Acto primero
Sesión en el concejo
El Alcalde (Rascándose la oreja y mascando.):
Propongo a los señores presentes que escuchen al jefe de los bomberos,
Sima Vavolovitch, quien, en el asunto de que se trata, es más entendido
que yo. El nos dará las explicaciones necesarias y nosotros decidiremos.
El jefe de los bomberos:
Yo lo comprendo de este modo... (Se suena con un gran pañuelo a cuadros.) Los diez mil rublos asignados a los bomberos representan acaso mucho dinero... (Se limpia el sudor de la calva.)
Pero esto es sólo en apariencia. Esto no es dinero. Esto es una
ilusión; esto es aire... Indudablemente, con diez mil rublos se puede
mantener un destacamento de bomberos; pero la cosa hará reír. Ustedes
saben la importancia vital, la enorme importancia que tiene la torre
vigía de los bomberos. Esto se lo afirmarán todos los sabios. Pues bien;
para expresarme categóricamente, diré que nuestra torre no vale nada,
¡nada! Es demasiado baja. Junto a ella, todas las casas son más altas.
Ocultan la torre. Si los bomberos no descubren un incendio, no es suya
la culpa. En cuanto a los caballos y a los barriles... (Se desabrocha el chaleco, suspira y prosigue su discurso.)
Los concejales (Unánimemente.):
Que el presupuesto sea aumentado en mil rublos.
(El alcalde interrumpe la sesión por algunos minutos para expulsar de la sala de la audiencia a un reportero.)
El jefe de bomberos:
Muy bien. ¿Ustedes convienen, pues, en que la torre sea alargada en dos
metros? Muy bien. Pero hay que fijarse que en este asunto andan
mezclados los intereses del Gobierno y del país todo, y que si un
maestro de obras lo toma por su cuenta, no pensará en los intereses del
Estado, sino en los suyos propios. En cambio, si emprendemos el trabajo
por nosotros mismos, sin apresuramiento, la cosa vendrá a costarnos... (Levanta los ojos hacia el techo, como calculando.)
Los ladrillos, a quince rublos el millar; el transporte, en los
vehículos de los bomberos... Además, cincuenta vigas de a 12 metros...
Los concejales (Interrumpiéndole.):
Que la construcción se encargue a Simeón Vavilovitch, a quien serán entregados desde luego 1.523 rublos 44 copecs.
La esposa del jefe de los bomberos (Sentada entre el público, cuchichea con su vecina.):
No me explico por qué mi Senia se compromete a esto. ¡Con su precaria
salud ocuparse de construcciones!... ¡Qué divertido! ¡Qué gusto en pasar
todo el día insultando a los obreros! Ello le reportará una ganancia de
500 rublos acaso; más perderá por 1.000 rublos de salud. Su buen
corazón le pierde.
El jefe de bomberos:
Hablemos ahora del personal. Yo, como principal interesado, puedo decir... (Turbándose.)
que ello me es igual... Soy hombre de edad, de salud delicada; de un
día a otro podré morirme. El médico me advirtió que tengo una dureza en
los intestinos. Como no me cuide, una vena es capaz de romperse, y
deberé morir, de sopetón, sin recibir los últimos Sacramentos... (Murmullos en el público: Una muerte de perro.)
El jefe de bomberos:
No lo digo por mí. He vivido bastante. Nada necesito. Me extraña solamente, y hasta me siento ofendido. (Hace con la mano un gesto de desesperación.)
Trabaja uno honradamente por su sueldo, sin aprovecharse en lo más
mínimo, sin descansar ni de noche ni de día, sin cuidar de su salud,
y... después de todo, ¿para qué?... ¿Para qué me afano? ¿Cuáles son mis
ventajas? No lo digo por mí, repito; lo digo en general... Otro no
viviría con un sueldo semejante... A un borrachín cualquiera le
cuadraría ese salario. Un hombre honrado e inteligente, antes se dejaría
morir de hambre que trabajar por tan poco dinero y andar en líos con
caballos y bomberos. (Se encoge de hombros.) ¿Cuál es mi
beneficio? Si en el extranjero conocieran nuestro modo de proceder,
¡bien nos pondrían los periódicos! En Europa, por ejemplo en París, en
cada calle hay una torre para señalar el fuego, y a los jefes de
bomberos les dan cada año una gratificación igual al sueldo entero. Así
se puede servir.
Los concejales:
Que se entregue a Simeón Vavilovitch, a título de recompensa por sus muchos años de servicio, 200 rublos.
La esposa del jefe de bomberos (A su vecina.):
Me alegro de que no haya necesitado pedirlo. ¡Qué listo es! Anteayer, en
casa del párroco, jugando a la brisca, perdimos 100 rublos, y ahora lo
sentimos tanto... (Bostezando.) No sabe usted cuánto lo sentimos... Ya es hora de ir a casa a tomar el te.
Acto segundo
Escena junto a la torre.
El guarda (Desde lo alto de la torre, pitando hacia abajo.):
¡Oye, tú! ¡Hay fuego en el almacén de maderas! ¡Toca alarma!
Otro guarda (Desde abajo.):
¿Y no te has enterado hasta este momento? Hace más de media hora que la
gente corre. Mucho has tardado en apercibirte de ello... (Pensativo.) Que lo pongan arriba, que lo pongan abajo, para un tonto todo viene a ser igual. (Toca la campana de alarma.)
(Tres minutos después, el jefe de bomberos, en paños menores y medio dormido, asómase a la ventana de su casa, la cual está enfrente de la torre.)
El jefe de bomberos:
¿Dónde es el fuego, Dionisio?
El guarda de abajo (Cuadrándose y haciendo el saludo militar.):
En el depósito de maderas, señor.
El jefe de bomberos (Meneando la cabeza.):
¡Todo sea por Dios! Con esta sequedad y el viento que reina... ¡Que Dios
los guarde a esos pobres! ¡Qué desgraciados son!... Oye, Dionisio, que
los bomberos enganchen y acudan tranquilamente al lugar del siniestro...
Yo iré allá dentro de un ratito... mientras que me visto y tomo el
te...
El guarda de abajo:
El caso es que no hay nadie; todos se han ido. Unicamente Andrés se encuentra aquí.
El jefe de bomberos (Como asustado.):
¡Canallas! ¿Dónde están?
El guarda de abajo:
Macario ha echado unas medias suelas a las botas del diácono y ha ido a
entregarlas. A Miguel, usted mismo le encargó que fuera al mercado a
vender la avena de los caballos... Yegor se marchó con el carro de los
bomberos al otro lado del río en busca de la cuñada del sargento. Kikita
está borracho...
El jefe de bomberos:
¿Y Alexis?
El guarda de abajo:
Alexis, en el río, a coger cangrejos. Usted mismo se lo mandó, porque espera usted convidados.
El jefe de bomberos (Con desdén.):
¿Cómo puede uno servir teniendo a sus órdenes gentecilla semejante?
Hombres sin cultura, groseros, borrachos. Si lo supieran en el
extranjero ¿qué se diría de nosotros? En París, por ejemplo, los
bomberos corren de continuo por la calle, aplastando a los transeúntes.
Que haya o no fuego, han de correr siempre. Mientras que aquí, arde el
almacén de maderas, ocasionando un desastre inmenso, y nadie se
encuentra en su puesto. ¡Que el diablo se los trague! ¡Cuán lejos
estamos de Europa! (Vuelve el rostro hacia dentro de la habitación y habla en tono cariñoso.) Máchinka, prepara mi uniforme.