dulce nombre de madre. Adiós, adiós, hijas queridas, tomad mi bendición y sed felices!...
Noemi quiso alejarse al decir esto, pero las dos viudas se postraron á sus plantas y la pidieron con lágrimas que las dejase compartir su desventura.
¡Oh, qué noble, qué bella, qué sublime lucha sostuvieron entonces aquellos tres amantes corazones!
—No hijas mías, no, decía Noemi, ¿qué podéis esperar de una viuda pobre y desolada, sino dolor y llanto?... Volved el pensamiento á vuestra patria, en donde os aguarda tal vez el esposo que debe colmaros de alegría!... Sienta mal á vuestra juventud el manto lúgubre de las viudas!... Id, hijas queridas, id!... ¡No aumentéis mi desventura con el negro cuadro de la vuestra!...
Orla, vencida por estas razones la dió un tierno beso, y tomó tristemente el camino de Moab; Ruth permaneció inmóvil con los ojos fijos en el suelo, con los brazos cruzados sobre el pecho.
—Hija, esclamó Noemi con trasporte, ¿por qué no sigues á tu cuñada? ¿por qué te obstinas en quedarte?
—Madre, respondió Ruth, cuyo acento era firme y enérgico; me has llamado hija en la prosperidad, quiero serlo también en la desgracia! Adonde vayas iré: tu Dios será mi Dios: tu pueblo será mi, pueblo!... en el mismo lugar, ó poblado, ó desierto, en donde trascurra tu vida, trascurrirá la mía, y se alzarán la una junto á la otra nuestras olvidadas sepulturas. No insistas: lo he resuelto!
Noemi, vencida por tan noble obstinación, se arrojó en sus brazos, y vertió sobro su pecho las primeras lágrimas de gozo, después de tantas amarguras.
Luego ambas, cogidas de la mano, ambas hablando de sus queridos difuntos, emprendieron el camino de Belén.
Por todos los pueblos por donde pasaban, salían los habitantes á verlas, y las mujeres esclamaban, ofreciéndolas sus dones:
—Esta es Noemi, aquella célebre Noemi, que, ni dejarnos, nos dejó sumidos en el luto y la tristeza.
—¡Ah, no me llaméis Noemi, que en hebreo quiere decir hermosa, respondía la viuda; llamadme Maru, es decir, la que está llena de amargura, la solitaria, la afligida, á la que Dios, sin duda por sus culpas, ha despojado de todos sus bienes en el mundo! ¡Por aquí pasé hace diez años con mi marido, con mis hijos, seguida de mis criados y rebaños: hoy vuelvo peregrinando sin séquito y sin familia!
Así atravesaron los pueblos de más allá del Jordán, y llegaron á Belén á la entrada de la primavera cuando en la tierra de Judea se hacía la recolección de la cebada.
Noemi volvió á habitar la casa, testigo de su anterior grandeza, y hubiera sucumbido á su dolor, si Ruth no hubiese velado junto á ella, como el ángel del consuelo. Pero su miseria era extremada.
—Madre, la dijo Ruth un día, tu Dios es mi Dios, y su ley es también mi ley. Por ella está aquí permitido á los pobres, á los peregrinos y á las viudas, espigar en los campos de los ricos: ¿me permites que lo haga?
Noemi la estrechó la mano y nada dijo.
Ruth salió de la ciudad, y se dirigió á un campo lleno de segadores. Colocóse modestamente detrás de ellos, y fué recogiendo las espigas caídas ú olvidadas, y haciendo sus hacecitos en silencio.
Aquel campo pertenecía al rico y virtuoso Booz, y hé aquí que, volviendo de la ciudad, entró en él, y, reparando en la tímida espigadora, preguntó quien era.
—Es, le respondieron, la joven que Noemi ha traido de Moab; la que ha dejado su casa y su bienestar por seguir á una anciana viuda y desvalida; la que tiene admirado á todo Belén por su virtud, por su humildad, por su dulzura; es la viuda de Chelión; es Ruth, la bella, prudente y generosa Ruth.
—Hija, dice Booz, acercándose á la joven, no vayas nunca á espigar á otro campo que al mío, ó más bien diviértete en segar con las otras jovencillas, y, cuando llegue la noche, llévate cuanta cebada, ya separada del grano, gustes de llevarte. Comerás con mis gentes, y quiero que, por tus virtudes, todos te respeten como me respetan á mí mismo!
¡Oh, con qué júbilo volvió Ruth á su casa por la noche, llevando á Noemi una parte de su comida y una buena provisión de grano!
Cuando Noemi supo que había espigado en el campo de Booz, alzó las manos al cielo en actitud de darle gracias, y la ordenó que todos los días fuese á trabajar con los segadores.
Y todos los días fué la humilde y obediente Ruth, y cada día obtuvo más elogios de Booz, por su laboriosidad y compostura.
—Escucha, la dijo Noemi: Dios ha dispuesto así las cosas, para premiarte de cuanto has hecho por una pobre anciana! Sabrás que aquí es costumbre que, cuando una mujer queda viuda, el hermano de su marido, ó su más próximo pariente, la tome por esposa, y Booz era pariente de Elimelech.
Ruth fue llevada un día con gran pompa á casa del rico Booz, que la dió el nombre de esposa, y Noemi, la ya feliz Noemi, tuvo el placer de contemplar sobre sus rodillas á un hermoso niño, llamado Obed, perpetuador de su casa y de su nombre.
Ruth tuvo por descendiente al rey David, y de su posteridad nació el Mesías, el Salvador del mundo!
¡Hé aquí el bello premio que Dios concedió á su abnegación y á sus virtudes!