El Antifeminista

Arturo Robsy


Cuento


"Una mujer es una maravilla, pero es preciso acostumbrarse a ella".

—Aforismo grabado en Chichén Itzá.
 

Don Julián golpeó la mesa del casino con el puño; se hubiera puesto rojo de ira de permitírselo el médico, pero su presión arterial era demasiado elevada y tuvo que dejarlo correr.

—No hay derecho —dijo. Las mujeres de hoy en día no son mujeres ni son nada.

Los compañeros le dieron la razón: quién más quién menos tenía una esposa, una novia, o una hija de las que se ponen pantalones (¡Qué ricas!) y fuman tabaco negro.

Don Julián, satisfecho, se lanzó a una exploración del mundo femenino y afirmó que el destino de la mujer era:

a) El Matrimonio.
b) La cocina.
c) Las zapatillas del marido. Y
d) La cama.

Ideas que, por lo antediluvianas, resultaron ser originales en un mundo tan progresista como el nuestro.

Posteriormente, Don Julián arremetió contra las modas en general y contra los modistos en particular:

—Se visten para estar más feas —decía. Y es que a él, como a casi todos, le gestaban más desnudas.

Y luego elucubró largamente sobre las carnes femeninas: En sus tiempos —opinaba— una mujer necesitaba kilos y no los ojos pintados. Hoy en día están tan flacas que el primitivo encanto de las caderas opulentas y los pechos abultados se ha perdido.

Aquí hizo un inciso —nuevo puñetazo sobre la mesa— y, aprovechó para dedicar sus florilegios a otros individuos:

—¿Y de quién es la culpa? —preguntó—. ¡De la juventud! ¡Y de los médicos!. "Kilos de menos, años de más", dicen... ¡Bah!

Y es que Don Julián era un inconformista convencido que, puestos a embestir, no respetaba ni la ciencia: él —en suma— lo que deseaba era volver a los tiempos de su juventud, cuando las "Chicas Topolino" lucían sus bien distribuidas carnes y no sabían nada de dietética.

Su historia (la de Don Julián) era la de un solterón involuntario y beligerante. Tuvo —¿cómo no?— sus estudios, aunque nadie llegó a enterarse de su profesión. Después, a los veintitantos, se encontró dueño de su vida y siervo de su trabajo, y frecuentó el bar para jugar al dominó, y el Casino para hablar cuando pudiera.

Y, así, entre oficina y tertulia, se le pasó la edad y, con ello, se le avinagró espantosamente el carácter.

Sobre los treinta, urgido de amor y de compañía, con el estómago fastidiado por la comida de pensión, tuvo su primer amor, que también fue el último.

El bueno de Don Julián se incendió como una tea cuando estrechó la mano de aquella mujer (de las de antes de la guerra) y, después, cuando la invitó a tomar café, alcanzó un lugar muy próximo al paraíso.

La ingravidez inicial se acentuó cuando ambos salieron de excursión, al campo, y se pasaron el día doblando el espinazo para recoger ora una florecilla silvestre, ora un pedazo de resina, cosas ambas muy estimadas por la muchacha.

Luego, de regreso, Don Julián supo encontrar la ocasión para besarla y rozar así su cuerpo bien modelado. Con esto (el beso quedó tan en suspenso, tan embelesado, que olvidó seguir con la escena de amor, y, naturalmente, la chica regresó a la ciudad firmemente convencida de que Don Julián era lo más parecido a un borrico que la naturaleza humana es capaz de crear.

Por esto, y por otros detalles que no debe especificar (Don Julián era un tacaño supino) la mujer dejó de prestarle atención y él, con el corazón roto por el desengaño, se refugió en un misoginismo vulgar y alborotado.

Son estas las consecuencias del amor, aunque Don Julián opinaba que todo era a causa de las mujeres, esos seres empeñados en adelgazar, en cortarse el pelo, y en cenar en los restaurantes más caros.

Por eso, a sus cuarenta y cinco años, llevaba la vida solitaria de la ciudad y reafirmaba con puñetazos en las meses del Casino las verdades con que se decidía a iluminar el mundo.

Hoy, pues, tenía un día combativo y no hacía sino decir "realidades" como éstas:

—Divide un uno por cero. ¿Qué obtienes? Infinito. Divide a un hombre por una mujer. ¿Qué te da¿ Imposible.

O bien:

—Los poetas tuertos escriben versos de amor; los poetas ciegos, aman.

Y el día se tradujo en noche de pensión y en cena fría. Luego, con los amigos, olvidó que era un misógino y salió a dar una vuelta por las boites (léase “buats”) y las calas para —como él decía— "hacer la digestión".

En una de ellas (la luna tenía una tonalidad azul) tomó una copa. En otra, se aventuró a pasear lentamente por la playa, y hasta fumar un cigarrillo tendido sobre la fresca arena (la luna tenía una tonalidad azul).

De esta forma conoció a una nueva muchacha. Una de esas que son delgadas y esbeltas y que, cuando andas, hacen pensar en la elasticidad perfecta.

Don Julián, el Gran Antifeminista (la luna tenía una tonalidad azul), no supo qué decir cuando ella le pidió fuego para su cigarrillo; ni tampoco cuando le habló del aburrimiento y de "lo tristes que podían ser unas vacaciones en soledad".

Dos días después le llamaba "vida mía".

Tres días después, "cariñito".

Antes, naturalmente, se habían besado entre la arena (la luna tenía —¡ay!— una tonalidad azul) y habían descubierto que la vida es algo más que palabras.

Y la dejó mandas. Las mujeres —según Don Julián— habían nacido para:

a) El Matrimonio.
b) La cocina.
c) Las zapatillas del marido. Y
d) La cama.

Pero no la muchacha recién conocida, pues era una excepción en todo.

Como más tarde dijo: ella era Ú-N-I-C-A, coincidiendo, en esto, con los quinientos millones de hombres que entonces poblaban el mundo. Y, de esta forma, Don Julián consintió en que la muchacha siguiera un régimen dietético y que vistiera pantalones y que llevara el pelo a lo garçon, sin atreverse a protestar.

Y, un mes después, se casaba con la rubia (¡era rubia!) extranjera, muy satisfecho, además, de su esbeltez. (La luna había tenido una extraña tonalidad azul).

Ahora Don Julián da los mismos puñetazos sobre la mesa del Casino y tiene el mismo ceño fruncido. Sin embargo, ha cambiado el acompañamiento de su sinfonía inacabable:

—Da vergüenza —dice— ver como las mujeres no tienen todavía los mismos derechos que el hombre. (¡Con lo ricas que están!). Todas tienen el alma de artista y han nacido para:

a) Ser amadas.
b) Comprender.
c) Aplacar la brutalidad congénita del hombre.
d) Cumplir con los más altos destinos de la humanidad, es decir, tener hijos y soportar al marido.

Ideas igualmente antediluvianas y, por lo tanto, originales. Además, tales pensamientos le permitieron llevar una vida "como dios manda" y discutir a más y mejor con sus amigos.

—La mujer —decía— es una criatura sin fronteras (proverbio hotentote).


Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.
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