Cuento popular recogido en la merindad de Marquina (Vizcaya)
I
Sancho López de Urberuaga, no se había tenido nunca por tonto, ni por tal había tenido nadie, sino antes bien, por tan discreto como los viejos de la merindad de Marquina decían haberlo sido cuando mozo el caballero de Barroeta, cuya tontería había llegado á ser proverbial desde el Urola al Lea, y desde el mar al Urco y Oiz; pero empezaba á creerse tan falto de seso, como el caballero de Barroeta lo era desde que salió de la mocedad, y las gentes más discretas empezaban á participar de su opinión.
La razón que tenía el solariego de Urberuaga para sospechar que se había tornado tonto como el caballero de Barroeta, es lo que en breves cláusulas voy á explicar.
Dejóle su padre buena casa, buena ferrería. buen molino, buena heredad, labrantías, buenos bosques de carboneo, buenos ganados y buenos castañares y manzanares, y á pesar de no haber sido nunca holgazán, ni vicioso ni manirroto, de tal modo había menguado su herencia paterna, que quedaba reducida á la casa solar, ya tan desvencijada, que á no ser por la yedra, que la abrazaba y sostenía hubiera dado en el suelo; á unas tierrecillas labrantías, dilatadas á modo de estrechos listones, á ambas orillas del río, desde la revuelta que éste da pasado el solar de Ubilla, hasta Aspilza; el bosque costanero que dominaba el solar á la banda diestra del río; y hasta una veintena de cabezas de ganado mayor y menor, y no cuento entre los cortos bienes de Sancho, la ferrería y el molino de Aspilza, porque éstos, lejos de ser labrantes y molientes, como lo eran cuando de su padre los heredó, eran ya sendos montones de ruinas por haber carecido y carecer su señor de haberos monedados para conservarlos y repararlos.
Aún la corta heredad que se extendía á mano derecha del río desde la casa-solar de la angostura frontera á las ruinas de la ferrería y el molino de Aspilza; ni para manzanar donde cosechar un tonel de sidra servía, porque ramificaciones de aquel manantial de agua caliente, que daba nombre al solar de Urberuaga, brotando abundantemente á espaldas del susodicho solar, aparecían en toda aquella llanurica, y la encharcaban y aun quemaban frutales, sembreos y hierba de pasto.
Cierto que deleitosa era la honda y estrecha cañada donde Sancho tenía su solar, porque frondosa vegetación la adornaba y enriquecía por todas partes, y allí la temperatura era tan benigna en todo tiempo, que ni frío se sentía en invierno, ni calor en verano, y así que la primavera asomaba flores que olían á gloria y pajaricos cuya dulce música no cesaba, convertían en paraíso aquel vallejuelo desde Jemeingan, en que empezaba por arriba, hasta Berriatúa, en que remataba por abajo.
Pero tengo para mí, que aun el jardín de Edén hubiera parecido árido y desabrido á nuestros primeros padres Adán y Eva, si á éstos hubiera faltado y sobrado lo que á Sancho faltaba y sobraba en Urberuaga, que era en punto á faltas, pan y abrigo, y en punto á sobras, trabajo y cavilaciones.
Hasta con mujer hacendosa é hijos juiciosos contaba Sancho para que prosperase su casa y hacienda; pero en verdad os digo, que maldición de Dios parecía haber caído sobre una y otra, porque lo que en todo otro era elemento de prosperidad, en él lo era de ruina.
En vista de esto nadie debe maravillarse de que Sancho empezara á sospechar que era más tonto que el caballero de Barroeta, ni de que las gentes de la merindad empezaran á participar de la misma sospecha.
II
¿Veis aquella torre alta labrada con arte maravilloso, rodeada de fuertes muros y hasta con su iglesica frontera consagrada á los santos San Joaquín y Santa Ana, para que los piadosos y nobles señores de la torre pudiesen oir misa los días santos desde las ventanas de su cámara, ahorrándose así el largo y mal camino que mediaba entre la torre y la iglesia de Nuestra Señora, de que los susodichos señores eran compatronos? ¿No veis aquella ferrería y aquellos molinos y aquella casería que entre nogales y castaños están al píe del collado donde se alza la torre? ¿No veis aquel camino, que partiendo de Barroeta, se sepulta entre los montes del Este, siguiendo la orilla siniestra de un arroyo que desde los montes desciende á alimentar el caudal de agua con que labran y muelen la ferrería y los molinos de los señores de la torre?
Pues cuando Sancho López era pobre señor del solar de Urberuaga, que era á mediados del siglo XVII, los señores de Barroeta nadaban en riqueza, no obstante haber llegado á ser proverbial la falta de seso del cabezalero de linaje, que lo era Martín Yáñez de Barroeta, á la sazón hombre como de sesenta años. Aquellos molinos y aquella ferrería molían y labraban sin cesar un solo día ni una sola noche; todos los amaneceres y todos los anocheceres estaba lleno de ganados que iban á los montes ó tornaban de ellos y eran lucrativa propiedad de los señores de Barroeta, aquel camino que comunicaba con los montes del Este; cuando llegaba la estación de las cosechas, los trojes y cámaras de la torre se llenaban de castañas, de manzanas, de cereales y de otra muchedumbre de frutos, y cuando llegaba la fiesta del Señor Santo Tomás, era de ver la multitud de gente campesina que de toda la merindad, y aun del Oeste de Guipuzcoa, se dirigía á la torre de Barroeta, con la renta anual que por sus caserías y molinos y montazgos pagaba á los señores de la susodicha torre.
Todos los que de la torre salían se mostraban contristados de la falta de seso que habían visto en el caballero de Barroeta, en la mocedad el más discreto de las merindades de Vizcaya.
El citado solariego de Urberuaga, que veía de crecer de año en año la prosperidad y riqueza la casa de Barroeta, no embargante la sandez cercana á imbecilidad del señor principal de la susodicha casa, y la fama de ladrón que tenía su mayordomo Gil Pérez, y veía también que él, pasando por uno de los hombres más discretos de la merindad y echando el cuajo á toda hora y en todo día, menos los días santos que guardaba como buen cristiano, de año en año aumentaba en pobreza, de modo tal, que ni él ni su mujer, ni sus hijos, podrían ya salir de hambre y harapos; el cuitado solariego de Urberuaga tornó á decir, viendo y pensando todo esto, empezó á pensar que era mucho más tonto que el caballero de Barroeta, y en esta opinión se iba confirmando al saber que todas las gentes sesadas de la merindad empezaban á pensar lo mismo, fundadas en las mismas razones.
III
Una tarde de fines de verano, Sancho López sudaba en el bosque de suso su casa solariega, preparándose á cocer una carga de carbón que era el mayor recurso coa que él, su honrada mujer y sus hijos pequeños aún, prolongaban la mísera existencia; su mujer ordeñaba una vaca para preparar, con la poca leche que daba, y otro tanto de agua y un puñado de harina de borona, la cena para todos, y los rapaces tornaban, cogiendo zarzamoras y avellanas de los matorrales, de la escuela que tenía cabe la ermita del Señor San Miguel de Arechinaga el ermitaño de aquel peregrino santuario.
—Señor padre, señor padre—le gritaron los muchachos al asomar junto á la ferrería y el molino de Ubilla, con cara y manos negras de las zarzamoras;—el señor caballero tonto viene con el peregrino que ayer hizo tantas cosas santas con el agua caliente de nuestra heredad.
Al oir esto Sancho, hundió el hacha en el tajo que le servía para partir leña, y tomó bosque abajo, tanto más presuroso cuanto que, cuando los rapaces llegaron á casa, vió asomar por la revuelta de Ubilla al caballero de Barroeta, acompañado de uno de sus criados y de un peregrino que en efecto el día anterior se había detenido largo rato en Urberuaga haciendo pruebas con frascos en el agua del tibio manantial, con no poca maravilla de los muchachos y aun del mismo Sancho y su mujer, que creían necio entretenimiento del peregrino.
Salióles Sancho al encuentro, saludándoles con la cortesía que era natural en él y el peregrino le dijo que por su consejo el caballero de Barroeta, iba á beber agua del manantial y á bañarse en la misma agua, á cuyo efecto llevaban tras ellos un mozo cargado con un tonel grande y abierto por uno de sus extremos.
Maravillóse no poco de esto el buen Sancho López, y preguntó al peregrino porqué tal consejo había dado al caballero de Barroeta; y el peregrino se contentó con decirle que estaba seguro de que con aquella bebida y aquel baño repetido por espacio de algunos días, había de recobrar el caballero la razón, que hacía tantos años había perdido.
Sancho tuvo grandes tentaciones de reir al oir esto, pero contuvo la risa pór cortesía y por compasión al cuitado imbécil, y los acompañó hacia el manantial, pensando que el peregrino, ó tendría tan poco seso como el caballero, ó era un bribón que vendiendo la falsa ciencia de curar, se proponía sacar la tripa de mal año en la abastada mesa de la torre de Barroeta.
El cuitado Martín Yáñez, que no tenía voluntad propia y que no abría los labios como no fuese para decir un despropósito, bebió agua del manantial sin oponer á ello resistencia alguna, y mientras el peregrino llenaba de la misma agua tibia el tonel, el criado se entró con el caballero en la enramada inmediata, desnudóle cubrióle con una sábana, y tornándole así hacia el tonel, hiciéronle entrar en éste, donde permaneció hasta que el peregrino indicó que era tiempo de sacarlo y tornarle á vestir.
Hecho todo esto, Martín Yáñez y sus acompañantes fuéronse de Urberuaga, prometiéndose tornar á hacer lo mismo en los días sucesivos, y aun que á Sancho y á su mujer y á sus hijos parecióles que el señor caballero tonto, como le llamaban éstos últimos, tornaba más animado y contento que había ido, le vieron alejarse compadecidos de que, á su falta de juicio, tuviese que añadir el engaño de que indudablemente era víctima por parte del peregrino.
IV
Algunas semanas después de haber llamado á las puertas de la torre de Barroeta un peregrino, asegurando que era inteligente en la curación de males como el que le habían dicho padecía el cabezalero de aquel noble linaje, estaba maravillada la merindad de Marquina porque Martín Yáñez de Barroeta había recobrado con creces el juicio y la discreción, que había perdido casi de repente no bien salido de la mocedad.
En efecto, el caballero de Barroeta daba cada día grandes pruebas de sabiduría y discreción. La primera que se le atribuía era el haber jubilado, con toda la renta que tenía, á su mayordomo Gil Pérez, diciendo que lo hacía por economizar. La segunda era disponer que ninguno de sus criados se levantase de la mesa con hambre, en lugar de levantarse con tanta como tenían al sentarse, que era lo que sucedía cuando el verdadero señor de la casa era el mayordomo Gil Pérez. También decía el caballero de Barroeta que esta disposición suya era para economizar. La tercera prueba de discreción y sabiduría que se contaba de él, era la de aconsejar á todos sus parientes y amigos varones que casasen en lugar de permanecer solteros, temerosos de dar con mujer de mal carácter y llenarse de hijos. Asimismo decía que este consejo se fundaba en el deber que todos tenemos de economizar dinero, inquietudes y vergüenzas. La cuarta prueba de discreción y sabiduría del caballero de Barroeta era...
Pero ¿á qué me he de molestar y he de molestar á los lectores dando noticia de todas estas pruebas, si necesitaría un tomo la narración de todas las que se contaba haber dado ya el caballero de Barroeta?
Sancho López de Urberuaga estaba, como todas las gentes de la merindad, maravillado de la virtud descubierta en el manantial de agua tibia que brotaba á espaldas de su casa solariega.
Una tarde subió á la torre de Barroeta á preguntar por el peregrino que había descubierto aquella virtud, y le dijeron que aquella mañana después de visitar el santuario de Arechinaga, había continuado la vía de Santiago de Compostela, sin querer recibir de Martín Yáñez más recompensa que la que consistía en una solemne promesa: esta promesa era la de tener por tonto incurable á todo el que no tuviese por obra de la Naturaleza, y no en manera alguna por obra de gentiles y extranjeros, el singular fenómeno trilítico de San Miguel de Arechinaga. Por lo demás, sólo se había podido averiguar del peregrino, que éste era un médico extranjero que iba á cumplir la promesa que había hecho al Apóstol Santiago de visitar su insigne basílica de Compostela en sufragio del alma de aquellos á quienes su ignorancia había matado, y en acción de gracias á Dios por aquellas curaciones que su ciencia había conseguido.
Sancho López de Urberuaga, su mujer y su hijos, como sus antecesores, se habían abstenido siempre de beber el agua tibia que brotaba á espaldas de su casa solar, porque la creían nociva en el hecho de tener temple, en su concepto no natural; y siempre había bebido de la de un ruin manantial de temple frío, que brotaba junto á la angostura frontera al molino y la ferrería de Aspilza; pero al ver el maravilloso efecto que el manantial de su propiedad había producido en el caballero de Barroeta, Sancho la bebió á todo pasto, y no contento con esto se bañó en ella por espacio de algunos días, porque decía con mucha razón:
—Yo debo ser tonto como lo era el caballero de Barroeta, aunque mí tontería sea menos aparente que lo era la suya, y tengo infinitamente más necesidad que él de hacerme discreto y sabio, para encontrar por medio de esta discreción y esta sabiduría alguna industria en que mejorar siquiera un poco esta vida, cada vez más lacerada y ruin que tenemos mi mujer, mis hijos y yo. Por de pronto, entreveo que mi más fundada esperanza de mejoría está en la maravillosa virtud que se ha descubierto en la fuente de mi propiedad; y ya sólo me falta idear el medio de utilizar esta virtud en beneficio de mi casa y hacienda.
Y así pensando y diciendo, Sancho se ponía á reventar de agua tibia, persuadido de que bebería era beber la sabiduría que tanto había menester para salir de su penuria.
Al fin creyó haber dado con un medio seguro de enriquecerse, y el haber dado con este medie» lo atribuyó á que el agua de su propiedad había ya obrado en él, efecto parecido al que había obrado en el caballero de Barroeta.
Poco tiempo después, apareció á la puerta de las iglesias parroquiales y todos los consistorios cantábricas y aun en no pocos sitios públicos del resto de España, un anuncio que decía;
«FUENTE DE SABIDURÍA»
«Merece este nombre una que brota sobre la casa-solar de
Urberuaga en la república de Jemeingan, Señorío de Vizcaya, porque en su
caudal se-ha descubierto la maravillosa virtud de tornar discretos y
sabios áun á los más faltos de sexo, como lo prueba Martín Yáñez de
Barroeta, señor de la ilustre casa y linaje de su apellido en la misma
república, que habiendo permanecido por espacio de veinte años tan
sandio que rayaba en imbécil, háse tornado discreto y sabio como hay
pocos, bebiendo la susodicha agua y bañándose en ella.»
«Todo el que acuda á la susodicha fuente de la sabiduría, pagará un ducado diario al señor de la casa-solar de Urberuaga á que pertenece, por disfrutar de su maravillosa virtud, amén de lo que fuese justo que pague por el hospedaje y alimentación que recibirá en la susodicha casa-solar de Urberuaga, y además estará obligado á escribir en un libro en blanco una página á la entrada, y otra á la salida, ambas á la sabiduría, para que en todo tiempo pueda apreciarse con la comparación de una y otra el saludable efecto producido por tan maravillosa fuente de sabiduría.»
V
Aquel estrecho pero deleitoso vallejuelo que se extendía desde el solar de Ubilla al de Aspilza, brotando al promedio de estos dos solares, riberica izquierda del río, el manantial de Urberuaga era como lugar de romería para gentes, no sólo de las provincias cantábricas, sino también para no pocas de allende el Ebro y aun de reinos extranjeros, y no pudiendo hospedarlas á todas el solar de Urberuaga y otros de las cercanías, se derramaba por toda la república de le meingan, y aun por la linda villa de Marquina, que apenas dista media hora del susodicho manantial.
El honrado Sancho López y su mujer y sus hijos pensaban en enloquecer de alegría viendo la muchedumbre de ducados de que ya eran dueños, y con que ya tenían por cierto serles dado reedificar el molino y la ferrería de Aspilza, que una vez molientes y labrantes, les darían lindo y seguro lucro con que ir restaurando lo demás de la casa y la hacienda, harto necesitadas de ello.
Cuando vinieron los temporales de invierno y fué poco menos que imposible la susodicha peregrinación á la fuente de la sabiduría, naturalmente cesó la ida de tontos, á la susodicha fuente, cosa en verdad que no sintieron Sancho, su mujer y sus hijos, que, viéndose poco menos que ricos, deseaban descansar y gozar del primer invierno abastado que habían conocido.
Entonces Sancho tomó el libro que él llamaba de las comparaciones, y le encontró casi lleno, con ser en extremo voluminoso, y creyendo que iba á holgar mucho con el contraste que ofrecerían las sandeces que lodos habían escrito á la llegada y las discreciones que los mismos habían escrito á la partida, se puso á leer y á hacer comparaciones.
¡Cuál no sería su asombro cuando se encontró con que en todo el libro no había página alguna escrita por tontos, sino que todas ellas, por el contrario, estaban escritas por sabios consumados! De modo, que el libro, desde la primera página á la última, era un tesoro de discreción y de sabiduría. No sabiendo el buen Sancho cómo explicarse esto, subió á la torre de Barroeta con el libro bajo el brazo á ver si Martín Yáñez, que tan discreto y sabio se había tornado, acertaba á explicárselo.
—La explicación que ¿no alcanzas—le dijo Martín Yáñez—es muy sencilla y fácil: todos los que han acudido á la Fuente de la Sabiduría han sido sabios y no tontos, porque el sabio es el único que se cree tonto, y el tonto el único que se cree sabio.
VI
Sancho López de Urberuaga creyó que en conciencia de buen cristiano, no debía volver á anunciar como fuente de la Sabiduría la que brotaba á espaldas de su casa-solar; porque si bien podía poseer virtudes medicinales para determinados males del cuerpo, que desaparecidos, desaparece la sombra con que oscurecían la inteligencia, en cuyo caso debía hallarse la curación del caballero de Barroeta, lo ineficaces que habían sido las aguas de Urberuaga para darle á él la poca sabiduría que necesitaba para saber que el sabio es el único que se cree tonto y el tonto el único que se cree sabio, probaba que aquellas aguas en manera alguna debían calificarse de Fuente de la Sabiduría, y sí sólo de fuente de Salud, para determinadas dolencias.
Dudaba Sancho Si emprender la edilicación de la ferrería y el molino de Aspilza, porque después de pagar todas sus deudas, reparar un poco su casa-solar y cubrir otras necesidades dehonra y provecho, le parecía poco su caudal para llevar á cabo tal obra.
Precisamente cuando luchaba con estas dudas, apareció por Urberuaga el alemán que dijo á Sancho que iba á pedir la sabiduría á aquellas aguas, porque se tenía por tonto rematado.
Sancho se descubrió la cabeza ante él, dándole por un gran sabio; y para probarle que su manantial no daba ni quitaba sabiduría, le dió á leer el libro que llamaba de las comparaciones. Leyóle el alemán, y de tal modo se maravilló de la sabiduría en él atesorada, que por él ofreció diez mil ducados, que Sancho aceptó.
El alemán dió á la estampa el libro en Maguncia, con el título de Libro de la Sabiduría, y en breve tiempo centuplicó lo que le había costado.
Y en verdad que si el alemán no se hubiera llevado tan á tiempo el libro, quizá se lo hubiera llevado el agua, porque una noche, tal y tan repentinamente creció el río, que Sancho, su mujer y sus hijos con dificultad pudieron salvarse y salvar con ellos su caudal monedado.
Aquella avenida se llevó la casa-solar de Urberuaga, sin dejar ni aun los cimientos; y entonces Sancho López, que creyó voluntad de Dios y no suya, el quedarse aquel solar caso destinado á más altos fines, determinó añadir á la reedificación de la ferrería y el molino de Aspilza, que consideraba también como solar paterno, casa cómoda y sólida al lado de la ferrería y el molino, para vivir él y su familia explotando honradamente ambos ingenios.
El manantial de Urberuaga se fué cubriendo de maleza, y aun permaneció olvidado y escondido, hasta que más de dos siglos después unos pobres tísicos que necesitaban para prolongar indefinidamente su vida un poco de nitrógeno, siquiera una vez al año, y para obtenerlo tenían que trepar á la cumbre de los Pirineos, siéndoles así peor el remedio que la enfermedad, se reunieron para pedir á Dios que les proporcionase nitrógeno más barato, y entonces Dios llamó á ciertos animosos y modestos hermanos marquineses, y les dijo:
«Vosotros que sois trabajadores, ingeniosos y benéficos, como pocos, vais á desenterrar con ayuda de un médico que yo os enviaré, abundancia de nitrógeno en el apacible y fresco vallejuelo de Urberuaga, y de mi cuenta corre el portarme bien con vosotros.»
¡Bien, muy bien se han portado Dios, los marquineses y el módico en el vallejuelo de Urberuaga!