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Esta es una bucólica estampa en la opinión de algunos; según otros, es simplemente, el retrato de un ataúd colectivo, de una fosa donde todos morían del mismo mal: Aburrimiento Insoportable y Prolongado.
Don Cosme, el boticario, abundaba en esta opinión, y no era de los acomodaticios que consiguen su tertulia con el maestro, el alcalde, el cura y el médico, sino de las cabezas planas que se obstinan en vivir a su aire, y, sobre todo, en no dejar a los demás en paz. Sí, porque el segundo oficio de Don Cosme (concejal electro) era el de protestón titulado de la localidad, e incordio de primera categoría.
Cazaba, y maldecía alternativamente contra la mixomatosis y el moquillo.
Bebía vino, y renegaba de la pésima calidad del agua con que lo "elaboraban".
Bebía agua, y gritaba contra la maldita lejía que llevaba encima aquella pócima.
Y los pueblerinos, al escucharle, se daban silenciosamente con el codo para murmurar después: "¡Este Don Cosme...!" "Las cosas que tiene Don Cosme...". Con lo cual queda demostrado que nadie, ni el perro vagabundo de mirada ecléctica, le prestaba atención.
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Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.
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