La Traición del Colmenares

Arturo Reyes


Cuento


I
II

I

Como la noche era fría y lluviosa y mucho el viento que penetraba por las rendijas del enorme portalón de la posada, todos los que en esta convertían en alcoba el amplísimo zaguán y en jergones y cabezales los aparejos de sus respectivas cabalgaduras, habíanse congregados, huyéndole al relente, junto á la gran chimenea de campana.

Reliados en las mantas, abrigadas las cabezas por el típico pañuelo de yerba atado sobre la nuca, y con el cigarro entre los labios dormitaban algunos de aquellos tumbados alrededor de la alegre fogata.

El tío Pretales habíase acomodado también cerca del fuego, cuyo rojizo resplandor iluminaba fantásticamente su figura ya casi senil, que, aunque flaca y rígida, aun recordaba remotas gentilezas y ya pasadas bizarrías; su rostro enjuto y de mejillas escuálidas, su nariz ligeramente acaballada, sus ojos, si ya hundidos, grandotes y de dulce mirar; sus labios gruesos y aún sostenidos por una dentadura burladora del tiempo, y su cabello si ya blanco como la nieve, aun tan abundante que salíasele por bajo del pañuelo en anillados y revueltísimos mechones.

El traje que vestía era fiel testimonio de los gustos de los jacarandosos de antaño, y aun llevaba con garbo relativo el típico marsellés con sobrepuestos obscuros, el calzón rematado en la rodilla por relucientes caireles; ya en mal uso la polaina un tiempo embellecida por vistosísimas labores; zapatos de baqueta, y amplísima faja color de sangre que hacía resaltar el blancor de la pechera, en que ya confundíase el antiguo bordado con el reciente zurcido.

Sentado sobre la manta, envuelto tal vez en la cual retara antaño lluvias y tempestades, y fumando en silencio un cigarro de imponentes dimensiones, oía el viejo la conversación de los allí congregados, en un silencio desdeñoso; y sólo de cuando en cuando cruzábase afectuosa su mirada de león envejecido con la del tío Zarzamora, dueño de la posada, que sentado sobre unas cajas de pasas entreteníase en picar un poco de tabaco con una cachicuerna de Albacete.

La conversación recayó sobre la aparición del hijo del famoso Julián Heredia el Mochuelo en la misma serranía donde su padre marcara con sangre y con tropelías el rápido y violento zig zag de su azarosa existencia, y

—Pos lo que es el chavalete parece que se las trae—exclamó Tobalico, el cosario de Teba, como si recordara complacido alguna de las hazañas del joven bandolero.

—De casta le viee al galgo ser rabilargo! Que el que jizo que lo trajeran al mundo, entoavía cuasi no había sortao los calostros cuando ya andaba caballeando con un retaco al arzón y con el alto en la boca.

—Aquellos eran otros tiempos y otros hombres—murmuró suspirando el tio Zarzamora.

—Otros los tiempos!—exclamó con rudo acento Juan el Baqueta.—Los hombres sernos siempre los mesmitos; pero es que los que usté dice no tenían como ahora el ferrocarrí jasta en el cielo de la boca cuasi, ni daba er campo como dá ahora más civiles que madroños la serranía.

—En eso tieés razón tú—díjole el posadero con expresión de hombre convencido.

—No la he de tenerl Pos si no juera por eso, no estaríamos cuasi tós los probes dándole el alto jasta á las agachaeras der río? Lo que pasa es que hoy no se tiran ar monte más que los que no tieen más remedío que jacer eso ó corgarse de la copa de un árbol de los que llegan ar cielo con las ramas.

—En eso tamién hay argo que arrebajar; y si no, poiqué se ha tirao al campo el hijo del Mochuelo? Poique ese no ha sio por necesiá, poique toito er mundo sabe que tieé suyas de su pertenencia, más obras e viñas que garbanzos dá Alfarnate y sombreros Almogía.

—Lo der Mochuelo no ha sío por necesiá; eso lo sabemos tós que ha sío por custión de jarapos y jaraperas; poique si él se ha tirao ar camino ha sio por lo de la puñalá á Don Paco, el amo del lagar del Trabuco, que andaba simbeleándole su chanelo; y como él sabe que, endispués de lo jecho, si lo trincan, del rempujón que le van á meter va á dir á parar á Ceuta ú ar Peñón, pos velay usté; él se habrá dicho, entre morirme coiniíto de miseria en er Peñón ó que me metan una de á onza en el cuerpo, pos habrá escojío la más de su gusto y... eso, la de á una onza será la que el mozo andará buscando!

—Pos se la encontrará fijamente—dijo sacando yesca y eslabón para encender de nuevo el cigarro el tío Pretales—se la encontrará, poique lo que es hoy no se pueé caballear como no sea montao en el rabo de una estrella, y hoy pa ganarse honramente un padre de familia un bocao de pan en ese negocio, sa menester tener dos ángeles de la guarda sentaos á la cabecera.

Y el tío Pretales dejó escapar un suspiro.

—Y oiga usté, tio Zarzamora—preguntóle á éste Toño el Bambusa—el padre del Mochuelo no fué tamién de la partía der Be Iones?

—Sí que lo jué!

—Y es verdá lo que icen der Beloncs, que era más valiente que el Ci?

—Vaya si lo era! Y quince veces más; aquel sí que era un hombre aonde se ponen los hombres.

—Sí que lo era—exclamó con voz sorda el ti o Pretales.

—Lo conoció su mercé acaso?

—Que si lo conocí! Vaya si lo conocíl—murmuró tristemente el viejo—Probejulián; aquel sí que era un mozo de chipé, y aluego más güeno que el pan, y si pa sus enemigos era un león, pa con sus amigos era en cambio un mansísimo cordero.

—Y á ese lo mataron tamién en el campo?

—Lo mataron; pero no los que andaban cazándolo, si no sus penas; lo que le pasó en el lagarillo del Colmenares jué lo que se lo llevó á la seportura, poique como er probe estaba ya apuntaillo pá ético desde er tiro que le metieron entre pecho y espalda una vez en el Tajo de los Cipreses!

—Y qué jué lo que le pasó en lo del Colmenares?

—Que lo cuente er Zarzamora—dijo el viejo, á quien la conversación aquella parecía haberle entenebrecido el semblante.

—Pos cuéntelo usté, tío Zarzamora.

—Sí, cuéntelo usté, agüelito.

—Pos lo contaré, caballeros, lo contaré—repúsoles aquél metiéndose la cachicuerna en la faja, mientras curiosos y no curiosos se arremolinaban á su alrededor, para no perder palabra del, sin duda para ellos, interesantísimo relato.

II

—Pos, señor—dijo el río Zarzamora no sin antes sacudirse de las palmas de las manos algunas partículas de tabaco. Era allá por los tiempos en que yo entoavía miraba á una jembra y la dejaba paralítica, cuando ya andaba por esos campos dando más sartos que una pelota, Julianillo el liciones, que, mejorando los presentes, era un mozo de una vez, con el pelo jaro, los ojos azules; con el cuerpo una miajita flaco y con la cara una miajita de mal color, pero simpático y garboso como er que más; con el corazón como una ternera de grande, la mano pronta, la vista de lince, y además mejor ginete que el mismísimo Santiago.

—¿Tenia mucha edá cuando se dió á conocer entre las abulagas der monte ese mocito?

—Cuando se echó por primera vez al campo, veinte, añillos mal cumplios; pero cuando yo digo, ya llevaba cinco ú seis de cumplir con su obligación, pero sin jacer más daño que alijerarle la faltriquera á los ricos que se topaba en el camino.

—Asina deben ser los ladrones.

—Pos bien, una tarde en que andaban casi jurgándole la baticola los que lo perseguían, tuvo que ampararse del largar del Colmenares, donde si él no conocía, tenía mucha vara alta su tiniente.

—Y quién era su tiniente?—preguntó el Tarajallo el, cual, con los codos en las rodillas y la barba en las palmas de las manos como en un á modo de barbuquejo, parecía interesadísimo en el relato del Zarzamora.

—Pos no ricuerdo yo ahora el nombre de aquel pájaro,—repúsole el posadero después de cambiar una furtiva mirada de inteligencia con el tío Pretales.

—Lo mesmo dá, siga usté contando ese sucedió—díjole impaciente el Bambusa.

—Pos bien, como diba diciendo, llegaron capitán y tiniente al lagar, aonde fueron recibíos cómo con palmas y olivos, sobre tó por Dolores la Campechana, ú sea la hija del arrendaor: una jembra que á Dios tronchaba por lo rebonita que era, y lo era poique lo era, poique tenía un cuerpo de los que resucitan á los difuntos y una cara de las que quitan er sueño á un catalértico.

El Betones, que era hombre de gusto, entoavía no había acabao de ver á la Campechana cuando empezó á jacérsele agua la boca, y como el hombre se tuvo que quear escondió allí unos cuantos días, pos ná, lo que pasa, que en aquellos dias se entendieron los muchachos y se colaron en el querer, cosa que, sigún parece, hubo de sentarle mu malillamente al Colmenares. Y como éste era un viejo que se le podía recomendar á cualisquiera pos en cuántico se comió la partía de lo que pasaba en su cubril, trincó una tarde al Belones, se lo llevó á lo más escondió del arroyo y le dijo que se había dequivocao de medío á medío, que él no habia criao con tantas fatigas á su Lola pa que se la robara er primero que llegase y que á él naide le metía el corazón en un puño á rumbo de valentía, y que si él tenía un retaco él tenía dos escopetas y que si él tenía el alma en su sitio, él no se la había dejao orviá en ninguno de los cajones de su cómoda de caoba.

—Pos ya debía ser tatniéu durito de marcar el Colmenares!

—Duro y con las tripas más negras que er jollín y con el corazón más grande que una cantera.

—Y er Detones, qué? no le metió ningún crujió ar viejo?

—Dos ó tres veces estuvo el hombre tentao de metelle una dentellá; pero como la hija le había cojío er corazón de medío á medío, pos el mozo se acordó de la hija y aguantó al padre, el cual, comprendiendo que el otro no quería pelear con él, le juró jaciendo una cruz con los déos y besándola, que si gorvia á poner los piés en Colmenares lo mataba ú daba el soplo á los encargáos de rizarle toita la cabellera.

—El Betones que era hombre capaz de comerse sus propios riñones, se encogió de hombros y endispués de haber dejáo las cosas como dibujá, montó aquella tarde en su jaco y se largó otra vez á la sierra á seguir jaciendo méritos y valentías.

—¿Y qué?—preguntóle el Tarajallo al Zarzamora al ver á éste detenerse en su relato.

—Aspera hombre que voy á escupir y á tomar una miajita de resuello.

—Si hombre, escupa usté tó y toico lo que usté quiera.

—Pos bien—continuó el Zarzamora tras breves instantes de reposo—como cuando er querer se mos agarra á los sótanos es más peor que un tigre, pos lo que pasa que el Beloties y la Campecharía ya que no podían verse á la luz del sol, pos se veían á la de las estrellas y arguna estrella hubo de dirle fijamente con el cuento al Colmenares, poique éste se enteró mu prontito, de que el Betones se había colgao jacía ya tiempo á la bandola, ar tesoro de su casa y que tós los sábados ó cuasi tó los sábados se descolgaba por allí á media noche, y que su hija le abría la puerta der corral y que allí se estaba jasta que empezaba á clarear el nuevo día.

Enterarse de esto el Colmenares y empezar á ahullar fué tó uno, pero como el viejo tenía una voluntá más firme que un yunque, pos se tragó tó er veneno y un anochecer en que la Campechana esperaba ar Bcloncs, creyó notar la Campechana algo que no era lo de tós los dias en los ojos de su padre y de su hermano y llenito de arfileres er pensamiento al ver que aquellos se metían en el pajar, arrimóse como púo á ellos sin ser vista y cuando se aseparó der pajar llevaba la probe la muerte en los ojos y la muerte en el pensamiento.

—Pos que había sio lo que habia pasáo en el pajar?

—Pos lo que pasó en el pajar jué que er padre y el hijo estuvieron platicando y el segundo le dijo ar primero que estaba jecho su encargo y que en cuanto se metiera en la ratonera er Belones iría él á avisalle á las gentes y que ya reunios se pondrían en acecho unos en el atajo de los Cubriles y otros en el camino de los Claveles tan y mientras los Colmenares se emboscarían en la veréa que le queaba libre pa golver á la montanera.

—Poseí Colmenares jué un Jiias; milenta mil veces un Júas—exclamó lleno de generosa indignación Joseito.

—Y que jué lo que jizo la Campechana?—preguntóle lleno de impaciencia otro de los oyentes al Zarzamora.

—Pos la Cainpechana—dijo éste—cuando oyó aquello pos cuasi se murió de ripente, pero como era una jembra de una vez, viendo que ya no tenía tiempo pa avisalle á su hombre, esperó á que su hermano y su padre se salieran del lagar á acechar el arribo del Betones, el cual á la media hora estaba llamándola ya como siempre, imitando el canto del cuco.

—La Campechana que era de las que saben morderse, cuando es preciso, el corazón, lo recibió como si no ocurriera naita y respondió con agasajos á sus agasajos y le dijo que se subiera á su sala tan y mientras ella diba á ver aonde estaba su padre que la traia una miaja soliviantá aquella noche.

—El Betones que era hombre que si debía no temía, se jué tan tranquilo á la sala de su Lola, y la Lola se salió al patio, pero no con su zagalejo encarnáo, ni con su corpiño de percal, ni con su delantal de encajes, sino vestía á lo varoní, con unas ropas de su hermano, una ropa que lo mismo podía ser las de su hermano que las del Betones y apenitas hubo salió der corral, se asomó á la puerta y apenitas se asomó, cuando lo primerito que se tiró á la cara jué á su hermano y á su padre, seguios de los encargaos de arreglalle el tupé á su hombre, y entoavía no los había acabáo de filar cuando plantóse de un brinco en la yegua del Belones, trincó la escopeta y metió las espuelas al animá que salió arroyo arriba más disparáo que una bala.

—Y qué?—que jué lo que pasó?—pi eguntaron simultáneamente varios de los cosarios y arrieros.

—Pos lo que tenía que pasar y lo que se había propuesto la Campechana, ú sea que los Colmenares y los otros se creyeran que ella era el Belones, y tan se lo creyeron tós que al verla salir de estampía, pos se tiraron

la cara la escopeta y pun... pun,., pun... y na que á la primera descarga le tumbaron la yegua de un balazo!

—¿Y la Campechana?

—La Campechana á la que entoavía no le había jurgao un plomo y á la que le convenía armar mucho estrupicio pá que su hombre pusiera piés en porvososa pos se alevantó como púo y largó los dos tiros der retaco y siguió de pira jasta las Madroñeras, aónde una bala que le entró por un costáo la hizo caer agonizando sobre unos zarzales y allí mismito la cobraron ya muerta los que la perseguían, que por cierto fueron los primeritos en llegar los mismísimos Colmenares.

—Vaya una jembra con alma y con corazón y con volunta!—exclamó uno de los del auditorio; y después continuó interrogando al narrador.—Y qué dijieron los Colmenaes al trompezarse con ella en las agonías?

—Pus por poquito si revientan allí de la rabia y de la pena que Ies dió á dambos; como que jasta á los civiles se le sartaron las lágrimas y les dolieron las sentrañas.

—¿Y el Belxmes?

—El Belones que al olor de la pólvora se había puesto en salvo, cuando se enteró de aquello, encomenzó á toser más y más y á escupir más y más y tanto escupió y tosió e probe que á los seis meses estaba ya en el otro mundo con la Campechana.

—Y al Colmenares? no le pasó ná al Colmenares?

—Al Colmenares le dieron lo suyo: un día amaneció con más puñalás que boquetes tiée una regaera, en el mismísimo arroyo de su casa.

—Y quién fué el guapo que le dió su mereció?

—Dicen que fué el tiniente der Betones.

—Y como se llamaba su tiniente?

El Zarzamora volvió á mirar con interrogadora expresión al tio Pretales, el cual correspondió á la suya interrogadora, con otra mirada despótica y hasta llena de amenazas.

—Pos la verdá es que no lo ricuerdo—murmuró encogiéndose de hombros,—pero ya sus lo diré cuando me acuerde, que ya me acordaré. Dios mediante, yo algún día.

Y media hora después roncaban cosarios y arrieros, todos cerca de la lumbre, con los aparejos por jergones y almohadas y reliados en sus mantas, mientras el tío Pretales seguía fumando y contemplando el llamear de la lefia en el hogar con ojos llenos de honda y vaga, de negra melancolía.


Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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