Donde las Dan las Toman

Arturo Reyes


Cuento


I
II
III

I

Cuando Pepa la Tripicallera penetró en la sala de su madre, entreteníase ésta en hacer prodigios con la aguja en algo parecido á una chapona, acariciada por los intensos rayos de sol que inundaban el aposento y convertían en joyeles de piedras preciosas las flores que en tiestos y macetas orlaban el reducido balcón.

Entró Pepa en la estancia á modo de torbellino y sentóse sin decir oxte ni moxte en una silla, apoyó un codo en el espaldar y la mejilla en la palma de la mano y dió comienzo á redoblar nerviosamente con los tacones sobre los rojos ladrillos.

La señá Dolores desdobló el escuálido busto, se colocó las gafas á modo de venda sobre la rugosa frente y exclamó con acento de reproche, contemplando fijamente á su hija:

—¡Que Dios te los dé mu güenos!

—Usté perdone, madre, usté perdone; es que yo estoy mu malita, es que á mí mi hombre concluye por volverme loca.

—Pos hija tú tiées la culpa, pero ya á la cosa no se le puée echar tapas y medias suelas, asín es que ya sabes, ¡por un gustazo un trancazo!

—Pero si es que no se puée aguantar á ese charrán, marecita.

—Ya te lo decíamos yo y toito el mundo antes de que fueras á la parroquia.

—Sí, madre, pero es que yo tenía una venda en los ojos e mi cara.

—Y la tiées, pero, en fin, vamos á ver lo que tenemos de nuevo.

—Pos lo que hay de nuevo, es que yo no pueo más, que tengo repudría la sangre, que hace dos horas, al ir á casa de Pepita la Infundiosa, me trompecé con mi hombre y lo vide yo, yo, yo con mis ojos, pegar la hebra con Toñuela la de los Lunares, con ese estornúo de mujer, con ese tiesto, con ese gallo minino.

—¿Y qué más?

—¿Quiée usté más? Pos bien, sí señora que hubo más; porque cuando los vide me fui pa ellos y según dicen, la Toñuela ha salió un ojo como un melocotón, y... mire usté que reliquia voy á guardar metía en un guardapelo.

Y al decir esto sacó del bolsillo y mostró á su madre una maraña de pelo rubio y sedoso.

—Pos mira tú, bien podías regalármelo pa un añadió—dijo la vieja con acento irónico, y después recobrando la gravedad preguntó á la muchacha.

—¿Y qué pasó después que tú le jurgaste á la trenza á la Lunares?

—Pos pasó que á mi hombre, que está pidiendo á gritos lo que yo me sé, me llevó á la casa y asin tuviera yo rentas como tengo hoy en mi cuerpo cardenales.

Y al decir ésto, un borbotón de lágrimas desbordó en los bellísimos ojos de la Tripicallera.

—Vamos, no me llores tú—exclamó su madre besándola en las húmedas mejillas.

Y minutos después, decíale empujándola suavemente hacia la alcoba:

—¡Anda, anda ya y métete dentro, que ya estará al venir, y no tengas tú cudiao que lo que es hoy, va á salir de aquí el gachó con la saliba amarga como la tuera.

II

Toño sospechaba donde estaba su Pepa; durante una hora logró dominarse, no sin dar fin á una botella de Montilla, ayudado por Juanico el Torozona, en la taberna del Ballenero; pero después se le puso algo de pie en la conciencia, algo que le hubo de decir:

—No seas bruto, hombre, no seas bruto; tu Pepa es más bonita que el sol, más buena que un bálsamo, te quiere con delirio y tú eres un animal, porque después de faltarla un día sí y otro no y el de en medio, con toditos los jarambeles con que te tropiezas, le amoratas el cutis de terciopelo, y eso es una perrá, y el día menos pensao va á cansarse tu rosicler de aguantarte y va á remontar el vuelo, y ese día te va á dar á ti el tifus y el cólera, y hasta la fiebre amarilla, y vas á andar por esas calles de Dios haciéndole la competencia al Melena y al Joseíto el de Vélen.

Y pensando en aquello que le decía lo que se le había incorporado en la conciencia, no pudo aguantar más y...

—Ya vuelvo le dijo al Torozona, y salió de estampía sin prestar oído á lo que le decía casi á gritos su asombrado compañero.

Cuando nuestro hombre penetró en la habitación de la señá Dolores, se incorporó ésta violentamente, se dirigió y se detuvo delante de él, cruzó los brazos y exclamó con sordo acento de reproche:

—Ya te saliste con tu gusto, so pendón, ya te saliste con la tuya; y tenía que pasar, ¡no había de pasar! si lo estabas pidiendo á voces; si tú no podías tener á la vera un relicario como era la hija de mis sentrañas.

—Como era y como es—exclamó sordamente Toño.

—No; como es nó, como era; porque ya se ha enturbiao la fuente, y ya has conseguío lo que tú tanto querías.

—¿Qué es lo que yo he conseguío?—rugió Toño abriendo enormemente los ojos—¿qué es lo que dice usté, agüela?

—iQue quiées que yo digal Yo te di lo que no merecías, una prima hermana de la virgen del Carmen, y tú, que no distingues, te creístes que era una chanca y te empeñastes en tirarla á la calle y la tirastes, y es natural... como Julián el Tormenta estaba en la acera de enfrente esperando la luna... ¡pos velay tú!

No pudo continuar la vieja. Toño al oir aquello, había sentido morderle un tigre en el corazón; ¡su Pepa con el Tormenta

La señá Dolores se asustó de su obra, quiso enmendar el yerro, pero Toño, lívido y arrebatado, se lanzó hacia la escalera sin oir á la vieja que le gritaba.

—Ven, ven acá, por Dios, Antonio, mia que tó es mentira!...

III

Una hora después, estaban de regreso Pepa y la señá Dolores, en el aposento de ésta; habían recorrido todo el barrio, cada una de ellas por un lado, sin encontrar á Toño.

Apenas hubo tomado resuello un instante, exclamó la primera:

—Yo me voy, madre; yo me voy otra vez hasta encontrarlo; yo me estoy muriendo; á mí no me llega la camisa al cuerpo. ¡Virgen Santa, ¡Virgen Santísima y qué va á pasar, si mi Antonio se topa con el Tormental

Y cuando ya se dirigía Pepa hacia la puerta, se abrió esta violentamente y apareció en el umbral el Torozona, jadeante, sudoroso y con el semblante contraído.

Toro zona ¿y mi Toño? ¿dónde esta mi Toño?—preguntóle la Tripicallera con voz angustiada y cogiéndole violentamente por un brazo:

—¿Tu Toño?... tu Toño?

—Sí, sí, mi Toño ¿aonde está mi Toño¿

—En la cárcel—repúsole con voz sombría el recien llegado.

—¿En la cárcel? ¿y qué ha hecho, que ha sio lo que ha hecho?

—¡Pos no ha hecho cuasi na el angelito! diez años de chirona tiene el probe lo menos.

—Pero ¿por qué, Dios mío, por qué?—exclamó Pepa, rompiendo en desesperados sollozos.

—Pues por na cuasi; porque le ha metió una puñalá al Tormenta que no ha dicho pío tan siquiera. ¡Valiente puñalá! Como que parece que se la ha dao con el espolón del Carlos V.

Una exclamación de horror brotó de la garganta de la Tripicallera, mientras que la señá Dolores decía al Torozoiia con voz desgarradora:

—Y tó por mó de mí, Torozona, tó por mó de mí; vaya usté, por Dios, corriendo por un piquete pa que me den lo menos cuarenta tiros.

—Mejor será que sus traiga este pañito de lágrimas—exclamó el Torozona asomándose á la puerta del cuarto y volviendo con Antonio cogido por un brazo.

Y un minuto después, decíale Toño á Pepa mirándola con infinita ternura:

—Yo te había visto, mujer, yo te había visto; cuando tu madre me dijo aquella barbaridá, tú fuiste á salir de la alcoba y yo te vide esa carita graciosa, pero como el mal trago ya me lo habían jecho beber y se me había puesto al revés el corazón y había visto amortajaítas pa siempre las alegrías de mi pecho, dije yo—aonde las dan las toman—y pa que no juegues más con pistolas vizcaínas te voy á dar la esazón, y te la di; pero ya se acabó toíto y yo te perdono y tú me perdonas, y si tu madre y mi amigo lo premiten, te voy á dar un beso en esa clavellina que un divé te puso por cara pa quitarme una miajita del amargor que me habéis puesto en la boca.

Y se dieron el beso anunciado y algunos más, mientras la señá Dolores y el Torozona, sonrientes y satisfechos, contemplaban cómo brillaban iluminados por el sol cual si fuesen de riquísimas pedrerías las rosas y los claveles de las pintadas macetas.


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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