I
Don Luis Díaz de Rojas, progenitor de aquellos insignes caballeros y prelados de su apellido, que conmemoran nuestras historias civiles y eclesiásticas, era uno de los mejores caballeros castellanos de su tiempo. En cuanto á su tiempo, ni las historias genealógicas ni las tradiciones vulgares le puntualizan; pero como por el hilo se saca la madeja, yo he conseguido puntualizar el tiempo en que floreció el Sr. D. Luis, que fué, sin duda alguna, el del Sr. Rey D. Juan el Segundo; y cúmpleme advertir, antes de dar á conocer más pormenor al caballero, para que no se lo juzgue con disfavor que no merece, que no le cuento entre los setenta y ocho vencidos por Suero de Quiñones en la puente del Órbigo, aunque muy bien pudo venir de su rodilla alguno de aquellos infinitos faltos de seso que en tiempo del Sr. Rey D. Felipe el Tercero venció el Sr. Miguel de Cervantes Saavedra en Argamasilla de Alba; porque achaque de la flaca humanidad es extremar lo bueno y lo malo, y amor hay cuyos ósculos se extreman tanto, que rayan en mordiscos.
Vivía el caballero de Rojas en su señorío de este nombre, que era en Bureba, más acá de Burgos, donde, como buen cristiano y buen hidalgo, hallaba gran placer en hospedar y agasajar en su noble casa á los caballeros extranjeros que por allí pasaban peregrinando á Santiago de Compostela.
La Puebla de Rojas, que hoy es lugar tan mermado de gente que apenas tiene doscientos moradores, era entonces villa tan populosa, que la cercana Bribiesca, y aún lastres veces más lejana Burgos, la envidiaron más de una vez viéndola preferida de Reyes, como solía serlo del señor don Enrique IV, que gustaba de posar en ella y holgaba viendo escaramucear á sus gentes de armas en los amenos llanos de Marimena, que son cabeza de la villa.
Una mañana del señor San Juan el caballero de Rojas fué á oir la misa conventual en la iglesia mayor, que era la del señor San Tirso, donde tenía asiento preeminente en el presbiterio, como patrono fundador y llevador de diezmos de la iglesia, y entonces notó que la muchedumbre se agolpaba con viva curiosidad á leer ó contemplar una cosa á modo de cartel que blanqueaba en uno de los pilares del pórtico.
Movióle también curiosidad de saber qué era aquello, y se acercó á averiguarlo,abriéndole respetuosamente paso la gente que contemplaba ó leía ú oía leer el cartel.
Cartel era, en efecto, lo que excitaba la curiosidad pública, y no cartel como se quiera, sino encabezado con blasón y acompañado de un guante fijado sobre él á guisa de cimera de yelmo.
Habíale escrito y puesto allí, según nueras que corrían por la villa, y aún según el mismo cartel decía, un caballero francés que aquella mañana había pasado por Rojas haciendo la vía de Compostela, Firmábase el caballero Rotron de Saint-Beauban, y se decía primo del Rey de Francia. Sólo se había detenido en la villa corto rato, porque si había de llegar á Compostela para la fiesta del Santo Apóstol, ciertamente no debía holgar en el camino, quedándole sólo un mes para andar el resto de la jornada, porque entonces no había ya más caminos que los que se hacían á fuerza de pies, pues los hechos á fuerza de puños por los romanos, cosa de ocho á diez siglos antes, habían desaparecido.
El caballero francés había empezado por pintar en el cartel sus armas, que eran cinco estrellas azules en campo de oro, y luego desafiaba á combate singular á todo hijodalgo que dijese tener amiga tan linda como la suya, ó Rey tan bueno como el de Francia.
Al caballero de Rojas se le encendió la sangre cuando vió que había quien osase decir que el Rey de Francia era mejor que el de Castilla, y gracias que no, tenía amiga linda ni fea, porque si llega á tenerla, no hubiera podido aplazar el castigo de quien hubiese dicho que había otra más linda que ella; pero se serenó inmediatamente pensando que aquel santo lugar no era el más propio para indignaciones; entró en la iglesia, aceptando con piadosa humildad el agua bendita con que ya le esperaba junto á la pila uno de los clérigos puestos y sustentados por su ilustre casa: se sentó en el elevado sitial del presbiterio, blasonado con las armas de su noble solar, que eran una cruz en campo de gules; oyó misa con mucha devoción; recibió la paz de uno de los prestes, y tornó á su casa sin tornar á poner mientes en el cartel del Sr. Rotron de Saint-Beauban.
Lo único que hizo fué ordenar á sus servidores, apenas llegó á casa, que valiéndose de los medios que creyesen más eficaces, le avisasen la vuelta del caballero francés con suficiente anticipación para que pudiera salirle al encuentro antes que pasase de largo ó tomase posada en el pueblo en casa que no fuese la suya.
II
Allá, hacia la fiesta del señor San Bartolomé, fuéle anunciado al caballero de Rojas por sus servidores que el Sr. Rotron de Saint Beanban tornaba de Compostela, pues había pernoctado en una hospedería de peregrinos nobles que precedía media jornada á la villa.
El Sr. D. Luis, acompañado de sus más lucidos servidores, salió al encuentro del romero francés, saludóle con gran cortesía, y según expresión de los Reyes de armas, que puntualizan mucho en lo tocante á estas cosas, «rogóle muy afincadamente que aceptase la hospitalidad que le ofrecía de buen grado.»
El caballero de Saint-Beauban aceptó el cortés y generoso ofrecimiento del caballero de Rojas, aunque, según dijo, ardía en deseos de tornar á Francia la natural, no tanto por ser mejor tierra que Castilla en nobleza y en cristiandad y en todo, como por ver á su linda amiga y al Rey, su señor primo, que esperaban con impaciencia la tornada.
Tres días pasó el Sr. Rotron en los palacios de Rojas con el agasajo debido á caballeros de sus altas partes y propio de la munificencia de los señores de aquella egregia casa.
Durante aquel tiempo el Sr. Rotron y el caballero de Rojas trataron y platicaron mucho en todo aquello que á nobles caballeros cumple tratar y platicar, y muy especialmente en cosas de fe y amor y caballería; pero el Sr. D. Luis puso singular empeño en no hablar á su honrado huésped del cartel que ésto había fijado en la iglesia mayor, y eso que el Sr. Rotron no pocas veces trajo á cuento á su linda amiga y al Rey, su señor primo, añadiendo que tornaba á Francia no poco apenado por no hallar en estas partes de España hijosdalgo á quien probar con el fierro de su lanza que no tenían rivales en el mundo su linda amiga y su señor primo el Rey de Francia.
Muy noble podía ser el Sr. Rotron, pero el el caballero de Rojas harta paciencia tuvo que ejercitar para sufrir la bajeza de su entendimiento.
Llegó, como dice el vulgo, la de vámonos, y el Sr. D. Luis envió la víspera cortés ruego y encargó á los clérigos de la iglesia mayor para que a la mañana siguiente celebrasen misa de alba que pudiera oir el Sr. Rotron de Saint-Beauban antes de continuar la vía de Francia. Cuando las avecicas del aire comenzaban á cantar en las enramadas y el día comenzaba á alborear allá por los montes del lado de Francia, el caballero de Rojas y el Sr. Rotron, á quien el Sr. D. Luis daba cortesmente la diestra, se encaminaron á la iglesia mayor, donde oyeron misa.
Cuando salían de la iglesia, á tiempo que ya el sol comenzaba á dorar las cimas del Pirineo cantábrico, las gentes, según habían de uso y costumbre desde que el cartel apareció, día del señor San Juan, en el pórtico de la iglesia, formaban coro en torno del pilar leyendo ú oyendo leer el cartel.
Como el Sr. Rotron sonriese complacido de la avidez con que la muchedumbre leía ú oía ó comentaba, preguntóle el caballero de Rojas qué escritura era aquélla, y un villano, que oyó la pregunta y se retiraba satisfecha su curiosidad, ahorró la respuesta al Sr. Rotron diciendo al Sr. D. Luis:
—Con perdón, señor, de toda la caballería de Castilla, paréceme que es mengua hasta de villanos hartos de ajos como yo, el que no haya por acá quien recoja el guante que ha puesto somo ese cartel un caballero extranjero después de bravear con que hará y acontecerá si por acá hay quien ose decir que tiene amiga tan linda como la suya ó Rey tan bueno como el de su tierra. Pues qué, voto á ños, ¿no tenemos por acá Rey y doncellas cuyas partes compitan con las de todos los Reyes y doncellas de la cristiandad?
El caballero de Rojas, por única contestación al villano, entróse por medio de la muchedumbre, que se apresuró á abrirle paso respetuosamente, y tomando el guante, que coronaba el cartel, sin detenerse á leer éste, guardóle en la escarcela, y tornó á su palacio con su noble huésped, sin dar á Rotron explicación alguna de aquel proceder, antes bien, esquivándola cortesmente cuando el caballero francés la provocaba con su tantico de fatuidad.
Poco después Rotron de Saint-Beauban continuaba la vía de Francia cargado de ricos presentes que el caballero de Rojas le había hecho, entre olios uno destinado especialmente á la linda amiga del Sr. Rotron. Este último regalo era una de aquellas maravillosas piedrecicas de Santa Casilda, la hermosa hija del Rey Almenón, que se suelen recoger junto al lago de San Vicente, en Bureba, cuya tierra fué santificada con la conversión, morada terrena y glorioso tránsito al cielo de la bienaventurada virgen Casilda. Aquella santa piedrecica estaba lindamente engastada en oro, y tenía una letra que decía: Salus infirmorun, aludiendo, sin duda, á la virtud de dar salud á las mujeres enfermas, que las piedrecicas de Santa Casilda tienen.
El caballero de Rojas acompañó al Sr. Rotron hasta el límite de su señorío y como al despedirse amorosamente, el caballero francés le diese gracias por la hospitalidad que le había dado y los presentes que le había hecho, el Sr. D. Luis las excusó en estos nobles términos:
—Ruégoos, Sr. Rotron, muy encarecidamente, que no tengáis por merced lo que sólo es deber en torio caballero honrado. Ley indeclinable de caballería y cristiandad es dar posada al peregrino; pero cuando el peregrino, además de tal es noble, y además de noble, es extranjero, el deber de la hospitalidad es tal, que yo no le quebrantára en la patria, ni aun hiriéndome el extranjero en la mejilla.
Harto comprendía el caballero de Rojas que decir esto el Sr. Rotron era, como dicen, echar mar garitas á puercos, pero aun así holgábase en haberse con él como cortés caballero.
Con plática y amorosas razones de este tenor, se separaron como la uña de la carne el caballero de Rojas y el caballero francés, y es fama que éste, conforme platicaba, tornaba con frecuencia la vista á Francia la natural, exhalando hondos suspiros sin duda pensando en su linda amiga y en su señor primo el Rey de Francia.
III
Grandes llantos había en tierra de Rojas algunas semanas después de la ida del caballero francés Rotron de Saint-Beauban, y era que el Sr. D. Luis, amado y bendecido de nobles y villanos en todo su señorío, se aprestaba á tomar la misma vía que había seguido el caballero francés, y todos temían, que no tornase, pues era público y notorio que, como si estuviera en trance de muerte, había hecho piadoso testamento.
Muy amado era el caballero de Ros en su soñorío, pero no era amor al caballero todo lo que consternaba á las gentes que lloraban su cercana ausencia: era también egoísmo. Padres más que señores habían tenido en los de su linaje las gentes del señorío, y si el Sr. D. Luis moría sin casar, y por tanto, sin dejar sucesores de su rodilla, el servicio de la tierra pasaría á linaje extraño, y era de temer que los vasallos tuviesen en lo sucesivo tiranos sin entrañas en vez de padres misericordiosos como desde tiempo inmemorial habían tenido en los predecesores consanguíneos del Sr. D. Luís.
¿Por qué el Sr. D. Luis no había casado, siendo noble, rico, galán y mancebo de corazón blando? ¡Ay, triste historia era ésta, que apenaba el corazón de los vasallos, por lo mismo que éstos sabían lo mucho que debía apenar el corazón del señor, aun cuando el señor procuraba guardar sus penas dentro del propio pecho para que al ajeno no transcendieran!
El vulgo presumía conocer aquella triste historia, pero ¡Dios sabe si presumía mal ó bien; que heridas del alma sólo el que las tiene sabe hasta dónde penetran y cuánto duelen! Aun con esta duda, he de contarla tal como el vulgo creía saberla.
Yendo cierto día el Sr. D. Luis á cazar puercos monteses, encontróse, camino del lago de San Vicente, donde, como ya he contado, hizo vida santa la virgen Casilda, hasta media docena de varones y hembras que acompañaban y servían á una doncella de peregrina hermosura, que iba en devota romería á la que fué morada terrena y luego se tomó en templo de la Santa.
La nieve, que era abundante, embarazaba la vía, de suyo áspera y desabrida, de modo que los viandantes tenían harta pena y poco monos que insuperable dificultad en abrirse paso.
Como al Sr. D. Luis acompañaban muchos criados y vasallos avezados á los rigores invernales de aquella tierra, el caballero de Rojas, después que saludó con su natural cortesía y rendimiento, así á la hermosa doncella como á un caballero anciano que cuidaba de ella con amor de padre (pues lo era suyo), ofrecióles su ayuda y la de sus servidores para desembarazar la vía de la nieve que la cerraba, y el caballero y su hija aceptaron agradecidos el ofrecimiento.
Así el Sr. D. Luis como sus servidores acompañaron á los romeros hasta el fin de su jornada, sirviéndoles con amor y voluntad entrañables, y allí se despidieron de ellos, ofreciéndose mutuamente casas y personas.
Era el padre de la gentil romera un honrado hidalgo, que tenía su solar aquende el Ebro, en una deleitosa comarca que dicen Valdeibiolso.
Tan prendado quedó el caballero de Rojas de la hermosura de la doncella, aunque no tuvo ocasión o hablar con ella, y por tanto de averiguar si las prendas de su alma correspondían á las de su rostro, que desde entonces, impulsos que no acertaba á refrenar, á pesar de su gran poder sobre los propios, le conducían con frecuencia hacia donde la doncella moraba.
Requirió al fin de amores á la doncella de Valdeibielso, y ésta correspondió á ellos con exaltación impropia de doncellas sesudas, en quienes la honestidad del sexo y estado reprime los naturales impulsos del amor. Querríala más el Sr. D. Luis timidica y soñadora de dichas y homenajes posibles que no arrebatada y soñadora de dichas y homenajes fantásticos, y por tanto imposibles; pero aún así fué creciendo el amor en el buen caballero conforme crecían las quimeras y vanos deseos de la doncella
Ya por aquellos tiempos trastornaban el seso de mantas damas y caballeros le tenían de suyo menguado y movedizo, sandias historias de amores y aventuras caballerescas, y con harto dolor de su alma reposada y entendimiento discreto, entendió el caballero de Rojas que de aquella enfermedad adolecía la dama en quien había puesto pensamiento y ojos con la honrada mira de haber en ella compañera y partícipe de penas y alegrías reales, y no de penas y alegrías fantásticas.
Tenía su noble casa el hidalgo de Valdeibielso ribera siniestra del Ebro, y tan cerca del agua caudal, que ésta bañaba su cimiento. Sabedora la doncella de aquella historia pagana en que se cuenta que un mancebo, por nombre Leandro, pasaba á nado el Helesponto para platicar con una doncella, ó lo que fuese, llamada Hero, y al fin el tal Leandro fué merienda de peces en fuerza de repetir tan desatinada aventura, púsosole en el huero magín que su amador había de imitar á Leandro para platicar con ella, no embargante saber que se el solar, había buena puente de cal y canto por donde pasar el Ebro.
Y no fué esta sandia pretensión la sola con que la desvariada doncella mortificó al buen caballero de Rojas, su sesudo amador; que de allí á poco salióle con otra más desatinada aún, cual era la de que llevase al cuello una argolla de fierro en señal de esclavitud amorosa, como la llevaban en aquel tiempo muchos caballeros enamorados, tales como aquel Suero de Quiñones, que para librarse de la esclavitud que le había impuesto su dama, en cuya señal llevaba la susodicha argolla, pidió al señor Rey D. Juan el Segundo le permitiese quebrar trescientas lanzas, como las quebró camino de Santiago de Compostela en el paso de la puente de órbigo, lidiando con setenta y ocho caballeros que se presentaron á disputarlo el paso.
El Sr. D. Luis rechazó estas y otras pretensiones, no monos desatinadas de la dama, y al fin renunció á servirla y amarla, y allá en sus nobles solares de Rojas lloraba de ojos para adentro sus desengaños de amor cuando el caballero francés vino, no sé si á acrecentar ó distraer sus melancolías, retando á singular combate á todo hijodalgo que dijese tener amiga tan linda como la suya ó Rey tan bueno como el de Francia.
IV
Pocas semanas oran pasadas desde que el señor Rotron tornó á Francia la natural de su peregrinación á Santiago de Compostela, cuando el caballero de Rojas tomó la misma vía á compás del llanto de sus vasallos y servidores, que holgaban más de tenerle cerca que de tenerle lejos, lo que probaba que para ellos más era padre que señor.
Llegado que fué á la corte del Rey de Francia, fuese á besar la mano al Rey, que lo recibió con gran benevolencia. Como contase á su Alteza el reto que en Castilla había enderezado á los hijosdalgo el Sr. Rotron de Saint-Beauban, y le pidiese licencia para lidiar con el retador, no en honra de ninguna linda amiga, pues él no la tenía linda ni fea, sino en honra del Rey de Castilla, que no era mejor, más sí tan bueno como el de Francia, el Rey le respondió:
—Pláceme tanto concederos la licencia que pedís, cuanto me desplace y aún indigna el proceder en Castilla del caballero de Saint Beauban. Cierto que el Sr. Rotron mi primo es, y yo le dí el blasón que adorna su escudo, y no satisfecho con hacerle tal merced, prometí casarle con una noble y rica doncella, por nombre Jacoba, cuya tutela y patrocinio me encomendaron al morir los padres de la misma doncella, que oran grandes servidores míos; pero tal enojo he de que en vez de peregrinar humilde y devotamente á Compostela haya ido profiriendo soberbeces y baladronadas, y ofendiendo con comparaciones, siempre odiosas, tanto á su amiga como á su Rey, que huelgo mucho de que haya quien le castigue por de más pecado ha, que es por la vanidad.
El Rey de Francia, no contento con dar al caballero de Rojas licencia para lidiar con el Sr. Rotron, dióle un buen caballero que le sirviese de padrino, y le dijo que suyo sería el blasón de Rotron de Saint-Beauban si á éste vencía, y aún casaría con él á la linda Jacoba, si casar en uno pluguiese al caballero castellano y á la doncella francesa.
Antes de contar cómo se las hubo el Sr. D. Luis combatiendo, con el Sr. Rotron, he de decir lo que las historias genealógicas cuentan del inesperado encuentro que tuvo en los jardines del Rey víspera del combate convenido entre ambos caballeros.
Paseando andaba el de Rojas por los susodichos jardines, que eran deleitosos á maravilla, cuando cabe una fuentecica fresca y sonora, sombreada de ramos floridos, donde cantaban sus amores avecillas del cielo, vió una doncella de tan peregrina hermosura, que quedó pasmado en viéndola, y más aún pareciéndole que sus ojos acrecían el caudal de la fuente derramando lo que poetas y retóricos, que son gente algo abultadora, llaman perlas finas.
Acorrer doncellas menesterosas ley era de caballería con que no estaba reñido el Sr. D. Luis, siquier odiase á los entrometidos que iban por el mundo pretendiendo enderezar aún lo que estaba derecho como huso. Así creyó que caridad y cortesía, ya que no fuera otra razón, le obligaban á preguntar á la doncella si en algo podía remediar la cuita que trocaba en fuente sus ojos.
Pregúntaselo, pues, con blandura y cortesía propias del caso; pero la doncella avergonzadica de que el caballero hubiese reparado en las lágrimas que le arrancaban los tristes pensamientos en que estaba absorta, y acaso también de que adivinase cuáles oran aquellos pensamientos, contentóse con darle gracias por su buen deseo, y guardó silencio toda trémula y ruborosica.
No fué tan discreta una buena vieja, su servidora, que la acompañaba, pues viendo que su señora no osaba confiar su pena al cortés caballero que con tal amor se la demandaba para remediarla, dijo al Sr. D. Luis la verdad de todo, con no poco pasmo del discreto caballero, que pensó con tal motivo cuán descaminados van los que piensan que sólo en fingidas y patrañosas historias, forjadas para solaz de gente moza, frívola y desocupada, y no en vida real y positiva, se ven ciertas coincidencias que maravillan por lo inesperadas.
Aquella doncella era la sin ventura Jacoba, y así como el caballero de Rojas estaba enfermo del alma por falta de seso de la dama en quien por primera vez puso ojos, y corazón, ella lo estaba por falta de seso del caballero que los había puesto en ella contando sólo con la voluntad del Rey, y no en modo alguno con la suya.
La honrada vieja (que honrada debia ser, no embargante lo bachillera, supuesto que buena intención y amor á su señora la movian á hablar, con riesgo de pecar en indiscreta); la honrada vieja, digo, añadió al caballero que la única esperanza que su señora tenía de sanar de aquella enfermedad del alma estaba en una piedrecica á modo de amuleto llamado salus-infirmorum, que llevaba en el seno y le había enviado con el Sr. Rotron un buen caballero de Castilla.
Huélgome en suponer que los lectores ú oyentes de esta verídica, aunque mal contada historia, no han menester que yo les diga cuán maravillados y contentos quedaron así el caballero de Rojas como la linda Jacoba cuando vieron por qué inesperados caminos Dios los había hecho encontrarse en el mundo. Mas lo que no callare es que no tardó en desatársele la lengua á la doncella, á pesar de lo vergonzosica que ésta era, y entonces con lengua y ojos (que los tenía por extremo habladores) dijo al caballero cuanto ésto deseaba oir.
V
Con la gracia de Dios, ya que no con la de mi ingenio, que es sosico y desabrido en demasía, acercóme al término de la leyenda de los progenitores de D. Quijote de la Mancha, en que quise mostrar en sumarísimo compendio costumbres de otros siglos, y en verdad os digo que no me pesa, porque historias de tiempos lejanos no se sienten, é historias no sentidas, sónlo no agradecidas.
El caballero de Rojas y el Sr. Rotron de Saint-Beauban lidiaron valerosamente en presencia del Rey y la corte toda, y el Sr. Rotron fué vencido por el Sr. D. Luis; y si no fué también muerto, debiólo á la generosidad de su adversario, que se contentó con hacerle confesar en el palenque, de modo que toda la corte de Francia pudo oirle, que si bien el Rey de Francia era bueno entre buenos, no lo era menos el Rey de Castilla.
Pocos días después de esto, el Sr. Rotron de Saint-Beauban tomaba la vía de Palestina, que dicen Tierra-Santa, donde esperaba, ganar honrado blasón para su escudo, y acaso hallar linda amiga á quien servir, pues el señor Rey, su primo, había transferido al caballero castellano las cinco estrellas azules en campo de oro de que hiciera merced al Sr. Rotron, y la doncella con que también había pensado hacerle merced.
Y tras algunas semanas de fiestas y regocijos con que en la corte del Rey de Francia se celebraron las bodas y tornabodas del caballero castellano y la doncella francesa, el Sr. D. Luis tornó al su señorío de Bureba, acompañado de la linda Jacoba, y ambos cargados de ricos presentes que el Rey de Francia había hecho á los desposados; y sus vasallos y servidores pensaron enloquecer de alegría viendo al amado señor tomar, y tornar con señora tan hermosa y buena como el Sr. D. Luis merecía.
De la desvariada doncella de Valdeibielso sólo añaden las historias genealógicas y las tradiciones vulgares que casó por fin y postre con un amojamado progenitor de aquel caballero manchego cuyas famosas aventuras, degeneración y caricatura de la caballería buena y loable, como lo era la del señor D. Luis, narró andando el tiempo para regocijo del mundo y enseñanza de las edades, el Sr. Miguel de Cervantes Saavedra.