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Cuento.
12 págs. / 21 minutos / 150 KB.
26 de octubre de 2020.
—Si me prometes guardarlo fielmente, te confiaré un secreto que hasta ahora no ha salido de mis labios.
—Puedes estar seguro...
—Sobre todo a los compañeros de la casa, ¿entiendes?... Bastante se han reído de mí.
Yo me llevé la mano al pecho, prometiendo eterno silencio.
Amorós bebió lo que quedaba en el vaso y, limpiándose los labios con el pañuelo, comenzó a hablar de esta suerte:
—Has de saber, amigo, que yo he estado en el otro mundo... (Si haces esas muecas, dejaré de hablar...) No sé cuánto tiempo he estado, pero certifico que he estado. Cuando me dí el tiro en la frente perdí el conocimiento, como todos sabéis, y estuve unas cuantas horas sin él... En efecto, no oí el disparo siquiera, pero al cabo de un instante desperté trabajosamente de mi sopor y pude darme cuenta de que estaba vivo y pensaba, pero me hallaba en completa obscuridad. Ya podrás comprender el terror y la angustia que se apoderarían de mí. Quería gritar, y no podía; quería moverme, y tampoco. Por fin, al cabo de algún tiempo, percibí una luz lejana, muy lejana, allá en lo profundo, y entonces me fué dado levantarme y bajar hacia ella. Oía al mismo tiempo un débil rumor de voces extrañas que tan pronto semejaban las notas de un piano, como palabras de cólera, risas y lamentos... Entonces me dije sin vacilar: «Estoy en el otro mundo.» Por caso extraño, esta idea, ni me horrorizó, ni me entristeció siquiera. Me puse a caminar, como te digo, hacia aquella luz tan lejana, y observé que, según iba descendiendo, las voces extrañas que había oído se iban haciendo más distintas. Era un rumor de muchedumbre que se agita y habla, pero no como se agitan y hablan las muchedumbres en la tierra, sino de un modo musical; parecía como si recitasen al piano alguna poesía. Acerquéme más; la luz se iba haciendo cada vez más intensa, y al cabo de un momento llegaron a mis oídos algunas palabras sueltas; después, frases enteras. «¡No somos nada; no somos nada!», oí repetidas veces...