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Este texto forma parte del libro «Los Papeles del Doctor Angélico».
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—Me aburría soberanamente. Un oficial ruso con quien trabé conocimiento en el hotel me dijo: «Estoy destinado a la fortaleza de Soukhoum-Kaleh. Mañana me voy. ¿Quiere usted hacer este viaje conmigo? El mismo barco que nos lleva le puede a usted traer. Es cosa de ocho días la excursión, y se divertirá y verá cosas nuevas.» Dicho y hecho; al día siguiente me embarco en un mal vapor, y en dos días llegamos al puerto de Soukhoum-Kaleh, en la Abkhasia. ¡Caballeros, qué vegetación! ¡Qué lozanía, qué atmósfera cálida y húmeda! Todo era allí exuberante y salvaje, lo mismo la tierra que el hombre. Igual impresión produce la Abkhasia que los alrededores de Río Janeiro...
—Pero, oye, camarada, ¿cuándo has estado tú en Río Janeiro?—interrumpió uno de los tertulios.
Esteve fingió no oir, y siguió imperturbablemente:
—Se encuentran los mismos árboles que en las regiones más cálidas de América; pero los naturales, que son verdaderos salvajes, no aprovechan aquel suelo privilegiado, y sólo cultivan el arroz, la cebada y verduras. Confieso que a los dos días de estar allí me aburría aún más que en Sebastopol. Maximitch, que así se llamaba mi compañero, no salía del café, y me obligaba a beber aperitivos sobre aperitivos. ¡Qué hombre aquel Maximitch! Pasaba la vida abriendo el apetito, y no se cuidaba de cerrarlo jamás. Curaçao, bitter, vermouth, ajenjo, amer Picón, etc., etc. Era un erudito en materia de estimulantes y, cuando llegaba la hora de comer, prefería quedarse en el café abriendo el apetito. Le pasaba lo que a aquellos catedráticos que tuvimos después de la revolución de septiembre, que dejaban transcurrir el año explicando la introducción al estudio de la asignatura, y llegaba el fin del curso y todavía no habíamos entrado en ella. Pues, como digo, me aburría, y para entretenerme hasta la salida del vapor propuse a Maximitch...
10 págs. / 19 minutos.
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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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