Las Romerías

Antonio de Trueba


Cuento



A don Vicente de Arana

I

Querido Vicente: El cuento popular que va usted á leer acaso permanecería en mi cartera en forma de breves apuntes, si la víspera de San Vicente mártir, del presente año 1880, no nos hubiéramos encontrado usted y yo en Abando, cerca de la iglesia parroquial donde recibió usted el bautismo y están los recuerdos religiosos más queridos y venerandos para usted y su buena familia.

A pesar de que corrían los últimos días del mes de Enero, era el tiempo todo lo hermoso que puede ser en tal estación: la temperatura, que en nuestros apacibles valles de Vizcaya apenas desciende nunca al grado de congelación, era este cruel invierno tan baja; que ya se habían helado casi todos los naranjos y limoneros de los mismos valles; pero al de noche helaba con intensidad aquí desconocida, de día brillaba el sol espléndidamente, porque, como dije, no recuerdo en cuál de mis escritos, el cielo de Vizcaya, cuando le da por vestirse de azul, que es pocas veces, hasta la camisa se pone de este hermoso color.

Como sé el amor que tiene usted á todo lo que se relaciona con la aldea natal, cuyos amenos campos han inspirado á su alma de verdadero poeta y á su patriotismo de verdadero vizcaíno tantos hermosos versos y tantas hermosas leyendas, de cuyo mérito da testimonio el éxito de su libro, modestamente titulado El oro y el oropel, hablóle á usted de la festividad del día siguiente, cuya romería tenía probabilidades de ser muy concurrida y alegre, merced á la hermosura del tiempo.

Cuando yo era niño pasaba casi todo el año pensando en la romería, ó mejor dicho, en las romerías de la aldea, y particularmente en las de Nuestra Señora de la Asunción y San Roque, que eran las principales. Aunque se celebraban en el mes de Agosto, ó lo que es lo mismo, en la mejor estación del año, mi inquietud era grande temiendo que coincidiese con ellas algún temporal de aguas, que aunque fuese como bendición de Dios para los maizales, cuya cosecha es secura si las aguas no faltan desde mediados de Julio á mediados de Agosto, anulase las romerías de Nuestra Señora y San Roque, por nosotros, la gente menuda y aun la moza, tan esperadas y ansiadas durante todo el año.

El único tributo que mi padre pagaba, á la industria editorial consistía en comprar en la feria de San Andrés de Gordejuela el calendario del año siguiente, y un nuevo y curioso romance para mí, que tenía loca afición á estos romances, con cuya lamentable lectura, con la audición de los cantares de las muchachas de la aldea y con los encantos que la primavera traía á los bosques y heredades que rodeaban la casería paterna, empezaron á desarrollarse mis aficiones á la poesía artística, cuyo cultivador en España


Es una planta maldita
Con fruto de bendición;


como poco más ó menos ha dicho Zorrilla, y como poco más ó menos lo dice lo pobre, y á veces maltratado por las gentes que menos autoridad tienen para ello, que se encuentra algún amigo de usted después de haber encerrado en cerca de treinta libros el fruto que pacientemente ha ido recogiendo de ese cultivo.

Al recibir de manos de mi padre con ansia y alegría indescriptibles calendario y o curioso romanceo, no era éste ni era el «juicio del año» del calendario lo primero que devoraban mis ojos, sino el pronóstico astronómico del mes de Agosto, para saber si prometía ó no buen tiempo para los días 15 y 16 á que corresponden las romerías de la Asunción y San Roque.

Mi propensión, acaso errónea, á juzgar el corazón ajeno por el propio, me llevó, al encontrarme con usted, querido Vicente, la víspera de la fiesta de su aldea, á pensar en lo que sentía yo la víspera de la fiesta de la mía, y le di la enhorabuena por el hermoso tiempo con que se iba á celebrar la fiesta de San Vicente de Abando.

—Hasta los santos—me contestó usted—tienen más ó menos fortuna. Nuestro querido y venerado San Vicente mártir, que fué un gran santo, tiene la desgracia de que su fiesta se celebre en el rigor del invierno, y por bueno que sea el tiempo que corresponda á ella, es mucho menos lucida que la del santo más modesto cuya fiesta se celebra en verano.

Parecióme recordar en aquel instante que entre la multitud de cuentos populares que yo había recogido de boca de las gentes que llamamos del pueblo, había uno que respondía á esta queja de usted y la desvanecía elocuentemente; pero no pude precisar los términos y las razones en que estaba formulado; y apenas regresé á casa, me dediqué á revisar los cuadernos que he ido llenando de apuntes en mis correrías por las aldeas vascongadas.

Al fin di con el cuento popular que buscaba. Este cuento sólo ocupa en mis apuntes un par de docenas de renglones y lleva la siguiente nota: «Contónos este cuento Musquis el de Durango, con motivo de quejarnos de que la fiesta de San Blas se celebrase en Abadiano en invierno.»

No sé, querido Vicente, si sabrá usted quién fué Musquis. Se llamaba Nicolás de Zabala, pera era conocido con el apodo de Musquis por su afición á comer cositas buenas (que, como usted sabe, esto quiere decir tal apodo), y con él adquirió mucho renombre en la merindad de Durango, donde á cada paso se encuentra quien refiera ingeniosísimas anécdotas y cuentos que han sobrevivido al buen Musquis. No sé si éste los inventaba ó los recogía de boca de otros; pero lo cierto es que todos eran intencionados, agudos y oportunos, como el de las Romerías, que va usted á leer.

Antes de ensayarme en dar á los apuntes de este cuento la forma que el cuento tenía en boca de Musquis, necesito decir algo acerca de esta forma, á pesar de que ya lo he hecho en Mari-Santa y en algún otro libro mío.

Es comunísimo que en los cuentos populares intervengan entidades y cosas santas: Dios, la Virgen, San Pedro, las puertas del cielo y el cielo, mismo figuran frecuentísimamente en los cuentos populares, y al hablarse en estos cuentos de cosas tan santas se emplea la forma vulgar, familiar, puramente humana; y no puede ser otra cosa, porque el pueblo ni concibe ni puede usar otra forma ni otro lenguaje, porque no los conoce. Lo que en este punto sucede con los cuentos sucede también con los cantares populares, en prueba de lo cual recordaré á usted aquel que dice:


A San Pedro en el cielo
Le dijo Cristo:
—Ahi te entrego esas llaves;
Agur, Perico.
Y él te respondió:
—Vaya usted descuidado,
que aquí quedo yo.


Ahora bien: el que como yo se dedica á recoger ese tesoro de filosofía y de sentimientos ingenuos, y con frecuencia, de profunda-moral, que oralmente ha ido pasando de siglo en siglo, reflejando la inventiva, las pasiones, el espíritu, las vicisitudes y hasta los modismos de la vida popular; el que como yo se dedica á esta tarea, á que se da grande y merecida importancia en todos los pueblos cultos, no puede, por mal entendidos escrúpulos, incurrir en el absurdo de despojar á los cuentos populares de lo que más los caracteriza, que es la forma popular, vulgar y familiar que tienen en su origen, porque muy absurdo sería, estéticamente pensando y hablando, aunque fuese muy santo, el poner en boca del pueblo que habla de Dios, de la Virgen, de San Pedro y del Cielo, palabras y conceptos de forma tan elevada como corresponde á entidades y cosas tan santas. Lo único que en mi concepto puede y debe hacer el que como yo se dedica á dar ingreso en la literatura patria á estas creaciones populares, es hacer lo que yo hago: darles la dirección moral y filosófica, y la forma artística, y por tanto verosímil, que con frecuencia les faltan.

El pueblo no cree pecar de irreverencia poniendo en boca de Dios, ni de la Virgen, ni de los santos palabras y conceptos familiares y vulgares, porque no concibe otras palabras ni otros conceptos. Haya, como casi siempre hay, en el fondo de esos conceptos y esas palabras la reverencia que entidades tan elevadas y santas merecen, y eso es lo principal, y eso es lo que basta para que nadie con razón pueda acusar al pueblo ni al recopilador de sus cuentos y cantares de que rebajan lo que se debe enaltecer.

En cuanto al cuento popular de Las Romerías, léale usted, querido Vicente, y dígame luego si con la profunda moral religiosa y práctica que encierra, no está superabundantemente compensado el rebajamiento que algunos espíritus meticulosos y faltos de lógica puedan encontrar en su forma popular.

II

Los gritos de alegría que se daban en las romerías de Vizcaya desde principios de Mayo á principios de Octubre llegaban al cielo, y el glorioso San Blas, obispo y mártir, cansado de oirlos, exclamó:

—¡Esto es para acabar con la paciencia de, un santo! ¡Conque los que tenemos la desgracia de que nuestra fiesta caiga en invierno nos hemos de contentar con que todo el obsequio que se nos haga se reduzca á cubrir el expediente con la asistencia de unos cuantos devotos, con encendernos un par de velas de mala muerte y con decirnos una misilla sin sermón ni nada, al paso que para los que tienen la fortuna de que su fiesta caiga en verano, todos los obsequios han de parecer pocos, como que Vizcaya se despuebla para ir á visitarlos; campaneo por aquí, cohetes y tamboriles por allá, gritos de alegría por todas partes, la iglesia como un ascua de oro todo el santísimo día; misas desde que Dios amanece ó antes; misa mayor diaconada y cantada y aun con sermón y música, ofrendas de dinero, de cera y exvotos; en fin, obsequios y más obsequios! ¡Si esta desigualdad entre las fiestas de invierno y las de verano es justa, que venga Dios y lo vea! Nada, nada, desde hoy mismo pongo pies en pared para que esto no continúe así, y estoy seguro de salirme con la mía, porque el Señor es justo en todo y por todo, y no puede consentir por más tiempo esta desigualdad, que es obra de los hombres.

En efecto, el glorioso San Blas se dedicó inmediatamente á hablar del asunto á todos los santos y santas cuya festividad caía en invierno, y tuvo la satisfacción de que todos ellos conviniesen en que tenía mucha razón y era necesario tomar una determinación que acabase para siempre con la monstruosa desigualdad de que San Blas se quejaba tan fundada y amargamente.

Y tan terminante y unánime fue el asentimiento de todos y todas, que no hubo la menor discrepancia, y en este asentimiento tuvo sin duda origen la frase «díjolo Blas y punto redondo», que quedó como proverbial desde entonces.

A propuesta del mismo San Blas se convino en celebrar una reunión general para discutir el asunto con la madurez debida y acordar lo que convenía hacer para el buen éxito de la pretensión.

Llegado el día de la reunión, fue ésta tan concurrida, que no faltó á ella ningún santo ni santa de los que en Vizcaya tienen erigido templo ó altar, con tal que su festividad cayese desde 1.° de Noviembre á 1.° de Mayo.

El mismo San Blas dió cuenta en un breve pero elocuente discurso del objeto de la reunión, y acogidas sus explicaciones con unánimes muestras de aprobación y asentimiento, se procedió á la elección de mesa que dirigiera la discusión, recayendo la presidencia en el patriarca San José, como debido homenaje al glorioso padre putativo de Nuestro Señor Jesucristo, y el cargo de secretario en el Santo Angel de la Guarda, como el más joven y apto para tan importante cargo.

Después de una detenida discusión, en que como es de suponer, reinó el mayor orden, y por todos los que tomaron parte en ella se manifestaron los más santos propósitos, se convino por unanimidad en redactar una exposición al Señor y presentársela por medio de una comisión, que se convino también constase de los bienaventurados que componían la mesa.

El Santo Angel de la Guarda, valiéndose de una pluma que arrancó de sus alas, redactó en el acto la exposición, que se leyó y aprobó unánimemente en medio del mayor entusiasmo, y hasta fué calificada de documento notabilísimo por autoridades tan competentes como el glorioso apóstol Santo Tomás, que, como es sabido, nunca pecó de optimista.

La comisión, presidida por el patriarca San José, se presentó al Señor, que la recibió con la benevolencia que era de esperar, y más yendo !»residida por su glorioso padre; y éste, después de exponerle en breves pero expresivas frases lo que los santos cuya festividad cae desde 1.° de Noviembre á 1.° de Mayo solicitaban para poner eficaz correctivo á la injusticia de los hombres, le entregó la exposición.

Leyóla el Señor en el acto con mucho detenimiento, expresando en su divino rostro el placer que le causaba la lectura de documento tan bien puesto, y en seguida dijo al santo presidente de la comisión.

—Padre, me parece justo que en Vizcaya se festeje á los santos cuya festividad cao en invierno con la misma devoción y el mismo lucimiento con que se festeja á aquellos cuya festividad cae en verano;pero para que así suceda habría que trastornar las estaciones, y esto sería en perjuicio de la mayoría de los santos, porque es público y notorio que la inmensa mayoría de los que reciben culto en Vizcaya se compone de aquéllos cuya festividad corresponde á los meses de Mayo, Junio, Julio, Agosto, Septiembre y Octubre. Si esta exposición fuera de la mayoría yo me apresuraría á resolverla con un «Como se pide», pero como es de la minoría, no tengo más remedio que resolverla con un «No ha lugar.»

Iba el patriarca San José á replicar á su Divino Hijo putativo, cuando se oyó un gran ruido á las puertas del cielo. El Señor tiró de la campanilla, y en seguida acudió el glorioso San Pedro.

—¿Qué ruido es ése, Pedro?—le preguntó el Señor.

—Señor—contestó el santo portero del cielo-son todos los difuntos de Vizcaya, que dicen debe contárseles entre los santos para todo lo que se relaciona con las festividades, puesto que ellos tienen también la suya, y no en uno ó en algunos pueblos, como les sucede á los santos, sino en todos los del Señorío.

—Y tienen en eso mucha razón—dijo el Señor;—pero ¿á qué vienen?

—Vienen, según dicen, á adherirse á la exposición que estos señores comisionados acaban de entregar á Vuestra Majestad.

Al oir esto el Señor, tomó la pluma y puso al pié de la exposición: «Como se pide.»

III

Las estaciones del año se habían trocado por completo en Vizcaya, de modo que el tiempo de las cerezas era en Diciembre y Enero, y el de los besugos, en Junio y Julio. En lugar de decirse «Por San Blas, besugos atrás», se decía: «Por las nieves, besugo no pruebes.»

Si á algunos de los pocos devotos que subían á la romería de San Antonio de Urquiola se le antojaba beber limonada, para hacerla no necesitaba enviar por nieve á las neveras de Gorbea, que en el campo del santuario, y hasta sobre su ropa, la tenía.

Por el contrario, la muchedumbre de devotos que acudía á las romerías de San Martín de Sopuerta, de San Andrés de Gordejuela, de Santo Tomás de Olabarrieta, de San Antón de Bilbao, de San Vicente de Abando, de Santa Agueda de Baracaldo, y á otras que antes se llamaban de invierno, y entonces se llamaban de verano, pagaba á peso de oro la nieve para la limonadas.

La afluencia de bañistas á las playas de Pobeña, de Santurce, de Portugalete, de Guecho, de Plencia, de Mundaca, de Lequeitio, y de Ondarroa, era en Enero y Febrero, y en Junio y Agosto, iba la gente de Bilbao á las Arenas y Portugalete, arrostrando el Noroeste, que cortaba la cara, á ver los buques que habían naufragado al pasar la barra, y las olas que como montañas saltaban por encima de los muelles.

Y por último, la república de Abando estaba completamente tronada, porque su feria de Santiago de Basurto, caía en la estación peor del año, y casi nadie iba á ella, y por consecuencia, casi nada producía á la república.

Notábase en el cielo, desde que habían cambiado las estaciones del año, una cosa extraordinaria y que nadie acertaba á explicarse; y era que San Martín, San Andrés, Santo Tomás, San Antón, San Sebastián, San Vicente Mártir, Santa Águeda, Santa Juliana, el Angel de la Guarda, el patriarca San José; en fin, todos los santos y santas que tenían templo ó altar especial en Vizcaya, y en este concepto habían firmado la consabida exposición, andaban tristes y disgustados, y con frecuencia se les oía murmurar por lo bajo, particularmente el día de su fiesta: «¡Esto es un escándalo! ¡Esto no puede seguir así!»

Y digo que nadie acertaba á explicarse esta tristeza, este desasosiego, este disgusto, estas exclamaciones de indignación de aquellos bienaventurados, porque todos el día de su fiesta eran, obsequiadísimos por el pueblo vizcaíno que dejaba muy atrás cu estos obsequios á los que tributaba en otros tiempos á San Antonio, á San Juan, á San Pedro, á Santa Lucía, á la Magdalena, á Santiago, á Santa Ana, á la Asunción de la Virgen, á San Roque, á San Bartololomé, á San Antolín, á San Cosme y San Damián, á San Miguel Arcángel, en fin, á tantos y tantos santos y santas, como en Vizcaya se festejan de Mayo á Octubre. Con decir esto está dicho que el bello ideal de San Blas y sus gloriosos compañeros de exposición al Señor se había realizado con creces.

Otra cosa no menos extraordinaria y que tampoco nadie acertaba á explicarse se notaba en el cielo desde que habían cambiado las estaciones del año, y era que todos los santos y santas cuya fiesta caía desde Mayo á Octubre andaban sobremanera alegres y con frecuencia se les oía exclamar: «Esto es una gloria! ¡Dios quiera que esto continúe así!»

Acababan de celebrarse las fiestas de San Vicente mártir en Abando, San Blas en Abadiano, y Santa Agueda en Baracaldo, y estos tres gloriosos santos estaban verdaderamente indignados y consternados, á pesar de que sus fiestas habían sido más concurridas, más espléndidas, más bulliciosas, más alegres, más locas que nunca.

Los tres santos tuvieron una entrevista, y á consecuencia de ella el glorioso San Blas, obispo, convocó á una reunión á todos los bienaventurados que habían firmado la exposición pidiendo al Señor que pusiera remedio á la desanimación, falta de concurrencia y poco lucimiento con que se celebraban las festividades de todos ellos.

Reunidos todos los santos y santas, el mismo San Blas tomó la palabra para exponer el objeto de la reunión.

—Señores—dijo—hay que reconocer que nos equivocamos de medio á medio todos, y yo el primero, al gestionar cerca del Señor para que nuestras fiestas, que caen de Noviembre á Abril inclusive, se celebraran del mismo morí o que las que caen de Mayo á Octubre, ambos inclusive también. Supongo que á todos ustedes les sucederá lo que me sucede á mí y participarán por ello de mi dolor y mi indignación; y lo supongo con tanto más motivo, cuanto que ya se me han quejado amargamente de ello algunos de ustedes, y señaladamente la bienaventurada virgen y mártir Santa Agueda.

—Pido la palabra para una alusión personal—dijo la santa baracaldesa.

Y habiéndola obtenido, se expresó en los siguientes términos, teñido su virginal rostro por el carmín de la indignación y la vergüenza:

—No sé si en todas las demás romerías de Vizcava sucederá lo que sucede en la mía desde que coincide con la estación de las postrimerías de Jas cerezas en lugar de coincidir con la de las postrimerías de los besugos. Es verdad que antes el dia 5 de Febrero, en que se celebra mi fiesta, sólo subía á mi ermita un centenar de personas y se me hacían pocas ofrendas, y mi altar estaba modestamente iluminado, y todo el ruido y toda la alegría que animaban el campo de mi ermita se reducían á tocar el tamborilero unos cuantos corros y á bailar juntos, y como Dios manda, algunos matrimonios que habían subido á darme gracias porque por mi intercesión se había curado la mujer de de unas grietas que le salieron en los pechos cuando criaba al primer chiquitín, y querían recordar el baile que dio ocasión á que se conocieran y se quisieran y se casaran, y algunos mozos y mozas que empezaban á mirarse con buenos ojos y al bailar no se atrevían á mirarse unos á otros sin ponerle colorados; es verdad que á esto, poco más ó menos, se reducían todos los obsequios que entonces se me tributaban el día de mi fiesta; pero aquellos obsequios valían muchísimo, porque procedían de corazones sinceros, piadosos y puros á carta cabal. Pasaron aquellos tiempos, que yo, inocente de mí, creía desdichados oyendo y viendo desde mi alta ladera de Castrejana, en los meses de Junio, Julio, Agosto y Setiembre, los ruidosos obsequios que tributaban millares y millares de gentes á San Juan en Sondica, á San Pedro en Deusto, á Santiago en Abánelo, á la Virgen en Begoña y Lejona, y á San Miguel en Basauri, y tras ellos vinieron otros, que todos nosotros y yo la primera, anhelábamos y pedimos al Señor, y el Señor nos concedió, sin duda para castigar nuestro olvido de que lo que El hace está sabia y justamente hecho, aunque á todos menos á El les parezca lo contrario, y lo que con estos nuevos tiempos vino, el rubor y la indignación me impiden expresarlo.

Murmullos generales de sentimiento y de dolor interrumpieron á la santa oradora, que en concepto de todos hablaba como una santa, opinión que siempre merece del que le escucha ó lee el orador ó escritor que acierta á interpretar con fidelidad lo que piensa y siente el que le lee ó escucha.

IV

Santa Agueda se sentó, indicando así que podía San Blas continuar explicando el objeto de aquella reunión, y en efecto, el Santo Obispo continuó:

—Señores, lo que acaba de decir Santa Agueda y lo que todos ustedes saben, me excusa de-continuar explicando el objeto de esta reunión, que es, en resumidas cuentas, el de convenir en que, como vulgarmente se dice, nos cortamos la cabeza al pedir al Señor que se nos festejase como se festejaba á los santos y santas cuya festividad caía en verano, y una vez convenidos en esto, discutir y acordar el medio más eficaz de obtener del Señor que las cosas vuelvan al ser y estado que tenían desde tiempo inmemorial.

Todos ustedes convendrán en que las romerías de Vizcaya se han desnaturalizado de tal modo, que lo que es las de verano no tienen perdón de Dios, y por consiguiente, no pueden tenerle tampoco de los santos ni de los que aspiren á serlo. Originariamente eran una fiesta de carácter puramente religioso, á que el pueblo asistía para pedir una gracia al santo ó á la santa, ó para dárselas por haberla recibido, y después de haber practicado este piadoso acto, todos se volvían á su casa como unos viejos; después no faltó quien creyese que los romeros al salir del templo no harían ascos áun bocado y un trago, con tanta más razón, cuanto que la mayor parte de ellos habían madrugado y á todos se los debía haber bajado el desayuno á los talones-trepando á los vericuetos donde generalmente estaban los santuarios; una vez facilitada á los romeros la proporción de echar un remiendillo al estómago en torno del santuario, como de la panza sale la danza, los romeros se decidieron á echar un bailecillo, pensando que echándole en debida forma no habría en ello pecado, pues el santo rey David solía echarle delante del Arca Santa; así siguieron las cosas por espacio de siglos hasta que llegaron estos tiempos, y las romerías, perdiendo enteramente su carácter de fiestas religiosas, con un si es no es de inocentemente profanas, se convirtieron en desenfrenado alarde de glotonería, de embriaguez, de deshonestidad; de camorra y de desobediencia á toda autoridad que intenta, por ejemplo, impedir que se baile, de modo que entre hombres y mujeres se hace públicamente lo que ninguna familia un poco decente consentiría que ss hiciese en su casa. He explicado, que el objeto de esta reunión, y ahora á la reunión toca lo demás.

La reunión, después de aplaudir estrepitosamente el discurso del glorioso San Blas, acordó que constituyeran la mesa los mismos señores que la habían constituido la otra vez, y después de larga y sensata discusión, se convino en redactar una exposición al Señor pidiéndole que volviera las cosas al ser y estado que antes tenían.

Redactada inmediatamente la exposición por el Santo Angel de la Guarda, que hacía de secretario, y aprobada por unanimidad, la firmaron todos y todas, y al día, siguiente la mesa, presidida por el patriarca San José, se presentó al Señor para entregársela.

El Señor recibió á la comisión con su natural benevolencia y con la que era de esperar yendo presidida por su glorioso padre putativo.

Enterado de la exposición, sonrió con tristeza, y dijo á los comisionados:

—Encuentro un solo inconveniente para decretar esta exposición con un «Como se pide», y es el de que está suscrita por la minoría de los que solicitaron y obtuvieron todo lo contrario de lo que en ella se pide.

—Hijo—le replicó con mucho respeto y amor el glorioso presidente de la comisión, permíteme decirte que los firmantes somos exactamente los mismos de la otra.

—No, querido padre, porque á la otra se adhirieron todos los difuntos de Vizcaya, que constituían inmensa mayoría que ahora falta, sin duda porque no está conforme con lo que ahora se pide.

—Es verdad-asintieron con sentimiento el patriarca San José y sus compañeros de comisión.

Pero en aquel instante se oyó un gran ruido á las puertas del cielo, y llamado el glorioso portero San Pedro y preguntado por el Señor qué ruido era aquel, San Pedro le contestó:

—Señor, son todos los difuntos de Vizcaya que vienen á adherirse á la exposición que han entregado á V. M. estos señores comisionados, porque dicen que hasta en las inmediaciones de sus camposantos se ha empezado, el día de su triste fiesta, á celebrar romerías donde se come, se bebe y se baila indecentemente.

Oir esto el Señor y poner al pié de la exposición «Como se pide» todo fue uno.

Al despedirse del Señor los comisionados, el patriarca San José le rogó encarecidamente que de un modo ú otro pusiera término á la escandalosa degeneración de las romerías, y el Señor contestó á este ruego con acento y faz de profunda tristeza:.

—¡Ay, padre, Vizcaya sufrirá el castigo de esa degeneración y otras, perdiendo lo que más ama en la tierra, y los que primero llorarán en Vizcaya tal pérdida serán los padres y los hijos; los primeros, como reos de culpas pasadas; los segundos, como reos de culpas presentes!

Esto dijo el Señor. ¿Serán el cumplimiento de su terrible anuncio las lágrimas que hace cuatro años derraman en Vizcaya padres é hijos? ¡Quién sabe. Señor, quién sabe!


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
Leído 1 vez.