Nota Inicial
Este libro estuvo, ya aceptado y con buena prensa, a punto de publicarse por una gran editorial. Esto que tiene aquí es el original que llegó a ella. Con otras formas se ha visto en muchas páginas, y hasta se ha llamado “El Romualdo” porque se usó el nombre mi amigo en su transmisión por varias redes.
Trata de los tiempos heroicos de las o los BBS, lo que hoy le añade un toque de nostalgia que, desde luego, no empequeñece su estricto sentido del humor. Tampoco empequeñece su valor histórico. Todos los personajes son ficticios y posiblemente el autor, que ruega que este libro no sea impreso con fines comerciales, pero que nada tiene que decir a que, quien lo desee, lo incluya en sus páginas.
Primer aviso. Las leyes que gobiernan la informática
Las siguientes y sabias sentencias no son atribuibles a la pluma del autor: han dado ya varias veces la vuelta al mundo, demostrando, en todos los casos, su incuestionable veracidad.
Leyes de Murphy
1. Si algo puede fallar, fallará.
2. Si hay la posibilidad de que algunas cosas fallen, la que causará más daño será la primera.
3. Si algo no puede fallar, lo hará a pesar de todo.
4. Si se aprecia que existen cuatro posibles maneras de que algo pueda
fallar, y se soslayan, en seguida se desarrollará una quinta para la que
no se está preparado.
5. Por sí mismas, las cosas tienden a ir de mal en peor.
6. Si algo parece que va bien, es obvio que se ha pasado algo por alto.
7. La Naturaleza siempre esta del lado del fallo oculto.
8. La Naturaleza es perra.
77. Los únicos productos que no funcionarán en tu ordenador son los únicos que verdaderamente necesitas.
Comentario de O'Toole a las leyes de Murphy
Murphy era un optimista.
Teoremas de Ginsgberg
1. No puedes ganar.
2. No puedes desempatar.
3. Y tampoco puedes abandonar el juego.
Segundo corolario de Forsyth's a las leyes de Murphy
En el momento en que ves la luz al final del túnel, se te cae el techo encima.
Ley de Weiler
Nada es imposible para el hombre que no tiene que hacerlo por sí mismo.
Leyes de la programación de ordenadores
1. Cualquier programa, cuando funciona, ya es obsoleto.
2. Cualquier programa cuesta más y dura más cada vez que se ejecuta.
3. Si un programa es útil, deberá ser modificado.
4. Si un programa no es útil, deberá ser documentado.
5. Cualquier programa tiende a expandirse hasta llenar toda la memoria disponible.
6. El valor de un programa es inversamente proporcional al peso de sus "outputs"
7. La complejidad de un programa crece hasta que excede la capacidad del programador que debe mantenerlo.
Ley de Pierce
IN ANY COMPUTER SYSTEM, THE MACHINE WILL ALWAYS MISINTERPRET, MISCONSTRUE, MISPRINT, OR NOT EVALUATE ANY MATH OR SUBROUTINES OR FAIL TO PRINT ANY OUTPUT ON AT LEAST THE FIRST RUN THROUGH. (Porque la informática se expresa en inglés de forma habitual. Vaya entrenándose)
Corolario a la ley de Pierce
Cuando un compilador acepta un programa sin error, en su primera pasada, seguro que el programa no hace lo que se desea.
Adición a las leyes de Murphy
En la naturaleza nada es siempre correcto. En consecuencia, si todo fuera bien... algo estaría equivocado.
Ley de Brook
Si a la primera no funciona, transforma tu juego de datos.
Ley de Grosch
El poder de tu ordenador aumenta proporcionalmente a la raíz cuadrada de su coste
Golub's Laws of computerdom
1. Los objetivos borrosos se usan para evitar el estorbo de estimar los costes correspondientes.
2. Un proyecto mal planeado tarda tres veces más de lo esperado; un proyecto meticulosamente planeado tarda solo el doble.
3. El esfuerzo requerido para el método justo se incrementa geométricamente con el tiempo.
4. Los equipos de programación detestan los informes de progresos semanales porque reflejan vivamente lo poco que progresan.
Ley de Osbord
Las variables no varían; las constantes si.
Leyes de Gilb sobre la inexactitud
1. Los ordenadores son inexactos; los humanos, más.
2. Cualquier sistema que dependa de la exactitud humana es inexacto.
3. Los errores indetectables son infinitos en variedad, en contraste con los detectables que, por definición, son limitados.
4. La inversión en exactitud se incrementará hasta que exceda al
probable costo de los errores o hasta que alguno insista en trabajar en
serio.
Postulados de Troutman
1. La blasfemia es el único lenguaje entendido por todos los programadores.
2. No se descubrirá el más nocivo error hasta que el programa lleve en producción seis meses.
3. Las tarjetas de fichas que en modo alguno puedan ser trucadas, lo serán.
4. Las cintas intercambiables no lo son.
Y las dos que siguen se las dejamos en inglés, para que sepa lo que
llega a sufrir un informático aún en los asuntos más triviales:
5. IF THE INPUT EDITOR HAS BEEN DESIGNED TO REJECT ALL BAD INPUT, AN
INGENIOUS IDIOT WILL DISCOVER A METHOD TO GET BAD DATA PAST IT.
6. IF A TEST INSTALLATION FUNCTIONS PERFECTLY, ALL SUBSEQUENT SYSTEMS WILL MALFUNCTION.
Ley de la entomología informática de Lubarsky
Siempre hay un error (bug) mas.
Segunda ley de Weinberg
Si los constructores construyeran los edificios del modo en que los programadores escribieron los programas, entonces el primer pájaro carpintero hubiera destruido la civilización.
Ley de Gumperson
La probabilidad de que algo suceda esta en relación inversa a lo deseado.
Ley de Gummidge
La acumulación de experiencia varía en relación inversa al numero de declaraciones entendidas por el publico en general.
Primera ley de Zymurgy sobre la evolución de sistemas dinámicos
Una vez abres una lata de gusanos, el único modo de volverlos a meter es usar una lata mayor (los viejos nunca mueren, solo se desarrollan en latas mayores).
Ley de Hardvard, aplicada a los ordenadores
Bajo las condiciones más rigurosamente controladas de presión, temperatura, volumen, humedad y otras variables, el ordenador hará lo que le de la gana.
Ley de Sattinger
Funciona mejor si lo conectas.
Ley de Jenkinson
No funcionará.
Aproximación al postulado de Horner
La experiencia varía en relación directa con el equipo que se estropea.
Ley de Keops
Nunca se construye nada sobre planos o con presupuesto
Regla de precisión
Cuando te acercas a la solución de un problema siempre ayuda si sabes la respuesta.
Séptima excepción de Zymurg a la ley de Murphy
Cuando llueve, te mojas.
Leyes de Pudder
1. Todo lo que empieza bien acaba mal.
2. Todo lo que empieza mal acaba peor.
Regla de Westheimer
Para estimar el tiempo que toma hacer una tarea: Estima el tiempo que piensas que durará, mutiplícalo por dos y cambia la unidad de medida a la siguiente unidad más alta. Por tanto pon dos días para una hora de tarea.
Teorema de Stockmayer
Si parece fácil, es duro. Y si parece duro, está malditamente cerca de lo imposible.
Corolario de Atwoods
No se pierden los libros al prestarlos excepto aquellos que querías conservar especialmente.
Tercera ley de Johnson
Si te falta un número de cualquier revista, será el que contiene el artículo, explicación o instalación, que estabas mas ansioso por leer.
Corolario a la tercera ley de Johnson
Ya sea que te falte, lo hayas perdido o tirado, que sea de tus amigos.
Ley del Harper's Magazine
Nunca se encuentra el artículo hasta que se reemplaza.
Ley de Brooke
Incorporar potencia a un software anticuado lo retrasa más.
Cuarta ley de Finagle
Una vez estropeado un trabajo, cualquier cosa hecha para mejorarlo sólo lo empeorara.
Regla de Featherkile
Cualquier cosa que hiciste, es lo que planeaste.
Ley de Flap
De todo objeto inanimado, independientemente de su posición, configuración o propósito, se puede esperar que actúe en cualquier momento de forma totalmente inesperada, ya sea por razones totalmente oscuras o completamente misteriosas.
Ley de Mikie de la última reconciliación
La vida es dura, pero me gusta.
Segundo Aviso. Cómo se comunican los informáticos entre sí
Los informáticos, aunque perfectamente capaces de hablar en su jerga,
prefieren comunicarse por escrito, a veces declarando como variable el
nombre propio. Supongamos que usted es una persona normal que quiere
decirle a Antonio que si es buena la película «El silencio de los
corderos». Coge el teléfono y se lo pregunta. Asunto concluido.
Un informático no funciona así. Cierto que también coge el teléfono,
pero para conectarlo al ordenador. Luego marca el número de un BBS
(Tablón de anuncios electrónico o Bulletin Board System) y le teclea la
cosa a Antonio. Así:
DE: Arturo Robsy
A : Antonio Gómez
SOBRE: Corderos
Oye, Antonio, ¿es buena El Silencio de los Corderos?
Un saludo.
Al cabo de unas horas, o de unos días, cuando vuelve a llamar a ese BBS, puede encontrarse con la respuesta:
DE: Antonio Gómez
A : Arturo Robsy
RESP. PARA: Corderos
Demasiada lana.
Un saludo.
Además, quizá se de el caso de que al informático en cuestión ya se le haya olvidado la pregunta que hizo a su amigo, con lo que quedará muy preocupado pensando, durante horas si es preciso, en lo que quiere decir Antonio con eso de «demasiada lana».
Pero así son los informáticos: gracias a sus maravillosas máquinas, siempre encuentran la forma más difícil de hacer algo sencillo... Por ejemplo, todos los BBS tienen una opción que se llama CHAT y que sirve para charlar con el operador del sistema (SysOp, o System Operator) y, a veces, entre los usuarios que estén conectados, a la vez, dentro del mismo ordenador, revueltos con los componentes electrónicos pero diferenciados en parte.
Sucede entonces una conversación tecleada, mucho más lenta de lo que es posible describir, pero extraordinariamente extensa: allá queden los teléfonos de voz para gentes menos evolucionadas que no saben más forma de comunicarse por escrito a distancia que las cartas o los faxes. Lógicamente, telefónica gana con estos procedimientos modernísimos mientras que los informáticos pagan a gusto por esta experiencia alucinante.
Cuando estaba terminando este libro, le dije a mi buen y madrileño amigo Francisco Álvarez, encargado del área de Bromas de un BBS de la red Fido:
DE: Arturo Robsy
A : Francisco Alvarez
SOBRE: A ver qué hay.
Tú, que estás en ello hasta el cuello, ¿por qué no me envías algunas
de las barbaridades que, sobre informática, se comentan en el área de
Bromas, Francisco?
Un saludo.
A lo que él repuso, de madrugada:
DE: Francisco Álvarez
A : Arturo Robsy
RESP. PARA: A ver qué hay
¿Te van las Leyes de Murphy?
Un saludo.
Al día siguiente, yo:
DE: Arturo Robsy
A : Francisco Álvarez
SOBRE: Ya las tengo
Ya las tengo.
Un saludo.
Este brillante diálogo se prolongó durante algunos días, hasta que «subió» el texto que sigue un poco más abajo. Aviso que «subir» (upload) es enviar por cable un fichero, mientras que «bajar» (download) es llevarse uno, si las líneas lo permiten en ambos casos, porque nuestra querida Telefónica, dicen las malas lenguas, todavía tiene en servicio centrales de los años treinta.
Y el texto:
(97) Wed 8 Jul 92 17:41
By: Francisco Alvarez
To: All
Re: Hola a todos
St: Local
@MSGID: 2:341/15.7@FidoNet 5f119fd1
@PID: FM 2.01
* Forwarded from "Chistes y Paridas"
* Originally by Simon Hernandez Dalmau
* Originally to All
* Originally dated 1 Jul 1992, 23:06
Hola a todos!!!.
Soy nuevo en esta área. Primero decir que me he encontrado con cosas
muy simpáticas aquí. Me encantó lo de los partes de accidentes y voy a
ver si mi padre me deja una cosa por el estilo que le vi una vez.
Bueno, para no aburrir, ahí va mi primer chiste (si me pegan no cuento más, palabra).
¿En qué se diferencian un vendedor de coches usados y un vendedor de ordenadores?
.
¡¡¡En que el primero sabe cuando miente!!!.
(Espero que no sea demasiado viejo).
Lo que voy a contar ahora no son chistes sino anécdotas reales como la vida misma. Son verdaderas guindas de la informática.
Un cliente que se va a comprar un ordenador (un 386) mantiene el siguiente diálogo con el vendedor:
— ¿Bueno, y este ordenador, es un SX o un DX?
— SX, DX, ¿qué mas da, si los dos son 386?
(fuerte ¿eh?, pues ahí va otro).
De esto hace años (no recuerdo cuantos). Era un cliente que se iba a comprar un Sinclair QL (¿se acuerdan de él, el de los microdrives?):
— Oiga, ¿y qué ventaja tiene el QL sobre el AMSTRAD CPC?
- Es que el QL tiene un bit de paridad más fuerte... (!?!?!?)
(Otra joya , verdad?)
¡Ah!, por si alguien no lo habia adivinado, los dos vendedores eran los únicos, preparadísimos, inenarrables, inconfundibles e inaguantables vendedores estrella de El Corte Inglés.
Bueno, hasta otra...
Adeu...
... ARRRRRGGGHHH!!!! ... Tensión breaker, had to be done.
Blue Wave/RA v2.10
SEEN-BY: 341/8 10 13 15 19 20 21 23 26 27 28 32 346/4
---
* Origin: El punto gordo (2:341/15.7)
(432) Wed 9 Sep 92 18:13
By: Francisco Alvarez
To: All
Re: Chiste informático..
St: Local
@MSGID: 2:341/15.7@FidoNet 7e91b90a
@PID: FM 2.01
* Forwarded from "Chistes y Paridas"
* Originally by Jorge Pérez
* Originally to Javier Ascanio
* Originally dated 30 Aug 1992, 5:37
> Y en esto que el diablo le responde:
> ...
> ...
> ...aaaaamiiiiiigoooooo......, es que eso era una DEMO!
¡Eh!, muy bueno, de verdad (8 (8
Aquí os mando algo sacado hace tiempo de alguna red (creo que Internet).
No sé si se ha puesto aquí, y si es así os pido disculpas. Por cierto,
originalmente estaba en inglés y lo he traducido yo mismo.
-------------- cut, cut, cut ---------------
P: ¿Cuántos tíos de IBM hacen falta para cambiar una bombilla?
R: 100. Diez para hacerlo, y 90 para escribir el documento número
GC7500439-0001 (Utilidad del Sistema Multitarea de Fuentes
Incandescentes), del cual el 10% de las páginas contienen sólo "Página
dejada en blanco intencionadamente", y el 20% de las definiciones son de
la forma "Un ....... consiste en secuencias de caracteres no-blancos
separados por blancos".
%%%%%%%%%%%%%%%
"Hay dos formas de escribir programas sin errores. Sólo la tercera funciona"
"Si alguien dice «Quiero un lenguaje de programación en el que sólo necesite decir lo que quiero», dale una piruleta"
%%%%%%%%%%%%%%%
En su primer día como conductor de autobús, Maxey Eckstein entregó
una recaudación de 65 dólares. Al día siguiente fueron 67. El tercer
día, 62. Pero el cuarto día entregó más de 283.
-"¡Eckstein!", exclamó el cajero. "Esto es fantástico. Esa ruta nunca dio tanto dinero. ¿Qué pasó?"
-"Bueno, después de tres días en aquella ruta, pensé que así el negocio
no prosperaría, así que me fui a trabajar a la calle catorce. ¡¡Oiga,
esa calle es una mina!!"
%%%%%%%%%%%%%%%
Un programador es una persona que parece un experto preciso sólo por
ser capaz, después de innumerables perforaciones, de entregar una lista
infinita de respuestas incomprensibles, calculadas con precisión
micrométrica, de premisas vagas basadas en cifras discutibles tomadas de
documentos inacabables y hechas mediante instrumentos de precisión
dudosa por personas de dudosa fiabilidad y mentalidad cuestionable, para
el simple propósito de confundir a un desesperado departamento que fue
lo suficientemente desafortunado como para pedir la información en
primer lugar.
--- IEEE Grid newsmagazine
%%%%%%%%%%%%%%%
El tacto es la habilidad necesaria para decir que un hombre tiene una mente abierta cuando tiene un agujero en la cabeza.
%%%%%%%%%%%%%%%
¡¡Enhorabuena!!. Ha comprado un aparato excelente que le dará miles
de años de funcionamiento sin problemas, excepto que usted lo destruya
mediante alguna típica maniobra de consumidor cabezahueca. Por ello le
pedimos que POR FAVOR, POR DIOS, LEA ESTE MANUAL DE USUARIO
CUIDADOSAMENTE ANTES DE DESEMPAQUETAR EL APARATO. USTED YA LO HA
DESEMPAQUETADO, ¿NO?
LO HA DESEMPAQUETADO, LO HA ENCHUFADO, LO HA ENCENDIDO Y HA ENREDADO CON
LOS BOTONES, ¿NO? Y AHORA, SU HIJO, EL MISMO QUE UNA VEZ ECHO SALSA EN
SU VIDEO Y LO PUSO EN AVANCE RAPIDO ESTA TAMBIEN MANOSEANDO LOS BOTONES.
¿VOY BIEN? Y USTED ESTA EMPEZANDO AHORA A LEER LAS INSTRUCCIONES, ¿EH?
TAMBIEN PODRIAMOS ROMPER DIRECTAMENTE ESTOS APARATOS EN LA FABRICA ANTES
DE ENVIARLOS, ¿SABE?
--- Dave Barry, "Read This First!"
%%%%%%%%%%%%%%%
(...)
Pero el más grande Pionero de la Electricidad fue Thomas Edison, quien
fue un brillante inventor a pesar del hecho de haber tenido poca
educación formal y haber vivido en New Jersey. El primer invento
importante de Edison en 1877, fue el fonógrafo, que pronto se pudo
encontrar en miles de hogares americanos, donde permaneció hasta 1923,
cuando se inventaron los discos. Pero el mayor logro de Edison llegó en
1879, cuando inventó la compañía eléctrica. El diseño de Edison fue una
brillante adaptación del simple circuito eléctrico: la compañía manda
electricidad por un cable al cliente, e inmediatamente recupera la
electricidad por otro, y luego (esta es la parte brillante del invento)
la vuelve a mandar al cliente otra vez.
Esto significa que una compañia eléctrica puede vender a un cliente el
mismo lote de electricidad miles de veces en un día sin que le pillen,
ya que pocos clientes se toman el tiempo de examinar de cerca su
electricidad.
En realidad, el último año en el que se produjo electricidad en USA fue
1937; las compañías eléctricas han estado simplemente revendiéndola
desde entonces, y esta es la razón por la que tienen tanto tiempo para
preparar subidas de tarifas.
--- Dave Barry, "What is Electricity"
%%%%%%%%%%%%%%%
La probabilidad de que alguien te mire es proporcional a la estupidez de lo que hagas.
%%%%%%%%%%%%%%%
Hay tres formas de conseguir que se haga algo: hacerlo tú mismo, pagar a alguien para que lo haga, o prohibir a tus hijos hacerlo.
%%%%%%%%%%%%%%%
He aquí un experimento simple que le enseñará un principio eléctrico
muy importante. En un día fresco y seco, frote sus pies en una alfombra,
después meta la mano en la boca de un amigo y toque uno de sus
empastes. ¿Notó como su amigo se sacudió violentamente y gritó de dolor?
Esto nos muestra que la electricidad es una fuerza muy poderosa, pero
que no debemos usarla para dañar a otros a no ser que necesitemos
aprender una lección importante de electricidad.
%%%%%%%%%%%%%%%%
LOS LENGUAJES DE PROGRAMACION MENOS CONOCIDOS
CAP. 17. SARTRE
Toma su nombre del fallecido filósofo existencialista. Sartre es un lenguaje extremadamente inestructurado. Las sentencias en SARTRE no tienen ningún propósito, simplemente están ahí, por lo que a los programas en SARTRE se les permite definir sus propias funciones. Los programadores en SARTRE tienden a ser aburridos y depresivos, y no son divertidos en las fiestas.
%%%%%%%%%%%%%%%
Lo bueno de los standards es que hay tantos entre los que elegir...
— Andrew S. Tanenbaum
%%%%%%%%%%%%%%%
Regla de Precisión de Ray:
Mide con un micrómetro. Marca con tiza. Corta con hacha.
-------------- cut, cut, cut ---------------
¿Qué, os ha gustado? Pelín largo, pero creo que merece la pena (8
--------------------
Un Saludo: Jorge
--------------------
SEEN-BY: 340/4 341/5 8 10 13 15 18 19 20 21 23 25 26 27 28 32 343/4 108
SEEN-BY: 343/401 344/3 5 6 10 345/501 346/4 9
---
* Origin: El punto gordo (2:341/15.7)
No haría falta explicarlo, pero allá va: el informático adulto, que tantas rarezas padece, tiene un envidiable sentido del humor, lo que le hace más especial aún en esta tierra donde el humor tiende a confundirse con los histriones armados con boina y cachava. Gente evolucionada, la informática, al margen de los vicios del siglo, pero tremendamente sensible a los apagones eléctricos.
Tercer aviso. ¿Qué es un ordenador?
Breve historia de un informático tópico
Podría decirles que soy SysOp de un BBS (312-8N1) instalado en un 286, conectado por una Net a un 386, arquitectura de 32 bits legítimos, con un caché de H.D. y 8 MB de RAM, pero mucho me temo que correría cierto peligro de ser conducido ante el psiquiatra y acusado allí de padecer delirios en público.
Y no sería del todo cierto, pues sólo deliro contemplando los recibos de Telefónica o considerando mi intención de voto. Pero, sí, soy un SysOp, abreviatura de System Operator, o sea, el operador de un sistema que es, concretamente, mi BBS 2.001, iniciales de Bulletin Board System o Tablón de Anuncios Electrónico, que funciona conectado a la red telefónica mediante un Modem, palabra formada por MOdulador/DEModulador. El número 312, significa que se puede conectar conmigo a 300, 1.200 y 2.400 baudios de velocidad de transmisión. Los aficionados de toda España llaman a mi BBS y, además de dejarse mensajes entre sí, intercambian programas de dominio público.
Y llegamos a lo importante: este formidable tinglado funciona en el interior de un 286. O sea, de un ordenador AT (Avanzada Tecnología) que tiene un «bus de datos» de 16 bits, o sea, que cada partícula de información que mueve de un lado a otro, a velocidades próximas a la luz, corresponde a 16 números binarios. Los AT, como cualquier otro electrodoméstico, se conectan a la red.
¿Qué es, pues, un ordenador?
— Una máquina infernal, de duro corazón de silicio que, para sus adentros, se expresa en un lenguaje parecido a esto:
A100
MOV AX,[002C]
MOV ES,AX
MOV DI,0000
CMP AL,00
Lo cual puede desconcertar a cualquier humano cartesiano. Pero lo peor ni es su jerga ni su afición a no hacer nada cuando tiene una duda. Lo malo es que, por algún misterio de la psicología, se acaba cogiéndole cariño e intentando dialogar con él.
Se divide en materia y en espíritu, como cualquiera de nosotros, La materia es la máquina en sí («Hardware»), compuesta por una serie de circuitos impresos e integrados, un monitor y hasta un ventilador. El alma, llamada «software», es lo que, más familiarmente, se conoce como «programa»: primero, el Sistema Operativo (D.O.S.=Disk Operating System), que es el equivalente a las funciones vegetativas. Luego, el verdadero programa, o sea, un conjunto de instrucciones que inducen al ordenador a cumplir con sus múltiples deberes. Todo ello lo hace, sin embargo, sumido en una vida inconsciente de la que sólo despierta para decir «Disk Boot Failure» o cualquier otra cosa desagradable.
Este libro no trata de las máquinas sino de las personas que viven en íntima conexión con ellas, exponiendo sus cabezas a una nueva forma de pensar y de sentir. Estos hombres y mujeres, sacrificadamente, en silencio, son pasto de importadores y de vendedores. Cuando lea usted «Este año la industria informática facturó por valor de más de 100.000 millones», apiádese de los bolsillos de estos sufridos héroes, donde un día estuvieron esos 100.000 millones, y ya no están.
¿Sufren, acaso, por esta notable pérdida? No: acuden en manadas al SIMO o a INFORMAT, en busca de nuevas maravillas en las que invertir sus ya decaídos ahorros.
Supongamos a un informático adulto que, en 1982, se compró un PC carísimo, que corría a 4,7 MegaHertzios (Los coches corren en kilómetros, pero los ordenadores prefieren hacerlo en MHz.) Lo pagó a un precio prohibitivo. Pronto, cuestión de meses, quiso instalarle un disco duro, que es una unidad interna de almacenamiento masivo de datos.
¿Vio colmada su felicidad por ello? La tarjeta MDA (sólo para texto) se le quedó pequeña, ansioso de ver como su máquina conseguía dibujar en modo gráfico, de manera que no paró hasta comprarse una tarjeta CGA.
Esto, naturalmente, le condujo a anhelar ver los dibujos en los cuatro colores posibles, con lo que se lanzó a comprar un nuevo monitor. Para entonces ya mandaban en el mercado los PC XT, que, en lugar de microprocesador Intel 8088, llevaban el 8086, lo que les ponía en una velocidad de 8 MegaHertzios: casi el doble. Conste que algunos rebuscados llaman a los microprocesadores «CPU»
Y, de nuevo, el mismo calvario: una segunda disquetera para el XT; una nueva tarjeta gráfica, a ser posible EGA de alta definición; un monitor RGB (Red, Green, Blue) capaz de jugar hasta con 16 colores a la vez y, naturalmente, un disco duro de, al menos, 40 MegaKiloBytes, porque, para entonces, los programas ocupaban ya más memoria y estaban más gordos. Por otro lado, los 512 K. de memoria RAM (memoria volátil) debían convertirse en los 640 K. que los nuevos D.O.S (Disk Operating System) manejaban con soltura y, normalmente, exigía el nuevo software.
Cuando el buen informático adulto completaba estas transformaciones, el mercado ya era pasto de los ATs, que corrían, los primeros, a 12 y 16 MHz. Necesitaban, claro, de una a dos Megas de memoria RAM (volátil o de acceso aleatorio). Cuatro, si se querían correr determinados programas que usaban los nuevos inventos llamados Memorias Expandidas y Memorias Extendidas.
Además, empezaba a ser deseable disponer de un monitor multifrecuencia, para instalar en la máquina una tarjeta gráfica VGA, capaz de mostrar, en grupos de 256, hasta 32.000 colores, si es que existen, con una resolución jamás vista hasta la fecha. También, claro, convenía adquirir los cachivaches que hacen grata la vida: un «scanner» para «capturar» fotos de revistas y verlas en la pantalla; un Modem, para conectar por teléfono con los ordenadores de otros amigos; una tarjeta de sonido que daba estereofonía a los juegos y, por supuesto, un disco duro de 80 a 100 Megas, porque los programas seguían siendo cada vez más extensos, directamente proporcionales a los precios.
¿Conseguiría ya nuestro informático ser feliz y buscar un buen puñado de laureles sobre los que dormirse? ¡No lo permitieran los fabricantes ni lo consistieran los importadores! Ya estaban ahí las nuevas generaciones de ATs, los 386 (CPU 80386), con un bus de datos de 32 bits, treinta, cuarenta y cincuenta veces más veloces que el primitivo PC con el que empezó nuestra víctima de la tecnología.
Las tarjetas gráficas llevaban ya, ellas solas, una Mega de memoria para gestionar la pantalla; permitían resoluciones de 1024 por 768 «pixels» (1 pixel= un punto de la pantalla encendido), con lo que los monitores sólo VGA tenían que ser reemplazados por los «multisincronismo» para las SuperVGA. Los discos duros, por lo menos, de 200 Megas y, como esto tampoco solía bastar para alcanzar la beatitud, ¿qué menos que una impresora o laser o de chorro de tinta o de transfusión térmica? Y el primitivo «scanner» manual se cambiaba por uno de sobremesa de página entera, diez veces más caro. Además, pegaban fuerte los CD-ROM, o sea, Compact Disk aplicados a la informática, con su lector láser y todo: en uno solo caben más de 500 megas de información.
Y la penúltima tentación: los 486, las impresoras en color, los Modems de 9.600 o de 14.400 baudios.
En resumidas cuentas: el informático que no ha tenido de cuatro a seis ordenadores, sin contar los de 8 bits de juguete, no es un verdadero informático, aunque seguramente tiene unos sólidos ahorros en el banco.
Pero hay que imaginar el número infinito de vendedores, importadores, reparadores y piratas por los que ha pasado este típico enfermo de informática. Hay que sentir sus sufrimientos cuando trataba de descifrar manuales en inglés, lenguajes de programación o entornos operativos.
Hay que verle acercándose, una vez más, al director de su banco, a pedirle un nuevo crédito compra, mientras éste le mira de mal talante:
—Pero, ¿otro ordenador más, hombre? ¿Les da con el martillo?
Los directores no entienden lo duro que es quedarse atrás en esta carrera frenética hacia la felicidad ni lo que es soñar en un CD-ROM o en una impresora en color. Pero, mientras uno pague los intereses y amortice como un hombre, acaban soltando la pasta necesaria.
Las mujeres —caso que el informático esté casado— son algo más difíciles:
—O ella o yo. —dicen, mirando con malos ojos a la máquina junto a la que el marido suele quedarse hasta la madrugada, contándole, además, indecentes intimidades.
—La máquina, que es más inteligente. —acaba diciendo el esposo, antes de que el abogado divorcista caiga sobre él y le exija, de entrada, el abandono del domicilio conyugal, incluidos ordenador e hijos.
Como un ordenador 300 ó 486, con impresora láser, por ejemplo, es un artilugio a veces tan caro como un coche, es un ganancial y hay que repartírselo, exactamente igual que a los niños. Así el informático se queda solo en el mundo, todo lo más acompañado por el abogado divorcista, un tipo profesional que se lanza alegremente sobre la cuenta corriente de uno, cantando canciones de Wall Street. Únicamente con pies del 45 se consigue permanecer dignamente en pie, a duras penas, cuando te dan con un divorcio en la cabeza.
Y, lo peor, que la mujer, ya a solas, se ríe como una hiena delante del ordenador inerte, satisfecha de haber separado a dos corazones (el de la máquina y el del marido) por una simple venganza.
En las próximas páginas el lector va a ver desfilar a unos cuantos informáticos, debatiéndose entre el amor y el deber y entre los programas y los cortes de fluido. Son ejemplos típicos de cómo los ordenadores cambian la vida de las personas mientras les hacen perder cientos de miles de horas de trabajo.
Tras muchos años de ser yo mismo uno de ellos, puedo afirmar y afirmo que he visto casi todo y he conseguido, no obstante, reírme de ello.
Por ejemplo, el señor que, muy enfadado, se quejaba a su vendedor de que el programa que le había comprado sólo admitía un usuario cuando en la caja decía muy claro que era para dos.
—Vea: «for D.O.S.»
—¿Y no ha pensado usted que los americanos e ingleses no dicen «dos» sino «two»? Dos es el nombre del sistema operativo de los ordenadores.
¿Y aquella secretaria que se quejaba continuamente, por teléfono, de que en la pantalla le aparecían caracteres no deseados? Sólo cuando acudió el técnico se pudo saber que la muchacha, exuberante de cintura para arriba, cada vez que se estiraba hacia adelante para alcanzar el teléfono, apoyaba su par de carnosidades, por así decir, en el teclado, pulsando varias teclas a la vez.
¿Y el usuario frenético que tiene clavado el ordenador al techo y se entrega a la informática metido en la cama, casi como si estuviera cometiendo pecados contra el sexto mandamiento? ¿Y los cientos de griposos que se acuestan, en plena efervescencia febril, con su portátil, único ser al que confían sus debilidades y sus angustias? ¿Y el que, tras gastarse mucho dinero en ello, ha conseguido ver la tele y oir sus discos favoritos directamente a través del ordenador, porque nada del universo que no aparezca en su pantalla llega a interesarle?
Yo mismo —confieso sin rubor— lo uso para estimular mis más nobles facultades, provocándome potentes autohipnosis seguidas de órdenes subliminares de casi obligado cumplimiento.
Me he hecho un salutífero programa que, primero, me adormece mostrándome varias figuras y anillos concéntricos en movimiento que conducen mi atención involuntaria hacia el centro de la pantalla, donde la máquina escribe, a tal velocidad que no se puede captar conscientemente, máximas higiénicas destinadas a mejorar mi calidad de vida: «Trabaja más», «Duerme mejor», «Fuma menos», «Estás sanísimo» y «Te dormirás al empezar los telediarios».
Así, gracias a mi fiel amigo «386», voy soportando la dureza de la vida con una sonrisa, mientras mi afilada mente se llena de electrónicas órdenes subliminares que me permiten ser una buena pieza. Tanto, que uno de mis mejores amigos ha llegado a decirme, lleno de optimismo:
—Cuando te mueras, habrá que abrirte la cabeza para ver qué tienes dentro. Además del serrín.
Yo ya lo sé: un alma pura que, pese a todas las evidencias, sigue creyendo en la inteligencia no mecánica y en que no hay que invertir en bolsa.
* * * * *
P.D. En la lectura que se le avecina, si algo le suena muy raro, consulte el capítulo final titulado: «Palabrejas útiles explicadas al lego alucinado».
Malos hábitos
Los ordenadores, digan lo que digan TVE y algunas revistas catastrofistas, no crean hábito ni mucho menos síndrome de abstinencia. Por supuesto "enganchan" menos que el coche, el televisor o el vídeo. Y dan más gustito.
Pero para ver la tele, aunque aislados, podemos estar con la mujer, con los niños o con la novia, según cada cual y su circunstancia. Con el ordenador, no, porque hay que pensar y ese sí es un hábito que los medios de comunicación suelen extirpar del ser humano.
Con estas máquinas, o piensas o estás perdido. Y, naturalmente, se necesita soledad para exprimir a gusto las neuronas.
El verdadero aficionado, después de usar los programas que le regalan con la máquina y descubrir todas sus trampas, acaba dando el paso decisivo, el que cambiará su vida: decide programar él mismo.
Un curioso manual, hecho para descerebrados, decía más o menos:
"Escriba:
"10 PRINT "HOLA" y apriete intro
"escriba:
"RUN y apriete intro
"¡Enhorabuena! Acaba usted de escribir su primer programa"
La máquina, obediente, ponía en la pantalla:
HOLA
Una mente normal, no castigada por los manuales, descubriría enseguida que HOLA tiene cuatro letras y que escribir 16, que son las que contiene el programita, para conseguir cuatro es un mal negocio.
Pero el hombre que ha sufrido el proceso de instalar su ordenador nunca vuelve a ser el mismo, de modo que le parece una proeza lograr que el artilugio escriba "HOLA" después de recibir una serie de órdenes. El éxito le envalentona y no pasan muchos días sin que haga otro programa más difícil:
10 INPUT "¿Cómo te llamas? ";a$
20 PRINT "Hola, "; a$
Con esto la máquina pregunta:
—¿Cómo te llamas?, y aguarda respetuosamente.
—Vicente.
—Hola, Vicente.
¿Es o no excitante ver cómo conseguimos que un ser sin alma imite un proceso mental lleno de cortesía? Antes de que uno se de cuenta está tecleando complicados programas de los que salen, llenos de erratas, en las revistas. Ninguno funciona, porque normalmente hemos cometido muchos errores. El primerizo tiende a olvidar una coma, a poner IMPUT en lugar de INPUT, a no cerrar comillas ni paréntesis. El ordenador, claro, se da cuenta, pero se limita a esperar pacientemente. Sólo cuando el programador ha terminado todo el proceso, le comunica con una sonrisa:
Error.
Aquí es cuando el alma libre del hombre corre peligro de quedar esclavizada. El vicio del silicio, siempre al acecho, se apodera de ella tan pronto como el humano se obstina en averiguar por qué no le funciona el programa. Repasa, vuelve a leer, trata de ejecutar la lista de órdenes mientras la máquina, tozuda, se limita a insistir: error, error, error.
Una hora después, a veces antes, suele llegar la mujer, o sea, la esposa de la víctima. Las mujeres tienden a sentirse únicas propietarias de la libertad de los maridos. De ahí que un sexto sentido les avise cuando ellos empiezan a ser esclavizados por otros.
—Es la hora de cenar. —dice
—Ahora iré.
—Stack Overflow. —comenta el ordenador, dando una pincelada exótica a la conversación.
Otra hora después, la misma esposa, en funciones de sereno, vuelve a defender la propiedad del alma del marido:
—Es muy tarde. Vamos a la cama.
—Ahora voy. Sólo un momento.
—Invalid parameter in line 1200. —tienta la máquina, dando una pista.
El hombre casado vacila. Un séptimo sentido, desarrollado desde el día de la boda, le advierte que la mujer está ya enfadada: vaya o no con ella el enfado permanecerá. En cambio, si él consigue poner una muleta al "parámetro inválido" de la línea 1200, tendrá la satisfacción de ver correr el programa. Se queda, claro.
Mucho después, la santa esposa hace una última expedición. Una pregunta le martiriza la lengua y tiene que soltarla:
—¿Recuerdas todavía que estás casado?
No tiene la menor intención de hacer uso del matrimonio, por supuesto. Sólo está atravesando las primeras fases de una moderna enfermedad mental: celos de una máquina.
—¿Eh? —responde el marido con astucia, convencido de que ella no se atreverá a repetir una tontería tan grande.
—Invalid Statement in line 1300. —añade el ordenador, siempre atento al transcurso de los acontecimientos.
—Que si sabes la hora que es.
A veces el marido, tras años de doma, apaga el ordenador y regresa al dormitorio-redil. A veces opta por una discreta sordera mientras teclea "Edit 1300", a la caza del "statement" inválido. En ocasiones hace ambas cosas: se acuesta, espera a que el ama de la casa se duerma y acude a los brazos amorosos de su máquina, que le saluda con un "bad character. Re-enter"
Está "enganchado". Entre la mujer, a la que entiende, y la máquina, a la que no, ha optado por lo desconocido. Semanas o meses más tarde su degradación moral le inducirá a acostarse de amanecida, a decir palabrotas como INPUT, SWAP, HEX$(), RANDOMIZE y PSET y a responder a su santa esposa que es la hora que a él le da la gana.
Si la mujer, en defensa del matriarcado vigente, no le pega un hachazo a la máquina, ambos volverán a verse ante el abogado, pactando las cláusulas del divorcio de mutuo acuerdo. Sólo queda entonces una solución para salvar el matrimonio:
—El ordenador es un ganancial —debe de decir— y lo quiero para mí.
Con tal de que lo dejen con él, el ex-marido pagará cualquier pensión que se le pida.
¿Qué es esto?
Un ciudadano, valiéndose de su sola inteligencia, ha descubierto la existencia de los ordenadores y comprende, con sorpresa, que desea ingresar con anticipación en el siglo XXI. Mientras el gusanillo de la modernidad le hurga, se descubre a sí mismo leyendo la letra de un anuncio del periódico.
Hay alucinaciones menos complejas. El importador o fabricante que se precia, obligado por su gremio, usa un lenguaje críptico que, lejos de enseñar al que no sabe, confunde a la cabeza mejor atornillada:
NUEVO EQUIPO "NEW 286TURBO PLUS"
- Velocidad seleccionable 8/12/16 Mhz.
- 640 K de RAM, ampliables a 4MB en placa
- 8 slots. 4 de 16 bits y 4 de 8
- 64 K ROM. Memoria Caché.
- Unidad de disco de 1,2 MB con floppy de 5.1/4 "
- Hard Disk opcional de 20 MB
- Caja Mini Tower
- Gráficos CGA-Hércules. Monitor Paper White, 12", bifrecuencia
- Keyboard expandido
- CPU Intel 80286
- Dos salidas Serie. Dos salidas Paralelo
- Impresora compatible Epson FX. 200 cps. 9 agujas.
—Ajá —dice el futuro comprador tan pronto como se recupera del impacto de la prosa. Alguno, creyendo que los ojos le han gastado una jugarreta, vuelve a leer el texto íntegro, inasequible al desaliento.
En ocasiones, el monitor, en lugar de ser Paper White es Fósforo Blanco, o VGA Multisync. O vienen oscuras referencias al Indice Landmark:58,7, al de Peter Norton, ver. 4.00: 40,4 o al misterioso MIPS:3,993. A veces es, sencillamente, RGB.
Nadie puede acusar a un vendedor, fabricante o importador de no facilitar información exhaustiva. Si el comprador neófito tuviera una culturita sabría lo que está leyendo y en qué idioma está escrito. Como no la tiene, no le queda más remedio que suponer que acaba de ver una lista de maravillas, de elementos que, si nos los instalaran en la cabeza, nos convertirían en genios.
A algún desaprensivo, poco respetuoso con la modernidad, acaba escapándosele el hispánico «¿qué coño es esto?». Pero son pocos. Incluso cuando es el vendedor el que le recita la tabla de portentos, el español medio siente la tentación de asentir con suficiencia y, todo lo más, pregunta si va a 220 o a 125.
Claro que los vendedores juegan con ventaja, ya porque se han preparado una chuleta, ya porque responden sólo a una parte de la cuestión:
—Oiga, y esto de CGA, ¿qué es?
—Color Graphics Adapter.
—Oh, claro.
—Me hace el favor: ¿Qué es un "Floppy de 5.1/4 "?
—Este disco de cinco pulgadas y cuarto. Flexible, ¿ve?
—¿Qué es una salida Serie?
—El RS-232. Recomended Standard 232.
—Vaya.
Igualmente son capaces de responder a eso de la velocidad seleccionable 8/12/16 Mhz.
—Son MegaHertzios
¿Ven qué sencillo? Ahora sólo los antiguos corren a kilómetros por hora. Los costosísimos ordenadores corren que se las pelan a golpe de MegaHertzios y, encima, no se estrellan.
Pero, al tanto de la preparación de algunos vendedores, no siempre el iniciado se resiste a la tentación de ir por ellos con sus mismas armas. Ponerse unas gafas y sacar los dientes ayuda, porque les crea inseguridad en sus propios conocimientos. Luego, muy seriamente, se les pregunta:
—¿El bus de datos de la CPU es de 16 reales o de 32?
Se trata de una pregunta que, por algún misterio, suele intranquilizarles. Hay que aprovechar este desconcierto para descargar la artillería:
—¿La pantalla la controla un Motorola 6845 o no?
Si todavía no se tambalea, se añade con sencillez:
—El puerto serie lo controla un UART 8250 de Intel, ¿verdad?
No hay vendedor normal que resista un ataque tan duro sin sospechar que el cliente se está quedando con él. Pero, ¿acaso un honrado ciudadano no puede preguntar por un Motorola 6845 o por el UART Intel 8250, después de que el vendedor le llene la cabeza de MHz, RGB, Mini-tower, ROMs, RAMs y el misterioso MIPS:3,993?
Por cierto: todas estas cosas van en serio; existen. No son fruto de mi imaginación. Piense el lector neófito que más de un millón de españoles han entendido todo lo anterior sin una vacilación y, en lugar de ser ministros, trabajan en una oscura oficina: talentos sin descubrir.
De momento, volvamos a los vendedores y a las cosas que puede hacer con ellos un experto, deseoso de vengar a los humillados compradores primerizos.
—Supongo que las dos salidas paralelo las configura como LPT1 y 2 y las dos serie como COM1 y 2. Un ratón System Mouse, ¿aquí saldría por COM1 o por COM2?
Posiblemente el vendedor se venga abajo después de esta pregunta que, pese a las apariencias, casi es coherente y significa algo. Si la resiste, ha llegado el momento de jugar de farol:
—¿La ROM va en una EPROM? El "keyboard expandido es compatible con el estandar ASCII? ¿La tarjeta CGA tiene salida de vídeo compuesto? El aficionado juguetón puede pasar muy buenos ratos en las secciones de informática de Galerías o de El Corte Inglés, siempre que dé con un vendedor poco encallecido. Hay otros que saben de qué va: el que le tocó a un amigo flamenco que preguntó si la CPU de un AT que estaba contemplando usaba el 80286 o el 80287. El vendedor respondió muy paciente:
—Sólo puede ser el 80286, porque el 80287 no es la CPU sino el co-procesador matemático.
Lo cual era verdad. Una verdad como un templo
Pero nos hemos salido del tema principal, que es el ciudadano primerizo que oye las explicaciones técnicas y tiene la conocida sensación de haber cargado la mano con el coñac de después de comer.
El nunca sospechó que en un ordenador cupieran tantos crípticos cacharros. Le interesa, sobre todo, que funcione, que sea fácil de manejar y, además, económico. De toda la palabrería técnica, aguzando el oído, consigue extraer varias conclusiones: que sí, que funciona; que, pese a las siglas y a los números, su manejo está al alcance de la inteligencia de un conejo o de un vendedor de grandes almacenes; y que, para tener tantísima "tecnología", es barato porque, ¿qué es medio millón hoy en día, sobre todo si te regalan una impresora de 25.000 pesetas al pagar al contado?
Se engaña en casi todo, salvo en que funciona. Claro que cuando recibe la orden oportuna y nada más. Si no se la dan, el ordenador experimenta un inusitado placer plantando las cuatro patas en el suelo y respondiendo "Orden o archivo equivocados". A veces en inglés, para mortificar.
Afortunadamente hay muchos vendedores que, una vez demostrados sus conocimientos de jerga informática, se sienten transidos por la caridad cristiana y asesoran de verdad al cliente primerizo. Algunos hasta aconsejan modelos baratos, muy especialmente cuando no disponen de los caros.
Luego, y para no perder su prestigio, añaden rápidamente:
—Tiene una CPU 8088, con 4,7 MHz, un HGC con monitor Paper White y un Hard Disk de 20 M. Pero le vale.
Son verdaderos profesionales.
Pero, ojo: hay establecimientos poco especializados, que venden neveras, batidoras y ordenadores sabiendo sobre los tres productos prácticamente lo mismo: que se enchufan a la red. El que entre a por una calculadora puede salir con un AT, convencido, además, de que va a llevarle las cuentas con sólo apretarle un botón.
Un amigo mío tenía uno de estos bazares y, cada vez que le salía un comprador inocente, me llamaba por teléfono:
—Lo he encendido y la pantalla está negra. —me comunicaba.
—¿Le has puesto el sistema operativo?
—¿Qué es eso?
El comprador debía estremecerse en silencio y reprimir sus deseos de huir.
—Un disco. Suele poner "Disco de Sistema " o "MS-DOS". Va en la caja. Mételo en la ranura de la disquetera.
Tras un silencio laborioso, me daba una mala noticia:
—No cabe.
—Quítale el sobre de papel.
El comprador, todavía en silencio, miraba el reloj.
—Hace rac, rac
—Todo va bien. ¿Ha salido ya una A con dos puntos?
—Sí. Y ahora, ¿qué?
—¿Qué de qué?
—Que haga algo para que el cliente lo vea.
En ocasiones yo perdía los estribos:
—Tú no puedes hacer nada digno de verse.
Bueno, pues, a pesar de su preparación, vendía los ordenadores y, lo que es peor, daba mi número de teléfono a los compradores, como un apéndice al manual.
—Usted no me conoce, —me decían a las doce de la noche— pero yo le compré un ordenador a Francisco.
—¿Qué le sucede?
—A Francisco, nada. Es que las instrucciones dicen que, para cargar más de prisa los programas, hay que pasarlos al disco duro y todos los míos son blandos.
El disco duro es una unidad interna de almacenamiento masivo de datos. En uno de 20 Megas caben 21 millones de caracteres. Pero las máquinas que vendía mi amigo no llevaban disco duro: eran de las baratas.
—Su ordenador no tiene de eso.
—¿Y por qué? —respondía el desconocido, haciéndome responsable.
Esto también solía pasarme a la hora en que ponían en la tele la mejor película de la semana.
En suma: el futuro comprador tiene noventa y nueve probabilidades sobre cien de acabar comprando cualquier cosa, tanto si le conviene como si no. Imagínese, por comparar con algo, la pericia de un bosquimano que tuviera que escoger entre diez o veinte modelos de coches. Agarraría el que le entrara por la vista.
Lo mejor para no picar como un bosquimano es recurrir a un amigo que entienda y explicarle exactamente lo que quiere hacer con la máquina, si es que consigue hacerse una idea de ello.
El comprador neófito, salvo excepciones, sólo sabe de los ordenadores lo que le enseñan en las películas y lo que lee en las novelas: instrumentos normalmente instalados en naves espaciales o en proyectos secretos norteamericanos. De repente dibujan a trazos la forma del aparato atacante y señalan, como por arte de magia, los puntos débiles. Tienen la costumbre de informar sin que nadie les pregunte, se enteran de todo porque sí y, si lo exige el guión, se vuelven locos, megalómanos, y sólo piensan en estar vivos y en despachar a los humanos que los crearon.
En «2001, Una Odisea del Espacio», el ordenador se pone tan tonto que no hay más remedio que "matarle" arrancándole los bancos de memoria. A cada uno que le quitan, el tío habla más despacio, hasta que acaba teniendo alucinaciones.
Asimov, ya en literatura, ha escrito muchos relatos sobre Multivac, la máquina que gobierna el mundo y que se alimenta con cintas perforadas. Ocupa cientos de kilómetros de túneles.
Pues esos no son ordenadores, sino visiones jeremíacas. A fuer de sincero, sólo he leído un libro con verdaderos ordenadores: «Este muerto no soy yo», de Angel Palomino (Ed. Planeta). Palomino los retrata como son: tontos con una gran velocidad para extender su tontería. Y tozudos.
Un verdadero ordenador de hoy sólo sabe sumar y restar. Bit a bit, si es que eso les consuela. Finge multiplicar y dividir, pero sólo lo finge. Y el que no me crea, que lea cualquier libro de Zaks sobre la programación en ensamblador de los microprocesadores.
Los programadores, mediante argucias sin cuento, consiguen dar a sus obras una apariencia humana, pero ha de quedar claro que de uno de estos artefactos no sale ni una coma que no se haya metido antes. O sea que, si el ordenador lo maneja un inepto, sólo consigue hacer su ineptitud más rápida y peligrosa.
Pero, al margen de su psicología de silicio, los ordenadores caseros y de oficina hacen bien determinadas cosas, si su operador no comete errores: llevar contabilidades, complicados cálculos, componer extraños dibujos, revisar textos y controlar máquinas sin seso llamadas robots. También, como es el caso este, ayudan admirablemente a perder el tiempo.
Notas útiles
Nota Palomino:
Angel Palomino es, además, Premio Nacional de Literatura, gracias, sin duda, a su fecunda imaginación. La novela citada es la descripción de lo que le pasa a un hombre al que el ordenador de su empresa, por equivocación, da de baja por fallecimiento. Basta decirles que sufre de un modo indecible y... Pero léanla.
Comunicarse es vivir
En la vida de todo hombre libre infectado por la informática llega un momento en que se plantea la necesidad de comprarse un Modem. MODEM, siguiendo eclécticas costumbres americanas, viene de MOdulador DEModulador. Con esta pista ya es fácil conjeturar que sirve para comunicar unos ordenadores con otros mediante la línea telefónica. Hay modems que funcionan por radio, pero están poco introducidos porque el vendedor se lleva la piel a cambio del aparato.
La opinión pública, siempre tan cándida, tiende a creer que hay cientos de razones para desear un modem: comunicar con los amigos, ahorrándose el sello; acceder a las bases de datos en las que podemos consultar desde el Boletín Oficial del Estado a las cotizaciones de la Bolsa; hasta resolver algún problema técnico por el sistema de ceder el control de nuestro ordenador a algún amigo lejano más experto.
En efecto: los modems también sirven para esto, pero normalmente uno se los compra y se los instala para tratar de tomar horrible venganza de la Compañía Telefónica, cuyos servicios y tarifas conocemos todos. La máxima ilusión de un propietario de modem es encontrar la forma de llamar sin pagar. Después, y a mucha distancia, meterse en las redes restringidas, echar un vistazo a los secretos y hasta dejar una pintada electrónica en el ordenador de la OTAN: Pepe estuvo aquí. Se ha hecho.
El lego o el aficionado medio no puede abrir cualquier revista especializada sin encontrarse con los anuncios de modem. Todos los distribuidores se muestran deseosos de venderle uno, asegurando a la víctima que no va a tener ningún problema para instalar, por ejemplo, un "internal modem" que responde a las siguientes
Specifications:
Speed: 1200 or 0-300 bps.
Compatibility: Bell 103/212 A or CCITT V21/V22
Data format: Asynchronus 10,character lengths
Trasmit level: -10 dBm.
Recive sensitivity: -43 dBm.
Data Interface: IBM PC Bus
Además, con un "interface port selectable COM1, COM2, COM3, or COM4", con un Telephone Interface: RJ11. y con una "dialing capability: touch tone or pulse automatic dial."
Un hombre solo en su guarida, privado del consejo de sus mayores, puede tener alguna dificultad para saber qué le ofrecen y, desde luego, hará la mayor de las tonterías si se encarga un modem por correo, porque eso le enfrenta a la terrible tarea de instalarlo después de leer las instrucciones escritas en un idioma que podría ser inglés si no estuviera compuesto, casi exclusivamente, por anagramas como CCITT, CDC, DTR, M/B Ratio o SW.
Algunos de estos confiados compradores se han derrumbado, víctimas de tales explicaciones, y consumen sus días en casas de salud meditando sobre baudios o teniendo alucinaciones sobre los SW, que son —rasguemos el velo— los "10 DIP switches to set the parameters of modem". O sea, diez micro-interruptores que sirven para ajustar las funciones del modem, a ver si hay suerte y funciona.
Menos confiado, llamé a mi vendedor habitual, que me lo puso en lenguaje llano:
"Los Modem trabajan a 300, 1200 y 2400 baudios. Los más usados son los de 1200, que también se pueden poner a 300. Por supuesto, Telefónica hace sus llamadas por pulsos y no por tonos , por lo que el modem ha de poder cambiar entre ambas selecciones. En América, por ejemplo, sólo usan tonos. Eso es lo que la jerga del anuncio llama "dialing capability: touch tone or pulse automatic dial".
Nadie que no esté definitivamente desnortado puede adentrarse en la jungla de los micro-interruptores, conocidos familiarmente como DIP Switches o SW: son entes malévolos cuyo concepto de la existencia es destruir la mente humana cultivada. Por otro lado, y como ayuda a los SW, los fabricantes cuidan de dar instrucciones equivocadas sobre su uso. He aquí una:
"COM2 port setting: DIP SW 2,5,6 ON. Others OFF. 2f8-2ff IRQ3",
lo que estaría más claro si añadieran que IRQ3 es un "registro de interrupción".
Mi vendedor, el Electrónico Pons, fiado en su experiencia de años, vino a casa con una sonrisa y el Modem bajo el brazo. No tenía motivos para sospechar malevolencia ninguna por parte de los Chips. Levantó el capó de mi AT 286, instaló el Modem en un "slot de expansión" y, satisfecho de sí mismo, hizo correr un programa especializado (PC Tools) que lee, entre otros misterios, los "puertos de comunicación" del ordenador.
Yo tenía, de antes, un "puerto serie" para el ratón y un "puerto paralelo" para la impresora. Junto con el del Modem, el programa debía decirme, con su estilo lacónico y viril:
Serial Ports=2
Pararel Ports=1
Nos equivocábamos el vendedor, el programa y yo: el ordenador, duro de oído, no se había dado cuenta de que le acababan de añadir un "puerto Serie" e insistía en su primitiva idea:
Serial Ports=1
Pararel Ports=1
El vendedor y yo nos miramos con inteligencia: estábamos preparados para aquella clase de jugarretas. Según él mismo confesó, raro era el modem que se instalaba a la primera: una especie de tradición tribal. En principio, lo más probable debía ser que el puerto del ratón y el del modem, configurados como COM1, se interfirieran, haciendo que el ordenador les tomara por el mismo.
Aunque esto suene a música celestial al lector, tiene que creer que, manipulando la tarjeta del ratón, uno puede convencerla de que es COM2. Se lo hicimos sin causarle dolor, pero el programa siguió dándonos una respuesta fastidiosa:
Serial Ports=1
Pararel Ports=1
—Mal asunto. —dijo el vendedor, abalanzándose sobre los peligrosos DIP Switches armado apenas con un destornillador pequeño y el manual del fabricante. Quizá vertiera sangre, pero se leía en sus ojos la absoluta decisión de poner en marcha mi modem nuevo.
Probó todas las configuraciones de micro-interruptores indicadas por el despiadado fabricante. Cuando el modem funcionaba, el ratón permanecía inerte y viceversa. Por otro lado, tenía la sospecha de que, a pesar de lo que juraban las instrucciones, el tal modem no estaba dispuesto a dejarse configurar como COM2, por una especie de orgullo. El ratón, tampoco. Un caso parecido llevó a Orwell a escribir "Rebelión en la granja"
Cinco horas después, sin haber conseguido nuevos progresos, el vendedor se retiró a su cubil a meditar rodeado de manuales de instrucciones. Meditaba un poco y recordaba con unción a las madres de los fabricantes otro poco. Era su método.
Al día siguiente, con la mente fresca y un destornillador más poderoso, regresó a casa. Le enseñó los colmillos a mi pobre AT y se arremangó, después de confiarme que el mal comportamiento sólo podía deberse a que ratón y modem compartían el mismo registro de interrupciones, eso que el fabricante, con llaneza, llamaba 2f8-2ff IRQ3.
Dos horas más tarde, con la mente recalentada, pensábamos seriamente en la rendición incondicional. Sólo una osada maniobra nos permitió que el programa de ayuda dijera:
Serial Ports= 2
Pararel Ports= 1
Pero no era la victoria. Aunque el ordenador sabía que tenía abiertos dos puertos de comunicaciones, ahora no funcionaban ni el ratón ni el modem. Además, habíamos pagado un alto precio por tan pírrico éxito: poner en OFF todos los DIP SW, haciendo lo contrario de lo que proponía el fabricante.
Muy tarde ya el vendedor se retiró a sus cuarteles. Sólo la ira que sentía le impedía manifestar la vergüenza y la frustración profesional que le reconcomían. Literalmente le roían las entrañas y había jurado que no meditaría más sobre los misterios de la electrónica. Me pasó a mí la antorcha:
—Juega con los DIP Switches, a ver qué coño pasa. —dijo un momento antes de huir— Ya me llamarás si la maldita máquina se rinde.
Consciente de mi responsabilidad, me fui a ver un capítulo de "Miami Vice" que trataba de un predicador televisivo que hacía como que salvaba almas vía satélite, precisamente con el auxilio de unos chips amaestrados que tenía. Aquello debió servirme de inspiración porque, dejando que el inconsciente guiara mis dedos, conecté los "switches" 2, 5 y 6.
El programa de información me advirtió enseguida de mi error:
Serial Ports=1
Pararel Ports=1
Parecía que estaba como al principio, y así hubiera sido si en mi infancia no me hubieran enseñado a tener fe en la mente que rige el Universo, a la que no escapan ni siquiera los circuitos integrados de silicio, o sea, los chips. La misma inspiración me hizo desconectar sólo el DIP SW 2, dejando en ON los 5 y 6. Por supuesto que el fabricante no contemplaba ni remotamente tal configuración: escapaba a su imaginación, sin duda.
Y entonces, sin un estremecimiento, el ratón y el modem funcionaron a la vez, como miembros de una familia muy unida. De nuevo el espíritu se imponía sobre la materia, gobernándola con mano dura. Y, para colmo, el modem quedaba configurado como COM2, cosa imposible según mi vendedor.
Cuando se lo comuniqué al Electrónico por teléfono pude notar, a través del cable, un escalofrío en él. Estaba dudando de todas las cosas del mundo sensible y asomándose al abismo de la eternidad.
—Los fabricantes de modems —dijo cuando consiguió recuperarse— escaparon sin razón de los campos de exterminio nazis. Y, luego, de los juicios de Nüremberg. A ninguno de ellos le clavaron astillas de bambú bajo las uñas en Vietnam. Ni siquiera están fichados por Borrell. ¿Crees que hay justicia en este mundo?
Si hoy Cervantes tuviera que escribir de nuevo el capítulo del auto de fe, quemaría en primer lugar todos los manuales de instalación de modems, mientras que Dante pondría a sus fabricantes en el círculo interior del Infierno, con la pena añadida de traducir al inmortal Virgilio con la ayuda de un diccionario de arameo.
Así pues, el lector que esté pensando en instalarse un modem, puede intentarlo siempre que tome la precaución de hacer una novena previa. El modem, como algunas flautas, suena por casualidad. Los fabricantes parecen tener un especial empeño en ello.
Notas útiles
Nota tonos:
Me cuentan que algunas centrales digitales españolas ya admiten los tonos y eso quiere decir que algunos piratas están de enhorabuena. Con los tonos es más fácil pegársela a Telefónica, como se verá después.
Nota vendedor:
Más adelante le conocerán: se trata del Electrónico Pons, una especie de diamante en bruto que, además, sabe vender muy bien.
Nota conocemos:
Esta nota se escribe muy pocos días después de la subida del 100% en las llamadas urbanas de menos de 3 minutos. Todavía hierve la sangre y a duras penas uno consigue no proferir palabras terribles. Luego, claro, han subido el IVA al 13% y, después, al 15%, no permitiendo que la citada sangre se refrigere ni un instante.
La dura realidad
El Señor ampare, sin embargo, al que leyendo lo anterior y, sin llegar hasta aquí, haya corrido a comprarse e instalarse un modem, convencido de poseer acceso a la ciencia infusa. (Vaya a Miscelánea, al final y lea el Capítulo TRICKS)
Los primeros días como usuario de modem (MOdulador DEModulador, ¿recuerdan?) hace falta tener influencia entre los psiquiatras para esquivar el manicomio. Pero, aún antes, habrá hecho tres tristísimos descubrimientos:
El primero, que hace falta un programa de comunicaciones, a veces con un complicado lenguaje, que suele costar bastante más que un modem regular.
El segundo, que la Telefónica, con sus ruidosas líneas llenas de voces de señoras que se cuentan sus repectivas compras o la previsible evolución del culebrón, dificulta una transmisión seria, llenando a veces la pantalla de "basura" informática.
El tercero, que ignora adónde llamar.
El lector, bien dotado intelectualmente, recordará como, páginas atrás, se narraron las peripecias que tuve que pasar para configurar mi modem en COM2, tras los fracasos de mi tenaz vendedor. ¿Supuso, acaso, que instalar el aparato en ese puerto era el mayor de los problemas?
Retrocedamos a aquel aciago día. Introduzcámonos en la línea telefónica que unía directamente mis palabras con la oreja del vendedor y retomemos la conversación:
—¿Cuándo vendrás a conectarme el aparato al teléfono?
—Ahora no puedo. Pasado mañana, quizá.
Pero yo, estimulado por las lecturas de las hazañas de los hackers (Ver Tricks), no podía esperar tanto. Necesitaba empezar inmediatamente y hacer de mi vida un continuo manantial de dinero para la Compañía Telefónica, siempre dispuesta a abrumar con sus recibos a las mentes más emprendedoras.
Seguí las instrucciones al pie de la letra: en la salida del modem marcada como IN, debía insertar el cable. Luego, abrir la caja de empalmes de mi supletorio y poner el cable rojo con el rojo y el verde con el verde. Fácil, ¿verdad? Pues las salidas de mi modem no ponían ni IN ni OUT. Nada. Las instrucciones, siempre tan equívocas, hablaban de line y phone. Puse Line y acerté de milagro. Recuerden que entonces era un aprendiz sin sindicar
La caja de empalmes tenía dos cables negros. Ni rojos ni verdes: negros. Pero salvé todas las dificultades al estilo español: con unas tijeras y un poco de esparadrapo. De una revista atrasada extraje seis o siete números de BBS, palabra que se forma con las iniciales de Bulletin Board System, ordenadores con los que se puede conectar por modem para intercambiar información, dejar recados o charlar con el SysOp, un hermoso nombre que quiere decir System Operator, o sea, el dueño de la máquina, que, tras mi experiencia, puedo jurar que siempre es un gran tipo. Yo mismo soy SysOp.
Le di a mi ordenador el primer número y, con él, vinieron las dudas, porque se empeñaba en hacerme indiscretas preguntas: ¿Baudios? ¿Bit de paro? ¿Protocolo de transmisión? ¿Longitud de palabra? Saqué al vendedor de su bien merecida cena y supe que, por si las moscas, pusiera «ninguno» en paridad y protocolo y uno en bit de paro, todo a 1200 baudios y emulando un terminal VT520 (Usaba "Terminal, de Windows", o sea, una porquería). Lo demás, a pelo e ir probando con cargo a mi cuenta corriente.
Marqué, pues, el número. Dicho en jerga, lo dialicé. Oí como el modem hacía los mismos ruidos que el disco de un teléfono y, de repente, mi máquina se puso a hablar con la voz clara y madrileña de mi tía. Perplejo, medité sobre ella, considerando la posibilidad de que hubiera ampliado sus ya notables sistemas de información.
Agucé el oído por si se trataba de una alucinación, algo causado por la excitación nerviosa o el exceso de mantequilla europea, pero era, sin duda, mi querida tía comentando detalles inconfesables de una operación de apendicitis en la que el médico se había comportado como un discípulo aventajado de Giles de Rais.
Cosas así pasan cuando uno comparte la línea con el resto de la familia. También pueden cortarte cuando estás terminando de hacer un "download" de 200 k. usando el lento XMODEM. Todo perdido en un segundo y sin el alivio de poderle echar la culpa al gobierno .
Con práctica de yoga y respiración profunda estos problemas acaban siendo parte de la vida cotidiana y uno los encaja con resignación cristiana. A cambio, empiezan otros: el novato que, como yo, usa un terminal poco serio como es el de Windows o el de algún paquete integrado, cae en la tentación de llevarse ficheros de un BBS gratuito o donde se ha dado de alta por una módica cantidad anual. Tiene los baudios bien; tiene el bit de paro (uno, normalmente) en su punto. Y la longitud de palabra (8 bits normalmente). Y hasta eso de Xon/Xoff, o sea, "chonchof".
Se va al área de ficheros del BBS, dice que se quiere llevar uno, escribe su título y, a continuación, el BBS le da a escoger una serie de protocolos:
XMODEN
XMODEM CRC
XMODEM 1 K
YMODEM
ZMODEM
JMODEM
Hay muchos más, porque para esto de los BBS la Naturaleza ha tomado el acuerdo de eliminar a los más débiles, a los que son incapaces de saber qué es todo lo anterior ni para qué sirve.
Yo, desde mi Terminal de Windows, seleccioné al azar: XMODEM, porque se parecía a eso de Xon/Xoff. Luego me puse a esperar y, tras un par de minutos de meditación por parte del sorprendido BBS que me atendía, me llegó el aviso: Transmision aborted, que ahora sé que se puede traducir como «capullo».
Como cientos de pardillos en toda España, repetí los intentos de carga, o sea, "download", seleccionando uno por uno todos los protocolos y, naturalmente, fracasando. ¿Era que mi modem seguía haciendo su revolución particular? ¿Era que el lejano BBS me veía cara de principiante? Y no tenía amigos sobre cuyos hombros llorar: ellos estaban a varios palmos por debajo de la superficie, todavía embarullados por la terminología del Basic.
Sólo salí de este marasmo al hacerme con una versión de Procomm, que recomiendo a todos los principiantes. El Procomm me descubrió lo obvio: yo tenía que seleccionar también mi propio protocolo, que debía ser el mismo que el elegido del BBS. Así fue como conseguí mi primer programa y lo celebré con júbilo. Tanto como telefónica: tardé cincuenta minutos en hacerme con él.
Otro día les hablaré de cuando me quedé sin línea. Llamé a averías de la compañía. Incluso puse en marcha a un alto cargo local, amiguete e informático. Me revisaron la línea palmo a palmo. Días después, me desmontaron todos los supletorios. Todo estaba en orden. Otro misterio, pues, de los baudios, que no perdonan.
Por fin el empleado cortó los cables que unían la caja de empalmes con la trasera de mi ordenador y, oh gloria, todo volvió a funcionar: mi modem se había quedado bloqueado y daba señal de comunicar continuamente. Mientras llegaba un nuevo chip, mi amigo y vendedor, el Electrónico Pons, me enseñó otro de los trucos del oficio: valiéndose de la llave de su casa, en mitad de la calle, proporcionó al chip trabado una tanda de golpes que no olvidaría con facilidad. Eso, o la amenaza de seguir aplicandole el método, lo desenganchó y volvió a ser el mismo de siempre.
Todavía hoy, antes de conectarlo, se lo recuerdo: mucho ojo con lo que haces o te doy con la llave. La mía, claro, es inglesa. Le tengo lleno de pavor. Como conviene.
Notas útiles
Nota gobierno:
Que, de todas formas, la tiene. Es inmoral que permita que nos cobren tanto por unas líneas tercermundistas obstinadas en llenarnos la pantalla de basura y la mente, por así decir, de improperios que nos acercan al infarto.
Nota SysOp:
El iniciado en informática sabe que la primera obligación es aprender a comerse la mayor parte de las letras, sobre todo las vocales TXT quiete decir TeXTo, CNF, CoNFiguración; SCR, SCReen, o sea, la pantalla; PRN, PRiNter,y sucesivamente. Parece ser que el demótico —y hablo de oídas— también escribía sólo las consonantes, como nosotros, los iniciados, o sea «cm nstrs, ls incds».
Nota conectarme:
Esto puede parecer raro: los Modem vienen con un cable que sirve para este fin. Sólo que, en mi primitiva instalación no había enchufe, sino caja de empalmes y, además, mi ordenador estaba a más de tres metros de ella.
Nota infusa:
La ciencia infusa, hasta la fecha, sólo la reciben los empleados de banco que venden ordenadores a sus indefensos clientes.
América, América
En la vida de todo informático, con o sin modem, se alcanza un determinado estado de conciencia, muy lúcido, que obliga a escribir a América. A los Estados Unidos, en concreto.
¿Tiene excepciones esta ley?, se preguntará el lector inexperto. No. No hay excepciones. Y el informático que no escribe a América una vez llegado a un punto importante de su desarrollo espiritual, es sencillamente porque llama por teléfono. Normalmente a CA, California.
¿Qué misterio es este?, se volverá a preguntar el mismo lector de antes. ¿Es que en los ritos de iniciación que celebra el gremio se impone esta obligación al informático que levanta el velo del misterio y comprende, por ejemplo, que hay que declarar todas las variables al principio del programa?
No. Es que a España llegan las revistas americanas, y son buenas. Muy buenas si las comparamos con las vernáculas. Pero tampoco escriben a los Estados Unidos empujados por la admiración.
Es que leen los catálogos de los vendedores de programas y se estremecen, víctimas de la envidia y de la ira. En términos generales, un buen programa cuesta aquí tres veces más que allí; en ocasiones, cuatro; a menudo, cinco.
Y el informático lee los precios mientras siente que sus ojos se proyectan hacia adelante, como los del caracol, y su sangre burbujea pensando en los importadores de software y hardware y en sus familiares hasta cuarto grado. Tales importadores tienen el hábito compulsivo de decir, en las revistas, que su margen comercial es reducido y que los piratas les chafan el negocio, cuando es bien sabido que unos y otros pertenecen a la misma asociación.
Un informático puede o no haber estudiado inglés en su infancia. Quizá no lo hable, pero, sin duda, entiende el idioma en el que se escriben los artículos técnicos: conoce algunas palabras y otras se las imagina a fuerza de tesón. El caso es que nada escapa a su aguda mirada. Mucho menos los precios.
La primera y la segunda vez redacta con esmero las cartas: pide catálogos o pregunta por las condiciones de venta al extranjero, "outside USA", "Overseas" o "foreign buyers", según los anuncios. Curiosamente, los americanos responden siempre. Para ellos no hay cliente pequeño, decididos como están a rebajar el déficit de su balanza comercial.
Por último, se pide el objeto. Normalmente, un programa fabuloso que, aquí, vale de tres a seis veces más, si es que está en el mercado. Mi primera adquisición fue el Type Director, de Agfa Compugraphic. Mi banco me preparó el talón internacional bajo el epígrafe de "subscripción".
Nueve o diez días después recibí la llamada de un empleado de la compañía aérea KLM. Mi programa había llegado a España, procedente de Estados Unidos, pero vía Holanda, y las celosas autoridades, a despecho de estar consignado a mi dirección, lo habían raptado en otro aeropuerto lejano, el primero que tocó el avión.
—¿Eh? —dije, meditando sobre los abismos de la burocracia.— ¿Por qué no me lo envían aquí, que también hay aeropuerto y aduana?
Pero era inútil sublevarse contra el sino. Los funcionarios sólo son felices desbaratando planes y aplicando alegremente oscuros reglamentos que más parecen una venganza. Eso, al menos, me explicó el hombre de la KLM mientras me sugería que me pusiera en manos de un agente de aduanas. Aerpons mismo.
Fue el segundo problema: el agente de aduanas debe presentar la factura de la mercancía para que le dejen retirarla. Pero la factura aún no me había llegado, gracias a los esfuerzos combinados del servicio de Correos. Y ahí estaba yo, lejos de mi querido programa y sin posibilidades reales de meterle mano.
De Norteamérica a España mi paquete tardó nueve o diez días. Yo, sin embargo, gasté veinte en recuperarlo de las crueles manos de los aduaneros y, además, tuve que dar toda clase de explicaciones insistiendo en que, aunque pueda parecérselo al lego, los programas no son estupefacientes. No siempre, al menos.
Luego, claro está, la factura del agente de aduanas. Y, después, la de la aduana misma, con el IVA o propina al Estado que tan bien me sirve. Dieciséis mil pesetas me hicieron pagar por tan esmerado servicio.
Alguien que no haya resistido las acometidas del MS-DOS o que no haya sentido el zumbido que provoca la lectura de una fuente en C, no habría repetido la experiencia. Pero si algo enseña la informática es a pensar con economía y precisión:
Un mes después de estos tristes acontecimientos, encargué a California el GoScript, un emulador del lenguaje PostScript de Adobe. De nuevo les envié un talón garantizado contra un banco de Nueva York y una carta esmerada, en todo igual que la anterior, salvo en la postdata:
"Por favor: enviénmelo por CORREO NORMAL."
Imaginar esta simple línea me había costado horas de cálculos y de estudios sobre los hábitos psicológicos de los burócratas.
Pero fueron esfuerzos mentales bien invertidos: Quince días más tarde el cartero me entregó en mano el paquete con el programa americano. Los funcionarios de aduanas y los agentes que hacen los trámites fueron burlados por los hombres esforzados de Correos.
Si el lector no ha llegado aún a ese estado mental en que el espíritu exige ponerse en contacto con Estados Unidos, que tome nota del consejo. Termine todas las cartas con esta sencilla línea: "Enviénmelo por correo normal". Puede añadir que lo hace para esquivar un impuesto. Los americanos, está comprobado, comprenden y obedecen. Comparten con nosotros la afición.
Y comprenden mucho mejor de lo que creemos después de leer sus revistas en inglés. Por ejemplo, hay informático que suda al tener que redactar en ese idioma: teme parecer demasiado extranjero usando una sintaxis que no es la suya o no ser capaz de expresar exactamente sus ilusiones y esperanzas.
Hay también una solución fácil, elemental: escribir en español:
Tras leer un anuncio de un programa OCR, o sea, de "Reconocimiento Optico de Caracteres", ¡por sólo cien dólares!, me sentí atrapado por la dificultad de explicar en detalle que lo quería para funcionar con un "scanner" de mano, no de página entera. Les enviaba el correspondiente talón pero necesitaba pedirles que, si el programa no corría en determinados supuestos, rompieran el cheque. Algo muy confuso para quien, como yo, sólo maneja habilmente el inglés de almohada, también llamado inglés camero, a base de muchos gestos.
Escribí en español y confié en que el olor de los dólares agudizara los cerebros pensantes de la compañía. Era una suposición acertada y pronto recibí mi OCR con una carta que demostraba, en inglés, que me habían entendido perfectamente.
Desde entonces, y salvo en casos especiales, confío en los vendedores norteamericanos, capaces de entender cualquier idioma que les de un beneficio. Uno de estos días, con fines experimentales, voy a probar en catalán: estoy seguro que me atenderán con la misma cortesía. Y siento no conocer nada de sánscrito para hacer la prueba de fuego.
NOTA BENE: Aunque hablen el mismo idioma, ni se
le ocurra escribir en español a Inglaterra. La carta o el pedido va a la
basura sin remedio. He ahí la razón de la decadencia británica: son
casi tan soberbios como nosotros.
Notas útiles
Nota gestos:
Y algún suspiro bien modulado. No les diré donde lo aprendí, pero se trata de una academia muy agradable.
Nota mano:
Ya se comprende que es un eufemismo. El cartero, lejos de entregármelo en mano, dejó el paquetito en la calle. Mi casa es un solo edificio con una ranura en la puerta que hace las veces de buzón. Dado que el paquete no pasaba por ella, el inteligente cartero dejó el género en la acera y sólo Dios evitó que pasara por allí algún sinvergüenza o el alcalde.
Nota fuente:
Las «fuentes en C», aunque se admire el lego, no son fuentes que manen «ces»,con un artística figura de mármol o bronce arriba: son el programa mismo escrito en lenguaje C antes de ser compilado. Se les llama «código fuente» y el uso acaba dejándolos en «fuente» a secas, para tratar de confundir al no iniciado y al Cesid.
Nota banco:
El banco también chupa sangre de informático en cuanto se le presenta la oportunidad. Hace muy pocos días pedí un talón de 50 libras, el equivalente a unas 9.200 pesetas. Por gastos, corretaje y otros conceptos, me cobraron 2.500. Esto es suficiente para volverse decidido partidario de la nacionalización de la banca.
Nota software:
El «software» es el espíritu, la matemática, o sea, los programas que el ordenador, con singular habilidad, lee y ejecuta. El «Hardware» es la materia, o sea, el ordenador y sus demás accesorios El cuerpo del delito, por así decir. Como en el caso del hombre —un parecido más— también ellos están compuestos de cuerpo y alma. La sangre, en cambio, la pone el comprador del equipo.
De vendedores y otros peligros
En más de una ocasión ha aparecido en estas páginas mi vendedor, ése que curó uno de mis modems golpeándole de firme con la llave de su casa.
Su razón social, en un alarde de originalidad, se llama Electrónica Pons y, dado su carácter afable, su trastienda es una especie de tertulia permanente de aficionados que acuden allí a llorar sobre los discos duros rotos o a darse consuelo mutuo, sentados entre ordenadores e impresoras.
El Electrónico Pons es un hombre de talento, como demuestra el hecho de que, en año y medio, ha conseguido extraerme un millón seiscientas mil pesetas y, en sucesivos cambalaches, me ha hecho cambiar tres veces de ordenador. Talento en estado puro.
Pero la mejor forma de presentarle es a través de una anécdota:
Un amigo, funcionario autonómico presionado por la moda, empezaba a pensar en ordenadores. En su imaginación, nutrida por Hollywood, les veía diciendo «Pip, pip, se acerca el consejero de finanzas. Tensión doscientos cuarenta. Posiblemente trae mala leche. En el bolsillo esconde un proyecto de ley con el que golpear a los díscolos.» O sea, que lo que sabía mi amigo sobre estas máquinas cabía al dorso de un sello, pero estaba contrayendo la enfermedad informática a ojos vistas y se le veía proclive a comprar "marca" pagando así, además de los chips, la publicidad televisiva.
—Llama a mi vendedor. —le aconsejé, recurriendo al expresivo lenguaje matemático.— Si necesitas "n", no te venderá "n+10"
Se puso en contacto con el Electrónico Pons y éste, sin pérdida de tiempo, le advirtió que disponía de un IBM PC de segunda mano que era una verdadera ganga: 75.000 pesetas con disco duro incluido.
Dos días después el funcionario se me quedó mirando con sorna. Eso me hizo comprender que había olvidado darle un dato fundamental para seguirle la pista al Electrónico Pons, un dato cuya ignorancia había llevado la confusión al espíritu burócrata del funcionario:
—Llegué —me dijo— y allí no había ninguna tienda de electrónica. Había una panadería.
—Sí. —dije, porque es cierto que hay una panadería que huele a hogar.
—Entré. —siguió el funcionario.— ¿El señor Pons?
—¿Para qué lo quiere usted? —me preguntó el panadero.
—Deseo hablar con él.
—¿Sobre qué?
Aquel panadero resultaba ser un tipo desconfiado, poco proclive a las confidencias mostrador por medio. Pero no es de extrañar habida cuenta que mi amigo es la viva estampa de un inspector de hacienda que lleve tiempo sin beber sangre de contribuyente.
Sólo cuando se pronunció la palabra "ordenador" los malentendidos empezaron a disiparse. No es que Electrónica Pons sea una panadería, es que el Electrónico Pons es panadero entre otras muchas cosas: un espíritu activo que le ha llevado a darse de alta como pescador profesional, como radioaficionado y como almacenista.
Heredó la panadería años después de establecerse en el ramo de la electrónica y, forzado por las circunstancias y la codicia, unificó los dos negocios. Por las mañanas despacha pan, pastelillos, ensaimadas y creo que huevos de granja. Por las tardes, ordenadores. Las noches las reserva para instalar redes Novell a domicilio y para ayudar a sus clientes a manejar confusos programas de contabilidad.
Es, sin duda, un superdotado. Además no es un simple vendedor sino un aficionado al medio: programa con relativa soltura, monta complicados ordenadores a partir de un simple kit y un infecto manual en americano. Da consuelo a los afligidos y, como los médicos antiguos, visita a domicilio, ya para limpiar de virus el disco duro de un cándido, ya para añadir una Mega de expansión de memoria a un AT que se está quedando corto.
En las largas noches de invierno me hace confidencias:
—¿Conoces al médico Goñalons? Pues ayer le saqué el viernes trece. —comenta como si se tratara de una operación— Se le había comido el disco. Y a Lorenzo, el contratista de obras, le he quitado esta tarde el Pakistaní Braim. Y a Camps le he instalado el modem externo que no sabía configurar y le he regalado el Procomm.
Comadreos de aficionado que animan la vida entre programa y programa. Y, claro, a cambio de este trato humano, no tengo corazón para negarle nada:
—Tengo una oferta de impresoras láser... La Star, que es muy buena marca.
—Venga la láser.
—Me han llegado unos chips de memoria para tu tarjeta VGA... Con 512 K siempre funcionan mejor.
—Vengan los chips.
Un trato familiar y apacible. A veces me llama para leer, entre los dos, un manual americano que se resiste a la interpretación. El de las redes Novell, por ejemplo, en un lugar dice que, una vez diseñado el menú específico del usuario, hay que llamarlo MAIN.MNU. Pero luego el programa, con su habitual mala fe, no lo acepta.
Trabajamos codo con codo y solemos triunfar sobre las fuerzas del mal que se han adueñado de los manuales. Otras veces nos reímos de los infelices que vienen llorando porque tienen el disco duro tan infectado que ni se les enciende la pantalla, y resulta que han averiado el monitor y no otra cosa.
Sólo una vez le he visto verdaderamente enfadado: Compró un PageMaker, con sólo dos instalaciones los venden, para un cliente que tiene una imprenta informatizada. La primera instalación se destruyó a causa de un formateo accidental del disco duro, cosa que gustan de hacer los novatos. La segunda, cayó víctima del virus de la pelotita. El impresor, en lugar de pedir ayuda y confiar en los especialistas, formateó confiando en que los backups restaurarían su PageMaker. Uno que no sabe cómo se las gastan los vendedores de programas .
El Electrónico Pons, vendedor autorizado, habló con la casa, explicándoles el cúmulo de desgracias caídas sobre el impresor. Incluso llegó a decir que era algo tonto para mover a la piedad al distribuidor. ¿Serían tan amables de enviarle otro programa, libre de gastos?
No. No lo serían. La norma de la casa era no fiarse ni de su padre. Cierto que tienen motivos, pero cierto también que mi vendedor obraba de buena fe y con la verdad por delante.
La verdad tampoco entraba en los estatutos del distribuidor: si quería otro PageMaker tendría que pagarlo como de costumbre: al contado. El Electrónico Pons dijo que sí, qué remedio y, nada más colgar, llamó al vendedor del COPYII PC, con la tarjeta que permite duplicar cualquier programa, no importa la protección que lleve. El Superlok del Pagemaker es un juego de niños para él.
Ahora pocas personas, en un radio de cincuenta kilómetros, carecen del PageMaker. A eso ha conducido la codicia del distribuidor que no creyó al Electrónico Pons. No debieron herirle en sus sentimientos.
* * * * *
Quizá algún lector detallista se pregunte qué fue de aquel IBM PC que iba a comprarse mi amigo el funcionario por 75.000 pesetas. Pues nada: el Gobierno Autónomo le envió un Olivetti AT, con impresora de carro ancho.
Meses después, cuando comenté con el Electrónico Pons mi intención de montar un BBS, observé un brillo en sus ojos. Nada dijo, pero los ojos seguían ardiéndole en la penumbra cuando nos despedimos.
Al día siguiente me llamó. Le acababa de salir una oportunidad y, lleno de amistad, había pensado en mí: un IBM PC estaba disponible por 75.000 pesetas. Con disco duro incluido. Se acababa de enterar.
Me dolió que subestimara de aquel modo mi memoria, pero dije que sí. Al día siguiente, cuando se cerró la panadería, fui a recoger el cachivache. Sólo entonces descubrí que me lo daba sin monitor, sin salida de impresora y sin tarjeta gráfica. La ganga empezaba a desvanecerse como una bruma.
Menos mal que yo disponía de monitor y tarjeta EGA, sobrantes en casa desde otros cambios anteriores. Eso me permitió resistir el golpe con una sonrisa viril e instalar en poco tiempo mi BBS 2.001 (312, 8N1, 24 horas, 971378170)
Un mes después el disco duro saltaba hecho pedazos después de emitir unos pitidos de dolor infrahumano. Lo enterramos el Electrónico y yo, no sin pronunciar unas sentidas palabras:
—Este PC, que en paz descanse, no te lo pago hasta marzo.
—De acuerdo. —respondió el compungido Electrónico Pons.
Y me regaló otro disco duro usado, con la esperanza de estimular mi cartera.
Pero no. Todavía, no.
Notas útiles
Nota programas:
El PageMaker viene protegido por el Superlok, un programa infernal que se pasa el tiempo vigilando a los que intentan sacar copias piratas.
Las ideas no tienen padre
(Algunos de los que las usan, tampoco)
Si algo distingue a la Informática de otras artes, es el plagio. No se rían, que bien sé que en literatura y en arquitectura, por no hablar de la política, es moneda de curso legal. No importa: en el mundo de los programas, mucho más.
Las grandes empresas de " software ", por así decir, andan todo el tiempo en los tribunales, acusándose mutuamente de copias descaradas y argumentando, en defensa propia, que hay muchas formas de desollar un gato.
Pero esto se ve con más claridad en algunas revistas, donde a veces aparecen programas copiados literalmente. Unos prefieren plagiar a las publicaciones inglesas y otros a las americanas. Tengo una variada colección de estos prodigios, unas veces con firma hispánica y otras sin firma, a pelo.
Los usuarios también son finos: agarran un truco extranjero, lo envían a una revista que, a lo mejor, les paga mil pesetas por él, y lo firman descaradamente. Hay casos curiosos en que se puede seguir la pista a una misma idea: un programita que, por ejemplo, dibuja una curva de dragón para ordenadores MSX, se ve traducido, al poco, para Amstrad CPC y, luego, para los PC compatibles. Tres transfiguraciones para la misma idea: una fórmula de Mandelbrot que, eso sí, se desarrolla de modo distinto según el lenguaje de cada uno de los ordenadores.
Y ahora, aunque el gremio de iniciados tome represalias contra mí, no tengo más remedio que levantar un pico del velo del misterio: Un PLOT es un único punto encendido en la pantalla, o sea, un PIXEL iluminado. Puede ser de distintos colores. Un DRAW es una línea, también de distintos colores, para no desmerecer. Siempre conforme al basic de los AMSTRAD pequeños y no de los PCs.
Sucedió que, in illo tempore, yo había picado con un ordenador o, mejor dicho, con un vendedor que me aturdió con su corbata policromada y, en tanto me reponía, se adueñó de mi alma inculta, que lo ignoraba todo sobre el chip y sus misterios.
Yo quería escribir y me colocó un ordenador que sólo escribía. Era capaz de imprimir en la pantalla docientos cincuenta y seis caracteres variados, pero no sabía hacer un PLOT (vea la definición de arriba). Mucho menos un DRAW. Los fabricantes hacen cosas así para probar los nervios de los aficionados. Ponen fotos con monitores repletos de bellos dibujos pero, al tocar la realidad, todo se queda en una argucia publicitaria.
Aquel ordenador, que era cejijunto, no hacía plots ni draws desde basic porque algún genio había decidido que un escritor no debe hacer dibujos, distrayéndose así de más altas funciones intelectivas.
Sufrí en silencio cuanto puede soportar un hombre. Entre sufrimiento y sufrimiento, leía revistas especializadas que sólo conseguían confirmarme lo ya sabido: la máquina podía contar hasta un millón en segundos , pero no sabía encender un simple punto de luz en su pantalla.
Los anuncios me orientaron y, al fin, di con un programa que, cargado en la memoria del artefacto, permitía maravillas: cambiar la forma de las letras o diseñarlas yo mismo; hacer sonar el zumbador imitando una canción; encender el motor de la disquetera y, por supuesto, hacer Plots y Draws.
Invertí en él las mejores horas de mis madrugadas y, al cabo de un mes, comprendí por encima el método que usaba. Escribí una réplica de él en código máquina, un lenguaje en números hexadecimales que suena así:
4d4144524944 , que quiere decir MADRID
6d6164726964 , que quiere decir madrid en minúsculas.
Es posible imaginarse la tortura que supuso para un sólido cerebro educado en el arcaico sistema decimal . Con todo, llegué a terminar un trozo de código que, escrito en un determinado lugar del lenguaje BASIC de mi máquina (O sea, pokeado), dió a mi lenguaje de programación una rudimentaria capacidad gráfica. E insisto en que partía de unas rutinas de dominio público, transformadas por mí para las necesidades del inefable Amstrad PCW , aventajado discípulo de Sade.
Muy orgulloso pero, sobre todo, muy cándido, se lo llevé a una revista especializada junto con la descripción detallada para conseguir que el usuario más torpe fuera capaz de construirse su Basic gráfico. Junto al truco, dos o tres programitas que dibujaban circunferencias y hasta esos buñuelos conocidos por toroides en algunas geometrías. Para redondear, añadí un método que permitía diseñar nuevos juegos de caracteres para que el ordenador se vistiera de fiesta y pusiera un poco de fantasía al tedioso tecleo.
La revista, por vía de un profesional melenudo, me dio las gracias: acababa de poner fin a la profunda frustración de miles de usuarios víctimas de la publicidad engañosa y de los tinglados del marketing internacional. Un mérito que, sin duda, Dios me pondría en el lado bueno de la balanza.
Ahora, un poco de chino, porque, salvo en chino, no se puede explicar la pega: Mi método usaba, para unirse al peculiar basic de aquel ordenador, una serie de operaciones muy profesionales con SID.COM, el equivalente al DEBUG de los PC, un desensamblador simbólico. Los desensambladores simbólicos tienen un nombre raro, pero existen.
El revistero dijo que el método, brillante, era poco apto para las castigadas mentes de los usuarios, que necesitaban material precocinado. En vez de unir mis rutinas al programa principal, él las traduciría al basic para que se cargaran en memoria en los puntos claves. Eso, en principio, quitaba el mérito fundamental de mi trabajo: un nuevo BASIC que no necesitaba dos o tres cargas de rutinas añadidas.
Bien: dos meses después salieron mis trabajos: tres páginas de talento desbordante firmadas por otro señor. También vio la luz mi sistema para cambiar la forma de las letras, pero con la misma firma apócrifa.
Ni que decir tiene que mi fe en el ser humano se tambaleaba tanto que vertía el café con leche al llevárselo a los labios. Aunque me sabía un benefactor de la humanidad, aquella descarada apropiación me hacía sangrar espiritualmente.
Aprendí la lección. Pillé un programita en basic del MSX, lo traduje al GW-BASIC propio de los PC y lo envié a otra revista. Ambos, el original y el mío, dibujaban curvas de dragón, cosa que se correspondía con mi estado de ánimo. Me lo publicaron, me lo pagaron y, encima, me lo alabaron. Las curvas de dragón —decían— son una de las más complejas funciones geométricas. Nótese la elegancia y la sencillez con que A.R. resuelve los notables problemas en sólo seis líneas.
De donde deduje lo que ya saben tantos en España: vale más fusilar el trabajo de otro que estrujarse los sesos. Tuve la confirmación cuando volví a enviar otro programa, enteramente mío, que permitía dibujar cualquier cosa en la pantalla usando las flechas de tecla llamadas cursores y que, luego, convertía el dibujo en un programa que se ejecutaba solo. Todo en 10 o 12 líneas. No lo aceptaron. Debieron notar que no estaba copiado.
Y hay mucho más: un par de amigos, con gran espíritu comercial, decidieron hacer una revista en disco para una clase de ordenadores que disponían de muy poca información y de muy pocos programas. Trabajaban como hormiguitas pero, cada mes, salía un nuevo número repleto de noticias, trucos, programas y hasta dibujos artísticos de muy buen efecto.
Al quinto mes estaban superados por la demanda: no tenían tiempo literal para producir tantos ejemplares ni para enviarlos por correos dentro del plazo. Tampoco ganaban aún el bastante dinero que les permitiera contratar personal.
El más espabilado de los dos hizo lo único sensato: ir a una revista bien consolidada, dejarles los ejemplares de su disco-revista y tratar de venderles la idea a cambio de muy poco. Los profesionales, muy simpáticos, sonrieron agradecidos después de frotarse las manos y dijeron que lo pensarían.
Como era lógico, unos meses después esa editorial comenzó a anunciar una disco revista fetén, repleta de trucos, utilidades, etc... La de los jóvenes aficionados se vendía a 700 pesetas. La de los profesionales, a 2.500.
Hoy, cientos de solitarios pensadores han hallado trucos o escrito programas capaces de ayudar considerablemente al usuario, pero los guardan para sí mismos y sólo los usan para asombrar a los amigos. De tanto en tanto, piensan en los ladrones de ideas, que son legión, y sienten lo que Cervantes por Avellaneda: una vieja y profunda emoción.
Si no fuera por los Avellanedas, la informática en España avanzaría mucho más rápidamente.
Notas útiles
Nota GW-BASIC:
Si sigue siendo usted el mismo novato de antes, debo decirle que BASIC es un lenguaje de programación de alto nivel, y que no se llama así porque sea el "básico" o el más fácil ,sino porque BASIC es la resultante de esta empanada gallega: «Beginner's All-purpose Symbolic Instruction Code». O sea, B.A.S.I.C., como N.A.T.O., pero enchufado a la corriente.
Nota PCW:
Los PCW de Amstrad se comercializaron como «la máquina de escribir revolucionaria», y, evidentemente, revolucionaron el concepto de ordenador: nunca una máquina estuvo peor preparada para actuar de ordenador, o sea, para dar hermosas satisfacciones a su amo y señor.
Nota DEBUG:
SID para CP/M y DEBUG para MS-DOS. Son herramientas informáticas que permiten ver por dentro los programas compilados, ya en forma de números hexadecimales, ya como texto incomprensible, ya como líneas de órdenes de peculiar estilo literario:
mov a1,1111b
int 21h
mov al,es:[di]+1
cmp al,32
Bien claro está su significado, ¿no?
Nota decimal:
El sistema hexadecimal (casi un «ecosistema»), como su nombre indica, es en base 16. O sea, que uno es uno, pero 10 es A, 11, B; 12,C; 13, D; 14,E; 15,F; y, aquí está lo bueno, dieciséis es 10. Está todo muy bien pensado para confundir a una mente inocente.
Nota segundos:
Tenga en cuenta que el PCW se trataba de un Z80 bajo CP/M Plus.
Si es usted novato, ahí tiene un buen material sobre el que meditar. Sólo le daré una pista:el Z80 es de silicio y el CP/M Plus, no.
Nota Mandelbrot:
Si el nombre no le suena, cosa más que posible, trate de encontrar algo sobre geometría fractal. Y si todo esto le suena a chino, además de estar en su derecho, no se preocupe demasiado: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad.
Nota plagiar:
También existe una escuela ecléctica y sin complejos, que plagia por igual a ingleses y a americanos, sin molestarse siquiera en traducir las "label", o sea, las etiquetas que el lenguaje usa para saltar de unas instrucciones a otras según las necesidades del programa.
Nota software
Es el espíritu insuflado en la dura mollera de la máquina. A veces, un clásico espíritu burlón o poltergeist.
Nota rutinas
Vale la pena decir qué nombre recibía aquella colección de rutinas, porque no está exento de gracia:
"El Universo y todo lo demás que usted quería saber sobre el PCW y no se atrevía a preguntar"
¡Ahí es nada!
Nota lugar
Aquel Basic, como tantos, empezaba con una tabla de saltos (que no tiene nada que ver con la gimnasia). No hubo más que añadirle unas nuevas órdenes de salto en dirección a mis añadidos. Y, por supuesto, decirle en qué lugar de la memoria se debían cargar mis nuevas instrucciones.
KEYBSP
Los sábados acudo con mi hijo a una tienda de informática donde él lucha por deshacerse de su asignación. El propietario, gran comerciante, deja que la chiquillería lo toque todo y hasta que use los diferentes juegos. Probar antes de comprar. Y vende más que cualquier otro de la zona aunque no entiende palabra de informática.
Mientras, mantiene una especie de tertulia con gente de más edad. No es raro oír allí que el DOS es una verdadera amenaza para hombres y bestias o que los ordenadores no tienen madre: que nadie espere de ellos caridad, comprensión o dulzura.
Un cuarentón rubio abundaba en este tema, quejándose de que a su AT le acababan de cambiar un chip. El mecánico, ser sin conciencia, había substituido un buen chip inglés por uno español del que el rubio sospechaba.
—Desde que me lo han devuelto —dijo al fin— escribe las letras cambiadas. No hay forma.
Caritativo como soy, no pude resistirme:
—¿Hace mucho que tiene la máquina?
—Desde Reyes
—Ah. ¿Y qué chip le cambiaron?
—No sé. Uno.
El lector experto, como yo entonces, ya habrá diagnosticado la avería del AT. Pero había que convencer al interesado, que tenía la mirada vivaz, pero fija, de un salmonete refrigerado.
—Puede —dije con delicadeza— que no sea el chip español.
—¿Qué va a ser, entonces? —había incredulidad en sus palabras.
—El "autoexec.bat". —confesé, sin ocultar nada.
—¿En qué parte va del ordenador?
Renuncié a hacer un chiste fácil, posicionando el Autoexec en la pierna izquierda de la máquina y me atuve a la ciencia empírica:
—Es un programa, ¿sabe?
—No es el Autoexec. —descartó el perjudicado.— Antes de cargar cualquier programa ya se hace un lío con las letras.
El sistema de muchos, como se ve, es dar al interruptor y dejar a la naturaleza el resto.
—El Autoexec.bat es un programa que pone el ordenador a punto. La máquina lo ejecuta al arrancar.
Por allí había un XT encendido. Edité ante sus incrédulos ojos el Autoexec y le señalé la línea culpable: " KEYBSP E". Luego abrí el subdirectorio DOS y le mostré el programa que adaptaba el teclado a nuestra acentuada lengua.
—¿Eso es? —me preguntó, indeciso.
—Eso.
—Es que yo corrí ese KEYBSP y, al ver que no hacía nada, lo borré para tener más espacio.
No sabría decir si la idea acudió a mi mente como un relámpago o como un inspector de Hacienda:
—Bien. —respondí, manteniéndome impasible, pero dispuesto a ayudar a la Naturaleza a eliminar a los menos evolucionados.— Hay otra forma más fácil de arreglar el problema. Apunte: Tiene que escribir " Format C:" y darle al Return, que es esta palanquita. Cuando la máquina le diga cualquier cosa, responda que sí, sin miedo, y pulse Intro.
—Gracias. ¿Y el chip?
—Ni lo sentirá. Será como un reconstituyente para él.
Notas útiles
Nota Format:
Para poco iniciados: Format es el programa más peligrosos de cuantos vienen con el sistema operativo: es capaz de borrar todos los datos cuidadosamente acumulados en el disco duro. La orden FORMAT C: es, precisamente, la que formatea el disco duro y nos hace perder toda la información que guarda. El programa FORMAT, receloso de vérselas con un pardillo, advierte que se va a borrar todo y pide confirmación. Si se dice que sí, no hay modo de detener el terrible proceso.
Nota KEYBSP:
De nuevo para los poco iniciados: el programa KEYBSP.COM es el que carga el juego de caracteres españoles adecuado a los teclados que usamos aquí, con eñes, «¡» ,«¿» y acentos. Por eso leerá más adelante que, al ejecutarlo, no parece suceder nada. En efecto: sólo obra maravillas cuando no está cargado.
Nota AT:
Si usted es de los que llaman a los ordenadores por su marca y número, no está lo bastante iniciado. Un buen informático solo habla de PC, XT o AT, según lo que corre la máquina.
Pero si quiere alcanzar la perfección, la forma mejor de hablar de los mejores amigos del hombre es la siguiente:
Un 8088 (que es un PC)
Un 8086 (que es un XT)
Un 286 (que es un 80286, llamado AT)
Un 386 (que es un 80386, también AT,pero de mejor familia)
Un 486 (80486, que es el acabose: la modernidad absoluta)
Nota pierna:
En realidad está en el intestino delgado, ayudando a digerir la información.
Nota Autoexec:
Uno de los caprichos del DOS es leer, nada más arrancar el ordenador, dos ficheros que siempre tienen que estar presentes en el directorio de raíz: el Autoexec.bat y el Config.sys. Entre ambos consiguen dar al DOS una apariencia más humana.
Nota DOS:
Para los poco avezados, D.O.S. significa Disk Operating System. El saber no ocupa lugar, pero no creemos que este conocimiento haga más feliz al lector, sobre todo si maneja el DOS y lo sufre.
Pepe, el telefónico
Pepe, el telefónico, es un amigo interventor de la CTNE. En su oficina manejan unas complejas bases de datos hechas con DBASE , pero él, para su gobierno, necesitaba un programita para llevar la cuenta de los morosos.
—Uno —me dijo— que con sólo teclear el DNI me diga si nos debe algo y cuánto. Hay tipos que se dan de baja dejándonos colgado un pastón y luego piden otra línea. ¡Y se la damos!
Hay quien piensa que una base de datos no es apta para el consumo humano. Pepe el telefónico, no: estaba dispuesto a fiarse de una confeccionada por mí a la medida, aún sabiendo de oídas que yo podía meterle algún programa disfrazado que organizara bonitos efectos con su verdadera base de datos. No siempre es fácil para un perjudicado por la CTNE dejar de tomar venganza.
Pepe, en cambio, todo lo más opina que por los alrededores de su ordenador siempre debieran merodear varios boys-scouts, dispuestos a prestar ayuda desinteresada.
En fin: la tarea no era difícil y tres días después me presenté en su despacho con el pedido. Para demostrarle el funcionamiento, inauguré el listado: nombre, dirección, DNI y cantidad adeudada. Como sólo admitía números hasta seis cifras, escribí: 222.222 ptas.
Luego, en el modo de búsqueda, di mi DNI y, en efecto, la base de datos me reconoció como moroso habitual, expresando algunas opiniones que yo le había enseñado para darle un acabado más profesional y humano.
Hecha la prueba, zarpé con la satisfacción del deber cumplido. Sólo horas después recordé algo fundamental y llamé con urgencia a Pepe el telefónico:
—Oye —dije lleno de inquietud— : borra mis datos de la lista de morosos. Es la opción tres: tachar al que paga.
—No te preocupes. ¿Crees que aquí somos tan brutos?
Lo creía, pero no era el momento de profundizar en el tema. Les había visto perder muchos datos por apagar el ordenador sin cerrar los ficheros.
Diez días después recibí un sobre de Telefónica recordándome una presunta deuda de 222.222 ptas y amenazándome con echarme a las fauces de un juez excitado.
Quien diga que los corazones no se pueden encoger hasta el tamaño de un hueso de aceituna, miente. También se engaña quien crea que un informático, después de enfrentarse al C , lo encaja todo.
—Oye, Pepe. —dije tan pronto como recuperé la voz y marqué su número— Que me ha llegado una factura de 222.222 pesetas.
—¡Andá! —exclamó el otro— Mira que me avisaste, pero se me olvidó. Y, ahora, ¿cómo lo hago yo? Porque eso ha ido a Madrid y, si no pagas, te cortan las líneas.
Yo, en mi modestia, hubiera cortado muchas cosas distintas antes de llegar a ese final, pero no por teléfono.
—Oye. —me dijo al cabo de un minuto de silencio en recuerdo de mi cartera fallecida— Acabo de consultar y me dicen que tu línea está cortada ya. No hay nada que hacer.
Hizo una pausa y nos reímos los dos. Con algo de anticipación, me había gastado la inocentada del 28 de diciembre. Ya veremos cómo encaja él cuando descubra que mi base de datos le tiene a él como moroso imborrable , con una deuda de 999.999 pesetas.
Notas útiles
Nota imborrable:
Aunque se borren todos los registros, la base de datos reconoce su nombre, dirección y DNI, dándole siempre como moroso. Por cierto que algunos compañeros de otras provincias, decididos a controlar a los morosos, le han pedido copia del programa. A Pepe el telefónico le espera un futuro difícil mientras que a mí, a lo mejor, hasta me pagan.
Nota DBASE:
DBASE es un gran programa para hacer y controlar Bases de datos. Los profesionales, en cambio, puede que se sorprendan al saber que las complejidades administrativas de una compañía como la CTNE se resuelvan así y no con programas más complejos y serios.
Personalmente saqué la conclusión de que la Telefónica padece una gran penuria de programadores.
Ordenadores con «pastilla»
Estos días el Electrónico Pons medita profundamente, sentado entre las hogazas. Con una mano despacha a la parroquia y con la otra repasa manuales técnicos permitiendo que sus neuronas se recarguen de sabiduría.
El Electrónico Pons, para quien no le conozca, es mi suministrador de recursos informáticos y, además, es panadero, pescador profesional y almacenista. Todo con su alta fiscal. Por la mañana vende pan; por la tarde, ordenadores y programas y, de tanto en tanto, pescado. Por la noche, hornea.
Es un hombre emprendedor que sabe lo que se trae entre manos: comprende la esquinada psicología de un chip de silicio y apenas consiguen engañarle los manuales que hacen los fabricantes con objeto de alterar la tensión de los usuarios noveles.
Pero estos días el Electrónico Pons sufre. Los bancos, en su afán de tragarse el mundo, empezaron por vender cristalerías, vajillas, cuberterías y, como era de esperar, han llegado a los ordenadores. Se los enseñan al inexperto cliente, ofreciéndole financiar la compra, de modo que ganan su margen comercial y los intereses: más que cualquier vendedor honrado y más que el Electrónico Pons.
Dado que los bancos son los prestamistas del Estado de las Autonomías, es improbable que Hacienda les meta mano por vender al detall sin alta fiscal, y mucho menos por competencia desleal. Antes se daba patente de corso a algún pirata destacado: hoy se la dan al banco, sin duda por concomitancias de carácter.
Pero el Electrónico Pons es demasiado filósofo para preocuparse por esto: sabe que el poderoso puede vender a su madre, si lo desea, y no discute con las leyes de la naturaleza. Su pega es otra. Deontológica, si puede expresarse así: los banqueros/comerciantes no saben nada de las máquinas que venden y desorientan al personal colocándole esos IBM Personal System con la promesa de que "se harán con él en cinco minutos ."
—Todos sabemos que, en cinco minutos, ni siquiera has conectado todos los cables. Y, si no me crees, vete a tal banco e interésate por sus máquinas. Verás qué lección de física recreativa.
Como estoy escribiendo este libro, no perdí la oportunidad de correr aventuras: fui, me interesé y permití que un banquero de baja graduación me suministrara algunos folletos y me explicara la maravillosa financiación que me ofertaban: Sólo me costaría unas cien mil pesetas más que el precio de mercado, pagando todos los meses durante dos años.
Aquel buen hombre no paraba de hablarme de los beneficios del dinero cuando yo había ido a charlar de informática:
—¿Y qué puedo hacer con este ordenador? —dije, aparentando el acento del lego y conduciendo la conversación a su cauce natural.
—De todo.
Quise parecer impresionado:
—¿Freír huevos?
Se rió para dar a entender que captaba mi agudo sentido del humor. Pero, en realidad, se tomaba tiempo para recordar qué hacían los ordenadores. La deformación profesional, lógicamente, inspiró sus palabras:
—Puede llevar la contabilidad de su empresa.
—¿Cómo?
Sonrió con suficiencia. Calculaba que era el momento de deslumbrar a un novato con sus conocimientos avanzados:
—Se mete un programa y el programa lo hace todo.
Inspeccioné la máquina, muy admirado:
—¿Por dónde se le mete? ¿Hay que levantarle el capó?
El banquero comprendía mi sed de conocimientos, de modo que llamó mi atención sobre la boca de la disquetera de 3 1/2":
—Por aquí. Hay como la aguja de un tocadiscos, que lee el programa.
—¿Y entonces suena?
—Entonces le organiza su contabilidad. Lo hace todo él.
Aquel pobre diablo ignoraba absolutamente las complicaciones del Plan Contable Español y lo fácil que es equivocarse con un ordenador al abrir determinadas cuentas. Sabía, en cambio, que el banco, por cuarenta mil pesetas extras, me vendía un programa ideal para hacer florecer mis negocios.
—¿Y qué más hace?
—Inventarios.
—¿Y...?
Rumió un poco, siempre sin salirse del mundo material representado por las ganas de ganar más dinero:
—Control de stocks
—¿Y puedo conectarle un modem? —pregunté, decidido a pasar al contrataque.
—¿Un qué?
—Un modem.
—Tendría que consultar. —dijo, leyendo frenéticamente el panfleto del anuncio. Lo que fuera un modem escapaba a su aguda psicología.
—¿Y usarlo como server en una red?
—Podemos mirarlo.
—¿Qué tarjeta gráfica lleva?
—Lleva una, sin duda. Y muy buena.
Repasó el panfleto y creyó reconocerla:
—La RS-232. ¿Ve? Esta.
—¿Y qué sistema operativo?
Recurrió, una vez más, a la útil lectura:
—VGA. —dijo, procurando aparentar aplomo
—¿Y el disco duro?
Me mostró el diskette de 3 1/2 que, sin duda, es duro. Empezaba a considerarme un cliente molesto además de sumamente ignorante.
—Lo pensaré. —prometí al fin, y corrí a casa del Electrónico Pons. Confiaba en que fuera capaz de creer las informaciones bancarias sobre el IBM que uno se aprende en cinco minutos.
Me creyó. En la última semana a su casa habían llegado muchas víctimas diferentes de los métodos comerciales del banco. Les habían jurado que el ordenador lo hacía todo él solo y, por no hacer, ni siquiera permitía botarlo con otro sistema operativo:
—Lleva una "pastilla" —me confesó el Electrónico— que hace que al botarlo lea del disco duro y no de la unidad A: Así no hay modo de cargarle un DOS.
La pastilla en cuestión era malévola: no sólo impedía el uso de otro operativo sino que llenaba la memoria con una especie de manager que impedía —por pura maldad— que el programa de contabilidad cargara en memoria todos los ficheros necesarios. Por eso, llegada a un punto, la contabilidad profería quejidos y se negaba a seguir trabajando en tales condiciones laborales. "No encuentro —decía— Deudores.DAT". Muy significativo.
Nada hay que no pueda hacer el Electrónico Pons cuando empuña un destornillador, salvo, quizá, interpretar el brindis de Marina. Para él es como un juego inhabilitar cualquier "pastilla" de la casa IBM mientras canturrea aires regionales. También es como un juego explicar a los interesados los misterios del Plan Contable Español, pero todo se convierte en tiempo que pierde, en tiempo que tiene que escatimar a sus panecillos y a sus panes de molde.
Intentó defenderse cuando le llegó, llorosa, la primera víctima de los métodos comerciales del banco:
—¿Por que no les pide a ellos que le expliquen lo que va mal?
La víctima adquirió un vivo color guinda: sin duda pensaba en los oficinistas metidos a expertos en informática y forjaba una opinión adversa. Eso se imaginó el Electrónico Pons, tomando por ira lo que no era más que vergüenza:
—Verá... —dijo la víctima, tragando saliva— Yo soy el director de la sucursal de aquí cerca.
Todo un caballero, el Electrónico le desconectó la pastilla, permitiendo que el director aquel pudiera usar el programa de contabilidad. No le cobró nada pero, de un modo u otro, le convenció para cambiar de monitor. El Electrónico Pons tiene estas habilidades.
Formalizado el trato, le hizo una última pregunta:
—¿Van a seguir vendiendo ordenadores, a pesar de todo?
—Naturalmente y, luego, se los enviaremos a usted. Todos saldremos ganando. Ese es el principio básico de los negocios.
Por eso el Electrónico lee constantemente los manuales del Personal System, dividido por un conflicto de orden psicológico: Por un lado odia el PS/DOS, que trata de encadenar al usuario a la marca; por el otro, cuantas más víctimas hace el banco entre los inexpertos, más redondea él sus ingresos: no sólo de pan vive el hombre.
—Además —me confesó— es el típico ordenador capaz de poner nerviosa a una oveja paciente: antes de seis meses querrán comprarse un buen AT y dejarse de chiquilladas.
Ya se encargará él de que sientan la necesidad. Aunque para ello tenga que conectarles la "pastilla" de nuevo.
Notas útiles
Nota programa:
Bienaventurados los legos, que creen que los programas pueden saber más que quienes los hacen. Son como los que piensan que las leyes pueden ser más sabias que los que las redactan. Y así les va.
Nota minutos:
Y Algo hay de verdad en esta frase propagandística: en cinco minutos se hacen, sí, un lío. Hasta los expertos vacilan un poco.
Escribe un logaritmo y lo guarda en una jaula
No me atrevo a pensar que a todos los usuarios les hayan pasado las cosas que a mí. Si fuera así, podríamos concluir que la informática, lejos de ser una ciencia, es un sacerdocio.
Quizá se deba a mi buen carácter, reconocido por todos menos por mi ex-mujer y por mi alcalde. No sé decir que no más que a los que me piden el voto. A los demás procuro complacerlos con una sonrisa en los labios y una canción en el corazón.
Hoy mismo mi hijo, tras levantar el teléfono, me ha avisado:
—Papá: hay un moro que quiere hablar contigo.
No era un moro, sino un inglés anciano que había intentado hacer un programa para un Amstrad PCW de la serie 9.000. El programa, claro, llevaba sin funcionar desde que lo escribió y eso había afectado su voz hasta darle tonalidades arábigas. La emoción que todas las víctimas de los PCW han sentido alguna vez.
Las mentes humanas son insondables. La de este británico, después de perder pie, había decidido hacer un programa para calcular las horas de vuelo entre distintos aeropuertos. Horas variables, según el avión utilizado. No consigo imaginarme la utilidad de algo así, pero supongo que el aburrimiento consigue recalentar la lógica más fría.
El programa, sencillamente, se negaba a borrar los datos antiguos y, en consecuencia, a actualizarse: un engendro conservador y tradicional. Muy inglés. Pero su creador, después de haberme rastreado, pretendía que le dijera donde estaba el problema. Por teléfono.
Acostumbrado, por la práctica, a las maniobras de evasión, le pregunté por qué no se compraba un ordenador «de verdad» en vez de torturar a su máquina de escribir, obligándola a efectuar cálculos incompatibles con su psicología Amstrad.
El británico se mostró de acuerdo, por cortesía sin duda, pero seguía queriendo ver funcionar su programa antes de morir. ¿Dónde creía yo que fallaba?
Como aún no me han instalado visión a larga distancia, le hice reparar en la dificultad de depurar un programa que ni siquiera había hojeado.
—Calcula la distancia en millas. —me confesó, seguro de darme una buena pista.
—No es un dato suficiente.
Por fin, le sugerí que le diera la orden TRON y que aguardara acontecimientos, no sin observar atentamente en qué línea se alteraba el flujo normal del programa.
Minutos después, una nueva llamada pero la misma voz, casi jubilosa:
—Creo que es en la línea 5780
Estaba claro que consideraba que mi poderosa mente sería capaz de imaginar el resto.
—¿Y qué dice la línea 5780?
—Write a$ —respondió.
Tuve que desengañarlo:
—No es eso. Ahí sucede el fallo, pero el problema tiene que estar en otra parte.
—¿Por qué? —El extranjero tenía una mente inquisitiva.
—Mire: envíeme por carta el listado y lo estudiaré.
—¿Todo él o bastan las líneas de la rutina? Yo escribo el fichero mediante un Gosub.
¿Qué se hace con un señor mayor que cree que el Gosub explica suficientemente su rutina para escribir o borrar registros de un archivo?
—Soy muy amante de la lectura: mándeme el programa entero.
No me lo envió. Me lo trajo en persona: en la mano un pliego de papel y en la boca una sonrisa. Francisco, mi maldito amigo vendedor de electrodomésticos le había convencido de que yo era una especie de resucitador de muertos informáticos.
¿Ustedes han visto un programa en Basic escrito por novatos? No ponen ningún Rem; no usan nombres de variables inteligibles, por ahorrar memoria. B$ puede significar el nombre del piloto o la marca del avión. Nunca se sabe. Gente con experiencia llama a estas obras maestras «espagueti basic» y no les falta razón.
Dejé mis urgentes trabajos y empecé a rastrear aquella jungla. Por si fuera poco, el buen hombre no hacía más que interrumpir mi concentración y extrañarse de que, llamándome como me llamo, no hablara inglés. Le interesaban por igual los gosubs y el lugar de Inglaterra del que yo era originario
Puse el dedo en un Goto, para evitar que se me escapara, y le afirmé que Robsy es un apellido castellano pero con grafía antigua, medieval: cualquier cosa menos enfangarme en una larga conversación en británico. Luego seguí persiguiendo al Goto hasta acorralarle en un rincón del listado, donde me aguardaba un «bug». Un bug puede traducirse como «metedura de pata propia de quienes son capaces de confundir las variables con las constantes».
En este caso, el buen hombre, para borrar un campo del fichero, lo abría para lectura y no para escritura. Si es usted lego y no se percata de la gravedad del error, imagínese a un imbécil tratando de escribir con una goma de borrar. Algo por el estilo.
—No. —me dijo— Esta es la rutina para leer los datos.
—No. —le contradije— Es la de borrarlos. O quiere serlo.
Porfiamos un rato. Sin duda, el nefasto hábito de desayunar huevos fritos en mantequilla había endurecido sus ya sólidas entendederas: la arteriosclerosis no perdona.
Por fin escribí la línea como debía quedar y le despedí. Partió, aparejado como una fragata, con todas sus velas al viento.
Dos horas después, mi hijo de nuevo:
—Otro moro, papá.
Como de costumbre, no era un moro sino un inglés excitado. Otro inglés.
—Mi amigo Ronald me ha dicho que usted le ha arreglado el programa que no funcionaba. Yo he escrito uno para calcular logaritmos. Reproduce una tabla y tiene 800 líneas. Creo que...
Mi pobre cabeza, sometida a tantas presiones, empezó a girar sobre su eje con un movimiento uniformemente acelerado. Que un pobre diablo consumiera su miserable vida escribiendo ochocientas líneas para calcular un logaritmo me hacía vacilar sobre mis cimientos.
—¿Ha leído usted los manuales? —dije, para ir suavizando la mala noticia que debía darle.
—Sí, pero en español.
—¿Y no ha visto la sentencia LOG?
—¿Qué hace LOG?
—Halla el logaritmo del número que usted desee y en la base que prefiera.
Oí como un relincho. Quizá debí ser más delicado, pero estaba sometido a una fuerte presión psicológica tras una tarde robada por los británicos.
—Quiere decir que...
—Que basta con una línea para hacer ese programa y, además, funciona.
El inglés también debía vacilar sobre sus grandes pies, sintiendo como se desvanecía a su alrededor el mundo sensible.
—¿Está usted seguro? —preguntó al fin, antes de abandonar toda esperanza sobre su inteligencia.
—Depende. —dije, cansado.
—¿Depende de qué?
—De si calcula usted los logaritmos en pies o en pulgadas.
Y voy a pedir a Telefónica que me cambie el número. La persistente colonia inglesa está muy próxima a adquirir el hábito de balar periódicamente por mi línea.
Notas útiles
Nota originario:
Curiosamente, él, con pasaporte británico, tiene apellido italiano: Benelli. Yo, con pasaporte español caducado, tengo apellido inglés. Esto, sin duda, debe querer decir que nunca llueve a gusto de todos.
Nota utilidad:
Porque este señor no es piloto sino un apacible jubilado que intenta cultivar petunias y descifrar los manuales del PCW
Nota PCW:
Muchos sufridos informáticos han malogrado una brillante carrera por empezar su lucha contra el misterio a través de un Amstrad PCW, una criatura compleja y profundamente enemiga de dar facilidades.
Sólo un bajo porcentaje de supervivientes del PCW han tenido el coraje de pasar al PC y, desde luego, cambiando de marca, por si las moscas.
La tortura de las averías
Incluso los informáticos que viven a pie de obra, en una gran ciudad, tiemblan, mientras su alma se llena de brumas, con sólo ponerse a pensar en una avería. De la avería no importan ni el tamaño ni el precio, sino lo que significa: que vamos a pasarnos días, quizá semanas, sin la compañía de nuestro mejor amigo: El Ordenador.
La mayoría de los Servicios Técnicos son, sí, técnicos, pero rara vez servicios. Hay un hado gravitando sobre ellos:
—Le pasa esto y esto. —decimos por teléfono.
—Tráigalo. —responden.
—Pero, si enviaran a alguien, creo que bastaría con substituir el controlador del disco duro.
—Tráigalo. —insisten. Saben bien que, si consiguen raptarnos el ordenador durante algún tiempo, pagaremos cualquier factura con alegría con tal de volver a reunirnos con nuestra máquina.
Esto se complica cuando se vive a distancia de todo, como en el caso de Menorca. Mi primer PC, por ejemplo, tuvo un momento de flaqueza, quizá fatiga psicológica, y su disquetera unas veces leía y otras no: un alma a la deriva.
Lo llevé a un técnico. No estaba. Era un hombre con un destornillador y ocupaba sus horas inventando métodos para no estar. La oficinista me citó para el día siguiente, después de apuntar los síntomas.
—No tiene nada en el monitor. —me dijo el técnico al recibirme veinticuatro horas después.
—Ya lo sé. El monitor está en mi casa.
¿Creen que se arredró? Se limpió las uñas con el destornillador, emblema de su grado, y fingió consultar los partes de baja.
—Tendremos —dijo al fin— que cambiar la disquetera.
—De acuerdo. ¿Cuánto tardará?
Un buen informático nunca pregunta cuánto costará sino cuánto tardará. En eso se distinguen los verdaderos de los falsos: en la esclavitud puramente espiritual.
—Una semana. Ya le llamaremos.
Le miré con horror. No soy un chupatintas que sólo maneja un programa. He profundizado en el corazón de mi máquina lo bastante como para saber que sólo se necesitan sacar ocho tornillos, desenchufar, colocar la nueva disquetera, conectar al controlador y a la fuente de alimentación y enroscar los tornillos. Media hora de trabajo para un inepto y ocho minutos para un técnico.
—¿No podría estar para mañana?
El especialista miró su reloj, haciendo cálculos de memoria:
—Le diré lo que haremos. —concedió— Llame a fin de semana.
El viernes por la tarde, lógicamente, ya se habían olvidado de mi ordenador. Describiéndolo con cuidado conseguí que lo recordaran vagamente.
—Ah, sí. Lo enviamos a Palma el miércoles. Hasta finales de la próxima semana no creo que lo devuelvan.
Mi espíritu, tomado por sorpresa, traqueteó: era, sin duda, un momento muy duro para él. ¿Qué clase de técnico —se decía— envía a cientos de kilómetros un ordenador para que le substituyan una disquetera? Aquel.
—Es que no teníamos ninguna aquí.
—¿Y no hubiera sido más fácil, por el tamaño, que les mandaran una desde Palma?
Aquella línea de razonamiento no se les había ocurrido. Les pagaban por arreglar cachivaches y no por pensar y ellos se atenían a la rutina. Eran una compañía con bastantes sucursales y algún oscuro reglamento les ataba las manos: si un ordenador no se arreglaba después de darle un par de palmadas, lo enviaban a Palma.
El lunes llamé a la otra isla y volví a dar las señas de identificación de mi pobre máquina. Quedaron en mirar en el almacén, siempre bajo el lema «sin prisa pero sin pausa».
—Llame mañana y le diremos algo.
El martes, me tranquilizaron:
—Está aquí. Todavía no lo hemos mirado.
El miércoles habían dado un paso más:
—No es el monitor.
El jueves, concretaron:
—La disquetera no está averiada. Está sucia.
El viernes me dieron alegres noticias:
—Como no había que ponerle una nueva, lo hemos enviado a Barcelona para que se lo limpien en la central.
—¿Eh? —dije, cuando recuperé el aliento. Nunca Dante imaginó torturas peores que las que se me estaban ocurriendo a mí sin esfuerzo ninguno. Aquellos locos burócratas, disfrazados de técnicos, habían decidido que mi ordenador viajara para ver mundo y adquirir cultura.
El siguiente lunes, desde Barcelona, me dieron esperanzas:
—Seguramente llegará mañana, porque desde Palma nos lo mandan todo por Seur.
Pero hasta el jueves no hubo nada que hacer, dado que Seur cada vez se parece más a Correos. Ese día la telefonista, con la que ya había intimado, me dio la enhorabuena. Emocionada.
—Ya ha llegado y no es el monitor.
El viernes, como iban a dejar de trabajar, sólo se sabía que el técnico no acababa de estar de acuerdo con el diagnóstico de los mallorquines. Probablemente, celos profesionales, como entre los médicos, pero, en su opinión, quizá no bastara con una limpieza de los cabezales de lectura.
Mientras, se cumplían las tres semanas de mi vida sin ordenador y el síndrome de abstinencia amenazaba con hacerme estallar por todas las junturas: sólo se me pasaría tras unas horas de teclear en mi máquina o derramando sangre. Presa del comprensible delirio, el domingo cogí el barco y el lunes me reuní, no sin dificultades, con mi mejor amigo.
—Póngale una disquetera nueva, que me lo llevo.
—El técnico está ocupado. Hasta mañana...
—¿Venden disqueteras?
Sí, las vendían. Y muy buenas.
—¿Y destornilladores?
—No.
—¿Serían capaces de prestarme uno?
Tampoco: era una situación no prevista en el reglamento. Así que, mientras buscaban la disquetera nueva, corría a una ferretería cercana, adquirí la herramienta y regresé al servicio técnico, dispuesto a tomarme la ciencia por mi mano. Allí, ante la admiración de clientes y dependientes, substituí las piezas con mis solas fuerzas y un poco de imaginación. Creo recordar que me aplaudieron con admiración, pero yo estaba demasiado ocupado evitando clavarles el destornillador en el cuello.
Pagué la disquetera y quise abonar los demás gastos, furioso pero honrado. No pude: los barceloneses debían reparar la vieja y, luego, remitirla a Palma. Los mallorquines calcularían los gastos y los beneficios y la enviarían a Menorca y, una vez allí, me pasarían la factura.
Un mes después me llamaron: había llegado la disquetera reparada. Eran 37.000 pesetas, más IVA. Los portes, ¿sabía?
—¿Y el ordenador? —pregunté, lleno de mala fe.
—Sólo ha llegado una disquetera.
—Pues consulte con sus libros, porque les entregué un ordenador.
Hubo un tenso silencio, más tenso aún cuando los apuntes confirmaron que les había entregado un ordenador completo.
—Pues sólo nos ha llegado la disquetera. —dijeron en voz muy baja: desfallecían pensando a quién le descontarían su valor del sueldo.
—¿Y qué hacemos? —pregunté.— Porque yo quiero mi ordenador.
No hicieron nada . Se conoce que decidieron aguardar a que se me olvidara la pérdida. Un año más tarde, me mandaron la factura y la disquetera vieja. Cinco días después, rastreando la presa, un cobrador a domicilio:
—Vengo a cobrar la factura que ha recibido.
—Qué lástima. La acabo de enviar a Palma. Vuelva la semana que viene.
—Mala suerte. —dije en la segunda visita— De Palma la han mandado a Barcelona.
La última vez que vino el cobrador, si no recuerdo mal, la factura viajaba hacia La Coruña, presta a tomar un transatlántico con rumbo a Buenos Aires.
* * * * *
Por cosas como estas me hice adicto al Electrónico Pons. En la primera visita a su guarida me impresionó verle trastear, soldador en mano, entre cientos de tarjetas y placas, dejando caer, aquí y allá, gotas de brillante estaño.
—Este —me dije— no enviará nada a Palma.
Y es verdad. El Electrónico Pons opera a la inversa: manda pedir los componentes, pero siempre se los sirven tarde y mal. Cambiados, si uno cae en la inocencia de creerle. Por ejemplo, encarga un RS-232 y el almacenista le envía un cable para impresora. Pero si solicita un cable, recibe un modem. No paran de sucederle confusiones así, y el ordenador averiado va quedando sumergido en la marea de otras máquinas que el Electrónico destripa con diligencia y pone luego a descansar.
Cuando salgo de viaje, he cogido la costumbre de pasarme por Electrónica Pons:
—¿Qué quieres que te traiga?
Me da la lista y parto, en la seguridad de conseguir ser bien entendido por el almacenista de turno. Sólo así se me reparan las cosas a los seis o siete días de haber regresado con los componentes.
Pero, ¿y si no salgo de viaje? El Electrónico Pons, por ejemplo, tiene un monitor Ega mío desde hace cinco meses y está en trance de tomarle cariño. Como sabe que dispongo de otro, se lo toma con calma. Sólo cuando el segundo caiga, víctima del stress, tomará medidas. Hasta entonces, sonríe, me trata con cariño y me habla de los nuevos 486. Opina que un tipo como yo, tan metido ya en este mundo, no debe vivir sin un 486 en casa:
—Se les aprecia enseguida.
Pero el lunes mismo el monitor de mi BBS dio un chispazo a las ocho de la mañana. Llamé a la panadería y el Electrónico me dio toda clase de esperanzas:
—No puedes pasar sin monitor en el BBS. Te prestaré un dual con una tarjeta CGA. No te preocupes. Esta tarde o esta noche pasaré por tu casa.
A la mañana siguiente le llamé:
—No bajé. —me dijo, por si no me había percatado.— He estado tratando de arreglar tu otro monitor Ega para instalártelo sin tener que cambiar de tarjeta el BBS.
—¿Y...?
—Es que también estoy embaldosando el sótano y pintando el comedor. ¿Por qué no me subes tu monitor mañana?
—¿Y ahora mismo?
Hoy es sábado y, naturalmente, sigo sin poder ver los mensajes que recibe mi BBS continuamente. El Electrónico Pons creo que ya ha pintado el comedor, pero las baldosas del sótano no le acaban de quedar.
Sólo me queda una solución definitiva: comprarle una tarjeta fax. Como, para instalármela, será necesario ver en pantalla, mañana, domingo, tendré el monitor arreglado y, probablemente, no me cobre nada por el trabajo: ambos tenemos la impresión de que se trata de un fusible, después de cinco días de meditar sin abrirle la carcasa.
Notas útiles
Nota 486:
Y, por supuesto, sin un monitor Multisync. Tengo para mí que esa obsesión suya de elevarme en el rango informático es la responsable de que no se me arreglen los monitores fácilmente.
Nota descansar:
Este método le ha valido vender muchos ordenadores nuevos. Cuando la víctima no resiste más, el Electrónico saca los catálogos de entre las hogazas y le coloca un equipo sin apenas sentirlo.
Nota inocencia:
Para el Electrónico Pons la verdad es algo remoto e inútil para sus proyectos comerciales. Tanto es así que estoy en condiciones de responder a la vieja pregunta de Poncio Pilatos:
«¿Qué es la verdad?»
—Lo contrario de lo que dice el Electrónico. No falla.
Nota nada:
Siguiendo sus habituales métodos de trabajo. No hacer nada garantiza que las cosas no irán a peor.
Nota palmadas:
Se sorprendería usted de la cantidad de averías que se arreglan por este sencillo método. Y de las nuevas que aparecen por la misma razón.
Nota taller:
Más tarde supe que fue capaz de cambiar toda una fuente de alimentación por un simple fusible averiado. Y no sólo eso: mantuvo el ordenador fuera de servicio durante once días.
La imaginación a las líneas
Creo haberles contado ya, con cruel exactitud, el calvario que suponen las averías para un honesto informático. Un día está gozando de la vida y suministrando Gosubs o 'getchar()' a su máquina, embebido en el colorido de su VGA, y, otro, el «fatum» cae sobre su cabeza y se encuentra sólo en la vida, desasistido de su ordenador. Algo muy duro.
En el capítulo anterior terminé contándoles que mi BBS se quedó sin monitor tras un desafortunado chispazo. El Electrónico Pons, según sus costumbres, cambió varias veces de opinión y acabó dando largas al arreglo, debido a que pintaba su comedor y embaldosaba el sótano con vistas a una ampliación de sus negocios variados.
Conocedor de su psicología, decidí comprarle una tarjeta fax, lo que le obligaría a reparar mi monitor en un tiempo récord si quería embolsarse las cuarenta mil de la compra.
Era un sábado cuando le llamé:
—Mi padre está en la playa. —me respondieron a mediodía.
A las tres el buen padre seguía en la playa, sin duda chapoteando como una foca en busca de su sardina. Y a las cinco y a las siete. A las diez di con él.
—Es que he tenido mucho trabajo. —me explicó con su habitual sinceridad.— Le he tenido que quitar unos virus a fulano.
No hice comentarios. Ya he dicho que conozco la alada psicología del Electrónico Pons y, por ello, renuncio a tomarle en cuenta que me toree. Si en su alma anida la pasión por el camelo, ¿qué me importa? Yo busco resultados.
—Te compro la tarjeta fax, Pons. Pero instálamela mañana.
Noté un ruido de fricción, sin duda causado por sus meninges tratando de encontrar un modo para que no se le escaparan los ocho mil duros. Porque una de las normas comerciales del Electrónico Pons es «no arriesgar»; a su dictado, trabaja bajo pedido: sólo cuando ha hecho la venta coge el teléfono y encarga el género. En ocasiones, espera a haber hecho varias ventas antes de llamar y se ahorra pasos.
—He terminado las tarjetas. —confesó con dolor de corazón y, como de costumbre, mintiendo: nunca las tuvo.— El lunes llamaré y, a lo mejor, el sábado próximo la tenemos aquí.
Ahora el ruido de fricción procedía de mis propias meninges, que abandonaban toda esperanza y, en su agitación, golpeaban sin querer contra los sesos.
—Seamos francos: llevo una semana sin poder entrar en mi propio BBS. Tengo que atender a los mensajes y meter dos o tres programas nuevos. ¿Qué podemos hacer, además de rezar?
Al Electrónico Pons no se le ocurría nada, salvo arreglarme el monitor, y eso no quería hacerlo por el momento
—¿Y si conectamos mi monitor VGA al BBS? —propuse, con el valor que da la desesperación.
—Es digital y el BBS tiene una tarjeta Ega. De entrada, los «pines» son distintos.
—¿Y si los adaptamos? Tiene que haber cables que tengan una entrada para mi monitor y una salida para la tarjeta EGA.
—Que no se puede , hombre.
Bien claro estaba que no iba a mover un dedo ni en sábado ni en domingo. También jugaba con ventaja: yo no podía quitarle el monitor averiado salvo para llevárselo a los otros, que estaban ansiosos de evacuar a los heridos a Palma.
Medité durante media hora. Meditar consiste en ponerse las gafas, definir el problema, estrujarse la imaginación con unos cuantos silogismos, ya en barbara, ya en felapton, y dar con un método efectivo.
Yo tenía un ordenador funcionando sin monitor, inaccesible como el pensamiento de un político. Necesitaba leer los mensajes que me aguardaban en él y tomar las graves decisiones que toman los Sysop cuando cuidan de su rebaño. ¿Existía una solución?
Si el lector es informático, medite aquí antes de seguir leyendo. ¿Se puede entrar en un BBS sin monitor, teniendo en cuenta que el otro ordenador en activo disponía de sistemas absolutamente incompatibles y que yo no estaba dispuesto a dejar de usarlo para mis otros trabajos?
Cuando estaba a dos dedos de la rendición, un pensamiento fugaz en torno a la subida de las tarifas telefónicas, al inundarme de adrenalina, me dio la respuesta. Instalé mi segundo modem, el de reserva, en el ordenador con monitor y, sencillamente, llamé por teléfono a mi BBS, situado exactamente a veinte centímetros.
La señal salía de mi 286, iba a la central digital más próxima, se orientaba y regresaba por la otra línea hasta el BBS de al lado. Los mensajes que leía hacían el camino inverso. ¡Varios kilómetros para poder comunicarme con un cacharro que me rozaba el codo al teclear!
Así son las maravillas técnicas del mundo moderno y hay que tomárselas con calma en tanto uno dedica su poderosa mente a agraviar, en silencio, la memoria del Electrónico Pons.
A punto estuve de llamarle para hacerle ver los equilibrios que sostenía por su culpa, pero un sexto sentido me detuvo: Si yo le decía que había conseguido entrar en mi BBS, no me arreglaría jamás los monitores averiados. Y, sin embargo, la situación clamaba venganza.
Clamaba tanto que volví a meditar durante tres o cuatro minutos. Los necesarios para disponer un sistema elemental y acostarme con el alma en paz.
Aquella noche, cada hora, mi ordenador hizo una llamada a casa del Electrónico Pons, tratando de perturbar sus sueños. Los míos, en cambio, fueron dulces: le veía arreglando mis monitores y quemándose, una y otra vez, con el soldador.
Notas útiles
Nota puede:
No se deje engañar, lector: Sí se puede. El mismo Electrónico tiene un adaptador, pero, según me explicó, para pasar de 9 a 15 pines, no de 15 a 9. El resultado para mí era el mismo.
Nota momento:
A sus ojos, era la ocasión perfecta para convencerme de que le comprara un VGA Multisync. Tiene la obsesión de facilitarme uno.
Personajes entrañables
El Programador Grabiel había llegado a profesor en la Universidad por sus propios méritos. El que la gente no acabara de descubrírselos sólo añadía misterio a su compleja personalidad. Él mismo, cuando se asomaba a su interior, contemplaba el vacío donde, de tanto en tanto, flotaba una ecuación semiolvidada.
Como todos los que tienen grandes huecos en el cableado, compensaba las carencias fabricándose un exterior de artesanía. Por las mañanas, por ejemplo, operaba a la inversa que el resto de los mortales y, en vez de peinarse, se alborotaba con esmero el pelo, hasta que adquiría el aspecto amable de un erizo.
Dentro de este capítulo ornamental, conseguía, a fuerza de desvelos, lucir una barba de tres días. Esto es difícil, porque para tenerla siempre de tres días hay que afeitarse alguna vez. El Programador Grabiel, no. Decían las malas lenguas que se valía de unas tijeras y que, en lugar de tardar los tres minutos de reglamento, le costaba diez permanecer convenientemente mal afeitado todas las mañanas.
Hombre tímido, procuraba esconderse tras unas gafas regulares que solían participar de sus mismos hábitos de higiene. Si veía o no a través de ellas era difícil de saber, dado que nunca parecía reaccionar a estímulos externos. Al menos durante los primeros cinco minutos. Chispa retardada o un dificultoso proceso mental, algo parecido a un PC 8088 que tratara de hacer correr Windows 3.
Las gafas, al menos, servían de incomparable marco a sus ojos huidizos. Bastantes promociones habían salido de la facultad sin conseguir que el programador Grabiel les mirada de frente. Incluso cuando hacía escapadas a la discoteca, más despeinado en honor al acontecimiento, prefería mirar traseros que caras, no sólo porque las popas ejercieran un saludable influjo en su ánima, sino porque le molestaba sostener la mirada de alguien que tuviera una inteligencia igual o superior a la de un cordero.
Con tales méritos, el Programador Grabiel fue captado para la política: ya se sabe que los concejales pueden estar hechos de cualquier material , siempre que tengan la capacidad necesaria como para entender lo que manden el partido o el alcalde.
Lo que hiciera o hiciese como concejal, corresponde a otro capítulo, aunque algunos opinan que fue responsable del intento de cobrar por segunda vez los impuestos de circulación, hecho que sucedió sólo tres días después de que él terminara de informatizar la administración municipal «sólo» por doce millones de pesetas, sin contar ni dietas ni extras. La indignada oposición pidió su cabeza y, en buena lógica, su partido le ascendió de categoría.
Sólo tras varios años de trato con el Programador Grabiel se descubrían rasgos notables de su hermética personalidad. El primero, que había olvidado el español en beneficio de una jerga de fabricación propia en la que «Grabiel» «pograma» y «matrical» eran palabras de uso corriente aunque de significado aleatorio.
El segundo rasgo, que todo aquel alboroto de pelo, aquella barba tratada con el esmero de un césped y aquellas gafas, sucias para filtrar los rayos catódicos, eran su peculiar forma de decirle al mundo que él iba por la vida de intelectual. Incluso en las discotecas, cuando no revisaba traseros, parecía meditar en el número de capas de silicio que contiene un 386.
El tercero y más importante, la profunda sordera, tan útil para el que está convencido de que no necesita escuchar a nadie, pues sobre él se derramó generosamente la ciencia infusa. Con todo, la sordera puede dar algún problema al profesor y miles a los alumnos:
—Profe: el Turbo Pascal...
—¿De qué «trapezoidal» hablas?
Quizá el prólogo es demasiado largo para la anécdota verdadera que sigue, pero era necesario explicar parte de la curiosa personalidad del Programador Grabiel y, a continuación, añadir que daba clases de Tecnología de la Programación y Compiladores. El lo pronunciaba de otro modo pero, investigando, la gente había llegado a saber que era así: Tecnología de la Programación.
Esto concuerda con el principio, cuando se afirmaba que había llegado a profesor de Universidad por sus propios méritos, no siempre visibles:
Así que imagínele el lector despeinado, burriciego, con la barba de una longitud de tres días, avanzando, ligeramente flotante, por el aula. Un libro de Anaya, puesto sobre una mesa, llama su atención, posiblemente a causa del colorido. Se detiene. Recuerda, por fin, lo que es un libro y para lo que sirve. Hace un esfuerzo más y rompe a leer: «8088/8086/8087 »
Programador como es, no tiene dificultades apenas: un 8088 es el microprocesador Intel que llevaban los primitivos PCs. El 8086, quizá demasiado moderno, es el que usan los XT. Pero el Programador Grabiel choca de lleno con el 8087. Se diría que se número le rebasa y le abruma.
Por fin, tras un análisis profundo, llega a la conclusión de que el dueño del libro puede tener información restringida sobre el asunto:
—¿Qué es —le pregunta— el 8087? ¿Un nuevo microprocesador?
La clase entera, cogida por sorpresa, pierde el resuello y lucha por dominar las carcajadas. ¿Un profesor de programación pregunta por lo que pueda ser un 8087? Todos, como un solo hombre, se reafirman en su opinión de que ha conseguido su cargo por los servicios prestados en política. No hay otra explicación.
Mientras, el alumno interrogado teme por su aprobado final si se atreve a explicar al Programador Grabiel que los coprocesadores matemáticos 8087 llevan diez años dando guerra a los programadores verdaderos. Traga saliva y responde:
—Sí.
—¿Cómo?
—Sí. Un microprocesador nuevo.
—Ya me parecía. —murmura el sordo, satisfecho de su perspicacia. Gira grupas, porque grupas son sin duda, y trepa a su mesa:
—El C —dice, comenzando lo que será una amena clase, técnica—, es muy jodido.
Notas útiles
Nota material:
Excepto de los «nobles», naturalmente. Un concejal de oro sería rápidamente despiezado por sus compañeros y vendido al peso.
Nota Programador:
Conviene advertir que, aunque los hechos que se atribuyen al Programador Grabiel son rigurosamente ciertos, él es un personaje de ficción. O sea, increible.
El ordenador perdido y hallado
No me pregunten por qué, pero he cogido cariño al Programador Grabiel (él diría «Pogramador Grabiel»), quizá por la novedad democrática que supone el acceso de cretinos a la enseñanza, cumpliendo a rajatabla eso de la igualdad de oportunidades.
Ya he explicado el método con que se despeina el Programador y el cuidado que tiene para que su barba mida siempre tres días. No he dicho aún que es amante de la gesticulación, sin duda porque le faltan palabras para expresar sus profundos pensamientos técnicos.
Este genio ignoto de la enseñanza, en un momento de exaltación, se pasó dos meses explicando nuevos y variados algoritmos para pelar patatas.
—Primero se mira si quedan patadas.
—¿Dónde?
—En el cesto. —respondía el Programador Grabiel, paciente.
—¿Se puede mirar en una palangana con agua?
El Programador, que carece de sentido del humor quizá a causa de su militancia política, lo pensaba seriamente:
—Sí: también se puede mirar en una palangana con agua.
Luego, retomaba el algoritmo interrumpido:
—Si queda alguna patata, se coge.
—¿Con la mano?
—Sí.
—¿Con la izquierda o con la derecha?
De nuevo el Programador Grabiel se abismaba en sus pensamientos y, tras un ligero buceo, tomaba decisiones:
—Con la izquierda.
Y volvía al algoritmo:
—Se la pela.
—¿Con un cuchillo?
Gracias a alumnos tan meticulosos, el programador se entretuvo dos meses con las patatas y es de suponer que estas acabaron invadiendo sus sueños mientras que sus mondas —pues las pelaba— cubrían las últimas partes lúcidas de su espíritu.
De otro modo no se explica que, llegados los parciales, una larga cola de estudiantes aguardaran ante su despacho. El Método Grabiel de Examinar es muy sencillo: el alumno acude con un disco que contenga sus prácticas. El alumno carga el ordenador y procura despertar al Programador. El alumno ejecuta su programa. Si funciona, pasa. Si no funciona, muere como un hombre. En cualquier caso, el Programador Grabiel jamás toca la máquina, sea por orgullo, sea porque no siempre recuerda cómo hacerlo, dado que el PC puede tener un microprocesador 8087.
Tras los algoritmos de pelado de patatas el profesor se veía confuso, quizá meditando en uno nuevo sobre su siembra: Se coge la patata. Se la mira por si es una chirimoya. Se hace un agujero en la tierra y se la introduce.
—¿Y si no quiere?
—Se coge otra.
Alertado por el ruido de la multitud que aguardaba con sus discos, se asomó a la puerta del despacho:
—¿Qué pasa?
—El examen de prácticas. —dijeron varias voces.
El Programador Grabiel, valiéndose de varios tropismos muy arraigados en él, recordó. Cerró la puerta a su espalda y puso en marcha a la columna. Vagaron durante algún tiempo por los pasillos, como la Santa Compaña por un bosque gallego, y, poco a poco, fueron visitando aulas desconocidas. Como el Programador navegaba al tacto, incluso atravesaron el laboratorio de química sin que nadie acertara a explicarse qué buscaba en él.
Pero buscaban —como se supo después— un ordenador en el que insertar los discos. Por fin el Programador Grabiel pareció tomar un rumbo definido y llegaron al despacho de otro cátedro, donde una simpática y despierta profesora fumaba y, sin duda, meditaba en cosas de su competencia.
—¿Teneis aquí un PC?—preguntó el Programador, desconfiando de sus ojos que no podían menos que verlo, pues estaba sobre la primera mesa.— Tengo que corregir unos trabajos y lo necesito.
—Ahí lo tienes, pero debo usarlo dentro de cinco minutos. ¿Es que le ha pasado algo al de tu despacho?
—¿Eh?
El Programador Grabiel, ligeramente anestesiado, consultó con su memoria expandida. En efecto: allí había trazas, archivos medio borrados que demostraban la existencia de un compatible en su propio cubil: entrando a mano derecha.
—Vaya. —dijo, sin miedo al ridículo.— No me había dado cuenta.
De nuevo condujo a su comitiva por los pasillos, no sin alguna vacilación. Ni siquiera fue capaz de percibir la chanza de una voz anónima a sus espaldas:
—¿De qué marca son los ordenadores invisibles?
El Programador Grabiel puso cara de flotar en el vacío:
También había olvidado la marca.
Notas útiles
Nota tropismos
Efectivamente: Grabados en la ROM de su ganglio nervioso, prestos a tomar el control de las operaciones cuando el operativo de Grabiel titubeaba.
Métodos comerciales
Creo haberles hablado en más de una ocasión de los métodos comerciales de mi distribuidor, el Electrónico Pons. No es de los que ponen el género en un escaparate y confían en que la providencia guíe los ojos de los presuntos clientes. Para ser exactos, él ha demostrado que los escaparates son una pérdida de tiempo, un lamentable vestigio de épocas superadas.
El Electrónico Pons ha conseguido el milagro de vender sin tienda. Sólo dispone de trastienda, al fondo de su panadería. Allí, rodeado de componentes y de monitores destripados, traza sus oscuros planes, ayudado por un eficaz servicio de información.
Del mismo modo que el abejorro, por instinto, da siempre con su flor para libar, el Electrónico Pons se entera de cada nuevo ciudadano que se entrega a la informática. A partir de ahí, urde sus proyectos: la primera medida es hacerle cambiar de ordenador, substituyéndolo por uno de su almacén.
Yo todavía era víctima de mi PCW, una extraña y dolorosa máquina Amstrad. No me percataba de mi desgracia porque jamás había usado un PC y mi ignorancia me hacía suponer parecidos entre ambos. El Electrónico se encargó de que cayera la venda de mis ojos.
Aunque no nos conocíamos, captó para su causa a un amigo común y me lo envió con un mensaje:
—Me ha dicho el panadero que, cuando quieras, te pases por su casa, porque te regalará un programa con unos nuevos tipos de letra. —me dijo el Camarada Juan, que merece capítulo aparte más adelante.
Por aquel entonces yo estaba en guerra con el alcalde. Él sostenía que al ciudadano hay que darle caña hasta que vuelve del revés sus bolsillos, y yo que al alcalde. Valiéndome del PCW y de un programa (que yo creía sofisticado), editaba y fotocopiaba libelos en los que hacía burla de la autoridad competente ante los ojos del pueblo. Una especie de deporte democrático.
El Electrónico Pons había estudiado los libelos con cariño y había decidido, en la soledad de su madriguera, mejorar mis medios técnicos. Por eso, cuando llegué a su trastienda, conectó su XT —hablo de hace años— y, sin referirse para nada a su promesa de un programa de mejor calidad, me hizo contemplar el mundo PC en toda su gloria: Ega, Windows, PageMaker y ratón.
Arrancado bruscamente del delirio que causan los PCW, me estremecí ante el esplendor del PC. Si no era el paraíso, se le parecía mucho.
El Electrónico, sabiendo lo que pasaba por mi cabeza, iba cargando un programa tras otro, en una demostración que me dejaba sin aliento. Simplemente cazaba con reclamo, siguiendo un método que siempre le daba resultados.
Una hora después me sacó del éxtasis con un codazo:
—¿Qué te parece?
—Quiero un PC —murmuré con voz velada por la emoción.— Quiero un PC.
—Justamente hay uno aquí que...
Me lo puso al alcance de la vista, incrementando mis dolores morales. Lo conectó: ya le había instalado Windows, PageMaker y un caleidoscopio alucinante. Sacudí la cabeza, tratando de librarme del embrujo, y recordé su promesa de facilitarme nuevas fuentes de letras para el PCW.
—Para el PCW no tengo. Para el PC, sí.
Hizo una rápida exhibición valiéndose de Lettrix y de una matricial de 24 agujas. De nuevo vibré, víctima de mis excitados sentimientos.
—¿Cuándo podría llevármelo? —pregunté, sin saber siquiera lo que decía.
—Ahora mismo. Lo bajamos a tu casa, te lo instalo y...
Un poco de sentido común afloró de mi subconsciente, rumbo a la lengua:
—¿Cuánto vale?
—No nos vamos a pelear por eso. —dijo, atento a no asustarme. Consideraba que todavía podía huir como un corzo.— Lo importante es que, dentro de media hora, puedes estar trabajando con él.
Y cumplió su palabra. Treinta minutos después jugaba con el ratón y PageMaker, disfrutando de la tranquilidad que da al novato un disco duro que considera inagotable.
—¿Y el pago? —dije al fin, reclamado por el aspecto material del placer.
—Tranquilo.
Él mismo, que tenía un hermano en un banco, se preocupó de gestionarme un crédito compra. Ya sólo tenía que firmar y pagar una módica cantidad mensual por mi ordenador, mi Ega, mi matricial de 24 agujas, mi ratón y mis maravillosos programas. Firmé encantado, convencido de recibir un extraordinario favor de las benevolentes manos del Electrónico Pons.
Pero no había terminado conmigo. Le estimulaba contemplar la facilidad con que me desprendía de la pasta. Dos semanas después, cuando acudí a enseñarle mi último libelo contra el alcalde, apenas si le prestó atención. Sonriendo amistosamente, sacó varios folios de un cajón cercano:
—¿Qué me dices de esto?
—Pero esto está a imprenta.
Nuevo error: acababa de tropezar con el milagro de una impresora láser
—¡Uh! —hice, mientras el deseo me carcomía. A veces es sorprendente ver como hombres que desprecian las pompas del mundo tiemblan como cachorros delante de una impresora láser.
Algo en la protuberancia que iban adquiriendo mis ojos, deseosos de aproximarse más a la máquina, le hizo sospechar que mis sesos estaban a punto para ser batidos:
—Es —dijo— una oferta.
—Me alegro.
—Cuesta —dijo suavemente, porque éste era el único punto que podía ponerme en fuga— quinientas mil pesetas.
—¿Con cinco ceros? —pregunté, evaluando si mi interés alcanzaba aquellas cumbres numéricas.
No lo alcanzaba, sin duda. El Electrónico lo percibió antes que yo mismo:
—La oferta es muy buena. Te descuentan la financiación.
—¿Eh? —dije, tratando de hacer un esfuerzo de imaginación. ¿Qué podía significar que a uno le descontaran la financiación?
—Muy sencillo. —explicó el Electrónico— Ellos calculan cuanto te puede costar, en dos años, el crédito de un banco y te lo descuentan de las quinientas mil. Es una ganga.
No estaba tan seguro yo. Gracias a mis hábitos de programador free-lance, era capaz de dividir y multiplicar en décimas de segundo. Aquellas décimas invertidas en el cálculo no me indicaban ventajas notables.
—Nada menos que te ahorras cien mil pesetas. En realidad, te cobrarán cuatrocientas mil.
—¿En cuántos meses?
El Electrónico hizo los gestos del que ha topado con una mente espesa. Le dolía que mi aritmética elemental estuviera tan oxidada como mi sentido común.
—Si te descuentan la financiación —explicó— quiere decir que no te lo financian, o sea que...
—Al contado. —resumí, con sarcasmo, mis primeras impresiones.
Al buen Pons no le gustaban los conceptos tan directos, pero tuvo que confesar que sí, que podía llamarse al contado. Pero ahorrando 20.000 duros.
—La verdad... —murmuré, dándome cuenta por primera vez del notable poder psicológico que ejercía sobre mí el Electrónico— Cuatrocientas mil al contado... Yo, además de darle al ordenador, como, compro ropa y esas cosas burguesas...
Desesperaba al ver que no me hacía cargo de la extraordinaria oportunidad:
—Pero te dan un credi-compra, se lo pasas a ellos, y listo. —decía ellos, pero estaba claro que se trataba de él.
Até, por pura ortodoxia racionalista, algunos cabos. Siempre he tenido la sospecha de que el Electrónico Pons tiene un mal concepto de mi inteligencia:
—Si ellos me descuentan 100.000, pero el banco me las cobra por el crédito, ¿qué clase de oferta es esta para mí?
Esta vez mi proveedor no se pudo reprimir y chascó la lengua con desagrado, dando a entender que había confiado en que me mostraría más a la altura de las circunstancias:
—Si te cobraran las quinientas mil, es evidente que pagarías por la impresora unas seiscientas mil, ¿no;
Lo analicé: una láser de 500.000 cuesta, si el banco te «ayuda», 620.000. Luego conseguir pagar 500.000 por una impresora de 500.000, bajo esta nueva luz, era la ganga anunciada.
Aún así, titubeé:
—Pero, quinientas mil...
Su hermano, al día siguiente, vino a casa a hacerme firmar el nuevo crédito y a llevarse una fotocopia de mi declaración de la renta. Hoy en España, desde Hacienda a los Institutos de Bachillerato, pasando por los bancos, parece haberse despertado un gran interés por mis declaraciones. Me las piden una y otra vez.
Sólo un mes después, hojeando una revista inglesa, vi mi LaserPrinter 8 por unas doscientas cuarenta mil y algo se puso a traquetear allá en lo profundo del alma bohemia. Mucho antes de terminar de pagarla también costaban eso en España, más o menos.
—Eso pasa siempre —me consoló el Electrónico—. Compres lo que compres, baja de precio al poco tiempo.
No se daba cuenta, pero estaba formulando una nueva Ley de Murphy.
—Sí. —dije, meditando en la transitoriedad de las cosas.— Pero, en confianza, ¿crees que aquello fue una oferta de verdad?
—Sí. —respondió. Pero, sin duda, pensaba en él y no en mí.— De todas formas, a ti lo que te interesa es ponerle la tarjeta PostScript de Adobe.
—¿También está de oferta?
—No.
—Menos mal. —murmuré, agradecido.
Notas útiles
Nota XT:
Ahora tiene un 386 de 35 MHz que, seguramente, un día me venderá a mí. Creo que lo hará tan pronto como se compre un 486.
Nota alcalde:
No todo el mundo se decide a dar caza a su alcalde, perdiéndose una de las experiencias más enriquecedoras, sobre todo cuando se cruza uno en la calle con él y le sonríe como advirtiéndole que, tarde o temprano, se hará con su cabellera.
Leyes de la naturaleza
Cualquier informático que se eleve más de un palmo por encima del Ability, habrá hecho esta notable observación: Cuanto más rápidos son los ordenadores y cuanto más grandes son los discos duros, más memoria consumen los programas profesionales.
Ayer uno podía sonreír a la vida con un XT de 8 MHz y un disco duro de 20 Mb, más 640 Kb de RAM, y hoy, con un AT de 20 MHz, un disco duro de 80 Mb y dos megas de RAM tiene dificultades para que le quepan los programas de entonces. ¿Por qué? Posiblemente se ha establecido un pacto secreto entre fabricantes y casas de software. Buscan el dominio universal y, de paso, arrebatar el sosiego de las almas informáticas.
Pero esta sutil relación entre capacidad de la máquina y extensión de los programas, la descubrí mucho más tarde que el Electrónico Pons, que es hombre que medita profundamente sobre la realidad de la existencia.
Un día, lleno de desinterés, se preocupó por mi Windows 286:
—Ya es antiguo.
—Todo lo que tiene más de tres meses ya es antiguo. —le advertí— Pero, aún así, me funciona.
—Toma.— dijo, pasándome el Windows 3 en su embalaje de origen. Instálatelo y ya hablaremos.
Ahora estaría bien que explicase al lector qué es Windows 3. Parece, en un principio, un colchón entre el usuario y la dureza intrínseca del sistema operativo PC-DOS. Windows hace todo el trabajo sucio y libera la mente del usuario para que pueda concentrarse en asuntos más profundos
Instalé Windows 3 y descubrí que algunas viejas aplicaciones no funcionaban bien con él. El Electrónico, que seguía generoso y servicial, me suministró WORD for Windows, un buen tratamiento de texto y, a continuación, AmíPro, otro procesador aún mejor.
Tres días después, CorelDraw 2.
Convencido de que el futuro se presentaba sonriente, corrí a instalarlo. Corel es, posiblemente, el mejor programa para trabajar con gráficos. Lo estaba instalando cuando saltó el proceso, no sin advertirme que necesitaba un mínimo de 6,5 Megas disponibles en disco duro y que yo, pobre miserable, no era capaz de dárselas.
Presa de la Windows-manía, borré otras aplicaciones y conseguí meter el Corel 2, aunque me quedó con menos de una mega libre. En otras palabras: con que salvara un par de trabajos hechos con Corel, agotaba la capacidad de mi disco duro.
—Ponle otro. —me sugirió el Electrónico— Casualmente tengo aquí uno de 40 Megas y 28 nanosegundos.
—¿Cómo se llama?
—Cuarenta y tres mil pesetas. Pero, si además tuvieras otra Mega de RAM, todo te correría mejor. Trabajarías en modo protegido.
Sonreía: ¿Puede alguien imaginarse en « modo protegido » cuando el Electrónico pulula por los alrededores?
—De acuerdo. —dije al fin. Acababa de pagar a mi activo proveedor un ordenador que le debía y estaba presto a entramparme otra vez. Con alegría.
—Esta noche bajaré a instalártelo.
Y, curiosamente, bajó. Llegó dos horas después de la acordada y sin destornilladores, pero allí estaba, dominando con sus agudos ojos a la maquinaria.
No sé si el lector ha sido testigo alguna vez del ritual de instalar un segundo disco duro. Lo primero que hay que hacer es levantar el capó de la máquina y soltar algunos tornillos. Luego se pone el nuevo debajo o arriba del viejo, se devuelven los tornillos a sus roscas y se van conectando los cables. Uno, con dos tomas en cada disco duro, y, de allí, al controlador. Luego, dos cables más estrechos, también entre los discos y el controlador.
Hecho esto, se va al Setup del AT y se le comunica, con buenas palabras, que dispone de otro elemento que atiende a tales y cuales características. En mi caso, seis cabezas y ochocientos veinte cilindros. El cómo se las apañan los discos duros para tener cabezas y cilindros es una de las tantas sorpresas que da el idioma.
Cuando se ha completado este proceso, se descubre que el ordenador, lejos de hacer caso, es incapaz de leer siquiera del viejo disco duro que antes era su más querida fuente de información. Tozudo como una mula, pide que le metan el disquete del operativo y, tras una larga meditación, se aviene a leerlo.
Sólo así se le consigue introducir un programa —de los tantos que hay para el mismo efecto— llamado mánager en jerga. Este, tras unas cuantas preguntas sin importancia, tuvo a bien comunicar al Electrónico que ni la unidad uno ni la dos estaban «attached» y que, a todos los efectos, no tenía intención de prestarles ulterior atención. Como favor personal, nos recomendaba que revisáramos el cable.
—¿Será el cable? —murmuró el Electrónico. Desde el episodio del modem tiene la superstición de que intentar instalarme cualquier cachivache conduce a largas horas de angustia.
Lo sacamos y, tras una ojeada, descubrimos que giraba sobre sí mismo al ir a parar a la toma que debía conectarse al segundo disco.
—Esto se suele hacer para los floppys —meditó el Electrónico—, pero me parece que no funciona para los discos duros.
Y, sencillamente, huyó, dejándome paralizado el ordenador. Tras él quedó la vaga promesa de que al día siguiente, tras cerrar la panadería, bajaría a ponerme otro cable, hecho con sus propias manos, aunque tuviera que cortar el alambre a dentelladas para hacerle el nuevo empalme.
Cumplió como los buenos dieciséis o diecisiete horas después.
Conectó los elementos, cerró el capó, reseteó, cargó el operativo y, luego, el mánager. ¿Para qué? Los discos seguían sin estar «attached» y, además, había un «disk faillure», con la presunta intención de romper nuestra moral de victoria.
Tras abrir de nuevo, descubrimos que el Electrónico había olvidado conectar el cable doble de los discos a su controlador natural. La opinión que sostuvo mi amigo fue, por lo menos, interesante:
—Culpa del Frenadol. —dijo— Me he tomado uno esta tarde, para el catarro, y me ha dejado la cabeza...
Fingí creerlo, pese a que no hay nada capaz de embotarle cuando olfatea una venta.
Por fin los discos quedaron «attached» pero, por alguna razón psicológica, la máquina se empeñaba en llamar dos al uno y viceversa, si saben a lo que me refiero. Sólo minutos después, y a costa de duros razonamientos, la convencimos. Formateamos a bajo nivel el segundo disco, le hicimos la partición con FDISK y, por fin, formateamos para DOS.
—Perfecto. —dije.— Sólo hemos tardado dos días y yo pensaba que nos llevaría cinco o seis. Ahora, y para que Windows corra a todo vapor, sólo hace falta ponerle los chips de memoria RAM.
—No. —dijo el Electrónico que, hasta entonces, había guardado celosamente aquel secreto.— Tu zócalo, que ya es antiguo, lleva chips de ocho patillas y los de ahora son de nueve.
Medité, confundido por el espíritu emprendedor de los fabricantes a los que ocho patillas por banda les parecen pocas. Bien sabía, pese a mi ignorancia, que sólo cabía una solución:
—Le pondremos una tarjeta de expansión de memoria.
Al Electrónico no le parecía buena idea: la tarjeta, sin ninguna memoria instalada, ya costaba dieciséis mil. Luego, los chips y algunos extras... Era notorio que miraba por mi bolsillo, haciendo que nuestra amistad burbujeara y subiera como la espuma:
—Creo que es más conveniente que cambies la placa madre. —dijo al fin— Si hay que hacer un gasto, que valga la pena.
—Pero esas placas cuestan mucho más.
Ni el Electrónico, en sus momentos más inspirados, hubiera podido negar esto. Pero, como al él le gusta el cambalache, disponía de una respuesta:
—Yo me quedaría con tu placa, te pondría la nueva y sólo pagarías la diferencia.
—¿Y cuánto sería?
—¡Uh! —dijo, desamparado sin sus catálogos.— No demasiado.
Hubo una pequeña lucha en mi interior: algo en mi subconsciente trataba de librarse de la influencia de Pons, pero no lo conseguía.
—De acuerdo. —concedí al fin.
Al día siguiente, cuando le iba a llamar para que me diera el coste total de la substitución, descubrí que mi querido y joven modem 2.400 había vuelto a estropearse tras la última tormenta.
—Tengo —dijo el Electrónico, haciendo nuevos cálculos— un 9.600 a muy buen precio. Está claro que no puedes seguir teniendo tantas averías.
Meditó un poco más:
—Pero lo que tú necesitas es un 386.
Su objetivo final es colocarme un 386. Pero, ¿saben por qué? Porque sólo si lo poseo podrá intentar venderme un 486, que es lo que de verdad persigue.
Notas útiles
Nota profundos:
Como rellenar la declaración de la renta, para lo que hace falta acumular el mayor número de conocimientos especializados.
Nota dominio:
Pronto, los ordenadores domésticos tendrán discos duros de 500 Mb, RAM de 20 Mb y velocidades de 80 MHz, y nos vendrán justos para cargar Windows 40.
Modems malditos
En más de una ocasión me he referido a los tormentos propios del hombre que ha sido esclavizado por su modem: desde la instalación al descubrimiento de que las líneas de Telefónica son una especie de trompeteo ruidoso, todo son dificultades que el aficionado vence con tesón, pagando, una tras otra, las facturas.
Pero el modem, por buena que sea la familia de la que procede, siempre está al acecho. Se diría que no pierde jamás la oportunidad de proporcionar un momento de regocijo. Y, por lo que veo, al modem, como al sindicalista, lo que más le gusta es dejar de trabajar y hacerlo en el momento en que eso cause mayores problemas.
En cinco meses he tenido tres averías que el Electrónico Pons ha solucionado bien gracias a que he podido conseguirle los materiales precisos. Pons, como todos los electrónicos de Menorca, sabe que vive en una isla, porque es cosa que se enseña en los colegios: gente subida a las piedras y agua alrededor. Pero, a pesar de eso, obra como si viviéramos en una gran ciudad y no tiene la costumbre de disponer de suficientes recambios.
Así, ante una avería, descubre prontamente la pieza, el chip cuya voluntad flaquea, y comprueba —por hábito— que no lo tiene en los quince o veinte cajoncitos desparramados por la habitación donde penamos los averiados. En lugar de llamar a su distribuidor de Barcelona o de Madrid, avisa al pobre informático que desea una reparación rápida:
—Es tal circuito integrado. Y no lo tengo. Creo que no los hay en toda la isla.
Se tienen entonces dos soluciones: autorizarle a que lo encargue, cosa peligrosa, o espabilar y conseguírselo uno mismo. Permitir que el Electrónico lo pida es un riesgo, porque muchas veces espera a tener varias averías acumuladas y solicitar, de un golpe, los quince o veinte componentes necesarios. Le da vergüenza que le envíen un paquete por un simple chip que, a veces, cuesta cinco duros. El mismo lo dice:
—Da no sé qué que Seur te cobre mil pesetas por un chisme de veinticinco.
El otro camino es mejor. Cuando se vive en una isla, si se es informático, se aprende a mantener al día una lista de todos los conocidos que están de viaje. Se les llama y se les pide, en nombre de la vieja amistad, que corran a la primera tienda de componentes electrónicos y adquieran extraños objetos que responden a nombres útiles pero cacofónicos:
—¿Que te compre un qué?
—Un GD74LS244
Se nota perfectamente como el amigo se estremece mientras busca papel y pide que deletrees. Cuando ha tomado nota, emite algunas consideraciones de orden psicológico:
—¿Crees que me entenderán? Me parece un poco fuerte. Buenas. Buenas, ¿qué desea? Poca cosa: sólo un GD74LS244. ¿No se reirá el dependiente?
—Para él es cosa normal. De todos modos, procura que no te de un GD74LS153. El que yo quiero tiene diez patillas y el otro sólo ocho.
Si uno repite varias veces con el mismo amigo, acaba perdiéndolo. Hay que ser cauto. Y, desde luego, no exigirle que pida elementos con nombres aún más largos, como el chip XM41464AP-12. Los amigos tienen sus limitaciones y, aunque ya saben que estamos locos, no es bueno darles pruebas.
Tras la tercera avería, y en tanto el conocido de turno se hacía con los raros componentes (un SC11014CN y un TC4049BP), decidí tomar la medida recomendada a todos los precavidos: comprar un segundo modem de repuesto y, así, afrontar el futuro con una sonrisa en los labios.
—Si mi modem se estropea —me decía, lleno de confianza en mí mismo— no tengo más que cambiarlo.
¡Qué poco conocía entonces las malévolas costumbres del gremio de Moduladores/Demoduladores! El modem, sin embargo, se había hecho cargo de la situación de una sola ojeada y maquinaba el modo de vencerme.
Una noche, tras tres días de no recibir llamadas en mi BBS, lei un mensaje dirigido a mí en otro Bulletin Board System:
—¿Qué pasa que no puedo conectar contigo?
Como todo español maltratado por los servicios públicos, consideré que la culpa era de Telefónica. ¿Puede un usuario sospechar que su modem está averiado cuando lo usa a diario para comunicarse con otros? No.
Pero dos días después mi BBS seguía sin recibir llamadas y empezaba a pensar que la cofradía me había declarado un boicot, un embargo, algo así, quizá a causa de mis poco ortodoxos escritos.
—¿Habré herido la sensibilidad de los «bbseros» al hablar con tanta mordacidad del Chip UART? —me preguntaba, cada vez que meditaba en el asunto.
Ante la duda, llamaba aquí y allá y mi fiel modem me conectaba sin problemas, permitiéndome leer cada vez más mensajes preocupantes: ¿Qué pasa con tu BBS, que no responde?
A la semana, no tuve más remedio que plantearme seriamente la cuestión: algo pasaba, aunque posiblemente no fuera un espía de Hacienda grabándome las emisiones .
Conocedor del carácter atrabiliario de los modem, no tenía más remedio que sospechar de él, aunque no me diera motivos objetivos. Así que hice por fin una llamada con mi teléfono de voz a mi modem y el marica no se dio por enterado. Un modem, cuando le llaman, emite un desagradable pitido, o varios, dependiendo del humor. Pero el mío se limitaba a mantener un huraño silencio.
Era sábado por la tarde pero, aún así, llamé al Electrónico. No estaba. Y no estuvo hasta las once. Así y todo, me atendió con amabilidad.
—¿Tú llamas por él?
—Sí.
—¿Y qué hace?
—Obedece
—Es raro. —dijo. Y, tras colgar, marcó mi BBS. Nada.
—Oye: el BBS no responde. —me confirmó cinco minutos después.
—¿Qué puedo hacer?
—Poner el de recambio y, mañana, me lo subes.
Así lo hice y conseguí cogerle en casa a las cuatro de la tarde. A las siete, cuando calculaba que pasarían semanas antes de volver a tener el modem operativo, me pidió que lo pasara a recoger. El Electrónico, aunque algunos mal pensados no lo crean, había trabajado en domingo, no sin ir primero al fútbol.
—Era —me dijo confidencialmente— el 4N338926.
—Un cabrón donde los haya.
—Sí. Es el acoplador. Tiene sólo tres patillas , pero muy mala uva.
Pero, combinando nuestras fuerzas, una vez más habíamos vencido a las fuerzas del mal, que suelen aguardar a sus víctimas escondidas en el interior de los modem. Orgulloso como nunca de mi amistad con el Electrónico Pons, quise pagarle en el acto:
—¿Cuánto te debo, Electrónico?
—¡Por cinco duros! —exclamó. Y, repentinamente, pareció cambiar de tema:— He estado haciendo unas pruebas con el digitalizador en color... —empezó.
Y, sin saber por qué, mi cartera se estremeció en su bolsillo. Experiencia, sin duda.
Notas útiles
Nota digitalizador:
Por alguna extraña razón, propia de su psicología, el Electrónico siempre digitaliza la foto de una vaca. Y nunca, que se sepa, ha intentado vender el animal a alguien.
Nota patillas:
El Programador Grabiel podría explicar científicamente que un acoplador de seis patillas tendría, al menos, el doble de malas intenciones. Y no hablemos de uno de doce.
Nota desagradable:
Para que el que llama, desde el principio no se haga ilusiones sobre lo que le espera: interferecias de Telefónica con forma de raíz cuadrada.
Nota emisiones:
Entre otras cosas, porque no suelo desplazarme a 200 por hora cargado con mi BBS.
Nota agua:
Agua normalmente salada, infestada de turistas, de maricas de playa y de tiburones, siendo estos últimos los más discretos.
Bella enamorada
A Anna, en viril desagravio por un idiota de mi sexo.
Una joven que se va a casar suele descubrir, con gozo, que la gente se obstina en regalarle cosas. No tiene más que hacer una larga lista, dejarla en un comercio bien surtido y permitir que el tiempo y las participaciones de boda obren sus milagrosos efectos.
Muchas mujeres, desconfiadas ante el futuro que se abre a sus pies, aprovechan para pedir cosas prácticas: batidoras, ventiladores, sacacorchos que imitan la cabeza de un moro, planchas con miles de agujeros de vapor y servicios de alpaca para el te. A la gente le parece normal ver en esas listas desde un libro de recetas a un macetero de escayola que imita el estilo egipcio-faraónico.
Pero alguna novia ilusionada a veces da rienda suelta a su fantasía y pide algo que los demás no comprenden, obligándoles a hacerse preguntas sobre su salud mental.
—¿Qué pone aquí? —dijo la señorita de El Corte Inglés que revisaba la lista de bodas— «Un mo dem»
—Un Modem. —confirmó la bella enamorada.
—¿Qué es?
La novia, afectada por el virus de la informática, meditó en busca de una explicación fácil y convincente:
—Una tarjeta que se mete dentro del ordenador. —resumió.— No una tarjeta de cartulina, sino un circuito impreso que lleva soldados muchos otros circuitos integrados y...
—¿Cómo?
—Chips. —abrevió la muchacha casadera.
La señorita de los grandes almacenes había sido entrenada para cascanueces, cocteleras, plegaderas de plata, calentadores de copas de coñac y hasta para diarios íntimos encuadernados en piel de Rusia, pero no para los Modems. Tenía veintitrés años pero era antigua: no disponía de palabras para expresar su desconcierto.
—No sé si...
—Sí. —insistió la caprichosa novia.— En la sección de informática, abajo, tienen modems de 1200 BPS, marca Inves. Compatibles BELL y CCITT, con las especificaciones V.21 y V.22.
La dependiente titubeó, insegura sobre sus delicados pies. Aunque no lo expresara, el insólito encargo le parecía poco femenino. Casi como si pidiera una pipa de raíz de brezo y una garrafa de coñac para curarla adecuadamente. Pero era una profesional y se dispuso a tomar nota:
—¿Dice usted un Model Ingres V-2?
La novia, hecha a la incomprensión que el mundo exterior siente por los informáticos, y más si son mujeres, repitió el encargo y se cercioró de que quedara bien escrito: Modem INVES de 1.200 BPS, compatible BELL y CCITT, con las especificaciones V.21 y V.22 . La V-2, no: era una bomba volante fabricada en 1944 y no sabría qué hacer con ella en casa.
Pasó el tiempo y alguien, un ser muy comprensivo, compró el modem, o sea, el Model, y la muchacha, el primer día de casada, llevada sin duda por la euforia de su nueva situación, se puso a leer el manual de instrucciones. Con esfuerzo, sí, pero lo leyó. Si algo sacó en claro es que ya venía configurado para el Puerto de Comunicaciones Uno. Existe, se lo juro, y se le llama cariñosamente COM1.
Abrió el ordenador. Insertó la tarjeta en su zócalo, o sea, en un «bus de expansión de 8 bits». Conectó el cable al enchufe del teléfono e hizo su primera llamada. Un día memorable, por muchas razones.
Ya se ha dicho aquí que nadie, en su sano juicio, debe tratar de instalar su primer modem. Cuando es el cuarto o el quinto, sí. Pero no el primero, a no ser que disponga de mucha paciencia y sea afortunado en el juego.
Los modem, por orgullo de clase, no funcionan. Unas veces son los «Dip Switches»; otras, el manual, que miente sobre las configuraciones. No pocas, el problema de configurar el programa de comunicaciones según las características de la tarjeta. A menudo, los puertos. Un ordenador, como cualquier ciudad costera, tiene puertos. El uno (COM1) muchas veces lo ocupa el ratón y, aún sabiéndolo, los fabricantes de modems se obstinan en que sus tarjetas también lo usen. Resultado: conflicto de intereses.
Dos días de pruebas convencieron a la recién casada de que no debía amargarse en su nuevo estado con meditaciones sobre las familias de los fabricantes, de modo que se presentó en El Corte Inglés con su marido y el modem: uno en cada mano.
El dependiente, más confuso aún que cualquier manual de MS-DOS, pareció escuchar las explicaciones de la muchacha. Pero con displicencia. En su larga vida profesional jamás una mujer le había preguntado otra cosa que si un ordenador iba a 125 V. o a 220 V. Siendo la V. una abreviatura de voltios.
—Bueno. —dijo al fin, dirigiéndose al marido.— Yo te lo explico y luego tú, con calma, se lo cuentas a ella.
La recién casada no hizo nada. Todos los mayores de doce años se han encontrado una vez con un idiota, por lo menos. Y una mujer informatizada sabe lo que se puede esperar de un hombre que vende productos informáticos sin saber qué son.
Se limitó a sonreír con filosofía y a observar los intentos del dependiente. Este conectó el modem en un bus AT, o sea, de 16 bits. Primer fallo, pero no muy grave.
Luego, sin consultar el manual, puso todos los «Dip Switches» en ON, convencido de que, al activarlos sin excepciones, solucionaba el problema. Segundo fallo. Para colmo, insertó el cable telefónico en la salida Phone y no en la salida Line. Naturalmente, nada funcionó.
Debe estar estropeado. —dijo con suficiencia.— se lo cambiaremos.
Seguía dirigiéndose al marido, como si el modem fuera algo tan masculino como una brocha de afeitar. El pobre marido, que no sabía informática, protestaba cada vez más débilmente:
—Es ella la que entiende de esto. —decía.
Pero el vendedor o no le oía o lo tomaba por modestia amorosa.
Como repitió las mismas operaciones con el segundo modem, el dependiente obtuvo los mismos resultados, o sea, ninguno. La bella enamorada, por su parte, había comprendido la mayor parte de los errores cometidos por aquella especie de genio pero, espíritu despierto, había descubierto también lo que siempre hemos repetido aquí: con el primer modem hay que ir a un profesional que nos lo instale. Y no dejarle huir hasta que hayamos visto con nuestros propios ojos que se establece la primera conexión.
Dejó que el hombrecillo, confiando sólo en la ciencia infusa, patinara unas cuantas veces más. Sonriendo, hizo un último comentario:
—Parece que todos están averiados, ¿verdad?
El vendedor fingió estar de acuerdo, pero hacía media hora que no se le ocultaba que el fallo sólo podía estar en él. Exactamente en su cabeza, detrás de las orejas, donde es fama que se almacenan los conocimientos especializados de que él no disponía. Sólo le quedaba defender su honor y, posteriormente, pedir el traslado a la sección de lencería.
—Le devolveremos el importe. —dijo, aunque todavía ensayó una argucia legal:— ¿Han traído el ticket o la factura?
Claro que sí. Una mujer informática sabe las cosas en que se debe pensar antes de ir al Corte Inglés con una reclamación.
Terminadas las vacaciones matrimoniales, a través del personal de su trabajo, pudo hacerse con un modem mejor y más barato. Además de instalárselo, le hicieron un treinta por ciento de descuento. Gracias a él ella misma me ha contado su historia, atravesando el mar en alas de la Telefónica. O sea, con suerte.
Ahora, cuando se aburre y siente el espíritu optimista, acude a la sección de ordenadores de El Corte Inglés y aguarda con paciencia a que el mismo dependiente quede libre. El, aunque sudando, acaba por acercarse:
—¿Señora? —dice, como si no imaginara lo que le espera.
—Quiero —responde ella con voz clara— un modem full dúplex asíncrono, BELL 103/212A, con nivel de transmisión de -10 dBm y una sensibilidad de recepción de -43 dBm.
A veces, cuando el atribulado vendedor se aleja en busca de lo pedido, sabiendo que tendrá que probarlo, le llama otra vez:
—Y con un interface telefónico RJ11. No se olvide usted.
Eso le enseñará a no decir a los maridos «Yo te lo explico y tú, luego, se lo cuentas».
Los cromosomas del programador Grabiel
En algunas Facultades de Informática, en las más modernas, suele haber algo llamado, con gran optimismo, «Centro de Cálculo», o sea, una habitación con algunos ordenadores.
En la Facultad de Programador Grabiel el Centro de Cálculo tiene hasta un AT pero, en el momento de escribir esto, sólo hay diez megas libres entre todos los discos duros. Si uno piensa que es una capacidad de almacenamiento de casi once millones de caracteres, parece mucho. Si se sabe que, por ejemplo, el AmiPro, un solo programa, se come seis megas y media, parece muy poco.
Pues en el «Centro de Cálculo» algunos estudiantes se hallaban ejercitando sus poderosos cerebros. Para ello se valían del LARRY, un juego conversacional que les ayudaba a olvidar las condiciones infrahumanas en que desarrollaban sus estudios.
Una joven, algo bigotuda, entró y, sin dedicarles palabras de ánimo, se apoderó del otro ordenador libre. Un ordenador tan moderno que, entre otras cosas, carecía de disco duro y debía arrancarse insertando el disquete del sistema en la ranura correspondiente.
Cinco minutos después, los ya citados poderosos cerebros, repararon en que la muchacha, lejos de conectar la máquina, daba vueltas en torno a ella. En ocasiones se detenía y parecía olfatear para mejor orientarse. Creyeron comprender que algo pasaba, quizá alguna enfermedad mental que, a veces, asola las facultades con alumnos sometidos a demasiado stress.
Los poderosos cerebros, siempre inquisitivos, abandonaron el LARRY y atendieron a la muchacha del bigotillo, confiando en obtener buenas observaciones psicológicas. Pero cinco minutos después la chica pareció recuperar la cordura y se dirigió a ellos:
—¿Cómo se enciende esa «cosa»? —dijo, valiéndose de una voz desagradable y de una sintaxis de primero de EGB.
Cualquier estudiante de informática —y ella parecía serlo por estar en el «Centro de Cálculo»— sabe que el ordenador no se enciende (salvo con cerillas): se bota o se arranca. Y, desde luego, no está bien visto llamar «cosa» a una «máquina». Las máquinas, además, son 88, 86, 286, 386 y 486. Numeradas como los presos.
—Esto de aquí —dijo uno de los cerebros, profundamente sorprendido por el lenguaje— es el interruptor.
Pero el hado de la mujercilla no era propicio. Había botado el ordenador y, silenciosamente, miraba con ojos hipnóticos la pantalla. Sin duda esperaba maravillas que no se producían.
Los cerebros, muy divertidos, sonreían y hacían apuestas sobre el tiempo que tardaría la individua en percatarse de que la máquina, al carecer de disco duro, necesitaba ser alimentada con el disco de arranque, del que leería el sistema operativo. Quizá, en su inocencia femenina, no había oído hablar nunca del «Sistema Operativo» y creía que la capacidad de poner A:> en la pantalla era algo innato en todo ordenador.
—Esto no me deja hacer nada. —se quejó algún tiempo después.
Los cerebros, después de pagar al ganador de la apuesta, se aproximaron e impartieron una clase de urgencia:
—¿Ves nuestra máquina? Aquí hay una lucecita verde.
Hicieron un «DIR C:» y la luz parpadeó.
—Tu máquina no tiene luz verde.
—¿Y...? —dijo ella, sin comprender tanta sutileza luminosa.
—Pues si no hay luz, no hay disco duro y, por lo tanto, no hay auto-arranque. Hay que meter por aquí este disco. ¿Lees lo que pone?
—D.O.S. —murmuró ella, marcando los puntos.
—Es el PC-DOS.
—Ah. —suspiró; pero siguió inactiva, como en un cuelgue
—Anda. —le animaron.
Metió el disco y vigiló la pantalla.
—¿Y si cerraras la llave de la disquetera?
Cerró y volvió a atender.
—Ahora, guapa, pulsa una tecla. ¿sabes algo de inglés? Push a key. Eso es.
Los cerebros se retiraron a sus puntos de origen, admirados. Posiblemente aquella alumna era víctima de algún experimento pedagógico. No obstante, por los libros vistos bajo su brazo, hacía segundo.
Pocos minutos después, sin que se supiera qué había conseguido, apagó su máquina y les devolvió el disco del DOS. Como diría el clásico, se caló el chambergo, requirió la espada, fuese y no hubo nada.
—¿De dónde habrá salido? —se preguntó uno de ellos.
—Cuando te lo diga —respondió otro mejor informado— lo comprenderás todo. De momento, tengo el honor de advertiros que es una de los cinco que han aprobado este parcial.
Una nube de estupor ensombreció los rostros de los demás cerebros. Había algún incrédulo.
—¿Hablas de Informática y no de Pastelería y Ciencias Dulces?
—Sí.
—¿Y...?
Pues es la hermana del Programador Grabiel. ¿No le habéis notado el aire de familia en el bigotillo ralo?
Todos se rieron y siguieron así, celebrando el nepotismo con alegría, hasta que, al final de curso, el Programador Grabiel sólo aprobó al quince por ciento. Entre el quince, claro, su hermana, que por algo compartía sus cromosomas. Un día será una doctora en informática tan bien preparada como él.
Y miles de alumnos murmurarán su nombre mientras clavan alfileres en un muñeco de cera.
Inteligencia artificial
Periódicamente, y con la regularidad de un embarazo, llegan los finales de curso. Todos los estudiantes, gracias a sus instintos, suelen comprenderlo con un mes de anticipación: o el calor o la luz disparan sus relojes biológicos. «Estamos en mayo —les dicen sus relojes— Dentro de un mes, exámenes finales». Y estudian un poco.
Pero el del Programador Grabiel, descuidado por su relojero, olvida transmitirle la necesaria alarma, con la lógica consecuencia de que el fin de curso cae sobre él como desde un quinto piso: de golpe. Y le sume en la angustia.
El Programador Grabiel, doctor en informática, es un joven investigador que hace estudiar a sus alumnos unos apuntes ciclostilados —que cobra a rajatabla— llamados, más o menos, «Estructuras de la Información. Apuntes de la Asignatura de Programación.» En tal obra monumental se leen referencias a Wirth.
Un alumno, más detectivesco que los demás, se hizo con el libro de Wirth titulado «Algoritmos+Esctructuras+Datos= Programas» . Título moderno como un verso de Apollinaire.
No sólo lo tuvo en sus manos sino que lo abrió. Animado, comparó página a página y se tropezó con los mismos ejemplos, los mismos algoritmos, cambiado el nombre de alguna variable, y las mismas explicaciones. Así se supo que el programador Grabiel, en su trabajo como plagiario, tiende a poner en la bibliografía los títulos de los que copia directamente, aunque firme las copias fraudulentas que, además, vende y le ayudan a hacerse con un prestigio.
Sobre estos apuntes iba a ser el examen, según había prometido, pero, además, había que presentarle las prácticas, o sea, los discos con ellas grabadas. Pero como, según la costumbre, el Programador había llegado a fin de curso sin percatarse de la fecha, estaba atareadísimo rumiando las preguntas que pondría.
El Programador, para confeccionar el examen, lee de nuevo sus apuntes. Cuando llega a algún pasaje que no entiende —pues la traducción del inglés se la hizo un amigo—, toma nota: ya tiene una pregunta. Pero, claro, ha de leerse el libro y eso, dadas sus facultades, le lleva mucho tiempo.
De ahí que resolviera el asunto de las prácticas pegando dos hojas en blanco en el tablón. Había dos casillas: una, para el nombre, y otra para apuntar el día que les vendría mejor para entregarlas.
—¿Y la hora? —se dijeron los primeros alumnos que acudieron a inscribirse. —¿Sabrá que hay veinticuatro en total?
Uno, más osado, acudió al despacho, sorprendiendo al Programador en la lectura de sus propios apuntes. Muy concentrado, pues no recordaba la diferencia entre WRITE y WRITELN en Pascal, pero no se atrevía a ponerlo como pregunta por si resultaba demasiado fácil para el alumnado.
—¿Qué quieres? —gritó, sobresaltado al volver a pisar el mundo sensible.
—¿A qué hora se pueden entregar las prácticas?
—Ahí fuera están las listas.
—Sí, pero no se habla de la hora.
—Pues pregunta a un compañero o busca por la biblioteca.
Buena solución: buscar por la biblioteca nada menos que una hora de entrega. ¿Estaría debajo de alguna mesa? No obstante la confusión, el Programador Grabiel consideró que ya había cumplido y volvió a abismarse en sus lecturas. Cada día le parecía un poco más complicada la informática.
—¡Uff! —dijo una chica al alumno osado.— No sé si esto saldrá. Por lo visto, ayer por la tarde se podían entregar las prácticas, pero el Programador no apareció.
Los modélicos alumnos, forzados por las circunstancias, acabaron montando un servicio de vigilancia. Así, una tarde consiguieron pillar al programador en una tutoría, mano sobre mano y con su fino pensamiento puesto en las musarañas. Curiosos animales, se decía.
Cayeron sobre él con los disquetes en la mano: decenas de prácticas ansiosas por ser revisadas.
El Programador, agotado por la lectura de sus propios apuntes, que no dejaban de sorprenderle, se defendió como un héroe:
—No me vengáis ahora con prácticas. —dijo. El sólo deseaba volver a la contemplación mental de la musaraña. Le relajaba.
—No quiero saber nada. —añadió cuando un disco le dio en la nariz.— Otro día.
Y, luego, en la última clase del curso:
—Voy a tener que hacer una escabechina. —amenazó— Veo que nadie se ha tomado la molestia de presentarme las prácticas.
Su hermana, naturalmente, sí. Un disco en blanco, sin formatear. Eso de formatear es muy, muy complicado.
Grandezas en línea
Una de las glorias de la informática por cable es poder cometer frases como esta: «Soy muy amigo de Fulano. No le he visto nunca.» La otra gloria, descubrir a los caballeros de la línea telefónica. No llevan chambergo ni, seguramente, espada toledana, pero son el último refugio de las viejas normas de la caballería, siempre ansiosos de desfacer entuertos.
Precisamente tenía yo un entuerto que mantenía en silencio en el fondo de mi dolorida alma. Pero Buky Torres, el SysOp del BBS «El Libro de Arena» supo escarbar en ella y descubrírmelo a la primera mirada a mi disco duro, que es mi segundo espíritu:
—Casi no tienes —me dijo— espacio libre.
—Ya. —murmuré. Murmurar, tecleando, es una labor difícil, pero posible.
—Tengo dos discos, de 85 y de 125 Megas. Te los regalo.
— Con-fir-ma . —escribí, temiendo una de las habituales jugarretas de Telefónica.
—Que te los regalo. Sólo quiero que no me cueste un duro el envío.
Todavía tecleamos un rato más, expresando emociones profundas. Buky era partidario de ayudar al débil que careciera de Megas. En los viejos tiempos, le habían echado una mano y se sentía en la obligación de distribuir el bien por todos los puntos cardinales.
Yo, cohibido, prefería pagar un poco. No mucho. Al ver que no sería posible, le acepté el disco duro más pequeño, el de 85 MB, y le tuve en cuenta en mis oraciones nocturnas. Les advierto que, posiblemente en el 2.150, la gente rezará a San Buky. Sobre todos los que tengan un BBS.
Días después un elemento de Seur me entregaba el paquete de Buky Torres y, tras agradecérselo por el teléfono de voz, corrí a la guarida del Electrónico Pons, que había sido advertido del evento. Ambos, dada mi exaltación, dedicamos nuevos cánticos de alabanza al SysOp de «El Libro de Arena», y nos arremangamos.
Mientras el Electrónico preparaba lo que él, misteriosamente, llama «la mesa de operaciones», corrí a cargar el BBS en el coche. Diez minutos después, con la debida anestesia, el ordenador era sometido a una intervención de cirugía menor.
Como el nuevo disco, muy alto, no cabía en el receptáculo natural de mi máquina, hubo que extraer el viejo. Sin dolor, por supuesto. Luego, substituimos un controlador anciano por otro en edad viril, conectamos todos los cables y dimos al interruptor de alimentación.
Silencio.
El silencio, que tanto estimula la reflexión, no es buen síntoma cuando lo provoca un disco duro. Tales aparatos incorporan un motor eléctrico y suenan, en el mejor de los casos, como un ventilador. En el peor, como una moto. En el pésimo, no suenan. Y eso es lo que hacía el nuestro.
Antes de intervenir más a fondo sobre mi BBS, el Electrónico, hombre avisado, prefirió comprobar el estado del disco duro. Lo extrajo y lo conectó a uno de sus ATs en existencia. Funcionó. Ronroneaba como un gato a la vista de varias sardinas.
—Malo. —dijo el Electrónico. Temía por su paciente y no quería engañar a su pariente más cercano.
Puesto el disco otra vez en el BBS, siguió sin arrancar. Se obstinaba en su silencio meditabundo.
Una mente como la del Electrónico Pons no necesitaba pensar más, despilfarrando fósforo:
—La fuente de alimentación de tu PC no tiene suficiente potencia.
Ahora me tocó a mí guardar silencio. Sufría con los labios apretados y me decía, siguiendo a Murphy y a los suyos, «si lo enchufas, será peor»
Controlando la situación con gran presencia de ánimo, el Electrónico bajó al sótano, trasteó un rato y regresó con una fuente de alimentación de 120 watios. Muy antigua, pero mi única esperanza.
Cabía mal en el hueco para ella. Su interruptor era distinto y, en todo caso, habría que sacárselo practicando un nuevo agujero en la carcasa del BBS. Pero lo que nos detuvo es que sus enchufes no entraban en las tomas de la placa madre de mi PC.
Nos miramos, echando de menos a una enfermera que nos enjugara el sudor. Hay cosas que no hace falta decir con palabras: ambos sabíamos que el nuevo disco no cantaría para mí aquella noche.
—Pide —dije tras recordar mi último saldo bancario— una nueva fuente de alimentación.
—¿De 300 Watios? —preguntó el Electrónico, tomando nota en su apretada agenda.
—Sí.
—Mañana mismo.
* * * * *
El tiempo transcurrió como siempre que se espera algo con urgencia: despacio. Desde el amanecer a la medianoche, el maldito tiempo no hacía más que remolonear. Se negaba a transcurrir como era su obligación.
Sólo el Electrónico me consolaba en mi desgracia. Por teléfono:
—La pedí el miércoles. Me dijeron que salía el jueves. Este próximo miércoles la tenemos aquí.
Pero llegó el día señalado y el hombrecillo de Seur pasó de largo por la puerta del Electrónico. Luego, la mala noticia:
—He llamado al proveedor y me ha dicho que no venden fuentes de alimentación.
Mis mecanismos lógicos chirriaron, tras un breve traqueteo:
—Entonces, ¿por qué te dijeron que te la enviaban?
¿Ah? —dijo el Electrónico, sin duda contemplando el abismo del misterio.— Por lo visto esos proveedores «substituyen» las fuentes averiadas de su máquinas, pero no las venden sueltas.
Ya ve el lector que un ordenador medianamente educado, dispone de elementos variadísimos: puertos, fuentes, madres... Lo que ustedes quieran. Pero esa riqueza no impedía que tanto el disco duro como yo permaneciéramos mudos, presas de dolores morales.
—Mañana llamaré a otra casa. —murmuró el Electrónico, tratando de subirme la moral con sólidas promesas.
—Asegúrate de que te entienden: una fuente de alimentación suelta.
* * * * *
Una semana después volvió a ser miércoles, pero Seur no acudió a nuestros amorosos brazos. Ni el jueves, ni el viernes. Toda la angustia vital salió de los libros de Kierkegaard de mi biblioteca y cayó sobre mí.
—No sé qué puede haber pasado. —me dijo el Electrónico por teléfono.
—Bueno. —suspiré. Pero la angustia siguió acumulándose en mi pescuezo hasta que, a las seis de la tarde, volví a llamar al Electrónico Pons, decidido a jugar una carta psicológica:
—¿Sabes qué?
No lo sabía, aunque parecía imaginarlo.
—Pues que estoy cansado del BBS. Les llamas y les dices que se metan la fuente de alimentación en...—titubeé, buscando algún receptáculo anatómico lo bastante doloroso. Opté, por fin, por uno complicado:— En el yeyuno.
El Electrónico permaneció en silencio, tal vez aprovechando para buscar el yeyuno en su atlas de anatomía. Yo, en cambio, continué alimentando mi pataleta fingida. Hay que aprender de los métodos de los niños:
—Y tú, si encuentras a alguien que quiera mi PC, se lo vendes. Si no, se lo regalas.
El Electrónico, tras profunda meditación, creyó comprender:
—¿Te has cansado del BBS?
—¡Ah! —dije, describiendo mi estado de ánimo. Y colgué.
Eran las seis. Es importante la hora, porque sólo ocho minutos más tarde llamaba el Electrónico:
—Parece mentira —explicó, tratando de que yo aceptara el milagro.— Acaban de pasar los de Seur. Hoy iban retrasados. Ya está aquí tu fuente de alimentación.
Hizo una pausa, para escuchar si mi respiración se agitaba.
—Pero no te preocupes. —añadió— Se la devuelvo y no pasa nada. Si estás harto...
Mi trama psicológica, como se ve, había dado óptimos resultados:
—Nada de devolver, Pons. ¿Cuándo subo?
—Hoy no puedo. Mañana, sábado, en la mesa de operaciones.
Colgamos. No sé lo que pensaba el Electrónico, pero yo contemplaba las leyes del azar y comentaba con mi hijo:
—Lo que más me duele, camarada Eduardo —es así como le llamó en la intimidad del hogar— es ver el concepto que tiene el Electrónico de mi inteligencia. O disponía ya de la fuente de alimentación, y callaba para hacer experimentos con mi psicología, o va a sacar la fuente de uno de sus AT sin vender.
—Ajá. —dijo mi hijo, que tiene un coeficiente de inteligencia de 149 y comprende mis procesos mentales.— Es un vulgar pirata simpático.
Acabó el viernes. Transcurrió el sábado sin que el Electrónico diera señales de vida. El orgullo me impedía llamarlo, pues no deseaba verle ofender de nuevo mi inteligencia. Tuvo que pasar todo el domingo, hasta las diez de la noche, para que el Electrónico entrara en acción:
—Siento no haberte llamado ayer. Mi hijo hizo la confirmación. ¿Qué te parece mañana?
El chico, por lo visto, fue confirmado por sorpresa, de lo contrario el Electrónico no me hubiera citado para el mismo día. Pero preferí disculpar los fallos de lógica:
—Bien. —dije. Pero con frialdad.
—¿Y sabes qué?
Huy, huy, huy, pensé. Pero no se me quebró la voz:
—¿Que pasa AHORA?
—O me entendieron mal en la casa o es un error del almacén, pero la fuente de alimentación que me enviaron era como la que teníamos aquí: con el interruptor distinto al que necesitas y con las tomas que tampoco entran en tu placa madre.
—¡Oh! —dije. Pensaba otras cosas pero sólo dije «oh». Fuerza de voluntad.
—Entonces —siguió el Electrónico, bajo la impresión de vérselas con un idiota— Se la he devuelto. Una por otra, te instalo la más vieja y hacemos las soldaduras necesarias.
—¡Oh! —volví a decir, controlando férreamente mi lengua.
Como, al colgar, mi hijo pasaba por allí, de nuevo le hice confidencias:
—Camarada Eduardo: el Electrónico se cree que soy chino. Por eso trata de engañarme. No sólo no pidió ninguna fuente de alimentación sino que se ha divertido jugando con mis sentimientos como sólo algunos políticos se han atrevido a hacer.
Pero el lunes, impasible el ademán, llevé mi BBS a la guarida del Electrónico Pons y, tras tranquilizarlo, lo deposité cuidadosamente en la mesa de operaciones.
Apenas quitados los primeros tornillos, un niño con un disco de sistema. Siempre que voy allí, el mismo niño, con el mismo disco, acude a quejarse y a obstaculizar mi labor:
—No me funciona. Dice «Disk Boot Faillure»
El Electrónico dejó el destornillador e hizo una nueva copia para el chaval. Luego, como sin esfuerzo, sacó la vieja fuente de alimentación: podía darse por muerta.
De nuevo el niño: el maldito disco no tragaba y hubo que hacer otra copia más...
¿Para qué seguir? Dos horas después, el niño se había hecho visible siete veces, siempre con su disco. Era como un duende juguetón.
—¿Qué haces con él? —le preguntaba yo— ¿Lo metes en la disquetera o tratas de comértelo?
—¿Qué es la disquetera?
También nos alegraron la vida un señor que deseaba ver catálogos de fax y otro que pretendía que le limpiaran la impresora matricial sin hacer cola, pero el Electrónico le resolvió el problema con un trozo de papel higiénico. Cuando parecíamos habernos librado de todos los intrusos, todavía llegó un tipo que pretendía que le vendiéramos facturas que encajaran en su impresora y en su programa.
—¿De dos o de tres copias?
—De tres. —dijo. Pero, cuando tuvimos abierta la caja correspondiente, cambió de opinión y las quiso de dos.
A duras penas consentí que terminara de mirar las facturas. No quería la caja: sólo doscientas y tuvimos que contárselas.
Por fin la nueva fuente quedó instalada a pesar de que las fuerzas del destino laboraban contra ella. Como cabía mal, hubo que pegarla con silicona a la estructura interna. También tuvimos que soldar los cables a las tomas de la placa madre y otra larga lista de chapuzas de menor entidad.
Pero encajamos el disco de 85 megas y, al darle chispa, arrancó. Sólo nos faltaba hacerle el formateo a bajo nivel y, luego, pasarlo por el MS-DOS 4.2
Pero, tampoco. Ni una utilidad Seagate, pensada para estas ocasiones, ni el viejo Debug lo consiguieron. Fracasaban una y otra vez mientras el Electrónico y yo pensábamos en lo mismo sin atrevernos a expresarlo con palabras. Por fin, ya no nos pudimos ocultar la dura verdad:
— Este disco necesita un BUS AT
Si usted no sabe lo que es un «bus AT», piense que es algo que sirve para evitar que un buen disco duro, regalo de san Buky Torres, alivie mis problemas de memoria magnética. ¿Lo ve claro?
Pese a mi probada paciencia, a las doce de la noche fui incapaz de resistir la tensión. El Electrónico había vuelto a introducir mi primitivo disco duro y lo formateaba a bajo nivel. Después tenía la intención de ponerme otro usado, regalo de la casa. Mal que bien, dispondría de 40 MB para ir tirando.
—Me voy. Me llevo el disco de Buky y mañana se lo devuelvo. Por cierto, ¿crees que tendrá una maldición?
El Electrónico carraspeó y me hizo una observación filosófica:
—Siempre estamos a tiempo de devolvérselo, ¿verdad? —En sus ojos brillaba esa luz que le ha hecho el rey del cambalache y que le ayuda a no perder ninguna oportunidad. La misma luz que aligera mis bolsillos. Una y otra vez.
Pese al mal concepto que tiene de mi inteligencia, leo su mente con los ojos cerrados. Y, en aquel momento, la mente del Electrónico, a 220 voltios, calculaba hasta qué punto estaba yo encariñado con el disco duro de Buky Torres. Su primera apreciación le hacía suponerme a punto para una de sus maniobras más clásicas:
—Hay uno que tiene un ordenador como este, pero sólo con 256 Kb. No quiere comprar otro, pero anda pensando en una ampliación de memoria.
—Dios le ampare. —dije, expresando una documentada opinión: si el Electrónico tejía su red en torno a él, necesitaría la ayuda divina.
—Le podemos vender tu ampliación por 40.000 pesetas, que es su precio.
—¿Y yo? —pregunté, interesado por averiguar lo que el hado tenía decretado para mí.
—Espera. Hay otro que quiere cambiar de AT y, con esas cuarenta mil y un poco más, puedes quedarte con el viejo, que aguantará el disco duro de Buky.
Era una buena idea, pero yo tenía otra mejor:
—¿No he leído que hay placas de AT por veintialgo? Tal vez me saliera más barato, ¿no?
El Electrónico se retorció un poco. Buscaba una respuesta, pero los segundos pasaban sin que se le ocurriera una.
—¿Y si, cuando tengamos la placa aquí, resulta que tampoco aguanta el disco duro? —dijo al fin— Mejor probarlo en ese AT antes de formalizar el trato, ¿no?
Me encogí de hombros. A fin de cuentas: el Electrónico acababa de regalarme un disco de 20 MB y de trabajar muchas horas gratis por el bien de la causa. Algo le debía.
—De acuerdo.
Y, de paso —siguió él, envalentonado— podemos cambiarte ese monitor Ega que no se termina de arreglar, por un VGA decente.
—Ah. —dije. Pero con respeto hacia sus formidables dotes.
Notas útiles
Nota BBS:
El Libro de Arena es uno de los mejores BBS que conoce el autor. Su teléfono,si usted prefiere comprobarlo por sí mismo es el siguiente:
(93) 441 35 59.
Configure su programa para 1 bit de paro, sin paridad y 8 bits de largo de palabra.
Líneas muertas
Como la tolerancia, más que virtud, es vicio del español, ya me había acostumbrado a la pésima calidad de la línea de mi modem. Habían venido técnicos de la Telefónica a jurarme solemnemente que estaba limpia. Les había demostrado que no por el simple método de establecer una conexión y, después de charlar con amenidad sobre los misterios de la informática, se habían ido dejando tras sí la advertencia de que eso no se arreglaría ni por las buenas ni por las malas. La subida de las tarifas, tampoco.
Y así permanecía el problema: dormido. Sólo la imprudencia del Jefe Provincial de la compañía lo despertó, al enviarme un mailing en el que me juraba que la subida había sido para adaptarnos u homologarnos al «régimen tarifario» europeo.
Algo ardió en mí. Posiblemente el fuego del infierno o la chispa de la raza. Lo mismo que empuja a los toreros a estoquear a los morlacos. Cuando quise enterarme, ya había escrito una carta al director provincial preguntándole para cuando dejaban la homologación con la calidad europea y preguntándole si iban a sumir a los argentinos en nuestra misma confusión.
Tres días después me llamaron de la compañía. Habían recibido mi queja y se interesaban amablemente por mis nervios. Tras unas preguntas como prólogo, el que me hablaba pontificó: «Usted no puede trabajar por una línea normal a 2.400 «full duplex». Solo a «half».
—Otro —me dije— que subestima mi inteligencia. Cree que diciéndome «half» o «full dúplex» va a sumirme en el delirio técnico.
Como antes que yo hizo la recién casada de otra historia, decidí romperle el escaso cerebro que Dios le había dado:
—¿Cómo es eso posible —le dije— si uso el protocolo V.22 bis, a + - 0,01% y con una sensibilidad de recepción de -43 dBm?
Oí el ruido que hacía su cerebro al estallar, víctima de la tecnología. Mi interlocutor era un relaciones públicas y no un técnico de transmisión. Un verdadero técnico se hubiera reído, pero un oficinista no podía evitar el marasmo.
—¿Cómo dice? —murmuró al cabo.
—Que en toda Europa, incluida Barcelona, se transmite a 2.400 baudios por líneas telefónicas normales. Sin más problemas que los causados por el recibo.
Él, sin embargo, cumplía órdenes y me comunicaba que, si quería transmitir a mi gusto, debía ponerme una línea especial, como la que usan los bancos. Y, claro está, pagarla a precio de oro.
Por las mismas fechas, el periódico regional había dado una noticia sobre el virus Anti-Telefónica: que lo habían puesto en marcha como protesta por las tarifas abusivas y por los malos servicios.
Al día siguiente, un espabilado vendedor escribía que él tenía un scan que lo detectaba. Podía revisar los ordenadores sospechosos y, si estaban contaminados, se ofrecía a formatearles el disco duro por unas pocas pesetas, «dado que el antivirus no había salido aún».
¿Cómo no aprovechar para comunicar al personal que yo tenía en mi BBS dos programas capaces de «matar» al Anti-Telefónica? Lo hice, extendiéndome en consideraciones morales: aunque es cierto que Telefónica abusa de todos —decía— eso no legitima a nadie para meter virus más que en los ordenadores de la compañía.
Me llamó Pepe el Telefónico, mi amigo y contertulio al que hice un programa para controlar a los morosos y me agradece que no le metiera un virus en el sistema. Había un cierto revuelo en la central. El Director Provincial les había enviado fotocopia de mi carta con orden de «solucionar el tema» y algunos pensaban que el mejor modo era despacharme. Otros empleados la hacían correr, burlándose de la superioridad. Mi escrito en la prensa había sido como derramar gasolina sobre el fuego y, como sucede en las organizaciones jerarquizadas, el inferior reprendido sacudía a su inmediato inferior a la voz de «que corra». En cinco horas no había quedado nadie sin su bronca de reglamento.
El telefónico, temeroso de un motín, me pidió que bajara a charlar con los de transmisión: gente muy simpática a pesar de vivir en un cubil donde se les apagaban las luces cada cinco minutos.
Enseguida se interesaron por el estado de salud de mi modem, decididos a echarle la culpa de mis desdichas.
—Tengo dos— dije, con genial anticipación.— Y me pasa lo mismo con ambos.
—¿A cuánto tiene la sensibilidad de recepción?
Lo sabía. Dispongo de una memoria dura de pelar, aunque lo intenten los técnicos:
—A -43 dBm
—El mínimo. Eso debiera limpiar la basura.
El Telefónico, allí presente, empezó a vacilar ante la avalancha de tecnicismos: él era de administración.
—Y el nivel de transmisión, a -10 dBm. —seguí yo, sin pausa.
—Un poco forzado, pero bien.
Seguimos así un rato y concluyeron conmigo que algo andaba mal. En opinión de los de transmisión, lo primero que se imponía era tenderme otra línea. Si las cosas no mejoraban, cambiarme el par en la central digital. Pero, antes, hablar con averías, que eran los que llevarían a cabo el trabajo sucio.
—Usted es el de la carta. —dijo el de averías al oír mi nombre. No parecía satisfecho de contar con mi sincera amistad.— Me acaban de meter un puro por su culpa.
Manifesté profundos sentimientos, y aguardé:
—No hay siete líneas en Menorca más limpias que la suya. —gruñó, afeándome mi traidora conducta. Los abonados no tienen por qué chivarse al director provincial.
Me extrañé de que los demás usuarios, en peores condiciones que yo, no armaran un alboroto. Pero el de averías se aferraba a su versión: no había siete líneas como la mía. Me habían instalado una obra de arte. ¿Por qué? Porque trabajaban con amor.
Le ofrecí venir a contemplarla, pero era tan experto que no lo necesitaba. Sus aparatos de medida se lo decían y confiaba ciegamente en ellos.
—Además —insistió—, usted tiene la línea para transmisiones por fax; no para modem. O sea que...
Estaba claro: la culpa la tenía yo. Nadie más. Y bien merecida, por protestar en la prensa y ante el súper jefe.
Uno, si tiene experiencia en el trato con funcionarios de Telefónica, no acude desarmado a su guarida sin varios ases en la manga. Saqué el más poderoso, aprovechando que el director insular había acudido atraído por los gritos:
—¿Cuándo ha medido la última vez la limpieza de mi línea? —pregunté con una inocente mirada de lego.
—Ahora mismo. No hay siete tan limpias.
Lo sentí, pero cualquier moral natural justifica la defensa propia:
—Desde ayer —dije, espaciando las palabras y articulándolas con rigor— mi línea de fax y mi línea de voz dan señal de comunicar. Ni siquiera me dejan marcar un miserable cero.
El técnico quedó congelado en breves nanosegundos. Ni tiempo tuvo de cerrar la boca. Pepe el Telefónico, mi buen amigo, sonrió a escondidas. El jefe, aprovechando la intensidad del momento, empezó a emitir rayos de luz por los ojos. Rayos sin duda capaces de perforar el débil blindaje de un celador de central digital.
—¿Eh? —dijo éste al fin.
—Que mis dos líneas están averiadas y a usted sus dóciles máquinas le dicen que van de maravilla.
Dos días después, tomando café, Pepe el Telefónico me daba el último parte:
—Vaya cirio que has montado en la compañía.
—¿Crees que debo dejar de frecuentar las proximidades del edificio? ¿A cuánta distancia lanza una llave inglesa vuestro campeón?
—Sesenta metros si pesa más de medio kilo.
—Pongamos un área de cien metros a la redonda. ¿De acuerdo? Y resguardarme cada vez que pase un coche de averías.
—Pero usa casco. Por si las moscas. Creo que ha llegado uno nuevo de brazo muy firme. Por cierto: ¿Ha habido algún cambio en tu línea?
—Oh, sí. Las cosas van mucho mejor: ya recibo llamadas, aunque sigo sin poder hacerlas.
—¿Y el modem?
—El modem —dije muy despacio— está preparando una carta al director de El País. Desea que se restablezcan las escuchas telefónicas, por si él consigue oír algo.
¡Oh, la VGA!
Hubo un tiempo en que yo no estaba esclavizado por mi vendedor, el Electrónico Pons. Conservaba restos de criterio propio, lo que me infundía ánimos al afeitarme por las mañanas y contemplar el rostro de un hombre libre.
En aquella hermosa época, leía los anuncios de la «Guía del comprador de ordenadores», entornaba los ojos y soñaba con paraísos artificiales. «¡Oh —decían mis sueños—, la VGA!» La había visto funcionar en el NEC Multisync del Electrónico y sabía que mi alma sólo alcanzaría la paz a través de una pantalla de alta resolución.
En tal estado de ánimo, tropecé con un mensaje importante: «Monitor VGA Color+Tarjeta 800x600, 76.000 ptas» Las gafas saltaron alegremente sobre el puente de mi nariz y, soliviantado, lo leí de nuevo por si tenía trampa.
Salvo el IVA escondido, el vendedor actuaba de buena fe: Monitor VGA Color más tarjeta 800x600. Estaba claro. Además, una fuerza interior me impulsaba a la rebeldía: ya le enseñaría yo al Electrónico cómo se puede sobrevivir sin él y hacerse con buenos monitores sin sobrepasar las 140.000 que, más o menos, me pedía por un buen equipo.
Llamé a la casa. La telefonista me pasó con ventas. Estas consultaron con el almacén y cerré el trato: les hacía una transferencia inmediata y ellos me embalaban el monitor. A portes debidos.
Diez días más tarde me llamaba Seur: tenía un paquete gordo y, si lo quería hoy en vez de mañana, debía ir a recogerlo personalmente, porque estaban sobrecargados de trabajo. En las islas uno se acostumbra a valerse por sí mismo: quien espere en ellas un servicio parecido al del continente puede ir pensando en emigrar.
Instalé la tarjeta. Conecté el monitor y, nada. Quiero decir que mi nueva adquisición sólo me permitía MDA, o sea, el más viejo y tirado modo de texto monocromo. Mi sangre, dolida, dio un hervor, recalentando todos los mecanismos internos. ¿Me la habrían pegado?
—¿Ha puesto usted el Dip Switch de la placa madre en la posición para gráficos en color? —me preguntaron desde la casa.
—Soy perro viejo. —dije satisfecho de serlo, pero sin mover el rabo.— ¡Claro que está puesto!
—¿Y los Dip Switches de la tarjeta, ¿todos en ON?
—Todos, como un solo hombre.
—Pues lo hemos probado antes de enviárselo y aquí funcionaba.
El técnico y yo nos pusimos a meditar sobre si era posible que el equipo estuviera aún bajo los efectos del mareo. Porque lo cierto era que mi VGA sólo funcionaba en modo 7, monocromo, y en modo F, monocromo también. Cualquier otro intento conducía al cuelgue o a romper el sincronismo.
Tras unos minutos de dolorosa concentración, el buen técnico tuvo una idea:
—¿No tendrá usted otra tarjeta gráfica instalada? Las VGA son muy suyas y no aceptan convivir con nadie.
No, no. Había sacado mi EGA y, por ese lado, ambos podíamos estar tranquilos.
Seis horas de pruebas más me convencieron de que no había nada que hacer: Mi tarjeta OAK y mi nuevo monitor, aliados contra mí, me habían vencido en toda línea.
—Es extraño. —me dijo el vendedor a distancia— Envíeme la tarjeta, que le devuelvo otra de 16 bits y 512 Kb, sólo un poco más cara.
Una semana después dispuse de ella, una de 1024 de resolución. Pagué el suplemento y descubrí que, de todas formas, me la enviaban con 256 Kb de memoria. Aún así la instalé, murmurando las oraciones de mi infancia y, de nuevo, sólo tuve acceso a los modos 7 y F, monocromos ambos.
—Tiene que ser el monitor. —confesé al lejano técnico.
—Envíelo. Tenemos otro, sólo un poco más caro.
Otra dos semanas más, veintiún días desde que recibí el primer envío, y tuve el segundo monitor. Entre suplementos y portes había gastado veinte mil pesetas más de las presupuestadas, pero no me importaban porque eran para una buena causa.
Confieso, eso sí, que a veces me embargaban malos pensamientos sobre mis nuevos proveedores remotos. Eran amables. Me cambiaban el género sólo con añadir un poco más de pasta, pero lo que me enviaban no funcionaba. Con el nuevo monitor, estaba, una vez más, atrapado por el modo 7 y el modo F, monocromos. ¿Y el rico colorido soñado? ¿Llegaría a disfrutarlo alguna vez?
Por fin, mi orgullo cedió al tiempo que mis orejas. Con ellas gachas, colgantes casi, y con la expresión del perro recientemente apaleado, me fui a la panadería del Electrónico, le hice confidencias y le pedí ayuda.
—Eso pasa —dijo algo disgustado por mi traición— por comprar sin ver.
—Nunca más. —le prometí, sacrificando los últimos restos de mi independencia.
—Bajaré a tu casa por la noche. —me prometió, obsequiándome con una mirada todavía severa.
Hurgamos en los «Dip Switches», usando el reconocido método del tanteo. Pusimos la tarjeta en otro «slot» por si el primero tenía malevolencia hacia las VGA. Volvimos a tocar los interruptores de la placa, pero el monitor seguía rebelde.
El Electrónico se sintió desafiado. Cargó con monitor y tarjeta y lo instaló todo en su ordenador. Funcionaban.
Con sudores fríos mal disimulados, le pregunté si tendría que cambiar de ordenador. Pero, lejos de vengarse, fue magnánimo: su orgullo profesional estaba herido y allí mismo juró que haría funcionar el equipo en mi máquina aunque no durmiera en toda la noche.
Regresamos a mi cubil y el Electrónico Pons, con su famoso destornillador en la mano, levantó el capó del AT y metió medio cuerpo dentro: reconocía el terreno.
Por fin, cubierta de polvo y olvidada, descubrió la tarjeta de salida de impresora. En anteriores manipulaciones, me había cambiado la original por una CGA que llevaba puerto serie. Aunque había inhabilitado la tarjeta para gráficos, estaba claro que podía ser la causa de la interferencia.
La arrancamos violentamente de su slot, cubriéndola de imprecaciones, y, ¡oh, cielos!, la VGA lució en todo su esplendor. Sólo así descubrimos que, pese a las promesas, el monitor no aguantaba los 800x600 pixels. Pero, al menos, llegaba hasta los 640x480.
El Electrónico me miró, algo zumbón:
—¿Seguro que prometían una resolución de 800x600?
Saqué el anuncio:
«MONITOR VGA COLOR+TARJETA 800x600»
Arrugó la nariz, compadecido de mi poca experiencia a la hora de interpretar el lenguaje publicitario de los importadores.
—Aquí dice un monitor VGA color, que es este, y una tarjeta que alcanza los 800x600. La que te han cambiado alcanza hasta los 1.024. Pero el monitor, no. De la resolución del monitor, fíjate, no dicen nada.
Hojeó la documentación del monitor y me señaló una línea perdida al fondo de la página: VGA OPERATING MODES - VIDEO & SYNC TIMINGS . Al final, bien claro estaba:
«Mode 3. Vert. Resolution: 480 lines.»
—¿Me la han pegado? —pregunté.
—No. Tienes una tarjeta que coge los 1.024 y tienes un monitor VGA color.
Había recriminación en su voz y sus ojos expresaban desencanto. Jamás había esperado de mí una traición tal: entre ivas, suplementos y portes, casi había gastado cien mil pesetas y él, por ese precio, me había conseguido un verdadero monitor de 800x600.
—He aprendido la lección. —murmuré, compungido.
Buscando firmar la paz, le encargué las 256 Kb que le faltaban a mi tarjeta 1024 TVGA (Trident). Así, al menos, podría usar el modo 640x480x256 colores.
Pero tampoco. Por alguna extraña razón, el monitor no aceptaba el juego. Cada vez que le hablaba de los 256 colores en alta resolución, rompía el sincronismo.
Tres días después, cuando todavía estaba bajo el peso de la culpa, me volvió a llamar el Electrónico.
—Un cliente —dijo— me ha encargado un monitor VGA color, y no le importa que haga 800x600. Si te parece, encargo uno superior, le damos el tuyo a él y tú tienes el que deseas.
Ya he dicho que el Electrónico Pons disfruta, sobre todo, con el cambalache. Por sistema, empieza colocando CGA monocromas a sus clientes. Cuando aspiran a más, les cambia a CGA color y, sucesivamente, a EGA y VGA. Los monitores que quita a unos se los pone a otros y es difícil saber si, en realidad, ha traído alguno nuevo en los últimos tres años. Sospecho que sólo los hace circular.
Pero mi alma ya no daba más gritos de libertad que los imprescindibles ante los parquímetros, de modo que agradecí la idea:
—Muchas gracias, Pons. Dios te lo pague.
Y ahora, con mi monitor 800x600 resulta que la tarjeta no traía drivers para Windows 3 en esa resolución y que no me sirven los de otras. Dolido y sin dignidad, sigo trabajando a 640 por 480.
De tanto en tanto, y como sin querer, el Electrónico me enseña tarjetas VGA de marcas famosas. No deja de señalarme ventajas:
—Lástima que sus drivers no funcionen con la tuya.
Es su amistosa y suave venganza.
No informatizar a los dentistas
Algunos informáticos avanzados, pasada la barrera del C, tonteando quizá con el C++, sentimos como el mundo vacila bajo nuestros grandes pies, tal es el peso de nuestros conocimientos.
Se empieza entonces a relacionar cada cosa con nuestra afición y, en cuanto nuestros interlocutores cometen un error, allí estamos nosotros hablándoles de los 386 con memoria caché o de un nuevo lenguaje de programación. Porque un informático quizá hable alguna lengua viva o moribunda , pero amar, ama un lenguaje de bajo o de alto nivel.
Así, cuando llegué al dentista por primera vez, sus canas incipientes me hicieron recordar algo:
—Tú y yo —le dije— jugábamos al fútbol en verano.
—¿Ah, sí? —me respondió mientras afilaba sus instrumentos cortantes. Por el momento sólo había visto de mí las caries.
Nuevos datos le convencieron de nuestra antigua amistad. Eso hizo que el ambiente se relajara y, mientras escarbaba en mis encías, se pasó la mascarilla a la oreja y empezó a canturrear viejas melodías de los Beatles.
—Hay que sacar ocho piezas. —dijo al fin, supongo que fiado en nuestra vieja amistad.
En lugar de estremecerme y calcular el tiempo que tardaría en ganar la puerta, contando con que pudiera esquivar a la enfermera rubia, le respondí con una sonrisa nerviosa:
—¿Manejas ordenadores?
Una reacción histérica que le pilló por sorpresa. Había ya dispuesto un plan de intercepción y, según sus cálculos, yo no llegaría ni a la mesita donde tenía la costumbre de arrojar lo que arrebataba de las bocas inocentes. Lejos de huir o de pedir clemencia, le hablaba de ordenadores. No podía suponer que, presionado por el drama que se avecinaba, me había refugiado en el mundo de mis más queridos sueños.
—¿Manejas ordenadores tú? Abre la boca, Arturo.
—...í. —afirmé con toda a su disposición
—Pero tengo entendido que es muy difícil.
—...o.
—¿Te duele?
—...igo e no es ifícil.
—Ah. ¿Y ahora?
—...ampoco.
Se me llevó dos piezas, pero con arte. Volaron como en alas de la brisa. Pese a mi opinión contraria, me llenó los huecos con gasas que, sin embargo, no evitaron que le diera algunos consejos paternales:
—Si vas a comprar alguno, que sea un AT.
—¿Qué es un AT?
—¿Qué más te dará? Que sea AT te basta y te sobra por el momento.
Las demás muelas, de quince en quince días, siguieron su cruel destino pero, mientras el dentista hacía presa en ellas, yo atrapaba su alma en las invisibles redes de la informática.
Cuando me sacó la del juicio universal, el pobre hombre distinguía entre PC-DOS y OS/DOS y sabía que el bus de datos de un 386 es de 32 bits aunque, todo hay que decirlo, ignoraba lo que podría ser un bus de datos y tenía dificultades para recordar que un byte son ocho bits.
—El byte —se preguntaba mientras pinchaba hasta el hueso— ¿se puede programar?
—El yte iene ocho its..
—Ajá. —decía él, tirando de firme.
—Y .ada .it .uede .aler de cero a .oscientos .incuenta y .inco.
—Oh. —se admiraba él, retorciendo para desencajar la raíz.— De cero a doscientos cincuenta y cinco.
—¿ .abes ..e el .it no es una .edida del .istema .étrico .ecimal?
—Ya puedes cerrar la boca. Mira qué raíces.
Yo las miraba y siempre tenía algo interesante que añadir:
—Hay programas de gestión de clínicas dentales.
—Oh. —repetía él, cada vez más envenenado.
Por fin llegó el gran día: se habían terminado las extracciones y se disponía a sacarme el nervio de un premolar. Aquel premolar, luego, sería sustituido por un tornillo incrustado en sus viejas y tradicionales raíces y serviría de anclaje a la prótesis. O sea, la dentadura postiza.
¿Pero le preocupaba la delicada operación? En modo alguno: sonreía mientras daba saltitos por la habitación. La danza ritual del dentista que guarda una alegría en su pecho.
No obstante, se contuvo hasta que me tuvo en el diván con la boca abierta y la aguja de la anestesia clavada en lo profundo. Debió pensar que entonces, con todas mis facultades alerta, estaría más receptivo.
—Ya me han traído el ordenador.
—¿AT?
—Un 386.
—¿O'erativo? —pregunté, aparentando no sentir los primeros mordiscos del torno.
—Microdos
—¿EH? —dije, dando un ligero salto.
—¿Te duele?
—No existe eso.
—Microsoft DOS
—Se ice 's-os
—¿Ms-DOS?
—E'o
—¿No es Microsoft Windows?
—¿'e han 'uesto el 'indows?
—Sí.
—¿386 o 3.0?
—No te muevas —me advirtió— porque tienes dos agujas en los canales que te he abierto.
Con la mascarilla en la oreja, síntoma de excitación en él, salió de la sala de tortura dando saltos como un gorrión que va por su gusano. La enfermera, para no hacerme aburrida la espera, me metió el aspirador hasta la campanilla: quería darme algo en qué pensar.
—Toma. —dijo, entregándome un papelín a su regreso
Con un ojo veía la punta de su nariz y parte del torno que me estaba taladrando. Con el otro, en escorzo, leía: era el Windows 3.0 instalado sobre un disco duro de 40 Mb. La máquina se regía por un 386/25 y llevaba dos megas de RAM.
—Casi no duermo desde hace dos noches. —me dijo, tratando de introducir un fino tubito con el que pensaba «desenroscar» mi nervio.
Pero estaba animoso y satisfecho de sus éxitos:
—Ya he escrito una carta y la he imprimido.
—Oh. —dije, intentando estimular al primerizo.
Debí callar: de nuevo huyó como un conejo y de nuevo la enfermera trató de aspirarme las amígdalas con su achicador de saliva. Todavía brincando, regresó con la carta en la mano. No hubiera estado más orgulloso exhibiendo un colmillo que acabara de extraer, sin dolor, a un elefante.
—¿Eh? —preguntó, volviendo a hurgar en lo profundo de mi premolar.
—Una impresora matricial. Lo has hecho con Write, ¿verdad? ¿De cuántas columnas es? ¿Cuántos Cps?
—Sujeta aquí. —dijo, llevando mi dedo a algún lugar de la profundidad. No te muevas y no te muerdas.
Riéndose alegremente, se eclipsó por la puerta, dejando tras si nubecillas de polvo. Un instante después me entregaba el manual y se entregaba, él mismo, a su oficio. La impresora era de 120 cps y de 80 columnas. Nada especial. Emulaba a la Epson FX.
Cuando me taponaba todos los agujeros, algunos necesarios y otros hijos de la emoción del momento, me abrió su alma:
—¿Tienes programas que puedas pasarme? Calienta, María.
Porque me estaba metiendo aceros al rojo en la boca y, lejos de prestar atención, soñaba con nuevos programas para pasarse las noches de claro en claro.
—..í. —respondí— ¿...e qué los ieres?
—De todo. Muchos. Muchos.
Estaba soñador. Desdentaría a la clientela en breves instantes para correr a los brazos de su 386. Un amor a primera vista, sin duda. Y una gran capacidad para entender a los que hablan con la boca abierta.
Al día siguiente me dejé caer por la consulta con seis discos de 1,44 Mb, llenos hasta el borde de programas. Si se inclinaban, vertían.
La enfermera recogió el paquete e inspeccionó mi rostro en busca de señales de sufrimiento.
—¿Le duele? —preguntó al fin.
—¿Tendría que dolerme?
No lo dijo, pero en todos sus años de servicio no había visto arrancar un nervio de modo menos ortodoxo, con el doctor entrando y saliendo a saltos, la mascarilla ora en la oreja, ora en la coronilla. Si, pese al tratamiento, no sentía agudos dolores, sólo demostraba que Dios me había dado la sensibilidad de un rinoceronte.
Y, ahora, atiendan a las fechas: el dentista me pidió los discos un martes. Se los di un miércoles. Acudí el jueves,a mi hora, con un libro de Ms-DOS bajo el brazo, dispuesto a ver cómo mi amigo me aplicaba el laser en un empaste mientras leía el libro de mis manos.
Pero en la puerta había un nuevo rótulo: «Cerrado por vacaciones hasta el lunes».
Eran las doce de la noche cuando sonó mi teléfono de voz:
—Arturo —dijo el teléfono, muy excitado— ¿Qué he de hacer para correr un programa antiguo de Windows en modo real?
—Afinarlo un poco con el torno. —respondí.— Luego escribes WIN/R
—Je. —dijo el teléfono un momento antes de colgar. Pero aquel «je» indicaba que pudiera darse el caso de que el lunes tampoco hubiera consulta.
Notas útiles
Nota juicio:
El autor, como es su costumbre, juega con los «juicios» tal como se entienden en la Lógica Aristotélica: Universales y Particulares. Suma, además, la idea católica del juicio universal en el que nos pesarán el alma, y lo mete todo en la muela del juicio que se le llevó su amigo el dentista, dejándole reducido al triste estado de un adolescente.
Nota moribunda:
He aquí una de esas lenguas moribundas: Quid est somnus gelidae nisi mortis imago?
Frase que, además de ser de Ovidio, significa «¿Qué es el sueño sino la imagen de la muerte fría?» Pues el C++ es la apariencia de la vida ardiente: al menos acelera el corazón de sus víctimas.
El electrónico ataca de nuevo
Creo haber contado ya que el Electrónico retiene, contra su voluntad, a un monitor EGA desde el mes de marzo. Y estamos en septiembre. Hombre de espíritu contemplativo y, por consejo médico, enemigo de la velocidad de la vida moderna, no pidió los componentes necesarios para la reparación.
Cierto que, cada quince días, afirmaba haberlo hecho, pero hasta que no lo avisé, en junio, de que un familiar viajaba por las proximidades de las casas distribuidoras, no reveló su pensamiento profundo.
—¿Tienes ya los componentes para mi monitor?
—No, pero, a lo mejor, mañana...
—Es que mi padre está ahora en Madrid y puede traernos algo.
—Entonces... —dijo y me dio la lista de esas piezas japonesas que hacen milagros al aplicarse sobre un monitor averiado.
El quince de junio le entregué el género recién importado mientras le lanzaba una mirada lastimera. «A los amigos —le decía la mirada— hay que tratarlos con arreglo a la convención de Ginebra, que prohibe expresamente retener monitores EGA más de cuatro meses».
Pero el Electrónico disfruta, gracias a sus manejos, de un envidiable nivel de vida, lo que quiere decir que en junio se traslada a su chalé de la playa y consume sus ocios saliendo a calar redes. Sigue siendo un Electrónico, pero ama los salmonetes.
Baja a la ciudad temprano, abre la panadería y allí acecha a sus víctimas hasta las dos. Luego corre al mar, dispuesto a chapotear como un pato y a mecerse en la brisa del amanecer, mientras olvida los monitores EGA que sufren cautividad.
Por aquel entonces mi BBS , que ya he dicho que tiene varios componentes y la fuente de alimentación pegados directamente con silicona, empezó a recalentarse y a bloquearse. Le llamé, pues, para que le practicara una cura de urgencia.
—Es el calor —dijo, sin permitirme suponer que vendría a casa.— A mí también se me ha bloqueado un disco duro. Estas temperaturas que sufrimos, por mucho que funcione el ventilador, no permiten disipar el calor de la máquina.
—¿Y qué hacemos?
—Abrir las ventanas.
Como se ve, el Electrónico aconseja basándose en la tradición antigua más que en la moderna ciencia.
Con las ventanas abiertas, el BBS se mantenía en activo hasta el mediodía. Tan pronto como el termómetro marcaba 28 grados Celsius, se declaraba en huelga, salvo que yo metiera, envuelto en plástico, un puñado de cubitos de hielo en su interior: práctica eficaz pero muy peligrosa.
El mundo es de los osados, cierto, pero el sentido común me impulsó a buscar una solución mejor que el hielo apoyado directamente sobre los circuitos de mis discos duros.
—Sube aquí. —me dijo
—¿Y si le ponemos una fuente de alimentación más poderosa? —le pregunté, ya en su panadería.
No estaba a favor: más potencia supondría más calor. Lo del hielo le pareció ingenioso, pero lo desaconsejó. Lo único posible era desenchufar el BBS durante las horas más calurosas.
—¿Y la buena gente que llama? —suspiré.— Los curas, los médicos y los SysOps estamos de guardia las veinticuatro horas.
Sólo entonces, mientras me abrumaba pensando en que incumpliría mis compromisos, me percaté de una sutil diferencia. Las panaderías suelen ser lugares calientes, tórridos a veces, pero la del Electrónico era una excepción. Un termómetro en la pared me informó que disfrutábamos de veinte grados Celsius, benditos fueran los veinte.
—Así, —dijo el panadero electrónico— entran a refrescarse y salen cargados de bollos y de ensaimadas. El aire acondicionado es un gran invento...
Puedo jurar que no vi el movimiento, pero el Electrónico ya tenía abierto sobre el mostrador un catálogo. Se supone que en español, pero existen dudas: «Así predispuesto —decía una de estas dudas escritas— la aparato repetirá en cada día el programo prefijado.»
Mi amigo era la imagen de la inocencia. Todo hacía pensar en que el catálogo se había materializado allí por un capricho de las leyes de la naturaleza. Y yo, flotando entre aquellos maravillosos veinte grados Celsius, leía todas las glorias que prometía el fabricante.
—¡Oh! —dije, teniendo una idea. Era, justo, la que el Electrónico aguardaba: sabía que, tarde o temprano, aparecería en mi cabeza. Brotaría como una calabaza.
—Si yo tuviera veinte grados en la habitación del BBS —seguí, dispuesto a desarrollarla hasta sus últimas consecuencias.— los discos duros no se bloquearían.
—Seguro. —confirmó él con desinterés.
Recordé entonces que la idea de que fuera a la panadería había salido del Electrónico. Le lancé una mirada especulativa, pero seguía pareciendo un catecúmeno inocente. Hay electrónicos con una formidable presencia de ánimo que podrían hacer su fortuna en Hollywood.
—Además —añadió, decidido a darme el último empujón—, un acondicionador limpia de polvo el aire y eso le viene muy bien a la máquina. ¿Sabes que en las fábricas trabajan en ambientes asépticos y sin polvo, con mascarillas?
Si ustedes ponen a tres metros de la nariz de un gato un gorrión y, a tres metros de la misma nariz, pero en sentido contrario, a un ratón, verán como el gato titubea. Los SysOps, también.
Yo había salido con la idea de rescatar mi monitor EGA, secuestrado más allá de lo que permiten los reglamentos, y, sin que supiera cómo, me encontraba mirando con ojos ávidos el acondicionador de aire. Con él, me decía, se terminarían los problemas de mi BBS, que soportaba tan mal el calor, pobrecillo. En el fondo, había sido una suerte que el Electrónico hubiera instalado tan oportunamente el aire acondicionado.
Tan bien refrescaba el ambiente que no pude sofocarme cuando me dijo el precio.
—¿Eh? —gemí, y hasta la interrogación salió helada, tal era la efectividad de la máquina.
—Ciento cincuenta y cuatro mil quinientas, IVA incluido. Pero, como a mí no me giran la letra hasta dentro de un mes...
Titubeé de nuevo. Como el gato puesto entre el ratón y el gorrión. Pero hasta se titubea mejor siete u ocho grados por debajo de la temperatura ambiente: con menos esfuerzo.
—¿Y cuánto tardaría en tenerlo en casa?
El Electrónico meditó: era tarde ya y el almacén, en verano, no trabajaba después de comer. Magnánimo, decidió hacerme un favor, una de esas cosas que cimientan una amistad eterna:
—Si te interesa, te puedes llevar éste, que está estrenado hoy mismo. Yo encargaré otro. Que se aguanten unos días los clientes.
—Gracias. —musité. Ya he dicho que el Electrónico Pons ha hecho de mí un esclavo.— No sé cómo agradecértelo.
Media hora después mis calurosos discos duros se daban un relajante baño de frescor y el BBS todo florecía como una rosa en mayo. Yo, aunque sin el monitor EGA, era de nuevo feliz y abrigaba amables sentimientos hacia el Electrónico.
Tres días más tarde, tras una visita a mi banquero, subí a la panadería con el dinero. Un SysOp cumple siempre sus compromisos, aunque tenga que usar papel moneda para ello.
—Toma. —le dije.
—No tenías que darte tanta prisa. —disimuló él, haciendo desaparecer la pasta con esa rara habilidad que tiene.
Ya aligerado del peso, noté otra sutil diferencia:
—Oye. —exclamé— Estás sin aire acondicionado.
Si algo tiene el Electrónico Pons es que está preparado para hacer frente a todos los imprevistos:
—Llamé al almacén en cuanto te fuiste, pero se les habían terminado. Mala pata. Me he quedado sin.
Un SysOp, por embrutecido que esté, conserva trazas de inteligencia. Las mías decían que Pons había instalado el acondicionador sólo para tentarme, sin la menor intención de usarlo para él jamás. Pero un SysOp también es hombre cortés y sabe cuándo hacerse el tonto:
—No me parece bien haberme aprovechado de ti. —dije. Juro que sin ningún retintín.
—¿Para qué están los amigos? —respondió él, amistoso.
No me pude contener:
—Para repararme un monitor EGA.
Pero temo subir de nuevo a preguntar por él: nadie sabe qué puede haber instalado en su panadería en espera de mi visita.
Notas útiles
Nota hielo:
No me tome el lector por un loco sin remedio: Envolvía los cubitos en TRES bolsas de plástico, todas cerradas con un nudo marinero. Lo que me hizo desistir fue el hecho de tener que poner un nuevo cargamento cada media hora
Nota BBS:
Aquí se toma el todo por la parte. Un BBS es un sistema y no puede decirse, con propiedad, que tenga nada pegado con silicona. Es el ordenador que soporta el BBS el que va cubierto de remiendos. Afortunadamente, cuando el lector vea esta nota, 2001 estará ya instalado en un 286, con 110 megas casi llenas de programas. BBS 2.001: 8-N-1. Tel: 971 37 81 70
¡A llamar se ha dicho!
Nota viajaba:
En otras ocasiones se han explicado ya las torturas de un informático en una isla. Baste decir aquí que hay que llevar una lista de los amigos que están de viaje para poderles encargar el material necesario para hacer frente a una avería.
Vender al vendedor
Hay hombres temerarios que labran su propio infortunio. Si han nacido en tierras lejanas y sus madres les hicieron creer grandes cosas de su inteligencia, el infortunio que se labran entra ya en la categoría de catástrofe.
Los lectores que hayan llegado hasta aquí recordarán al inglés Benelli que, por motivos todavía inexplicados, había hecho un programa en basic para calcular el consumo de un avión entre diferentes aeropuertos. Una especie de delirio que, además, debía funcionar en un viejo PCW de Amstrad, engendro de ocho bits que ha hecho millonarios a muchos psiquiatras.
Conseguí, tras una ligera ojeada, descubrir que el buen y británico Benelli abría un sólo fichero de lectura y olvidaba hacer lo mismo con un segundo de escritura donde salvar los cambios que efectuaba su programa. El maldito PCW, fiel a sus tradiciones, jamás le manifestó cualquier indicación de que estaba siendo obligado a trabajar en el vacío.
Muy agradecido, Benelli me escribió una atenta carta a la que yo correspondí con otra más civilizada todavía, y así quedó la cosa hasta que un jueves de Agosto, mientras meditaba en el modo más fácil de comprimir un gráfico .PCX, mi hijo me dio un singular aviso: «Te llama un tal Bonete».
Era Benelli, que se había arremangado desde temprano tras padecer una noche de sueños de gloria. Quería, nada menos, montar a medias una empresa de venta de material informático, porque una casa alemana le ofrecía la delegación en España de sus productos germanos: redes
Benelli, sin duda engañado por las apariencias, contaba no sólo con mi ayuda sino con mis conocimientos. Calculaba que el hombre que trabaja a 16 o 32 bits sabe más que el que lo hace a ocho. También confiaba en que yo le explicara exactamente qué era “un” red, o sea, una Network.
—Una cosa que, las primeras veces, suele volver locos a los instaladores. —dije, resumiendo.
—¿Y un server?
—El corazón maligno de esa cosa antes mencionada.
Soy escritor —como sin duda saben— y nada más lejos de mi ánimo que cambiar la pluma por un destornillador. Se lo manifesté sin ambages pero, mientras lo hacía, tuve una inspiración. Si el britano-itálico había intentado montar una empresa contando, como todo capital, con mi acreditada inteligencia y con mi más que discutible experiencia, mientras él sólo ponía la dirección de la casa alemana, justo sería que lo echara a los cocodrilos:
—Hay —dije— un hombre experto en redes y en casi todo.
Y le di, con una secreta sonrisa, la dirección del Electrónico Pons. Eran las nueve de la mañana. A la una y media llamé a mi querido Electrónico para advertirle que le amenazaba la visita de un británico emprendedor.
—¿Benelli? —preguntó el Electrónico.
Supe luego que el buen Benelli penetró en la panadería con el aire del Pukka Sahib que, habiendo salido a cazar un tigre, se tropieza con un palomo. No hecho a dudar de sus sentidos, dudaba de mí y miraba el papel con las señas. Una y otra vez.
Al fin manifestó buscar a Pons, un acreditado elemento del mundo de la informática.
—Yo soy. —respondió el Electrónico, alargando a una parroquiana siete ensaimadas y dos «donuts»
Benelli buscaba ordenadores en algún rincón, pero su vista sólo abarcaba barras de pan, bollería fina, huevos y leche. Británicos más sólidos que él también hubieran titubeado, maliciando alguna negra particularidad del sentido del humor español.
—He hablado con Arturo. —dijo al fin, por si mi nombre servía para deshacer cualquier malentendido.
—¿Ah, sí? —dijo el Electrónico, pasando, a escondidas, su diestra por los catálogos almacenados bajo el mostrador. Mi nombre siempre le llenaba de esperanzas.
Creo saber que el británico empezó muy bien, haciendo una descripción formulista de las «network» y recordando a Pons la solidez de la industria alemana, famosa por sus V-2. Luego, para añadir un toque de humildad a su embajada, le informó de que él no había probado aún los prodigios que pregonaba pues seguía muy satisfecho con su PCW.
—¿Ah, sí? —repitió el Electrónico mientras se le enderezaban las orejas.— ¿Y funciona?
—Muy bien. —dijo el incauto Benelli.
—¿Cuánto tardaste? —pregunté, interrumpiendo la explicación del Electrónico por un momento. Con tan buen material, estaba convencido de que habría establecido un nuevo «record»: nada tan maleable como una víctima de PCW que cree disponer de una gran máquina.
—Siete minutos.
Me decepcionaba. A veces le he visto colocar un 486 en menos tiempo. Cinco apenas le llevó convencer a un criador de pollos que, posteriormente, no consiguió encontrar algo que hacer con la máquina.
—¿Un ordenador? —se asombró el Electrónico— Además del 386/33, con Nec Multisync, se ha llevado una Desk-Jet, un SAI, un Fax-Modem y un scanner de página. Y me ha pedido, con lágrimas en los ojos, que le encargue un disco Seagate de 211 megas, porque el de 130 le ha parecido poco.
—¿Comprenden por qué, a veces, hay que quitarse el sombrero delante del Electrónico? Pero no es sólo su rapidez en la ejecución de la maniobra, sino sus duraderos efectos hipnóticos.
Por la tarde, a las five o'clock, no sé si con te o sin él, me llamó Benelli en cumplimiento de su estricto código del honor. Quería darme expresamente las gracias por ponerle en contacto con alguien tan estupendo como el Electrónico Pons.
—¿Y qué pasó con las redes de trabajo? —le dije.
—¿Qué redes?
Por el mismo precio, el Electrónico le había lavado el cerebro.
Notas útiles
Nota hacer:
El criador quería sexar pollos con ayuda del ordenador que, pese a todos los ruegos del criador, no quiso entrar en el escabroso campo del sexo. Y poner un código de barras en cada huevo le pareció un trabajo excesivo.
Nota redes:
Mucho después de los hechos que se narran, el Electrónico, tras inspeccionar el género, descubrió que no eran redes sino tarjetas para digitalizar sonido y para controlar órganos electrónicos desde el ordenador.
Nota PCW:
Tras unos pocos meses de asociación con un PCW 8256 o 8512, el sufrido informático resiste el potro o la bota malaya sin un parpadeo:¡a tanto llega el sufrimiento moral que causan tales aparatos británicos!
Grandes medidas
Hubo un momento en que hasta los «Grabielólogos» de la facultad empezaron a preocuparse. Aunque grandes conocedores de la empanada gallega que el Programador Grabiel usaba por cerebro, llegaron a pensar que había enloquecido definitivamente con aquella obsesión por no recoger las prácticas de fin de curso.
Correteaba por los pasillos como un conejo asustado y huía a la primera sospecha de que un alumno, con el disco de trabajo entre los dientes, quisiera arrastrarle a su despacho.
—¿Será un secreto pesar por todo el daño que lleva hecho al desarrollo de la informática en España? —se preguntaban los Grabielólogos.
Otros, menos profundos, atribuían la situación a una de sus intermitentes crisis de pereza. Tuvieron razón unos y otros, como se verá más tarde. Los alumnos estaban examinados y calificados de todo menos de «Pogramación» y debían tomar medidas drásticas si querían obtener las notas antes de septiembre.
Le acorralaron en el bar. El Programador, tras otear el horizonte y no ver enemigos, se acodó en la barra y pidió cerveza pero, antes de poder conducirla hasta sus ávidos labios, se encontró rodeado de educandos. Los más sólidos y poderosos, en vanguardia. Las mujeres, detrás, cuidaban de los discos de prácticas con amorosa solicitud.
También se ha hablado en otras ocasiones de las procesiones que organizaba el programador. Él, a la cabeza, avanzaba con trayectorias erráticas, seguido por el núcleo de la clase en fila. Tarde o temprano encontraba su rumbo y los problemas empezaban a solucionarse.
También sucedió así esta vez y, al cabo de varios intentos, llegaron al despacho del profesor doctor. Sentado, a regañadientes, tras su PC, lo arrancó e introdujo el primer disco. Contempló los resultados durante unos instantes y lo extrajo:
—No funciona. —dijo— Suspenso.
—¿Eh? —preguntó el padre de la criatura, al que le constaba que, mejor o peor, su programa al menos daba los buenos días.
Tres nuevos intentos con otros tres discos concluyeron con el mismo resultado: tres suspensos más. Para el Programador Grabiel no había dudas: sus alumnos casi eran tan zoquetes como él. Menos mal que los estudiantes, en prevención de sorpresas de última hora, habían acudido con todo previsto.
Mientras unos rodeaban al Programador, en quien apreciaban síntomas de querer entregarse a la huida, otros, valiéndose de un elaborado código de silbidos, transmitieron la información al retén que habían dejado en el exterior, custodiando su arma secreta.
Poco después, transportado por incansables brazos, llegó al despacho un AT particular. Era una contribución de los estudiantes a la ciencia cuando la ciencia, inconscientemente en manos de Grabiel, corría peligro de suspenderles.
Conectado con urgencia, en aquel AT sí funcionaron todos los discos de prácticas ante los ojos poco amables del Programador. Su temor secreto, fuera cual fuera, parecía haberse agravado. Seguramente quería evitar lo que sucedió:
Un muchacho, más manitas que otros, se obstinó en echar un vistazo al PC del profesor. Dijo tener fundados motivos para sospechar que los «drivers» BGI del Turbo Pascal de Grabiel se habían corrompido, posiblemente al contacto con su dueño.
—No hace falta. —insistía Grabiel.— Yo lo miraré un día de estos.
Pero el manitas ya había botado la máquina y, tras cargar un programa, contemplaba los resultados con ojos demasiado abiertos.
—Ping-pong. —dijo a la concurrencia.
—¿Ping-pong? —preguntó el Programador.— ¿No eran los drivers? ¿A qué viene ahora hablar del Ping-pong?
Una especie de ola de incredulidad recorrió las filas estudiantiles. Un alumno de informática sólo llama Ping-Pong al verdadero P.P., un virus que hace que el ordenador muestre una pelotita rebotando permanentemente por la pantalla. Que su innominable profesor no conociera a semejante perturbador de los espíritus informáticos les emocionaba.
—¿Usted —le interrogó el manitas— no notaba algo raro en esta máquina?
—Verás... —pensó un rato, abismándose en sus recuerdos— Quizá.
Empujando cada uno por su lado, consiguieron que se arrimara a la pantalla. Allí, varias «pelotitas» bailaban su interminable danza.
—Esto —le aleccionaron— es el Ping-Pong o el virus de «la pelotita»
—¿Nuevo, verdad? —preguntó Grabiel, volviendo a levantar olas de incredulidad. El Ping-Pong, por aquellas fechas, llevaba cuatro años de azarosa vida, extendido por medio mundo y cazado sin piedad por los agentes de McAffe.
—Pensé —añadió el programador, tratando de disculparse— que se había corrompido la Rom de la tarjeta gráfica y que por eso se veían esas bolitas extrañas.
El alumnado vibró. Unos, de indignación y otros, de risa. Para todos era, sin embargo, una incalificable ofensa tener que ser juzgados por un memo. Seguramente había conseguido la licenciatura y, luego, el doctorado, valiéndose del vudú.
El manitas fue quien reaccionó primero:
—Lleva usted razón. —admitió— El virus se le ha comido parte de la tarjeta.
Vio que el Programador creía y siguió:
—Lo malo es que está muy avanzado. En cualquier momento puede sobrecargar el tubo de rayos catódicos y hacer que implosione. Implosionar —añadió, consciente de con quien trataba— es explosionar «p'adentro».
Grabiel dio un paso atrás, como mordido por un bedel:
—Apágalo. —ordenó. No era partidario de correr riesgos gratuitos.
Aquella misma tarde, tuvo una entrevista con un vendedor de ordenadores MacIntosh, incompatibles con la norma DOS y muy poco usados en la empresa:
—¿Qué porcentaje me darías si te compramos todos los ordenadores para la Facultad?
Por la noche, con el Rector, que aún sabía menos que él sobre nuestras queridas máquinas, se pudieron escuchar estas palabras rebosantes de sabiduría práctica:
—Hay que comprar nuevos ordenadores. Los nuestros han cogido un virus y pueden estallar. Imagínate si hay heridos...
El «Ping-Pong» le valió setecientas mil buenas pesetas y, por supuesto, no volvió a pisar su despacho hasta que las señoras de la limpieza se llevaron su PC. No les implosionó.
Con todo, se cree que la suya es la única facultad que enseña con MacIntosh, magníficos ordenadores pero incompatibles con la mayor parte de los que usa el mundo civilizado.
Notas útiles
Nota Programador:
No olviden que este elemento creyó, en otra memorable ocasión, que el 8087 era otro microprocesador, más moderno que el 8086. Parece ser que el Programador cree cualquier cosa, incluso que dispone de inteligencia.
Nota notaba:
El cómo un doctor en informática no es capaz de darse cuenta de que está atacado por un virus tan evidente, escapa a la comprensión humana. El hecho, sin embargo, sigue siendo del todo cierto, para vergüenza del gremio de informáticos.
Nota AT
También este episodio es rigurosamente cierto, aunque el lector está en su derecho a atribuirlo a la imaginación del autor. Sucedió a finales del curso 90-91
Nota profesor:
Todos los hechos que se narran referidos al Programador Grabiel son rigurosamente ciertos. Se crea o no, una facultad de informática española cuenta con sus servicios en la actualidad, en un decidido intento de aproximarnos a la altura intelectual del bosquimano medio.
La reforma educativa —y perdón por meterme en política— ha de empezar por una masacre de malos profesores enchufados por sus credos e ideologías.
Arte de nepotear
El Programador Grabiel tiene una hermana. Con algo de bigote, pero definitivamente hermana. Una muchacha que, en los días propicios, consigue arrancar un ordenador después de una larga inspección y que siempre aprueba la asignatura de Programación.
No obstante, el Programador Grabiel no es tan necio como para que le ciegue el amor fraterno: sabe la medida de su propia inteligencia y, convencido de que la mujer es inferior al hombre, desconfía de la de su hermana.
Por eso vio el cielo abierto cuando tuvo que compartir su despacho con el profesor de Ensamblador. El ensamblador es un lenguaje lleno de misterios y de complementos a dos. Contiene cosas llamadas banderas y una serie casi infinita de palabras malsonantes como NOP, POP, etc...
Quienes lo usan acaban dañándose el cerebro y, convencido de ello, el Programador Grabiel urdió un plan en beneficio de su hermana, que la pobre no conseguía ni pronunciar compilador. Con «copilador» le bastaba y, claro, suspendía.
—En cuanto tengas una hora libre, te vienes a mi despacho. —le dijo.
Luego preparó el terreno regalando un «ducados» al profesor de Ensamblador y diciéndole que agradecía al destino haberles dado a los dos la misma guarida.
—Por cierto —añadió al ver entrar a su hermana.—, creo que esta chica no entiende bien algo . ¿Te molestaría explicárselo?
El profesor de Ensamblador, tras haber aceptado el cigarrillo, quedaba bajo el efecto de las leyes de la hospitalidad y no tuvo más remedio que sentar a aquella zopenca a su mesa y preguntarle qué problema tenía.
—¿Por qué hay que «copilar» los «pogramas»? —dijo ella, empezando por el principio .
Tres meses después, el profesor de Ensamblador carecía de intimidad. Tan pronto como buscaba refugio en el despacho, el Programador Grabiel le echaba encima a la hermana, dispuesto a seguir obteniendo gratis bonitas clases de repaso.
Si, atemorizado, vagaba por los pasillos, era cazado allí y conducido al cubil donde la muchacha le acosaba a preguntas: había descubierto que lo que se escribe tras un punto y coma (;) no se «coopilaba» y, en ese caso, ¿por qué había que ponerlo?
—¿Cómo va mi hermana? —le dijo un día el Programador Grabiel.
—Ahora que lo dices, creo que tendrías que buscarle un profesor particular.
El Programador le miró, dolido. Le hería que aquel compañero hubiera olvidado, sólo tres meses después, el ducados que le regaló al principio.
—¿Es que tú no puedes?
El del Ensamblador, que llevaba noventa días hirviéndose en su jugo, entró en erupción. O hablaba entonces o callaba para siempre. Así que, presa de la emoción, hizo un listado completo —con atributos— de lo que bullía en el fondo de su alma.
—¿Eh? —dijo el Programador, sorprendido.
El del Ensamblador repitió todo con precisión matemática, añadiendo algunos tópicos que se le habían escapado en la primera versión. Por ejemplo, que consideraba a Grabiel un aprovechado de la peor especie y a su hermana un misterio irresoluble:
—¿Cómo se las apañó para aprobar la EGB?
El Programador Grabiel lo sabía, pero prefirió no decirlo. Según su psicología, se imponía el lamento:
—Yo creí que estabas satisfecho de ayudarme.
—A ti sólo te ayudaría a colgarte de una viga. —meditó un poco y se corrigió. No quería ser injusto:— También te ayudaría a tirarte a un pozo, siempre que no fuera de agua potable.
—¿Quieres decir que no deseas ayudar más a mi hermana? —preguntó Grabiel, tratando de hacerse cargo de la situación.
—¿No lo haces tú ya? Por cierto, que podrías explicarle que «complemento a dos» no es una postura del Kamasutra. Se ruboriza cada vez que hablo de ello.
—¿Y qué es «de verdad» el complemento a dos? —preguntó el Programador, suspicaz.
El profesor de Ensamblador sólo supo replicar dando un portazo y corriendo al bar, a refrigerar su recalentado radiador.
Mientras echaba cerveza por el orificio de admisión, ignoraba que una de sus palabras había conseguido filtrarse, por intrincados caminos, hasta el conocimiento de Grabiel: Él creía que nadie había reparado en los sobresalientes de su hermana y, por lo escuchado, parecía ser de dominio público su práctica del nepotismo.
—Hum. —dijo. Sabía que el propio Rector aprobaba a sus ligues estudiantiles sin que le temblara el pulso, pero era el Rector, o sea, un tipo muy protegido por los padrinos. Él, en cambio, salvo su barba y su ex-concejalía, estaba solo en el mundo. Creyeron que con darle el doctorado solucionaban sus problemas.
—¿Y si empiezan a hablar de corrupción? Caeré antes que el Rector, según el escalafón, ¿no?
Ya sea porque la electricidad estática estimulara sus terminaciones nerviosas, ya porque sus ganglios recordaron la misión para la que habían sido creados, el caso es que el Programador Grabiel rompió a pensar, raro fenómeno. Y lo hizo casi sin esfuerzo. Apenas una hora después, aunque desencajado, había urdido un plan:
—Nena. —dijo en casa, delante del plato de sopa.
La nena se quitó un fideo del bigote y abrió la boca para atender mejor.
—¿Sabes que la gente comenta que sacas sobresaliente porque eres hermana mía?
—Sí. Me lo dicen todos los días. Creo que se han dado cuenta.
—Pues, verás... —y, aquí, valiéndose de palabras, de señas y de una miga de pan que representaba a la hermana, explicó a la infeliz el proyecto. Empezaba la «Operación Paripé».
—Estoy preocupada. —dijo a la mañana siguiente a un compañero que no pudo huir a tiempo.— ¿Sabes, Javier?
Javier manifestó disponer también de problemas propios, si la chica aceptaba su palabra de que padecía a causa de un secreto dolor moral.
—Muy preocupada. —insistió ella, fiel al plan trazado.
—Oh, bueno. ¿Has usado una cosa llamada «Predictor»?
—No es eso. ¡Son las prácticas!
—¿Eh? —dijo Javier, creyendo haber entendido «las prácticas». Sólo había unas verdaderas, las que el hermano de aquel ente con moño lanzaba sobre los más indefensos estudiantes.
—Creo que las voy a suspender. —insistió la muchacha, puesta en su papel.
Javier era sólido y resistió bien aquel atentado a su razón. No obstante, le inquietaba no saber por qué había sido elegido como depositario de aquellas angustias de mujer.
—¿Tú podrías ayudarme un poco? —siguió ella.
—¿Quieres decir si puedes copiarme las mías?
—Sí. —respondió. ¿Para qué andarse por las ramas? Donde haya una buena copia ya pueden quitarse las explicaciones técnicas.
La noticia corrió entre los alumnos del Programador Grabiel. Si estaba dispuesto a suspender a su hermana, debía tratarse de un súbito acceso de locura. Otra razón no se les ocurría a los estudiantes.
El único perjudicado fue Javier que, cercado por la hembra en dificultades, tuvo que pasarle una copia de sus prácticas, cuidando él mismo de cambiar los títulos de crédito.
Tras su presentación al Programador Grabiel hubo una gran expectación por la suerte que pudiera correr su hermana: mentes más sólidas que la de ella eran trituradas en el estómago rumiante del Programador y escupidas al exterior en forma de boñiga.
La muchacha, como buena hermana, obtuvo el sobresaliente acostumbrado. Javier, el verdadero autor del programa de prácticas, un suficiente. A trabajos iguales, se impone siempre el lema de la mafia: «todo por la familia».
Algo herido, y como había cogido confianza con ella, Javier se le quejó:
—¿Tú te lo explicas? Un sobresaliente para ti y un suficiente para mí, siendo el mismo trabajo.
Ella se lo explicaba, sí, aunque con inmoderado optimismo:
—Creerá que me lo has copiado .
Notas útiles
Nota copiado:
Javier existe y es SysOp de un BBS. Los que no me crean, pueden preguntarle.
Nota principio:
Cuando esta joya intelectual hacía semejante pregunta, estaba ya en tercero. Sólo el Programador sabe cómo llegó hasta allí.
Nota algo:
Decir que la chica no entienda bien ALGO es una demostración del optimismo del Programador: La muchacha entiende bien pocas cosas y esas, normalmente, las olvida.
Electrónico pero seguro
Al cabo de varios años de peligrosa asociación, acabé notando una verdadera grieta en el carácter del Electrónico Pons: al contrario que el resto de los mortales, acogía a los vendedores de seguros con grandes manifestaciones de júbilo y no sólo les abría las puertas de su corazón sino las de su tienda y de su trastienda.
Abandonaba cualquier trabajo que estuviera haciendo (como el arreglo de mi monitor EGA) y perdía valioso tiempo enterándose de que sus barras de pan vivían sometidas al pavoroso peligro del fuego o de la inundación. También parecía gustarle que le comentaran que, caso de morir, los suyos pasarían una vida de calamidades si él no contrataba los servicios de alguna entidad humanitaria del gremio de aseguradores
El Electrónico vaciaba su mejor silla y les dejaba sentar. Jamás pretextaba urgencias inaplazables. Se diría que disfrutaba oyendo hablar del cúmulo de desgracias que le reservaba la vida si no firmaba una póliza de inmediato.
No contento con ello, cuando el vendedor dejaba caer que podía prepararle un estudio personalizado de su caso, aceptaba encantado la sugerencia y le despedía con palmadas en la espalda.
Yo nada decía pero, ya comprenderán, temía por la salud del Electrónico. La edad —meditaba en mi interior— no perdona. Al envejecer, cumplidos los cuarenta, unos cogen artrosis y otros propensión a los agentes de seguros. Nada que un buen médico no pueda arreglar si se trata a tiempo.
La última vez yo estaba en su trastienda, a punto de ceder en la batalla por el 386. El Electrónico, tras acorralarme, me había hecho una lírica descripción de sus cuatro megas de Ram y de las ventajas de usar con él no sólo un multisync de 16 pulgadas sino un disco de 130 megas con caché incorporado. En su opinión, me sentiría como un almirante de la armada portuguesa, lleno hasta arriba de cordones y entorchados... Quizá como un arcángel con espada flamígera.
Me faltaba un ligero empujón para decir que sí cuando llegó un vendedor de seguros. A su vista, no sólo abandonó el asunto del 386 sino que me quitó la butaca para ofrecérsela a aquella escoria humana que acudía a mencionarnos, por orden, todas las catástrofes de la vida.
Aquel agente era la tercera vez que acudía y llevaba en la mano una hermosa carpeta que contenía varios proyectos «personalizados». Tanto si el Electrónico perdía una pata como si se le inundaba la panadería, sólo podría dar gracias al cielo si firmaba la póliza.
—Ajá. —dijo el Electrónico, hojeando los macabros pronósticos— Lo estudiaré por la noche. Por cierto, ¿algún problema?
—No, ninguno. Desde que me hiciste el modelo de ficha todo va como la seda.
—¿Y el SAI?
—Perfecto.
Llegados aquí, el asegurador pareció recordar algo y le pasó un talón al Electrónico que, sin mirarlo, lo introdujo en uno de sus cajones.
Conocedor de sus hábitos, se había hecho la luz en mi cabeza. El malvado Electrónico, fingiendo una simpatía que nadie usaba con esas pobres piltrafas, los deslumbraba. Después, hipnotizados ya, les hacía ver que un verdadero asegurador ha de gestionar sus asuntos con un ordenador. Por último, se lo vendía.
Para que no le huyeran, les permitía creer que estaba interesado en un seguro. Así, tras el segundo o tercer encuentro, ellos tenían ordenador y Pons un bonito proyecto que añadir a su colección. Cazaba tendiendo una sutil telaraña.
—Este tío no es más tonto porque no se entrena. —me comentó, lanzando el proyecto a un rincón de su trastienda.— Quiere venderme un seguro de vida que incluye el ataúd y los candelabros.
Medité. Sabía la implacable habilidad del Electrónico vendiendo ordenadores, pero sentía curiosidad por saber cómo se deshacía de los agentes de seguros, seres persistentes. Gentes mejor preparadas que él no lo conseguían.
—¿Eso? Lo más fácil. A este que se va, no, porque es pronto todavía. Pero anteayer me trajo otro su oferta. Escucha.
Tomó el teléfono y marcó:
—¿Antonio? ¿Qué tal el ordenador? ¿Bien? Mira, llamaba porque me tendrías que hacer otro proyecto. Ayer me entraron ladrones y, al irse, tiraron un ordenador que estaba enchufado. El cortocircuito quemó los papeles que me habías dado.
—¿Eh? —siguió— Sí, también se quemaron las demás máquinas. ¡Qué lástima que no hubiera firmado tu póliza, porque he perdido millones! Y lo peor es que volverán, porque no es la primera vez.
Tras preguntarse por sus mutuas esposas, colgaron. Mientras el Electrónico sonreía, era posible suponer al agente de seguros dando gracias al cielo y prometiendo no volver a casa de Pons: de ningún modo su compañía veía con buenos ojos pagar una indemnización fortísima tras haber cobrado sólo una prima.
—¿Ves qué sencillo?
—¿Y no vuelven?
—Sí, cuando se les estropea el monitor.
—Por cierto —suspiré, recordando algo—, ¿y el mío?
—Debieras haberlo asegurado. —respondió el Electrónico, zumbón— Además, ¿no te estaba hablando de que te conviene una memoria Caché de 256 Kb?
Temo que muy pronto voy a tenerles que contar como funcionan los 386 . Y eso que sigo sin saber lo que valen: sobre ese aspecto el Electrónico se muestra reservado. Quiere evitar que se inicie una estampida en su trastienda.
Notas útiles
Nota 386:
¡Y tan pronto! Este trabajo está terminado desde el puente de mando de un 80386, lo que indica que el Electrónico triunfa en todas las empresas que acomete. Ya les contaré de que inteligente método se valió y como, a pesar de ello, le sigo agradecido.
Nota vaciaba:
En más de una ocasión vació la silla en la que yo me encontraba sentado, reubicándome, por así decir, sobre un duro cajón de madera.
Color A 300 DPI
(dots per inch)
Me recibió con la danza ritual del dentista que guarda potentes alegrías en el pecho. En un descanso, me estrechó la mano musitando alabanzas hacia el DBASE y, por puro compromiso, si interesó por el estado personal de mi muela del juicio.
En otras ocasiones, tras el prólogo dedicado a la informática, afilaba sus instrumentos y procedía a hundirlos en mis sufridas carnes, pero aquella mañana me echó en el diván plegable, arrimó un taburete y me abrió su corazón:
—¡Qué maravilla! —me dijo, resumiendo todas sus opiniones sobre la vida.
Había ido a casa del Electrónico Pons a las ocho de la tarde. Allí, sumido en la trastienda abigarrada, respiró una vaharada del siglo XXI y todavía le duraban los efectos.
—Scanners de página, en color. —murmuraba ensimismado.— ¡386 a 52 MegaHertzios! ¡Esos chirimbolos que no te dejan sin corriente!
—SAIs. —creía comprender.
—¡Impresoras en color! —siguió, en pleno éxtasis, hasta que una duda asaltó su perjudicado cerebro.— ¿Qué quiere decir «DPI», tú?
—Dots Per Inch. —traduje, gracias a mis años de experiencia.
—Ah. —Iba a seguir con sus cánticos pero, de repente, descubrió una laguna en su formación anglófona.— ¿Y que es un «dot»?
—Un punto de impresora. El mismo punto, quizá algo más gordo, se llama «pixel» si sucede en una pantalla. También reciben el apelativo de «point» y «pset» si eres caprichoso y hablas en BASIC.
—¡Qué impresora! —siguió él, volviendo a la primera estrofa y recalando en lo lírico.— ¡Qué pruebas he visto! No hay nada como la DeskJet 500C, te lo juro.
Falto de palabras encomiásticas, emprendió uno de sus acostumbrados vuelos sin motor, dejándome a solas el tiempo de regresar con unos papeles en el pico:
—Mira tú mismo.
Incluso yo, hecho a las láser, tuve que reconocer que la DeskJet 500C tenía un gran encanto. Colores a granel, muy bien empastados, gradaciones imperceptibles y una definición de línea casi como la de mi Star LaserPrinter 8.
—Oh. —dije, olvidando mis muelas tanto como el dentista, que seguía relatándome sus aventuras:
Había caído en la trastienda del Electrónico a las ocho de la tarde y la había abandonado, de mala gana, a la una de la madrugada. Cinco horas invertidas en adorar al electrón habían permitido al Electrónico formalizar un contrato por un 386/33 con memoria caché, tableta gráfica, tarjeta VGA de una mega, monitor multisync, modem 2.400 Hayes, tarjeta para Ibertex, red Novell para conectar con el segundo ordenador, programa OmniPage para reconocimiento óptico de caracteres, ScanJet IIC, tarjeta Sound-Blaster y, por supuesto, impresora en color.
Siempre es de admirar en la víctimas del Electrónico la satisfacción que manifiestan tras dejarse despojar de algo más de un millón. Quedan agradecidas mientras pregonan su nombre como benefactor de la humanidad.
—Un equipo igual que el tuyo. —dijo el dentista, tratando de arrebatarme las pruebas de las DeskJet 500C, pues sólo se encontraba bien teniéndolas delante de la napia.
Me aferré a ellas un poco más, sin quitar el ojo al gráfico de tarta en cinco colores. Quienes me conocen hubieran jurado que meditaba.
—Un equipo como el mío, no. —murmuré al fin. Se me notaba la amargura.
—¿No? ¿Qué me falta?
—¡Qué te sobra! —exclamé, transido de dolor.— Yo no tengo una DeskJet 500C.
—Pero tienes una láser muy buena.
¿Qué es una láser de ocho páginas por minuto cuando uno tiene delante una locomotora en color, impresa a base de cincuenta y tantos chorros de tinta? ¿Qué es la láser cuando se sueña en imprimir un gráfico GIF en 256 colores?
—Lo curioso —siguió el dentista— es que el otro día no me quiso dar las pruebas en color. Ayer volvimos a hablar de esto y de lo otro y hoy, bien temprano, me ha traído los folios.
Mi aguda inteligencia crepitó como una zarza ardiente que quisiera ser vista por Moisés. Había aprendido a crepitar después de mi larga asociación con el Electrónico:
—Por casualidad no hablaríais de mí ayer, ¿verdad?
—Sí. ¿Cómo lo sabes? Le dije que nos veríamos hoy en torno a tu muela del juicio y que te extraería, de paso, un programa de comunicaciones.
—¿Y esta mañana, sin esperarlo siquiera, te ha traído las pruebas de la DeskJet, ¿no es así?
El maquiavélico Electrónico estaba de nuevo en campaña, cuando hacia breves días que me había despojado de 640.000 buenas pesetas. Y lo peor era que su primera estocada me había tocado el corazón.
Tan pronto como el buen dentista le hizo unas cuantas jugarretas a mi muela del juicio, corrí hacia la guarida del Electrónico. Tanto corrí que la enfermera tuvo que atraparme en las escaleras para rogarme que le devolviera las pruebas de la DeskJet, que me llevaba apretadas contra el corazón.
Pons, entre los bollos, me saludó con una sonrisa liberalota:
—Estaba —dijo, con insoportable cinismo— seguro de que vendrías. ¿Crees en los pálpitos?
—¿Cuánto cuesta la DeskJet? —respondí, dispuesto a prescindir de los prólogos.
—Tanto y tanto.
—¿Funciona con Windows?
—Trae drivers especiales.
Pensé en mi cuenta, debilitada y triste, atrapada en las entrañas de un ordenador bancario, pero ni esta dura visión pudo detenerme:
—Quiero una.
El Electrónico hizo un palote en un papel de envolver: el cuarto. Seguía sonriendo con aire inocente.
—Me ha llegado ya el ScanJet IIC. —dijo— ¿Quieres verlo?
—No.
Era quizá demasiado duro con mi amigo, pero me atenía a la máxima «ojos que no ven, corazón que no paga». Además, me seguía interesando el tema de la impresora:
—¿Cuándo estará aquí?
—Hoy o mañana.
—¿Eh?
Mi sorpresa era legítima: cuando se vive en una isla y se compra algo al Electrónico, éste llama, tras unos días de reflexión, al distribuidor; el pedido va de secretaria en secretaria hasta que llega al almacén y, desde allí, tras empaquetar el género, avisan a un transportista... Total, dos semanas. Si yo pedía hoy una DeskJet y me llegaba hoy mismo, sólo había una explicación que no fuera esotérica:
—¿Ya la habías encargado?
—Sí. —respondió el E. Pons, sin ocultar su juego.— No es que piense por ti, pero estaba tan seguro... Los pálpitos que te decía antes.
En eso se abrió la puerta y entró un individuo afecto a «Cualladó». Llevaba al hombro una caja mediana en la que se leía «H.P. DESKJET 500C» Pretendía que alguien le explicara donde dejar el resto.
—¡Mía! —grité, arrebatándole la carga y, sin más comentarios, ni a favor ni en contra, huí a pie rumbo a mi guarida, donde soy feliz, por el momento, tratando de imprimir mi nombre en cada uno de los millones de colores que la impresora afirma gestionar.
Voy por el 1237.
El biólogo solitario
Mi amigo Jacinto es biólogo y llena sus horas laborables con largas disertaciones sobre el caracol, animal que, por algún motivo oculto, cuenta con sus simpatías. Sus alumnos dormitan en clase pero Jacinto no se desanima y profundiza, una y otra vez, en el caracol, convencido de que penetra en un mundo apasionante.
Y así hubiera seguido, biológico y feliz, si su hijo no se hubiera puesto a cumplir años y a descubrir la informática. La ofensiva final de niño tuvo lugar durante un viaje navideño a Madrid y estalló en pleno sótano de El Corte Inglés.
El maldito crío, tras un bombardeo masivo, se aferró a un Olivetti y dio a entender que sólo lo despegarían de él mediante el uso de cubos de agua hirviendo.
—¿Qué vale? —dijo el padre, haciendo de tripas corazón.
—Doscientas cuarenta mil, señor. —respondió el vendedor, enfatizando lo de señor como es de rigor cuando se pretende hacer una venta superior a las cien mil.
Cuando regresó a nuestra húmeda tierra isleña, mi buen biólogo corrió a casa con un cuaderno de notas y el niño bajo el brazo. El niño quería juegos, muchos, y él, un curso intensivo para programarse en basic una base de datos sobre caracoles.
—¿Qué monitor tienes? —empecé yo, tratando de hacerme cargo de qué cosas se podía llevar el biólogo.
—De color crema y, más o menos, así.
Usted, lector, habrá hablado con novatos absolutos, pero le aseguro que nada hay tan absoluto como un estudioso de los caracoles:
—Quiero decir qué tarjeta gráfica lleva el ordenador: ¿Hércules, CGA, EGA, MCGA, VGA, SVGA?
—Uh... —dijo el biólogo, rompiendo a meditar en su ignorancia.
—¿Ves las cosas en color? —seguí, bajando varios escalones.
—Sí.
—¿Con letras gordas o con letras pequeñas?
—Pequeñas.
Me puse a trabajar sobre el supuesto de que me las veía con una EGA o una VGA. Luego llegamos a los discos, sobre los que me pasó valiosa información:
—¿Cinco y cuarto? ¿Tres y medio? Son de plástico. Creo.
—¿Cuadrados o rectangulares?
Rectangulares, o sea, de tres y medio. El siguiente paso era saber si el Olivetti disponía de disco duro:
—Sí. Son bastante duros. —me respondió.
—De acuerdo, pero el disco duro es otra cosa: va dentro y no se ve.
Tras unas hábiles preguntas, me hice cargo de que su máquina arrancaba sin meterle ningún diskette y calculé que había, en algún lugar, un HD haciendo su trabajo silenciosa y esforzadamente.
No hubo forma de averiguar si era un XT o un AT pero, fiándome de la presunta VGA, supuse que sería un 286. Tras esto, le pasé discos, un manual de basic y algunos consejos de orden práctico:
—Lo fundamental del arte de la programación es saber que la máquina ha de estar enchufada.
Pero las cosas no iban bien en casa del caracolero. La mayor parte de mis discos se habían copiado mal o eso parecía: tres de cada cuatro fallaban, aunque hubieran funcionado correctamente en mis aparatos. Y él, claro, venía cada domingo con su niño gimoteante en busca de nuevas copias.
Cansado de las visitas dominicales, le puse en contacto con el Electrónico Pons para que le instalara una segunda disquetera, de cinco y cuarto.
—No cabe. —me dijo el Electrónico por teléfono.— La caja de este Olivetti es una miniatura y no deja espacio para nada.
El biólogo pareció conformarse ante la imposibilidad técnica, aunque su hijo, no. Mientras, fue cogiendo cierta soltura y se las arregló para infectarse con varios virus al sacar copias de los programas de su instituto. También consiguió dibujar un círculo con un listado de sólo 14 líneas.
Pero los discos seguían funcionándole muy mal: se rompía el sincronismo de la pantalla o la máquina se comportaba de forma inesperada, en plan caprichoso.
Aunque el Electrónico aún no había sacado a Jacinto más que el importe de tres cajas de discos, se avino a estudiar la situación y en domingo. Destapó el ordenador y sintió una especie de choque psicológico:
—¡Oh, cielos! —dijo.
Jacinto se lamió los labios, preocupado por su futuro. Aquel «oh» era de los que sólo se pronuncian ante situaciones desesperadas.
—Esto —dijo el Electrónico— no tiene remedio.
—Oh. —dijo esta vez Jacinto, al confirmarse sus temores.— ¿Qué está roto?
—Nada, y eso es precisamente lo malo. Este chisme no lleva un Intel 8086.
A Jacinto se le puede hablar de bígaros y de cualquier otro caracol terrestre o marítimo, pero no de Intels 8086. Escapan a su universo. El Electrónico, al comprenderlo así, le dio unas explicaciones de urgencia:
—Los PC XT llevan un microprocesador Intel 8086. Los AT uno 80286 o de numeración posterior. Hay micros clónicos pero, en general, idénticos a estos que te digo. Pero hay otros que van a su aire y parece que Olivetti, en un exceso de confianza, te ha puesto aquí un Vic-30. Y lo mejor que se puede decir de un Vic-30 es que están locos. O sea, que no son ni mucho menos compatibles con la norma IBM. Unas veces, sí, y otras, no.
Fue entonces cuando Jacinto, entre amargas palabras referidas al Sr. Olivetti y a los vendedores de El Corte Inglés, confesó lo que había pagado por el artilugio: 240.000 buenas pesetas sin devaluar.
—Te estafaron. —le informó el Electrónico, sin duda para darle ánimos.
La sorda ira de Jacinto cambió de foco, pasando de Olivetti a su maldito hijo, que le había forzado a comprar el cacharro y a viajar con él por media España:
—Si no hubieras sido tan burro... —dijo, amenazador.
Luego, comprendiendo, al fin, que en esto de la informática sólo se puede fiar uno de los amigos muy antiguos, pidió al Electrónico que me llamara a consulta.
—El Electrónico te aconsejará honestamente. —dije yo, defendiéndome por teléfono.
—No me fío ya de nadie. —insistió el biólogo.— Sube, Arturo, por favor.
Pero, aun bajo mi presencia ominosa, el micro seguía siendo un maldito Vic-30, de NEC, incapaz de cargar, por ejemplo, los Summer Games. Se obstinaba.
Para añadir color al ambiente, el condenado niño berreaba tras la caja de una impresora laser y exigía un nuevo ordenador. Se trata de un niño rubio y mono pero dotado de una voz como el canto de un grillo.
Al Electrónico y a mí sus gritos nos enervaban, pero el padre, vuelto a su habitual estado de placidez biológica, no parecía resentirse y meditaba en silencio. Quizá en los buenos caracoles, quizá en los Vic-30. Sólo tras varios minutos se decidió a expresar un pensamiento:
—¿Y qué se puede hacer?
Sonaba todavía en el aire la última erre de la frase cuando ante sus ojos estaban desplegados varios catálogos. La conocida diligencia del Electrónico se manifestaba una vez más. En su experimentada opinión, Jacinto sólo disponía de una forma elegante de conseguir que el condenado niño dejara de chirriar detrás de aquella caja de impresora láser: cambiar de ordenador.
El Electrónico, hombre honesto y compasivo, se encargaría de encontrar algún comprador tonto para el Olivetti del Vic-30. El biólogo, a cambio, elegiría una o varias piezas del surtido.
—Y ya que haces el cambio —le añadió— mejor que te pongas en los 286, con doble disketera, disco de 80 Megas y Super VGA.
Jacinto, aunque hombre espiritual, pensaba en que sólo ocho meses antes había escupido 240.000 pesetas y le preocupaba saber cuánto más debería añadir para disponer, por fin, de un verdadero ordenador. Pero el Electrónico, fiel a sus hábitos, no daba pistas:
—¿Cuánto pueden pagar por el viejo? —preguntaba el biólogo.
—Depende.
—¿Y cuánto me puede costar el nuevo?
—Depende.
—¿De qué?
—De lo que paguen por éste y de lo que pongamos al que te lleves.
El niño, al menos, se había callado para escuchar la conversación, pero se le veía dispuesto a reanudar los cánticos tan pronto como viera flaquear la voluntad consumidora de su padre.
—¿Qué me recomiendas tú, Arturo?
Como no le podía sugerir que amordazara a su hijo, le indiqué que confiara ciegamente en el Electrónico, aunque sólo fuera porque el Electrónico no tenía la costumbre de chirriar insistentemente detrás de las cajas.
Luego, no muy seguro de haber cumplido con los sagrados deberes de la amistad, escapé de la trastienda que es la Electrónica Pons y fui a relajarme con mi estimado Windows 3,1.
Los días pasaron en un soplo y, si he de ser sincero, olvidé por completo la desgracia de Jacinto hasta que él y su hijo cayeron sobre mí un domingo por la tarde.
Tenían el ordenador nuevo en el que, sin darse cuenta apenas, habían incluido una impresora de chorro de tinta, un scanner manual en color, un modem, una tarjeta para Ibertex y un filtro de carbono para que los ojos, al saltárseles de las órbitas contemplando la factura, no salieran perjudicados.
Ambos, padre e hijo, habían sido muy felices hasta aquella misma tarde, cuando el Electrónico les había pasado el cargo definitivo. Jacinto, todavía no repuesto, me visitaba para hacerme una sola pregunta:
—¿Crees que ese Pons se pasa un poco?
Medité intensamente porque, a fuerza de años, aprecio mucho al Electrónico y sé como esquivar, en parte, sus tarascadas. Pero también apreciaba a Jacinto:
—Verás... —le dije, buscando un símil de su profesión— ¿Has oído hablar de la supervivencia de los más aptos? Pues mira: el que trata con el Electrónico y es capaz de conservar su sonrisa, queda preparado para las pruebas más duras de la vida.
—Sí, pero, ¿se pasa o no?
De nuevo elegí cuidadosamente las palabras:
—Menos que un vendedor que coloca Vic-30, valiéndose del natural barullo de unos Grandes Almacenes.
Pero algo tiene el Electrónico Pons porque el lunes, cuando Jacinto fue a abonar la factura, regresó con un joystick precioso para que su hijo pudiera entregarse a los juegos en lugar de andar chirriando por los rincones.
El caso del virus volante
Pese a ser SysOp y sufrir, en frase de Shakespeare, los rigores de la fortuna, llevaba días despertando con un inusitado optimismo. Apenas abría un ojo y ya estaba saludando a las ínclitas razas ubérrimas y a los espíritus fraternos, como aconseja Rubén Darío.
Me habían traído a casa el 386 nuevo; me habían instalado otro modem 2.400 al irrisorio precio de 9000 + IVA; había terminado mi última revista informática y mi deshumidificador extraía 0,9 litros de agua a la hora del ambiente sagrado de mi habitación de trabajo. Pocas cosas más puede pedir un SysOp (System Operator) para sentirse optimista y para llamar Hermano Lobo a su Concejal de Cultura, siguiendo los pasos de Francisco de Asís.
Fue entonces cuando los rigores de la fortuna —creados por Shakespeare ex-profeso— cayeron sobre mí. Al conectar el BBS, un mensaje me advertía de que los últimos discos enviados con mi revista electrónica llevaban el Michelangelo en régimen de inquilinato. El Michelangelo, familiarmente llamado [MICH] es un virus capaz de comerse toda la información de un disco duro si no se le baña a tiempo en buena penicilina informática.
— Cielos. —dijo mi alma inmortal, dejando de saludar a las ínclitas razas ubérrimas y tratando de no dar crédito a sus ojos.
Los SysOps somos hombres de acción, de modo que un minuto después mi Scan82, del camarada McAffe, un verdadero programa desinfectante, me confirmaba que tenía lo que él, amante de la sencillez, llamaba «[MICH]». En la Tabla de Particiones, un recoleto lugar por el que la mayor parte de los virus suelen sentir predilección. Es como un cálido hogar para ellos.
Lo borré con facilidad, de nuevo gracias al camarada McAffe y su Clean82, programa asesino de virus incautos que se duermen en sus laureles. Cuando estuve seguro de que mis cinco discos duros estaban limpios y prestos a resplandecer, mi alma inmortal estuvo a punto de saludar de nuevo a las razas ubérrimas e ínclitas. La detuvo en su empeño un pensamiento racional, típico de la mente informática:
—¿Por dónde me habrá entrado?
Porque, de momento, los virus no vuelan y necesitan colarse en los sistemas a través de un disco.
Repasé los disquetes de trabajo y, como sospechaba, allí estaba el «[MICH]» acechando a cualquier posible víctima, escondido en el «BOOT SECTOR», que es otro lugar que cuenta con sus simpatías.
Me puse, pues, el salacof y emprendí un largo safari, causando una mortandad en el gremio de los Michelangelos. Caían como bolos.
Pero estaba claro que aquellos discos los había contaminado yo mismo. Seguía urgiendo localizar al verdadero culpable, de modo que repasé los recibidos de los amigos durante los últimos tres meses: todos limpios e inocentes.
Muchos informáticos más hombres que yo se han encontrado con estos problemas lógicos: les muerde un virus de procedencia desconocida y no aciertan a descubrir su origen. Algunos se limitan a matarlo y a olvidar. Otros, se sumen en la meditación y no descansan hasta explicarse el fenómeno. Yo soy de los segundos.
«El hombre es el sistema», me dije, en lo profundo del alma, y comencé a trazar planes de acción con arreglo al calendario: el último y único ser humano que había hurgado en mis ordenadores era el Electrónico. Recordé, además, que me había devuelto un programa que se quedó para copiar.
Tal programa, sabiamente interrogado por el Scan82 de McAffe, confesó tener el «[FLIP]» colocado en el Install.EXE. Pero no el Michelangelo. El Flip es un elemento poco recomendable que engorda los ficheros ejecutables hasta que revientan.
Entoné un breve cántico por no haber cargado el programa desde que me lo devolvieron y llamé al Electrónico Pons. No sin cierta satisfacción noté como se estremecía: lo hacía de tal modo que la vibración se transmitía por la línea telefónica.
—Ándate con ojo —concluí—. Tengo el MICH en los ordenadores y, en el programa que me devolviste, está el FLIP. Corres peligro.
El Electrónico puso en marcha sus poderosos recursos y, minutos después, me llamó aparentemente alborozado:
—Ni el MICH ni el FLIP. —telegrafió, embargado por un júbilo que sólo los informáticos con discos superiores a cien megas, casi todas llenas, pueden sentir.
—¿Entonces?
Ambos meditamos, subiendo la temperatura de nuestras respectivas habitaciones. Yo fui el primero en plantear todas las implicaciones lógicas:
—Si yo te presté los discos sin FLIP y tú no lo has cogido, mientras que el programa ahora lo tiene, ¿a quién se lo has prestado?
—A nadie. No ha salido de aquí. Sólo lo copié a discos de 720 K. («K» quiere decir kilobytes, o sea, una unidad de almacenamiento capaz para 1.024 caracteres. Así, una Mega son 1.024.000 caracteres)
Volvimos a meditar, pero con dificultad. Los virus no nacen de la nada y, si el FLIP estaba en el Install.EXE, alguien había hecho correr tal programa en un ordenador contaminado. Pero, ¿quién?
—Yo, no. —dijimos ambos, en medio del ruido que hacía la lógica al saltar en pedazos.
—Tu hijo. —propuso el Electrónico, alejando de sí el amargo cáliz.— Se lo habrá prestado a alguien de su pandilla. Los conozco a todos y no pasa semana sin que les tenga que quitar un par de virus.
Cuando el Electrónico escurre el bulto, las anguilas tienen mucho que aprender. Y los SysOps, porque yo no podía dudar de mi hijo, por más que lo aconsejara la lógica, ni acusar a mi proveedor sin pruebas. Aún así, procuré insistir, como si fuera tan tonto como el Electrónico se imagina:
—¿Seguro que no prestaste el programa a nadie?
—Seguro. —dijo él, contemplando un bollo que parecía contar con sus simpatías.
Más tarde mi hijo también lo negó todo. Llevaba días y días sin malmeter en mis ordenadores.
—Mira que pongo un «password» en el «setup» y aquí no entra nadie. —le advertí noblemente.
—Bueno. —dijo— Pero conste que no he tocado nada.
—¿Entonces?
No sé si el lector ha visto alguna vez a Padre e Hijo meditar en las mismas cosas: un espectáculo reconfortante que fortalece la fe en la familia. Une.
—Yo sé que no he sido. —dijo el chaval, desplegando su inteligencia heredada.— Tú sabes que tampoco, y los virus están ahí.
—Ergo... —le animé.
—El Electrónico. —dictaminó aquel vástago, implacable como un ecologista defendiendo galápagos.
Pero Pons, naturalmente, no se traicionaría. Llevaba años escabulliéndose de clientes poco satisfechos y ninguno le había cogido jamás en un renuncio: otro de sus dones naturales.
Decidido, sin embargo, a inspeccionar mejor el terreno, grabé en un disco el nuevo SCAN84 y me encaminé a la Electrónica Pons, sección trastienda, penetrando en ella como un viento del norte traicionero.
—Por si las moscas —dije, no sin observar cómo el Electrónico se estremecía— te traigo el Scan84, que es lo último.
—Gracias. —dijo él, tomando el disco con una mano y procurando interponer sus nalgas entre mis ojos y la pantalla del ordenador encendido. Pero era demasiado tarde para mi vista de águila.
—¿Formateas el disco duro? —pregunté con aire inocente. Formatear el disco duro, a bajo nivel, es uno de los métodos previos para expulsar a los virus de su interior.
Sin embargo, la agilidad mental de Electrónico se impuso una vez más:
—Es que voy a instalarle una red.
Ambos nos sostuvimos la mirada: sonreíamos, pero nuestras voluntades luchaban.
—Ah. —dije, al fin, fingiendo aceptar la excusa. Ya comprenderá el lector que un SysOp que ve formatear el disco duro de un sospechoso de transmitir virus no se deja engañar por las redes y otros ardides.— Buena cosa.
A ti —añadió el Electrónico, siempre atento al negocio— te vendría muy bien para enlazar el 286 con el 386. Y han bajado de precio mucho...
Esta vez fui yo el endiabladamente hábil para escabullirse.
La enfermedad del dentista
Empecé a sentir verdadera preocupación por la salud de mi dentista cuando acudí a pedir hora a su consulta y me encontré a la recepcionista de pie, con mala cara, y a él manipulando el ordenador de la entrada.
«Si el simple Super Base IV le ha causado tales efectos —me dije— este hombre reventará cuando le entre el gusanillo de la programación.»
—¡Ah, Arturo! —exclamó, mirándome de reojo.— Ven y aprende.
—Se me ha soltado un gancho del puente. —expliqué.
—¿Has visto que ya incluyo gráficos?
—El gancho...
—He informatizado el chisme de los Rayos X y me salen las radiografías por pantalla, las salvo y las incluyo en la ficha de cada paciente...
—Se me soltó —seguí— comiendo un bocadillo y...
—Fíjate qué dentadura tan asquerosa tiene Juan Gómez Guisona.
—Y, ahora, me cuesta masticar, ¿sabes?
—Creo que le voy a enviar una copia impresa con la DeskJet 500C, a todo color, para que medite en lo burro que ha sido al no cepillarse todos los días tres veces, como le aconsejé. Tampoco usa hilo dental, el mariconazo. Mira aquí.
—Y el sábado tengo una especie de banquete. Ya me dirás qué hago con esto suelto...
—¿Has visto ya los calendarios? En color, con las horas de cada cliente resaltadas y... ¡María!
María, la recepcionista, más femenina y práctica, ya me había asignado una hora para antes del sábado y me pasó uno de esos calendarios en color, con mi nombre y una asquerosa foto de mis maxilares, mezclada con unos cuantos consejos higiénicos impresos al margen.
—¿Eh, eh? —dijo el dentista, esperando mi aprobación incondicional.— Ayer estuve hasta las seis de la madrugada haciéndolos. Fíjate en que domingos y festivos van en rojo.
Estaba claro que aquel hombre, en éxtasis informático, no había oído ni uno solo de mis problemas y que yo, si quería ir al banquete del sábado y roer los huesos que me asignaran, debía usar mi ingenio una vez más, venciendo a las fuerzas del mal que habían hecho presa en la cabezota de mi dentista.
Este analizaba entonces un colmillo verdaderamente defectuoso que había descubierto en la boca de un tal Domingo Abad. Pensaba hacerle perrerías.
—Apuesto —dije— a que no has manejado el Visual Basic todavía.
—¿Para Windows? —preguntó, dejando el colmillo de Abad perdido en la distancia.
—Para Windows. Tú mismo te puedes hacer tus editores, tus bases de datos, tus gráficos, a un golpe de ratón.
Con la práctica, yo había tomado ya la costumbre de visitar al dentista con los bolsillos llenos de programas: un buen remedio cuando el propio estomatólogo es, él mismo, una especie de virus informático.
—Pasa a la sala de tortura. —ordenó, humedeciéndose los labios de la emoción.
—Doctor: —advirtió la enfermera:— hay diez clientes en la sala de espera.
—Ja, ja. —hizo él, como un coyote loco, empujándome hacia el cuarto del diván, el torno y las tenacillas. Allí, además del monitor que mostraba electrónicamente las radiografías, tenía a su más reciente 386. Encendido. Por lo visto, mientras anestesiaba a sus enfermos con una mano, con la otra no dejaba de hurgar en el teclado.
.—Instálalo, instálalo. —me apremió.
—No antes de que mires el gancho de mi puente.
Presa de la prisa, me abrió la quijada como lo haría con un cocodrilo, tirando a la vez de arriba y de abajo, y se asomó al abismo, fastidiado.
—No es el gancho. Es la muela, que se ha roto un poco. Tú también tendrías que cepillarte tres veces al día. Pero, vamos, con un mínimo empaste...
—...é a...uerdo. —dije en corto y por derecho.— Emp'asta
—No antes de que me instales el Visual Basic.
Así lo hicimos: mientras él seleccionaba la broca adecuada y ponía a calentar los hierros de su oficio, yo comencé la instalación. Más o menos ambos terminamos a la vez nuestro trabajo y fuimos felices.
—Doctor —dijo la enfermera— o deja el Windows o va a haber un motín en la sala de espera. Una señora ya caracolea.
—Si viera, señor Arturo, cómo le odio algunos días. —me informó al cobrarme.— Ayer mismo, sacó la cabeza de la pantalla y metió ahí al inspector de la luz, que tomaba nota del contador. Le rescaté cuando ya le había puesto la anestesia. No sabe en qué mundo vive.
Pero sí lo sabía, sí. A las cuatro de la tarde me llamó para informarse de cómo se creaban las ventanas de texto. A las cinco quería saber cómo se les añadían barras deslizantes. A las seis, cómo editar un fichero escrito con el Write de Windows. A las siete, antes de permitir que las cosas siguieran, llamé al Electrónico:
—No me digas nada. —me advirtió— No hace más que llamarme cada cinco minutos. Podías haberlo pensado antes de darle ese programa.
—Sí, claro, y quedarme con el gancho estropeado. Pero, ahora que lo tengo bien, empiezo a preocuparme por la salud del dentista. Creo que lleva días sin dormir y sin alimentarse.
—También yo. —gruñó el Electrónico— El m*** no mira la hora y me llama cuando se le ocurre. Hoy mismo, a las cinco de la mañana.
Nuestro buen sacamuelas había soltado los frenos y se deslizaba, a toda velocidad, al abismo de los informáticos locos. Eso sí: antes de caer dejaría sin muelas, y quizá sin quijadas, a media población.
—Algo hay que hacer. —insistí.
—Sí: llevarle el manual del Visual Basic. Me lo acaba de pedir por cuarta vez. Antes de colgar la enfermera me ha rogado que no lo haga, que ya llevan hoy un retraso de tres horas. Luego termina a las once y no hay novio que espere hasta entonces.
—Nuestro deber —volví a advertirle— es ayudarle. Aún recuerdo —suspiré, bajo la nostalgia de tiempos mejores— cuando no sabía distinguir el DOS de la VGA.
—¿Estás dispuesto a cualquier sacrificio? —me preguntó el Electrónico Pons.
—Sí. Nobleza obliga.
—Pues súbeme inmediatamente un disco con algunos programas tuyos en Visual Basic. Yo saldré para su consulta inmediatamente, a llevarle el manual, y algo se me ocurrirá para que descanse un poco.
Luego supe que el Electrónico había contaminado mi disco de programas con el [PING-B], un virus juguetón y no muy perjudicial. Con la excusa de instalarme mis obras, le había metido el Ping-Pong en los dos ordenadores, donde no tardó en manifestarse con su clásica pelotita rebotando por la pantalla.
—¡Ah! —dijo el Electrónico.
El buen dentista levantó las orejas y empezó a temblar. Si el Electrónico hacía ¡Ah! en presencia de aquella bolita corredora, era, sin duda, un pésimo síntoma.
—¡El Ping-Pong! —volvió a gritar el profesional.— ¡Y en los dos ordenadores!
—¿Qué es el Ping-Pong?
—¡Un virus!
Aquel médico, posiblemente capaz de tocar con sus propias manos el virus de la poliomielitis, quedó aterrado ante la presencia del [PING-B]
—¿Cómo es posible? —preguntó en rápida sucesión.— ¿Morirán mis discos duros? ¿Qué puedo hacer?
Y aquí fue cuando el Electrónico, según supe después, me hizo la peor de las jugarretas:
—Seguro que el virus estaba en el disco que te ha enviado Arturo. —explicó— De momento, no tengo la vacuna. La pediré a Madrid, pero tardará unos días. Lo único que se puede hacer es apagar los ordenadores y no usarlos, bajo ningún pretexto, hasta que te los haya curado.
Aquella noche, y las siguientes, todos dormimos inmejorablemente, a salvo de las llamadas del dentista que tras unos pocos días, consiguió salir del frenesí informático en que se hallaba sumido y hasta consiguió leer un Semana atrasado de su propia consulta, amen de besar a sus hijos al menos tres veces.
Pero yo nada supe de aquel miserable ardid del Electrónico hasta que me lo contó el propio dentista cuando me tenía acorralado en el diván del tormento. Mientras me explicaba la tortura de doce días sin ordenador, iba llenando la jeringuilla de anestesia.
—Por cierto, —terminó— ese empaste que te hice la última vez no sirve de nada. Hay que extraer la pieza.
—Pero si no la has mirado siquiera.
—Ping-Pong. —dijo él, clavando, a fondo, la aguja.
Virus administrativos
Quizá recuerde el lector a mi amigo de la administración autónoma: aquel que eché a las garras del Electrónico aunque, al final, no hicieran negocio. La administración autónoma compró —mientras duraban las negociaciones Electrónico/Amigo— una partida de Olivettis a buen precio.
—¡Y tan buen precio! —murmuré cuando me enseñaron la máquina: un diminuto 286 con un disco duro de sólo 40 MB para gestionar cientos de misiones burocráticas, inútiles pero necesarias.
Hurgué aquí y allá y comprobé que el vendedor —o muy amigo de la administración o muy enemigo de ella— había dotado al ordenador, un AT, con una sola disquetera de 3 1/2", de densidad normal, cuando los AT pueden controlar perfectamente las de alta densidad y es habitual que las lleven.
Pero mi amigo, burócrata e interventor de toda la vida, quería que le enseñara el uso del Display Write IV, tratamiento de textos que le había llegado incluido en la máquina (fruto, sin duda, de alguna piratería), comunicándole, además, que era LO Mejor.
—Lo mejor en el año 85 u 86. —gruñí.— Lo que tú necesitas es un AmíPro 2.0 o un Word Perfect para Windows.
—¿Qué es Windows?
—Un entorno operativo.
—Ah. —dijo, y meditó un poco— ¿Y sabrán eso en el Gobierno Autonómico?
Oficialmente, no. Algún manitas habría, pero seguro que no tenía cargo de peso. Los gobiernos autónomos premian la fidelidad antes que los conocimientos.
Nos conformamos, pues, con el Display Write y, tras unas horas en que mi amigo tomó variados apuntes mientras absorbía cultura moderna, le dejé a solas: le consideraba ya apto para crear sus propias catástrofes informáticas.
De hecho se las creó la compañía eléctrica. El Display Write, cuando se apaga por falta de fluido, deja abierto el fichero de trabajo de modo que, al intentar cargarlo de nuevo, dice que «está en uso» mientras clava las cuatro patas en el suelo. El Display Write era un programa tozudo y poco amigable.
Cada vez que sucedía esto, o sea, dos veces por semana como mínimo, mi administrativo amigo venía a suplicarme a la tertulia. Y yo, mediante un proceso de renombrar ficheros, restauraba la situación anterior y volvía a mis cafés con la satisfacción de haber hecho honor a la amistad.
Mi amigo, aunque tomaba nota taquigráfica de mis actuaciones, seguía tan incapaz de solucionar estos sencillos programas como de formatear un disco. Verán: un AT cargado con el MS-DOS 5.0, cuando le dices «Format A:», trata de formatear los discos a 1,44 MB, pero, como la disquetera era de 720 KB, le advertía de un grave «error físico en la Unidad A:
—Hay que hacer FORMAT con «parámetros».
—¿Dónde los venden?
Los parámetros son barras como esta «/», seguidas de una o varias letras, y no se venden: hay que sabérselos de memoria.
—FORMAT —dije— /F:720 y Un lenguaje expresivo, pero no brillante. Tampoco pude explicarme con mejor estilo cuando, pasado algún tiempo, me preguntó cómo hacerse una Base de Datos valiéndose del Display Write IV.
—No puedes. —los cubos de agua fría, cuanto antes.
El problema resultaba grave. El Gobierno Autónomo, con un absoluto desconocimiento de las Leyes de Murphy, le exigía llevar al día el Impuesto de Transmisiones a través del ordenador, pero no le daba ningún programa para intentarlo. Debía confiar increíblemente en el Espíritu Santo.
Apiadado, averigüé todos los datos que mi amigo necesitaba manejar y, GRATUITAMENTE, le escribí una base de datos preciosa y, lo que es mejor, a prueba de tontos y de auxiliares administrativos. Una maravilla a la medida en la que sólo me permití una fantasía: de forma aleatoria, y cuando menos podía esperárselo el operador, la base de datos suspendía momentáneamente sus operaciones y prorrumpía en críticas al Presidente Autonómico. Con lenguaje descriptivo, ya saben.
El programa, que funcionaba como un reloj suizo, fue exportado a otras oficinas de la Comunidad, pero cuando se observó su tendencia a la crítica política, fue retirado de la circulación por la autoridad competente.
Mi amigo, algo dolido por mi depravada y anarcoide forma de programar, dejó de frecuentarme hasta que un día las fuerzas de la naturaleza le volvieron a empujar hacia mí:
—He estado en la Expo —me dijo— y, al regresar, el ordenador no arranca. Me dice: Fallo en la Unidad C:.
—Luego habla todavía.
—Sí, habla. Pero poco.
Mi ojo clínico destelló, siempre atento:
—¿Y antes no te ha dicho algo de que hay que bajar las tarifas de Telefónica?
—A mí, no. Al chico, que es quien lo puso en marcha esta mañana. Después no lo ha vuelto a decir.
Como no tenía sombrero que quitarme en señal de duelo, me limité a pronunciar unas sentidas palabras:
—R.I.P. —murmuré, devotamente.— Descanse en paz tu Unidad C:, o sea, el disco duro.
—¿Habrá que «cambial-lo? -preguntó, mientras la emoción hacía salir de su interior el acento andaluz.
Miren: yo quiero mucho a mi amigo, pero soy tan consciente como el que más de que los múltiples gobiernos nos chupan la sangre. O sea, que mi espíritu se debatía entre ayudar al burócrata o permitir que los políticos se gastaran los cuartos mal habidos.
—Lo ha destruido el virus «Anti-Telefónica». —expliqué— Surgió como protesta por las salvajes tarifas de teléfono que nos meten. Al cabo de X encendidos, se carga toda la información del disco duro. ¿Sacabas «backups» periódicamente?
—¿Eh?
Si no sabía lo que era un «backup», era seguro que no los sacaba.
—No te prometo nada. —dije al fin, sintiendo que la amistad pesaba más que los impuestos.— Habrá que operar, pero, seguramente, salvaremos el disco duro. Lo de dentro, no.
En la primera ocasión en que estuve en aquella dependencia gubernamental mi amigo era, a la vez que el jefe, el único homínido con contrato. Ahora la plantilla había aumentado hasta tres y todos me miraban con reverencia mientras esperaban que de mis manos surgieran milagrosas resurrecciones. Con decir que me trataban de don.
También noté que había dos ordenadores más, en funcionamiento.
—Malo. —dije, usando de nuevo mi ojo clínico.— Esos están enfermos también.
Tenían la pupila clara y la pantalla verde, pero, si se habían pasado discos de una máquina a otra, como el virus se incrusta en el BOOT o en la Tabla de Particiones, seguro que se habían infectado y padecían en silencio.
Precavido, había llevado el SCAN, de McAffe, un programa para detectar y, en su caso, matar cientos de virus informáticos. El SCAN, tras correr en las máquinas, pitó indicándome la existencia del [A-VIRUS] en la tabla de particiones de cada disco duro.
—¿Qué es un virus? —me preguntó una funcionaria que acababa de explicarme que había hecho un curso de ordenadores, obligada por la administración.
—¿Y qué te enseñaron a ti en el cursillo, mi niña? —le preguntó el amigo.
—El teorema de Hull o de Bull, no recuerdo ahora. Pero no tocamos ningún ordenador.
—Oh. —suspiré yo, mientras tecleaba CLEAN [A-VIRUS], una orden capaz de erradicar al Anti-Telefónica de aquellos pagos aunque se agarrara a ellos con los dientes.
Solucionadas las máquinas vivas, pasé a la muerta:
—Dadme el sistema operativo. —ordené, como quien pide bisturí bien afilado.
—¿Eh? —dijeron los tres, por orden de antigüedad en la casa. Luego, por turno, afirmaron no disponer de operativo ninguno, fuera lo que fuera.
Me hice con un disco nuevo, lo formateé con el «parámetro» «/S» y, desconfiado, di la orden SYS. No satisfecho todavía, copié en él el programa FORMAT, ante los ojos atónitos de la concurrencia: no concebían que tanta sabiduría cupiese en una sola cabeza.
—Ahora voy a botar el ordenador muerto.
—¿No se romperá?
—«Botar», en jerga, quiere decir arrancar. Se pone este disco aquí, con la pestaña bajada, y se conecta la máquina. ¿Veis? Ya hace rac-rac.
Luego cometí el crimen que el informático de buenas costumbres teme más en la vida: escribí FORMAT C: y formateé el disco duro, sintiendo el extraño placer de lo prohibido. Sólo entonces pude pasar el SCAN por él y liquidar en su guarida al asesino antitelefónica.
—Ya está. —dije, enjugándome el sudor producido por la emoción de la cacería.
Mi amigo se frotó las manos:
—Y ahora, ¿qué tengo que hacer para escribir?
—Instalar de nuevo el Display Write IV. ¿Dónde tienes los discos del programa?
Tampoco había. Los altos cargos enviaron los 286 con todo instalado y ni una maldita copia de los programas. Si mi amigo pedía una, aunque lo hiciera por conducto reglamentario y hubiera alguien capaz de sacársela, podía pasarse un par de semanas con el ordenador parado. Y dos semanas, pese a sus notables hábitos administrativos, le parecían muchas.
—Si no lleva una instalación protegida —le tranquilicé—, hay otro sistema: sacar un «backup» del disco duro de uno de estos otros ordenadores y «restaurarlo» en este otro.
—¿Eh? —dijo aquel hombre duro, que cada día leía varias páginas de prosa oficial y las resistía. ¿Vaca...?
—A todo backup —dije, formulando una vieja ley— le sigue un «restore». Eso se hace mediante muchos discos o con un «streamer»
—Ah. —comprendió él.— Pues discos no hay y, si me explicas lo que es un streamer o a qué se parece, podemos mirar en los cajones.
Entre unas cosas y otras, yo llevaba ya dos horas en aquel antro del gobierno autónomo y necesitaba aire fresco. Además, habían vuelto a mí las ansias de venganza:
—Conozco a un profesional que tiene cientos, miles de «streamer», palabra que puede traducirse por «flámula» o por «gallardete». Quizá por «grímpola» con un poco de manga ancha. Pero, en este caso, no tiene nada que ver con ello. —les vi prendidos de mis labios, así que no desaproveché la oportunidad de darles una lección lingüística:— Tengo para mí que viene de «to stream» en su acepción de «pasar rápidamente», no de «ondear, tremolar», aunque el usuario que recurre al streamer suele tremolar lo suyo. Por los nervios.
El profesional era el Electrónico Pons que, a una llamada, abandonó la panadería a los cuidados de una cuñada y se presentó en la dependencia oficial con el anhelado streamer y con algo mejor aún: los discos originales del Display Write IV. Los instaló con la pericia propia de años de profesión y, cuando yo esperaba que les pasara una factura vengativa, meneó la cabeza:
—Esto no vale nada. —dijo.
—Hombre, gracias. —aplaudió mi amigo que, sin duda, ya no recordaba las virtudes hipnóticas del Electrónico.
—Pero usted —siguió el Electrónico— debe haber perdido mucha información.
—Seis meses de trabajo.
No es que la administración se mate pero seis meses, aun en su caso, eran una grave pérdida.
—Esto —siguió el Electrónico— puede volver a sucederles en cualquier momento.
—Es verdad. —dijeron los tres funcionarios, incluida aquella que había oído hablar del teorema de Bull o de Hull, no recordaba.
—Esto, —explicó el Electrónico, haciendo aparecer un verdadero «streamer» entre sus manos— puede evitarlo. Usa cintas de hasta doscientas megas de capacidad y...
En fin: cuando acabó con ellos, mi amigo, tras pedir permiso telefónico a la superioridad, no sólo era dueño de un «streamer» sino —y esta es la parte más confusa— de una tarjeta para añadir texto a las cintas de vídeo, de una mesa para trabajar cómodamente con el ordenador y de tres butacas anatómicas, de las que usan los grandes programadores.
—No sé —me dijo el amigo a la semana siguiente— qué me pudo pasar.
—Te pasó el Electrónico. —resumí— Almas más fuertes tampoco han resistido su empuje.
Ángel Palomino
Ángel Palomino, además de Premio Nacional de Literatura y pluma de oro, es mi padre literario o, al menos, ha hecho algo parecido a prohijarme. Periódicamente vuelco sobre él unos cientos de folios nuevos y no flaquea: en lugar de hacer con ellos cualquiera de las cosas posibles, va y los lee. No contento con eso, y quizás con una canción en los labios, los acota, los corrige. Me advierte: « esto es flojo», «esto puedes mejorarlo», «no seas bruto: eso no se dice de nadie, aunque sea presidente».
Me está puliendo con una paciencia que, aplicada a una novela, le hubiera hecho escribir algo aún mejor que Zamora y Gomorra o Torremolinos Gran Hotel. Yo, a cambio, le inoculo el virus de la informática y le empujo a complicarse la vida con el uso de los ordenadores.
Porque es curioso ver a hombres de cuarenta años que, cuando se menciona la informática, huyen despavoridos mientras musitan que son demasiado viejos para todo lo que supere la complicación de los botones de un vídeo. Ángel, que nació en 1919, aguantó, primero, toda mi oratoria entusiástica sobre estas máquinas y, cuando yo todavía andaba con los PCW, me telefoneó:
—Ya tengo ordenador.
—¿Cómo se llama?
—Adolfo. Y la impresora, Maggy.
Estaba claro que yo no había hecho bien la pregunta y que Ángel Palomino aprovechaba para reírse un poco.
—¿Y de qué marca es Adolfo?
—Un Amstrad PC-1640. Me lo he comprado en El Corte Inglés.
O sea, era un 8086 o, si lo prefieren, un XT.
A partir de ahí me entraron más ganas de poseer un PC. Ni siquiera me desanimé cuando Ángel Palomino me llamó al día siguiente:
—Adolfo —me dijo— ha reventado. Quizá un empacho.
—Empacho, sin duda. Le volcaste, de golpe, tu poderoso cerebro en sus circuitos y no resistió el contacto con una mente más eléctrica que la suya.
Los de El Corte Inglés, por lo visto, se deshicieron en excusas. Lejos de pedirle que depositara a Adolfo en sus quirófanos, le enviaron a dos expertos de la mismísima casa Amstrad. A su contacto, Adolfo parpadeó y pareció resucitar.
Pero Ángel Palomino, poco consciente del poder de sus ideas, volvió a comunicárselas, mediante un tratamiento de texto, en estado puro y Adolfo sucumbió de nuevo, no sin entonar una especie de marcha fúnebre para zumbador y chasquido.
En esta ocasión Amstrad se portó como los buenos y suministró a Ángel otro Adolfo, criado desde pequeño con alimentos naturales. Tras teclearle un cuento particularmente divertido, el ordenador resistió, emitiendo sólo unas risitas. Mi amigo, pues, se dio por satisfecho.
Para entonces yo ya había caído en las redes del Electrónico y disponía de otro Amstrad 1640 con monitor ámbar, o sea, Paper White, y tarjeta hércules.
Durante unos meses estuvimos empatados Ángel y yo, pero, gracias a la insistencia del Electrónico Pons, pronto me pasé al 286. Palomino no pareció tomármelo en cuanta, pero algo debió pensar. Por aquellas fechas terminaba y editaba la única novela en que los ordenadores son ordenadores, máquinas estúpidas pero rápidas: «Este muerto no soy yo», libro que recomiendo a todos los informáticos cansados de «Multivac», que funcionaba, ¡en el Siglo XXV!, a base de cintas perforadas y, pese al handicap, se sentía viva, la tía. Que Asimov me perdone, pero tuvo mucho que aprender de Ángel Palomino y de la psicología mecánica de un PC.
Terminada esta prueba literaria, el gran escritor, Premio Nacional Miguel de Cervantes, me llamó para darme una buena noticia: me acababa de pasar varios cuerpos en la carrera tecnológica y su nuevo Adolfo era un 386 portátil. De lo mejor, aunque no aceptara más que discos de 3 1/2 ". Los de cinco y cuarto que contenían mis múltiples obras informáticas, eran rechazados en prevención de problemas mentales.
—Te las devolveré. —me dijo.
Pero, ¿comprenden?, yo no podía consentir que se me escapara uno de los mejores lectores que puede encontrar un escritor informatizado: todo un Premio Nacional de Literatura que, además, entendía a la perfección esta jerga nuestra a base de ROMs, RAMs, RS—232, HD y compañía.
Me instalé con urgencia una disquetera de 3 1/2" y repuse, en buena parte, la discoteca de mi amigo y maestro. Pero seguí con mi 286.
Sólo cuando él, desde el puente de mando de su 386, ganó el Premio de Cuentos de Tabacalera, con un magnífico alegato contra la discriminación que nos hacen a los fumadores, comprendí que sólo los 386 serían capaces de mejorar un poco mi talento. Darle brillo, al menos.
El Electrónico confirmó mi suposición. Según él, con un 386/33MHz, yo haría alegatos maravillosos contra lo que me propusiera. Podría, incluso, retratar hipopótamos y sacarlos con la apariencia de vicepresidentes de algo.
Lógicamente, lo primero que hice con mi 386 fue escribirle una carta a Palomino, advirtiéndole noblemente de que iba a doblar mi producción: ya podía irse limpiando las gafas.
—Está muy bien la literatura en disco. —me dijo— pero nada como un buen libro de papel, que siempre puedes usar para envolver algo.
Justo entonces el Electrónico se enteró y regresó de Informat con unos catálogos de máquinas de encuadernar.
Y así están las cosas todavía: ambos vamos empatados a 386 y, aunque sin rivalidad, no estoy dispuesto a darle ventajas: bastantes me lleva con la pluma y la experiencia. Pero es un hombre tan moderno, que temo recibir uno de estos días un telegrama anunciándome que tiene un 486. O algo peor:
«De viaje por TAIWAN, compradas todas las piezas de 586 y chino que las ensambla. Stop»
Es capaz..
Sólo por un momento le he sacado una ligera ventaja en los últimos tiempos. Acababa de recibir una carta fechada mes y medio antes y, en presencia del Electrónico, me deshacía en cánticos hacia Correos, añorando los buenos tiempos de las diligencias, o sea, cuando las cartas llegaban sólo una semana después, y eso tras haber sido robadas por los Siete Niños de Écija.
—Líbrate de ellos. —me aconsejó el Electrónico.— De los Niños de Écija, no: de los carteros.
—¿Tienes por ahí un lanzagranadas? — porque creía, sinceramente, que un proyectil de carga hueca penetraría en la dura piel del jefe de mi oficina postal.
—Algo mejor. —dijo.
Como de costumbre, delante de mí había una caja y yo no la había visto aparecer, tal es la precisión de los movimientos del Electrónico cuando olfatea una ganancia lícita o ilícita.
Se trataba de una tarjeta Fax/Modem a 9.600 baudios, servida con el BitFax, un cómodo programa de transmisiones. Cualquier cosa que yo escribiera con el ordenador podría estar en Madrid, Londres o París un par de minutos después, o sea, un artefacto perfectamente capacitado para hacer más amena la vida laboral del editor de mi semanario.
—Oh. —dije, contemplado de una ojeada rápida todas sus posibilidades y pensando en los muchos sellos que dejaría de lamer ante la desesperación del ministro de Comunicaciones.
Estas tarjetas, una vez metidas en su ranura del ordenador y conectadas al cable telefónico, envían y reciben faxes, los pasan a la impresora, los visualizan por la pantalla o, sencillamente, los almacenan en el disco duro. También permiten enviar el mismo texto, automáticamente, a mil o dos mil lugares distintos mientras tu te estás comiendo unos boquerones, del todo ajeno al esfuerzo de los circuitos integrados.
—¡Adjudicado! —grité.— Y, sólo por curiosidad, Pons: ¿Lo tenías debajo de las ensaimadas o entre los donuts?
—Tras los huevos de granja. —confesó él.
—¡Qué lástima, Ángel. —le dije a Palomino en mi siguiente conversación telefónica.— Si tuvieras fax fastidiaríamos a todo el servicio de Correos y a sus tortugas de tiro. ¡Qué cartas electrónicas nos enviaríamos!
Ambos meditamos en la maravilla de la palabra escrita descompuesta y recompuesta sin intervención de ningún corrector de estilo, y concluimos que, en estos avanzados tiempos, el propio Cervantes se hubiera vuelto turulato.
Pero ahí acabó todo. Yo concentré mis faxes sobre el editor de mi semanario hasta que éste pidió un poco de tregua y, la verdad, dejé de pensar en el efecto de las tarjetas fax sobre la mente jocunda de Ángel Palomino hasta que me llamó:
—Dame cinco minutos para cambiar la clavija del enchufe y envíame un fax. El mío no es de ordenador, pero tiene muy buen aspecto.
Se lo estrené con un rotundo «vale por un sello de urgencia de 155 pesetas. ¡Abajo los Presupuestos generales y los Impuestos Indirectos!» Y él me respondió con una especie de cántico a la línea telefónica. Quizá un poco excesivo a la luz de los últimos recibos.
De nuevo por voz, nos congratulamos y sólo encontramos una pega: antes de enviarle cualquier cosa había que telefonear para conectar el fax, lo que descartaba, por ejemplo, que yo le mandara de madrugada largos testamentos.
—Hay discriminadores. —le dije—. No sé como se las apañan, pero descuelgan ,los tíos y, tontos como son, se dan cuenta si llama otro fax o si es el teléfono normal, en cuyo caso permiten que suene el timbre.
—Ya tengo discriminador. —dijo, dos días después.— Venía —añadió, por si la pista me servía— en una caja, con un manual en inglés. Llama.
Y nada. El maldito discriminador se hacía el sueco una y otra vez.
—Habrá que tocarle alguna palanquita. —concluyó Ángel Palomino y procedió en consecuencia.— Llama.
—Te han dado uno sordo. —le desengañé, después de varios fracasos seguidos.
—Pues no voy a tener más remedio que leerme las instrucciones. —se quejó él. Pero, ya se sabe: un informático acaba leyendo las instrucciones como último recurso.
—Mañana seguiremos. —eran ya las once y su innata cortesía le llevaba a retirarse del campo de batalla por no molestarme.
A las doce y media, cuando ya me había puesto el traje de noche, volvió a sonar el teléfono:
—Creo —dijo una voz sin identificarse— que ya lo he dominado. Prueba.
Y funcionó perfectamente, demostrando, una vez más, que el alma, siempre que lea los manuales, es más fuerte que la materia.
¡Piratas!
In illo témpore, un témpore que se remonta a un año, el Electrónico me pasó un disco: «Antonio y Juana Inc»,, ponía en la etiqueta, lo que, para programa, parecía un título exótico o, quizá, una de esas digitalizaciones pornográficas que corren por ahí sumiendo a los chips en delirios eróticos.
Era el catálogo de unos piratas profesionales. Como el Electrónico Pons, entre los bollos y los ordenadores, tiene poco tiempo, apenas si vende soft y no tiene nada contra los piratas aunque, como yo, prefiere el intercambio en vez de la venta: sale más barato. También, claro, calculaba que todo programa que yo comprara acabaría en sus pecadoras manos.
Un pirata es un señor que compra programas comerciales y, prácticamente, los vende al peso: de trescientas a quinientas pesetas por disco, contenga lo que contenga. Parece ser que algunas leyes ven esta actividad comercial con malos ojos, pero las tales leyes tienden a permitir oficialmente otra clase de estafas. Me explico:
El cándido usuario, una vez evolucionado, lee las revistas norteamericanas y, en ellas, los precios de los grandes programas que hacen la vida feliz. Los muy caros andan entre los cuatrocientos y los quinientos dólares ($) en USA. Luego el cándido va a su vendedor español y resulta que, en lugar de las cuarenta o cincuenta mil pesetas, le piden ciento sesenta o doscientas mil, o sea, más que por un ordenador casi decente
Al informático se le eriza el vello con la contemplación de estos precios españoles y, con el corazón ardiendo de ira, comprende que es víctima, a la vez, de los aduaneros, del IVA y de una estafa que la ley, siempre ciega, consiente con una sonrisa.
Entonces, sintiendo el rencor de los Siete Niños de Écija juntos, acude al pirata profesional: un programa de diez discos, por el que el importador le pide ciento ochenta mil pesetas, le sale por tres mil o por cinco mil. Y lo compra, claro. Por afán de justicia.
«Antonio y Juana INC» satisfacían esta necesidad y su catalogo en disco era, además, una pocholada: mostraba, primero, un paisaje nevado mientras sonaba una música navideña. Luego, una voz metálica daba la bienvenida y, por último, nos presentaba un índice temático: arquitectura, tipografía, compiladores, gráficos... etcétera. Más de tres mil programas a disposición del comprador.
Pedí tres. Uno no funcionó; el otro me exigía la presencia del coprocesador matemático, condenado chip del que carece mi 386; y el tercero iba de maravilla. Tanto que hasta envié tres de mis programas originales, con la autorización para que los comercializaran si conseguían hacer picar a alguien.
El tiempo fue pasando, absorbido ávidamente ora por mi ordenador, ora por mi impresora en color. Un informático avanzado acaba, invariablemente, preguntándose por la relatividad del tiempo. Yo mismo aún no sé de dónde me saco el que gasto en escribir estas cosas ni como me las apaño para pasar tantos minutos seguidos separado de la tecla.
Al año, más o menos, acudí al cubil del Electrónico y me lo encontré rodeado de muchas más cajas de lo que es habitual allí. También observé que las estanterías, donde almacenaba miles de programas mal habidos, estaban casi vacías.
—Oh. —dije, ante aquella despoblación informática.
Pero el Electrónico Pons no prestó atención a mis sentimientos. Se preguntaba, en alta vez, si podría meter todo aquello en una red y dejarlo colgando en el interior de una vieja cisterna que tenía en el sótano. Deploraba, también, no disponer de un contrabandista al que pedir sabios consejos.
—¿Esperas —pregunté, ateniéndome a la hipótesis más probable— la visita de ese cliente al que vendiste el IBM del año 82, diciéndole que un IBM es siempre un IBM, aunque corra sólo a 4,7 MegaHertzios?
—¡Mira! —me gritó, poniendo en mis manos un periódico provincial sobre el que se notaba que alguien había derramado abundantes lágrimas.
«La inestabilidad de la peseta —pensé— le ha herido profundamente. O, quizá, esta noticia de que el gobierno autónomo practica la democracia.»
—Más abajo.
—Detenidos dos piratas informáticos. —leí.— Antonio Saco y Juana Martínez, que vendían... ¡Oh!
—¡Oh! —confirmó él.— Les compré más de diez programas y ahí pone que se les ha ocupado una lista con mil clientes y pico.. Yo debo ser el pico.
—Y yo, otro. —murmuré.— Pero nosotros no vendíamos.
—Comprábamos. No sé mucho de leyes, pero eso es, por lo menos, complicidad.
Ambos, de común acuerdo, miramos hacia la puerta por si aparecía por ella alguna brigada policial, dispuesta a meternos en la trena después de quitarnos la felicidad y una fortuna en discos.
—Creo —dijo, por fin, el Electrónico— que puedo meter los programas en los sacos de harina, bien cubiertos. Seguro que no miran allí.
Pero yo ya no escuché el «allí»: corría, a no menos de treinta por hora y sin cuidar de mi carburador, dispuesto a esconder mis propios programas piratas. Por el camino, además, buscaba en mi mente escondrijos dignos de confianza.
Una hora después, convenientemente empaquetados en varias bolsas de plástico, y sellados con sólido precinto, había enterrado en el jardín no menos de trescientos discos a los que la ley, ciega como un topo, hubiera puesto reparos.
La comunicad informática a la que pertenezco pasó los siguientes días telefoneándose:
—¿Algo nuevo? ¿Alguien vigila tu casa?
—Nada.
La autoridad, desanimada, sin duda, por el número de compradores, se conformaba con empurar a los vendedores y dejaba en paz a los usuarios, aunque siempre quedaba la posibilidad —dada la velocidad judicial— de que cayeran sobre nosotros cinco o diez años después, lo que era un fastidio en mi caso, obligado a cavar como un topo cada vez que deseaba cargar alguno de mis programas prohibidos.
Unos habían pegado los discos, con celo, debajo de la mesa del comedor; otros los habían guardado en el capó del coche, en el cofre congelador, debajo de los cadáveres de pollos, y hasta en la caseta del perro, sobre sus vigas. Todos, solidarios, además habíamos decidido jurar que los piratas habían sacado nuestros nombres del listín. A mala fe.
Tres meses después, cuando el relajado Electrónico había vuelto a llenar sus estanterías y ya confiaba plenamente en la velocidad de crucero de la justicia española que, de meterle mano, lo haría a partir del 2.001, yo me encontré con un compañero de bachillerato, hoy subcomisario de policía y fumador de pipa como Sherlock Holmes.
—Tú estás muy metido en informática. —me dijo.
Vibré, recordando el asunto de «Antonio y Juana INC», pero conseguí no huir como un conejo.
—Rumores. —murmuré
—¿Rumores? He visto un programa tuyo poniendo a parir al gobierno y estaba muy bien hecho.
Tampoco esta vez huí. No se pueden comprar discos piratas, pero sí se puede despellejar al Ejecutivo y mantener opiniones que no serían bien vistas por la Internacional Socialista.
—Es que mi hijo estudia informática en el instituto y he pensado que tengo que comprarle un ordenador. De paso, yo podría llevar una base de datos sobre drogadictos de campeonato.
—Oh. —murmuré de nuevo. En mi mente, que nunca olvida el monitor EGA que me tiene raptado el Electrónico desde hace ya dos años, tomaba forma un proyecto diabólico.
—Conozco —dije— a un vendedor de confianza, siempre que no le creas demasiado las primeras explicaciones. Te llevaré a él con una condición, en nombre de nuestra vieja amistad y de que una vez te vi, borracho como una cuba, tirando tizas al profesor de literatura. ¿Tú sabes lo que es un pirata informático?
—Por lo que he oído, cualquier informático, sea adulto o menor de edad.
—Eso. No lo hubiera explicado mejor yo mismo.
* * * * *
—¡Pons! —grité, penetrando en aquella guarida poblada de Ats y de microswitches.— Te traigo un amigo. Quiere un buen ordenador para su hijo.
El Electrónico nunca se frota las manos, pero sus ojos brillan en la oscuridad ante la posibilidad de una buena venta: es el fósforo de las pantallas que contempla día y noche. Sacó la cabeza de una «Tower» en la que estaba intentando ajustar un CD-ROM de saldo y se lanzó alegremente al trabajo mostrándonos un 486 en toda su gloria.
—Un poco caro. -dijo mi amigo el poli.
El Electrónico pasó a los 386, deshaciéndose en cánticos de alabanza en honor de la arquitectura de 32 bits, algo con lo que generaciones de programadores habían soñado desde 1980.
—Caro. —dijo, de nuevo, mi amigo.
—Tenga en cuenta —empezó el Electrónico— que por el mismo precio le instalo Windows 3.1, AmíPro 2,0, CorelDraw! 2.0 y el PhotoStyler, para empezar.
—¿Sin pagarlos?
—Aquí complacemos al cliente. También el QuickBasic 4,5.
—¡Ajá! —dijo el policía, sacando la placa con una mano y las esposas con la otra. En su obsesión por dar realismo, atrapó una de mis muñecas y la encerró en un anillo de acero.
El Electrónico, como un ciervo acosado, contempló fugazmente sus estanterías de programas piratas y calculó, in mente, lo que le costaría un abogado que le sacase de la trena. No satisfecho con ello, hizo pasar su cara por los 256 colores que permite una buena tarjeta VGA o MCGA en baja resolución.
—Je, je. —dijo al fin, recuperando sólo parte del habla y probando suerte.— Era una broma.
—Sí. —dijo el policía, liberándome de las esposas mientras yo me reía como una hiena ahíta de carroña.— Exactamente una broma. Soy policía pero soy realista y me interesan todos esos programas.
Tan emocionado estaba el Electrónico que, inexplicablemente, consintió en venderle un 386, VGA, por 280.000 pesetas: más de lo que alguien haya conseguido de él.
¿Y qué pasó conmigo?, se preguntará el lector.
Muy sencillo: cuando tuve que cambiar el cartucho de tinta de mi DesJet 500C, me devolvió el susto:
—Son 5,700, más IVA.
—¿Pero no me habías dicho que los cartuchos salían a tres mil?
—Antes. Eso era antes. —murmuró, sonriendo. Y aún añadió algo más:— Y no encuentro los recambios para tu monitor Ega. Mucho me temo que habrá que pedirlos a Taiwan.
Miscelánea
Apéndice a las leyes que rigen la informática
Proposiciones Generales del Electrónico Pons
1. Cuando un ordenador ha sido pagado en su totalidad, debe cambiarse.
2. Cuanto más novato sea el usuario, más alto será el precio que pague por su ordenador.
3. Un disco duro de 130 Megas funciona mejor que uno de ochenta. Y sucesivamente.
4. Los clientes, en informática, NUNCA tienen razón.
5. A programa regalado, mírale el virus.
6. Trata el «hardware» como a un consumible.
7. Véndelo usado. Y, cuando se te termine, por catálogo.
8. Cuanto más rápido sea un ordenador, antes será superado
9. Cuanto más moderno sea el equipo que desea un informático, antes querrá substituirlo.
10. Todos los informático quieren más, aunque no sepan qué.
11. Todo ordenador, un día u otro, funcionará mal, pero conviene ayudarle.
12. Sólo un ordenador bueno hace desear otro mejor.
13. Los Servicios Técnicos sólo lo son si conducen a la venta de nuevas máquinas.
14. Ante la duda, vende lo que no necesitan. Lo necesitarán en cuanto lo tengan.
15. A poco que se dejen, substituye todo lo que tenga más de dos años.
16. Los repuestos son los peores enemigos de las ventas. salos sólo en último extremo.
17. De lo único que se puede prescindir, en un ordenador, es de la marca.
18. Sólo hay un rasgo común a todos los informáticos: cuanto más tienen, más quieren.
Las 30 observaciones de Robsy
1. Tan difícil es saber por qué no funciona un programa como por qué funciona.
2. El ordenador es el mejor amigo del hombre y el principal aliado del psiquiatra.
3. El ordenador no duda; el programador, constantemente.
4. Cuanto más tontos son los hombres, más listas han de ser las máquinas, y esto explica la informatización de la burocracia.
5. Si no fuera por la informática, no habría forma de hacer en tan poco tiempo todas las cosas inútiles que te exige la vida.
6. El ordenador acaba con el tiempo libre y con el ocupado.
7. Cuanto más caro sea un programa, más copias de él acabarán circulando.
8. Cuanto más disfrutes con tu ordenador, antes querrás cambiarlo.
9. El programa que más te gusta siempre es el más caro o el que no se vende aún en España.
10. Cuantas más copias de seguridad saques, menos probabilidades tendrás de que se te averíe el disco duro. Y viceversa.
11. El ordenador es a la inteligencia lo que la palanca al músculo.
12. El ordenador no es más inteligente que una locomotora, pero es más barato.
13. En informática la suerte no existe, pero es forzoso confiar en ella.
14. Un programador no basta para un programa, pero un programa sobra para un programador.
15. Los programas perfectos sólo existen en los anuncios.
16. El manual es el peor enemigo de un lenguaje de programación. Afortunadamente, siempre acaba saliendo el manual del manual.
17. Si se hubiera escrito un «manual» del Universo, todavía sabríamos menos de él.
18. Cuando los ordenadores piensen, los hombres también tendrán que hacerlo.
19. Detrás de todo gran hombre hay un buen ordenador y varios programas.
20. Cuando un hombre sabe lo que quiere en informática, suele ser demasiado tarde.
21. Los conocimientos sobre un programa se miden en horas perdidas.
22. Para ser ordenador basta con sumar y restar; para ser informático, con resistir.
23. Los hombres sólo son iguales cuando tienen ordenador y usan los mismos programas.
24. El hombre que lee los manuales antes de probar el programa, nunca llegará a nada.
25. Cuando se llevan más de cinco años en informática, se comprende que lo mejor que le puede pasar al contribuyente es que el Ministerio de Hacienda use cada vez más ordenadores.
26. Sólo hay una verdadera ley de la informática: que el ordenador es un fin en sí mismo y el usuario, no.
27. En informática siempre es posible llegar a saber menos.
28. Siempre que terminas de aprender un lenguaje de programación, surge una nueva versión.
29. El ordenador siempre dice la verdad, aunque no la sepa.
30. Y si no eres capaz de creer en lo que no ves, no te dediques a la informática.
Ley de las compensaciones del Programador Grabiel
Hay, al menos, diez formas de que un ordenador sepa lo que es una patata, pero no hay ninguna para que una patata sepa lo que es un ordenador.
Típico consultorio informático
NO HAY PREGUNTA TONTA QUE ESTE LIBRO NO SEA CAPAZ DE RESPONDER. A VECES, BIEN
P. Ultimamente mi ordenador interrumpe la ejecución de casi todos los programas para pedirme aumento de sueldo. Soy gerente de empresa y esas interrupciones me hacen perder mucho tiempo. ¿Qué puedo hacer?. Un desesperado
R. Lo primero, negarse. Después, revisar su disco duro con un "debug" o desensamblador a la caza de un programa invisible. Por último, averiguar cuánto más al mes piden sus empleados, porque es cosa suya sin duda.
* * * * *
P. Mi suegra, aprovechando que estoy en el trabajo, me hurga en el ordenador. ¿Cómo evitarlo? Un yerno dolido.
R. Nada más sencillo. Modifique, con un tratamiento de texto, el fichero "Autoexec.Bat" del directorio de raíz de su disco duro, añadiendo esta orden al final: SUEGRA
Luego escriba este pequeño programa en basic y compílelo dándole el nombre de suegra.exe:
10 Input "¿Eres tú otra vez, vieja bruja";a$
20 if a$="HIENA" then goto 100 else goto 10
100 end
O sea que, si no responde HIENA, el programa repetirá una y otra vez la pregunta "¿Eres tú otra vez, vieja bruja?", no permitiendo que se haga otra cosa con él. Usted, que conoce la clave, responda HIENA cuando le haga la pregunta y liberará el ordenador para dedicarlo a más altos designios.
* * * * *
P. Ultimamente estoy leyendo mucho sobre Inteligencia Artificial. ¿Cómo simular en mi ordenador una inteligencia humana? Jacinto.
R. Algunos hombres no consiguen simularla en ellos mismos. Ahí tienes a los poetas. Afortunadamente es más fácil con las máquinas. Prueba este mínimo programa en basic, que puedes compilar:
10 INPUT "C:>";a$ : REM Si no tienes disco duro, pon "A:>"
20 IF a$="Te pagaré" then goto 100 else goto 30
30 PRINT "No me da la gana" : cls: goto 10
100 PRINT "De acuerdo. Vía libre": END
Esto hará que el ordenador parezca libre y que responda a cada orden que le de el operador con un rotundo "No me da la gana". Sólo cuando se le diga "Te pagaré" permitirá que trabajes con él. A cambio de dinero, como un hombre listo.
* * * * *
P. Tengo un PC y poco dinero. ¿Cómo puedo convertirlo en un AT? Abraham.
R. No puedes, a menos que te compres una placa nueva, y eso es caro. Pero siempre es posible engañar a una máquina con sesos de silicio. Poco imaginativas, ¿entiendes? En este caso sabemos que los ordenadores bajo PC-DOS o MS-DOS llevan una especie de documento nacional de identidad en el antepenúltimo byte del espacio de memoria, en la dirección &HFFFFE de la ROM del BIOS. ¿Te vas enterando?
Tal byte, en un PC vale FF, mientras que en un AT es FC. Con este programa puedes, por así decir, falsificar el carné de identidad de tu cacharro:
10 DEF SEF=&HF000
20 POKE &HFFFFE,FC : Rem Aquí le decimos al PC que es un AT
30 END : Rem Aquí se lo cree, el tío
Luego, puedes leerlo así, tanto en tu máquina como en cualquier otra:
10 DEF SEG=&HF000: X=PEEK (&HFFFFE): Rem Leemos el DNI, si es PC o AT
20 IF X=&HFF THEN PRINT "Este cacharro es un PC 8088"
30 IF X=&HFC THEN PRINT "Esta joya es un AT"
40 IF X=&HFE THEN PRINT "Este es un pasable XT 8086"
Tal programa te confirmará que tu PC se cree ahora un AT. El pobre vive de ilusiones. Si lo apagas y vuelves a encender y usas de nuevo el segundo programa, volverá a la triste realidad de los PCs. En cualquier caso, ¿vale la pena engañar a una máquina habiendo tanto pardillo suelto con el que practicar o, en su defecto, un vendedor del Corte Inglés?
* * * * *
P. ¿Cuál es el programa que hace menos? Un coleccionista de estupideces.
R. Siempre creí que el programa más inepto era el que venía como ejemplo en los compiladores de TURBO C: Un montón de líneas incomprensibles, encerradas entre asteriscos y llaves y que, concluido, compilado y puesto en marcha, sólo escribe "HELLO, WORLD" en la pantalla. Hola, mundo.
Luego, en el Taller del Hardware de la extinta AMSTRAD USER, había un proyecto llamado "TATEQUETO" (supongo que "Estate Quieto"), que consigue no hacer absolutamente nada: para el ordenador hasta nueva orden.
Aunque le parezca mentira, conseguir eso es bastante difícil, algo así como inmovilizar a uno con el Baile de San Vito.
* * * * *
P. Soy un buen militante que cree en el progreso ininterrumpido del ser humano. Mi mayor desilusión ha sido comprender que el XT de mi dependencia oficial no entiende de política. ¿Podría enseñarle de algún modo? Alto Cargo que se aferra.
R. Existen los "generadores automáticos de discursos", muy útiles para los políticos, pues escriben unas chácharas muy aparentes y, por supuesto, vacías de contenido: nada mejor para quedar como un señor en las Cortes, pero no creo que sea eso lo que usted pretende, sino que su máquina adopte actitudes políticas verdaderas. Un problema arduo incluso para un chip de duro silicio.
Dado que las ideologías han muerto y en España la cosa funciona por adhesiones personales, he aquí un programa que hace que su PC se comporte como la mayoría política y no pocos aficionados. Cópielo y será la admiración de sus compañeros de dependencia oficial. Procure, claro, que lo vea funcionar el Sr. Director General: puntos.
10 screen 0,1: color 14, 10: cls: rem: modo texto con colores de la bandera española.
20 INPUT "¿Cómo se llama el que manda aquí? "; a$: rem o sea, el programa hace su composición de lugar.
30 print "¡VIVA ";a$;"!";
Con esto su ordenador se portará como la mayoría de la clase política militante y usted estará a la moda.
* * * * *
P. Cómo saber cuando un ordenador me habla en ASCII puro y cuándo no?
R. Si pone acentos no le habla en ASCII puro, sino en ASCII extendido. Si no los pone, matricúlelo en un buen colegio.
* * * * *
P. Mi ordenador dice palabrotas y yo no se las he enseñado. Por ejemplo, cuando le doy la orden COPY, me responde: El que la copia, la mama. Cuando le pido un dir, me lo da, pero añade: "¿Te enteras, capullo?". ¿Qué hacer?
R. Dado que las respuestas a las órdenes del Sistema Operativo están almacenadas en el COMMAND.COM, es ahí donde tiene que mirar. Use, por ejemplo, el Explorer o cualquier otro programa que le deje leer byte a byte un fichero. Póngalo en modo de caracteres (no en binario) y pase las páginas. Hacia el final están los mensajes: Alguien, sin duda un flamenco, le ha manipulado el command.com o un programa cualquiera se lo ha sustituido.
Tiene dos soluciones: o volver a escribir mensajes, procurando que sean halagüeños, como "Amo Bello" o "Espejo de sabiduría", o pedir a un amigo el Command.com sin adulterar, procurando que sea de la misma versión que el DOS que tenga Vd. instalado. Y, ya con él, cámbiele los atributos (con ATTRIB), poniéndolo como fichero sólo de lectura. Read Only, ya sabe.
Notas útiles
Nota COMMAND:
Yo mismo, por diversión, tengo manipulados los mensajes de mi Command.Com. Cuando le doy la orden ERASE *.*, se asegura preguntándome «¿Estás seguro, capullo?»
Tricks
Las revistas americanas e inglesas suelen tener una sección llamada así. A veces, y por eufonía, "TIPS & TRICKS". Una traducción aproximada sería "trampa". Nuestras publicaciones españolas, más morales, llaman "trucos" a las mismas cosas.
Pues precisamente en los Tricks o Trucos reside la sal de la informática. No hay placer mayor que el de hacer algo que, en principio, no se puede, ya porque no lo permita la configuración del ordenador, ya porque el programa que usamos tiene ideas al respecto y se obstina en coartar la libertad de usuario.
Pongamos un ejemplo: es creencia entre miles de usuarios y vendedores que, como todos, no han tenido el coraje de leerse el manual del MS-DOS o del PC-DOS, que sólo se puede escribir un fichero de texto con la ayuda de un editor, un programa especial que permite teclear línea tras línea y, luego, imprimirlas en el disco con el nombre de nuestra elección, como "Tontería.TXT"
He aquí el truco: en la línea de órdenes (que suele ser A:> o C:>) se escribe COPY CON TONTERIA.TXT y se aprieta INTRO. A partir de ahí podemos teclear tantas líneas como nos parezca. Al terminar, basta con apretar a la vez las teclas Control (o CTRL) y Z y hacer Return para que todo lo escrito quede salvado en el disco bajo el nombre de TONTERIA.TXT o cualquier otro que elijamos. Hasta hay una razón lógica por la que el ordenador se aviene a hacer semejante cosa, pero vamos a respetar su intimidad.
El usuario de modem lo que de verdad desea es disponer de tantos TRICKS como sea posible, justamente para hacer lo que no debe hacerse, esa clase de cosas que tienen a bancos, a ministerios y a sistemas de seguridad en un puro sobresalto.
El dueño de un modem, por novato que sea, lo primero que hace es dar vueltas al proyecto de cómo estafar a la Compañía Telefónica. No lo hace por maldad, sino por deporte y por justicia. Las tarifas de la compañía son muy altas, la seguridad de la línea muy baja ; las interrupciones, frecuentes. Así que cualquier persona con sensibilidad comprende que es lícito pegársela a un monopolio que nos exprime tanto como puede y que, en lugar de mejorar con ello su servicio, se va a invertir el botín en Puerto Rico, en Argentina o en algún otro sitio igual de provechoso para el ciudadano español.
Hay también otra razón más material para que el fraude a Telefónica sea, sin excepciones, el primer objetivo: como para seguir corriendo aventuras es necesario llamar una y mil veces a puntos lejanos de España o del resto del planeta, es imprescindible asegurarse unos costes mínimos.
Una leyenda, muy extendida entre los usuarios del modem, asegura que muchos han conseguido pegársela a la compañía, circunstancia loable visto cómo la compañía me la pega a mí. En 1990, en TVE, salieron unos estudiantes de informática, españoles como los buenos pero con los rostros irreconocibles, afirmando ser capaces de tal proeza. Tales rostros debieran ser inmortalizados en bronce.
Hugo Cornwall, conocido pirata informático, va más allá en su libro "The Hacker's Handbook", editado aquí por Anaya Multimedia, S.A. No sólo se hace eco de la leyenda sino que da métodos para pegársela a las telefónicas de USA y Reino Unido.
Por lo visto primero se hace una llamada a larga distancia, a un número gratuito que no conteste y luego se envía el tono principal: 2.600 hertzios en USA y 2.280 en Inglaterra. Esto "limpia la línea" pero el trampero (Hacker) se queda dentro. Luego, un pulso de comienzo (1100 y 1700 Hz en EEUU o 1740 y 1980 en Reino Unido) y el prefijo y número que se busca, según un código (que no daré) de dos tonos por cada número. Por ejemplo, el 6 en Inglaterra son dos tonos de 1620 y 1740 hertzios. Se termina con el pulso de fin, que se consigue con dos tonos de 1860 y 1980 hertzios.
Por lo visto los idiotas circuitos telefónicos anglosajones toman al tramposo por una "estación de intercambio distante que está solicitando una ruta para solicitar una llamada." En cualquier caso, que el número distante que hay que marcar primero sea de los gratis. En España son los 900.
Y no se puede decir más sin que la Telefónica levante las orejas y se ponga a olfatear. Pero, en realidad, sí voy a añadir algo aún: hay otros sistemas. Como justificación, copio lo que dice un hacker de su voluntad de estafar: "Los recientes beneficios record de British Telecom y el horrible servicio que continuamente proporciona, han provocado la publicidad de esta información. Describe un método para hacer llamadas sin cargo..." Y, claro, el método que no copio. (De The Hacker's Handbook, Hugo Cornwall) ¿Podría haber escrito esto un español? Sin duda alguna. Y, de hecho, todos los BBS suelen contar con un programa escrito en Basic de MSX, procedente de Holanda, que jura servir para estos fines. Eso sí: hay que descifrarlo.
Cuando uno ya sabe dejar de pagar las tarifas abusivas de Telefónica, puede caer como un buitre sobre las bases de datos y los BBS (Bulletin Board System). Todos, hasta los más idiotas, cobran, a excepción de los de los aficionados que tienen el corazón puro ( como 2.001: 2400 Bps. 8N1. 971378170 ). Particulares o no, pertenecientes a bancos, ministerios o grandes empresas, usan unos filtros, unas palabras mágicas en clave que, de dárselas al ordenador central, obran como un Sésamo, ábrete. Por ejemplo, dar el nombre y la clave del SysOp cuando entras en el BBS
Uno se pregunta entonces: ¿Cómo averiguar una de estas claves? Sería imposible si la gente, incluso la civilizada, no fuera tan condenadamente perezosa y tan débil mental que está incapacitada para conservar en la memoria un numero de 20 cifras.
El citado Hugo Cornwall habla de algunos códigos que se repiten con frecuencia. Por mi parte he hecho comprobaciones: números de carné de identidad, fechas de nacimiento propias o de los hijos, matrículas del coche, nombre de la mujer seguido de la fecha de boda, el nombre propio escrito al revés. Algunos, menos sutiles y capaces de creer que tienen sentido del humor, usan palabrotas. Carajo y coño no son infrecuentes. Otros, sin nada de imaginación, ponen directamente "terminal" o "clave" o "cerrado".
En algo coincidimos todos: conociendo al operador es muy posible imaginarse su clave. Yo mismo, que soy algo complejo, me acuso de haber usado como clave propia el elemental y sencillo Nabucodonosor, si bien dudé entre este personaje histórico y el rey hitita Subiluliuma, cuyo nombre soy incapaz de pensar sin echarme a reír.
Pero, ¿vale la pena tanto trabajo? ¿Sabe el lector qué clase de bases de datos abiertas —previo pago de enganche— nos gastamos en España y los divertidos asuntos que tratan?
Por 10.000 Ptas. (en 1989) puede usted leer el censo de bibliotecas existentes en España (91 429 24 44), el censo de editoriales españolas (91 429 24 44) o el inventario de recursos musicales. Gratis, las actividades formativas en España para empresas o la cultura y patrimonio de Cataluña, en catalán, por supuesto.
EFE le deja echar un vistazo a las noticias frescas (91 441 45 99) por sólo 80.000 pesetas al mes. Por 100.000 pesetas por la conexión y 60.000 mensuales, más IVA, puede usted conectar con los datos de la sesión de la Bolsa de Madrid. Por lo mismo, enterarse de economía finanzas y sociedades que cotizan en Bolsa.
¿Siente usted interés por la catalogación de los registros sonoros de la Biblioteca Nacional? ¿Le inquieta saber los datos técnicos y artísticos de las obras de teatro estrenadas en España sobre el mundo del fútbol? Pues sobre temas tan insólitos sí hay bases de datos abiertas. El cómo se les puede haber ocurrido a los jerarcas que tales informaciones interesan al pueblo es, simplemente, un misterio de la psicología animal.
Notas útiles
Nota infrecuentes:
Pero tampoco habituales. Ya es hora de reconocer que el usuario de Modem y, en general, de ordenadores, es civilizado, culto, amistoso, desprendido y guapo.
Nota aficionados:
Hay BBS que, aunque exigen una cantidad anual ridícula, no se puedan llamar de pago: es el mínimo exigible para el mantenimiento de una instalación que beneficia a todos. Son, además, particulares
Nota baja:
Pero empeorando a marchas forzadas, en un intento de alcanzar el nivel de Tanzania con los precios de EE.UU
Palabrejas útiles
(Explicadas al lego alucinado)
A: Unidad lógica que corresponde a la primera disquetera del ordenador, o sea, la boca por donde se le meten los disquetes en espera de que la máquina se entere de su contenido.
ABILITY. Paquete integrado que se regalaba con los AMSTRAD PC. Un «paquete integrado», casi paquete total, es un programa que aspira a hacer de todo (aunque fracase en su empeño) y que consta de tratamiento de textos, hoja de cálculo, base de datos, creación de gráficos de empresa y programa de comunicaciones.
AMSTRAD. Marca británica de ordenadores, fabricados en Asia, que han conseguido dispensar a los usuarios momentos de auténtica desesperación.
ALGORITMO. Descomposición de una acción compleja en sus partes más elementales. Por ejemplo, Tocarse las Narices daría lugar a un algoritmo parecido a este: Se mira si hay narices; si las hay, se comprueba su posición; se estira el dedo índice de la mano derecha; se levanta el brazo hasta la altura de la boca... Etc.
ASCII. Tabla estandarizada de equivalencias que se utiliza para convertir caracteres a su valor hexadecimal o decimal. Por ejemplo, el carácter ASCII «A», es 64 en decimal, 40 en hexadecimal y «0100 0000» en binario. Los 128 primeros caracteres son ASCII puro; los 256, ASCII extendido. Respectivamente ocupan 7 y 8 bits cada uno. De verdad.
ASPIRINA. Herramienta imprescindible para el programador
AUTOEDICIÓN. Mediante programas a propósito (ver Ventura), una buena impresora y algo de paciencia, los ordenadores llegan a hacer perfectas emulaciones de la edición, encolumnando texto, poniendo titulares, cajas, etc... De hecho, casi todas las modernas imprentas y todos los periódicos sacan los modelos de sus páginas mediante programas de Autoedición, antes de convertirse en fotolitos.
AVERÍA. Cesación, en todo o en parte, de las funciones intelectivas del ordenador y, por lo tanto, del operador o informático.
BACKUP. Nombre de un programa auxiliar del MS-DOS y, por extensión, su acción: sacar copias de seguridad, comprimidas, de los programas y archivos contenidos en el disco duro. Hay muchos programas que hacen «backups», pero muy pocos informáticos se preocupan de ello hasta que pierden, por primera vez, todos los datos de su disco duro. Entonces suelen espabilar.
BASE DE DATOS. Especie de archivador electrónico donde se guardan los datos en forma de ficha, relacionados unos con otros. Úsase por la administración para organizar las listas negras de los contribuyentes
BASIC. Lenguaje de programación en modo alguno «básico», aunque sí es el más conocido. Su nombre surge de las iniciales de BEGINNERS ALL-PURPOSE SYMBOLIC INSTRUCTION CODE, que ya son ganas de dar nombre largo a un idioma.
BAUDIO. Medida de velocidad a la que se transmiten las unidades de información entre el ordenador y otro dispositivo. BPS significa Baudios por Segundo. No confundir con CPS, que son Caracteres por Segundo.
BBS. Iniciales de Bulletin Board System o Tablón de Anuncios Electrónico. Un sistema mediante el que el informático adulto consigue pagar más a Telefónica, o ser expulsado de casa por el Padre Feroz, si es menor. Úsase también para conseguir programas gratuitos al instante, salvo el costo telefónico, para pasarse mensajes de interés iniciático y para hacerse amigo de cientos de personas a las que no se ha visto ni se verá jamás.
BIT. Abreviatura inglesa de Dígito Binario (BInary digiT). Un bit es un dígito en base dos, o sea, que puede valer 0 ó 1. Es la menor cantidad de almacenamiento memorístico de un ordenador.
BYTE. Grupo de 8 BITS, que puede valer entre 0 y 255. En general, hace falta un byte para almacenar un carácter. En particular, también.
BOTAR. Para botar un ordenador no hace falta romperle en la cabeza una botella de champán, maniobra siempre delicada. Botar es arrancarlo y permitirle que cargue el Sistema Operativo. Hay botado en caliente, también llamado «reset» y botado en frío, tal cual.
C: Unidad lógica (ver Unidad) que corresponde siempre con el disco duro. Debe llevar los dos puntos finales, así: «C:»
.COM. Es, sencillamente, el inicio de la palabra COMunicación. Se trata de un puerto paralelo para la transmisión de datos (Ver LPT) por el que se envía información al modem a la impresora o al ratón. Pero también es la extensión de uno de los tres tipos de programas que el ordenador puede ejecutar por sí solo. Los otros dos son .EXE y .BAT.
CONSUMIBLE. Consumibles son todos esos pequeños materiales que el ordenador y su sistema necesitan para permanecer vivos: cintas de impresora, cartuchos de tinta, papel plegado, disquetes, etc...
CONTROLADOR. No se extrañe Vd., que el ordenador tiene dentro las cosas más inesperadas. Un controlador, salvo los de aeropuerto, es una tarjeta que se encarga de la gestión de las disqueteras y del disco duro. Siempre que quiera.
COPROCESADOR. Segundo procesador que trabaja conjuntamente con el procesador principal (CPU...) para descargarlo de ciertos cálculos engorrosos. En otras palabras, un asistente. El famoso coprocesador matemático va numerado del 8087 para XT al 80487 para los últimos ATs.
CORRER. Ejecutar un programa. También puede hablarse de «rodar» e incluso de «rular»
CPU. Siempre atentos a que cada cosa pueda decirse de mil maneras, la CPU es la Unidad Central de Proceso, o sea, el microprocesador. (Ver microprecesador)
DIP. Abreviatura de Dual Inline Package, y, si quiere saber lo que es, agárrese, que se lo copio de un manual: «Un encapsulado estándar para los circuitos instalados dentro de los ordenadores y periféricos relacionados.» Mejor que se lo imagine como un microinterruptor.
DISCO/DISKETTE/DISQUETE. O sea, Disco. Superficie circular de material magnético donde los ordenadores, valiéndose de los métodos de su especie y de las disqueteras, graban información codificada que luego, con suerte, puede volverse a leer. Son como una cinta magnetofónica pero circular y sin enrollar. Por su forma se dividen en discos de 5 1/4 pulgadas y de 3 1/2 pulgadas. Por su capacidad, en 360 y 720 Kb. y en 1,2 y 1,44 Mb. Todo sea por complicar la vida del inocente que se inicia.
DISCO/H.D.. (Hard Disk) Unidad interna de almacenamiento masivo de datos, llamada, generalmente, Unidad C:. En él suelen instalarse los principales programas de uso diario, tanto para que los virus puedan atacarlos con mayor facilidad, como para que los novatos los borren con FORMAT C:. La capacidad de los discos duros se mide en megas (y su velocidad en nanosegundos). Un byte equivale a la información de un carácter de tamaño. Una K. es el equivalente a 1024 caracteres. Una mega son mil Kilobytes, o sea, 1.024.000 caracteres: el sistema métrico decimal pero con un pico de 24, para fastidiar los cálculos. Para mayor confusión, cada disco duro necesita un controlador, especie de comisario político disfrazado de cable plano conectado a una tarjeta.
DISQUETERA. Boca, normalmente horizontal, por la que se introducen los disquetes con la esperanza de ser leídos, formateados o escritos. No en pocas ocasiones, se consigue. Las hay, como los discos, de 3 1/2 pulgadas y de 5 1/4.
EDITOR. En modo alguno se trata de ese benefactor de la humanidad que difunde cultura, en forma de libros, entre todos los alfabetizados. En Informática un editor es un programa que sirve para leer y escribir o modificar un archivo de texto. Se usa, generalmente, para escribir los programas y luego, si hay suerte, corregirlos cuando no funcionan.
ENTRADA. Es cuanto se le dice o se le mete al ordenador. Los caminos normales para darle a entender algo son el teclado, el scanner, las disqueteras y el modem, aunque hay otros. La más antigua leyenda afirma que es imposible suministrar datos sin errores a un ordenador. Por lo menos, al primer intento.
.EXE. Extensión (o «apellido») de los programas que son directamente ejecutables por el ordenador.
EXTENSIÓN. Los programas y, en general, los ficheros generados por un ordenador, tienen nombre y apellido. El apellido, que aparece tras un punto que sigue al nombre, se llama Extensión e indica parte de lo que puede ser el fichero. Extensiones conocidas con .COM, .EXE o .BAT, que indican programas. Otras extensiones que cuentan con la simpatía del público son: .SCR, .BAS, .TXT, .DOC, etc...
FLOPPY. Dentro del general esfuerzo informático para conseguir una confusión mayor, Floppy significa unas veces un disco (disquete) o su unidad de lectura, o sea, la disquetera.
FORMAT. Por pereza, los fabricantes entregan los disquetes de ordenador, y hasta los discos duros, no del todo preparados para que se puedan escribir sobre ellos los datos informáticos. Por eso, les guste o no, hay que someterlos a un proceso llamado FORMATEO, que se lleva a cabo con el programa FORMAT, que viene con las utilidades de todo sistema operativo que se precie de tal. Naturalmente, si se formatea un disco ya escrito, se pierden todos sus datos, entre grandes lamentos por parte del dueño.
FUENTES. Si se sabe que el ordenador tiene caminos, canales y puertos, en nada sorprenderá comprobar que dispone también de fuentes. La física, suele ser la fuente de alimentación, o transformador dotado de ventilador. La intelectual, o «fuentes», es un conjunto de textos en cualquiera de los lenguajes de programación, tal como están antes de compilarse, o sea, de convertirse en un programa ejecutable donde ya no se pueden leer normalmente las órdenes que componen el programa.
GRÁFICO. Cualquier dibujo hecho con el ordenador o que se ve en su pantalla o impresora. Hay gráficos .PCX, .GIF, .BMP y hasta gráficos de Tarta, para los negocios.
H.D. Disco duro en su versión inglesa: Hard Disc. Lo más que se puede decir de él es que «sí, sí, duro...» Delicadísimo, oigan. La principal fuente de problemas de un ordenador.
HARDWARE. (ver «software») Ordenador, máquina, cacharro. Computador en el área anglófona. Salvo los de juguete, que llevan su procesador Z80, los hay 8088, 8086, 80286, 80386, 80486. Y, entre estos dos últimos (386 y 486) de las clases SX y DX. Mejor, en cualquier caso, aceptarlos como son: seres sin alma pero, en ocasiones, amistosos con el hombre.
HEXADECIMAL. Sistema de numeración en base 16. 9 es 9, pero 10 es A; 11, B; 12, C; 13,D; 14, E; 15, F y, por fin, 16 es 10.
I/O. Input/Output en inglés. Entrada y salida de datos, como la recepción de un hotel.
INFORMÁTICO. Ser humano, habitualmente apartado de la sociedad, que busca la comunicación perfecta con ciertas máquinas eléctricas. Individuo enfangado en la Informática.
INTRO. Tecla que, pulsada tras una línea recién tecleada, sirve para transmitírsela al ordenador. También equivalente a la voz ejecutiva de una orden, como ¡mar! o ¡ar! en el ejército.
IRQ. Abreviatura, un poco traída por los pelos, de Interrupt ReQuest: o sea, los registros de interrupciones de la máquina. No sólo se puede interrumpir a un conferenciante.
KEYBOARD. Forma complicada de referirse al teclado de un ordenador. Úsanla principalmente los vendedores tramposos.
LENGUAJE. Conjunto de palabras clave que sirven para explicar al ordenador lo que tiene que hacer. Hay muchos lenguajes, cada uno con varios dialectos, pero, aún así, los ordenadores acaban enterándose de lo que se espera de ellos. Los más conocidos son BASIC, PASCAL, C, C++, ENSAMBLADOR y los «turbos» de cada uno de ellos. Se dividen en Lenguajes de Alto Nivel (que no quiere decir «cultos») y de bajo nivel, en estructurados o no y, claro, en difíciles y en MUY difíciles.
LPT. Consonantes contenidas, más o menos, en Line PrinTer. Se trata de una salida de datos hacia la impresora, o sea, de un Puerto. Puerto Serie para más detalles.
MEMORIA. Cualquier dispositivo que almacena información. Pero queda advertido de que la memoria de un buen ordenador es superior a la de cualquier elefante bien entrenado.( Ver RAM y ROM)
METER. Proceso de cargar un fichero o programa en la memoria de un ordenador, o sea, transferirlo.
MICROPROCESADOR. Es el chip de silicio (circuito integrado) que reina sobre todos los demás que forman un ordenador. Va instalado en la Mother Board o Placa Base y, como a los cangrejos, se le distingue por un número indeterminado de patillas que hunde, sin contemplaciones, en su zócalo. Los buenos, los INTEL. Existen muchos otros, como los Motorola o los NEC, pero pueden salir traicioneros.
MONITOR. Es la pantalla del ordenador, o sea, el televisor que lleva arriba. Hay monitores B/N, B/W (Blanco y negro, negro y blanco), duales, de fósforo verde o blanco, multifrecuencia, multisincronismo, RGB y, en general, bajo nombres que, cuanto más complicados, más caros resultan. Un ordenador sin monitor sería como un cíclope sin ojo.
NET. NETWORK. Red. Sistema para hacer trabajar conjuntados varios ordenadores. También equivale a los sistemas multipuesto, con un ordenador central y varias terminales. La Red sirve, también, para atrapar a mucho usuario incauto que se la quiere montar solo, con el único auxilio de los manuales.
PASSWORD. Clave de acceso. Palabra secreta o contraseña que se usa para acceder a un BBS o a un sistema (o programa) protegido contra miradas indiscretas.
PC. Personal Computer, que esto no es política. Todos los ordenadores tratados aquí son PC, o sea, personales. Los hay PC a secas, muy antiguos ya; los XT, en vías de extinción, y los AT.
PIRATA. Ciudadano revendedor de programas copiados sin permiso de su dueño legal, que tampoco suele ser su autor.
PIXEL. Abreviatura de Picture Element, es la más pequeña unidad de área que se puede controlar en la pantalla de un ordenador. En una impresora, el mismo pixel se llama DOT. Es un simple punto de luz sobre el que los bizantinos, de conocerlo, acabarían discutiendo, seguramente ansiosos por saber cuantos miles de ángeles caben en él.
POKEAR. Verbo transitivo que refleja la acción de colocar directamente en la memoria del ordenador unos datos que, normalmente, modifican el comportamiento del programa que está cargado en ella. Esos datos así metidos se llaman POKES. En cualquier caso, Pokear no es jugar al póker con la máquina.
PROGRAMADOR. Ser humano capaz de expresarse, aunque con dificultad, en el lenguaje de los ordenador y conseguir que éstos obedezcan ciegamente sus órdenes.
PROTOCOLO. ¿Quién presidiría un banquete? ¿El XT, el AT o la impresora láser? A estas alturas no se puede extrañar de que los ordenadores TAMBIÉN tengan protocolos, normalmente unos programas que ayudan a la transmisión y recepción de datos. Algunos de los más conocidos en comunicaciones reciben nombres tan curiosos como Xmodem, Ymodem y Zmodem.
PUERTO. Canal, normalmente conectado a un cable, a través del que el ordenador recibe o envía datos desde o hacia un dispositivo externo. Hay puertos Serie y Paralelo. Ya ha visto que, en informática, por llevar la contraria, los puertos son canales y, para que no falte nada, también hay caminos, llamados PATHS, que se usan para localizar un fichero o programa dentro de un disco.
RAM. Abreviatura americana de Random Acces Memory, o sea, de memoria de acceso aleatorio: lo que haya en ella, mayormente programas, se borra al apagarse el ordenador. La Ram sabe jugar muy buenas pasadas al informático inocente.
RATÓN/MOUSE. No le sorprenda que el ordenador, que tiene puertos, canales, caminos y fuentes, también pueda tener ratones, aunque en este caso un ratón es un pequeño teclado móvil que controla una flecha que se ve en la pantalla: llevando la flecha a cualquier opción del programa y apretando una tecla, la seleccionamos.
RESOLUCIÓN. Cantidad de detalles (por pulgada, habitualmente) que un dispositivo es capaz de crear en una imagen. Así, se suele hablar de la resolución de pantallas e impresoras. En pantalla, la resolución se mide en Pixels y, en la impresora, en DPI, o sea, en «dots per inch».
RESTORE/RESTAURAR. Restaurar, en informática, es volver a la situación anterior. Cuando se usa cerca de «backup», significa volver a meter en el disco duro las copias de seguridad que se hubieran sacado en un momento u otro.. Restore es el nombre del programa del MS-DOS destinado a llevar a cabo esta benéfica misión.
ROM. Abreviatura de Read Only Memory, memoria de sólo lectura. Sus contenidos son fijos y no pueden ser cambiados por el ordenador. El Electrónico, llevado por su entusiasmo, a veces la llama "pastilla". Es fama que muchos ordenadores IBM llevan en ROM el Basic o el Sistema Operativo.
RS-232. Especificación estándar para el intercambio de la información mediante un puerto serie. ¿Está claro, no?
SALIDA. Es lo que el ordenador dice o transmite: lo hace a través de la pantalla, de la impresora, del disco o del modem. Hay, claro, otras salidas, como a vídeo compuesto. Como en el caso de los hombres, no siempre es coherente lo que la máquina dice.
SCAN. Uno de los grandes amigos del informático que observa que su ordenador empieza a hacer cosas raras y a seguir comportamientos erráticos. El programa SCAN, «escanea», o sea, mira, cada uno de los ficheros de un disco y señala qué clase de virus lo ha infectado.
SCANNER. Curioso aparato de tamaño y precio variables que sirve pare meter en el ordenador, en forma de fichero, textos y dibujos tomados de libros, revistas o postales. Una vez en poder del microprocesador, tales textos y dibujos pueden ser incorporados a otros programas, reducidos, ampliados y, en general, sometidos a cuantas vejaciones se le ocurran al informático. Este proceso suele llamarse «digitalización».
SETUP. Muchos ordenadores llevan, grabado en Rom, un Setup, un pequeño programa que sirve para cambiar la configuración de la máquina. Allí se le dice, por ejemplo, cuantas disqueteras y discos duros tiene, o si va a usar memoria extendida o expandida.
SOFTWARE. Soft. Programa. Conjunto de órdenes grabadas que, introducidas en un ordenador, provocan en éste reacciones, generalmente inesperadas pero muy útiles para perder el tiempo. Utilízase como complemento de Hardware, que es la máquina en sí, o sea, el citado ordenador. Sin «soft» el ordenador sirve para lo mismo que un florero, pero haciendo más bulto.
STREAMER. Aparatejo que, dotado de cintas como los magnetófonos, sirve para hacer «backups» y para restaurarlos. En estos duros tiempos de virus, quien no tiene un «streamer» se juega el cuello.
TARJETAS. Practicamente es todo lo que va en el interior del ordenador, menos la Mother Board o Placa. Tienen costumbre de aflojarse y dejar de funcionar cuando más falta hacen. No se admire pero, por ejemplo, un Modem interno ES una tarjeta; hay discos duros que TAMBIÉN son una tarjeta... De todas formas, las más mencionadas son las tarjetas gráficas, entre las que destacan las Hércules, las CGA, las EGA y las VGA.
TRATAMIENTO DE TEXTO. Es un programa que, fundamentalmente, sirve para escribir. Los más modernos permiten también dibujar, incluir gráficos digitalizados con un «scanner», hacer cajas y columnas y, lo que es más, corregir automáticamente las erratas y las faltas de ortografía: el sueño de los analfabetos. Algunos incluso llevan un diccionario de sinónimos, llamado habitualmente THESAURUS.
TURBO. ¿Para qué complicarnos? Además de sinónimo de «rápido», es el botoncito que, si se pulsa, sirve para acelerar la velocidad de un ordenador. Como en los coches, pero en MegaHertzios..
UNIDAD. En realidad, Unidades Lógicas. La unidad, en ordenadores, rara vez es una. Se las numera de la A a la Z con sólo ponerles dos puntos, «:», detrás. Tradicionalmente la A: y la B: corresponden a disqueteras y la C: al disco duro que, por motivos de trabajo, puede estar dividido en varias: C:, D:, E:, etc... Puede haber, además, unidades volátiles establecidas en la RAM, llamadas discos RAM, a los que también se les asigna una mayúscula para que no haya envidias: la D: suele ser la más a propósito.
Y eso es todo, amigos.
Laus Deo