Descargar ePub «La Sala Número Seis», de Antón Chéjov

Novela corta


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  Novela corta.
60 págs. / 1 hora, 46 minutos / 79 KB.
8 de febrero de 2018.


Fragmento de La Sala Número Seis

Poco después tuvo que enterrar a su madre. Durante seis meses no pudo encontrar ninguna colocación, y estuvo a pan y agua hasta que alcanzó la plaza de secretario del tribunal local, que conservó ya hasta el instante en que se declaró su locura.

Nunca, ni en la adolescencia, había gozado de buena salud. Siempre flaco y pálido, atrapaba fácilmente un catarro, era desganado, no dormía bien. Con sólo un vasito de vino, ya tenía náuseas y vértigos. Aunque muy aficionado a la sociedad, era tan irascible y desconfiado que no podía conservar sus relaciones, y no tenia verdaderos amigos. Hablaba con desdén de la gente de la ciudad, a quien detestaba por su ignorancia y vida insustancial, exenta de estímulos superiores. Y esto, en voz muy alta, casi a gritos, con ardor y vehemencia, aunque siempre con sinceridad. El tema favorito de sus conversaciones era la vida que le rodeaba, la falta absoluta, de preocupaciones ideales, la violencia de los fuertes y el servilismo de los débiles, la hipocresía y la perversidad que notaba en los habitantes de la ciudad. Acusador implacable, declaraba que sólo los cobardes logran lo que necesitan, y que la gente digna se muere de hambre; que no había buenas escuelas, ni Prensa honrada, ni teatro, ni conferencias públicas, y, finalmente, predicaba la unión y la colaboración estrecha de todas las fuerzas vivas del pueblo. En sus peroratas ponía siempre mucho fuego y pasión. Para pintar a los hombres y a las cosas sólo empleaba dos colores: el blanco y el negro; la Humanidad, a su ver, estaba partida en dos bandos: la gente honrada y los picaros. Los términos medios, los matices, no existían para él. Y aunque se expresaba con admiración y entusiasmo sobre el amor y las mujeres, no estaba enamorado. A pesar de la violencia de su lenguaje y de sus acusaciones implacables, en la ciudad era bastante querido; para hablar de él empleaban el diminutivo cariñoso: Vania. Su natural bondad, su solicitud, su pureza moral, así como su traje usado, sus desgracias familiares y su condición enfermiza, ganaban al pobre joven el afecto y la compasión de los vecinos. Además, era muy ilustrado, muy leído, y con reputación de diccionario enciclopédico en dos pies.


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