I
No sabía Dolores la Milagrito á qué carta quedarse ni por qué calle tirar en aquella á modo de encrucijada en que acababan de colocarla los inesperados requerimientos de amor de Joseito el Caramelo, y después de una noche de insomnio y de vuelcos y más vuéleos en la cama, y de suspiros y más suspiros, tiróse del lecho, y con el cabello todavía en desorden y sin mirarse, quizás por primera vez en sus veinte años, al espejo, salióse al patio, ansiosa de respirar, á pleno pulmón, la brisa de la mañana.
Esta, como todas ó casi todas las de estío en Andalucía, era fresca y perfumada, y un viento suave agitaba mansamente las verdes pámpanas de las higueras y las prendas que, puestas á secar sobre sogas y tomizas, fingian á modo de gallardetes y de blanquísimas banderolas.
Dolores respiró con avidez el aire fresco y perfumado, y sentándose en la silla en que solía dormir la siesta la Señá Pepa la Tulipanes, entregóse de nuevo á sus tristes cavilaciones.
Y tan cavila que te cavila estaba nuestra gentil protagonista, que ni cuenta se dió por lo pronto de que entreabriéndose una de las puertas de las habitaciones del patio, daba paso á la señá Pepa, á una viejecita además de enflaquecida, encorvada, con la barba en el pecho y en la barba la punta de la nariz y casi en las orejas la comisura de los labios, y vestida con una falda limpia y zurcida, una chaquetilla de la misma tela y un pañuelo obscuro que le cubría, casi del todo, el pelo, escaso y blanco como la nieve.
La señá Pepa avanzó lenta y silenciosamente apoyándose en una caña, y se detiene delante de Dolores contemplando su figura juvenil y gallardísima, su rostro de regulares facciones, de ojos rasgados y obscuros y boca algo grande y de labios purpurinos; de tez de tonos suaves y sangrientos, obscurecidos junto á la oreja, en el entrecejo, y en el labio superior, por matices aterciopelados y tan obscuros, casi, como sus cejas pobladas y como su rizosa y abundantísima cabellera.
La señá Pepa, tras contemplarla en silencio durante algunos instantes, golpeó con la caña en tierra, y exclamó con voz cascada y falta de ritmo:
—Güenos días, madrugaora de mis ojos, Dios te dé mú güenos días.
Dolores levantó la cabeza y le repuso sonriendo melancólica:
—Mu güenos, señá Pepa, mu güenos mos los dé un dize, que güeña farta que mos jace.
Avanzó la vieja hasta llegar junto á Dolores, la cual habíase levantado para dejarle su asiento, y después de sentarse, sin llenar el requisito de cortesía de darle las gracias, exclamó:
—Y ¿cómo levantaíta tan tremprano? ¿qué ha sío lo que no te ha dejao de dormir? ¿los mosquitos ó ¡as cavilaciones?
—¡Los mosquitos! ¡no son malos mosquitos los que me tien quitao á mí er sueño, señá Pepa!
—Pos si no son los mosquitos, quereles tieen que ser: que á tus años, Lola, «cuando no se duerme y se vela, es porque el querer mos castiga».
—Yo no sé si son los quereles; lo que yo sé es que no he podío pegar los ojos en toa la noche, y que tengo la cabeza abierta de tanto pensar y el cuerpo dolorío de tanto volverme y revolverme sobre mi jergón de crin y mis armojás de lana.
—Peroles que te ba tocao la quinta, ú qué es lo que le pasa á una niña más bonita que un lucero?
—Pos lo que á mí me pasa es... que voy á dar un reventío, si es que Dios no lo remedia.
—¿Un reventío tú?
—Sí, señora, un reventío yo.
—Y eso ¿por qué?
—Pus porque... usté sabe que jace ya la mar de tiempo que yo estoy cuasi al habla con Toñico el Carameño, ¿verdá que lo sabe usté, señá Pepa?
—Pos naturalmente que sí; ¡como que eso está á chavo y á cuarto en toita la provincia!
—Y ¿usté sabe tamién que ayer se me arrimó, cuasi con er corazón encogío, Joseito el Cartujano?
—Eso no lo sabía yo; no sabia yo que se te había arrimao ese confite.
—Y ¿usté sabe quién es Joseito el Cartujano?
—Vaya!., pos dejuro que lo sé... el hijo de Cañamaque... un gachó no mal plantao, y que paece que está jecho de cartulina y prendió con alfileres.
—Y ¿á Toño lo conoce usté mucho, verdá?
—Vaya... como que muchas veces le canté la nena... Como que cuando nació yo vivia paré por medío, con su madre, que esté en gloria, la probe Catalina; un arma é Dios, ¡con un corazón más grande que una torre, y un pico pa jaberas y pa polos que quitaba, pero que quitaba, toitas las tapaeras der sentío!
—Pos bien; lo que á mí me pasa, señá Pepa, es que Toño me quiee á mi bien; Toño anda etrás e mi cuasi dende que yo enseñaba entoavía las pantorrillas, y manque Toño no me llena á mi del tó, la verdá es que le tengo güena voluntá á Toño; pero Toño... Toño... Toño...
—Toño... qué?
—Pos que Toño no tié más que la noche y el dia y...
—En eso me paece que tú no estás en la fija—exclamó interrumpiéndola bruscamente la Tulipanes—porque Toño gana, ñopa pasear en carricoche ni pa poner una ruleta, pero sí lo bastante pa que no se le ajile nunca el velo del paladar y pa no tener que andar nunca en cueros vivos.
—Eso también es verdá, que ganar... gana... pero no le luce... no le luce, y fijamente será que tendrá el hombre arguna hipoteca... argun saliero; que pa arrecojer las aguas se jicieron las canales.
—Pos él no es vicioso, ni es vicioso, ni tiee malas jechuras, y como simpático lo es jasta dejárselo de sobra.
—Si no digo yo que nó, pero vamos á lo que más me interesa; y lo que más me interesa es, que, como le he dicho á usté, se me ha arrimao Joseito el Cartujano y me ha pidió compromiso, y compromiso pa que mos casemos á rota batía; y usté sabe mu bien que el Cartujano habiyela la mar de partieses, y que además de habiyelar la mar de partieses no es mal mozo; y además... lo que dice mi madre, que me dice.—No seas tú lila, Dolores, que con los quereles no se come, que del gusto nace el disgusto y que la necesiá es como el zarzal, tó pinchos; conque vamos á ver si te dejas tú de cosas, y si el Cartujano viée como Dios manda, duro con el Cartujano jasta que se te errita, y si á Toñico le sabe la cosa á jieles, que se bañe ú que no se bañe, ú que se tire por el Morro, ú que emigre á la Argentina.
—Tu madre siempre pensó asín; pa tu madre nunca hubo ni más Dios ni más Santa Maria que las de circulación forzoza; y por eso, por eso siempre le lució retantísimo la cabellera, y siempre vivió como los propios ángeles, y no calzó nunca más que botas é tafilete ni vistió nunca más que batas de sea, ni se adornó los déos nunca más que con cintillos de rubíes.
Y con tanta ironía hubo de decir ésto la señá Pepa, que exclamó Dolores con acento suplicante y mirándola de hito en hito:
—Si lo que yo quiero, agüelita, si por lo que yo me he salió trempano al patio es na wás que por que usté me aconseje.
Mia tú. Olores—repúsole la vieja haciendo un mohín de desagrado—á mi no me pías consejos porque no te los voy á dar; ¿tú te enteras? Y no te los voy á dar porque me duele ya el alma de meterme en camisas de once varas, y de salir siempre jechita un pingo de toítas las custiones.
Ahora bien, lo que yo te digo es que... yo, manque te parezca mentira, tuve tamién veinte años, y si no juí ninguna maravilla, tampoco juí ningún pantasma; y á los primeros vuelos me salieron como á ti dos pajaricos con ganitas de embragarme, el uno Juan el Rana y el otro mi Paco, hoy mi señó Frasquito, y el Rana tenía más billetes que celdas tiee un panal y arvellanas un arvellano, y mi señó Frasquito tío tenía más que un trapito atrás y otro alante y dos pares é carcetines; y yo me casé con mi señó Frasquito porque asi me lo dirtó el corazón, y si bien es verdá que pasé muchos tramojos y muchísimas fatigas, tamién es verdá que si es siempre duro el coscorrón, tamién es verdá que son blandos, y más que blandos á veces, los migajones.
II
Lo que aquella mañana hubo de decirle la señá Pepa á Lola, traía á ésta hecha un mar de confusiones, y llegada que fué la hora en que Toñico solía ir á su casa á quedarse tonto de gusto, mirándola, salióse, como siempre, al patio, y sentóse junto al brocal del pozo, junto al cual solía sostener sus sabrosas pláticas con su fiel enamorado.
—Pero oye tú, Lola—le preguntó la sefiá Rosalía, la casera, con voz llena de retintines—¿es que esta noche no tiée mejor empleo en la ventana tu presonita graciosa
—Eso será sigún lo que me pía el cuerpo—repúsole aquélla con acento malhumorado.
—Pos Joseito el Cartujano es quien lo dice; él es el que dice á tó el que lo quiere oir que esta noche viee á las diez á tu reja, pa tratar contigo de las primeras amonestaciones.
—Eso será sigún y como, ¿verdá tú,Olores?—preguntó á ésta el tío Paco el Cenachero; y al ver que ésta no le contestaba, continuó:
—La verdá es que yo tampoco sabría por qué camino tirar, y yo en et pellejo del Carlameño, armaba un jollín que había de sonar más que una retreta.
Pronto se generalizó la conversación entre los vecinos, y ya empezaba á sentirse cansada Dolores, cuando penetró en el patio Toñico el Car lame fio, el cual, con el semblante triste y contraido, después de saludar á la concurrencia con voz sorda, dirigióse á Dolores, cogióle bruscamente una mano, la contempló con angustiosa ansiedad, con una mirada toda pena, toda súplica, toda amor, y preguntóle con voz trémula, con voz casi asustada y tan apagada que no pudo ser oida más que por Dolores.
—¿Es verdá, Olores, lo que me acaban de dicir? ¿es verdá que vas á dejarme por uno al que le dicen Joseito el Cartujano?
Dolores contempló á Antonio con mirada cobarde, y repúsole, procurando sonreír, y «on acento tembloroso:
—Y ¿quién ha sío el malita sangre que te ha dío á ti con esa mala noticia?
—¡Qué importa quien haiga síol... uno... y, ¡camará si me dieron tentaciones de matar al que me lo dijo! pero aluego recapacité, y como yo comprendo que yo no me merezco que tú seas pa mí, me dije: puée que sea verdá... puée que no me quiera... pueé que quiera á ese otro, y si ella quiee á ese otro, peirle que deje de quererlo sería como si me dijierau á mí, manque me lo dijiera el rey en presona, que dejara yo de querer á la que es aun más que el agua que bebo, y que el aire que respiro.
—Pos ¡no he de quererte yo á tí, Toño! no he de quererte yo á tí, mi Toño!—exclamó Dolores, á quien, más que las palabras, el acento vibrante y hondo, y casi sollozante de aquél empezaba á lastimar el corazón y á despertar la conciencia.
—Sí, ¡si yo no digo que no me quieras!., ¡no digo yo que no!... tú me querrás, pero como se quiee á un amigo... á un amigo... ¡qué pena más grande! Dolores, ¡qué pena más grande! yo, desde jace mucho, muchísimo tiempo, no he pensao en nadie más que en tí; tú has sio siempre el rosal que me ha llenao el alma y el pensamiento de flores; cuando tenia un pesar, una duquita de muerte, pensaba en tí y se me orviaba mis ducas; cuando me dolía el cuerpo de tanto trabajar, día y noche, decía yo: «anda y paese y rómpete si sa menester, cuerpo mío, que es por ella y pa ella lo que sufres y lo que paeses, que es pa juntar pa que á ella no le farte naita, pa que tenga gloria que se le antoje»; y yo trabajaba, y trabajaba, y juía de los amigos y no pisaba una taberna, y á juerza de suores y de fatigas, tenía ya, sin que la tierra se enterara, toítas las plumas pa fabricar mi nío, y cuando pensaba en dicirte, mía, Dolores, aquí tiées mi corazón y mi 11 ío, dambos pa tí, si es que tú los quieres; cuando temblaba tó de alegría... cuando me creía haber ya ganao la gloria, cuando...
Y tuvo que enmudecer Toñico el Carianteno y una lágrima, una sola, osciló entre sus largas y negrísimas pestañas.
Dolores vió aquella lágrima, vió á Toño restregarse brutal y rabiosamente los ojos con los puños cerrados, y algo, noble y tierno, se le incorporó en el alma, y
—Pero ¿quién ha sío el remalita sangre que te ha dicho á tí, que yo no quieo pa raí tu nío y tu corazón? ¿quién ha sio el que me ha alevantao ese farso testimonio?
Y una hora después, mientras Toño el Cartameño, radiante de gozo, veíase retratado en las anchas pupilas de Dolores, y el Cartujano
alejábase, aburrido y desesperado, de la calle, cansado de lucir el
garbo de su persona por delante de la cerrada reja de la mujer en vano
solicitada; las vecinas seguían cuchicheando animadamente en pintorescas
agrupaciones, y la señá Pepa, y el señó Frasquito, sentados en el
umbral de su sala y bañados en luz de luna, recordaban, sin duda, con
melancólica vaguedad, al contemplar á Toño y á Dolores, su ya bien
remota juventud, y sus muertas alegrías.