El Diablo en su Vida Privada

Antonio de Trueba


Cuento



Cuento popular de Vizcaya

I

El pueblo que cuenta el siguiente cuento, que recogí de su boca á la sombra occidental del excelso Ganecogorta, se calla el pensamiento filosófico que el cuento encierra, pero yo creo que el pensamiento es éste: la felicidad ó la infelicidad que el amor da, guarda proporción con la pureza ó impureza con que se profesa el amor. Por consecuencia de esto, como el amor del Diablo tiene que ser impuro, el amor tiene que hacer infeliz al Diablo.

El que lea ú oiga este cuento, convendrá, al recordar este introito, en que soy tan listo como aquél que decía: «si aciertas que llevo aquí uvas, te doy un racimo.»

Por si hay quien tema que el Diablo me lleve en venganza de haberme metido en su vida privada, debo tranquilizarle con una noticia: la de que el Diablo, cuando así lo quiere Dios que manda más que él, es más impotente que un rey constitucional, y más bestia que los que blasfeman de Dios.

II

Un día estaba el Diablo dale que le das á las in oseas con el rabo, y de repente interrumpió aquella operación, exclamando disgustado de sí mismo:

—Ea! es indigno de mí este entretenimiento, que hasta en la tierra me pone en ridículo, pues allí no hay quien no sepa y diga burlándose de mí, que cuando no tengo que hacer, con el rabo mato moscas. Tic por aquí á esta mosca, tic por allá á la otra! Es verdaderamente grotesco que un personaje como yo se entretenga en estas niñerías. Entretenimientos más dignos de mí y de mi trascendental misión de propagar el mal son los que deben constituir mis solaces, así en la vida pública como en la vida privada, y en busca de estos entretenimientos, voy á dar una vuelta por la tierra.

Decidido el cornudo á hacer un viaje por acá, comenzó los preparativos del viaje, y lo primero que pensó fué la forma y traje que había de adoptar.

—Hoy—dijo—se reiría de mí la gente si me viese andar de Ceca en Meca en la forma tradicional, ó sea con el consabido rabo, los consabidos cuernos, las consabidas uñas y las consabidas llamas por la boca, Hoy el Diablo en la tierra necesita adoptar forma verosímil: ya la de comerciante, ya la de abogado, ya la de concejal, ya la de diputado á Cortes, ya la de Ministro, ya la de rey, ya la de presidente de república, ya la de escritor público, ya..aunque sea la de eclesiástico; porque de viajar en la forma tradicional, me conocerían todos y no podría engañar á ninguno ni en la vida pública ni en la privada.

Pensando asi, el Diablo tomó un serruchillo y..ras, ras, se aserró los cuernos á rape, enroscó bien la cola, sujetó la rosca donde es de suponer, se cortó las uñas, por más que en esto tuvo sus dudas, pues sabía que no falta en la tierra quien conservándolas insulte á la estética; se vistió de pantalón, gabán y sombrero de copa alta, porque entonces aún no habían ascendido á tipos los que llevaban ese adminículo cilíndrico; se dió una buena mano de gato, y hecho todo un caballero particular, emprendió su viaje por el mundo.

Dicen que el Diablo tiene cara de conejo, pero nadie que entonces le hubiera visto hubiera dicho tal cosa. De lo que entonces tenía cara era de uno de esos hombres afeminados que cifran su mayor gloria en dirigir bien un cotillón.

III

—Y á qué me voy á dedicar ahora? se preguntó el Diablo al acercarse al mundo. Tanto y tanto se habla del amor, tanto y tanto se apetecen sus goces, tantas barbaridades se hacen por ellos, tantos hombres y tantas mujeres van por ellos gustosos al infierno, que estoy por creer que el amor es la cosa más rica del mundo. Yo no conozco el amor, porque no conozco la vida privada, y voy á probar qué viene á ser cosa tan apetecida, y al mismo tiempo mataré dos pájaros de una pedrada: corrompiendo y llevándome al infierno una virgen sin mancilla y gozando previamente de su amor, que debe ser cosa regalada y apetitosa. Enhorabuena que personajes de mi importancia se consagren principalmente á la vida pública, pero caramba, también es justo que echen una cana al aire en la vida privada.

La primera diligencia del Diablo en la tierra fué averiguar dónde había una doncella hermosa, buena y casta. Súpolo y se encaminó en su busca, pero experimentó tan profunda repugnancia en seguir aquel camino, que con dificultad pudo llegar á la doncella. Una vez llegado, fué tal la que le causó al enamorarla, que no acertó á decirle osos ojos tienes buenos, y se alejó de ella, sin poder explicarse aquella repugnancia, que al fin, como era tan mal pensado, atribuyó á que la doncella no era tal doncella ni Cristo que lo fundó.

Sucesivamente fué encontrando otras, hermosas, buenas y castas á carta cabal, y le fué sucediendo lo que con la primera, por lo cual se daba á todos los demonios, diciendo:

—Mire usted que es mucha gaita lo que á mí me pasa al querer probar un poco de la vida privada, que me encuentro con chicas que se pueden comer crudas, y en lugar de sentirme atraído á ellas por su castidad, su bondad y su sandunga, me siento irresistiblemente repelido y hasta con ganas de echar al mundo con doscientos mil de á caballo y volver á darme un baño en las calderas de Pero Botero.

Pero suponiendo que todas las doncellas con quienes hasta entonces había dado eran doncellas de pega, determinó continuar á caza de una virgen inmaculada, y siguió preguntando por ella á cuantas gentes encontraba en su camino, diciéndoles que era muy rico y quería hacer feliz á una joven pobre que tuviese aquella circunstancia, porque estaba ya cansado de la agitación de la vida pública y ansiaba la quietud de la vida privada.

¡Ah, grandísimo trapalón!

Encontrando en las cercanías de un pueblo á una tal doña Celestina, más vieja que el préstame un cuarto y más fea que el voto va á Dios, le hizo la misma pregunta y le respondió la vieja:

—Casualmente yo tengo una nietecilla que, aunque me esté mal el decirlo, á casta, buena y hermosa le echa la pata á la más pintada, como que hasta el nombre tiene simpático, pues se llama Sandunga. Si quiere usted conocerla, véngase usted conmigo, señor de...

—Pateta, para servir á usted.

—Que sea por muchos años. Pues, como iba diciendo, véngase usted conmigo, señor de Pateta, si quiere ver á mi nietecilla, que cerca de aquí vivimos ella y yo sólitas, en una casita fuera del pueblo, escondida entre ramas y flores, como un nido hecho adrede para arrullarse en él tortolitos como usted y mi nietecilla.

El Diablo siguió á la vieja, temeroso de que le sucediera lo de marras; pero creyó volverse loco de alegría al acercarse á la casita, viendo que, lejos de experimentar repulsión, experimentaba atracción irresistible, y sobre todo viendo á la doncella que saludaba su llegada desde la ventana, y era capaz con su cara y con su gracia de tentar al mismo demonio.

IV

El primer día que pasó el Diablo en casa de doña Celestina, ó lo que es lo mismo, el primer día que se entregó á los goces de la vida privada, fué el más feliz de su condenada vida, porque Sandunga y él le pasaron arrullándose como tortolitos.

Al siguiente se encontró algo indispuesto, por lo que doña Celestina le hizo una taza de zarzaparrilla, y tanto ella como su nieta le aconsejaron aquella tarde que fuese á dar un paseo por aquellas inmediaciones, que eran deliciosas. No tenía gana de pasear, pero tanto insistieron abuela y nieta en que diera un paseo lo más largo posible, que al fin se decidió á darle.

Conforme paseaba, volvía la vista hacia la carita donde quedaba su amada, con impulsos casi irresistibles de volverse atrás, porque estaba ferozmente enamorado de Sandunga, y hasta la misma doña Celestina le atraía hacia sí con simpatía incomprensible, dada la fealdad vetustez de la vieja.

Pensando y más pensando en Sandunga y su hermosura y su salero, se fué metiendo en cavilaciones sobre si el empeño que abuela y nieta habían mostrado en que fuese á dar un paseo, y éste fuese lo más largo posible, habría sido ciño inspirado por el deseo de su salud y su alegría, ó por otra cosa.

El infierno de los celos empezó á arder en su corazón, porque con ser grande su amor á Sandunga, lo era infinitamente más su orgullo, que ya en otra ocasión le había precipitado del cielo al abismo..

De cavilación en cavilación vino á parar al convencimiento de que mientras él paseaba, abuela y nieta se la pegaban de puño, á cuyo efecto le habían hecho alejarse de ellas; y hecho un basilisco y llevándose á cada instante las manos á la cabeza, volvió atrás, jurando y perjurando que, si los toros eran ciertos, había de haber la de Dios es Cristo en la casita de la enramada.

Al echar por un atajo para abreviar camino, llamó su atención un mozo que cerca de una casería medio quemada trabajaba como un negro en una heredad lindante con el atajo, y trabó conversación con él, deseoso de distraerse un poco de sus negras cavilaciones, y sobre todo á ver si podía disuadirle de que regara la tierra con su sudor, porque semejante riego era una de las cosas que más ira daban al Diablo en el mundo.

—Pero hombre—preguntó al mozo—¿por qué trabaja usted así?

—Porque no tengo otro remedio, y áun trabajando así no trabajo lo bastante para atender á mis obligaciones.

—Qué, ¿es usted casado?

—No señor, y doy gracias á Dios por ello. Si fuera casado, mis penas serían aún mayores porque mayores serían también mis obligaciones.

—Hombre, no comprendo qué penas ni qué obligaciones puede tener un mozo soltero como usted.

—Pues ha de saber usted que las tengo, y muy grandes. Enfermaron á un mismo tiempo mi padre y mi madre, y después de haber gastado cuanto teníamos y mucho más que pedimos prestado para que nada les faltase en su enfermedad, fallecieron al cabo de un año de padecerla y quedaron sin más amparo que el mío, mi abuela anciana y enferma, una hermanita ciega y un herma ni to tullido. A fuerza de trabajo pude pagar algo de lo que debíamos y comprar un rebañito de ovejas que hacían gran falta en casa para vestirnos con su lana, alimentarnos con su leche y abonar la tierra con su estiércol; pero entonces sucedió que se nos quemó la casa con todo lo que teníamos en ella, incluso las ovejas, y gracias que nosotros pudimos salvarnos con lo puesto.

—¿Y no se salvó también algún cordel para que usted pudiera echársele al cuello y ahorcarse de un árbol?

—¡Ahorcarme! ¿Y por qué me había de ahorcar?

—Porque motivos tenía usted para ello.

—Para quitarse la vida nunca hay motivos, belgas ha dicho que vivir es quitarse la vida, y este es el único suicidio que aprueban el sentido común y Dios. Dios es quien nos ha dado la vida y sólo Dios es dueño de disponer de ella.

—¡Dale con el de arriba!—exclamó el Diablo á quien se le habían empezado á encender de ira los ojos desde que el mozo nombró á Selgas.—¡Que siempre han de andar ustedes á vueltas con él!

—¿Pues no hemos de andar, si Dios es lo contrario del Diablo, es decir, el bien que es lo contrario del mal?

Oir esto el Diablo y continuar su camino como si le hubieran puesto un cohete en salva la parte fué todo uno.

V

Al acercarse el Diablo á la casita dió un bramido de cólera porque había visto á Sandunga hacer señas con la mano desde la ventana para que se acercara, á un buen mozo que parecía esperar aquella seña entre los árboles.

En el momento en que el buen mozo iba á penetrar en la casita por la puerta que doña Celestina le abría, plantó el Diablo allí hecho una furia infernal y emprendió á trompadas con el buen mozo, mientras abuela y nieta gritaban pidiendo socorro á los vecinos.

Gran número de éstos acompañados del alcalde llegaron y se apresuraron á separar á los combatientes, que mutuamente se habían puesto como eccehomos á puñada limpia.

Pugnando el diablo por desasirse de los que le sujetaban, se le rasgó el pantalón por detrás y desenrollándose la cola, le salió la punta de ella por debajo del gabán.

Observar esto el pueblo soberano que se había ido agolpando allí y empezar á silbidos y denuestos, todo fué una misma cosa.

—Es el diablo! ¡Es el diablo, que tiene cola!—gritó uno de los circunstantes.

Y admitiendo el pueblo soberano esta opinión se arrojó sobre el de la cola, y acaba con él, si no porque el alcalde consiguió arrancársele de las manos diciendo que era para llevarle á la cárcel, y averiguar allí si en efecto, era el Diablo y con qué fin había ido al pueblo y después de averiguarlo darle su merecido.

Al ser conducido á la cárcel volvió el Diablo la vista y vió que á su rival le entraban en la casita para curarle allí una descalabradura que tenía en la frente, y acaso, pensó, para curársela por mano de Sandunga.

Lo que el Diablo padeció aquella noche en la cárcel sólo Dios lo sabe y no hay pincel que lo pinte, ni pluma ni lengua que lo narre. Hubiérase dicho, ál verle llevar á cada instante las manos á la cabeza, que en la cabeza era donde tenía todo el mal; pero no, el mal le tenía en todo el cuerpo y toda el alma.

Quería maldecir de la chica y no lo podía conseguir porque toda maldición en su boca se tornaba, no diré bendición, porque ésta era fruta vedada para él, pero sí á una cosa que no se sabía si era beso ó mordisco echado al aire.

Por la mañana fué interrogado por la autoridad y negando que tuviera nada que ver con el Diablo, á no ser que fuera cierto que son el diablo las mujeres, explicó la posesión del rabo diciendo que era de un pueblo cuyos naturales eran en aquella comarca tenidos por rabudos como en esta son tenidos los de Güeñes, con lo que se le puso en libertad.

Su intención era huir mas que á paso de la casita, de la enramada, de cuyas morado-ras echaba pestes que se cambiaban en besos ó cosa así; pero por más esfuerzos que hizo no lo pudo conseguir, porque una fuerza invisible, misteriosa, incontrastable le arrastraba hacia aquella casita.

¡Qué desgraciado era el pobre Diablo en su vida privada!

Volvió á la casita y poco después de volver, ya Sandunga y él estaban á partir un piñón, porque nieta y abuela habían logrado convencerle de que sus furiosos celos eran infundados, diciéndole que el buen mozo á quien Sandunga había hecho señas para que se acercara era el albéitar del pueblo á quien querían consultar sobre si habían hecho bien ó mal en darle zarzaparrilla y aconsejarle que diera un buen paseo.

Pero si al diablo se le había pasado el berrinche de los celos, aún le quedaba otro, que era el que le causaba la resignación conque el mozo de la casería medio quemada sobrellevaba sus desgracias.

Fuese por este berrinche ó fuese por otro, es lo cierto que al diablo se le agravó su indisposición, y para librarse de ella tuvo que pasar meses enteros poniendo el grito en el cielo, digo en el infierno, y tomando zarzaparrilla y otros potingues que le dejaron como un fideo.

¡Digo y repito que el pobre diablo era muy desgraciado en su vida privada!

Apenas se restableció un poco y como ya iba teniendo ganas de andar en bromas con Sandunga, doña Celestina le salió con una embajada que le hizo pasar un rato de mil demontres.

Un día que Sandunga no estaba en casa, le cogió por su cuenta doña Celestina y le dijo:

—Señor de Pateta, usted no debe extrañar que le diga en confianza, y aquí para entre nosotros, lo que le voy á decir. Como la gente es tan maliciosa y murmuradora y de una pulga levanta una mula, y los dedos se le figuran huéspedes porque el que las hace las imagina, y piensa el ladrón que todos son de su condicion, en el pueblo se empieza ya á decir de usted y de mi nieta que si fué, que si vino; y hay que convenir en que la gente tiene motivos para ello, porque como mi nieta está tan ciega por usted y es tan inocentona y tan buena, que lleva siempre el corazón en la mano, no sabe disimular que está perdida por usted.

Al señor de Pateta se le caía la baba oyendo esto á doña Celestina.

—Perdida, he dicho, y he dicho dos veces la verdad, porque mi nieta está perdida dos veces.

—¿Cómo dos veces, abuela?

—Sí, dos veces; la primera, perdida de amor, porque usted, como es el enemigo malo para enamorar á las chicas, lo ha trastornado el juicio; y la segunda, perdida á los ojos de las gentes..

También al o ir esto, y sobre todo lo segundo, se le caía la baba al señor de Pateta, que no acertaba á dónde iba á parar la vieja.

—¿Y qué me quiere usted decir con eso, abuelita?

—Quiero decir que mi pobre nieta está perdida sin remedio, si no se casa usted con ella inmediatamente.

Y al decir esto, la vieja se echó á llorar como una Magdalena.

—Pero mujer, por los clavos de Cris...digo, de especia, no llore usted así, que ya encontraremos medio de arreglarlo todo.

—No hay que descalabazarse mucho para encontrar ese medio.

—¿Y cuál es el que usted encuentra?

—¿Cuál ha de ser, sino casarse ustedes...

—Casarnos! ¿Y cómo?

—Como Dios manda.

El Diablo dió un bramido de cólera al oir esto.

—Ave María Purísima!—exclamó la vieja haciéndole dar otro bramido—no parece sino que le he llamado á usted perro judío.

—Es que..para casarnos como usted dice se necesita saber la doctrina cristiana, y yo la he olvidado con la enfermedad que he tenido, y no tengo ahora la cabeza para estudiar.

—Pues es necesario que ustedes se casen, aunque sea por lo civil.

El Diablo al oir esto sintió tal trasporte de alegría que no pudo menos de abrazar y besar á la vieja exclamando:

—Ah, sí, de ese modo se arregla todo perfectamente! ¡Por lo civil! ¡Qué invención tan sublime la de poder unir dos almas en una sola, sustituyendo la mano del de arriba con la de un alcalde ó cosa así!

El señor de Pateta y Sandunga se unieron al día siguiente ante Dios, digo ante el Juez municipal.

VI

El Diablo era infelicísimo en su vida privada, ó sea en su matrimonio, ó cosa así, con Sandunga; todas las desdichas, menos la más gorda de todas las que puede experimentar un hombre casado, había experimentado á los pocos meses de matrimonio. ¡Qué vida, señor, qué vida la suya, qué vida privada!

Su salud cada vez estaba más quebrantada, porque no había en su cuerpo hueso que no riñese con el compañero. Cada día y cada noche eran continua pelotera entre él y su mujer, que tenía por auxiliar á la vieja.

Sandunga recordaba aquella copla que dice:


Aseadita y casada
te quiero yo ver.
que aseadita y soltera
cualquiera lo es.


Porque Sandunga desde que se casó se peinaba á dedo y no gastaba agua ni áun para beber, porque bebía vino cuando no bebía aguardiente.

Daba la pícara casualidad de que el albéitar pasaba y repasaba todos los días y áun todas las noches por las cercanías del domicilio conyugal de Pateta y Sandunga. Y por último, Pateta había tenido que empeñar hasta el reloj y las sortijas, porque sin saber cómo ni por dónde ni en qué, se había quedado sin un céntimo del dineral, por supuesto, mal ganado, con que había llegado á aquélla condenada casa donde todo se lo había llevado el diablo.

La única desgracia que no había experimentado era, como he dicho, la más gorda, que, dado su inmenso orgullo, podía experimentar: ó sea la de que su mujer le hubiese faltado á la fe jurada ante Dios, digo, ante el Juez municipal.

Esto le consolaba algún tanto de todas las demás desgracias de su vida privada.

Entre sus muchos disgustos se contaba uno casi casi tan gordo como el que le hubiera causado la infidelidad de su mujer, y era el que sentía al recordar al mozo que se resignaba con todas sus desgracias.

El recuerdo de esta resignación lo sacaba de sus casillas. Echándose un día á pensar algún medio de convertir en desesperación la resignación de aquel mozo, le ocurrió uno que le pareció á pedir de boca; este medio consistía sencillamente en inducirle á que se casara.

—Voy—dijo—á ver si consigo que ese mozo se case. Si lo consigo, voto abrios Baco balillo, que ese mozo no tarda en echarse un cordel al cuello, que según me consta por propia experiencia en mi vida privada, casarse y ahorcarse al menos moralmente, viene á ser una misma cosa; pues, como ha dicho Eguílaz, de casado á cansado sólo hay una n.

Al día siguiente se encaminó á la casa medio quemada, que estaba como á una legua de la suya, y hala, hala, dió vista á ella y vió al mozo consabido trabajando en las heredades de sus inmediaciones.

Entonces, transformándose de repente en doña Celestina, cuya maestría para inclinar voluntades á ciertas cosas le era conocida por propia experiencia, continuó su camino basta llegar al mozo, á quien logró persuadir de que debía casarse inmediatamente, con lo cual la carga de la vida la pasaría la mitad compartiéndola con una compañera de alegrías y tristezas.

Y conseguido esto, que consideraba como un triunfo, pues ya estaba seguro de que no tardaría en enviar al infierno siquiera una muestrecilla de que no desperdiciaba el tiempo ni áun en su vida privada, dió la vuelta á su casa, experimentando á su llegada un berrinche y una satisfacción de órdago.

El berrinche fué por ver que el albéitar se aproximaba á la puerta de su casa, sin duda con ánimo de llamar y entrar, sabedor de que él estaba ausente, y retrocedió y se alejó por la arboleda al verle asomar.

Y fué la satisfacción por haber llegado á tiempo para impedir la desgracia más gorda de todas las que lo pudieran suceder en la vida privada, que era la de que el albéitar entrara en su casa estando él ausente.

VII

Pasaron años enteros, y las desgracias del Diablo en su vida privada se habían multiplicado hasta lo infinito. Digo mal al decir hasta lo infinito, porque aún no había experimentado la mas gorda de todas, la desgracia de las desgracias, la de que su mujer hubiese faltado á la fe jurada ante Dios, digo, ante el Juez municipal.

Consolábase un poco de estas desgracias, suponiendo que el mozo de la resignación, si á aquella fecha no se había ahorcado, estaría á punto de hacerlo, para poner término al insoportable cúmulo de tormentos que constituían sus desventuras de soltero, agravadas horriblemente con las de casado, y determinó dar una vuelta por la casería medio quemada para adquirir completa certidumbre de que su suposición era cierta.

Al dar vista á la casería se sorprendió mucho, viendo que ésta, lejos de seguir medio quemada, había sido reedificada y embellecida, de modo que el más descontentadizo podía envidiar á los que moraban en ella.

—¡Bah!—dijo para sí el diablo—eso es que aquel mozo y toda su familia se han ahorcado y el heredero de sus bienes ha reedificado la casa.

Conforme se iba acercando á la casería, notaba que las heredades contiguas á ella habían ganado un ciento por ciento en cultivo y hasta habían sido roturados y quebrantados y ostentaban hermoso y abundante fruto, terrenos que antes estaban baldíos y sólo producían zarzas y sabandijas.

Era la hora de la siesta, y con este motivo no-había por allí un alma á quien preguntar la causa de aquella transformación, por lo que no le quedó más medio para sáberlo que dirigirse á la casa, como así lo hizo.

Al llegar frente á ella, se encontró con una escena que si á cualquiera otro hubiera enamorado y atraído, á él le causó tal repugnancia y disgusto que estuvo á punto de volver piés atrás.

Bajo un frondoso emparrado que entoldaba-la puerta de la casi, se solazaba conversando amorosamente y riendo la familia que allí moraba, compuesta de una anciana que enseñaba á andar á un hermoso niño de poco más de un año; de un guapo chico que bajo un cerezo daba de comer y acariciaba á una pareja de bueyes diciendo que no había pareja tan valiente y gallarda como ella en diez leguas á la redonda; de una muchacha sonrosada y alegre que cosía y cantaba; de una mujer joven, risueña, aseada y hermosota, que daba de mamar á otro niño de algunos meses; y de un hombre, también joven, aseado y con cara de pascua florida, que festejaba unas veces al niño que daba sus primeros pasos en la senda de la vida y otras al que alternaba las chupadas al seno materno con dulces y amorosas sonrisas al que le festejaba.

El diablo, en quien por lo visto la curiosidad pudo más que la repugnancia á lo bello de aquel cuadro, se acercó al emparrado y trabó conversación con aquella dichosa familia, sin sospechar siquiera que fuese la que antes habitaba la casa.

Pero fijándose más en el que parecía ser cabeza de ella, reconoció en él, estremeciéndose de espanto y disgusto, al joven con quien dos veces había hablado en las heredades inmediatas.

—No es extraño—le dijo el joven—que al pronto no me haya usted conocido, porque desde la única vez que usted me vió he variado tanto por dentro que no he podido menos de variar también por fuera. ¡Bien baya la buena anciana á quien debo esta variación!

—¿Y qué anciana es esa?—le preguntó el Diablo, que ya he dicho es muy bestia cuando Dios quiere que lo sea, como lo prueba el que en aquel instante no caía en la cuenta de quién era la anciana á que aludía su interlocutor.

—¿Quién ha de ser, sino una tal doña Celestina que me aconsejó que me casara?

—¿Y se casó usted?

—Me casé con este ángel que amamanta á mi segundo cachorrito, y desde entonces no parece sino que todas las bendiciones de Dios cayeron sobre mi casa y familia; porque la abuelita, que estaba enferma, se puso tan buena y tan tiesa como usted ve; la hermanita que estaba ciega recobró la vista como usted está viendo; el hermanito que estaba tullido sanó como usted ve también; y con la salud, la alegría y el amor en mi hogar, vinieron la abundancia, la prosperidad y el acierto en cuanto ponemos mano, ¡Bendito, bendito mil veces sea Dios!...

Mientras esto decía el joven reventando de alegría y satisfacción, todo el infierno con sus tenazas, sus garfios y sus calderas de plomo derretido andaba por del interior del Diablo, que al oir aquella bendición del joven ya no pudo resistir más, y dando un bramido espantoso desapareció del emparrado, tanto más veloz y desesperado, cuanto toda aquella dichosa familia empezaba á hacerse cruces de lo que veía en él.

VIII

Mi Diablo volvió á casa, no diré que en el colmo de la desesperación, pero sí que poco menos; y esta desesperación llegó casi á los bordes de la copa de la amargura cuando al ir á acostarse se asomó á la ventana, como hacía todas las noches en tal ocasión para ver si había moros en la costa, y creyó ver la sombra de un hombre que parecía la del albéitar en un claro de la arboleda alumbrado por la luna.

Acostóse y permaneció largo rato desvelado pensando en aquella sombra y en la interminable serie de desventuras que habían amargado su vida privada; pero al fin pensó también que todas estas desventuras eran grano de anís comparadas con la de que Sandunga hubiera faltado á la fe jurada ante Dios, digo, ante el Juez, municipal.

Tranquilizado algún tanto con esta consideración, se quedó al fin dormido; pero muy pronto se vió asaltado de una horrible pesadilla que en vano procuraba sacudir. Soñaba que aquella sombra que había creído ver á la luz de la luna tomaba cuerpo de hombre muy parecido al albéitar, y este hombre trepaba á la ventana de Sandunga; y la ventana se abría, y el hombre saltaba dentro, y la ventana se volvía á cerrar, y quedaba todo en silencio exteriormente; y pasado largo rato, la ventana se volvía á abrir y el hombre parecidísimo al albéitar saltaba de ella y se alejaba por la arboleda, echando hacia la ventana besos y más besos con la punta de los dedos, como en respuesta de otros besos que desde la ventana le echaban unos dedos de mujer.

Al fin despertó, quebrantado de alma y de cuerpo con esta pesadilla; y queriendo apartar de su cabeza un horrible peso que sentía en ella, echó á ella ambas manos y se encontró con que le habían retoñado en toda su longitud y espesor los cuernos, que ras, ras, se había aserrado á rape con un serruchillo al hacer los preparativos de viaje para entregarse en el mundo por algún tiempo á las dulzuras de la vida privada, que no había probado en toda su condenada vida.

Y entonces, saliendo de estampía por la ventana, como si le hubiesen puesto una gruesa de cohetes en salva la parte, tornó volando, volando, al infierno, y metiéndose en una de las calderas de Pero Botero, henchida de plomo derretido, exclamó, estremeciéndose de delectación y consuelo:

—¡Qué rrrrico es esto, comparado con aquello!!!


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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