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Ya saben: se dice "qué mala sombra tiene el tío", o "qué buena sombra", pero esto, créame, es un eufemismo para los que no la tenemos de ninguna clase. Nos ponemos al sol y podemos hacer cualquier cosa, hasta achicharrarnos, cualquier cosa menos sombra. Supongo que de antepasados nuestros han nacido las leyendas de los vampiros y de los fantasmas.
Nada más erróneo. Yo soy real, de carne y hueso hasta que se demuestre lo contrario. Generalmente el que hace esta demostración es el forense que certifica nuestra defunción, pero esto no viene al caso. Tengo sangre en las venas. Soy átomos, lo cual ya es decir demasiado. Pero no tengo sombra. Tampoco la he perdido.
¿Y por qué? Vayan ustedes a saber. Quizá el flechero Apolo me la tiene jurada. Quizá mi estirpe es de otra galaxia. Quizá se debe a que tengo una especial longitud de onda; el caso es que, ni con el sol, hago una mala sombrita en el suelo o las paredes.
¿Les parece divertido? Prueben ustedes a ir a una leprosería a enseñar sus carnes sanas y ya verán la cara que ponen los enfermos. Prueben a ensalzar el placer de la música entre un grupo de sordos y observar su reacción. Hablen a los ciegos de las maravillas de la pintura universal, y esperen. Escriban un bello poema rodeados de analfabetos y miren sus caras (y sus puños). Comenten la teoría de la relatividad en un círculo de abaceros. Expliquen historia en un congreso de anarquistas, o alaben a Nietzsche entre los marxistas-leninistas. Son curiosas y educativas experiencias que ensanchan los horizontes del espíritu. Pero, amigos, no hay nada peor que ser diferente a los demás. La gente tiene el agradable hábito de referirse a los otros por sus defectos: el Cojo tal; el Tuerto tal; el Asno tal... Así es como funciona la psicología, conque hay motivos para echarse a temblar si te presentas sin sombra ante la opinión pública.
5 págs. / 9 minutos.
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Publicado el 9 de octubre de 2020 por Edu Robsy.
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