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Para desdeñar la vida hay o que ignorar su valor o que no tener nada que perder con ella. La valentía va en razón contraria de los bienes que nos jugamos. Por eso son valientes los primitivos y los desesperados. Los civilizados son siempre cobardes; la existencia les ofrece demasiados atractivos para jugársela fácilmente.
No supo lo que era miedo. Ante el toro pensó en la gloria, en el oro, en los placeres; la visión siniestra de dolor y sangre no cruzó jamás por su imaginación.
Hízose torero porque en su alma ruda, primitiva, el toreo fue la única visión de triunfo entrevista en sueños. ¡Y qué luchas para llegar de simple capeador a espada de primera fila! Desde muy niño escapábase a los pueblos a la querencia del popular festejo, ostentando orgullosamente su incipiente coleta. A la vuelta su madre le sentaba las costuras. La pobre mujer, con la experiencia que le daban los años y una vida entera de incesantes trabajos, era refractaria de aquellos sueños y se desesperaba de ver la mala cabeza de su hijo. ¡Aquel hijo le iba a quitar la vida! ¡El fruto de su vientre, maleta, rodando por esos pueblos de Dios entre golfos y perdidas, expuesto a que un torete le diese una cornada! E invocaba la memoria del padre, el señor Zacarías, un buen trabajador, hombre tan cabal y leído que hasta estuvo, en una ocasión, en que se trató de llevar al Municipio representación del «honrado pueblo», indicado para concejal. Todo fue inútil: Joaquín siguió marchándose en inverosímiles peregrinaciones. Y un día, al volver de una de ellas, encontró que habían enterrado a su madre.
44 págs. / 1 hora, 17 minutos.
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Publicado el 27 de abril de 2019 por Edu Robsy.
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