Joseíto el Ecijano

Arturo Reyes


Cuento


I
II

I

—A esa potranquita de nácar la voy á poner yo más suave que un guante de cabritilla—dijo un día Joseíto el Ecijano al oir ponderar por centésima vez la índole altiva y desdeñosa de Lola la Pinturera, y

—Ya verá ese guachindanguito cómo, si se arrima á mí, se le va á mellar el filo y se le van á morir de repente toítas sus fantesías—exclamó Lola cuando le contaron lo que con relación á ella hubo de decir aquel famoso desbravador de potros cerriles y también famoso conquistador de mujeres de bandera.

No faltaron, como es de suponer, almas generosas que le fueran también con el cuento de lo dicho por la muchacha á Joseíto, el cual sintió, ponérsele de pie su vanidad de galanteador afortunado y desde aquel punto y hora dió principio á trabajar con las de Caín la interesante partida.

Y pasó un mes y pasó otro, y

—Camará, esa tórtola es de jierrecito colao—solía decir Joseíto cada vez que veía morir una de sus esperanzas y tenía que sufrir un sofión de la gentil capuchinera.

Y ya empeñado en juego tan peligroso, pronto empezó á llevar Joseíto casi constantemente en la imaginación el recuerdo de Lola la cual concluyó por metérsele en el alma de lo que quedó perfectamente enterado nuestro mocito al oir un día, de labios de Antoñuelo el Picapica, que un nuevo trovador empezaba á rondarle la reja á la niña de sus pensamientos, al oir lo cual sintió algo que le mordía en las entrañas y

—¿Quién es ese hijo de su madre que se ha empeñao en mojar la pluma en mi mejor aguaero?—preguntó á aquél con acento sombrío y reconcentrado.

—¿Que quién? Pues uno cualisquiera, uno á quien se le ha puesto sobre el corazón tomar ese castillito, pa intentar tomar el cual tié el mismo derecho que tú y que yo y que toíto el mundo, que no sé yo que tú le haigas podio poner vallas entodavía á esa almásiga de nardos y de claveles y de rositas tempranas.

—Es verdá—repuso Joseíto, taconeando nerviosa y acompasadamente con un pie sobre el entarimado suelo—mucha verdá, pero es que pa que yo consienta eso se necesita que antes me desangren á mí por dambos pulsos, y no creo yo que ese que tú dices, sea capaz de cargarse conmigo tan remalita faena.

Y diciendo esto, se incorporó bruscamente y se dirigió hacia la calle con paso lento y expresión meditabunda.

—Pero aónde vas, hombre?—le preguntó con aire inquieto el Picapica.

—¿Y qué sé yo? á que me dé el relente una miajita en la cara.

—Pos espérate una miajita que me voy á dir contigo.

—No, que quieo dir yo solo; que voy á ver si pueo hablar con Lola; que necesito yo hablar con esa gachí manque endispués presuma, como ya voy creyendo yo que va á poer presumir, de haber conseguío que arríe yo mi bandera.


La noche, aunque de otoño, parecía de estío; la brisa era cálida; el cielo brillaba recamado de estrellas, y Dolores, sentada á la puerta de su casa, desde la cual divisábase las obscuras laderas del Calvario, contemplaba con vaga abstracción el melancólico panorama.

Y cuando más sumergida parecía en sus meditaciones, llegó frente á ella Joseíto y

—Mu güenas noches,—le dijo con voz un tanto insegura á la vez que se urgaba cortesmente el ala del gracioso sevillano.

—¡Ah que es ustél Buenas noches, Joseíto—repúsole Lola, no pudiendo ocultar todo lo rápidamente que le convenía el júbilo que la proporcionara la inesperada visita.

—Sí, señora, yo que vengo con un ala á medio partir y con la otra partía.

—¡Josús y qué lástima de hombre—murmuró, sonriendo con expresión irónica, Dolores.

—Sí, señora, que es una lástima, y lo que yo le digo á usté es que esto no puée seguir asín, porque de seguir asín, una de dos, ó usté me quiée á mí á toa máquina ó yo pierdo la chabeta, y si yo llego á perder la chabeía, yo le juro á usté que van á tener que sacar la tropa de los cuarteles.

—Y to eso—dijo irónicamente la Pinturera,—na más que porque usté se salga con su cabezoná adelante.

—¡Cálle usté!—dijo con ruda expresión de sinceridad Joseíto—si yo ya estoy más arrepentío de aquello que de haber mudao la pluma; si aquello fué que yo tuve cinco minutos de tonto der tó y me fui una miajita de la lengua y dije lo que me debí callar, y ná... lo que pasa, que Dios me ha castigao y aquello que encomenzó por no ser naíta, se me ha vuelto un navio, y el navio me ha soltao toas sus anclas en mitá der corazón y en mitá der pensamiento y la vía diera yo ahora porque largara ya el velamen ese navio y no parara de navegar hasta que yo le avisara.

—Con que dice usté que se le ha vuelto un navio, ¿verdá? vamos hombre—exclamó la Pinturera mirando con expresión incrédula á su enamorado.—No comprende usté que yo ya me lo sé á usté de corrío y que á mí no me engaña usté ya por mucho que afine la puntería, y que yo ya no le quieo á usté ni manque me lo traigan á usté en un marco de peluche.

—Tampoco eso es verdá—repúsole sonriendo también incrédulamente Joseíto—usté, jugando, jugando, no se ha dejao coger como yo, toíto entero el corazón, pero algo se ha dejao usté coger en la trampa, y si usté está dentro de mí siempre, yo también estoy á ratos dentro de ese pechito de marfí que es aonde yo quisiera estar siempre pa mi gloria y mi martirio.

—¿Usté dentro de mi pecho? ¡vamos, hombre, que no hay justicia en la tierral—exclamó sonriendo la muchacha.

—Sí, señora, si no dentro der tó, casi dentro; ¿si se creerá usté que yo no tengo ojos pa ver y cencia pa adivinar; pues qué, si no fuera asín, si usté no me fuera tomando apego, como me lo está usté tomando, ¿se pondría usté tos los días como se pone detrás de los visillos na más que pa verme cuando paso por su calle presumiendo de jechuras?

—¿Yo detrás de los visillos pa verlo á usté?... vamos... hombre... ¿y usté se lo ha creío?... usté ha perdió ya tos los papeles, señor Pepe el Ecijano.

—Pudiera ser, pero tamién pudiera ser que algún día no tuviese usté metal de voz con que decirme eso que dice usté y que yo pudiese probarle que tamién le interesa á usté una miajita el corte de mi presona.

—Pues oiga usté lo que le digo; yo le juro á usté por los ojitos e mi cara, que el día que puea usté probarme á mí eso que está usté diciendo, ese día puede usté mandarle un recao urgente al cura de la parroquia, porque yo le prometo á usté que desde el punto y hora en que eso pase es el punto y hora en que ya puée usté empezar á pensar en la camita camera.

—Pos vaya usté eligiendo ya la tela pa el mosquitero que no han de pasar muchos días sin que yo la coja á usté en un renuncio, y ese día ó me cumple usté lo que me acaba usté de decir ó la mato á usté, salero.

II

—Sube, sube correndito, Dolores—gritó Pepa asomándose al corredor, desde el cual divisábase á su hermana, que junto al brocal del pozo, retorcía la ropa ya lavada, sobre un enorme lebrillo.

—Voy—exclamó aquélla, y soltando la sábana que retorcía, se dirigió rápidamente hacia las escaleras, al aire los redondos brazos, cayéndola el abundantísimo pelo en desordenados bucles sobre la curva frente y desbordándosele en negrísima crencha sobre la nuca; enrojecido por la fatigosa brega el fresco semblante, en cuyas tersas mejillas dos graciosísimos hoyuelos oficiaban, según el tío Bombita afirmaba, áejace-locos y matasanos, y poniendo de relieve al correr la suprema gallardía con que Dios la hubo de dotar al autorizar su venida al barrio de Capuchinos.

—Acaba de entrar en la calle; y te advierto que ya me va sabiendo á mí mal eso de que tos los días me pongas de centinela—exclamó Pepita con acento desabrido al ver llegar á su hermana.

Esta no paró mientes en tales protestas y se dirigió rápida al balcón, no sin cerrar antes la puerta de la sala.

—Ten cudiao no sea cosa, que te vaya á ver y te coja en un renuncio.

—No, con la sala á oscura no puée vernos, como no echemos un misto.

Y diciendo esto púsose casi de rodillas Lola, y por el limitadísimo espacio que dejaba libre uno de los visillos, posó la vista en la calle, por en medio de la cual avanzaba jinete en un caballo de gran alzada, cabos finos y enarcado cuello, Joseíto el Ecijano, oficiando casi de estatua sobre la típica montura, contorneada la musculosa pierna por el ajustado pantalón, la robusta pantorrilla por a reluciente media bota y el gallardo busto por una ceñida chaqueta, tan cerrada en el escote que apenas dejaba ver la roja corbata y el cuello de la camisa.

—¡Vaya si el niño es feo á tó meter—mur muró Pepa con ponderativa expresión contemplando fijamente, al través del limpio cristal, la cara enjuta, renegrida y pintada de viruelas, la ligeramente arremangada nariz, la boca grande de labios gruesos y encendidos y de etiópica dentadura; los rizosos tufos que invadíanle, en forma de caracol, las atezadas sienes, y los ojos, los enormes y dulces y acariciadores ojos, que ennoblecían el rostro de aquél, uno de los más famosos equitadores andaluces.

—Sí, que es feo apretao el mú charrán, y Dios no le ha debió de poner tanto rocío en la cara.

Pepa no le contestó á Dolores; pasaba en aquellos instantes por delante de la casa Joseíto con los ojos clavados en el balcón; y tanto quiso refrenar, al pasar por delante de ella, con su mano de hierro, el fogosísimo cabállo, que éste, aún no acostumbrado del todo á tales despotismos, tascó rabiosamente el freno y se revolvió iracundo.

Joseíto, habituado á tales rebeldías, le oprimió con las rodillas como con tornillos de acero el robusto lomo, hízole, recogiendo las bridas, unir la boca al pretal, golpeándolo á la vez con la ligera fusta en las redondas aucas, en tanto los vecinos se arremolinaban, hurtando el cuerpo al peligro.

El caballo, al sentir el humillante castigo hizo un poderoso esfuerzo por despedir al jinete, y hermoso y descompuesto, con la boca espumante y al aire las profusas crines, entabló una lucha desesperada, mientras Joseíto sacaba á relucir todos sus vigores y toda su agilidad y toda sus tantas veces acreditada maestría.

La lucha se prolongó algunos instantes, y cuando ya Dolores creía vencido al noble bruto, este giró vertiginoso y levantando las manos hizo perder los estribos al jinete.

—¡Que lo tiral—murmuró Dolores con voz acongojada, y

—¡Que lo tira, que lo tira!—gritaron todos al unísono en la calle, mientras Dolores, pálida y descompuesta, abría el balcón y se arrojaba de bruces sobre el amplísimo barandal.

Y, á su aparición, una sonrisa de triunfo serpeó por entre los encendidos labios de Joseíto, el cual, recobrando al punto los estribos se afianzó de nuevo en la silla, dominó instantáneamente la fogosa cabalgadura, que quedó como enclavada en mitad del arroyo y después, haciéndola avanzar caracoleando hasta llegar debajo del balcón de Lola, dijo á ésta con acento lleno de pasionales cadencias, coreado por los aplausos de los vecinos:

—Ahora mismito sí que me voy á dir en busca del cura si es que usté me lo premite.

—¡So charrán! que pa charrán vino usté al mundo, como que si yo me asomé fué porque creí que iba usté á dir á presumir en la luna.

—Aonde yo voy á dir ahora mismito es á platicar con el de la parroquia, porque yo creo que usté no tendrá más que una palabra y si no me lo cumple usté.


Me voy en busca del moro
y reniego de mi ley.
—Eso ya lo veremos esta noche.
—Pos hasta la noche, delirio.


Y rozándole suavemente con la acerada espuela los ijares, alejóse, al airoso trotar de su caballo Zapatero, Joseíto el Ecijano, uno de los más famosos desbravadores de potros cerriles de toda mi Andalucía.


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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