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Julio prendía hogueras para encandilarse con el baile de las llamas. Seguía sus arabescos con la vista y, perdido en el laberinto, penetraba en mundos ignorados. Estaba cansado de contemplar soles azules. Alguna que otra vez había visto mares blancos, de plata. Hasta en una ocasión le pareció percibir el aire perfumado de las alas de un ángel dándole en la cara.
Con sólo poner los ojos en una canica se aislaba del universo. Revoloteaba prendido de las hojas del otoño. Casi todo era capaz de causarle un trance menos, quizá, las calificaciones finales.
"Cosas de la infancia", decían los padres, convencidos, como el resto, de que su Julio no servía para nada.
Como los místicos no son necesariamente sordos, Julio sufría. Probaba a vivir con los demás, consumiendo grandes cantidades de tesón. Hablaba de fútbol, por ejemplo, y de motos, de campeones automovilísticos y de ídolos de la música ruidosa. Pero seguía oyendo el aletear de los ángeles y sabía que Dios le había hecho para una ocasión mejor.
4 págs. / 7 minutos.
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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.
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