La Leyenda de Begoña

Antonio de Trueba


Cuento


I
II

I

La insigne villa de Bilbao está al pié de una montaña. En las estribaciones de esta montaña hay una colina que lleva el nombre de Artagan, equivalente á Alto del Encinar; y al pié de la colina existe desde tiempo inmemorial el celebrado santuario de la Virgen de Begoña, cuya principal y maravillosa leyenda voy á escribir, después de decir algo acerca del origen y el nombre de santuario tan venerado en todo el litoral cantábrico..

Ni la tradición popular ni la historia fijan la época en que empezó á darse culto á la Virgen María al pié de la colina de Artagan. La tradición sólo dice que la imagen apareció en una encina de las que, como el nombre de Artagan indica, poblaban cl sitio donde se erigió el santuario; y añade la vulgarísima y repetida cantinela, propia de casi todos los santuarios de la Virgen, de que se trató de erigir el templo en punto distante del de la aparición, y se desistió de ello porque milagrosamente eran trasladados de noche á este último punto los materiales que de día se acopiaban en el primero. En cuanto á la historia, la primera vez que menciona el santuario de Begoña no pasa del año 1300, en que, de la carta de población de la villa de Bilbao, resulta que aquel santuario existía ya como monasterio, ó lo que es lo mismo, como iglesia parroquial, pues los que en este pais se llamaban monasterios eran los templos que hoy llamamos iglesias parroquiales.

La tradición enlaza y explica el nombre de Begoña con la milagrosa resistencia de la Virgen á que se le erigiera templo en sitio distinto de aquel donde había aparecido su imagen, pues supone que al ir á trasladar ésta á lo alto de la montaña, se oyó una voz misteriosa que decía begoañá, quieto el pié; y de aquí el nombre de Begoña que conservan la imagen y el sitio donde se erigió el santuario.

Esta etimología es completamente inadmisible, sobre todo para el que sabe que los nombres geográficos euskaros se fundan casi constantemente en la condición más característica de la localidad que designan. En esta regla, generalmente desconocida hasta que á fines del siglo pasado comenzaron los verdaderos estudios sobre la lengua euskara ó vascongada, é ignorada aún del vulgo y de muchos que, aunque no se crean vulgo, lo son, está comprendido el nombre de Begoña, que significa al pié ó en lo bajo de la colina, designación á que corresponde el sitio que ocupa el citado santuario.

La citada regla no se limita á los nombres geográficos euskaros antiguos de la región donde esta lengua es aún viva y vulgar, pues se observa constantemente en los nombres del mismo origen dispersos en el interior de la península hispana, de lo que citaré dos ejemplos, aunque pudiera citar-doscientos: Aranda (de Duero) y Reinosa, que son modificación de Arandia y Errenotza, equivalentes, el primero á «valle grande», y el segundo á «comarca fría».

La imagen de la Virgen aparece sentada, como todas las antiguas, si bien, siguiendo la antiestética moda moderna, se la ha vestido de modo que aparenta estar de pié, y el tipo de su faz es el más pronunciado de la raza euskara. Lo probable es que la imagen date de los primeros siglos del cristianismo, y, oculta cuando la invasión mahometana amenazaba traspasar el alto Ebro y derramarse á Vizcaya, reapareciese citando aquel peligro cesó por completo, ó sea en los siglos X ú XI, en que los mahometanos se habían ya alejado de la margen meridional del Ebro, que no llegaron á pasar, según testimonio unánime de la tradición y la historia.

Los soñadores de antigüedades romanas en Vizcaya, han hecho mucho ruido con motivo de una inscripción, en caracteres y lengua latinos, que se encontró cerca de dos leguas al Noroeste del santuario de Begoña, en la república de Lú-xua, en un sitio llamado Achbolueta, ó roca del molinar. La inscripción era ésta:


VECUNIENSES HOC MONIERUNT


Estaba en una roca que se había cortado para facilitar el paso desde los pueblos de la parte baja de la merindad de Uribe á los de la parte alta. Generalmente se interpretaba el vecunienses por begoñeses, y no faltó quien, fundado en esta inscripción, creyese haber existido en Begoña una ciudad latina llamada Vecúnia. Esta creencia era absurda y parece imposible que la inscripción de Lúxua hubiera dado ocasión á ella, pues el vecunienses latino no era más que la traducción del becuac euskaro, que equivale á «los de abajo» ó los de la tierra baja; y por tanto la inscripción debía interpretarse por o los de la tierra baja abrieron ó costearon este paso», que en vascuence se expresaría diciendo «Becuac eindacua da au».

Al terminar el siglo XV, en que se reedificaron muchas iglesias de Vizcaya, dándoles mayor amplitud y suntuosidad, pues las antiguas eran generalmente pequeñas y de modesta fábrica, se trató también de reedificar la de Begoña; y en efecto, la obra se emprendió en los primeros años del siglo XVI.

Con esta reedificación está relacionada la maravillosa leyenda del robo de las joyas de la Virgen, que me ha parecido conveniente narrar-más circunstanciadamente que la narró el Padre Granda, único y poco afortunado historiador de nuestro insigne santuario, y menos absurdamente que la narra por regla general el vulgo.

II

La obra de Nuestra Señora de Begoña estaba muy adelantada, aunque no tanto como deseaban los piadosos begoñeses. El ábside del templo estaba ya techado, colocados altar y retablos principales y la veneranda imagen devuelta al culto en el sitio que debía ocupar definitivamente, pero la parte anterior de la iglesia aún estaba destechada.

Rodeaban el santuario añonas encicas y las campanas pendían de una grandísima que estaba detrás de aquél, y á cuya sombra se congregaban desde tiempo inmemorial los vecinos de Begoña para tratar los asuntos del pro-común, como sucedió un siglo después cuando lo lucieron para acordar y aprobar las ordenanzas por que se había de regir la república.

La imagen de la Virgen estaba adornada de ricas joyas, que eran piadoso donativo de la devoción popular, y uno de los canteros que trabajaba en la obra concibió el sacrílego pensamiento de despojarla de ellas.

Una noche, cuando todos dormían en las caserías cercanas, se dirigió al santuario y tomando una alta escalera de mano, que servía para la obra, la arrimó al muro á medio levantar, subió á éste, desde allí colocó la escalera interiormente, descendió por ella, reanimada su impía codicia por el brillo de las joyas cíe la Virgen, en que se reflejaba la luz de la lámpara que ardía en el presbiterio, subió al altar, y fué despojando á la Virgen de sus ricas joyas.

El niño Jesús que la imagen tenía en brazos estaba engalanado con una preciosa corona de oro y diamantes, y el ladrón dirigió á ella su sacrílega mano. Entonces la Virgen asió su brazo para impedir que cometiera aquel nuevo sacrilegio, y el ladrón espantado con aquel prodigio, descendió precipitadamente del altar, dejando-en éste las joyas de que había despojado á la santa imagen, y volvió á subir al muro.

Allí se detuvo pensando si todo habría sido alucinación suya, y como dirigiese la vista hacia el altar y viese brillar las joyas que había abandonado, la tentación de consumar el robo volvió á asaltarle. Tornó á bajar del muro, se dirigió al altar, tornó las joyas, sin atreverse, empero, á alzar su mano á la corona del niño Jesús, y con ellas se alojó del santuario.

Dirigióse á la barriada de Trauco, que es la que cae al Oeste del templo, y con gran sorpresa suya se vió detenido por un muro impenetrable de maleza que le impedía el paso por todas partos y desgarraba su vestido y áun su carne con agudísimas espinas.

Decidióse entonces á bajar á la villa con la esperanza de ocultar allí su crimen á favor de la confusión y el desconocimiento de gentes que reinan en las grandes poblaciones y descendió hacia Mallona.

Había allí un humilladero con la imagen de Jesús crucificado, alumbrada con una lamparilla, y como el ladrón dirigióse la vista á la imagen, parecióle que ésta le miraba airadamente, y huyendo efe aquella mirada se apresuró á alejarse del humilladero, pero inmediatamente se vió detenido por una manada de enormes carneros que le embestían y te hicieron volver atrás.

Ya lleno de terror y poco menos que arrepentido de su crimen, tomó cuesta arriba, dirigiéndose hacia Meazábal, que es en la cima del monte donde San Vicente Ferrer había erigido una ermita á Santo Domingo, cuando en el siglo anterior había asombrado á Bilbao predicando en la iglesia de Santiago en lengua valenciana y haciéndose entender perfectamente del pueblo que no sabía más que la diversísima vascongada.

Pensaba descender por allí al valle de Zamudio y siguiendo la costa del mar, pasar á Guipúzcoa y entrar en Francia, donde creía sustraerse fácilmente al rigor de la justicia y enriquecerse vendiendo las joyas que había robado, pero al ascender á Meazábal se vió acometido de una porción de fierísimos toros, que le hicieron volver atrás cada vez más espantado.

Bajando á la barriada de Ochacoaga, que está al Oriente del santuario, se dirigió por Garáizar y Zubúbu hacia el vado de Echébarri. Apenas había emparejado con el espeso bosque de Palatu-zugasfci, un gigante armado de una espada de fuego le salió al paso, y el ladrón, lleno de espanto, penetró en el bosque.

Entonces oyó que las campanas de Begoña tocaban á rebato. Los begoñeses, al oir las campanas, se dirigieron apresuradamente al santuario y vieron con asombro que las campanas pendientes de la encina de la república, se tañían por impulso invisible. Sospechando que algo grave sucedía en el templo, vieron á la Virgen despojada de sus joyas, y comprendieron, por la escalera arrimada al muro, que le habían sido robadas.

Dirigiéronse unos hacia la barriada de Trauco y otros hacía la de Ocharcoaga, en persecución del ladrón sacrílego, y éste, al sentir que se acercaban al bosque donde se había refugiado, les salió al encuentro, les confesó su crimen y les entregó las joyas, resignado á sufrir el castigo que merecía.

Pocos días después el sacrílego expió su crimen con la vida en el collado de Larriagaburu, en el collado de las Angustias, como hasta poco tiempo antes de nuestra época se llamaba el que hoy llamamos el Morro.

El culpable fué al suplicio lleno de arrepentimiento, y pidió por única gracia que se le sepultase al pié de la columna destinada á la colocación del púlpito, por ser aquél el sitio desde donde el santo apóstol valenciano había dirigido la palabra al pueblo.

Prometiósele esta gracia, y allí se le enterró. Pasados algunos años abrióse la sepultura para enterrar allí otro cuerpo, y se encontró completamente incorrupto el brazo que había asido la santa mano de la Virgen al ir el ladrón á alzarle para despojar de su rica corona al niño Jesús.

Tal es la leyenda más notable del insigne santuario de la Virgen de Begoña en Vizcaya, que tiene otro santuario filial no menos venerado y de la misma advocación, en las cercanías de Gijón, en Asturias.

Paréceme que si razón hay (como yo creo que la hay, y muy grande) para recoger los cuentos y tradiciones populares de otro orden, como se están recogiendo y estudiando en todos los países cultos, no hay la menor para recoger y estudiar las tradiciones populares religiosas, que á pesar del candor fervoroso que les ha dado vida, y de lo sobrenatural que domina en ellas, son documentos muy expresivos y elocuente» para estudiar y conocer lo pasado.


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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