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Y yo pienso que, en efecto, el celeste riego vendría como de perlas.
* * *
El calor hace salir de sus cuevas a los garrobos que van a tomar
su ración de sol. En alto el hocico abierto, como implorando frescura y,
restirada la cola nudosa, se extienden sobre la corteza de algún
derribado troncón; o bien se quedan a las orillas mismas de los piñales,
recostados muellemente en la apacible blandura de las hojas marchitas.
Es también el momento en que, enervados por el bochorno de la hora, los
zopilotes dormitan en las ramas anquilosadas del viejo copinol, casi
descascarado y encanecido por los escabros y los musgos, como por una
nieve de años. Dormitan los zopilotes enervados, caído el pico,
desplumada el ala, enlutando con su fúnebre color la blancura calcárea
del esqueleto del viejo copinol. La culebra, tendida a lo largo, entre
el polvo de las veredas, se confunde con los pedazos de bejucos
tostados, que ruedan al acaso. Su ensimismamiento no es tanto que le
impida, al menor ruido de pasos que se aproximan, escurrirse
elásticamente, dejando apenas tras de sí ligero rastro ondulante. No hay
canto de pájaro que raye el pesado silencio. Es apenas el zumbido
incesante y pertinaz de una nube de moscones, que, revoloteando sobre
unos montones de estiércol apilado en un ángulo del corral, parece
querer arrullar con una monótona canturria el dormitar de un grupo de
gallinas encaramado en los brotones de tempate de la cerca. Al otro lado
de ésta, ya hacia al campo libre, dos parejas de cerdos se revuelcan,
tranquilos, en una ciénaga. Los cerdos se revuelcan, fruídos; remueven
el lodo, se lo echan encima con las trompas; procuran quedar medio
sepultos en aquella tibia envoltura; gruñen voluptuosamente; se rascan
los unos contra los otros; mueven las orejas con pesado ritmo; agitan la
cola pelada y engarabatada como un cínico interrogante, sucios y
repulsivos, sin sospechar que sus gloriosos antecesores fueron
sacrificados a Ceres por los atenienses que se iniciaban en los
misterios eleusinos, y que su sangre (que hoy sirve para embutir
prosaicos chorizos) sirviese entonces para rociar los bancos de piedra
de los Pritaneos, en el Agora, y así purificar el recinto de la
Asamblea. Ni tan siquiera, los ignorantones, tienen noticias de la
ternura con que relatara las travesuras de sus semejantes, en fluída y
amena prosa teniana, el sarmentoso e irónico Monsieur Federico Tomás
Graindorge, doctor en Filosofía de la Universidad de Jena, y socio
principal comanditario de la casa Graindorge and Co. (Petróleo y Cerdo
Salado) en Cincinnati, Estados Unidos de América.
4 págs. / 7 minutos.
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Publicado el 8 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.
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