El Desmemoriado

Antonio de Trueba


Cuento



Cuento popular recogido en Vizcaya

I

Carranza es un valle de Vizcaya que tiene más fisonomía montañesa que vizcaína, como metido casi en el corazón de la montaña. Dícese en las Encartaciones que en Carranza todo es pequeño: los hombres, que son bajos, aunque rechonchos y fuertes; los ganados, que son de razas pequeñas; el maíz, que es de la especie llamada en vascuence arto-chiquili (maíz pequeño), y hasta la extensión de terreno que cada labrador cultiva es pequeña, aun comparada con la que cultivan los del resto de Vizcaya, que no es grande, aunque sí productiva, por el mucho esmero del cultivo, el abono y la bondad del clima.

A ésta última pequeñez se alude en una de las muchas anécdotas con que los encanutados dan bromas á los carranzanos. Cuéntase que con motivo de cierta festividad, en Carranza había corridas de toros ó novillos, y el público, apostado en las paredes del coso y en los portales, se impacientaba porque tardaba en dar principio la fiesta.

Esta tardanza era para dar tiempo á que llegara una señora llamada doña María de Trilla, muy popular y estimada en todo el valle por lo dispuesta que estaba siempre á favorecer á sus convecinos necesitados. Uno de los espectadores ge distinguía entre todos por su oposición á que empezase la corrida antes de la llegada de doña María de Trilla

Esta llegada se dilataba, el público no podía ya contener su impaciencia y el alcalde se mostraba como dispuesto á hacer la seña para que se abriera la puerta del toril.

—¡Salga el toro! ¡Salga el toro!—gritaba la muchedumbre. Y entonces el carranzano que más empeño había mostrado porque se esperase á doña María de Trilla, saltó al coso, y encarándose con el público, respondió desesperado al grito de ¡salga el toro!

—No ha de salgar hasta que venga doña María de Trilla, que me dió un celemín de cebada para sembrar.

Podrá haber en Carranza muchas cosas pequeñas, pero hay una que no lo es: el corazón de los carranzanos, que le tienen grande para combatir, para sufrir, para trabajar, y hasta para comer y beber.

Desde tiempo inmemorial se dedica una buena parte de la juventud carranzana de ambos sexos al servicio doméstico en las comarcas circunvecinas y muy particularmente en las Encartaciones. Ya en el siglo XIV debía existir esta costumbre, pues Lope García de tí alazar que nació al terminar este siglo, hace mención, en su inédito Libro de las buenas andanzas é fortunas, de criados carranzanos servidores de su ilustre casa; y siglo y medio después don Lope de Salvador, su nieto, dejaba en su testamento mandas á criados carranzanos.

Lo menos otro siglo y medio después debió florecer el criado carranzano que hace de protagonista en el cuento popular á que me ha parecido conveniente dar por prefacio estos renglones, porque el método que yo he seguido en las nueve colecciones de cuentos que llevo dadas á luz no se conforma con el de otros coleccionistas, consistente en dar á conocer los cuentos tales como los han recogido de boca del pueblo.

II

Nelas (como en aquella comarca simplifican ó mejor dicho pítriñituan el nombre de Manuel), Nelas el carranzano tenía un gran defecto, cada vez más pronunciado, para el servicio doméstico á que se dedicaba desde mozuelo: este defecto era la falta de memoria, hija de la falta de entendimiento. Por esta falta no le quería ya nadie recibir en su casa, á pesar de que tenía fama merecida de muy honrado, muy trabajador, muy humilde y de muy buena voluntad. Sabedor de que en una de las casas principales de Sopuerta, que era la de los Salazares de las Rivas, necesitaban un criado, se apresuró á presentarse en ella, solicitando acomodo.

Lo primero que hizo por vía de solicitud fue decir á los señores, sin que éstos se lo preguntasen, que su mayor defecto era la falta de memoria, por lo que nadie le quería en su casa y hacía ya meses que estaba desocupado y vivía con una ración de hambre y otra de necesidad.

A los señores de la casa pareció grave defecto el que el carranzano confesaba sin preguntárselo nadie, porque principalmente le necesitaba» para llevar recados verbales; pero les enamora tanto la ingenuidad del mozo, que se decidieron á tomarle á su servicio, tanto más cuanto que era ya costumbre secular en los diferentes ramos de su linaje el valerse de criados carranza nos, que, por otra parte, tenían fama nunca desmentida de fieles á carta cabal.

Nelas creyó volverse loco de alegría cuando consiguió entrar en tan buena casa, y juró hacer prodigios de voluntad, para suplir con ésta su falta de memoria.

Al pobre no se le ocurría que las potencias del alma son tres, y no dos: memoria, entendidimiento y voluntad. Memoria no tenía, entendimiento tampoco, ¡Pues qué! ¿Con voluntad iba á hacer memoria y entendimiento? ¡Hum! dificilillo lo veo.

Si Nelas hubiera sabido escribir ó su amo acostumbrara á mandar los recados por escrito, todo se hubiera podido conciliar; pero era el caso que Nelas ni áun sabía la jota aragonesa, y su amo había ido quedando tan corto de vista á fuerza de apuntar venal carbón y hierro en su herrería de Ballibrán, que había jurado no volver á apuntar ni áun con la escopeta á los tordos que manducaban las mejores cerezas y las mejores brevas del gran cercado que aún subsiste detrás de su casa.

III

Al día siguiente de entrar Nelas á servir en casa de los Salazares de las Rivas, le llamó su amo y le dijo:

—Oye, Nelas, vas á ir á llevar un recado á Bilbao, y vamos á ver cómo te las compones para no equivocarte.

—Pierda usted cuidado, señor, que como un papagayo he de decir todo lo que usted me encargue. ¿A quién he de llevar el recado, señor?

El señor Salazar indicó á Nelas el nombre de un naviero de Bilbao que comerciaba en la exportación de hierro y le había hecho un pedido de este metal, suponiendo que conservaría en la lonja el que había labrado en Ballibrán durante los últimos meses. Daba la casualidad de que el nombre y la persona del naviero bilbaíno le era á Nelas muy-conocido, porque de otra casa donde había servido le habían enviado muchas veces con cartas y recados para aquel caballero, y por tanto al señor de Salazar sólo le restaba meter á Nelas en la mollera el recado y no el nombre de la persona á quien había de llevarle.

—Pues bien—continuó el señor de Salazar, después de idear los términos más mínimos y sencillos á que era posible reducir el recado—vas á su casa y le dirás de mi parte que no tengo ni una onza de hierro. ¿Lo entiendes, Nelas?

—¿Pues no lo he de entender, señor? Que no tiene usted ni una onza de hierro. ¿No es esto lo que le he de decir?

—Eso nada más.

—Pues eso, señor, por debajo de la pata se lo digo yo.

—Bien, hombre. Toma una peseta para que eches un trago en el camino; que te den algo con que acompañar el trago, y ya está andando.

En efecto, pocos minutos después ya estaba Nelas andando camino de Bilbao.

Aunque mentalmente repetía de cuándo en cuándo el recado, echó de ver, antes de llegar á Somorrostro, que el recado se le iba escapando de la memoria, y recordando entonces lo que los chicos suelen hacer para que no se les olvide el que su madre les ha mandado llevar, que es repetirle en alta voz, determinó imitarlos.

—No tiene ni una onza de hierro, no tiene ni una onza de hierro—iba repitiendo sin cesar, y en voz tanto más alta cuanto que si no, ni á si mismo se oía con el ruidoso canto de los carros cargados de vena que subían río arriba.

En el llano de Bilochi, que era por donde antes iba el camino y no por la orilla opuesta del rio, como ahora, encontró Nelas unos carros, cuyos conductores exclamaron al oirlo:

—¡Calla, ese mozo sabe que en lugar de cargar en Triano, hemos cargado en la cuesta de Fresnedo!.

—Sin duda se lo ha dicho algún lengüetero que va delante y nos ha visto cargar allí.

—De seguro.

—Pues estamos frescos si llega á noticia del ferron que la vena que llevamos no es de Triano.

—Apuradamente necesitan mucho los ferrones para decir que la vena que uno lleva no tiene una onza de hierro, aunque se haya reventado uno subiendo á cogerla de la mejor del monte...

Y tenían razón en esto los carreteros, pues los ferro nos no querían más vena que la de Triano, y siempre estaban recelosos de que los carreteros se la encajaban de otra parte, como por ejemplo, de las veneras de Galdames ó Sopuerta, ó de las estribaciones somorrastranas de Triano.

—No tiene una onza de hierro, no tiene una onza de hierro—continuaba gritando Nefas.

—¡Miente =i con toda tu boca!—le dijeron irritados los carreteros.

—¿Cómo que miento?—les replicó Nelas.—Es la pura verdad, que ni una onza de hierro tiene.

—Pues si no tiene hierro la vena, tendrás tú leña. Toma, para que no seas parletin.

Y así diciendo, los carreteros comenzaron á descargar sus aijadas sobre las costillas del pobre carranzano.

Por fin éste pudo hacerles comprender el verdadero sentido de su cantinela, y suspendieron la peluquina.

—Pero, canario—les preguntó—si es malo decir lo que, el amo me ha encargado, ¿que es lo que lie de decir?

—Lo que has de decir, si no quieres volver á probar las aijadas, es: Todo es hierro..todo es hierro.

—Pues bien, lo diré como ustedes quieren; pero para encargarle á uno una cosa así, no es necesario ser tan libertado de manos.

Nelas continuó su camino, repitiendo sin cesar y en alta voz:

—Todo es hierro, todo es hierro.

En este nuevo grito perseveraba con tanta más razón, cuanto que le valía sonrisas de agradecimiento en vez de palos de los carreteros que iba encontrando, y que por lo visto tampoco se habían tomado la molestia de subir á cargar de la rica vena de aquel monte, que hizo decir al naturalista Plinio: «En la parte marítima de la Cantabria, bañada por el Océano, hay un monte quebrado y alto, cuya abundancia de hierro es tal, que todo él es de esta materia»

IV

En las Carreras tenía un rementero su fragua orilla, del camino, y entre él y un hombre, que había ido á comprarle una hacha, mediaba esta conversación:

—Yo quiero una hacha que no se muesque, aunque corte demonios colorados.

—Pues mejor que ésta no la encontrarás, aunque la busques en el mundo entero. Esta todo lo corta.

—Sí; y puede que no sirva ni para cortar manteca.

—Te digo que ésta lo corta todo.

—Puede ser que ni siquiera haya visto el acero.

—Es todo acero, hasta el ojo.

Al decir esto el rementero, apareció Nelas gritando:

—Todo es hierro, todo es hierro.

Al oir esto el comprador, que ya sacaba la bolsa para pagar el hacha, se la volvió á guardar y se alejó de la fragua, diciendo:

—Buen tonto sería yo en comprar una hacha que hasta los pasajeros saben que es toda hierro, y por consiguiente no corta nada.

El remen tero echó mano al espeque ó espetón que tenía en la fragua, y hecho una furia salió á metérsele por la boca al importuno que le había hecho perder un parroquiano y aún continuaba diciendo que era toda hierro el hacha.

Nelas retrocedió espantado, y así pudo dar tiempo á que el rementero calmase un poco su furia, poniéndole de improperios que no había por donde cogerle.

—¡Por vida del otro Dios!—exclamó Nelas desesperado y casi llorando al ver las cosas que le sucedían.—Pues si es malo decir lo que vengo diciendo, ¿qué es lo que debo decir?

—Lo que debes decir es: Todo lo corta..todo lo corta.

—Pues bien, hombre, eso diré; pero para encargármelo no tenía usted necesidad de ponerse como un condenado y querer meterme el espeque reluciente por la boca.

Así diciendo, Nelas continuó su camino gritando:

—Todo lo corta, todo lo corta.

Ya en el alto del Pino del Casal estuvo tentado de mudar de cantinela, al oir á un francés que iba por allí tocando un silbato, replicarle muy enfadado:

—Yo sólo corto lo que es debido.

Pero desistió de esta tentación, y volvió á gritar lo mismo así que el francés se alejó y sin pasar á mayores y desistió con tanto más motivo, cuanto que unos chicos de la escuela, á quienes había visto esconderse asustados en unos matorrales, le dijeron al salir de éstos, cuando el del silbato bajaba ya hacia San Pedro de Abanto:

—Gracias, buen hombre, que si no por lo que-usted venía diciendo, ese del silbato nos coge descuidados y nos fastidia.

Un poco antes de llegar á Nocedal había dos sebes ó bosques tallares, separadas por un ilsu ó mojón. El dueño de una de ellas estaba cortando palos con que hacer celias para las barrica, y de cuando en cuando dejaba de cortar en su sebe y pasaba á cortaren la del vecino. Cuando oyó á Nelas gritar:

—Todo lo corta, todo lo corta, se puso hecho un solimán y salió al camino con uno de los palos de castaño que había cortado, dispuesto á romperle en las costillas del que sin irle ni venirle se metió á acusarle de que lo cortaba, todo, lo mismo lo suyo que lo del vecino.

Por más listo que para huir de él anduvo Nelas, éste no pudo evitar que le arrimara un estacazo que á poco más le carpe el espinazo.

—Pero, ¡porrazo!—le dijo Nelas, pidiéndole misericordia con lo compungido de su cara.—¿Qué es lo quiere usted que diga, si no se puede? decir lo que el rementero de las Carreras me ha mandado?

—¡Hola! ¿Con que el rementero te ha mandado decir ego?.

—Ya se ve que sí; y si á usted no le gusta dígame qué es lo que he de decir.

—Lo que has de decir es: El rementero, borracho y embustero.

—Bien, hombre, eso ni más ni menos diré; pero para mandarle á uno que diga eso no es menester pegar.

Nelas continuó su camino, gritando:

—El rementero, borracho y embustero.

V

El rementero de San Salvador era tan aficionado al agua y á la verdad, que no podía ver ni pintado á su compañero el rementero de Burceña, por la única razón de que éste decía que el agua cría ranas y la verdad es amarga. Para encarecer su mucha afición al agua y por tanto su poca afición al vino, bastará decir que cada día rezaba un Padre nuestro por la salvación del alma del alcalde á quien le ocurriese bajar al campo de la iglesia la rica fueate de San Antón, que estaba donde Cristo dió las tres voces, noticia coa que de seguro llenó de esperanzas de Salvación al alcalde que de 1880 á 1881 ha realizado el sueño dorado del remen tero.

—¿Oye usted con calma lo que ese mozo va diciendo?—preguntaron al rementero de ¡San Salvador los que estaban en la fragua cuando Nelas pasó con su cantinela.

—Eso no va conmigo—respondió el rementero; lo que prueba que en este mundo para no incomodarse con malévolos juicios ajenos, el mejor remedio es no merecerlos.

El rementero de Burceña se dedicaba, masque á hacer y componer herramientas, á trabajar en los barcos ó para los barcos, porque era muy diestro, sobre todo para forrarlos de chapa de hierro y componer las averías del forrado, y entonces estaba de muy mal humor, porque no habiendo barcos que forrar, no trabajaba.

Cuando oyó lo que decía Nelas, se puso hecho un basilisco y salió al camino con el martillo levantado, jurando que iba á hacer y acontecer con el que le insultaba.

—Pero, ¡canute! ¡si esto no va con usted!—le objetó el carranzano.

—Yo te digo que va—replicó el rementero—y guárdate muy bien de repetirlo.

—Bueno, hombre, no lo repetiré; pero dígame usted qué he de decir en su lugar.

—Lo que has de decir en lugar de esa insolencia, es; A la fragua, que el barco hace agua.

—Bien, ¡caráspita!, así lo diré; pero para encargarle á uno que lo diga no es menester ponerse como un toro—contestó Nelas..

Y continuó su camino hacia Bilbao, repitiendo:.

—A la fragua, que el barco hace agua.

Al llegar á San Mamés, casualmente se encontró con el naviero á quien le enviaba su amo, que iba á ver cómo andaba la gente que tenia ocupada en embarcar hierro en uno de sus más hermosos barcos fondeado en Olaveaga.

Al ver y conocer al naviero, esforzó su cantinela, no ya sin dirigirse á nadie como hasta entonces había hecho, sino dirigiéndose al naviero que, profundamente alarmado, le gritó:

—Corre á decir al rementero de Burceña que venga inmediamente con todo lo que sea necesario para salvar al barco. Corre como una liebre, que si el barco se salva yo te prometo una buena propina.

Oir esto Nelas y volver pies atrás, corriendo como si le hubiesen puesto un cohete en salva la parte, todo fué uno; de modo que cuando el naviero, que era viejo y gordo, llegó echando los bofes al fondeadero de Olaveaga, ya asomaban por Zorroza el rementero de Burceña y Nelas, éste cargado con un atado de chapa de hierro, y el otro con una porción de herramientas de herrero y calafate.

En el barco no se veía ni oía alma viviente, y era porque tripulantes y cargadores estaban durmiendo la siesta. Despertados y alborotados con la llegada y las voces del naviero, bajaron á reconocer la bodega del buque, y se encontraron con que ésta se iba inundando de agua, que entraba por una vía abierta en el casco, sin duda con el golpe de alguna de las barras de hierro que los cargadores arrojaban violentamente desde la cubierta.

La vía de agua se cortó inmediatamente, el agua que había entrado se achicó,una nueva y fuerte chapa de hierro sustituyó á la rota, y el naviero, persuadido de que el aviso de Nelas le había valido la salvación del buque y del cargamento, que valían más de un millón de reales, gratificó á Nelas con diez onzas de oro como diez soles.

Al ver las onzas de oro, Nelas se acordó que en el recado de su amo se hablaba de onzas de hierro, y como por el hilo se saca la madeja, cavila que cavila sobre este tema, al fin dió por completo con el recado, y como un papagayo se le encajó al naviero, que le encargó dijese á su amo que otra vez sería, emprendiendo en seguida la vuelta á Sopuerta más alegre que un tamboril, con sus diez onzas de oro en el bolsillo y el estómago una buena merienda, que por mandado del naviero le dieron en el barco.

VI

Temeroso Nelas de que se le olvidara el recado del naviero, iba por todo el camino repitiendo en voz alta:

—Que otra vez será..que otra vez será.

En los bortales de la fuente de Torres estaban emboscados unos ladrones, con objeto de robarle el dinero que trajese de Bilbao, pues creían que su amo le había enviado á cobrar alguna partida de hierro; pero al oirle decir: «Que otra vez será», entendieron que aquél era el recado que le había dado el comerciante, en vez de darle dinero, y se fueron bortales arriba.

Persuadido Nelas de que no servía para llevar recados verbales, porque para eso se necesita en primer lugar la primera de las potencias del alma, consultó á sus amos sobre lo que debía hacer, y de sus resultas compró un rebaño de cien ovejas, que entonces valían á poco más de un duro cada una; hízose pastor, se casó, tuvo hijos tan buenos como él y su mujer, y vivió muy bien hasta que murió de puro viejo, dejando al mundo testimonio de que la buena intención y la hombría de bien, en cambio de algunas contras que tienen en este mundo, tienen muchas ventajas en este mundo y en el otro.


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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