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Supo bien pronto Antonio fabricar los mejores sedales de Encinar y hacerse con buenos trofeos en la pesca que, invariablemente practicaba los festivos y, también, algunos laborables en que el maestro se ponía particularmente pesado con el seis por siete y la maldita música de las tablas de multiplicar; en compensación, en la aceña se comía el barbo y la carpa con harta asiduidad, y se remendaban, con igual frecuencia, los pantalones del chaval que, por entonces, no era excesivamente cuidadoso.
Y luego se echó a navegar en viejos troncos o pedía por favor al viejo Lucas, dueño de una barquichuela, que le llevase con él cuando iba a pescar con las alcabalas. Y soñaba, así, en irse con la corriente hasta el fin del mundo, mucho más lejos de donde se podía mirar, y ver, allí, a los hombres de la otra tierra y decirles cómo y por qué se hace un buen aparejo.
Y también en el bote tuvo su primera aventura con una moza cuando el bozo se le volvió sólida barba y él paseaba con orgullo su cara recién cortada en el afeitado. La moza dijo "sí", pero, luego, nada: había mentido —según explicó— porque se asustó al estar en medio del río a merced de Antonio.
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Publicado el 25 de marzo de 2019 por Edu Robsy.
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