—¡Vamos, si no gana una para vestir á esas criaturas!
—Pero, hija, ¿qué quieres que suceda con la vida que le dan á la
ropa? ¡Mira, mira el mío! ¡Pues no está el condonado á muerte
revolcándose en la cal! Vamos, hija, si te digo..¡Antonio!
—¿Qué quiere usted?
—¡Ah, pícaro, si voy allá!
—Sí, me meterá usted un brazo por una manga.
—¡Grandísimo insolente! Aguarda, aguarda, que ya te diré yo...
—¡Eh! Mujer, déjale.
—¡Cómo que le deje! Sin hueso sano, á ver si es ese modo de responder á su madre.
—¡Gem! ¡gem! ¿Pues yo qué he dicho?
—¡Pícaro! ¡Bribón! ¿Dónde has aprendido tú ose modo de responder?
—Padre dice así.
—¡Ya! Lo malo es lo que aprendéis vosotros que: lo bueno no. Cuando
digo que voy á hacer y acontecer á los chicos, salta siempre su padre
haciéndose el incrédulo: «Sí, lo que harás tú es meterle un brazo por
una manga.»
—Pues velay. Los niños, ya se sabe, son como loá papagayos,
que dicen lo que oyen, y como los monos, que hacen lo que yen. Ahí
tienes al mío sentado con las piernas cruzadas á lo moruno. ¿Pues sabes
por qué es? Porque su padre, que esté en gloria, tenía el vicio, como
todos los valencianos, de sentarse así, y él, que lo veía, hace lo
mismo. Desengáñate tú que los niños son monos de imitación.
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