Hay horas para mí negras, amargas como la del huerto de Gethsemaní. Al contemplar la lucha incesante y cruel de todos los seres vivos, al tropezar dondequiera con la hostilidad y el egoísmo, me siento desfallecer como el Hijo del Hombre. Entonces, en este minuto aciago de desaliento y de duda, cuando miro caer pieza por pieza y derrumbarse ese mundo que la fe en Dios y el amor entre los hombres había levantado en mi conciencia, no me bastan los filósofos, no me bastan los poetas. Las palabras, por hermosas y concertadas que sean, no penetran en mi corazón. Quiero oír el acento de Dios, quiero ver su mano poderosa. Y me refugio en los conciertos de Weber o en las sinfonías de Beethoven, o bien corro al Museo y me coloco delante de los cuadros de Rafael y de Tiziano. Si esto no puedo, saco del armario un precioso grabado que allí guardo y representa un naufragio. Un buque de alto bordo, repleto de pasajeros, se va a pique por momentos. Los tripulantes, locos de terror, se encaraman por la borda sobre el aparejo y tratan de apoderarse todos al mismo tiempo de un bote salvavidas. Los más fuertes consiguen tocarlo ya con sus manos. Pero en aquel momento vacilan y vuelven la cabeza hacia un grupo de mujeres y niños que elevan hacia ellos sus débiles brazos suplicantes. Debajo de este admirable grabado hay estampadas en inglés las siguientes palabras:
«¡NIÑOS Y MUJERES, DELANTE!»
Es el grito generoso que se alza en aquel momento por encima de las olas y los vientos embravecidos. Es la voz que se escucha sobre esta pérfida y brutal Naturaleza, que nos tritura sin piedad, prometiéndonos la inmortalidad. Es nuestra carta de nobleza, rubricada por la mano de Dios.... Contra ella no hay Epicuros y Lucrecios que valgan. Este grito penetra en el fondo de mis entrañas como una revelación. Mi inteligencia se ilumina. Las piezas de aquel mundo derrumbado vuelven a juntarse. Mis ojos se llenan de lágrimas. Me siento repentinamente tranquilo, y, enjugando mi sudor de agonía, prosigo sereno el camino que el Cielo me ha trazado en este mundo.