—Yo nací en Alcalá de los Gazules, jeché los colmillos en Estepa y me afeité por primera vez en Jerez de los Caballeros.
—Pos yo di er primer jipío en Teba, pero como los que me trujieron ar mundo eran trajinantes, pos trajinando, trajinando, se puée icir que me he criao en las provincias de Jerez, de Graná, de Málaga y de Armería.
—Pos mi vato era belonero, y mú hombre de bien, mejorando lo presente, y natural de Benamocarra y se llamaba Juan Caéna, pero era más conocío por el Panales, poique era hombre tó miel, y á mi madre le dicían la señá Catite.
—Camará, pos tendrá osté durce jasta la perilla del ombligo.
—¡Digo! cómo que según ice to er mundo yo soy cuasi caramelo.
—Pos ajúntese osté conmigo, que soy to azúcar, y vamos á poner ya mesmo, entre dambos, una confitaría.
—Menester era, poiqué lo que es el oficio no va dando ya ni pa jechá jumo, tan siquiera; como que ya se alumbran elértricamente jasta en el Torcal Antequerano.
—Pos no le digo á osté ná del mío; yo soy albardonero y de los de punta, pero ¡lo que pasa! tó está ca vez más peor, poique es que el que tiée una bestia la tiée, además de esmayá, como quien dice, en cueros vivos.
—La verdá es que la vía es una cuesta ca vez más empiná, y sa menester saber jasta latín pa poer arrecoger un puñao é trigo, ú tres manojos de espárragos, ú cuatro gotas de aceite pa jacer unas malas migas.
—Como que si no juera poique á uno no le sale de aentro, ni le rempuja la inclinación, debía uno ya haberse tiráo por un mal balate.
—¡Digo! como que si no juera poique á mi to lo que güele á caéna perpetua me pone er pelo e punta, á estas horas debería yo estar en uno é los puertos é la sierra, con el alto en la boca y la escopeta en la mano.
—No, hombre, eso nó; la hombría é bien es lo primero; ¡qué diría en el otro mundo la seña Catite al verlo á osté en un tan mal terreno, y en tan malilla postura!
—Me paece á mí, que eso lo ice osté con una miajita de quéa, compadre.
—¿Yo? cá, hombre, cá, ésto que yo igo, lo igo con er corazón en la mano; es que á mí esa vía aperreá me da miéo; como que yo no sé como se podrá vivir á sarto é mata y sobre tó cómo puée jechar un rengue sosegáo el hombre que tiée una mota en la consencia.
—Ni yo tampoco lo compriendo, camará, que hay cosas que na más que de pensallas le dan á uno repelusnos y escalofríos.
—¿Y tieé osté en su cubril muchos gazapos, compadre?
—Milenta mil mal contáos y tos entoavía con ombliguero; y osté tiene muchos gurripatillos?
—Milenta mil millones: si no se puée ya ni mirar á las jembras, si es que yo no jago más que mirar á la mía, y entovía no la he mirao, y ya está escupe que te escupe.
—¿Y cómo puée osté llevá tanto grano pa tanto pajarico?
—Ahí verá osté; y osté ¿cómo se arregla, compadre?
—Pos ahí verá osté; como osté se arreglará fijamente; comiéndose jasta las crines!
—Y ahora hacia aónde se camina?
—Pus pa el Burgo, yo soy argo pariente der cura; mejor dicho, de una parienta der cura... la Olores, la hija mayor de los Atnargosos, una jembra que de un estornúo parte un ladrillo y comba un plato... pero mujer de bien, eso sí, mu mujer de bien, y aparte de unos belenes que tuvo con Perico el del Borge y con los Panchos e Granaillo, no se le conoce ná no limpio en sus jarapos.
—Y ¿qué? ¿osté no va allí más que á su calor?
—Voy poique siempre que voy, er cura me dá argo pa que me vaya pronto der pueblo, poique como siempre que voy me esmejoro, er cura, que me estima bien, me ice que aquel clima me sienta mal, y lo que pasa, como el hombre tiée güen fondo, pos me alivia... Dios se lo pague... que á ese güen señor pa jacer obras é cariá lo echó su madre á éste mundo!
—Pos míe osté; no cría Dios dos cosas más desiguales; yo tamién tengo un pariente, que es cura y lo del parentesco es por condurto de una sobrina suya que es tamién argo parienta mía y pasa to lo contrario; siempre el hombre está á güertas con que me quée en er pueblo sin más obligación que jacer to lo que él y la parienta me manden.
—Pos camará, yo no sé en que está osté pensando; ¡pos si ese negocio es más bonito que la Girarda!
—Calle osté, hombre, ¡osté sabe lo pesailla que es la Cuira, y el mar genio que tiée er cura!
—Y eso qué importa, ¿tiée osté más que tener resirnación cuando platique con ella, y que ser humirde cuando le platique el otro?
Y solo el Supremo Hacedor sabe hasta cuando hubiera durado el diálogo de nuestros dos benditos protagonistas á no haber penetrado en aquel momento en la Venta del Ventolera, que así designan en Humaina y Roalabota el lugar donde aquellos dos nobles patricios platicaban, un nuevo personaje, hombre ya pasado, plegado, arrugado y casi del todo torcido por más de setenta navidades, vestido típica y pobremente y envuelto el escuálido busto en una manta que debió empezar á prestarle sus servicios, sin duda, allá en sus ya más que remotas, remotísimas mocedades.
El ventero que había estado escuchando el diálogo mantenido por el albardonero y el hijo de la Señá Catite, panza arriba sobre el empedrado suelo y con un albardón por almohada, medío incorporóse á la entrada del nuevo personaje y
—Ah, que es usté, tío Cantales—exclamó tumbándose de nuevo sobre el no muy bien mullido lecho, después que hubo conocido al recién llegado.
Este paseó una mirada por el interior de la cocina y
—Que Dios te bendiga y tamién á la compaña —exclamó, avanzando lentamente hacia el ventero.
—¿Y de aónde viée usté á estas horas, á pique de un repique?
—Pos ná, que me entretuve una miaja en el lagarillo del Serenito y aluego que me han entretenío tamién en la Jaza de los Picapica, el sargento del puesto con dos de los suyos, que sigún parece van esta noche á cazar alondras con los cencerros.
—Y en qué te entretuvieron esas palomas torcaces?
—En preguntarme jasta con qué me quito la caspa, camará... ¡y que no preguntan los gachones con mucha fantesía!¡y no le contestes, y te zumban una de tortas que se te cae jasta el apellío!
—Lo dicho por el tío Cantales parecía haber interesado en grado sumo á los nacidos en Teba y en Alcalá de los Gazules, y
—Oiga osté, agüelo,—preguntóle éste al tío Cantales, con acento un tantico inseguro—¿Jacia aonde irigían el ala esos güenos mozos? poique es que yo me tengo que dir, y quisiera tirar por el mesmo camino que ellos y dir á su amparo, que no quisiera yo que cuatro chavicos que llevo me los manoseara el Muleta, ese mal nació, que, que según icen, trae de cabeza á toitos los del tricornio.
—No me miente osté ar Muleto tan siquiera que se me quita er jálito,—exclamó el de los albardones incorporándose como asustado, al oir que podía tropezarse con aquel en su camino—no me lo miente osté, que me ha puesto osté que me ajogo en una saliva!
—Y que no es solo el Mulefo el que anda ahora por estos andurriales—exclamó el dueño de la venta con acento lleno de ironía, que no es ese solo, que si antes teníamos un cangro en er partió, ahora tenemos dos cangros, poique, sigún parece, se ha corrío jacia acá dende la serranía é Ronda el Niño del Vizcaíno.
—¡Virgen Santa é los Dolores!—exclamó el descendiente der tío Panales, con asustada expresión,—¡er Niño er Vizcaino ahora si que me voy yo tamién en busca de los del correaje amarillo y no me aseparo de ellos jasta que entremos en poblao.
—Esos mozos no se meten con los probes, y lo que es yo no les tengo mala volunta—exclamó el tío Cantales encogiéndose de hombros; y tan no les tengo mala voluntá que yo que no me los he trompezao entoavía, si me los trompezara ahora mismo, pongo por caso, y yo hubiera visto como he visto á los del tricornio, les diría.
—Oye tú, Muleto, y oye tú Niño, á ver si sus largáis de aquí, que sus va á goler la cabeza á pórvora y sería un contra Dios que sus pasara cosa de tan mal arate.
Y al decir esto sonrió irónicamente el viejo mirando con ojos radiantes de malicia á los para él, sin duda, desconocidos.
Estos posaron la interrogadora mirada en el tío Cantales; después miró el de Alcalá de los Gazules al hijo ilustre de Teba, sonriéronse disimuladamente ambos y
—¿Qué, mos vamos pa allá, en amor y compaña, no sea cosa que vayamos á tener un mal trompiezo por esos malos caminos?—preguntó el primero al segundo.
—Pos mié usté, no ha pensao usté malinamente, poique la verdá es que está la noche una miajita primatérica y siempre ven más cuatro ojos que dos, y siempre pueen más que un retaco dos retacos.
Y minutos después salían ambos proceres de la venta saltando los bardas del corral y decíale el tío Cantales al ventero con acento tranquilo y reposado:
—Camará, y que mó de poner pies en porvorosa! Pos ni que jueran esas dos criaturitas el Mule to y el Niüo del Vizcaino.
El ventero miró, con expresión socarrona, al tío Cantales, se rascó la cabeza después y canturreó:
«Yo soy un hombre cabal,
y lo soy por dos razones:
porque me gustan las jembras
y protejo á los ladrones».