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—¡Tengo una idea!— exclamó—. La semana próxima dimite el secretario de nuestro asilo de niños pobres; si usted quiere esa plaza, yo puedo ofrecérsela.
El maestro se llena también de alegría.
—¡Vaya si la quiero, excelencia!
—Entonces, la cosa se arregla maravillosamente. Diríjame usted hoy mismo una solicitud.
Vermensky se fué. El director estaba contentísimo de sí mismo; el pobre maestro tendría una buena, colocación, y no perecería de hambre con su familia. Pero su buen humor no duró mucho.
Cuando volvió a su casa y se sentó a la mesa a almorzar, su mujer le dijo:
—¡Ah, se me olvidaba! Ayer me visitó Nina Sergeyevna, y me recomendó a un joven que quisiera ocupar la plaza del secretario del asilo, que, a lo que parece, dimite.
—Sí; pero esa plaza está ya prometida a otro—respondió el director frunciendo las cejas—. Además, ya conoces mi principio: no doy nunca plazas por recomendación.
—Ya lo sé. Sin embargo, creo que por Nina Sergeyevna bien puedes hacer una excepción. Nos tiene un gran afecto, y todavía no hemos hecho nada por ella. No, querido, no le negarás ese pequeño servicio. De lo contrario, se ofenderá y también me ofenderé yo.
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Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.
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