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Seguía el baile: y mientras las parejas giraban lentas en la cansada lascivia de un inacabable abrazo, el Cautivo, rodeado de amigos y admiradores, explicaba a su manera la bronca.
—Porque el Posturas…
Un incondicional entusiasta, deseoso de halagar a su matador, aseguró:
—¡Es un golfo!
Desde lo alto de su posición, Cipriano afirmó desdeñoso:
—¡Un chulo!
—A ver si no pones motes. ¿Estamos? Ni que tu madre hubiese sido la madama Pum—pum, la del «cine».
Al oír la voz de su contrincante, el torero se puso en pie, y empuñando una silla permaneció a la defensiva. El otro había avanzado lentamente, con calma amenazadora, y, por fin, a tres pasos de su enemigo, habíase detenido. Hubo un momento de sobresalto en la concurrencia. Los dos hombres, frente a frente, estaban en actitud expectante. El Cautivo tenía una apostura canalla, un tipo de golfo, sabio en artes de Monipodio y Caco, una gracia innoble, un poco bárbara y otro poco cínica, de colillero ducho en descuidos y en productivos amores de encrucijada. No muy alto, más bien recio de complexión, sin que la reciedumbre perjudicase a cierta agilidad airosa de felino, su cabeza era pequeña y bien moldeada; tenía el rostro muy moreno, los labios gruesos, carnosos, húmedos y rojos, los pómulos salientes, pequeños, pero vivos y llenos de picardía los ojos y estrecha la frente, que hacía aun más pequeña, el pelo recortado en flequillo, que se alargaba en las sienes hasta formar tufos a la manera gitana. El Posturas era más fino, más elegante. Alto, delgado, su tipo era el tipo árabe, no sólo en la distinción serena de los gestos sobrios y armoniosos, sino en la palidez mate del rostro, en los labios delgados, en los ojos grandes, negros, melancólicos y soñadores, y en el pelo negrísimo que caía en una onda de azabache sobre la frente alta y despejada.
39 págs. / 1 hora, 9 minutos.
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Publicado el 17 de junio de 2018 por Edu Robsy.
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