Enrique Libre Pons No Irá al Paraíso

Arturo Robsy


Cuento


Enrique Libre Pons no irá al Paraíso. Así se ha decidido.

Sin equivocarnos, podríamos echar la culpa a sus muchos pecados. Amaba, por ejemplo, con fundir a las jovencitas retándolas a repetir, a toda velocidad, "del coro al caño y del caño al coro", en espera de que se les trabucase alguna vocal entre coro y caño y resultara una palabra contra la moral.

Daba extraños consejos a los amigos, siempre con aquel tono entre burlón e incitante de marginado social: "no pongas un solo cojín en la bandeja de tu coche —decía—: pon dos y bien grandes y hermosotes. Así, cuando pases por ahí la gente podrá comentar: ¡vaya dos cojines que tiene el tipo! Algo es algo, ¿no?"

Predicaba alegremente en el desierto y encontraba divertidas las angustias que a los hombres les calientan el vientre y les hacen sentir la infelicidad de su especie. A un amigo le dijo en cierta ocasión, a raíz de una historia morbosa que acababa de contarle: "si la vecina de enfrente duerme con las ventanas abiertas, ve al oculista o aprende a respetar la intimidad. Todos, bajo los vestidos o tras de las paredes, estamos igualmente desnudos. Pienso que existen más de mil novecientos millones de cosas como las que ves en tu vecina, por muy redonditas y tersas que te parezcan".

A principios de año jugaba a desanimar. "Año nuevo, vida nueva —explicaba—. Pero como tu vida no va a cambiar mientras no lo haga la de tu vecino, si de verdad te interesa ser otro, vivir de distinta manera, pertenecerte o ensayar una nueva forma de ser feliz, aléjate de él. Vete a los espacios libres. Hazte jipi (hippie) o vagabundo. ¿Por qué no? Y, si no te interesa, ya es otra cosa: no digas año nuevo, vida nueva".

En primer lugar, Enrique Libre Pons no irá al Paraíso por estas cosas, ya que sembró la intranquilidad con la esperanza de recoger vientos de raciocinio y huracanes de pensamientos libidinosos (pensamientos, a fin de cuentas, padres de todos los niños), cosas que no convienen a sociedades bien fundadas.

Enrique Libre Pons era tan difícil como casa de dos puertas. Pescador en río revuelto; tirador de piedras a manos escondidas; cántaro de muchas fuentes; cabeza de ratón sin pretensiones de rabo de felino; cabestro corto para cualquier caballo hambriento; pajar viejo repleto de fuegos; carne lujuriosa sin demasiados ocios; artífice de silencios y refranero.

Al amigo de edad que iba a casarse con una jovencita, le dijo: "veinte con sesenta, o sepultura o cornamenta".

Al sobrino, que hablaba de casarse con su primera novia: "saber elegir buena mujer es mucho saber, pero sin mucho examen no puede ser".

A su mujer, cuando se compró un perfume muy famoso y muy caro: "el agua y la mujer a nada deben oler".

A su hermano, cuando andaba enamoradillo de una mujer alegre: "a virgo perdido nunca le faltó marido".

Y a su hija, cuando se compró los primeros zapatos de tacón y empezó a andar contonéandose: "mujer que al andar culea, bien se ve lo que desea".

Así pues, era hombre de verdades pequeñas, de verdades de todos los días. De esas que uno moja en la sopa; de esas que él meditaba sonriendo en la soledad del cuarto de baño; de ésas que hacen las enemistades más grandes, porque no hay hombre que no esté celoso de algo suyo en particular: de sus uñas, de la nariz, el paladar, la vista, la salud, la bragueta...

Y, en segundo lugar, por llamar al pan, pan y al vino, vino; por poner los puntos sobre las íes y mentar sogas en casa de todos los ahorcados, Enrique Libre Pons no irá al Paraíso, por más que el infierno tampoco le pertenece del todo.

Este hombre jamás se compró coche y, a veces, al enterarse de tal o cual matrimonio concertado a la carrera, se echaba con mucha calma su cigarrito y se adentraba en filosofías con la mujer o con el hijo, porque en su fuero interno se reía de todas sus desgracias.

—¿Tú llevas pistola? —preguntaba.

—No, claro.

—¿Y, por qué? —continuaba.

—Porque podría matar a alguien.

Enrique Libre Pons echaba el humo hacia las moscas que danzaban en la lámpara y rezongaba por lo bajo, pero sin rabia ni malestar:

—¿No matan los coches?

—Sí.

—¿Mucho o poco?

—Bastante, bastante.

—Entonces, ¿por qué la gente no lleva pistola pero sí coche?

—¡Hombre! Pues...

—Yo te lo diré. Los muy infelices creen que porque ahorra trabajo, y es mentira, porque hay que alimentar el coche, lavarle la cara, vestirle, cuidarle y, encima, pagarle los caprichos de las multas, cobijarle en un garaje, abonarle sus impuestos y estacionarle donde apenas hay sitio. ¿Verdad?

—Verdad.

—Los menos infelices opinan que la fabricación de coches es un buen negocio y que, por lo tanto, éste es el motivo de que no estén prohibidos como las pistolas. Pero muere más gente de accidentes de coches que disparos, y más aún sale herida, angustiada u ofendida. Las fábricas de automóviles dan muchos puestos de trabajo y, a cambio, por los coches se expropia terreno a precios poco serios, o se ahúma al peatón, o se fastidia a todo un vecindario, o espanta al cardíaco o se ensordece al paseante... Además, en la calle, los automóviles tienen derecho a cinco o diez veces más de espacio que el hombre a pie, y esto es injusto. ¿Verdad?

—Verdad.

—Los francamente listos creen que el coche debe su existencia a la soberbia de los ciudadanos, a sus ganas de presumir, a la competición por la ostentación que han establecido entre ellos. "Deja la bola rodar, que ya parará". El coche, para un hombre listo, no significa más que un chisme que puede cargar con toda la familia. Para un alcalde no es más que dinero, en forma de multas, para atender a las necesidades del ayuntamiento. Para un mecánico, negocio. Para un guardia, trabajo. Para un anciano, sustos; para un niño, peligro. Para un joven, velocidad. Para un frustrado, poder. Para un juerguista, muerte. Para una mujer, quilos de más, celulitis. Para nadie un coche es solo un coche.

—¿Por qué dices todo esto?

—Porque pensaba en Fulanito y Menganito que se casan a toda mecha.

—¿Y qué tienen que ver?

—Pues que como el coche es todo lo que hemos dicho, para ellos fue la herramienta de ese matrimonio rápido: los coches incrementan la tasa de natalidad de hijos de madres solteras. Detrás de cada niño así, existe un coche.

Por esto y, sobre todo, porque es verdad lo que decía. Enrique Libre Pons no irá al Paraíso.

Continuemos aún: Enrique Libre Pons no aprendió más idiomas que el que le vio nacer y el que necesitó para redactar su declaración de la renta (que es éste en que escribo). Hombre sensible se ruboriza al oír a los extranjeros dirigirse a él (o a cualquier otro) en una lengua extraña, porque lo tomaba a desprecio y con razón. Así pues, siempre les respondió de la misma forma:

—Pour aller a la plage, s'il vous plait?

—Las doce y media —contestaba y, además, eran las once.

—How far is the port?

—Las ocho y media —y eran, claro, las diez.

Y no eran desplantes, no, sino fastidio, cansancio de estar al margen, fatiga de ser extraño por virtud de los extranjeros, abulia por unas conversaciones calcadas de los manuales Roberston de idiomas:

—Camarero: una tortilla de guisantes, jamón, patatas, pimientos.

—¿Dónde está el comedor, la playa, el tren, el mingitorio?

—Señor(a), ¿cómo sigue usted?

—He leído —decía Enrique suavemente— que cuando la concentración de extranjeros es mayor del doce o quince por cien, empiezan a darse los brotes racistas y xenófobos. Aquí, por si lo olvidamos, tenemos un cien por cien: hay un extranjero por cada español y lo peor es que sólo un español por cada doscientos extranjeros le saca beneficios a la situación.

Y por esto, porque el turismo tiene su liturgia, sus apóstoles y sus oraciones, y a nadie le conviene dudar de él. Enrique Libre Pons no irá al Paraíso. Y no irá, además, porque dice groserías:

—Culo, en lugar de pompis.

—Que va a mear, en lugar de hacer pipí.

—Porque usa palabras inadmisibles (aunque estén en el diccionario) como peerse, giñarse, zullarse, mamar y otras.

—Porque usa palabras inadmisibles y se niega a entender lo que está claro, como parking, pedigree, ticket, boutique, average, magazine, fan, in, pop y travesti.

—Y, en suma, porque no siente deseos de ir a Londres un fin de semana, o a Perpignan a ver cine prohibido.

Otros hechos del impío Enrique Libre Pons que constan en los ficheros no se repetirán aquí para que la gente no pueda caer en la tentación de imitarlos. Se citarán solamente algunos de manera ejemplar:

1º.—Enrique Libre Pons no se compró jamás un televisor. Dijo que intimidad es intimidad y que la gente que quiere consejos ha de ir a los curas y a los médicos, que para eso están; y que no hay ninguna diferencia entre el jabón Alfa y el jabón Beta, la lavadora Omicrón y la lavadora Omega, el coche Éste y el coche Aquél.

2º.—Por las noches, en lugar de ver la Tele, tomarse copas y acostarse a las doce, jugaba al parchís con su familia (!), rellenaba una especie de cuaderno diario (!!), leía los libros que le permitirían comprender mejor el mundo (!!!!) y se acostaba al mismo tiempo que su mujer para dormirse abrazado a ella.

3º.—Educó por sí mismo a sus hijos sin enviarles a experimentos educativos más o menos estatales y sus hijos fueron listos y buenos y crecieron haciendo travesuras y diciendo mentirotes, que es como debe ser, según él.

4º.—En todos los días de su vida no hizo más deporte que el de salir a cazar, cuando la caza no era solamente para los ricos; salir a pescar, cuando la pesca podía hacerse con independencia del bolsillo; buscar setas cuando aún todo el mundo lo permitía; ir en bicicleta, cuando no significaba poner la vida en manos de cualquier automovilista, y correr detrás de sus hijos, cuando todavía quedaban lugares donde hacerlo.

5º.—Jamás se sentó en las gradas de ningún campo de fútbol, ni fue deportista de insignia en la solapa, puro en la boca, copazo en el estómago y gritos en la garganta.

6º.—No tuvo a mal recitar los versos que le gustaron y, en cambio, no repitió ideas ajenas antes de comprenderlas profundamente.

7º.—Aunque se casó, se sintió feliz y no necesitó máquinas ni signos externos para seguir siéndolo.

8º.—Su mujer jamás le pidió una lavadora o una nevera o una superplancha o una supercocina con horno panorámico y en Eastmancolor.

9º.—Dijo varias veces: "no me gusta este tiempo" y, de manera incongruente, repitió asimismo: "éste es mi mundo y no me hubiera gustado nacer en ningún otro".

Son, pues, muchos pecados en el fiel reflejo de su alma corrompida y peligrosa. Su carácter antisocial le ha impedido participar en los planes colectivos de consumo y le ha obligado a pensar, erróneamente, que el hombre que es como los demás, es bueno, ni feliz, ni nada más que un número.

Por eso a nadie vendrá a sorprender, después de señalar los motivos que nos llevan a ello la decisión que aquí tomamos: Enrique Libre Pons, librepensador, grosero, elemento antisocial, enemigo del progreso y de los adelantos, no irá al Paraíso. Nos consta que tiene la costumbre de contestar a todo y que se ha pasado la vida escribiendo a Agencias de Publicidad y a Empresas anunciadoras, dándoles su opinión de los anuncios en justo ejercicio de su derecho a réplica, absurdo derecho que, según él, deberían tener todos los ciudadanos que se sintiesen fastidiados o heridos por la publicidad.

Por esto mismo, la sentencia se ejecutará sin dar tiempo al citado Enrique Libre Pons a réplica ninguna. Y, así, no irá al Paraíso del Consumo y permanecerá todavía en esa medianía oscura de los marginados, inadaptados sociales e intelectuales de tercera fila.

Para evitar que, por dejadez o disconformidad, se muera de hambre, será alojado en uno de nuestros establecimientos municipales: la Casa-cuna-prisión 26, a la vez que este mismo organismo se encargará de dar a sus hijos una verdadera educación y asignarles un empleo que les permita consumir dignamente por el resto de sus días.

Mahón, a tantos de tantos, de mil y pico y tantos más.

Para que conste y en el pueblo quede, al hablar de él, la memoria de su infamia. Y, así, digan todos sus allegados y hasta sus hijos, y los hijos de sus hijos: Enrique Libre Pons no fue al Paraíso.


Por el Organismo Competente.

Negociado de Reservas Espirituales Occidentales


NOTA.— La autoridad religiosa hace constar, sin embargo, que cuando Enrique Libre Pons haya muerto, conservará la obligación de someterse, como los demás, al nuevo juicio de faltas en el que se decidirá su destino para los siglos sucesivos. Advierte además que el documento anterior sólo alcanza a la sepultura y que, a partir de dicho lugar, Enrique Libre Pons volverá a ser dueño de su albedrío, si es que ello le parece necesario.


RENOTA.— Del organismo competente.

Sin embargo, y hasta entonces, aquí no hay más albedrío que el que dispongan las leyes. O Enrique Libre Pons compra en el acto un televisor, una lavadora super-super, una nueva cocina, un piso a plazo (clase: tabique de papel), un automóvil 5-5, y hace deporte de puro en boca y grito en garganta, o el susodicho Enrique se va a pasar en la Casa-cuna-prisión 26 hasta que se empiecen a oír los trompetazos del fin del mundo.

Por lo dicho (sic).


Publicado en el Diario Menorca el 15 de enero de 1974


Publicado el 6 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.
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