I
La calificación de tío que al protagonista del cuento que voy á recontar daba Mari-Pepa de Echegoyen cuando nos contó este cuento al amor de la lumbre, en su casería de las estribacionos del Gorbea, donde unos amigos míos y yo nos vimos obligados á pedir hospitalidad, sorprendidos por la noche al volver de curiosear en aquella excelsa montaña, es una de las razones que tengo para creer que el cuento en cuestión no pasó en la tierra vascongada, porque en esta tierra sólo se da el nombre de tío á aquél á quien es debido por la consanguinidad.
Otra de las razones que tengo para pensar así, es la de que en esta tierra no ha habido, ni hay, ni se permite que haya alcalde como el tío Igualdad, sin que esto quiera decir que no los haya habido y aun los haya tan malos como él, aunque por otro estilo.
Esto mismo dije á Mari-Pepa la de Echegoyen, así que nos contó el cuento en vascuence, y por cierto con mucha más gracia que yo le he de contar en romance; pero se contentó con responderme que tal como le había contado, le había aprendido de cabeza oyéndole cuando chiquita.
Este dato no era para desperdiciado, porque prueba que el cuento es anterior al precepto constitucional de que unos mismos códigos regirán en toda la Nación.
II
No sé cuándo, era alcalde perpetuo de Nosé-dónde, un hombre á quien llamaban el tío Igualdad, porque para él la igualdad era la cosa mejor del mundo, y no desperdiciaba ocasión de encarecérsela á sus subordinados.
Estando un día reunidos en la plaza del pueblo los vecinos principales, el tío Igualdad les dirigió sobre el mismo tema una arenga que terminó exclamando:
—Igualdad, igualdad ante todo, en todo y sobre todo.
—Ante la ley, querrá usted decir, señor alcalde—le interrumpió uno de los vecinos más discretos é instruidos.—La igualdad ante la ley es la única igualdad lógica y justa; porque ni la misma ley está exenta de limitaciones, como que tiene que ajustarse á la conveniencia de la moral y de las necesidades sociales.
—Igualdad ante todo, en todo y sobre todo—le replicó enfurecido él tío Igualdad; y en seguida mandó al alguacil que llevase al cepo al que le faltaba al respeto osando poner limitación al precepto que él calificaba de universal y santo.
—Pues si la igualdad fuera ante todo, en todo y sobre todo, y no sólo ante la ley—le rearguyó el vecino al tomar el camino del cepo, empujado á empellones por el alguacil, no iría yo al cepo solo, que iríamos todos los presentes.
—Pues vayan todos, tanto en virtud del sublime precepto de igualdad, como porque han oído sin protesta las herejías que usted ha dicha contra ese santo precepto.
Y al cepo fueron todos.
Hasta tal punto era el alcalde perpetuo amante de la igualdad, que por no faltar á este principio, medía con el mismo rasero al inocente y al culpado, si bien no faltaban en el pueblo gentes que arrostrando el peligro de ir al cepo, murmurasen que su merced el alcalde perpetuo tenía buen cuidado de que el rasero no le alcanzase á él.
III
Un día llegó á Nosédóndo un viajero acompañado de algunos servidores, de quienes se hacía tratar con familiaridad que na excluía tal cual respeto.
El alguacil que los vió llegar al pueblo, los saludó cortesmente, y como dijesen que los llevaba allí sólo el deseo de ver las curiosidades que hubiese, les ofreció sus servicios, que aceptaron viendo en él un buen guía, aunque andaba con dificultad, sin duda por serle demasiado grande el calzado.
Así que el viajero y sus acompañantes se internaron en el pueblo, llamó mucho su atención una cosa que les pareció muy rara; y era que todos los habitantes mayores de edad, así de un sexo como del otro, cojeaban como el alguacil ó andaban con dificultad suma.
El viajero preguntó al alguacil en qué consistía aquéllo.
—Señor, consiste en la horma municipal—le contestó el preguntado, que veía las estrellas á cada paso que daba, porque teniendo el pié muy pequeño, calzaba unos zapatones con los que el pie se ladeaba á cada paso.
—¡En la horma municipal! ¿Y qué viene á ser eso?
—Pues señor, la horma municipal es una que sirve para hacer el calzado á todos los habitantes del pueblo, desde el señor alcalde perpetuo hasta los que piden limosna de puerta en puerta.
—¿Pero qué tiene que ver eso con el nombre-de horma municipal que usted le da?
—¡Pues no ha de tener que ver, señor! El señor alcalde perpetuo es tan amante de la igualdad, que ha mandado que todos los vecinos calcen por una misma horma, sopena de meter los piés en otro calzado peor.
—¿Y qué calzado es ése?
—El cepo con más de cien pares de agujeros r que está en la casa de ayuntamiento.
—¿Pero dice usted que ese mandato alcanza al mismo alcalde?
—Sí, señor, como que su merced fué el primero que dió el ejemplo de calzarse por la horma municipal.
—Hombre, este alcalde es un...
—Chito, señor, que si su merced le oye á usted, manda llevarle al cepo y acaso vayan con usted todos los presentes, incluso yo, á pesar de ser de justicia.
—¿Pero por qué habían de ir ustedes?
—Por el principio de igualdad, de que es muy amante su merced.
El viajero guardó silencio después de oir estas explicaciones, y continuó viendo las curiosidades del pueblo.
IV
Pareciéndole al viajero que en el pueblo, por muchas curiosidades que hubiese, no podía haber ninguna tan rara como el alcalde que en breves pinceladas le había pintado el alguacil, dijo á éste que deseaba ir á ver á su merced.
Y en efecto, á casa del alcalde perpetuo se encaminaron viajero y alguacil.
El tío Igualdad, mote con que el alcalde gustaba se le designase porque le tenia por muy honroso en el concepto de expresión de su amor á la igualdad, estaba en la cocina sentado orilla de la lumbre, calentándose las piernas, que tenían por base unos pies enormes calzados con zapatos.
—Siéntense ustedes—les dijo sin levantarse.
—Gracias—le contestó el viajero—pero no estamos cansados.
—No se lo mando á ustedes porque estén cansados, sino porque yo estoy cansado y soy muy amante de la igualdad.
El viajero y sus acompañantes se sentaron.
—Acérquense ustedes á la lumbre—les añadió el alcalde.
—No tenemos frío.
—No es porque ustedes tengan frío, sino porque yo estoy calentándome y la igualdad es muy de mi gusto.
El viajero y sus acompañantes se acercaron á la lumbre.
—Señor alcalde—dijo el viajero—dos deseos me han movido á visitar á usted; el primero es el de saludarle, y el segundo, el de que me explique usted porqué tiene tanto amor á la igualdad.
—En cuanto al primer deseo—contestó el alcalde levantándose, como se apresuraron á hacerlo todos los presentes—le doy á usted las gracias por él; y en cuanto al segundo, le satisfaré con mucho gusto mientras damos un paseo por la plaza, donde ya estarán paseando los principales vecinos á quienes debemos imitar, siquiera por rendir culto al santo precepto de la igualdad.
El alcalde, los forasteros y el alguacil, se dirigieron á la plaza, que estaba cercana, y como en el camino notasen con verdadera sorpresa que el alcalde era la única persona del pueblo que no cojeaba ni andaba con dificultad, el viajero principal preguntó por lo bajo al alguacil en qué consistía aquéllo.
—Consiste, señor, en una cosa muy sencilla—le contestó el alguacil—en que su merced mandó, al hacerse la horma municipal, que se hiciera á la medida de su pié.
V
El viajero y sus acompañantes escucharon por largo rato de boca del alcalde, la explicación de porqué era ésto tan amante de la igualdad, y se despidieron de su merced diciendo que iban á continuar, guiados por el alguacil, viendo las curiosidades del pueblo.
El viajero dijo al alguacil apenas se separaron del alcalde:
—Yo no he podido entender la explicación que su merced nos ha dado de su amor á la igualdad. ¿La ha entendido usted?
—Sí señor; ha dicho en resumidas cuentas, que es tan amante de la igualdad porque sí.
—En efecto, eso ha dicho en resumidas cuentas.
Poco después el viajero y sus servidoresaban-donaban á Nosédónde y se dirigían á la cercana ciudad de Nosecuál, donde á la sazón estaba la, Corte.
El viajero era, como quien no dice nada, Su Majestad el rey, que habiendo tenido noticia de que en Nosédónde había cosas muy curiosa, había querido ir de incógnito á enterarse de ellas.
Una vez enterado, Su Majestad dispuso, apenas regresó á la Corte:
Primero, que al tío Igualdad sustituyese en la alcaldía perpetua de Nosédónde, el vecino que yacía en el cepo por haber dicho que la igualdad ante la ley era la única igualdad lógica y justa; porque ni la misma ley está exenta de limitaciones, puesto que tiene que ajustarse á las conveniencias de la moral y á las condiciones y necesidades sociales.
Y segundo, que en Nosédónde, después de quemar la horma municipal, cada uno calzase como le diera la gana, menos el alguacil y el tío Igualdad, que habían de calzar por una misma horma, hecha á medida del pie del alguacil.
Algunos años después de este suceso, todavía se oían en Nosédónde los bramidos que daba el tío Igualdad viendo las estrellas á cada paso que daba.
Y estoy seguro de que si entonces hubiera existido el precepto constitucional que prescribe unos mismos Códigos para toda la nación, y se hubiera preguntado al exalcalde perpetuo qué le parecía este precepto, hubiera echado con dos mil de á caballo preceptos y preceptistas, convencido ya de que las leyes, en lugar de traerlas hechas de Francia ó no sé de dónde, se deben hacer á medida de los pueblos, como los zapatos á medida de los piés.