Noticia preliminar
Baco, en cuyo honor se celebraban los certámenes trágicos y cómicos por haber tenido origen en sus fiestas, cansado de las malísimas tragedias que se representaban después de la muerte de Sófocles y Eurípides, se decide a descender al infierno en busca de un buen poeta. Para conseguir su objeto, y recordando que Hércules había ya realizado empresa tan peligrosa, llama al templo de este héroe, y después de adquirir las noticias necesarias para el viaje, parte acompañado de su esclavo Jantias y disfrazado con la piel de león y la clava de Alcides.
Al llegar a la laguna Estigia, Caronte le admite en su barca, y durante el trayecto óyese el canto de las ranas, que graznan a su sabor, insultando con su estrepitosa alegría las molestias que el dios experimenta. Este episodio completamente desligado de la comedia es, sin embargo, el que le da título.
Después de varias peripecias que ponen de manifiesto la cobardía de Baco, y de sufrir este los insultos y malos tratamientos de dos taberneras y Éaco, que le confunden con Hércules, penetra en el palacio de Plutón, precisamente cuando todo el infierno se halla conmovido por una terrible disputa entre Esquilo y Eurípides, a causa de pretender este ocupar el trono de la tragedia. Baco es elegido juez, y ambos rivales, en una larga escena interesantísima bajo el punto de vista de crítica literaria, se echan en cara todos los vicios y defectos de sus obras. Cansado Esquilo de las sutilezas y argucias de su adversario, propone la prueba decisiva de pesar los versos de uno y otro en una balanza, y consigue un triunfo completo. En vista de lo cual, Baco se lo lleva a la tierra, desentendiéndose del compromiso contraído con Eurípides; y Esquilo, al partir, entrega el cetro trágico a Sófocles, que ha presenciado la discusión con un silencio lleno de modestia.
El objeto principal de Las Ranas, como de la breve exposición de su argumento se deduce, es atacar el sistema dramático de Eurípides, en el cual veía Aristófanes iniciarse la decadencia de la tragedia. Los más perspicaces críticos modernos no han podido menos de reconocer lo justificado de sus censuras, que en esta comedia rara vez se apartan de aquella decencia y miramiento poco frecuentes en otras del mismo autor. Fuera, en efecto, de alguna que otra maligna alusión al oficio de la madre de Eurípides y a las relaciones de Cefisofonte con su esposa, y de cierta violencia en la censura, natural en boca de Esquilo, a quien se pinta terriblemente irritado, cuanto se dice respecto al rebajamiento de los caracteres, del estilo y de los asuntos, a la inmoralidad de muchas de las fábulas y sentencias, al alambicamiento y sutileza de los pensamientos, a las sofísticas y antitrágicas discusiones y a la poca habilidad y verosimilitud en la exposición y desarrollo de la acción, es indudablemente cierto, y como tal ha sido reconocido por los más entusiastas admiradores de Eurípides.
Otra de las cosas que llaman la atención en Las Ranas de Aristófanes es la burla que en ella se hace de varias divinidades del Olimpo, y muy especialmente de Baco, cuya fiesta se solemnizaba con la representación de esta comedia. El dios tutelar del arte dramático aparece cobarde y fanfarrón, y sujeto a las contingencias del más débil de los mortales; y su hermano, el esforzado Alcides, da muestras de aquella glotonería, por la cual ya le vimos caracterizado en Las Aves.
A pesar de que el objeto de Aristófanes bien claro está, como queda dicho, que no es otro que satirizar a dioses y poetas, algunos han querido encontrar una intención política más profunda y trascendental en Las Ranas, creyendo que su fin era censurar al gobierno ateniense porque abría demasiado la mano en la cuestión de admitir en su seno esclavos y extranjeros. Mas aunque es cierto que el poeta toca repetidas veces este punto en su comedia, no lo es menos que lo hace solo de pasada, sin manifestar que su intención principal sea esa.
Las Ranas se representaron, según indican sus prologuistas griegos y se desprende de diferentes pasajes de la misma, el año 406 antes de Jesucristo, correspondiente al vigesimosexto de la guerra. Agradó tanto a los espectadores, que, no contentos con darle la preferencia sobre otras dos de Platón y Frínico, le concedieron el honor raro y singular de pedir una segunda representación.
Personajes
Jantias.
Baco.
Hércules.
Un Muerto.
Caronte.
Coro de Ranas.
Coro de Iniciados.
Éaco.
Una Criada de Proserpina.
Dos Taberneras.
Eurípides.
Esquilo.
Plutón.
La escena pasa al principio en el camino de
Atenas a los Infiernos; después en los Infiernos mismos.
Las ranas
JANTIAS:
¿Diré, dueño mío, alguno de esos chistes de cajón que siempre hacen
reír a los espectadores?
BACO:
Di lo que se te antoje, excepto el consabido: «No puedo más.» Pues
estoy harto de oírlo.
JANTIAS:
¿Y algún otro más gracioso?
BACO:
Con tal que no sea el «estoy hecho pedazos.»
JANTIAS:
¿Entonces no he de decir ninguna agudeza?
BACO:
Sí, por cierto, y sin ningún temor. Solo te prohíbo...
JANTIAS:
¿Qué?
BACO:
Decir, al cambiar el hato de hombro, que no puedes aguantar
cierta necesidad.
JANTIAS:
¿Tampoco que si alguno no me alivia de este enorme peso, tendré
que dar suelta a algún gas?
BACO:
Nada de eso, te lo suplico: a no ser cuando tenga que vomitar.
JANTIAS:
No sé entonces qué necesidad había de echarme al hombro
esta carga, para no poder hacer ninguna de aquellas cosas tan
frecuentes en Frínico, Licis y Amipsias, que
siempre introducen en sus comedias mozos de cordel.
BACO:
No hagas tal; porque cuando yo me siento entre los espectadores y miro invenciones tan
vulgares, envejezco más de un año.
JANTIAS:
¡Desdichado hombro mío! Sufres y no se te permite hacer reír.
BACO:
¿No es esto el colmo de la insolencia y de la flojedad? Yo,
Baco, hijo del ánfora, voy a pie y me fatigo, mientras le cedo
a ese sibarita mi asno para que vaya a su gusto y no tenga nada que
llevar.
JANTIAS:
Pues qué, ¿no llevo yo nada?
BACO:
¿Cómo has de llevar si eres llevado?
JANTIAS:
Sí, con este equipaje encima.
BACO:
¿Cómo?
JANTIAS:
Que pesa mucho.
BACO:
¿Pero dejará de llevar el asno lo que tú llevas?
JANTIAS:
Por Júpiter, lo que yo llevo no lo lleva él.
BACO:
Pero ¿cómo puedes llevar nada, siendo llevado por otro?
JANTIAS:
No lo sé; pero lo cierto es que mi hombro no puede resistir más.
BACO:
Pues aseguras que el asno no te sirve de nada, cárgate el asno y
llévalo a tu vez.
JANTIAS:
¡Triste de mí! ¿Por qué no estuve en la última batalla naval? Ya me
hubieras pagado esa bromita.
BACO:
Apéate, bribón; voy a llamar a esta puerta, donde tengo que hacer
mi primera parada. ¡Esclavo! ¡Eh! ¡Esclavo!
HÉRCULES:
¿Quieres derribar la puerta? Quienquiera que sea, llama
como un centauro. Vamos, ¿qué ocurre?
BACO:
¡Jantias!
JANTIAS:
¿Qué?
BACO:
¿No has advertido?
JANTIAS:
¿El qué?
BACO:
El miedo que le he dado.
JANTIAS:
¡Bah! Tú estás loco.
HÉRCULES:
Por Ceres, no puedo contener la risa; por más que me muerdo los
labios, sin embargo me río.
BACO:
Acércate, amigo mío; te necesito.
HÉRCULES:
¡Oh! Me es imposible no soltar la carcajada, al ver una piel de león
debajo de una túnica amarilla. ¿Qué intentas? ¿Qué tienen que ver la maza y
los coturnos? ¿Por qué país has viajado?
BACO:
Me embarqué en el Clístenes.
HÉRCULES:
¿Y diste una batalla naval?
BACO:
Ya lo creo, y echamos a pique doce o trece naves enemigas.
HÉRCULES:
¿Vosotros?
BACO:
Por Apolo te lo juro.
HÉRCULES:
Y entonces me desperté.
BACO:
Estaba yo en la nave, leyendo para mí la Andrómeda,
cuando de repente se apodera de mi corazón un vivo deseo...
HÉRCULES:
¿Un deseo? ¿De qué especie?
BACO:
Pequeñito, como Molón.
HÉRCULES:
¿De una mujer?
BACO:
No.
HÉRCULES:
¿De un muchacho?
BACO:
Ni por pienso.
HÉRCULES:
¿Entonces de un hombre?
BACO:
Eso es.
HÉRCULES:
Como estabas con Clístenes...
BACO:
No te burles, hermano mío; me siento mal de veras; el tal deseo me
martiriza.
HÉRCULES:
Pero, hermanito, sepamos cuál es.
BACO:
No puedo revelártelo, pero te lo daré a entender por medio de un
enigma. Di, ¿no te ha asaltado alguna vez un repentino deseo de comer
puches?
HÉRCULES:
¿De puches? Ya lo creo: mil veces en mi vida.
BACO:
¿Comprendes bien? ¿O me explico más?
HÉRCULES:
Lo que es de los puches, no tienes que decir más; lo entiendo
perfectamente.
BACO:
Pues bien, tal es el deseo que me devora por Eurípides...
HÉRCULES:
¿Por un muerto?
BACO:
Y ningún hombre me disuadirá de que vaya a buscarle.
HÉRCULES:
¿A los profundos infiernos?
BACO:
Y más abajo, si es preciso.
HÉRCULES:
Pero, ¿para qué lo necesitas?
BACO:
Me hace falta un buen poeta, y no hay ninguno, pues
los vivos todos son detestables.
HÉRCULES:
¡Cómo! ¿Ha muerto Iofonte?
BACO:
Ese es el único bueno que resta; si es que él es el bueno, pues
tengo mis dudas sobre el particular.
HÉRCULES:
Ya que tienes absoluta necesidad de sacar algún poeta de los
infiernos, ¿por qué no te llevas a Sófocles, que es superior a
Eurípides?
BACO:
No, antes quiero probar a Iofonte y ver lo que puede hacer sin
Sófocles. Además, como Eurípides es muy astuto, desplegará todos
sus ardides para escaparse conmigo, mientras que el otro es tan
sencillote allí como aquí.
HÉRCULES:
Y Agatón, ¿dónde está?
BACO:
Aquel buen poeta y amigo querido me abandonó y partió.
HÉRCULES:
¿Adónde se fue el mísero?
BACO:
Al banquete de los bienaventurados.
HÉRCULES:
¿Y Jenocles?
BACO:
¡Qué el cielo le confunda!
HÉRCULES:
¿Y Pitángelo?
JANTIAS:
¡De mí ni una palabra! Y se me está hundiendo el hombro.
HÉRCULES:
¿Pero no componen también tragedias otros diez mil mozalbetes
infinitamente más habladores que Eurípides?
BACO:
Esos son ramillos sin savia, verdaderos poetas-golondrinas, gárrulos
e insustanciales, peste del arte, que en cuanto la Musa trágica les
concede el más pequeño favor lanzan de una vez todo su talento, y caen
extenuados de fatiga. ¡Oh! Por mucho que busques, no hallarás uno de
esos vates fecundos que seducen con sus magníficas palabras.
HÉRCULES:
¿Cómo fecundos?
BACO:
Sí, fecundos y capaces de inventar estas atrevidas expresiones:
«el éter, habitacioncita de Júpiter», «el pie del tiempo»,
«el corazón no
quiere jurar, pero la lengua perjura sin la complicidad
del corazón.»
HÉRCULES:
¿Y eso te gusta?
BACO:
Estoy más que loco por ellas.
HÉRCULES:
Si son necedades, tú mismo lo conoces.
BACO:
«No habites en mi espíritu: ya tienes tú tu casa.»
HÉRCULES:
Pues todo eso es lo más detestable.
BACO:
En comer me podrás dar lecciones.
JANTIAS:
¡De mí ni una palabra!
BACO:
Escucha ahora la razón de haberme vestido como tú. Es para que me
digas, por si tengo necesidad, los huéspedes que te acogieron cuando
fuiste a buscar al Cerbero. Indícamelos, y también los puertos,
panaderías, lupanares, paradores, posadas, fuentes, caminos, ciudades,
figones, y las tabernas donde haya menos chinches.
JANTIAS:
¡De mí ni una palabra!
HÉRCULES:
¿Te atreverás a ir, temerario?
BACO:
No hables una palabra en contra de mi proyecto; indícame solamente
el camino más corto para ir al infierno: un camino que ni sea demasiado
caliente, ni demasiado frío.
HÉRCULES:
¿Cuál camino te indicaré el primero? ¿Cuál? ¡Ah! Este: coges un
banquillo y una soga, y te cuelgas.
BACO:
¡Otro! Ese es asfixiante.
HÉRCULES:
Hay otro camino muy corto y muy trillado: el del mortero.
BACO:
¿Te refieres a la cicuta?
HÉRCULES:
Precisamente.
BACO:
Ese es frío y glacial: en seguida se hielan las piernas.
HÉRCULES:
¿Quieres que te diga uno muy rápido y pendiente?
BACO:
Sí, sí, por cierto; pues no soy muy andarín.
HÉRCULES:
Vete al Cerámico.
BACO:
¿Y después?
HÉRCULES:
Sube a lo alto de la torre...
BACO:
¿Para qué?
HÉRCULES:
Ten fijos los ojos en la antorcha, hasta que se dé la señal; y
cuando los espectadores te manden que la tires, te arrojas tú mismo.
BACO:
¿Adónde?
HÉRCULES:
Abajo.
BACO:
Y me romperé las dos membranas del cerebro. No me gusta ese
camino.
HÉRCULES:
¿Pues cuál?
BACO:
Aquel por donde tú fuiste.
HÉRCULES:
Pero es sumamente largo. Lo primero que encontrarás será una laguna
inmensa y profundísima.
BACO:
¿Cómo la atravesaré?
HÉRCULES:
Un barquero viejo te pasará en un botecillo, mediante el pago de dos
óbolos.
BACO:
¡Oh, qué poder tienen en todas partes los dos óbolos! ¿Cómo
han llegado hasta allí?
HÉRCULES:
Teseo los llevó. Después verás una multitud de
serpientes y monstruos horrendos.
BACO:
No trates de meterme miedo y aterrarme; no me disuadirás.
HÉRCULES:
Luego un vasto cenagal, lleno de inmundicias, y sumergidos en él
todos los que faltaron a los deberes de la hospitalidad, los que
negaron el salario
a su bardaje, y los que maltrataron a su madre, abofetearon a su
padre o copiaron algún pasaje de Mórsimo.
BACO:
A esos deberían agregarse todos los que aprendieron la danza
pírrica de Cinesias.
HÉRCULES:
Más lejos encantará tus oídos el dulce sonido de las flautas; verás
bosquecillos de mirtos iluminados por una luz purísima como la de aquí;
encontrarás grupos bienaventurados de hombres y mujeres, y escucharás
alegres palmoteos.
BACO:
Y esos, ¿quiénes son?
HÉRCULES:
Los iniciados...
JANTIAS:
Y yo el asno portador de los misterios; pero, por Júpiter, no
los llevaré más.
HÉRCULES:
Que te dirán todo cuanto necesites, pues habitan en el mismo camino,
junto a la puerta del palacio de Plutón. Conque, hermano mío, feliz
viaje.
BACO:
¡Adiós! Y que Júpiter te oiga. (A Jantias.) Vuelve a cargarte
el hato.
JANTIAS:
¿Antes de habérmelo descargado?
BACO:
Y a escape.
JANTIAS:
No, no, te lo suplico: más vale que te ajustes con algún muerto de
los que necesariamente tienen que recorrer este camino.
BACO:
¿Y si no lo encuentro?
JANTIAS:
Entonces llévame.
BACO:
Tienes razón. Ahí traen precisamente a un muerto. ¡Eh, tú, a ti te
digo, el muerto! ¿Quieres llevar un hatillo a los infiernos?
UN MUERTO:
¿Es pesado?
BACO:
Míralo.
EL MUERTO:
¿Me pagarás dos dracmas?
BACO:
¡Oh, no! Menos.
EL MUERTO:
Adelante, sepultureros.
BACO:
Espera un poco, amigo mío, para ver si podemos arreglarnos.
EL MUERTO:
Si no me das dos dracmas, excusas de hablar.
BACO:
Toma nueve óbolos.
EL MUERTO:
¡Antes resucitar!
JANTIAS:
¡Qué soberbio es el maldito! ¿Y no se le castigará? Iré yo mismo.
BACO:
Eres un buen muchacho. Dirijámonos a la barca.
CARONTE:
¡Hoop! Aborda.
JANTIAS:
¿Qué es eso?
BACO:
Es la laguna de que nos ha hablado Hércules; ya veo la barca.
JANTIAS:
Por Neptuno, ese es Caronte.
BACO:
¡Salud, Caronte! ¡Salud, Caronte! ¡Salud, Caronte!
CARONTE:
¿Quién viene del país de las miserias y cuidados a los campos
del reposo y del Leteo, a trasquilar la lana de los asnos, a
la morada de los cerberios, a los infiernos y al Ténaro?
BACO:
Yo.
CARONTE:
Entra al punto.
BACO:
¿Adónde nos vas a llevar? ¿Al infierno, de veras?
CARONTE:
Sí, por Júpiter, para servirte. Vamos, entra.
BACO:
Ven acá, muchacho.
CARONTE:
No paso al esclavo si no ha combatido en alguna batalla naval
por salvar el pellejo.
JANTIAS:
No pude, porque tenía entonces los ojos malos.
CARONTE:
Pues tienes que dar la vuelta a la laguna.
JANTIAS:
¿Y dónde me detengo?
CARONTE:
En la piedra de Aveno, junto a las posadas.
BACO:
¿Has entendido?
JANTIAS:
Perfectamente. ¡Qué desgraciado soy! Sin duda al salir de casa tuve
algún encuentro de mal agüero.
(Vase.)
CARONTE:
(A Baco.) Siéntate al
remo. — Si hay algún otro que desee pasar, que se apresure. — ¡Eh, tú! ¿Qué haces?
BACO:
¿Qué he de hacer? Me he sentado sobre el remo como me has dicho.
CARONTE:
Colócate ahí, panzón.
BACO:
Ya estoy.
CARONTE:
Adelanta los brazos; extiéndelos.
BACO:
Ya están.
CARONTE:
¡Basta de tonterías! Rema vigorosamente.
BACO:
¿Cómo he de poder remar si no conozco este oficio, ni he estado
nunca en Salamina?
CARONTE:
Facilísimamente; porque en cuanto cojas el remo vas a oír bellísimos
cánticos.
BACO:
¿De quién?
CARONTE:
De las ranas, émulas de los cisnes; ¡son deliciosos!
BACO:
Ea, manda la maniobra.
CARONTE:
¡Hoop, op! ¡Hoop, op!
LAS RANAS:
Brekekekex, coax, coax; brekekekex, coax, coax. Húmedas hijas
de los pantanos, mezclemos nuestro cántico sonoro a los dulces
sonidos de las flautas, coax, coax; repitamos los himnos que en
honor de Baco Niseo, hijo de Júpiter, entonamos en la sagrada
fiesta de las ollas, cuando la multitud embriagada se dirige a
nuestro templo del pantano. Brekekekex, coax, coax.
BACO:
Principian a dolerme las nalgas, carísima coax, coax. — Pero a
vosotras no se os importa nada.
LAS RANAS:
Brekekekex, coax, coax.
BACO:
¡Así reventéis con vuestro coax! ¡Siempre coax, coax!
LAS RANAS:
Y con razón, imbécil. Porque yo soy la favorita de las Musas,
hábiles tañedoras de la lira, y del cornípedo Pan, diestro en el
caramillo. Me ama también el citarista Apolo, porque hago crecer en
los pantanos cañas para los puentes de sus liras. Brekekekex, coax,
coax.
BACO:
Ya se me han levantado ampollas; tengo el trasero inundado de sudor,
y pienso que pronto empezaré a decir, brekekekex, coax, coax. Pero
callad, raza graznadora.
LAS RANAS:
¡Callar! Al contrario, cantaremos más fuerte. Porque a nosotras nos
deleita en los días apacibles saltar entre el fleos y la juncia, entonando
los himnos que solemos cantar cuando nadamos; o bien, cuando Júpiter
vierte la lluvia, sumergidas en el fondo de nuestras moradas, unir
nuestras ágiles voces al ruido de las gotas. Brekekekex, coax, coax.
BACO:
Os prohíbo cantar.
LAS RANAS:
El silencio es para nosotras insoportable.
BACO:
Más insoportable es para mí el destrozarme remando.
LAS RANAS:
Brekekekex, coax, coax.
BACO:
¡Ojalá reventéis! Poco me importaría.
LAS RANAS:
Pues nosotras graznaremos a toda voz, desde la mañana hasta la
noche, brekekekex, coax, coax.
BACO:
En eso no me ganaréis.
LAS RANAS:
Ni tú a nosotras.
BACO:
Ni vosotras a mí. Graznaré, si es preciso, todo el día hasta dominar
vuestro coax. Brekekekex, coax, coax. Ya sabía yo que os había de hacer
callar.
CARONTE:
¡Eh! Para, para. Empuja el bote a la orilla con el remo. Desembarca,
y paga.
BACO:
Ahí tienes dos óbolos. — ¡Jantias! ¿Dónde está Jantias? ¡Eh,
Jantias!
JANTIAS:
¡Eh!
BACO:
Ven acá.
JANTIAS:
Salud, amo mío.
BACO:
¿Qué es lo que hay ahí?
JANTIAS:
Tinieblas y cieno.
BACO:
¿Has visto en algún lugar a los parricidas y perjuros de que aquel
nos habló?
JANTIAS:
¿No los has visto tú?
BACO:
Por Neptuno, ahora los veo. Ea, ¿qué hacemos?
JANTIAS:
Lo mejor será ir más adelante, porque este es el sitio donde nos
dijo que estaban los monstruos horrendos.
BACO:
¡Cómo se va a fastidiar! Nos contaba fábulas para meterme miedo; fue
pura envidia. ¡Como sabe que yo soy lo más bravo...! Hércules es muy
arrogante. Yo quisiera tener algún encuentro, alguna ocasión de hacer
famoso mi viaje.
JANTIAS:
Por Júpiter, siento no sé qué ruido.
BACO (Asustado.):
¿Dónde? ¿dónde?
JANTIAS:
Detrás.
BACO:
Anda detrás.
JANTIAS:
No, es delante.
BACO:
Pues anda delante.
JANTIAS:
Por Júpiter, veo un monstruo gigantesco.
BACO:
¿Cómo es?
JANTIAS:
¡Horrendo! Toma toda clase de formas: ya es un buey, ya es un mico,
ya una mujer muy hermosa.
BACO:
¿Dónde está? ¡Oh! Voy a salirle al encuentro.
JANTIAS:
Ya no es mujer; ahora es un perro.
BACO:
Entonces es Empusa.
JANTIAS:
Todo su rostro está lleno de fuego.
BACO:
Tiene una pierna de bronce.
JANTIAS:
Y otra de asno. Tenlo por seguro.
BACO:
¿Adónde me escapo?
JANTIAS:
¿Y yo?
BACO:
¡Oh sacerdote!, sálvame para que pueda beber contigo.
JANTIAS:
¡Estamos perdidos, Hércules poderoso!
BACO:
No lo mientes, querido mío; no pronuncies su nombre.
JANTIAS:
Entonces diré: ¡Oh Baco!
BACO:
Menos aún.
JANTIAS:
Sigue todo derecho. — Aquí, aquí, amo mío.
BACO:
¿Qué pasa?
JANTIAS:
Tranquilízate: la cosa va bien; ya podemos decir como Hegéloco:
«Después de la tempestad veo la calma.» Empusa ha
desaparecido.
BACO:
Júramelo.
JANTIAS:
Lo juro por Júpiter.
BACO:
Júralo otra vez.
JANTIAS:
Lo juro por Júpiter.
BACO:
Vuélmelo a jurar.
JANTIAS:
Lo juro por Júpiter.
BACO:
¡Oh, cómo he palidecido al ver esa fantasma!
JANTIAS:
Pues ese otro se ha puesto rojo de miedo.
BACO:
¡Ay! ¿Cuál es la causa de todos estos males? ¿A qué dios acusaré
de mi desgraciada suerte? «¿Al Éter, habitacioncita de Júpiter,
o al pie del Tiempo?»
JANTIAS:
¡Eh, tú!
BACO:
¿Qué hay?
JANTIAS:
¿No has oído?
BACO:
¿Qué?
JANTIAS:
Las flautas.
BACO:
Es verdad, también ha llegado hasta mí el perfume místico de las
antorchas. Cállate y escuchémoslos escondidos.
CORO:
¡Yaco, oh Yaco! ¡Yaco, oh Yaco!
JANTIAS:
Eso mismo es, dueño mío; son los juegos de los iniciados de que
nos hablaba; pues cantan a Yaco, como Diágoras.
BACO:
También a mí me lo parece. Por lo cual, lo mejor es guardar
silencio, hasta enterarnos bien de lo que sea.
CORO:
Yaco, veneradísimo Yaco, oye la voz de los que adoran tus misterios,
y acude a este prado, tu mansión favorita, para dirigir sus coros; ven, y haciendo retemblar
sobre tu cabeza la corona de mirto cuajado de bayas, ejecuta con
atrevido pie aquella suelta y regocijada danza llena de gracias,
solemne y mística, puro encanto de los iniciados.
JANTIAS:
Augusta y veneranda Ceres, ¡qué delicioso olor a carne de cerdo
ha acariciado mis narices!
BACO:
Vamos, ¿será necesario darte un pedazo para que calles?
CORO:
Reanima la luz de las flameantes antorchas, blandiéndolas en tus
manos. ¡Yaco, oh Yaco, fúlgida estrella de la iniciación nocturna! El
prado deslumbra lleno de luces: vigorízanse las rodillas del anciano;
disípanse sus penas, y aligérasele la carga de los años para poder
formar parte de los sagrados coros. Guía tú, deidad resplandeciente,
sobre esta fresca y florida alfombra las danzas de la garrida
juventud. ¡Silencio! Lejos de aquí, profanos, almas impuras, nunca
admitidos a las fiestas y danzas de las nobles Piérides, ni iniciados
en el misterioso lenguaje ditirámbico del taurófago Cratino,
apasionados de los versos chocarreros o inoportunos chistes. Lejos
de aquí todo el que, en vez de reprimir una sedición funesta y mirar por el bien
de sus conciudadanos, atiza y exacerba las discordias, atento solo a
saciar la propia avaricia. Lejos de aquí el que, estando al frente
de una ciudad agobiada por la desgracia, se deja sobornar y entrega
una fortaleza o las naves; o el que, como ese infame Torición,
cobrador de vigésimas, exporta de Egina a Epidauro
cueros, lino, pez y demás mercancías prohibidas. Lejos de aquí todo el
que aconseja a cualquiera que preste a nuestros enemigos dinero para
la construcción de naves, o mancha de inmundicia las imágenes
de Hécate, mientras entona ditirambos. Lejos de aquí todo
orador que cercena el salario a los poetas porque le pusieron
en escena en las fiestas nacionales de Baco. A todos esos les digo,
una y cien veces, que dejen libre el campo a los rústicos coros. Vosotros, elevad
vuestros cantos y los himnos nocturnos propios de estas fiestas.
Adelántese cada cual osadamente por los prados floridos de esta profunda mansión, dando rienda suelta a los chistes, burlas y dicterios. ¡Basta de festines! ¡Adelante! Celebrad a nuestra divina protectora, que ha prometido defender siempre este país, a pesar de Torición.
Ea, principiad ahora otros himnos en honor de la frugífera Ceres; celebradla en religiosos cantos.
Oh Ceres, reina de los puros misterios, senos propicia y protege a tu coro; permíteme entregarme en todo tiempo a los juegos y a las danzas, y que mezclando mil donaires y discretas razones, llegue a merecer con obra digna de tus fiestas ser ceñido por las bandas triunfales.
Ea, invoca ahora en tus cantos al numen jovial, eterno compañero de estas danzas.
Veneradísimo Yaco, inventor de las suavísimas melodías que en estas fiestas se cantan, ven a acompañarnos al templo de la diosa, y prueba que puedes recorrer sin fatigarte un largo camino. Yaco, amigo del baile, guía mis pasos; tú has desgarrado mis sandalias y pobres vestidos, para que causen risa y me permitan danzar con más desenfado.
Yaco, amigo del baile, guía mis pasos. Mirando de reojo, acabo de ver una hermosísima doncella, por cuya túnica desgarrada asomaba indiscretamente parte de su seno; Yaco, amigo del baile, guía mis pasos.
BACO:
Sí, a mí me gusta unirme a esos coros, y deseo bailar con ella.
JANTIAS:
Yo también.
CORO:
¿Queréis que nos burlemos juntos de Arquedemo? A los siete años no
era todavía ciudadano, y ahora es jefe de los muertos de la tierra, y
ejerce allí el principado de la bribonería. He oído que Clístenes
se arranca sobre los sepulcros los pelos de las nalgas y se
araña las mejillas: tendido sobre las tumbas gime, llora
y llama desolado a Sebine de Anaflisto. También cuentan
que Calias,
el hijo de Hipobino, cubierto de una piel de león, se
entrega sobre sus naves a un combate amoroso.
BACO:
¿Podrías decirnos dónde está la morada de Plutón? Somos unos
extranjeros recién llegados.
CORO:
No vayas más lejos, ni repitas la pregunta: sabed que estáis en su
misma puerta.
BACO:
Muchacho, coge de nuevo el hato.
JANTIAS:
La eterna muletilla de «la Corinto de Júpiter» se repite con el
hato.
CORO:
Sobre el césped de este florido bosque bailad en rueda en
honor de la diosa los admitidos a esta piadosa fiesta.
BACO:
Yo voy a ir con las doncellas y matronas al sitio donde se celebra la velada de
las diosas, llevando la sagrada antorcha.
CORO:
Vamos a los prados floridos, esmaltados de rosas, a recrearnos,
según costumbre, en esas brillantes danzas presididas por
las bienaventuradas Parcas. El sol y la luna solo lucen para
nosotros los iniciados, que durante la vida fuimos benéficos con
propios y extraños.
BACO:
¿Cómo llamaré a esta puerta? ¿Cómo? ¿De qué manera acostumbran a
llamar las gentes de este país?
JANTIAS:
No pierdas el tiempo; llama con la fuerza de Hércules, para no estar
en contradicción con tu disfraz.
BACO:
¡Esclavo! ¡Esclavo!
ÉACO:
¿Quién va?
BACO:
Hércules el valeroso.
ÉACO:
¡Ah infame, atrevido, sin vergüenza, canalla, más canalla que todos los canallas juntos,
tú nos llevaste nuestro perro Cerbero retorciéndole el pescuezo, y
escapaste con él estando yo encargado de su guarda! Pero ya has caído
en mi poder: las negras rocas de la Estigia, y el peñasco ensangrentado
del Aquerón te cierran el paso; los perros vagabundos del Cocito, y la
Hidra de cien cabezas te desgarrarán las entrañas; la murena Tartesia
devorará tus pulmones; y las Gorgonas Titrasias se llevarán entre las
uñas, revueltos con los intestinos, tus sanguinolentos riñones. ¡Ah,
corro a llamarlas!
JANTIAS:
¡Puf! ¿Qué has hecho?
BACO:
Una libación; invoca al dios.
JANTIAS:
¡Qué ridiculez! Levántate pronto, antes de que algún extraño te
vea.
BACO:
Me siento desfallecer; ponme una esponja sobre el corazón.
JANTIAS:
Toma.
BACO:
Acércate.
JANTIAS:
¿Dónde está? ¡Santos dioses! ¿Aquí tienes el corazón?
BACO:
De miedo se me ha caído al bajo vientre.
JANTIAS:
Eres el más cobarde de los dioses y los hombres.
BACO:
¡Yo cobarde! ¡Y te he pedido una esponja! Nadie en mi lugar hubiera
hecho otro tanto.
JANTIAS:
¿Pues qué?
BACO:
Un cobarde hubiera quedado tendido sobre su propia inmundicia, y yo
me he levantado y me he limpiado.
JANTIAS:
¡Gran hazaña, por Neptuno!
BACO:
Ya lo creo, por Júpiter. ¿No has temblado tú al oír sus gritos y
formidables amenazas?
JANTIAS:
No se me importó de ellas ni un comino.
BACO:
Ea, si eres tan valiente y animoso, haz mi papel, y puesto que nada
te hace temblar, toma la clava y la piel de león; yo a mi vez llevaré
el hato.
JANTIAS:
Venga al momento; es necesario obedecer. Contempla a
Hércules-Jantias, y mira si soy un cobarde y si me parezco a ti.
BACO:
A mí en nada; eres el vivo retrato del bribón melitense. Ea,
voy a cargarme el equipaje.
UNA CRIADA:
¿Eres tú, querido Hércules? Entra, entra. En cuanto la diosa
ha sabido tu venida ha mandado amasar pan, cocer dos o tres
ollas de legumbres y puches, asar un buey entero, y preparar
tortas y pasteles; vamos, entra.
JANTIAS:
Gracias. Es mucho honor.
LA CRIADA:
¡Ah, por Apolo! No te dejaré marchar. Ha cocido aves; ha frito
deliciosas confituras y preparado un vino exquisito. Vamos, entra
conmigo.
JANTIAS:
Mil gracias.
LA CRIADA:
¿Estás loco? No te he de soltar. Tiene también a tu disposición una
bellísima tañedora de flauta y dos o tres bailarinas.
JANTIAS:
¿Qué dices? ¿Bailarinas?
LA CRIADA:
En la flor de la juventud, y recién salidas del tocador. Pero entra;
el cocinero iba ya a sacar del fuego los peces, y a llevarlos a la
mesa.
JANTIAS:
Sea; vete a decir a esas bailarinas que entro al instante. Tú,
muchacho, sígueme con el hato al hombro.
BACO:
¡Eh, tú, alto! Sin duda has tomado en serio el papel de Hércules que
yo te he dado en broma. Basta de sandeces, Jantias; vuelve a cargarte
el hato.
JANTIAS:
¿Qué es esto? Creo que no pensarás quitarme lo que me has dado.
BACO:
Es más, lo hago, y al momento. ¡Pronto! Venga esa piel.
JANTIAS:
Pongo a los dioses por testigos y les encomiendo mi venganza.
BACO:
¿A qué dioses? ¿Habrá necedad e insensatez como la tuya? ¡Un
esclavo, un mortal, querer pasar por hijo de Alcmena!
JANTIAS:
¡Bien! ¡Bien! Toma tu traje. Quizá me necesites algún día, si Dios
quiere.
CORO:
Todo hombre cuerdo, sensato y experimentado sabe buscar el
costado de la nave que se sumerge menos, en vez de estarse como una
figura pintada, siempre en la misma actitud; pero solo un hombre
hábil, como Terámenes, sabe cambiar a medida de su conveniencia.
BACO:
¿No sería ridículo ver a Jantias, a un esclavo, tendido sobre
tapices de Mileto, acariciar a una bailarina y pedirme el orinal,
mientras yo le miraba arrascándome, expuesto a que ese bribón me saltase de un
puñetazo los dientes de delante?
TABERNERA PRIMERA:
¡Platana! ¡Platana! Ven acá. Ese es aquel canalla que entró un
día en nuestra taberna y se nos comió dieciséis panes.
TABERNERA SEGUNDA:
Justamente. El mismo.
JANTIAS:
Esto va mal para alguno.
TABERNERA PRIMERA:
Y además veinte tajadas de carne cocida, de a medio óbolo cada
una.
JANTIAS:
Alguno lo va a pagar.
TABERNERA PRIMERA:
Y ajos sin cuento.
BACO:
Tú deliras, mujer; no sabes lo que te dices.
TABERNERA PRIMERA:
¿Creías que no te iba a conocer porque te has puesto coturnos? Pues
aún no he dicho nada de aquella enormidad de pescados.
TABERNERA SEGUNDA:
Ni de aquel queso fresco que se me tragó, ¡pobre de mí!, con cesto y todo; y
cuando le exigí el pago me lanzó una mirada feroz y empezó a mugir.
JANTIAS:
Esas son cosas suyas; en todas partes hace lo mismo.
TABERNERA SEGUNDA:
Y desenvainó su espada como un energúmeno.
TABERNERA PRIMERA:
¡Ay! Sí.
TABERNERA SEGUNDA:
Nosotras espantadas nos subimos de un salto al sobradillo, y él se
escapó llevándosenos las cestas.
JANTIAS:
Eso es muy propio de él. Pero no debíais de haberlo dejado así.
TABERNERA PPIMERA:
Anda, llama a Cleón, nuestro protector.
TABERNERA SEGUNDA:
Y tú trata de hallar a Hipérbolo, para que nos las pague
todas juntas ese bribón.
TABERNERA PRIMERA:
¡Maldito gaznate! ¡Mi mayor placer sería majarte con un canto esas
muelas con que devoraste mis provisiones!
TABERNERA SEGUNDA:
Yo quisiera arrojarte al Báratro.
TABERNERA PRIMERA:
Y yo segarte con una hoz esa condenada garganta, por donde pasaron mis ricos
tripacallos. Voy en busca de Cleón para que te cite hoy mismo a juicio
y desenrede este embrollo.
(Vanse.)
BACO:
Que me muera si no es verdad que quiero a Jantias como a las niñas
de mis ojos.
JANTIAS:
Te veo, te veo. Excusas de hablar más. No quiero hacer de
Hércules.
BACO:
¡Oh, no digas eso, Jantias mío!
JANTIAS:
¿Pero cómo he de poder pasar por el hijo de Alcmena, yo, un esclavo,
un mortal?
BACO:
Vamos, ya sé que estás enfadado y no te falta razón: aunque me
pegases no te replicaría. Mira, si en adelante vuelvo a quitarte estos
atavíos, haga el cielo que seamos exterminados yo, mi mujer, mis
hijos, toda mi casta, y el legañoso Arquedemo.
JANTIAS:
Recibo tu juramento, y acepto el papel de Hércules con esa
condición.
CORO:
Ahora, después de haber vestido de nuevo tu traje de Hércules,
tienes que aparentar juveniles bríos y lanzar torvas miradas a ejemplo del dios que
representas; pues si representas mal tu papel y te muestras flojo o
cobarde, volverás a cargar con el hato.
JANTIAS:
Os agradezco el consejo, amigos míos; pero eso ya lo tenía yo
pensado. Si la cosa va bien, ya veréis cómo quiere volver a desnudarme;
lo tengo previsto; sin embargo, no por eso dejaré de manifestarme
fuerte y arrogante, y de mirar con el gesto avinagrado del que mastica
orégano. Llegó a lo que parece el momento de obrar, pues oigo rechinar
la puerta.
ÉACO (A sus esclavos.):
Atadme pronto a ese ladrón de perros, para castigarle;
despachad.
BACO:
Esto va mal para alguno.
JANTIAS:
¡Ay del que se acerque!
ÉACO:
¡Cómo! ¿Te resistes? ¡Eh, Ditilas, Esceblias, Párdocas,
avanzad y combatid con él!
BACO:
¿No es insufrible que después de robar a otros trate todavía de
maltratarles?
JANTIAS:
Eso pasa ya de la raya.
ÉACO:
Sí, es insufrible e intolerable.
JANTIAS:
Aniquíleme Júpiter si jamás he venido aquí o te he robado el valor
de un cabello. Quiero darte una prueba de generosidad; apodérate de ese
esclavo; somételo al tormento, y si llegas a averiguar algo contra mí, dame
la muerte.
ÉACO:
¿A qué tormento le someteré?
JANTIAS:
A todos; átalo a una escalera, dale de palos, desuéllalo, tortúralo,
échale vinagre en las narices, cárgale de ladrillos; en fin, emplea
todos los medios, menos el de azotarle con ajos o puerros verdes.
ÉACO:
Muy bien dicho; mas si estropeo a tu esclavo, ¿me exigirás los daños
y perjuicios?
JANTIAS:
No lo temas; puedes llevártelo y someterlo a la tortura.
ÉACO:
Lo haré aquí mismo, para que hable delante de ti. — Tú, deja la
carga, y cuidado con mentir.
BACO:
Prohíbo que nadie me atormente; yo soy inmortal; si lo haces, todo
el mal caerá sobre ti.
ÉACO:
¿Qué dices?
BACO:
Digo que yo soy un inmortal, Baco, hijo de Júpiter, y que ese es un
esclavo.
ÉACO (A Jantias.):
¿Has oído?
JANTIAS:
Perfectamente; por lo mismo hay que azotarle más fuerte; si es un
dios, no sentirá los golpes.
BACO:
¿Por qué, pues, ya que pretendes pasar por un inmortal, no has de
someterte también a la fustigación?
JANTIAS:
Tienes razón. Aquel que llore antes, o se muestre sensible a los
palos, es señal de que no es dios.
ÉACO:
Eres indudablemente un hombre generoso: no rehuyes nada de lo que es
justo. Ea, desnudaos.
JANTIAS:
¿Cómo nos darás tormento conforme a justicia?
ÉACO:
Nada más fácil; se os distribuirán los golpes alternativamente.
JANTIAS:
¡Feliz idea!
ÉACO:
¡Toma! (Pega a Jantias.)
JANTIAS:
Observa si me muevo.
ÉACO:
Pues ya te he pegado.
JANTIAS:
No, por cierto.
ÉACO:
Parece que no los has sentido. Ahora voy a sacudirle a este otro.
BACO:
¿Cuándo?
ÉACO:
Sí, ya te he pegado.
BACO:
¿Cómo? ¿Si ni siquiera me has hecho estornudar?
ÉACO:
Lo ignoro; repetiré con el otro.
JANTIAS:
Anda listo. ¡Ay! ¡ay! ¡ay!
ÉACO:
¡Hola! ¿Qué significa ese ay, ay, ay? Duele, ¿eh?
JANTIAS:
¡Ca! estaba pensando en la fiesta de Hércules, que se
celebra en Diomea.
ÉACO:
¡Qué hombre tan piadoso! Volvamos al otro.
BACO:
¡Oh, oh!
ÉACO:
¿Qué te pasa?
BACO:
Veo caballeros.
ÉACO:
¿Y eso te hace llorar?
BACO:
No, es que he olido cebollas.
ÉACO:
¿No se te importan nada los palos?
BACO:
Nada absolutamente.
ÉACO:
Volvamos a este.
JANTIAS:
¡Ay de mí!
ÉACO:
¿Qué te pasa?
JANTIAS:
Sácame esta espina:
ÉACO:
¿Qué significa eso? Ahora al otro.
BACO:
«¡Apolo adorado en Delos y Delfos!»
JANTIAS:
Ya le duele. ¿No has oído?
BACO:
No, es que me he acordado de un verso de Hiponacte.
JANTIAS:
No adelantas nada; pega en los costados.
ÉACO:
Es verdad; vamos, presenta el vientre.
BACO:
¡Oh Neptuno!...
JANTIAS:
Alguien se lamenta.
BACO:
«... Que reina sobre los promontorios del Egeo, o sobre el salado
abismo del cerúleo mar.»
ÉACO:
Por Ceres, no puedo conocer cuál de vosotros es dios. Entrad; mi amo
y Proserpina, que son también dioses, os podrán reconocer.
BACO:
Tienes razón. Pero eso debía de habérsete ocurrido antes de
azotarme.
CORO:
Musa, asiste a nuestros sagrados coros; ven a deleitarte con mis
versos y a contemplar esa infinita muchedumbre, entre la cual hallarás
muchos hábiles ciudadanos más noblemente ambiciosos que ese Cleofón, de
cuyos gárrulos labios se escapa incesantemente un sonido ingrato, como
el de la golondrina de Tracia, posada sobre un ramo en aquella bárbara
región: ahora grazna ya los lamentables cantos del ruiseñor, porque va
a morir, aun cuando en la votación resulte empate.
Justo es que el sagrado coro dé a la república consejos y enseñanzas. Nuestra primera atención debe ser establecer la igualdad entre los ciudadanos y librarlos de temores; después, si alguno faltó, engañado por los artificios de Frínico, creo que debe permitírsele defenderse y justificarse, pues es vergonzoso que a los que tomaron parte una vez en una batalla naval los equiparéis a los Plateenses, convirtiéndolos de esclavos en señores. No es que yo halle esto censurable; al contrario, lo aplaudo y pienso que es lo único en que estuvisteis acertados; pero entiendo que sería igualmente justo que los que tantas veces, lo mismo ellos que sus padres, pelearon en el mar con nosotros y nos están unidos por su nacimiento, obtuvieran el perdón de su única falta. Aplacad, pues, un poco vuestra indignación, discretísimos atenienses, y procuremos que cuantos combatieron en nuestras galeras formen una sola familia, y alcancen con su rehabilitación el pleno goce de los derechos de ciudadanos: el mostrarnos tan altivos y soberbios en la concesión de la ciudadanía, sobre todo ahora que fluctuamos a merced de las olas, es una imprudencia de que en el porvenir nos arrepentiremos. Si soy hábil en conocer la vida y costumbres de los que habrán de arrepentirse de su conducta, me parece que no está lejos la hora del castigo del pequeño Clígenes, ese mico revoltoso que es el peor de cuantos bañeros mezclan a la ceniza falso nitro y tierra de Cimolia. Él ya lo conoce; y por eso va armado siempre de un grueso garrote, receloso de que, al encontrarle ebrio, le despojen de sus vestidos.
Muchas veces he notado que en nuestra ciudad sucede con los buenos y malos ciudadanos lo mismo que con las piezas de oro antiguas y modernas. Las primeras no falsificadas, y las mejores sin disputa, por su buen cuño y excelente sonido, son corrientes en todas partes entre griegos y bárbaros, y sin embargo no las usamos para nada, prefiriendo esas detestables piezas de cobre, recientemente acuñadas, cuya mala ley es notoria. Del mismo modo despreciamos y ultrajamos a cuantos ciudadanos sabemos que son nobles, modestos, justos, buenos, honrados, hábiles en la palestra, en las danzas y en la música, y preferimos para todos los cargos a hombres sin vergüenza, extranjeros, esclavos, bribones de mala ralea, advenedizos que antes la república no hubiera admitido ni para víctimas expiatorias. Ahora, pues, insensatos, mudad de costumbres y utilizad de nuevo a las gentes honradas, pues de esta suerte, si os va bien, seréis elogiados, y si algún mal os resulta, al menos dirán los sabios que habéis caído con honra.
ÉACO:
¡Por Júpiter salvador, tu amo es todo un excelente sujeto!
JANTIAS:
¿Un excelente sujeto? Ya lo creo, no sabe más que beber y amar.
ÉACO:
Lo que me asombra es que no te haya castigado por haberte fingido el
amo siendo el siervo.
JANTIAS:
Es que se hubiera arrepentido.
ÉACO:
En eso obraste como buen esclavo; a mí me gusta hacer lo mismo.
JANTIAS:
Te gusta hacer eso, ¿eh?
ÉACO:
Yo soy feliz cuando digo pestes de mi dueño sin que él me oiga.
JANTIAS:
¿Y cuando te marchas gruñendo después de haber recibido una
paliza?
ÉACO:
También estoy satisfecho.
JANTIAS:
¿Y si te metes en lo que no te importa?
ÉACO:
No conozco nada más grato.
JANTIAS:
¡Oh Júpiter! ¿Y si escuchas la conversación de los amos?
ÉACO:
Me vuelvo loco de júbilo.
JANTIAS:
¿Y cuando se la cuentas a los vecinos?
ÉACO:
¡Oh, con eso no hay placer comparable!
JANTIAS:
¡Oh Apolo! Dame tu mano, amigo, y permíteme que te abrace. Ahora, en
nombre de Júpiter vapuleado, dime qué significan ese estruendo, ese
griterío y esas disputas que se oyen allá dentro.
ÉACO:
Son Esquilo y Eurípides.
JANTIAS:
¿Cómo?
ÉACO:
Se ha promovido una contienda, una gran contienda entre los muertos,
una verdadera sedición.
JANTIAS:
¿Por qué motivo?
ÉACO:
Hay aquí establecida una ley, en virtud de la cual todo hombre
superior a sus émulos en las artes más nobles o importantes, tiene
derecho a ser alimentado en el Pritáneo y a sentarse junto a
Plutón...
JANTIAS:
Entiendo.
ÉACO:
Hasta que venga otro más hábil en el mismo arte: entonces el primero
debe cederle el puesto.
JANTIAS:
¿Y eso por qué le alborota a Esquilo?
ÉACO:
Porque, como príncipe en el género, ocupaba el trono de la
tragedia.
JANTIAS:
Y ahora ¿quién?
ÉACO:
Cuando Eurípides descendió a estos lugares, dio una muestra de sus
versos a los rateros, cortadores de bolsas, parricidas y horadadores de
paredes que pululan en el infierno: toda esta canalla en cuanto oyeron
sus dimes y diretes, sus discreteos y sutilezas, enloquecieron por él,
y le proclamaron el sabio de los sabios. Entonces Eurípides, hinchado
de orgullo, se apoderó del trono que ocupaba Esquilo.
JANTIAS:
¿Y no le han apedreado?
ÉACO:
Al contrario, la multitud clamaba por un juicio en que se decidiese
cuál de los dos era el mejor poeta.
JANTIAS:
¿Aquella multitud de bribones?
ÉACO:
¡Y con qué gritos! Llegaban hasta el cielo.
JANTIAS:
¿Pero Esquilo no tenía defensores?
ÉACO:
Aquí como ahí, el número de los buenos es muy exiguo.
JANTIAS:
¿Qué piensa hacer Plutón?
ÉACO:
Abrir cuanto antes un certamen, para probar y decidir sobre el
mérito de cada uno.
JANTIAS:
¿Y cómo es que Sófocles no ha reclamado el trono?
ÉACO:
¡Oh! Ese es muy distinto. En cuanto llegó abrazó a Esquilo y le
tendió la mano, dejándole en posesión pacífica del trono. Ahora,
como dice Clidémides, está de reserva; si vence Esquilo,
permanecerá en su puesto; pero si es vencido, disputará con
Eurípides.
JANTIAS:
¿Cuándo va a ser eso?
ÉACO:
Dentro de muy poco va a principiar aquí mismo el gran combate. Su
ingenio poético va a ser pesado en una balanza.
JANTIAS:
¡Cómo! ¿Se pesan las tragedias?
ÉACO:
Traerán reglas, y varas de medir versos, y moldes cuadriláteros,
como los de los ladrillos, diámetros y cuñas. Pues Eurípides dice que
ha de examinar las tragedias verso por verso.
JANTIAS:
Esquilo, a mi ver, llevará todo eso muy a mal.
ÉACO:
Bajaba la cabeza y lanzaba miradas furiosas.
JANTIAS:
¿Y quién será juez?
ÉACO:
Ahí estaba la dificultad, porque hay gran carestía de hombres
sensatos. A Esquilo no le agradaban los atenienses.
JANTIAS:
Quizá porque veía entre ellos muchos ladrones.
ÉACO:
Y además no les creía muy aptos para apreciar el ingenio de los
poetas. Por fin, encomendaron el asunto a tu señor, como perito en la
materia. Pero entremos; pues cuando los amos tienen gran interés por
alguna cosa, suelen pagarlo nuestras costillas.
CORO:
¡Oh, qué horrenda cólera hervirá en el pecho del grandilocuente
poeta, cuando vea a su facundo enemigo aguzar provocativamente sus
dientes! ¡Qué terribles miradas le hará lanzar el furor! ¡Qué lucha entre las palabras
de penachudo casco y ondulante cimera y las sutilezas artificiosas!
¡Qué combate de gigantescos períodos con frases atrevidas y pigmeas!
Verase al titán erizando las crines de su espesa melena y, frunciendo
espantosamente el entrecejo, rugir con poderoso aliento versos
compactos como la tablazón de un navío; mientras el otro, tascando
el freno de la envidia, pondrá en movimiento su ágil y afilada
lengua y, arrojándose sobre las palabras de su rival, desmenuzará su
estilo, y reducirá a polvo el producto de su inspiración vigorosa.
EURÍPIDES:
No te empeñes; no he de ceder el trono, porque le soy superior en la
poesía.
BACO:
¿Por qué te callas, Esquilo? Ya entiendes lo que ha dicho.
EURÍPIDES:
Primero se estará callando con gravedad; es una especie de
charlatanería peculiar a sus tragedias.
BACO:
No tanta arrogancia, amigo mío.
EURÍPIDES:
¡Sí, le conozco hace tiempo! ¡Y conozco también sus caracteres
feroces, y su lenguaje altivo, desenfrenado, desmedido, sin regla, enfático y cuajado de
palabras hinchadas y vacías!
ESQUILO:
¿Y eres tú, hijo de una rústica diosa, tú, colector de
necedades, fabricante de mendigos y remendón de andrajos, quien se
atreve a decirme...? Pero tu audacia no ha de quedar impune.
BACO:
Basta, Esquilo; no te dejes arrebatar por la ira.
ESQUILO:
No callaré sin haber demostrado hasta la evidencia lo que vale ese
insolente con todos sus cojos.
BACO:
¡Esclavos, traed una oveja, una oveja negra, pues la tempestad va a
estallar!
ESQUILO:
¿No te avergüenzas de tus monólogos cretenses, y de los incestuosos
himeneos que has introducido en el arte trágico?
BACO:
Modérate, venerable Esquilo. — Tú, mi pobre Eurípides, déjate de
temeridades y escapa de esta granizada, no te acierte en la sien con
alguna de esas
grandiosas palabras que haga saltar a tu Télefo. — Vamos, Esquilo,
calma; no discutas con esa furia. Los poetas no deben injuriarse como
si fuesen panaderas; tú gritas desde el principio, como una encina a la
que se prende fuego.
EURÍPIDES:
Estoy dispuesto a luchar; yo no retrocedo: lo mismo me da
atacar, que ser atacado; admito discusión sobre cuanto quiera;
sobre los versos, el diálogo, los coros, el nervio trágico, el
Peleo, el Eolo, el Meleagro, y hasta sobre
el mismo Télefo.
BACO:
¿Y tú, Esquilo, qué piensas hacer?
ESQUILO:
Yo no hubiera querido combatir aquí; pues entre los dos la lucha es
desigual.
BACO:
¿Por qué?
ESQUILO:
Porque mis tragedias me han sobrevivido, y las suyas murieron
con él; de suerte que puede utilizarlas contra mí. Sin embargo, ya que
lo deseas, hay que obedecerte.
BACO:
Ea, traedme fuego e incienso; antes de la contienda, quiero suplicar
a los dioses que me inspiren una decisión acertada sobre este certamen. Vosotros, entonad
un himno a las Musas.
CORO:
Hijas de Júpiter, castas Musas, que leéis en la mente ingeniosa y
sutil de los forjadores de sentencias, cuando, aguzando su talento y
desplegando todos sus artificiosos recursos, descienden a combatir
sobre la arena de la discusión, venid a contemplar la fuerza de estos
dos robustos atletas, y otorgad al uno grandiosas frases, y al otro
limaduras de versos. El gran certamen de ingenio va a principiar.
BACO:
Orad también vosotros, antes de recitar vuestros versos.
ESQUILO:
¡Oh Ceres, que has formado mi inteligencia, hazme digno
de tus misterios!
BACO (A Eurípides.):
Quema tú también incienso.
EURÍPIDES:
Gracias, yo dirijo mis oraciones a otros dioses.
BACO:
¿Dioses particulares tuyos y recién acuñados?
EURÍPIDES:
Precisamente.
BACO:
Invoca, pues, a esos dioses tuyos.
EURÍPIDES:
Éter, de que me alimento, volubilidad de la lengua, ingenio sutil,
olfato finísimo, haced que triture los argumentos de mi adversario.
CORO:
Deseosos estamos de saber, doctos poetas, qué terreno vais a elegir
para principiar la lucha. Vuestra lengua empieza ya a desencadenarse,
y ni a vuestro pecho le falta valor, ni energía a vuestra mente.
Debemos, pues, esperar que el uno atacará con lenguaje limado y pulido;
y que el otro, lanzándole inmensas palabras, pulverizará sus infinitas
triquiñuelas.
BACO:
Vamos, principiad cuanto antes, pero en estilo elegante, sin figuras
ni vulgaridades.
EURÍPIDES:
Hablaré en último término de mí y del carácter de mi poesía; pues
lo primero que me propongo demostrar es que ese es un charlatán
y un impostor, que engañaba a su grosero auditorio con recursos
pobres, aprendidos en la escuela de Frínico. Por ejemplo,
presentando en escena un personaje velado, como Aquiles o Níobe, que
se pavoneaban sin
mostrar el rostro ni pronunciar una palabra...
BACO:
Es verdad, por Júpiter.
EURÍPIDES:
El coro endilgaba en tanto cuatro tiradas de versos, y ellos se
estaban sin decir esta boca es mía.
BACO:
A mí me agradaba más aquel silencio que la charla que hoy
emplean.
EURÍPIDES:
Porque eres un estúpido; tenlo por cierto.
BACO:
Así lo creo; pero ¿por qué lo hacía?
EURÍPIDES:
Por charlatanismo; así, el espectador esperaba sin moverse a que
Níobe hablase algo, y mientras, el drama iba adelante.
BACO:
¡Malvado! ¡Cómo me engañaba! (A
Esquilo.) ¿Por qué te agitas e impacientas?
EURÍPIDES:
Porque le confundo. Después de haberse pasado la mitad de la
tragedia con estas vaciedades, soltaba una docena de palabrotas
campanudas, muy fruncidas de entrecejo y empenachadas, verdaderos
espantajos que aterraban a los espectadores asombrados.
ESQUILO:
¡Oh rabia!
BACO (A Esquilo.):
¡Silencio!
EURÍPIDES:
Y no decía nada inteligible...
BACO (A Esquilo.):
No rechines los dientes.
EURÍPIDES:
Pues todo se volvían Escamandros, y fosos, y enseñas de escudos,
y águilas-grifos de bronce, y palabras ampulosas, difíciles de
comprender.
BACO:
Es verdad; yo me pasé en claro toda una noche tratando de
averiguar qué pájaro era su gran gallo amarillo.
ESQUILO:
¡Ignorantón! Es la figura que se pone en la popa de las naves.
BACO:
Pues yo creía que era Erixis, hijo de Filóxeno.
EURÍPIDES:
¿Qué necesidad había de gallos en las tragedias?
ESQUILO:
Y tú, enemigo de los dioses, ¿qué has hecho?
EURÍPIDES:
No he presentado en mis dramas grandes gallos ni hircociervos como
los que se ven en los tapices de Persia. Yo había recibido de tus manos la tragedia cargada
de inútil y pomposo fárrago, y principié por aliviarla de su molesto
peso, y curar su hinchazón por medio de versitos, digresiones
sutiles, cocimientos de acelgas blancas, y jugos perfectamente
filtrados de filosóficas vaciedades; después la alimenté de
monólogos, mezclados con algo de Cefisofonte; y jamás dije a la
ventura cuanto se me ocurría, ni lo revolví todo sin distinción: el
primer personaje que se presentaba en escena explicaba el carácter y el
nacimiento del drama.
ESQUILO:
Mejor era eso que decir el tuyo.
EURÍPIDES:
Después, desde los primeros versos, cada personaje desempeñaba
su papel; y hablaban todos, la mujer, el esclavo, el dueño,
la joven y la vieja.
ESQUILO:
¿No merecería la muerte tal atrevimiento?
EURÍPIDES:
Al contrario, mi objeto era agradar al pueblo.
BACO:
Déjate de eso, amigo; ese es tu punto flaco.
EURÍPIDES:
Luego enseñé a los espectadores el arte de hablar.
ESQUILO:
Lo reconozco; ¡ojalá hubieras reventado antes!
EURÍPIDES:
Y el modo de usar las palabras en línea recta, o en ángulo, y el
arte de discurrir, ver, entender, engañar, amar, intrigar, sospechar,
pensar en todo...
ESQUILO:
Lo reconozco también.
EURÍPIDES:
Puse en escena la vida de familia y las cosas más usuales y
comunes, lo cual es atrevido, pues todo el mundo puede emitir sobre
ellas su opinión; no aturdí a los espectadores con incomprensible y
fastuosa palabrería; ni los aterré con Cicnos y Memnones,
guiando corceles llenos de campanillas y penachos. Ved sus discípulos
y los míos. Los suyos son Formisio y Megenetes, de Magnesia, armados de
lanzas, cascos, barbas y sarcásticas sonrisas; los míos, Clitofonte, y
el elegante Terámenes.
BACO:
¿Terámenes? ¿Ese hombre astuto y bueno para todo, que cuando cae en algún mal negocio
y le ve las orejas al lobo, suele escurrir el bulto, diciendo que no
es de Quíos, sino de Ceos?
EURÍPIDES:
Así he conseguido perfeccionar la inteligencia de los hombres,
introduciendo en mis dramas el raciocinio y la meditación; de suerte
que ahora todo lo comprenden y penetran, y han llegado a administrar
mejor que antes sus casas, inspeccionándolo todo, y diciendo: «¿En qué
anda tal asunto? ¿Dónde está tal cosa? ¿Quién ha cogido esta otra?»
BACO:
Es verdad; ya en cuanto un ateniense entra en su casa llama a sus
esclavos y les pregunta: «¿Dónde está la olla? ¿Quién se ha comido la
cabeza de sardina? El plato que compré el año pasado ¿ha fenecido?
¿Dónde está el ajo de ayer? ¿Quién ha mordisqueado la aceituna?» Y
antes se estaban hechos unos bobos, con la boca abierta, como imbéciles
papanatas.
CORO:
«Tú lo ves, ínclito Aquiles.» Vamos, ¿qué dices tú
a todo eso? Procura que la ira no te arrastre más allá de la meta,
pues te ha dicho cosas terribles. Noble Esquilo, no le respondas con
ferocidad, recoge tus
velas y deja solo algunos cabos a merced de los vientos; dirige con
circunspección tu nave, y no avances hasta conseguir una brisa leda y
apacible. Vamos, tú que fuiste el primero de los griegos en dar pompa y
elevación al estilo exornando la Musa trágica, abre atrevidamente tus
esclusas.
ESQUILO:
Esta lucha me enfurece; solo al considerar que tengo que disputar
con él, hierve mi bilis. ¡Mas que no crea haberme vencido! Respóndeme:
¿qué es lo que se admira en un poeta?
EURÍPIDES:
Los hábiles consejos que hacen mejor a los ciudadanos.
ESQUILO:
Y si tú, lejos de obrar así, los has hecho malísimos, de nobles y
buenos que eran antes, ¿cuál castigo merecerás?
BACO:
La muerte; no lo preguntes.
ESQUILO:
Pues bien, mira cómo te los dejé yo: valientes, de
elevada estatura, sin rehuir las públicas cargas, no holgazanes, charlatanes
y bribones como los de hoy, sino apasionados por las lanzas, las
picas, los cascos de blancas cimeras, las grebas y corazas, verdaderos
corazones de hierro, defendidos por el séptuple escudo de Áyax.
EURÍPIDES:
El mal va en aumento: me va a aplastar bajo el peso de tantas
armas.
BACO:
¿Y cómo conseguiste hacerlos tan valientes? Responde, Esquilo, y
modera tu arrogante jactancia.
ESQUILO:
Componiendo un drama lleno del espíritu de Marte.
BACO:
¿Cuál?
ESQUILO:
Los Siete sobre Tebas. Todos los espectadores
salían llenos de bélico furor.
BACO:
En eso obraste mal; pues hiciste que los tebanos fueran mucho más
atrevidos para la guerra, lo cual merece castigo.
ESQUILO:
Vosotros podíais también haberos dedicado a ello, pero no quisisteis. Después con
Los Persas, mi obra maestra, os inspiré un ardiente deseo de
vencer siempre a los enemigos.
BACO:
Es verdad; me alegré mucho a la noticia de la muerte de Darío; y el
coro palmoteó al punto, exclamando: ¡Victoria!
ESQUILO:
Estos son los asuntos que deben tratar los poetas. Considerad,
si no, qué servicios prestaron los más ilustres desde la antigüedad
más remota: Orfeo nos enseñó las iniciaciones y el horror
al homicidio; Museo, los remedios de las enfermedades y los
oráculos; Hesíodo, la agricultura y el tiempo de las sementeras
y recolecciones; y al divino Homero, ¿de dónde le ha venido
tanta gloria, sino de haber enseñado cosas útiles, la estrategia, las
virtudes bélicas y la profesión de las armas?
BACO:
Sin embargo, no ha podido instruir en nada al architonto
de Pantacles; hace poco debía de ir al frente de una
procesión, y después de haberse atado el casco, se acordó de que no le
había puesto la cimera.
ESQUILO:
En cambio ha educado a otros mil valientes, entre ellos
el héroe Lámaco. Inspirándose en él mi fantasía, representó
las hazañas de los Patroclos y los Teucros, bravos como leones,
para excitar a imitarlos a todos los ciudadanos en cuanto resuena el
bélico clarín. Nunca puse en escena Fedras ni impúdicas Estenebeas; y
nadie podrá decir que he pintado en mis versos una mujer enamorada.
EURÍPIDES:
Es verdad, jamás has conocido a Venus.
ESQUILO:
Ni la quiero conocer; en cambio, por tu mal, tú y los tuyos la
conocéis demasiado.
BACO:
Cierto, cierto; los delitos que imputaste a las mujeres de otros
los viste en la tuya propia.
EURÍPIDES:
Pero, importuno, ¿qué mal hacen a la república mis Estenebeas?
ESQUILO:
Las nobles esposas de los ciudadanos nobles han bebido la cicuta
arrastradas por la vergüenza que les han causado tus Belerofontes.
EURÍPIDES:
¿He cambiado en lo más mínimo la historia de Fedra?
ESQUILO:
Es verdad, no la has cambiado; pero un buen poeta debe ocultar el
vicio y no sacarlo a luz y ponerlo en escena; pues ha de ser para
los adultos lo que para los niños los maestros. Nuestra obligación es
enseñar solo el bien.
EURÍPIDES:
¿Y cuando tú hablas de los Licabetos y de las altas cumbres del Parnaso, nos
enseñas el bien? ¿Por qué no empleas un lenguaje humano?
ESQUILO:
Pero, desdichado, las expresiones deben ser proporcionadas a
la elevación de las sentencias y pensamientos. El lenguaje de los
semidioses debe ser sublime, lo mismo que sus vestiduras deben ser
más ostentosas que las nuestras. Lo que yo ennoblecí, tú lo has
degradado.
EURÍPIDES:
¿Cómo?
ESQUILO:
En primer lugar, vistiendo de harapos a los reyes para que
inspirasen más profunda compasión.
EURÍPIDES:
¿Qué mal hay en eso?
ESQUILO:
Por culpa tuya ningún rico quiere armar ya a su costa una galera;
pues para librarse del compromiso se cubre de andrajos, llora y dice
que es pobre.
BACO:
Es verdad, por Ceres; y debajo lleva una túnica de lana fina; y
después de habernos engañado se le ve aparecer en la pescadería...
ESQUILO:
En segundo lugar, tú has inspirado tal afición a la charlatanería
y las argucias, que las palestras están abandonadas, los
jóvenes corrompidos, y los marineros se atreven a contradecir
a sus comandantes; en mis tiempos no sabían más que pedir su ración
de pan y gritar «¡Rippape!»
BACO:
¡Oh!, pues ahora, ya saben lanzar un flato a la boca del remero
del banco inferior y embrear a sus compañeros; y cuando desembarcan,
robar los vestidos al primer transeúnte, y pasarse el tiempo en
discusiones, sin cuidarse de remar, dejando que la nave bogue a la
ventura.
ESQUILO:
¿De qué crímenes no es autor? ¿No ha puesto en escena alcahuetas,
mujeres que paren en sagrado, hermanas incestuosas, y otras que dicen
que la vida no es la vida? Así es que nuestra ciudad se ha
plagado de escribanos y bufones, especie de monos que tienen al
pueblo constantemente engañado; mientras que ya nadie sabe llevar una antorcha, por
falta de ejercicio.
BACO:
Nadie, es verdad; así es que en las Panateneas me faltó poco
para morir de risa viendo a un hombre blanco, gordo y pesado que
corría encorvado y con un trabajo infinito, mucho más atrás que los
otros. En la puerta del Cerámico, los espectadores le pegaron en el
vientre, en el pecho, en los costados y en las nalgas, hasta que,
en vista de aquella lluvia de palmadas, mi hombre soltó un flato con
el cual apagó la antorcha y se escapó.
CORO:
El negocio es importante; la disputa vehemente; grave la guerra.
Difícil será el formar opinión, pues si el uno ataca vigorosamente,
el otro huye el cuerpo con agilidad y responde con destreza. No
permanezcáis siempre en el mismo terreno: tenéis abiertos muchos
caminos e infinitas argucias. Decid, exponed, manifestad todos vuestros
recursos viejos y nuevos; aventurad algunos argumentos alambicados e
ingeniosos. No temáis que la ignorancia de los espectadores no pueda
comprender vuestras sutilezas; lejos de ser gente ruda, todos se han
ejercitado, y cada cual tiene su libro donde aprende sabias lecciones;
además su natural ingenio está hoy más aguzado que nunca. Nada temáis,
emplead todos los medios, pues estáis ante un público ilustrado.
EURÍPIDES:
Empecemos por sus prólogos; siendo lo primero que se encuentra en
una tragedia, es natural que principiemos por ellos el estudio de este
hábil poeta. Era oscuro en la exposición de sus asuntos.
BACO:
¿Cuál de sus prólogos vas a examinar?
EURÍPIDES:
Muchos. Recítame por de pronto el de la Orestiada.
BACO:
Silencio todos. Recita tú, Esquilo.
ESQUILO:
«Subterráneo Mercurio, que vigilas
Sobre el paterno reino, dame ayuda;
Vengo al fin a mi patria y entro en ella.»
BACO:
¿Hallas alguna falta en esos versos?
EURÍPIDES:
Más de doce.
BACO:
Pero si no son más que tres versos.
EURÍPIDES:
Es que cada uno tiene veinte faltas.
BACO:
Esquilo, te aconsejo que te calles: si no, además de esos tres
yambos, te censurará otros muchos.
ESQUILO:
¿Yo callarme delante de ese?
BACO:
Si me haces caso.
EURÍPIDES:
En el principio ha cometido ya una falta enorme.
ESQUILO (A Baco.):
¿No ves que no tienes razón?
BACO:
Sea. A mí poco me importa.
ESQUILO (A Eurípides.):
¿Dónde dices que está la falta?
EURÍPIDES:
Repite desde el principio.
ESQUILO:
Mercurio subterráneo, que vigilas
Sobre el paterno reino...
EURÍPIDES:
Eso lo dice Orestes ante la tumba de su padre, ¿verdad?
ESQUILO:
No lo niego.
EURÍPIDES:
¿De suerte que quiere decir que Mercurio velaba por su padre,
para que cayendo en un pérfido lazo fuese vilmente asesinado por su
mujer?
ESQUILO:
No es al dios de la astucia, sino al Mercurio benéfico al que llama subterráneo; y
lo prueba diciendo que recibió esa misión de su padre.
EURÍPIDES:
Entonces el yerro es más grande de lo que yo pretendía; pues si
recibió de su padre aquella misión subterránea...
BACO:
Es que su padre le había nombrado enterrador.
ESQUILO:
¡Ay Baco! tu vino no está perfumado.
BACO:
Recita el otro verso; y tú acecha sus faltas.
ESQUILO:
«... dame ayuda;
Vengo al fin a mi patria y entro en ella.»
EURÍPIDES:
El sabio Esquilo nos dice dos veces la misma cosa.
BACO:
¿Cómo dos veces?
EURÍPIDES:
Examina esa frase y te haré ver la repetición. «Vengo al fin a mi
patria», dice, «y entro en ella.» Vengo es enteramente lo mismo
que entro.
BACO:
Entiendo; es como si uno dijera a su vecino: «Préstame la artesa, o
si quieres el arca de amasar.»
ESQUILO:
No es lo mismo, charlatán; mi verso es inmejorable.
BACO:
¿Cómo? Pruébamelo.
ESQUILO:
Todo el que goza de los derechos de ciudadanía puede venir
a su patria, porque viene sin haber experimentado antes
ningún infortunio; pero el desterrado viene y entra.
BACO:
¡Muy bien, por Apolo! ¿Qué dices a eso, Eurípides?
EURÍPIDES:
Digo que Orestes no entró en su patria, porque vino
secretamente, sin haber obtenido la competente autorización de los que
entonces ejercían el mando.
BACO:
¡Muy bien, por Mercurio! Pero no te comprendo.
EURÍPIDES:
Recita, pues, otro.
BACO:
Vamos, Esquilo, recítalo pronto. Tú acecha las faltas.
ESQUILO:
«Invocando los manes de mi padre
Sobre su propia tumba, que se digne
Oírme y escucharme le suplico.»
EURÍPIDES:
Otra repetición: oír y escuchar son dos cosas
idénticas.
BACO:
Pero, desdichado, ¿no ves que estaba hablando con los muertos,
a los que no basta invocar tres veces?
ESQUILO:
Y tú, ¿cómo hacías los prólogos?
EURÍPIDES:
Te lo voy a decir; y si encuentras una sola repetición, o un solo
ripio, me doy por vencido.
BACO:
Empieza ya: mi deber es escucharte; veamos qué hermosos son los
versos de tus prólogos.
EURÍPIDES:
«Edipo, que al principio era dichoso.»
ESQUILO:
De ningún modo; su sino era la desgracia, pues ya antes de ser
engendrado, Apolo predijo que mataría a su padre, y aún no había
nacido. ¿Cómo, pues, al principio era dichoso?
EURÍPIDES:
«¡Mortal infelicísimo fue luego!»
ESQUILO:
De ningún modo, repito. No dejó de ser lo que era. Además
esa felicidad fue imposible. Apenas nació ya le expusieron
metido en una olla en el rigor del invierno, para que no
llegase a ser el asesino de su padre; después, por desgracia suya,
llegó al palacio de Pólibo, con los pies hinchados; luego, joven
todavía, se casó con una vieja, que por añadidura era su madre, y por
último se sacó los ojos.
BACO:
¡Feliz él si hubiera mandado la escuadra con Erasínides!
EURÍPIDES:
Desbarras, mis prólogos son buenos.
ESQUILO:
Por Júpiter, no pienso ir desmenuzando tus versos palabra por
palabra, sino con la ayuda de los dioses aniquilar tus prólogos sin más
que con una pequeña alcuza.
EURÍPIDES:
¿Con una alcuza?
ESQUILO:
Sí, con una sola; pues tus yambos son de tal naturaleza que se les
puede añadir lo que se quiera, un pellejito, una alcucita, un saquito,
como te lo demostraré en seguida.
EURÍPIDES:
¿Tú demostrarme eso?
ESQUILO:
Sí, yo.
BACO:
Vamos, recita.
EURÍPIDES:
Cuando, según la fama más creída,
Con sus cincuenta hijas llegó Egipto
De Argos a la región...
ESQUILO:
Perdió su alcuza.
EURÍPIDES:
¿Qué alcuza? ¡Así te mueras!
BACO:
Recita otro prólogo, y veamos.
EURÍPIDES:
Baco, que armado del pomposo tirso
Y cubierto de pieles de cervato,
Danza en las cumbres del Parnaso agreste
De antorchas al fulgor...
ESQUILO:
Perdió su alcuza.
BACO:
De nuevo nos sacude con su alcuza.
EURÍPIDES:
No nos fastidiará más, pues a este prólogo no le podrá colgar la
alcuza.
No existe, no, felicidad completa;
Tal de ilustre familia, es pobre; y otro
De modesta extracción...
ESQUILO:
Perdió su alcuza.
BACO:
¡Eurípides!
EURÍPIDES:
¿Qué hay?
BACO:
Recoge velas; pues esta alcuza va a convertirse en huracán.
EURÍPIDES:
Poco se me importa, por Ceres; ya verás cómo se lo hago soltar de
las manos.
BACO:
Continúa recitando, y mucho ojo con la alcuza.
EURÍPIDES:
La ciudad de Sidón abandonando
Cadmo, hijo de Agenor...
ESQUILO:
Perdió su alcuza.
BACO:
¡Ay, amigo mío! Cómprale esa bendita alcuza, pues, si no, nos va a
echar a pique todos los prólogos.
EURÍPIDES:
¡Cómo! ¿yo comprársela?
BACO:
Si me haces caso.
EURÍPIDES:
No, por cierto. Puedo citarle una porción de prólogos, a los que no
podrá aplicarles la alcuza.
Pélope, hijo de Tántalo, partiendo
Para Pisa, animando los corceles
De su carro veloz...
ESQUILO:
Perdió su alcuza.
BACO:
¿Lo ves? De nuevo le ha colgado su alcuza. Vamos, Esquilo,
véndesela a cualquier precio; que tú por un óbolo podrás comprar otra
hermosísima.
EURÍPIDES:
Te digo que no; aún me quedan muchos.
Eneo en su heredad...
ESQUILO:
Perdió su alcuza.
EURÍPIDES:
Déjame acabar el primer verso.
Eneo en su heredad, habiendo un día
Pingüe cosecha recogido y de ella
Ofrecido a los dioses las primicias
En piadosa oblación...
ESQUILO:
Perdió su alcuza.
BACO:
¡Durante el sacrificio! ¿Quién se la quitó?
EURÍPIDES:
Permíteme, amigo mío, que pruebe con este verso:
Jove (la verdad misma lo asegura)
BACO:
Estás perdido; en seguida va a añadir: «Perdió su alcuza.» Porque la
tal alcuza se adhiere a tus prólogos como el orzuelo a los párpados.
Pero, por todos los dioses, pasa ya a ocuparte de la parte lírica de
sus dramas.
EURÍPIDES:
Puedo demostrar hasta la evidencia que sus cantos son perversos y
llenos de las mismas repeticiones.
CORO:
¿En qué parará esto? Ansioso estoy de saber qué censuras se atreverá
a presentar contra sus infinitos y bellísisimos cantos, tan superiores a los de los poetas
del día; no acierto a comprender en qué podrá motejar a este rey
de las fiestas de Baco, y le auguro una derrota.
EURÍPIDES:
¡Sí! ¡Admirables cantos líricos! Ahora se verá, pues voy a reunirlos
todos en uno.
BACO:
Y yo a llevar la cuenta con estas piedrecitas.
EURÍPIDES:
Aquiles, rey de Ftía, ¿por qué, si oyes
El estruendo feral de la matanza,
A aliviar sus trabajos, di, no vuelas?
Nosotros, habitantes de este lago,
Culto rendimos al sagaz Mercurio,
Egregio fundador de nuestra raza,
Y a aliviar sus trabajos tú no corres.
BACO:
Ya tienes dos trabajos, Esquilo.
EURÍPIDES:
¡Oh, el más ilustre aqueo, ínclito Atrida!
Jefe de muchos pueblos poderosos,
¿A aliviar sus trabajos tú no corres?
BACO:
Ya el tercer trabajo, Esquilo.
EURÍPIDES:
Silencio: las proféticas Melisas
De Diana van a abrir el templo augusto,
¿Y a aliviar sus trabajos tú no vuelas?
Yo puedo proclamar que los guerreros
Partieron con auspicios la victoria,
A aliviar sus trabajos tú no corres.
BACO:
¡Soberano Júpiter! ¡Qué infinidad de trabajos! Quiero ir
a bañarme; pues con tantos trabajos, se me han inflamado los
riñones.
EURÍPIDES:
Por favor, no te vayas antes de oír este canto arreglado para
cítara.
BACO:
Sea; pero pronto y sin trabajos.
EURÍPIDES:
¿Por qué los dos monarcas que comandan
La ardiente juventud de los Aqueos,
Flatotrato-flatotrat,
La aterradora Esfinge han enviado,
Perro factor de negros infortunios?
Flatotrato-flatotrat,
Vibrando el asta en la potente garra
El ave que impetuosa y vengadora,
Flatotrato-flatotrat.
Entrega al crudo diente de los perros,
Osados vagabundos de los aires,
Flatotrato-flatotrat,
Los que se inclinan al partido de Áyax,
Flatotrato-flatotrat.
BACO:
¿Qué es ese flatotrat? ¿En Maratón, o dónde has recogido ese canto
de aguadores?
ESQUILO:
No; yo di a lo que era ya bueno una forma igualmente bella, para
que no se dijese que cogía en el jardín sagrado de las Musas las
mismas flores que Frínico. Pero Eurípides, para tomar sus cantos,
acude a los de todas las meretrices, y a los escolios de Meleto, a
los aires de la flauta caria, a los acentos doloridos, y a los himnos
coreográficos, como os lo voy a demostrar sobre la marcha. Traedme una
lira. ¿Pero qué necesidad hay de lira para este? ¿Dónde está la mujer
que toca las castañuelas? Ven, oh Musa de Eurípides. Tú eres la única
digna de modular sus canciones.
BACO:
¿No ha imitado nunca esa Musa a las Lesbenses?
ESQUILO:
Alciones que gorjeáis sobre las olas
Infinitas del piélago salado,
Con gotas titilantes
De rocío menudas y cambiantes
El nítido plumaje salpicado;
Arañas que en los lóbregos rincones
De las habitaciones
Hi-i-i-láis la trama prodigiosa
Con la pata ligera,
Y con la resonante lanzadera.
El delfín cautivado
Por el son de las flautas delicadas,
Augurando un buen viaje,
Salta regocijado
En torno de las proas azuladas.
Adorno de la vid, crespo follaje,
Sostén lozano del racimo bello,
Enlaza, hijo, tus brazos a mi cuello.
¿Ves tú el ritmo?
BACO:
Lo veo.
ESQUILO:
¡Cómo! ¿Lo ves?
BACO:
Lo veo.
ESQUILO:
¿Y tú, autor de semejantes versos; tú que imitas al componerlos
las doce posturas de Cirene, te atreves a censurar los míos? Tales son
sus cantos líricos: examinemos ahora sus monólogos:
Oscuridad profunda de la noche,
Del fondo de tu abismo tenebroso
¿Qué ensueño pavoroso
Envías a mi mente conturbada?
Sin duda es un aborto del averno,
Un alma inanimada,
De horrible aspecto y de letal mirada,
Un hijo de la noche y del infierno,
De uñas de acero y veste rozagante.
La lámpara brillante,
Esclavas, encended, y al cristalino
Río hurtadle la linfa en vuestras urnas;
Calentadla y podré de este divino
Sueño purificarme,
Que en las horas nocturnas
Ha venido espantoso a atormentarme.
¡Oh Neptuno! ¿Qué es esto?
El prodigio funesto
Ved, mis consortes en destino impío,
¡Ah, Glice sin entrañas
Huye, huye, y se lleva el gallo mío!
¡Ninfas de las montañas,
Y tú, Mania, prended, prended a Glice!
Yo que estaba ¡infelice!
A mi labor atenta
El blanco lino hi-i-i-i-ilando
Que mi rueca cubría,
Y el ovillo formando
Que al despuntar el día
En la plaza pensaba
A buen precio vender; mas él volaba,
¡Ay!, volaba y con alas incansables
Por el éter cruzaba;
Y penas, penas, ¡ay!, interminables,
Me dejó solamente,
Y tristezas y enojos,
Y convertidos en perenne fuente
De lágrimas, ¡de lágrimas mis ojos!
Cretenses, acudid; hijos del Ida,
Con el arco homicida
En mi auxilio volad, cercad la casa;
Divina cazadora,
Diana gentil, acude con tus canes
Y registra los últimos desvanes.
Hécate, hija de Júpiter, enciende
Dos antorchas, y guía
A la mansión de la ladrona Glice;
Quizá, quizá a su luz, ¡ay infelice!
Pueda encontrar la pobre hacienda mía.
BACO:
Basta de coros.
ESQUILO:
Sí, basta. Ahora quiero traer una balanza, pues es el único medio de
aquilatar el valor de nuestra poesía, y calcular el peso de nuestras
palabras.
BACO:
Vamos, venid. Me veo reducido a vender por libras el numen de los
poetas, como si fuese queso.
CORO:
Las gentes de talento son muy ingeniosas. He ahí una idea peregrina,
admirable y extraña que antes a nadie se le había ocurrido. Yo, si
alguno me lo hubiese contado, no le hubiera dado crédito pensando que
deliraba.
BACO:
Ea, acercaos a los platillos...
ESQUILO Y EURÍPIDES:
Ya estamos.
BACO:
Recitad teniéndolos cogidos, cada uno un verso, y no los soltéis
hasta que yo diga: ¡Cucú!
ESQUILO Y EURÍPIDES:
Ya están cogidos.
BACO:
Decid ya un verso sobre la balanza.
EURÍPIDES:
«¡Oh, si el Argos jamás volado hubiera!...»
ESQUILO:
«¡Oh río Esperquio! ¡Oh pastos de los toros!...»
BACO:
¡Cucú! Soltad. ¡Oh! el verso de Esquilo baja mucho más.
EURÍPIDES:
¿Por qué?
BACO:
Porque, a ejemplo de los vendedores de lana, ha mojado su verso,
poniendo en él un río, y tú le has aligerado poniéndole alas.
EURÍPIDES:
Que recite otro y lo pese.
BACO:
Coged de nuevo los platillos.
ESQUILO Y EURÍPIDES:
Ya están.
BACO (A Eurípides.):
Di.
EURÍPIDES:
«De la Persuasión dulce es la elocuencia
El único santuario...»
ESQUILO:
«Solo la muerte es la deidad que no ama
Las oblaciones pías...»
BACO:
Soltad, soltad. De nuevo la balanza cae hacia el lado de Esquilo; y
es porque ha echado en el plato la Muerte, que es el más pesado de los
males.
EURÍPIDES:
Y yo la Persuasión; mi verso es inmejorable.
BACO:
Pero la Persuasión es cosa ligera y de poco peso. Vamos, busca
entre tus versos más pesados uno muy robusto y vigoroso que incline la
balanza a tu favor.
EURÍPIDES:
¿Pero dónde encontrarlo? ¿Dónde?
BACO:
Yo te lo diré: «Aquiles ha sacado dos y cuatro.» Recitad; esta es la
última prueba.
EURÍPIDES:
«Se apoderó de una ferrada maza...»
ESQUILO:
«El carro sobre el carro, y el cadáver
Sobre el cadáver...»
BACO (A Eurípides.):
Otra vez te ha vencido.
EURÍPIDES:
¿Cómo?
BACO:
Ha puesto dos carros y dos cadáveres, cuyo peso no podrían
levantar ni cien egipcios.
ESQUILO:
Dejémonos de disputar verso por verso: póngase Eurípides en un plato
de la balanza, con sus hijos, su mujer, Cefisofonte y todos sus libros, y
yo pondré solamente dos versos en el otro.
BACO:
Ambos poetas son amigos míos, y no quiero decidir la cuestión, pues
sentiría enemistarme con uno de ellos. El uno me parece muy diestro; el
otro me encanta.
PLUTÓN:
Entonces no has logrado el objeto de tu viaje.
BACO:
¿Y si sentencio?
PLUTÓN:
Te llevarás al que prefieras; y no habrás hecho en balde el
viaje.
BACO:
Gracias, Plutón. Ahora, escuchadme: yo he bajado aquí en busca de un
poeta...
EURÍPIDES:
¿Para qué?
BACO:
Para que la ciudad, una vez libre de peligros, haga representar sus
tragedias. Estoy resuelto a llevarme aquel de vosotros que me dé un
buen consejo para la república. Decidme: ¿qué pensáis de Alcibíades?
Esta es cuestión que ha puesto a parir a Atenas.
EURÍPIDES:
¿Y qué piensa de él?
BACO:
¿Qué piensa? Le desea, le aborrece y no puede pasarse sin él. Vamos,
decid vuestra opinión.
EURÍPIDES:
Detesto al ciudadano lento en ayudar a su patria, pronto en hacerla
daño, hábil para el propio interés, torpe para los del Estado.
BACO:
¡Bien, por Neptuno! Sepamos ahora tu parecer.
ESQUILO:
No conviene criar en la ciudad al cachorro del león. Lo mejor es
esto; pero una vez criado, es necesario someterse a sus caprichos.
BACO:
Por Júpiter salvador, quedo en la misma indecisión; el uno habló con
ingenio y el otro con claridad. Decidme ambos vuestra opinión sobre los
medios de salvar la república.
EURÍPIDES:
Poniendo a Cinesias, a modo de alas, sobre Cleócrito, de
suerte que el viento se llevase a ambos sobre las olas del mar...
BACO:
La idea es chistosa, pero ¿a dónde vas a parar?
EURÍPIDES:
Cuando hubiera una batalla naval podrían echar vinagre a los ojos de
nuestros enemigos. Pero voy a deciros otra cosa.
BACO:
Di.
EURÍPIDES:
Si confiamos en lo que ahora desconfiamos, y desconfiamos en lo que
ahora confiamos...
BACO:
¿Cómo? No entiendo. Dilo más llana y comprensiblemente.
EURÍPIDES:
Si desconfiamos de los ciudadanos en que hoy
confiamos, y empleamos a los que tenemos en olvido,
quizá nos salvaremos. Pues si con aquellos
somos infelices, ¿no conseguiremos ser felices empleando
a sus contrarios?
BACO:
¡Admirable! Eres el hombre más ingenioso, un
verdadero Palamedes. Dime, ¿esa idea es tuya
o de Cefisofonte?
EURÍPIDES:
Es mía; la del vinagre es de Cefisofonte.
BACO:
¿Qué dices tú?
ESQUILO:
Dime antes a quiénes emplea la república. ¿A
los hombres de bien?
BACO:
No; los aborrece de muerte.
ESQUILO:
¿Le agradan los malos?
BACO:
Tampoco; pero la necesidad le obliga a echar mano de ellos.
ESQUILO:
¿Qué medios de salvación puede haber para una ciudad que no
quiere paño fino ni burdo?
BACO:
Por favor, Esquilo, discurre alguno que nos saque del abismo.
ESQUILO:
En la tierra te lo diré; aquí no quiero.
BACO:
De ningún modo; envíales desde aquí la felicidad.
ESQUILO:
Se salvarán cuando crean que la tierra de sus enemigos es suya,
y la suya de sus enemigos; y que sus naves son sus riquezas, y
sus riquezas su ruina.
BACO:
Muy bien; pero los jueces lo devoran todo.
PLUTÓN (A Baco.):
Sentencia.
BACO:
Sentenciad vosotros. Yo elijo al predilecto de mi corazón.
EURÍPIDES:
Tomaste a los dioses por testigos de que me llevarías. Sé fiel a tu
juramento y elige a tus amigos.
BACO:
«La lengua ha jurado», pero escojo a Esquilo.
EURÍPIDES:
¿Qué has hecho, miserable?
BACO:
¿Yo? Declarar vencedor a Esquilo. ¿Por qué no?
EURÍPIDES:
¿Y aún te atreves a mirarme a la cara después de tu vergonzosa
felonía?
BACO:
¿Hay algo vergonzoso mientras el auditorio no lo tenga por tal?
EURÍPIDES:
Cruel, ¿me vas a dejar entre los muertos?
BACO:
¿Quién sabe si el vivir es morir, si el respirar es comer, si
el sueño es un vellón?
PLUTÓN:
Entrad. Baco, ven conmigo.
BACO:
¿Para qué?
PLUTÓN:
Para que os dé hospitalidad antes de que partáis.
BACO:
Bien dicho, por Júpiter; eso me agrada más.
CORO:
¡Feliz el poseedor de toda la sabiduría! Mil pruebas lo demuestran.
Esquilo, gracias a su ingenio y habilidad, vuelve a su casa para dicha
de sus conciudadanos, amigos y parientes. Guardémonos de charlar con
Sócrates, despreciando la música y demás accesorios importantes de
las Musas trágicas. El pasarse la vida en discursos enfáticos y vanas
sutilezas, es haber perdido el juicio.
PLUTÓN:
Parte gozoso, Esquilo; salva nuestra ciudad con tus buenos
consejos y castiga a los tontos: ¡hay tantos! Entrega esta cuerda
a Cleofón, esta a los recaudadores Mírmex y Nicómaco,
y esta a Arquénomo, y diles que se vengan por aquí pronto y sin
tardar. Pues si no bajan en seguida, los agarro, los marco a fuego, y
atándolos de pies
y manos con Adimante, hijo de Leucólofo, los precipito, hechos un
fardo, a los infiernos.
ESQUILO:
Cumpliré tus órdenes: coloca tú en mi trono a Sófocles para que me
lo conserve y guarde, por si acaso vuelvo; porque después de mí, le
creo el más hábil. En cuanto a ese intrigante, impostor y chocarrero,
haz que jamás ocupe mi puesto, aun cuando quieran dárselo contra su
voluntad.
PLUTÓN (Al Coro.):
Alumbradle con vuestras sagradas antorchas, y acompañadle cantando
sus propios himnos y coros.
CORO:
Dioses infernales, conceded un buen viaje al poeta que retorna a
la luz, y a nuestra ciudad grandes y sensatos pensamientos. De esta
suerte nos libraréis de los grandes males y del horrible estruendo de
las armas. Cleofón y los que como él piensan,
váyanse a pelear a su patria.