El documento que voy á dar á conocer me parece rauv curioso y útil para el estudio de las alucinaciones vulgares, y aun para el estudio médico de ciertas enfermedades físicas que llevan consigo la perturbación mental.
Me lie preguntado si merecía darse á luz en un periódico formal é importante, y la contestación ha sido afirmativa, fundándose en que si es lícito al escritor fantasear historias y darlas al público con el único fin de deleitar, lícito debe serle también el dar á conocer hechos que puedan servir para el estudio de las enfermedades físicas y morales de la humanidad.
El año 1841 se habló muchísimo en la parte occidental de Vizcaya y en la oriental de la provincia de Santander, de una aparición muy singular que se suponía haber tenido un vecino del concejo de Sopuerta, y se contaba entre otras cosas, que en una respetable familia de aquel concejo habían ocurrido, con posterioridad á la aparición, sucesos anunciados de antemano por el sujeto que decían haberla tenido Más aún; muchos sujetos de aquellas comarcas, que por entonces ó años después fueron á América, me suelen preguntar á su regreso (sabedores como son de mi afición á la investigación y al estudio de las creencias y costumbres populares y de mi conocimiento de aquella parte del litoral cantábrico), si he averiguado algo curioso ó cierto acerca de la famosa aparición de Lasmuñecas.
El inolvidable cura de Montellano, don José María de Sagarminaga, hombre en extremo curioso é inteligente, á quien yo di á conocer en un artículo que se tradujo en las principales lenguas de Europa, y luego incluí en los Capítulos de un libro, quiso averiguar á raíz del suceso lo que hubiera de cierto en todo aquello que tanto ocupaba la atención pública, y al efecto pasó al barrio de Lasmuñecas, distante de su parroquia una legua escasa, y célebre ya hoy por la victoria que el marqués del Duero alcanzó allí sobre los carlistas, hace poco más de un año, al dirigirse á libertar del asedio á la invicta Bilbao. En aquel barrio vivía el sujeto que aseguraba haber tenido la aparición, y el señor cura se proponía interrogarle y pedirle cuenta de la verdad, lo que hizo con tal eficacia, que hasta exigió juramento de decirla á dicho sujeto, que en efecto le prestó.
Entre los papeles del señor cura de Montellano, que falleció en Mayo de 1870, se encontraron las notas originales que tomó en Lasmuñecas en presencia del declarante y según éste, formulaba su relato y contestaba á las preguntas que el señor cura le hacía. Estas notas son bastante confusas, porque el señor cura sin duda las tomó sólo para su gobierno, con ánimo de hacer con ellas una relación ordenada y crítica en que formulase su opinión sobre aquellas declaraciones. No llegó á hacerla, probablemente porque sus ocupaciones no se lo permitiesen; pero yo me voy á tomar este trabajo, creyendo que aun negando toda fe á lo que el sujeto interrogado declaró bajo juramento, y suponiendo que la aparición no pasó de una alucinación fluya, de algo puede servir este trabajo para los fines que dejo indicados.
Además, en vista de la relación jurada del sujeto á quien se atribuyó la visión, se desvanecerán una porción de exageraciones en que incurrieron las gentes del pueblo, propensas siempre á abultarlo todo, y mucho más lo que ofrece carácter sobrenatural ó maravilloso.
Antes de ordenar las notas del señor cura de Montellano, voy á decir por cuenta propia lo que pienso de esta supuesta aparición. Croo que Nicolás de Palacio (que falleció un año después; creía sinceramente en ella, pues las noticias que de él tengo son que era sujeto verídico, de buenísima conducta y religioso sin exagerado misticismo ni superstición, aunque de inteligencia ilimitada pero creo que la visión no pasó de una visión hija de algún extravío pasajero de la débil imaginación de Nicolás, que habitualmente padecía, de escrófulas, y como resulta de su relato, andaba algo enfermo y se preocupa!ja de que pudiera agravarse su mal. En el relato apenas hay nada original ni nuevo, que no esté vaciado, digámoslo así, en el molde vulgar y rutinario de las apariciones de muertos, ea que nunca faltan las misas en tal ó cual templo ó altar, las velas encendidas y las restituciones ó satisfacción de deudas; poro en cambio hay mucho nuevo y curioso en la descripción de los aparecidos, y es tal la precisión conque se describen sus movimientos y operaciones, que apenas se echa de ver la vaguedad é indecisión que suele caracterizar á todo relato de apariciones sobrenaturales.
Dicho esto, ordenemos las notas tomadas por el señor cura de Montellano, que felizmente no dan lugar á duda alguna en toda la relación.
«En el barrio de Las muñecas, del concejo de Sopuerta, á 8 de Junio de 1841.yo, Nicolás de Palacio, hijo legítimo de José y de María de Santayana, declaro, á instancia de D. José María de Sagarminaga, cura beneficiado de Montellano, en el concejo de Galdames, lo que ví y oí, según y conforme fué, sin quitar ni añadir nada, en la visión que Dios se dignó tuviera el 8 de Abril del presente año de 1841, en que la Iglesia celebraba el jueves de la Cena del Señor.
»Estando hoy en mi sano y cabal juicio, como cuando me ocurrió lo que voy á referir, y en presencia de Dios, autor de la verdad, digo con pura intención de agradar á su Divina Majestad, que después de comer salí de mi casa á cosa de las dos de la tarde y me dirigí al monte de Saldamando, en busca de una de mis vacas, que no había ido á casa con sus compañeras. Al llegar al primer arbolar del monte, que dista cerca de media legua de mi casa, encontré á unos vecinos míos, y me dijeron que la vaca que buscaba estaba un poco más allá, en compañía de otras de la vecindad. Seguí adelante, sin encontrarla, y sintiéndome ya disgustado porque no iba á volver á tiempo para bajar á los Oficios religiosos, media hora después llegué á un regato, y para pasarle á pie enjuto bajé la vista al suelo.
»Al alzar la vista me ví rodeado de muchísimas figuras de forma humana, y quedé suspenso y admirado y sobrecogido de un sudor frío. Yo no sentía voz, ni ruido ni olor alguno, y miraba de frente á aquellas personas, que á su vez me miraban del mismo modo con semblante afable y risueño. El color de su cara y manos era blanco, tirando á sonrosado en la parte superior de las mejillas. La estatura de todas ellas era igual y algo más baja que lo regular, pues no pasaba de cuatro piés y medio castellanos. Todas estaban vestidas de un mismo modo, con una especie de alba ó túnica blanca, que no les dejaba ver los pies. De la cintura arriba las cubría una cosa como roquete de acólito, y en la cabeza llevaban una capucha pequeña que subía del cuello. La cintura era tan delgada que se podía abarcar con mis dos manos, y la ceñía una hermosa faja como de cuatro pulgadas de ancho. Todas las figuras eran enjutas de carne, y observé que no tenían barba ni pelo.
»Una de ellas llevaba una cruz pequeña que no excedía de un pié de su cabeza, ni tenia en su frente imagen ni crucifijo alguno. Las ropas y aspecto de todas tenían tal hermosura y atractivo para mí, que me subyugaban. Después de dar como unos cuarenta pasos todos en silencio, fijé la atención en una de las figuras, que era la más próxima á mí, y reconocí en ella, sin la menor duda, á Domingo Ortiz, mi convecino, que había muerto hacía catorce años, y enseguida fuí reconociendo sucesivamente á muchos de los que habían fallecido en este espacio de tiempo.
«Andando como en procesión entre esta especie de ejercito como cosa de una hora, me sentí fatigado y con gran necesidad de sentarme, lo que en efecto hice. Al propio tiempo se sentaron en torno mío tres de aquellas personas, á las que miré con atención, reconociendo en ellas á Ignacio Martínez, Francisco de Llano, mi suegro, y don Pablo de Calleja. Toda la procesión se detuvo y permanecimos como medio cuarto de hora mirándonos en silencio, yo como absorto en la contemplación de todos ellos, y ellos risueños y afables.
»—¡Bendito sea Dios, qué bien estamos así! dije yo al fin; y apenas pronuncié estas palabras, mi suegro, Francisco de Llano, me dijo abriendo y moviendo los labios, del modo natural, como luego sucedió al hablar las demás personas:
»—Tengo que hacerte un encargo, y es, que mandes decir tres misas: una de ellas en el altar de Nuestra Señora de la Piedad, otra en el de Nuestra Señora del Rosario y la otra en el de Nuestra Señora de la Concepción.
Al decir esto mostraba extraordinaria alegría.
»—Está muy bien—contesté—mandaré decirlas.
»—Vive como has vivido hasta ahora y reprende las malas lenguas.
»Al decir esto mi suegro, que estaba como á una vara de mí, á la derecha, se le llenaron los ojos de lágrimas.
»Inmediatamente me dijo Ignacio Martínez:
»—Dígale usted á Rosa, mi mujer, que le dé á usted cuatrocientos dos reales y un ochavo (¡tiene gracia el piquillo!) aunque no era tanto la cuenta. Que le pague á usted aunque tenga que vender para ello la ropa de la cama, cosa que no necesitará hacer.
»—Bien está, se lo diré.
»—Dígale usted también que mande decir tre misas: una en San Roque, otra en Santa Teresa de Jesús y otra en Nuestra Señora del Socorro
—Así lo haré.
»Martínez guardó silencio, y don Pablo de Calleja me dijo entonces:
»—Diga usted á María, mi mujer, que le dé á usted una peseta y á nuestra hija de Somorrostro le dé algo más de lo que piensa darle.
—Bien está, señor.
»Antes de hablarme así, después de sentados, mi suegro, Martínez Y Calleja, ya me habían hablado Ortiz y Luis de Capetillo.
»Desde el principio de la aparición, Ortiz se arrimaba á mí con las manos entrelazadas y puestas contra el pecho. Poco antes de sentarnos me tocó con ellas en el brazo derecho, y asiéndoselas yo con la derecha, le dije:
»—Hola, amigo.
»Entonces desenlazó sus manos y estrechó con la derecha la mía, conservando cerrada contra el pecho la izquierda, y me dijo:
»—Diga usted á mis padres que manden celebrar por mí tres misas: una en el Carmen de Balmaseda, otra en Nuestra Señora de Guadalupe y otra en Santa Isabel de Ontón.
»Dicho esto se separó de mí y volvió á poner las manos como antes.
»Poco después de esto, Luis de Capetillo me pasó las manos enlazadas por debajo de la barba sin decirme palabra. Yo se las así fuertemente, y entonces me dijo:
—»Esto quiero yo: encontrar hombres de pocas palabras y mucho corazón, que es como deben ser los hombres. Yo le paso á usted ahora las manos por la cara porque usted me pasó las suyas por la mía en la hora de mi muerte. ¿No se acuerda usted?
—»Sí, señor, es verdad—coatesté.
—»Pues así se corresponden los hombres de bien..
»Diciendo esto, soltó mi mano, y volviendo á entrelazar las suyas y á arrimarlas al pecho? guardó silencio.
»Desde que se me apareció la visión hasta que desapareció pasaron cerca de tres horas. El que llevaba la cruz parecía guiar aquella especie de procesión, pues todos unánimes obedecían su señal ó movimiento. En todas las encrucijadas se paraban, y hacían una corta detención alrededor de las casas arruinadas que hay en aquel monte, pero sin que yo oyera lo que decían. Ni el ropaje, ni los rostros, ni las manos, ni la cruz despedían resplandor alguno. El traje del que llevaba la cruz era de mucho mayor lustre y hermosura que el de los demás.
»Cuando toqué la mano de Ortiz y la de Ca-petillo no sentí diferencia del contacto de la de una persona viva, aunque me inclino á creer que estaba algo fría. No advertí que sus dedos tuvieran uña. En el traje no se diferenciaban las mujeres y los hombres. Puedo asegurar que vi entre ellos una mujer de edad de más de sesenta años que vive aún en esta parroquia, ó á lo menos vi su exacto retrato. También creo que conocí con certeza á una criatura que había muerto antes de tener uso de razón. Ninguno de los que hablaron dijo expresamente su nombre.
»La despedida ó desaparición de la visión fué del modo siguiente:
»Después de haberme hablado los que estaban sentados alrededor mío, nos quedamos suspensos, mirándonos en silencio. Ellos me miraban con mucha benevolencia y alegría. Me preparaba á despedirme proponiéndome interiormente decirles sólo:—ÍSeñores, queden ustedes con Dios, cuando, sin darme tiempo á pronunciar estas palabras, todos ellos desentrelazaron los dedos, y separando las manos del pecho las extendieron con las palmas hacia arriba y los dedos meñiques en contacto, y bajándolas un poco como también la cabeza, me hicieron una afable despedida sin pronunciar palabra. Apenas habían echado á andar cuando entre ellos y yo se interpuso de repente una niebla muy espesa y blanca que me impidió verlos.
»Púseme el sombrero que había tenido en la mano mientras estuvimos sentados, durante cuyo tiempo había estado yo muy sereno, y eché á andar. Volví la cara apenas había dado algunos pasos y no vi ni niebla ni gente. Quedé muy contento de esta aparición, y dando gracias á Dios por ella me dirigí á mi casa, sin dejar de pensar en tan extraño suceso. Entonces ví que delante de mí y en la misma dirección, aunque con un cuarto de hora de ventaja, iba una persona del mismo traje que los de la aparición, y apreté el paso para alcanzarla y lo conseguí, aunque caminaba sin detenerse. A distancia de doce pasos le dije:
»—Buenas tardes.
»—Téngalas usted muy buenas—me contestó con dulzura, volviéndose hacia mí.
»Detuvímonos ambos y de pie tuvimos una larga y familiar conversación, porque aquella persona era, sin sombra de duda, María, la sobrina del señor cura Herrerías, es decir, su alma en cuerpo aparente.
»—Hola, Nicolás—añadió—¿qué trae usted por aquí?
»—Señora, he venido en busca de una vaca que tengo para parir.
»—Más de dos son las que usted tiene así.
»—Sí, señora, cuatro tengo.
»—Diga usted á Manuel que mande decir por mí tres misas: una en Nuestra Señora del Carmen, otra en Nuestra Señora del Mercadillo y otra en Nuestra Señora de la Piedad. Dígale usted también que se acuerde de mí en todas sus oraciones, como yo me acuerdo de él, porque le tengo en el corazón como antes, y que no trabaje, pues no le faltará nada. Acompáñele usted á oir las tres misas.
»—Si puedo, así lo haré.
»—Ya podrá usted.
»—No sé, señora, porque ando algo enfermo.
«—No haga usted caso de su mal, porque ya podrá usted hacer eso y mucho más. No deje usted de decir á todos lo que le hemos encargado.
»—Sí, ¡para que se rían de mí!
»—Que se rían, no haga usted caso de eso.
»Después de hablar algo más con María, con quien yo tenía mucha confianza, pues era mi ama , le pregunté:
»—Señora, ¿cómo andan ustedes por aquí?
»—Hoy tenemos esa libertad, como también la tenemos el día de la Ascensión y el del Corpus. Sírvale á usted de gobierno y no tenga miedo.
»—Nada extraño es que le tenga y caiga enfermo de veras.
»—No diga usted eso, ni tenga cuidado. Aunque ahora cayera usted en la cama pronto se pondría bueno. Para nosotros estos días son muy felices, porque ganamos cada uno de ellos trescientos años de indulgencia. ¿Le parece á usted mucho? En el purgatorio pronto se cumple el tiempo. En esta procesión ¡que usted ha visto hay almas que han cumplido ya y luego irán al cielo, pero otras todavía necesitan muchos años.
»Después de esta conversación, María desapareció lo mismo que los otros. Como yo tenía más confianza con ella que con los demás, le hice muchas preguntas de lo que pasaba en su estado presente, pero se mostraba seria y no me contestaba, y una vez me respondió:
»—Eso no se dice.
»Cuando llegué á casa, que era al anochecer, me acosté muy preocupado con la aparición, y los dos días siguientes permanecí así sin hablar á nadie palabra de lo sucedido.
»El 30 de Abril, es decir, veintidós días después, volvieron á aparcérseme Llano, Ortiz, Calleja, Martínez y María.
«Yendo en busca de un novillo llegué á Ur-quijo, cerca de donde tuve la primera aparición. Me bajé á beber agua á un pocito, y al levantarme y coger el sombrero que había puesto al lado, se me presentaron delante los cinco en fila y codo con codo.
»—Señorea—les dije—de parte de Dios les pido que me digan lo que se les ofrece.
»—Todo lo mandado—me contestó María—está bien hecho; pero la misa del Carmen se ha, dicho en Mercadillo y es menester que se diga, en Balmaseda. Que me pongan una vela en el altar de la piedad y la dejen arder hasta que se consuma, y no es menester hacer más por mí, pues con eso me voy al cielo.
»Ignacio Martínez me dijo en seguida:
»—Hizo usted lo que le mandé, pero no lo han cumplido, y usted tiene la culpa.
»—Yo no, señor, porque ya lo pedí.
»—Vuelva usted á pedirlo, que ya se lo darán.
»—Si usted me lo encargara por escrito, volvería á pedirlo..
»Después de estas palabras, ó pocas más, desaparecieron como en la otra aparición, que es? la primera que yo había tenido en mi vida el vestido que tenían en esta segunda me pareció como dorado y mucho más hermoso que el que tenían el Jueves Santo.»
Tal es, fielmente ordenada, la relación de Nicolás de Palacio que aparece en las notas del señor cura de Montellano. Al fin de estas nota se encuentra una especie de certificado de éste último que dice así:
«Certifico, yo el referido beneficiado de Montellano, que todo lo arriba inserto es la relación jurada que hizo Nicolás de Palacio delante te mí en tres tardes, sin añadir ni quitar cosa. Y este original, por mucha escasez de tiempo en aquellas tardes, está sin la debida crítica y expresión, por lo que sólo se debe tener en cuenta lo sustancial del relato, y encargo dos cosas: primera, que se lean con cuidado los autores que tratan de apariciones, tales como el padre Calatayud, de la Compañía de Jesús; y segunda, que si se copia esta relación no se varíe su contexto, aunque convendría describir con mejor orden y estilo el suceso.—Sagarminaga.»
Por más que en estos momentos la pasión política se empeñe en encarecer el fanatismo religioso de los habitantes de las provincias vascongadas, este fanatismo no existe, y prueba de ello es que nunca tienen allí que entender los tribunales de justicia en causas dimanadas de fanatismo ó superstición religiosa, como ocurre con frecuencia en otros países, áun los que pasan por más ilustrados: aquel pueblo es profundamente religioso, y cree con sencilla é intensa fe lo que cree la Iglesia; pero de aquí no pasa. Hasta hace algunos años creía en las apariciones de muertos; pero ya hoy, sin negar que Dios pueda permitirlas, y áun las permita algunas veces, se preocupa muy poco de ellas. Los infinitos forasteros que recorrían aquel país todos los veranos pueden certificar de mi aserto y decir si alguna vez fueron molestados por sus creencias religiosas, ó si alguna vez se metieron los habitantes de aquel país, que tan fanático se supone, en si iban ó dejaban de ir á misa, ó en si se descubrían ó no la cabeza al pasar por delante de algún templo.
Pero concretándonos á la visión de Las muñecas y al documento en que se da cuenta de ella, debo repetir que yo la creo pura alucinación de Nicolás, enfermizo de cuerpo y de inteligencia» Con tales circunstancias de certeza se ha hablado siempre de ella, y aun se habla en las Encartaciones, que no faltará quien crea temeraria esta opinión mía. ¿Qué muertos eran aquéllos á quienes no les ocurría pedir más sufragios por su alma que las consabidas misas, las consabidas velas y la consabida satisfacción d» deudas? María, que era modelo de ternura y bondad para con todos, y sobre todo de ternura maternal, no dice ni encarga á Nicolás más que cosas como vi dijéramos de cajón, y frivolidades. Yo la conocí y traté y la debí muchas veces caricias y bondades, no inferiores á las que prodigaba á sus hijos, mis compañeros de la infancia, y no reconozco rasgo alguno de su fisonomía moral en la visión que Nicolás nos pinta. Nicolás era, pues, un pobre, á quien su temperamento, su constitución enfermiza, su corta inteligencia, y....su suegra, que áun después de muerto au marido hacía á éste llenársele los ojos de lágrimas, le hacían ver visiones.
En cuanto al señor cura de Montellano, una vez que hablé con él de la supuesta visión, le encontré aún más incrédulo que yo, sin duda por lo mucho que me aventajaba en discreción y piedad. Confieso que, á pesar de la incredulidad de que acabo de hacer alarde, un anochecer que pasé solo por el arroyo donde Nicolás tuvo la visión, me pareció que los pelos se me ponían de punta.