Introducción
Decía Ismael Medina en un lejano artículo, citando a Jacques Bergier, que «sólo las armas parapsicológicas pueden lograr el triunfo de una guerrilla urbana a condición de que el poder instalado no sea el primero en utilizarlas, ya que también pueden convertirse en un instrumento de represión.»
En España tenemos un poder que ejerce en los dos bandos posibles: en el Gobierno y en la Revolución, alternando las acciones legislativas con las revolucionarias, y aspirando, desde el mismo momento de su instauración, no a cambiar la sociedad española (mejorándola, engrandeciéndola, culturizándola, instruyéndola y enriqueciéndola), sino a SUPLANTARLA, a hacer otra nación, todavía con el nombre de España pero sin su cultura, sin su carácter histórico. Sin sus tradiciones y sin su religión.
El poder es, desde el 76 y más desde el 82, el principal factor de la revolución en España y, convencido de que hoy no es posible hacerla de un día para otro con las masas en la calle, se ha embarcado en un proyecto a largo plazo para suplantar a España por otra cosa. En el mundo actual, donde las masas están descubriendo de nuevo el individualismo, egoísta sin duda, es imposible usarlas como fuerza de choque según los cánones de la Revolución de Octubre rusa, pero Sí es posible desarraigarlas, como hacían los asirios cambiando a pueblos enteros de territorios, cambiando hoy a pueblos enteros de cultura, en cuyo caso, perdidos sus marcos de referencia, son pueblos sin personalidad y sin capacidad de reacción.
Nueva definición
En política, los españoles tendemos a darle un elevado valor intelectual y moral: desde la libre representación del pueblo a la consecución del bien común, pasando por creer que es el arte de lo posible. Pero esto ya no es así, puesto que la política práctica hoy al uso en España es solamente un método para manipular mejor la opinión de de los ciudadanos
Si el éxito o el fracaso político depende del número de votos, es lógico que el fundamental objetivo de la política sea, precisamente, ganar esos votos por cualquier medio. Y los medios de manipulación social están hoy muy perfeccionados, de manera que la «Libertad Del Voto» queda absolutamente condicionada por el dinero y por los técnicos que cada partido pueda invertir en publicidad, y por la existencia de una rígida oferta que convierte la elección en una aceptación inapelable de la voluntad del partido elegido.
Situación
Los momentos históricos de gran pujanza comercial se han traducido en el nacimiento de ideas imperiales. El nuestro, que pasa por ser el de mayor riqueza de la humanidad, es justo que provoque también el mayor intento imperial.
La aparición de nuevas técnicas comerciales tenía, por fuerza, que ir acompañada de nuevas técnicas políticas. El Multinacionalismo económico se traduce en el Internacionalismo político por el que varias compañías ideológicas se reparten o se disputan un mercado electoral y el poder que éste confiere. Esta es, pues, la nueva definición de NACIÓN que usan nuestros poderosos: un mercado político que, una vez dominado, se traduce automáticamente en un mercado económico colonizado según los intereses de la Internacional vencedora.
Invasión
La supuesta homologación a través de las instituciones democráticas equivale a imponer un mismo método de control social a todas las naciones, y a veces olvidamos lo que se ha llevada a cabo con la homologación de los partidos: los presentes en nuestra vida política parlamentaria son internacionales también y mantienen, en todas las naciones de SU influencia, semejantes programas y las mismas ideologías. Esto quiere decir que todos ellos —instituciones y partidos— hacen caso omiso de los rasgos diferenciales de cada cultura nacional, y de las raíces históricas de su patriotismo que, sin embargo, existen.
Patriotismo
He aquí por qué el patriotismo, cualquier patriotismo, es, por sí solo, enemigo de los sistemas llamados, con cinismo, «democráticos». El Patriotismo, que sabe que cada nación es ella misma y no otra, no es homologable ni intercambiable. Los sentimientos patrióticos, la diferente versión del mundo y de los acontecimientos propia de cada cultura, entra siempre en conflicto con la versión democrática y homologada de los mismos hechos, de lo que es la sociedad universal y de lo que significa la trascendencia del hombre, que sólo puede llevarse cabo desde el hombre y su orden de valores, es decir desde el hombre con su cultura propia.
Obstáculo
El obstáculo fundamental para que este moderno imperialismo pueda seguir adelante es siempre el peligro de que el pueblo, «homologado» políticamente, descubra que la tal homologación es una Invasión y, también, un despojo del patrimonio colectivo. Para que esto no suceda así, se ha puesto en marcha la guerra psicológica, que ataca sobre dos objetivos distintos: contra el hombre como persona, el hombre en su intimidad, y contra el hombre como ser que vive en sociedad; aislando al uno del otro y dificultando la comunicación del hombre consigo mismo y del hombre con los demás.
Contra el hombre
El método de empleo del arma psicológica consiste en emitir mensajes no razonados, y cargarlos de valores emotivos. Primero emocionar y luego, actuando sobre esta emoción, persuadir de forma directa y elemental.
Así pues, el arma psicológica emplea contra el individuo todo lo que es capaz de excitar emociones básicas: La música, convertida en ritmo, cadencia y multitud; la mujer, convertida en sexo; la territorialidad, convertida en impulso de agresión o en delincuencia; la misma envidia, bajo el pretexto de la igualdad; las variadas formas del arte y los antiguos mitos reciclados, que encuentran fuertes ecos en los posos culturales o en el inconsciente colectivo.
La corrupción tiene que ver en todo este proceso. Corromper es siempre negar y mentir; elegir el uso fácil, la linea de menor resistencia. La sobrestimulación a que es sometida nuestra sociedad —especialmente la urbana— inmersa en ruidos, aglomeraciones, músicas e informaciones permanentes, priva al individuo del necesario tiempo de reflexión; diferencia excesivamente los variados roles que debe desempeñar y obligan, por mímesis, a dedicar el tiempo libre a otra sobrestimulación añadida que viene identificándose como diversión.
La sociedad, que antes planteaba la alternativa del ocio y del nec-ocio, ha trasformado estos valores en trabajo y diversión, y diversión es, precisamente salir de uno, ocupar fuera de uno el tiempo libre; alienarse, como dicen los marxistas, y alienarse con diversiones cargadas de una fuerte emotividad, como lo deportivo, lo musical, el baile frenético o el espectáculo extravagante, tantas veces provocador y libidinoso
En todos los casos, excitar las emociones del hombre tiene como consecuencia disminuir sus facultades críticas. En un fuerte estado emocional cualquier cosa se acepta o se rechaza de manera elemental, dando a lo emotivo una capacidad de juicio que no posee. El hombre, así tratado, prescinde en muchas ocasiones de comunicarse consigo y accede al aburrimiento y al miedo del aburrimiento, que no es otra cosa que descubrir parte del vacío interior, parte de la inutilidad de una vida destinada a vivirla "por fuera" de la persona.
Contra la comunicación
Del mismo modo que el arma psicológica intenta evitar el contacto del hombre consigo, favoreciendo las «imágenes o disfraces», también dificulta conscientemente el contacto del hombre con los demás, las relaciones naturales de unos con otros, interviniendo sobre los ámbitos en que se desarrollan: familia-escuela-grupo (socialización); municipio-vecindario (con la información), y trabajo.
Elementos para esta ruptura o interferencia entre las relaciones de unos con otros son los partidos como organización polivalente en municipios y trabajo; la información como escaparate a un mundo distinto que debe ser imitado, un mundo homologado que, sobre todo en la familia, la escuela y el grupo, es la presentación masiva de una cultura foránea con otra concepción del hombre y de su destino.
Madrastra cultural
Si el arma psicológica se usa (como en otros tiempos la deportación masiva) para desenraizar a un pueblo, suplantando su cultura por otra distinta, susceptible de generar un orden social —imperio universal— distinto, es evidente que la «Nueva Cultura», o pseudo-cultura, debe de existir como modelo, como menú de hábitos, comportamientos y mitos.
Y existe: nace como proyecto de las logias francesas e inglesas directamente responsables de las revoluciones con que se inicia la Edad Contemporánea. Es una cultura artificial, hecha por intelectuales a partir de ciertos tics luteranos y ciertas bases hebraicas. Aspira, desde el primer momento, a la igualdad, a la igualación del mundo bajo ciertos supuestos intelectuales, y a la creación de una sola sociedad mundial. De esa matriz nacen liberalismos y socialismos, el mito de la Libertad, el método del sufragio universal, la idea del hombre producto de una evolución, y la utopía de que esa evolución puede dirigirse o detenerse y concretarse en una sociedad perfecta.
Esta Madrastra Cultural de todas las naciones gobernadas por un régimen democrático, hace su primera experiencia política en Estados Unidos, nación de emigrantes y desarraigados en que las diferentes culturas europeas se mezclan con los nuevos mitos, hasta crear a un hombre con una menor idea de trascendencia y con un concepto económico, el triunfo, de su paso por la tierra.
Sociedad
Nacen así sociedades hermafroditas, creaciones sin tradición, que se organizan sólo en función de necesidades y de satisfacciones, y que, políticamente, generan entes administrativos, estados más o menos burocráticos que organizan desde arriba a la sociedad en lugar de conformarse ellos en función de ésta. Son los estados unidos de todo el mundo: USA, Méjico, Brasil, Rusia, Unión Europea... tras ellos está siempre la misma idea imperial de dominio universal, el mismo método de desarraigar al hombre (cosa fácil en territorios poblados por la emigración), y la consecuencia de convertir la riqueza en una propiedad anónima, de la que puede ser titular el Estado (URSS), o la S.A. (Mundo Occidental)
España
Las naciones antiguas, que devinieron, a la vez, culturas universales, como España, con un rico mundo de arquetipos, mitos, tradiciones y costumbres, son un verdadero obstáculo para la homologación con esas otras sociedades de aluvión, de vocación imperial universal. No es tan fácil desarraigar a los que han nacido en una cultura antigua y llevan siglos ateniéndose a ella para lo bueno y para lo malo, precisamente porque las culturas naturales, hechas por el tiempo y la historia compartida, no son lógicas: son humanas y participan de una clase de vida intelectual al ser la base de comunicación —más allá del idioma—, un conjunto de supuestos, por todos conocidos, que no hace falta explicar, pero que funcionan conformando el comportamiento y las aspiraciones de los hombres.
España ha sufrido, desde el siglo XVIII, sucesivos intentos de homologación a través de la Madrastra Cultural. Todos, con mayor o menor esfuerzo, fueron rechazados. Italia —una nación que suelen suponer semejante a la nuestra— no corrió semejante suerte. El conjunto de Ciudades Estado y de reinos en manos extranjeras que fue Italia hasta el siglo pasado, quedó unificado no como consecuencia de un proceso histórico, sino como decisión de la misma cultura nacida para los Estados Unidos y para la Revolución Francesa: Garibaldi no era otra cosa que un agente de la Cultura Artificial, la de la «Liberté, Egalité y Fraternité», y creó, manu militari, los Estados Unidos de Italia. Nunca llegó a suceder esto en España.
El penúltimo intento data de fechas anteriores a 1931, y, aunque fuera dirigido en su etapa final por el marxismo, su concepto de libertad y de hombre fue hijo, también, de la Revolución Francesa y de la Americana, también madres de todos los socialismos libertarios o marxistas del siglo XIX. La diferencia básica estriba en que la democracia liberal quiere dar el poder a la burguesía económica, mientras que la Democracia Popular, un paso más allá, pretendió dárselo a la plebe: en ambos casos se trata del mito de la libertad, de la redivisión de la sociedad en clases económicas y de un grupo, siempre burgués, empeñado en conquistar el mundo.
Método
El método directo, la instauración de un poder homologado que, desde arriba, crea la nueva sociedad destinada a suplantar a la verdadera, en España fracasó siempre por la resistencia que ofreció en todo momento nuestra cultura viva, tal vez decadente, pero sólidamente asentada en unos valores y en una concepción del hombre absolutamente distintos a los de importación.
Se emplea hoy, aprendiendo de los fracasos, un método mixto. Por un lado la vida política ha quedado «homologada» igual casi que en el 31: instituciones, partidos de obediencia internacional y lucha de clases económicas. Por el otro, como es imposible modificar una sociedad desde arriba, y es mucho más probable que la sociedad acabe por modificar al poder {1936 y sucesivos), la actual invasión se ha lanzado a la destrucción de la cultura española, a su negación, a su corrupción, mediante lo que aquí se viene llamando el arma psicológica.
Mientras se consolida la revolución política tratando de hacerla irreversible, se lanza una ofensiva cultural de altos vuelos para deshispanizar nuestra sociedad, erradicar la memoria de nuestras juventudes, y se usa una tabla de valores equívocos, una doble nomenclatura que nos arranque de nuestros orígenes.
Suplantación
Para poder suplantar a España por otra cosa, es evidente que hay que recrearla a partir de los estadios anteriores a su consolidación como Patria. Un simple cambio de Estado, al funcionar sobre una sociedad que no lo ha hecho y que no encuentra en él su representación, es siempre un cambio temporal al que sigue, antes o después, el fracaso.
Por lo tanto el arma psicológica persigue, también, la «Consolidación de la Democracia» en España. Sin una suplantación cultural, sin un retroceso en el tiempo, sin una profunda modificación de la sociedad, tal consolidación es imposible. Esto implica que el plan que se está llevando a cabo ha de moverse en las siguientes coordenadas:
1. Autonomías como ruptura de la unidad cultural española (se sobrentiende que la unidad política de la democracia no se dejará romper)
2. Aislamiento cultural de cada autonomía y proceso de ensimismamiento, más o menos folklórico y diferencial.
3. Degeneración Cultural y empobrecimiento que se sigue de esta situación anterior, con la facilidad que ello supone para incorporar elementos culturales artificiales, importados.
4. Creación de una cultura de aluvión, tipo Estados Unidos, por la superposición de las pseudoculturas regionales, y la importación de otras inmiscibles, como el Islam.
5. Suplantación definitiva, bajo nombre distinto, como será la Unión Europea. Es evidente que sólo así se desarraigará la general cultura española y se podrá proceder a la lenta creación de una nueva PseudoPatria, no muy diferente de las demás naciones-provincia ocupadas por la Democracia Internacional.
Este esquema se nos viene aplicando. Quizá sus gestores españoles no alcanzan a conocer el objetivo final; quizá sí. Pero es evidente que estamos completando ya el aislamiento cultural de las regiones y, en algunas, avanzando por la tercera fase: la de empobrecimiento y degeneración cultural, como terreno propicio para la aceptación de la importada, la Cultura Democrática Universal, o sea, la idea imperial que en estos momentos mueve a todos los poderosos.
Terrorismo
El terrorismo ha sido una arma fundamental en este proceso de suplantación de España en el que llevamos once años andando, o quizá bastantes más. El terrorismo forzó la implantación de las Autonomías. El terrorismo aparece siempre como aliado y cómplice de la ruptura lingüística y cultural. El terrorismo, en suma, al provocar un grave aislamiento, provoca otro más grave aislamiento informativo.
Esta misión del terrorismo —sin olvidar su odio visceral a la España histórica verdadera— ha sido muy poco estudiada y casi siempre ignorada. Sin embargo, sus auténticos resultados serán culturales y de ellos se derivará la consolidación del Estado Democrático y de una nueva unidad política en la que ya no existirá España, con sus raíces, tal como la venimos conociendo desde hace más de ochocientos años.
El refuerzo de las diferencias idiomáticas, su enseñanza obligatoria y, en varios casos, la enseñanza exclusiva en idiomas distintos del español, son otras medidas destinadas tanto al aislamiento cultural como al empobrecimiento.
Terrorismo intelectual
Paralelamente a este fraccionamiento de la cultura, el mundo intelectual se ve invadido por el Poder Democrático y por las tesis de ese Poder. Se trata de promocionar ese folklore democrático siempre servido por términos equívocos y por un doble lenguaje que hace posible cualquier versión e interpretación de la realidad social y de la metafísica,
Esto se lleva a cabo promocionando absolutamente a quienes defienden y extienden los «nuevos valores» y, también, a los que critican y destruyen los viejos, basándose en el mito más que en la razón. Lo que no es democrático es bárbaro —ese es el mensaje—; es antiguo; es ilógico; es fascista; es...cualquier cosa a la que se pueda cargar de connotaciones negativas.
No es que todos los intelectuales se presten a esta subversión; es que, quienes no lo hacen, dejan da serlo; dejan de existir. Semejante proceso alcanza a la Historia, a la literatura y a la poesía. Por otro se satura el mercado con obras extranjeras sobre los mismos postulados, y también por la ciencia-ficción, gran herramienta que siempre presenta un futuro planeta bajo un solo gobierno, y hasta La Tierra, considerada como una confederación de estados, cabeza de un único gobierno imperial galáctico, Que esto suceda en un noventa por cien de obras de S.F (que personalmente me divierten muchísimo) no es una casualidad.
En el arte se tiende a la substitución de los valores estéticos, a la sobrevaloración de la emoción —no como estética, sino como «provocación», como «sorpresa» o como cualquier otra sandez—. Se habla, mucho, sí, de moderación, pero nada hay tan inmoderado como un intelectual que condena todo lo que no se ajusta a la «Liberté, Egalité y Fraternité», con sufragio universal y derechos humanos incorporados salvo cuando se trata de países comunistas —nota bene—, o de un artista que hace profesión del feísmo y lo justifica como modernidad
Fanatismo
La gran paradoja de nuestro tiempo español es ver una y otra vez como la Democracia, la moderación, la libertad, los derechos humanos Y otros grandes mitos son servidos con fanatismo. Ha quedado prohibido, de hecho, lo que no es o no dice ser democrático. Los partidos democráticos, sin embargo, no se rigen por ninguna democracia interior y dependen absolutamente de sus internacionales. En nombre de la democracia lo mismo se renuncia a luchar contra el terrorismo que se subordina el poder Judicial al Ejecutivo,
Todo es válido, por estúpida que sea su formulación, si se le añade la salsa de lo democrático y si se hace por la libertad que, claro está, sólo existe cuando hay una democracia homologada Y decimonónica gobernada por una de las Cinco Grandes Multinacionales de la política.
Todo ello sería chusco Y episódico si no existiera ese proceso de cinco etapas que antes se ha denunciado. Todo se desmoronaría si no se actuara también sobre la cultura española unitaria y si, además, todos los españoles estuviéramos perfectamente informados de por qué se toma cada medida y de adónde conduce cada paso que se da. La Democracia Avanzada del preámbulo constitucional no es otra cosa que la Democracia Internacional, el nuevo proyecto imperial en el que, la gente de los Estados Unidos son las primeras víctimas más que estrictos promotores.
La mentira
La mentira es un valor en alza en cualquier democracia donde toda apariencia de legalidad viene respaldada por un número de votos. Si los votos pueden cambiar el poder, es lógico que la información, toda ella, tienda a evitar que un gran número de ciudadanos estén verdaderamente informados de lo que es en realidad el Sistema, de lo que hace y de por qué lo hace.
¿Cómo recibiría España una información detallada y exhaustiva sobre el dinero que se destina a financiar revoluciones y revolucionarios extranjeros? ¿Cómo encajaría el electorado una explicación de lo que es la política multinacional? Acaso aceptaríamos todos el conocimiento del poco control que ya ejerce España —la Soberanía Nacional— sobre su economía y su política exterior? ¿Qué provocaría la divulgación de esta otra serie de objetivos culturales —empobrecimiento, aislamiento cultural, suplantación...— que viene cubriendo el terrorismo; quizá por ello no combatido con la exigida contundencia?
Gobernar es mentir. Hacer política es mentir, manipular, disimular y, cuando esto es práctica común y aceptada, resulta imposible hablar de libertad porque también es imposible elegir con un juicio bien formado
Folklore democrático
A medida que la capacidad crítica de nuestro pueblo va quedando eliminada por el uso masivo de la mentira, se nos van introduciendo una serie de fórmulas, de cáscaras de ideas, destinadas a cambiar nuestra forma de interpretar el mundo, que es, en suma, la base de toda cultura.
Ya se dijo que se atacaba a la familia, pero no sólo por odio hacia ella o hacia el sacramento del matrimonio, sino por necesidad política de interferir en los primeros mecanismos de integración del niño en su cultura. Una familia que no cumple su misión socializadora es el gran paso para obtener una generación sin raíces, susceptible de ser educada en esa ya definitiva Cultura Artificial Democrática
Para ello se ha organizado ya la revolución sexual, formidable ofensiva contra la mujer, que es el elemento social que fija al hombre a su tierra, cría a los hijos y estabiliza la vida íntima de la pareja. La mujer está siendo cosificada con saña, explotada en su doble condición de mujer y de persona.
En nombre de la igualdad Democrática, se la lleva a aceptar y desempeñar roles masculinos en el trabajo, con lo que se fuerza el abandono de su misión de centro del hogar y máxima protagonista de la vida afectiva del marido y de los hijos. Parece demencial insistir en la igualdad el hombre y de la mujer (salvo en lo legal) cuando tan evidentes son las diferencias psicológicas y físicas. Sin embargo lo difícil, lo arriesgado hoy, tras el tratamiento cultural democrático, es atreverse a ver tales diferencias y señalarlas advirtiendo que vivir como hombre o vivir como mujer, tienen obligaciones comunes y obligaciones específicas distintas
Normalmente los matrimonios donde la mujer trabaja fuera de casa son menos estables y corren más peligro de ruptura. ¿Por qué? Ni la mujer —ni nadie— puede hacer tan excesivos y contradictorios roles sociales: madre, obrero, ama de casa, competidor, amante... Algo tiene que dejar sin ejecutar. Por eso se insiste en que se hace cada día más difícil llevar una vida normal y feliz si se es mujer y en que, también, se hace cada día más difícil formar familias estables en tanto la mujer se concibe como un producto de consumo, como elemento sexual, como placer o, simplemente, como compañera temporal. En todos los casos los hijos de familias así, en las que la mujer tiene menos tiempo que dedicar al hogar o en que este hogar no existe, son personas más desajustadas, es decir menos adaptadas a su sociedad y menos al tanto de la cultura y de las tradiciones que heredan junto con los cromosomas,
La «cultura del desnudo», la droga, el rock, el aborto, los anticonceptivos masivos, son otros tantos ataques a ese íntimo espacio natural sobre el que se sostiene un pueblo y su futuro: la familia. Si este ataque se combina con una educación sobre bases sociales erróneas, falla el entero mecanismo de integración en la sociedad y se consigue uno de los principales éxitos del arma psicológica: generaciones sin raíces que no saben de dónde vienen y que, por lo tanto, pueden ir a cualquier parte.
Educación
Enseñar a creer, aunque sea en cosas falsas, es tarea difícil, de mucho esfuerzo y de resultados no garantizados. El esfuerzo que se hizo en tiempos de Franco —participé mínimamente en él— para enseñar a todos los alumnos españoles lo que era y lo que solucionaba la Democracia Orgánica, a la vista está que fue baldío y que no consiguió ni perpetuar el régimen ni, siquiera, que la población llegara a comprender las auténticas razones —más allá de la victoria del 39— por las que nos convenía prosperar en el desarrollo de la representación orgánica de la sociedad.
Es mucho más fácil y económico enseñar a no creer. Presentar lo actual como inevitable; disfrazar la democracia de ecumenismo y cargar a la historia todas las responsabilidades presentes. Crear confusión, para acrecer con ella una mayor debilidad en la capacidad crítica de los individuos.
Así, por paz se entiende pacifismo; por Patria, pueblo; por Justicia, igualdad; por Libertad, sufragio; por Democracia, partidos; por Liberación, internacionalismo, y, sucesivamente, usando lo pequeño contra lo grande, restando significación a los conceptos, poniendo lo particular contra lo general
Insistencia
Se nota que los responsables del arma psicológica creen irremisiblemente en que lo repetido es cierto. Radio Nacional, más las emisoras privadas, y Televisión con los canales de todo tipo, están al Servicio de la repetición, del feísmo y, en general, del aburrimiento y de la desinformación. Sustituyen la verdad por la verdad conveniente, y la información por la opinión sobre la noticia. «Les vamos a contar las noticias», dicen en los telediarios.
Esta insistencia cansa pero, también, aísla a quien no piensa «como se debe pensar». El supuesto disidente se considera único y desintegrado, lo que, normalmente, le lleva a no tomar medidas para luchar contra lo que no acepta.
Esta solo contra el tópico de la Libertad y de la Democracia, y é1 mismo acaba dudando de sus juicios, acaba dudando de la firmeza de su criterio frente a la dictadura informativa que, en televisión, se está haciendo total, convirtiendo cualquier periodismo en publicidad política.
Estructura y canales
Como los mitos democráticos no pertenecen a nuestra forma de ver las cosas, que es menos relativista, ni a nuestro acervo cultural ni a nuestros arquetipos, se tienen que sembrar a la vez que se posibilita el aislamiento cultural de las regiones. Esto se hace apoyándolos en pretextos que sí puedan ser bien entendidos por pertenecer a nuestra cultura común. Generalmente estos pretextos o plataformas para el mito democrático son el Catolicismo y el Hombre.
La reconciliación, la moderación, el pacifismo y los derechos humanos se explican «colgados» de conceptos católicos, incluso con referencias directas a Los Evangelios. Es más fácil integrarlos si se presentan en un marco de referencia ya conocido.
La Justicia —lo que se entiende hoy por ella: igualdad—, la Libertad, la Democracia, el ecologismo, la familia nuclear, se dan "colgadas" del Hombre, es decir que se presentan como necesidades básicas para que el hombre sea, por ejemplo, feliz, que se "realice". Hay que añadir que la Cultura Artificial Democrática tiende a no distinguir «hombre» de "naturaleza" y, aún más, a "naturalizar" al hombre como un elemento entre otros de la creación, como producto de evolución, como un ser más entre los seres, mientras que nuestra cultura cree en la trascendencia de ese hombre y en su esencial diferencia con el resto de lo creado: el hombre tiene alma.
Pero estos conceptos que hoy escuchamos a diario y que no han nacido entre nosotros, —son, en su mayoría, del siglo XIX— se distribuyen al público como el maná. Existe una organización para su extensión, cuya dirección podemos suponer extranjera porque extranjera es también la dirección de las Multinacionales Políticas que hoy controlan a la totalidad de nuestros supuestos representantes democráticos.
Existe, también, una coordinación nacional. Es precisa una buena organización para seguir el calendario internacional de campañas, movidas y jolgorios, preparándolos con meses de anticipación: lo atómico, por ejemplo, en enero; lo pacifista, en febrero; lo ecologista, en marzo, y así sucesivamente. La distribución lenta, por goteo, de la Cultura Artificial se hace por el doble circuito de los partidos y de los Medios de Comunicación
Suplantar a una sociedad con raíces no es cambiarla. Cambiar —a mejor o a peor— tiene varios límites por arriba y por abajo, que vienen dados por el carácter colectivo de esa sociedad. Suplantarla exige, primero, añadir a cada concepto básico su contrario, para confundir la significación y, después, generar una nueva escala de valores, presentando los antiguos como ineficaces para la vida en presente
Los centros encargados de semejante tarea deben, en primer lugar, procurar que se desconozca lo más posible la cultura por ellos condenada a muerte, y que los hombres formados en una nación desconozcan el carácter de sus tradiciones y de su cultura, la historia de esa nación con sus virtudes y con sus defectos. En ello estamos
Pero esos centros también parten del inconveniente de no conocer con exactitud ni la cultura española —la equiparan con una cierta latinidad, a la italiana—, ni el código de valores colectivos españoles. Su eficacia, entonces, es relativa y su debilidad consiste en que tal proyecto de suplantación debe ser en sí mismo secreto para poder funcionar, de manera que, si se detectan sus orígenes (trilateral, Internacionales), sus coordinadores (Logias y Multinacionales) y sus medios (partidos e información periodística), es posible interferir el proyecto e incluso hacerlo fracasar con el uso de un mayor conocimiento del terreno donde se desarrolla la lucha (España y su comportamiento histórico), y con la pérdida del secreto con que se manejan tales proyectos.
Defensa
A veces no basta con negar razonable y lógicamente los falsos valores que se están convirtiendo en habitual moneda de cambio. A un joven se le puede demostrar el perjuicio que causa en la sociedad la llamada libertad sexual, o sea la promiscuidad, pero eso no le moverá a dejar de practicarla. Otra cosa es preguntarte si desea para Sí a una mujer casi pública
Contra la guerra psicológica, además de la razón, hay que usar la emotividad, hay que emparejar a cada concepto falso otro auténtico con más fuerza emotiva, dando un mensaje corto, fácil de entender y unívoco. Hablar de lo que se siente con preferencia de lo que se piensa, y usar como vehículo el arquetipo español más próximo a la idea que se pretende revitalizar o rescatar.
Interferencia
Si el proyecto es romper la comunicación del hombre consigo y del hombre con sus raíces, para suplantar a España por otra cosa (como la C. Europea) y proceder a la creación de una nación distinta y nueva, que pueda ser parte de ese proyectado e imperial Estado Mundial (gobernado por intereses económicos), parece que lo fundamental ha de ser restablecer la comunicación del hombre consigo, con los demás y con su cultura.
Se puede interferir, casi mecánicamente, el mensaje alienador: informar, como aquí se hace, del proyecto del arma psicológica; señalar los riesgos, los métodos, e incluso intervenir en ciertos medios —prensa y radio sobre todo— pasando esta clase de información y evitando que el proyecto siga en secreto. Se crea o no, una de las capacidades curativas del psicoanálisis consistía en conseguir que el enfermo supiera qué le pasaba. No podemos seguir haciendo verdad la máxima de Ortega: «No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa.»
También se pueden crear estados de opinión claves para volver impenetrable nuestra sociedad: «la información oficial, sobre todo la información política, es falsa siempre; se trata de publicidad». La gente está, en su mayoría, dispuesta a creer que se la pretende engañar, pero no a creer que se la ha engañado ya, de manera que un mensaje anterior, referido a la tele sobre todo, puede penetrar con facilidad si no implica aceptarse como tonto. ¿Qué van a decir los políticos que lo hacen mal? ¿Confesar? Se hacen el artículo para las próximas elecciones.
En esta misma línea de interferencia se puede insistir en el carácter extranjero de todos los partidos políticos; en la verdadera invasión multinacional; en que el Parlamento está dominado por la Política Internacional; en la escasa militancia con que cuentan los partidos. Pero toda interferencia, útil siempre, juega con la desventaja de ir detrás, a la zaga; de ser remedio más que proyecto; de necesitar una acción previa para aportar su correspondiente reacción.
Por ello hay que ir también a la base del arma psicológica: si un pueblo se queda sin raíces es, sobre todo, porque se desconoce a sí mismo. Lo urgente, pues, es explicar España a los Españoles; volver a levantar el prestigio y el orgullo de nuestros arquetipos (Donjuanes, quijotes, Cides, Panzas, más papistas que el Papa, Crespos...) y estudiar y difundir seriamente el Carácter histórico Español.
Si conseguimos saber quiénes Y cómo somos, la fundamental batalla estaría ganada y, encima, podríamos prevenir otros ataques semejantes. El consejo clásico de conocerse a uno mismo (gnóthi seautón) es fundamental para los pueblos que aspiran a volver a actuar históricamente. Como los hombres, los pueblos que no saben qué son tampoco saben cómo actuar ni qué destino escoger: el conocimiento de uno mismo, de sus defectos Y de sus virtudes, es la mejor coraza.
¿Carácter español?
Cada hombre tiene su carácter, el andamiaje sobre el que reposa su personalidad; su forma de ponerse ante la realidad y de actuar sobre ella. Pero también cada hombre dispone de su carácter colectivo, el aprendido, el que se le ha dado con la socialización, con la integración forzosa en el marco cultural en que ha nacido. Ese carácter común a todos, que es vehículo de comunicación y de comprensión usado entre todos los españoles, configura una personalidad colectiva aprendida, de la que participamos todos y que, por desgracia, permanece desconocida, ignorada u olvidada para la mayoría. Nótese que no hablamos del «alma del pueblo», ideal de los nacionalismos y separatismos, sino de códigos y costumbres aprendidas con la socialización.
En este aspecto, en la medida en que un español desconoce su forma colectiva de actuar y de reaccionar, estamos alienados los españoles: esta es una de las causas de los dos siglos de tumbos políticos, de Estados Experimentales y de fracasos. Nuestros gobernantes nos han tratado como a franceses, como a norteamericanos, como a rusos o como a italianos, pero en muy pocas ocasiones como lo que somos: españoles con nuestra propia cosmología y propia escala de valores.
Si se usa la fórmula de La Senne para definir los caracteres por su mayor o menor emotividad, actividad o primariedad, el Carácter Colectivo Español, su escala de valores tradicionales, se nos aparece, tras un rápido repaso histórico y político, como muy emotivo, muy dado a la actividad (y al cambio de actividad: inconstante) y primario, es decir poco previsor, poco capaz de aprender del pasado y hasta de recordarlo. Toda España vive en presente, y lleva dos mil años haciéndolo así: he aquí el porqué de la impresión de juventud que causa nuestro viejo pueblo a quienes nos visitan. De juventud y de inconsciencia.
Nuestro carácter colectivo es, ni más ni menos, el Emotivo-Activo-Primario, también llamado Activo Exuberante o Colérico. Un carácter (atribuido por el autor varias veces a José Antonio y a sus seguidores falangistas) de esos que «Hay que saber llevar» por su proclividad a lo desconcertante y su gran contenido de elementos sumergidos, como la punta de un iceberg, a pesar de su evidente extroversión.
No importa lo alejados de éste que estén nuestros caracteres individuales, porque en nuestros asuntos colectivos, en nuestras posturas históricas, en nuestras reacciones comunes, es el Activo Exuberante el que se impone. Y es a un Activo Exuberante al que tiene que hablar el político que pretenda hacerse comprender y seguir por los españoles. Por eso José Antonio fue como una llama: su personalidad real coincidía con el carácter aprendido de los españoles.
Ventajas y desventajas
El Activo Exuberante o Colérico, cuando es el carácter de comunicación común a un pueblo, se manifiesta con unos rasgos de imprevisibilidad, extroversión, sociabilidad y espontaneidad. Da un elevado grado de tozudez, afición a mostrarse contrarios a lo que se propone colectivamente porque, gracias a este carácter común, los españoles somos en bloque, personalistas, independientes, amantes de la libertad individual más que de las libertades colectivas, generosos, desprendidos, poco previsores —como las cigarras— Y escasamente desconfiados.
Tendemos a la utopía, a las grandes visiones generales, a las ilusiones, a poseer una gran imaginación que se traduce en una gran riqueza —positiva y negativa— en las relaciones personales, pero con raptos de ira intensos y de cortísima duración.
Esa imaginación y esa extroversión, unidas al gran componente emotivo y a la necesidad de actuar, son inagotable fuente de creación, ancho manantial de arte popular y culto, y vena de una metafísica que prende alegremente en todas las clases sociales, instruidas o no.
La primariedad, que es un continuo vivir el presente y una escasa capacidad para escarmentar con el pasado, nos vuelve amantes de la novedad y del cambio, tanto del cambio de actividad como del de objetivos. Inconstantes, poco desconfiados, tolerantes, dados a explosiones de entusiasmo poco duradero y a implosiones de desesperación menos duraderas todavía
Los españoles tomamos decisiones rápidas —muchas veces equivocadas e irreflexivas—, contundentes pero fáciles de alterar al poco tiempo. Hay mucho de volubilidad, quizá a causa del temperamento artístico y sensitivo, y un concepto muy subjetivo de la realidad, a la que no se suele analizar tanto con la razón como con el sentimiento del momento
A pesar de no estar nunca satisfechos y de ser incapaces —por personalistas— de sentirnos representados por otros, sabemos ser sufridos, casi espartanos, cuando las circunstancias lo exigen, creciéndonos más en la dificultad que en la comodidad.
Podrían estudiarse más en detalle y con ejemplos históricos estas características verdaderas del pueblo español, pero aquí bastará con insistir en nuestro amor a la novedad, nuestra necesidad de actuar que provoca, siempre, un movimiento de vaivén en nuestros objetivos; y en la escasísima, por no decir nula, previsión hacia el futuro: tan escasa como la memoria del pasado común.
Actuar
Para actuar sobre un carácter así, para saber excitarlo de forma continuada hacia un objetivo, sólo hay un camino, el respeto absoluto a su forma de ser y la metódica alabanza. El español sólo obedece por las buenas, por convencimiento propio, por simpatía, y la simpatía nace en él como consecuencia de manifestarle, sin reservas, admiración, atención y buena fe: un comportamiento leal. El español no es desconfiado, sino crédulo, pero, sobre todo, está dispuesto a creer en él y en sus posibilidades si se las descubren una y otra vez, si se las recuerdan permanentemente. Esto es lo que aprende el español de niño, en las calles, en los parques, en la familia, en el colegio.
Quiere esto decir que el político ideal para España, capaz de entender a nuestro pueblo, ha de ser tan emotivo y activo como nuestro carácter aprendido exige, pero, en cambio, secundario, constante, inasequible a la exaltación Y al desaliento por igual, y capaz de mantener el rumbo hacia unos objetivos con sólo cuidar de presentarlos como nuevos cada poco tiempo. Ha de ser capaz de dirigir sabiamente la actividad exuberante; de lo contrario la actividad tomará otros derroteros Y el olvido cubrirá los más elevados destinos.
Conocernos
Conocernos va a ser, en lo futuro, la mejor defensa contra el arma psicológica que pretende desarraigarnos y suplantar nuestra cultura, lo que equivaldría a cambiar nuestra forma de ser españoles o a impedir, una vez más, su manifestación, sumiéndonos en un estado de frustración histórica en el que, a lo largo de casi tres siglos, hemos vivido sin esperanzas colectivas, lo que ha hecho que dirigiéramos nuestras ilusiones y nuestra acción a proyectos de menor cuantía, que nos redujeron, por falta de solidaridad, a la condición de nación de tercer orden
Si nos llegamos a conocer, si conseguimos entender, con la clave do nuestro carácter aprendido en las tradiciones y valores, que el olvido de los antiguos sacrificios y de las viejas luchas no es traición, sino consecuencia de faltarnos el hombre que ejerza de memoria colectiva. Si sabemos que nuestro silencio ante los atropellos diarios no es cobardía, sino exceso de confianza y de sentimiento providencial, muchas cosas pueden volver a ser posibles, incluida una sabia proposición de objetivos comunes, claros, tajantes e inequívocos, aceptados por la mayoría si se presentan, no sólo como novedad, sino como desafío: también somos, colectivamente temerarios, como corresponde a nuestra escasa capacidad de prever el futuro.
La única forma de vencer en esta guerra es nuestra propia arma psicológica: lo Español (nuestra herencia) asumido por fin, explicado con claridad —¡Basta de enigmas históricos!—, permitiendo que cada Español haga el descubrimiento, a veces deslumbrante, de cómo es como Español y de por qué España se comporta así y ha llegado adonde lo ha hecho: por desconocimiento u olvido de su carácter, que es muy interesante, muy inquietante, lleno de virtudes que pueden dar gloria y éxito con solo mantener a raya nuestros más notables defectos: volubilidad, inconstancia, olvido, imprevisión y, quizá, apresuramiento en la toma de decisiones.
Todo antes que aguardar a la próxima violenta e irracional explosión de ira, que puede estar al final del camino que venimos siguiendo, tan pronto como sea innegable que hemos sido timados, que se ha vuelto a abusar de nuestra buena, bonísima fe.
Proyecto
Además de a dar a conocer nuestro carácter colectivo nacido de la socialización, invito al lector a profundizar en él, a hallar la mejor forma de hablar a España de sí misma, de halagarla honradamente por lo mucho de bueno que posee y discutir sinceramente sus defectos congénitos que son los que, periódicamente, nos devuelven al pozo de la inactividad social e histórica. Le invito a soñar en voz alta, a proponer hermosas utopías que puedan ser polar de más realistas acciones hacia el futuro. E igualmente le invito a dirigirse a los Españoles con el corazón en la mano: todo lo contrario de lo que hacen los políticos.
Debemos resucitar el arquetipo del español sacrificado, sobrio, abierto, fiel, desprendido y entregado a su idea. La gente, aún la que no comulgue con él, le escuchará primero y le admirará después, si muestra la constancia de la que, colectivamente, carecemos.
Frente al mito moderno y al proyecto oculto, hay que usar y predicar la realidad de lo español, y el público proyecto de serlo en plenitud de conciencia, con lo bueno y con lo malo a cuestas, pero perfectamente enterados de lo mucho que podemos crear, de lo amplio de nuestro mundo, de lo mucho que nos queda todavía por dar y de que seguimos teniendo una buena base sobre la que unirnos.
Frente al intento de suplantar a España sólo es posible el proyecto de encontrarla en nosotros y dársela a conocer a nuestros iguales; restablecer la más ancha pista de comunicación entre los hombres de esta Patria: el carácter que compartimos y que nos hace iguales entre nosotros en lo fundamental, y distintos al resto del mundo. Sabiéndolo así, es imposible que nos convenzan para ser-como, para ser imitaciones. Ser-como no somos. Ser-como americanos o como franceses o como rusos.
¿Qué falta hace ser como algún otro, si somos como nadie sabe ser, ni puede ser, ni comprende cómo ser? Sin conocernos es imposible llegar a invadirnos para siempre y dominarnos. Y, si nos conocieran, ¿se atreverían a intentarlo?
Pero, aún así, cuidado con el arma psicológica: nos quieren arrebatar el alma y, con ella, la dignidad, la independencia y el futuro